El poeta no sabía lo que significaba para ella ese gesto de generosidad.
Él, un acostumbrado jardinero cultivador de esos detalles, un sabiondo del dar, se levantó, caminó hacia su biblioteca y sacó un libro “Trelew, una ardiente memoria”. Lo dedicó con esos rulos garabateados por la ternura y se lo regaló.
Ese lobo, casi condenado a esas generosidades, no sabía -realmente no sabía- la inmensidad que ese acto tocaba. Allí se enlazaban, con la humildad y la belleza de un gesto, la coincidencia de íntimas decisiones políticas por hacer arder esa memoria, cada vez y toda vez que ha sido y que fuese necesario.
Trelew conmueve por todo lo que significa y ha significado.
No hay imagen que pueda totalizar la conmoción que ciertos recuerdos provocan. Todas las novelas y películas de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo no pueden lo que pueden los recuerdos y el estallido emocional que desatan.
Aproximarse a lo incompleto desde La patria fusilada, de la mano de Paco Urondo; asomarse con la mirada dirigida por Raimundo Gleyzer repitiendo como mantra "Ni perdón ni olvido"; conmoverse, una vez más con el documental de Mariana Arruti.
¿Cómo entender / explicar por qué (te) toca tanto un recuerdo que no viviste?
Hay poetas que, para seguir aullando, pareciera que, por momentos, no dimensionan el efecto de desparramo que provocan al lanzar esos conjuros que mixturan sabiduría, generosidad, cuidado por las palabras y fuerza de enseñanza desinteresada.
Aullidos como resguardo y reserva ética de luchas y resistencias
No hay número redondo ni Estado que pueda estar a la altura de conmemorar lo que anudó tremenda posibilidad de lucha y, a la vez, tremenda masacre.
La fuga y la masacre de Trelew como fractal que abre, conecta y hace puente.
Capas sobre capas que perforan, se perforan y agujerean cada presente en el que nos encuentre.
50 años de perforaciones.
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