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  • Foto del escritorRevista Adynata

9M: el día después / Verónica Scardamaglia

Pareciera que en tiempos atroces se ven más en foco los horizontes que nos vitalizan.

Aún con contrariedades y fricciones, los feminismos siguen haciéndonos mover y mutar.


Ayer, 8M 2024, nos volvimos tsunami.


La agudización de las políticas de seguridad y su campaña militarizada de miedo, amedrentamientos y detenciones aleccionadoras generaron que, en algunos espacios, se dudara de la masividad de este 8M.

En los feminismos las batallas peronismos – izquierdismos ya han provocado el mismo efecto individualizante que particionó al movimiento de Derechos Humanos. Otra vez, las críticas a estas particiones se hacen en voz baja, para no darle de comer a los chanchos que ahora se autoperciben leones. Y, una vez más, el horizonte organizador vital nos vuelve a impulsar más allá de lo partido de los partidos.


Quizás, así como en los anarquismos, se trate de la insistencia y el saber de que la organización se mueve como un animal escurridizo. Cuando acontece, se disfruta y expande, sabiendo que dura lo que dura.

Quizás se trate de aprender a vivir en estos parpadeos y, mucho más, saber no morir cuando no acontecen y encontrar cómo habitar el mientras tanto. Nuevamente nos hace falta visibilizar el valor vital de estar ahí, en el mientras tanto.


Más allá de las rencillas tradicionales de quién lleva la bandera más grande, de la propiedad de Avenida de Mayo, de quién agarra el micrófono o quién desafina mejor cantando en el megáfono. Más allá de pretender pasar con el camioncito rojo casi por sobre una cuerda de tamboras o de empujones ridículos entre pibas por la disputa de una baldosa, la plaza desbordó.


Los feminismos desbordan.


Desbordan los cordones de “seguridad” de los partidos, desbordan los miedos por llevar un aerosol en esta coyuntura, desbordan los twits porque se vuelven consignas levantadas en cartones, desbordan las pertenencias institucionales y hasta las partidarias.


Quizás, lo que se vaya aclarando en el ir nadando en las olas feministas, sea eso que sabemos porque lo sentimos: la erótica del orden político de las afectividades.


Nos agita Audre Lorde “Lo erótico no se puede experimentar de segunda mano. En mi condición de feminista negra y lesbiana, tengo unos sentimientos, un conocimiento y una comprensión determinados de aquellas hermanas con las que he bailado, he jugado o incluso me he peleado a fondo. Haber participado profundamente en una experiencia compartida ha sido muchas veces el precedente para realizar acciones conjuntas que, de otro modo, habrían sido imposibles.”


Y sabemos que las pieles endurecidas se anestesian, que escudos y corazas sólo hacen falta para no andar en carne viva y seguir cuidando(nos). Sabemos que no queremos que “nos empoderen” porque los poderes están en las acciones que se arman y contagian, y no en un emblema o una fuerza que se da o se quita (como ya lo visibilizó Foucault en los 70).


Si fortalecernos implica conquistar, competir y acumular; no queremos la fuerza. Si fortalecernos implica dividirnos y acusarnos; no queremos la fuerza. Si fortalecernos implica seguir replicando al infinito la idea personalista de representación (aún con lo estallada que ya está); no queremos la fuerza.

No queremos la enfermedad de la fuerza, queremos seguir inventando conjuros sanadores para estar, juntxs, ahí. Queremos lo erótico como lo otro de la fuerza.


Queremos las sensibilidades, en las calles, en las casas, en las clases, en las camas, en las plazas.

Una sensibilidad desbordante, una ternura molotov, un aquelarre sangrante, una explosión de risas y llantos, un batuque que celebre la lluvia, un encuentro sin pies ni cabezas, una danza vibrante de cuerpas y tamboras, un aullido colectivo de millones de carteles y consignas multiplicándose y proliferando por todas partes y en simultáneo.


Otra vez y cada vez, como ayer.




Galería de Fotografías: Xime Talento (pañuelo y bandera basta de hambre) y Verónica Scardamaglia. 8M 2024.




 

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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