(Titulo completo: A 10 años de la Ley Nacional de Salud Mental: Aportes para pensar la Salud mental en Argentina)
Con motivo de cumplirse en estos días los 10 años de la sanción de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657, abrimos un debate para pensar sus avances y retrocesos para un proceso de desmanicomialización en salud mental.
Un recorrido hacia la continuidad de los debates actuales en salud mental
La Ley Nacional de Salud Mental 26.657 se enmarca en un debate que continúa vigente. Si bien en Argentina solemos hablar del campo de la salud mental como aquel que nuclea distintas disciplinas, desde la Medicina, a la Psicología y el rol de los usuarios del sistema de salud, esto no siempre ha sido así. El campo de la Psicología contiene múltiples debates de las corrientes que intervienen en el plano ideológico y político. Acá abordaremos el recorrido y su auge desde los años ´50 y ´70 de aquellos hechos que han dado comienzo a pensar la “salud mental” en debate con el poder médico-hegemónico y, en menor medida, las corporaciones de la industria farmacéutica. ¿Continúa siendo una disputa vigente?
Un poco de historia de la Psicología como disciplina en el campo de la salud mental.
Durante las décadas de 1950 a 1970, distintas disciplinas han atravesado un campo de disputas sociales, políticas e ideológicas. La Psicología como disciplina no fue ajena a esto. Si bien en nuestro país los primeros antecedentes de la Psicología datan de los años ‘20 y ‘30, retomamos algunos hilos de pensamiento posteriores a esta década que permiten pensar la salud mental desde una perspectiva psicosocial.
En el mundo transcurría la Guerra de Vietnam, el Mayo del ‘68 (Francia), el Otoño Caliente del ‘69 (Italia), y el Cordobazo del ‘69 (Argentina). Estos procesos sociales, históricos, y políticos atravesados por distintos conflictos que los marxistas llamamos lucha de clases, fueron en gran parte quienes han influenciado las críticas desde el ámbito de la salud mental.
En Estados Unidos surgió, de la mano de David Cooper, un movimiento llamado “antipsiquiatría”, rechazando los modelos instalados desde el poder médico-hegemónico para diagnosticar y tratar las problemáticas de salud mental, así como un cuestionamiento hacia las instituciones en salud mental. Este movimiento lleva como antecedente el cuestionamiento a la llamada “medicalización de la vida” y la creación de manuales diagnósticos como el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), con una impronta patologizante en la salud mental.
Mientras en Italia, Otoño Caliente de por medio, Franco Basaglia surge como otro referente de este movimiento, denunciando la institucionalización, siendo parte de una vanguardia de trabajadores de Salud Mental dedicados a cuestionar la ligazón entre las problemáticas de salud mental, el manicomio y los núcleos de poder que generan las instituciones totales y la industria farmacéutica, condensando estas conclusiones en la reforma en salud mental llevada adelante en Trieste (Italia), implementando dispositivos de atención comunitaria, creando equipos de salud mental en perspectiva de descentralización, y reduciendo las internaciones forzosas.
¿Cuál es la influencia de estos debates en Argentina?
Si bien recorrer el desarrollo de la psicología como disciplina en Argentina resulta un debate rico e interesante, pretendemos aquí tomar un lapso de tiempo más cercano a nuestro contexto actual y a las ideas que queremos abordar. Desde finales de los ‘57 en Argentina, comienzan algunas expresiones de la antipsiquiatría. Esto se expresa en el cuestionamiento a la hegemonía psiquiátrica para pasar a pensar el campo de la salud mental, las experiencias de intervenciones y grupos comunitarios, así como la terapia de grupos entra en escena. Pichón Riviere fue uno de los precursores al trabajar en el Hospicio de las Mercedes (Hospital Borda) desde esta perspectiva, con pacientes diagnosticados con psicosis (década del ‘40). Fueron muchos años después que fue reconocido por sus intervenciones. Se produce un primer corrimiento del psicoanálisis, al pasar de estar orientado a la atención a las clases medias en el consultorio particular al abordaje psicoterapéutico en los grupos. Mientras, dentro de la disciplina psiquiátrica, el electroshock emerge como una de las terapias más utilizadas.
Surgen también las primeras comunidades terapéuticas, bajo la gestión de Estévez, pero sin ningún cuestionamiento al orden manicomial, es decir, sin ningún cuestionamiento profundo al poder institucional de los manicomios, y tampoco a la implementación sistemática del uso de psicofármacos.
Esta continuidad del debate político e ideológico para pensar el campo de la salud mental desde una perspectiva social atravesada por los procesos socio-históricos, tendrá su punto de alza hacia los años ‘70, cuando la Asociación Psicoanalítica Argentina (fundada en 1942), atravesada por el Cordobazo y el Mayo Francés, será centro de debate y críticas sobre la incidencia verticalista del psicoanálisis institucionalizado mediante la APA, hacia el psicoanálisis pensado de forma transversal en el contexto social. La creación de Plataforma y Documento, dos rupturas de la APA, fueron parte de este proceso, el cual merece un análisis particular que no abordaremos en esta oportunidad.
Post dictadura podremos pensar dos tendencias: el auge del Lacanismo en Argentina, germen inserto en la orientación que ya se signaba hacia la Asociación Psicoanalítica, y el campo de la grupalidad, condensado en la serie de revistas editorial llamadas “Lo Grupal”. Hacia los ‘90 veremos crecer a nivel internacional otras corrientes ligadas a las neurociencias, lo cual presenta un debate actual tanto en la formación académica como en la práctica profesional de la disciplina.
Retomar parte del contenido de los debates que han atravesado la historia de la Psicología en Argentina, desde la lucha por su emancipación de la Medicina, los movimientos antipsiquiatría y las primeras experiencias para pensar las comunidades, resulta relevante para plantear que lejos de ser algo acabado y cerrado, el debate en torno a una práctica profesional que pueda situarse desde un contexto social, histórico y político para pensar la subjetividad y sus padecimientos de forma integral, continua vigente.
La Ley Nacional de Salud Mental, hoy.
Podemos situar dos antedecente a esta Ley: en 1991, Rio Negro sanciona la Ley de salud mental llamada tambien como “ley de desmanicomializacion”, y la Ley 448 en Capital Federal.
En 2010 se sanciona, bajo el Kirchnerismo, la Ley Nacional de Salud Mental (LNSM) 26.657, progresiva respecto a sus predecesoras desde un enfoque de Derechos Humanos, con eje en fortalecer la perspectiva de los usuarios como sujetos autónomos, y con una perspectiva desmanicomializadora, poniendo un plazo para el cierre de los hospitales manicomiales y la integración de salud mental a los hospitales generales. Este plazo ha vencido este año y sin embargo continúan vigentes los hospitales monovalentes.
Con un sistema de salud tripartito (obras sociales, medicina privada, y sistema público), los sectores privados han visto incrementar sus ganancias en los últimos años. Del actual presupuesto en Salud de un 9,4% del PBI, sólo el 2,7% corresponde a la salud pública mientras que el resto corresponde a las Obras Sociales y Sectores Privados (prepagas y medicina privada). Recientemente se ha votado el presupuesto 2021, con una serie de ajustes a pedido del Fondo Monetario Internacional, que plantea un recorte del 10% en el presupuesto destinado a Salud.
Mientras que el artículo 32 de la LNSM plantea que el 10% del presupuesto destinado a salud debe implementarse en Salud Mental con el objetivo de avanzar en lo que dispone la Ley, solo un 1,42% del presupuesto en salud del 2021 va destinado a ello, considerando a su vez que aproximadamente el 80% de este porcentaje es destinado a sostener los hospitales monovalentes.
Financiar estas instituciones parece continuar siendo una decisión política. En el periodo entre el 2014 y 2019, el presupuesto sancionado para la promoción y atención en salud mental se redujo un 83,42%. La falta de aumento del presupuesto destinado al área de salud mental, así como la inversión casi total en el sostenimiento de las instituciones manicomiales, imposibilitan la adecuación de los hospitales generales para la integración de salud mental, la creación de dispositivos socio-comunitarios como las casas de medio camino u hospitales de día, y aún más la creación de Programas sociales para el acompañamiento en problemáticas de salud mental.
Retomando algunas ideas, si hacia la década del ‘60 y ‘70 se han puesto en cuestionamiento distintas transformaciones del campo de la salud mental, cuestionando la hegemonía de la Psiquiatría (y Medicina) dentro del campo del tratamiento a las problemáticas vigentes, resulta relevante pensar que el desfinanciamiento para la implementación de la ley, mientras las partidas presupuestarias reafirman los dispositivos manicomiales, es un debate aún vigente. ¿La salud mental se ha logrado integrar a lo que comprendemos como “salud”? ¿O aún residen separaciones en pensar al campo de la salud mental aislado de las problemáticas de salud en general?
Según el dato del primer Censo Nacional de personas Internadas por Salud Mental (CELS-2019), en nuestro país hay 12.035 personas internadas en 162 dispositivos, tanto públicos como privados, con un promedio de internación de 8 años, subiendo el mismo en el ámbito público a 15,5 años.
Por dar algunos ejemplos, en Capital Federal a pesar de la existencia de una Ley propia, el Gobierno de la Ciudad ha hecho todo lo posible para mantener la lógica del hospital manicomial tal cual está. Las partidas presupuestarias a nivel nacional repercuten de la misma forma a nivel CABA. Como una de sus consecuencias, solo existe una casa de medio camino, para 11 personas, frente a 1400 usuarios de salud mental que hay en Capital, cuando se calcula que un 60% continúan internadas por problemáticas de índole social, como la falta de vivienda y la ruptura de lazos comunitarios.
En Argentina aún hoy, se ve algo similar en el Hospital Monovalente Melchor Romero(PBA), donde 217 mujeres, entre 20 y 87, tienen un promedio de 25 años de encierro.
Primeras conclusiones: ¿Quién se beneficia?
La falta de presupuesto necesario para su implementación, mientras se incrementan las arcas de la salud mental privada, habla de la falta de voluntad política de los distintos gobiernos para enfrentarse a los sectores que hacen negociados con la salud y la injerencia de la industria farmacéutica en el área (la cual sigue incrementando sus ganancias, incluso en la pandemia). Los Gobiernos se han comportado como verdaderos gestores de los intereses de las empresas privadas.
Por solo dar algunos ejemplos, Belocopitt, principal accionista de Swiss Medical, con ganancias de casi 60 millones de pesos anuales, posee una fortuna de 1 mil millones. Sin embargo, durante la cuarentena ha sido uno de los beneficiarios de la ATP (Asistencia de emergencia al trabajo y producción) del Gobierno.
Entre otros ganadores se encuentra la industria farmacéutica, que durante el Macrismo han visto incrementadas sus ganancias un 300%. Esta industria representa a su vez un 1,3 del PBI mundial con ganancias de más de un billón de dólares. Algunos datos de los representantes de la industria farmacéutica argentina muestran esto: Alejandro Roemmers pasó de U$S 1.800 millones a U$S 2.800 millones de dólares en un año, Hugo Sigman (un amigo del Gobierno a quien le han dado el monopolio de la producción de Test Covid-19) posee una fortuna valuada en U$S 2.000 millones. Mientras los Belocopitt, Roemmers y Sigman, tienen en común el lucro de la medicina privada y la industria farmacéutica, también comparten otra cuestión: ninguno de ellos fue gravado con el “Aporte Extraordinario a las Grandes Fortunas”.
¿Por qué no se implementa la Ley?
Surge un debate con sectores afines al peronismo y kirchnerismo en relación a los avances y retrocesos de la Ley Nacional de Salud Mental. Si bien partimos de un punto de acuerdo respecto a los puntos progresivos de esta ley, no podemos tapar el Sol con la mano.
Recientemente FEDUBA-Conadu (Asociación de trabajadores docentes de la UBA) del cual forman parte referentes como Alicia Stolkiner, ha publicado su balance en relación al estado actual de la Ley. Allí refieren que, habiéndose vencido el plazo para el cierre de los hospitales monovalentes este año, esto no pudo llevarse adelante “por no haberse implementado estos cuatro años políticas públicas de Salud Mental y por la fuerte resistencia corporativa de los sectores que verían afectados sus intereses” anunciando que “claramente esto no sería posible en el corto plazo”. Si bien durante el Macrismo la LNSM tuvo sus propios ataques (como el intento de derogación de algunos artículos), resulta alarmante que desde su sanción en el 2010, durante el Kirchnerismo hasta la actualidad jamás se ha destinado el 10% de presupuesto necesario para la implementación. Podríamos coincidir con FEDUBA, sobre la resistencia de las corporaciones (médicas y farmacéuticas) para su implementación, sin embargo la forma de combatirlos no es entregándole mayor presupuesto por parte del Estado, subsidiándolos mediante la ATP u ofreciéndoles convenios, en este contexto, para ensanchar sus arcas de ganancia mediante la producción del test de COVID-19.
Por esto, desde quienes abogamos por una perspectiva de salud y salud mental integral, en contra de la mercantilización de la salud y la medicalización de la vida, planteamos una serie de medidas que consideramos necesarias: empezando por la centralización del sistema de salud (dando fin al lucro de los privados y las cajas millonarias de la obras sociales) bajo control de usuarios y trabajadores y la nacionalización de la industria farmacéutica, para acabar con el negociado sobre la salud. Algo que Gines Garcia solo se atrevió a mencionar frente a las necesidades en la pandemia y frente al colapso sanitario, retrocediendo frente a los empresarios. Para pensar una verdadera desmanicomialización, debemos retomar una perspectiva anticapitalista que pueda afectar los intereses del lucro empresarial, para que sean los usuarios y trabajadores quienes a su vez puedan tomar un rol activo y central en la toma de decisiones.
Un debate hacia la Facultad de Psicología…
Al comienzo de esta nota, recuperamos parte del recorrido de debates políticos, sociales y culturales que ha tenido nuestra disciplina como un pequeño aporte a la hora de pensar que varios de ellos continúan vigentes. La perspectiva de una Psicología que pueda dar cuenta de forma integral en la construcción de la subjetividad anclada en la realidad social, política y económica, y la producción de padecimientos en salud mental ligados en contexto, continúa siendo una tarea vigente.
Pensar en una perspectiva de desmanicomialización, no termina solo eliminando los hospitales monovalentes, la concepción médico-hegemónica así como las conceptualizaciones en torno a las problemáticas de salud mental, que son fuertemente forjadas por la academia. Desde el Estructuralismo de Lacan, hacia determinismos biológicos, desde corrientes ligadas a las neurociencias, todas ellas intervienen a la hora de formar a miles de estudiantes donde la subjetividad parece un determinante inamovible. Queremos rescatar una perspectiva crítica hacia las corrientes hegemónicas de nuestra formación, el psicoanálisis, y aquellas que quieren entrar en disputa, las terapias cognitivo-comportamentales, para pensar una Psicología que pueda abordar las problemáticas de las grandes mayorías, retomando los aportes del marxismo tal como lo han hecho muchos profesionales en los años ‘70.
Imagen: Jorge de la Vega, Historia de Vampiros, 1963. Técnica mixta y óleo sobre tela.
Comments