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Adynata Junio: Salvar vidas / María Pía López

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 4 jun
  • 3 Min. de lectura

¿Qué huellas quedarán en nuestros cuerpos, en nuestros afectos, en nuestros pensamientos? Podríamos pensar la vida como esa sucesión de huellas. Pensar un barrio, como Once, a partir de las huellas. Cromañón es la más dolida. La idea de huellas también lleva a pensar que, a veces, acontecimientos como esta Jornada, son formas esquivas, raras, bifurcadas de salvar vidas. Algo así me pasó en otra Facultad donde alguna vez me encontré con otras jornadas que, podría decir, me salvaron la vida. Nos salvaron la vida en el sentido de permitir que nos hagamos cargo de un tipo de bifurcación respecto del destino que las instituciones tienen. Un profesor central en ese salvataje fue Horacio González, con quien nos encontramos muchos estudiantes en la década del noventa, en la Facultad de Ciencias Sociales, donde hacíamos jornadas que duraban todo el día, en las que entregaban certificados como el de “especialista en saberes inútiles”, un invento de Horacio González y Christian Ferrer. Cuando hace un par de años en la Universidad de La Plata decidieron darle un honoris causa a Horacio González, Eduardo Rinesi, compañero de esos años y amigo, hizo la laudatio (el acto formal de explicación de porqué se le da el premio), dijo esta frase: “Horacio en los 90 nos salvó la vida”. Salvar la vida no es necesariamente salvar la vida biológica, no es sólo salvar la respiración, sino producir las condiciones en que se puede construir una trama determinada, un conjunto de afectos, de pensamientos. Fundar lo común. Creo que estamos rodeando ese problema al estar un sábado a la tarde en la Facultad de Psicología en el barrio de Once preguntándonos de qué modo se constituye esa argamasa de palabras, pensamientos, afectos, acciones en las cuales podemos ser otros y otras, y no aquello para lo cual los cursos previsibles de la vida nos arrojan. Volví a escuchar esa frase esta semana en Hurlingham. Después de una charla, una mujer de unos treinta y cinco años se acercó y me dijo: “siento que me salvaron la vida”. Me contó que, después de quince años de una pareja que le pegaba sistemáticamente, decidió iniciar la separación después del tres de junio de dos mil quince, viendo una marcha por televisión. Supo que eso ya no podía seguir. (...) Este diecinueve de Octubre, el primer Paro Nacional de Mujeres, ella por primera vez se animó a ir a una movilización. Se salva la vida de muchos modos. Salvamos la vida nuestra, de otros y otras, casi sin saberlo, inventando esas tramas en las que una palabra puede ser dicha. En este caso esa palabra es basta. Una palabra que implica tomar distancia respecto de una situación agobiante. ¿Cómo hacemos para poder pensar esas tramas que al mismo tiempo que son fundadas, funcionan en el plano de una memoria que arrastramos, de una historia que nos pertenece, pero al mismo tiempo trae una fuerte novedad? Todo el tiempo tengo la impresión de que tenemos que cuidar de esos acontecimientos. Preguntarnos por las huellas que permiten que haya siempre ese resto que puede volver a hacer otra cosa.

Horacio González en algún texto de la vieja revista Fin de Siglo cuenta una anécdota muy conmovedora: luego de derrotar a la Comuna de París con gran parte de sus militantes asesinados, algunos sobrevivientes son deportados a Nueva Caledonia y allí se encuentran con que, meses después, empieza una rebelión de nativos. Louis Michel, que había sido deportada, tenía entre sus pocas posesiones una bandera roja de La Comuna. Cuando comienza la rebelión rompe su bandera, se queda con una parte y le da la otra parte a uno de los militantes rebeldes. El resto de la bandera. Esa transmisión, ese pedazo de tela que pasó de unas manos a otras, es una precisa imagen de esta pregunta de cómo hacer para que las huellas se transmitan, para que los restos pasen de un lugar a otro y revolución no sea una palabra fetiche. Así como paro no puede ser una palabra fetiche. Revolución, como las palabras más queridas, tiene que ser también de esas palabras que encarnan un secreto, que encarnan una promesa, que encarnan un devenir. Todo esto por-que desde el 19 de Octubre de dos mil dieciséis, Paro Nacional de Mujeres, no puedo dejar de pensar en la palabra revolución sabiendo que no sabemos lo que estamos haciendo, que no tenemos contenido para esa palabra sino aquello que estamos haciendo grandes colectivos, fundamentalmente de mujeres, en este país y en otros países. ¿Qué es lo que estamos haciendo además de salvarnos a nosotras tratando de salvar a todas? ¿Qué estamos haciendo tratando de generar este conjunto de imágenes y palabras?



Fuente: Palabras pronunciadas el 5 de Noviembre de 2016, en el cierre de las Jornadas “Estar en común sin comunidad” facultad de Psicología UBA. Publicadas en Estar en común sin comunidad, autorxs varixs, editorial La Cebra.



v. Nicolás Koralsky (2024) Serie Frágil.
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コメント


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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