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Foto del escritorRevista Adynata

Arquitectura del sinsentido / Rhea Volij

Todavía me produce curiosidad, la característica o el sobreentendido de tener un cuerpo y que sea un instrumento para bailar.


Me refiero más exactamente al momento en que me permito darle, al propio soporte material de mi existencia una potencia de no ser como es, o de desandar toda una construcción sociocultural de índole coercitiva, fuente de control, autocontrol, fuente de placer funcional y modelizado, herramienta de reproducción del sistema.


Que el cerebro sea devorado con fruición por un insecto. Y bailar sin cerebro; bailar la devoración.


Hay un instante epifánico, cuando el movimiento se detiene y aparece la pregunta. La danza inmóvil de un cuerpo cargado de consternación, su materialidad ha quedado tomada por un estado existencial que desborda el juego de lo íntimo. Lo íntimo es éxtasis que nos deja extáticos. Todo este “afuera” que aparece, ex-tasis, ex-istencia, ex-táticas, ¿es un afuera de dónde? ¿de qué? La encarnadura de un estado desborda el pensamiento y se hace cuerpo. La carne adquiere un tono muscular, una presencia tónica singular. ¿El pensamiento hecho carne o la memoria de la carne produciendo capas de sensación?


¿El afuera de la forma tiene un opuesto que es el adentro del sentir?


No puedo continuar esta ilación binaria. Afuera y adentro de qué. ¿Hay algo más íntimo que un cuerpo?


Busco un lenguaje poético que sea capaz de desandar el camino del cuerpo que creemos tener, ser, vivir. Sin metáfora, con metamorfosis. Sólo puedo desarmar la creencia por la propia transformación. No hay otra posibilidad que morir de una creencia para dejar que aparezca la posibilidad, lo otro innombrable.


El viaje de una danza para morir del cuerpo ordinario es en sí mismo un acontecimiento. Suspender el juicio y dejar caer en un sentido total -físico y psíquico- aquello que creo que soy.


Con mesura, la conciencia continúa su trabajo de no saber y experimentar el primer vacío; busco el viraje donde ciertos supuestos y soportes puedan tambalear, perder su condición de ser como una marca indeleble.


¿Y si no es obvio tener un cuerpo? Recién ahí, comienza la búsqueda de una poética propia.


Desde una creación en la que voy a otorgarle a la materia la capacidad de ser material de composición físico - existencial. Voy a hacer del cuerpo un paisaje y sobre todo una geología, un territorio donde excavar la memoria.


¿Pero no queríamos desdomesticarnos, dar por tierra los supuestos?


Tal vez, esa extraña particularidad humana de tener un cuerpo creador, es la oportunidad de experimentarnos una y otra vez en cuánto podemos dar lugar al infinito, a que la materia sólo haga visible, más que ocuparse de ser.


El sinsentido como arquitectónica, comienza en el momento que dejo de ser para estar. El estar me pide una nueva composición, más próxima a las fuerzas, velocidades, inmovilidades que a las asociaciones personales, al tejido social de ser.


La danza sería entonces el momento en que dejo de tener un cuerpo para estar en él como territorio que se despliega, materialidades y tonos para hacer visible, donde la memoria es también la excusa para presentificarnos.


Crear más realidad, dice bellamente Souriau -citado por David Lapoujade-. Entonces bailar puede ser un medio para que el cuerpo se descomponga como artefacto de subsistencia y se torne campo de creación. Danzar sería dejar de tener un cuerpo organismo para entrar en composiciones materiales únicas, desde la pura expresión del goce hasta la pura impresión del absurdo, del cuerpo puesto en abismo. Territorio de velocidades y espesores, modos de hacerse una presencia en cada instante.


Escuchar desde la intuición sensible el hecho intenso de ser un cuerpo y el encuentro con nuestras fuerzas.


Crear la posibilidad de que la danza sea el medio por el cual proveerse de una experiencia constante, sin precisar conclusiones, definiciones o afirmaciones absolutas que harían cristalizar el flujo del estar siendo.


Soltar el juicio y crecer en presencia relanza el sinsentido. La creación de un cuerpo hecho de tensiones de velocidad y tonalidad me permite bailar con mi sobra, toda afirmación muestra la hilacha. Sinsentido de la afirmación de un paso que, sin embargo, es dado. Intensificar la realidad que produzco, nos diría Souriau. Le doy forma, genero un modo de existir singular.


La insistencia o persistencia de un gesto, la aparición de cierta forma…¿a dónde me quieren llevar? Antes de seguir moviéndose, escuchar. Entrar en la caverna u oscuridad -ankoku- de ese gesto, de esa intensidad que cobró una forma precisa.


Hago de la carne el territorio de un devenir otro, que acerca al conocimiento salvaje, el que no viene de una disciplina sino de una escucha.


Bailar las fuerzas… la fuerza sensible del grito y la fuerza insensible de lo que hace gritar… O sea, todo acontecimiento que trabaja insensiblemente en pos de producir el grito, fuerzas invisibles que volvemos visibles. Pero, ante todo, incluir siempre, indefectiblemente, la paradoja. Cuando decimos hacer visibles, es ya toda una maquinaria material y temporal (velocidades, lentitudes, inmovilidades) que incluye el desatino, el fracaso, el tal vez del paso dado.


La precisión de la forma que permite el desconcierto, el quiebre de franquear la habilidad muscular hacia el riesgo de aceptar la caída posible, el quiebre.


No saber. Hacer cuerpo el no saber. El vértigo de bailar con las sombras, la muerte. Desarmar la exigencia de un cuerpo máquina del sistema, espléndido. Otorgarle al esplendor sus crepúsculos sin dejar de producir belleza. La belleza de lo corruptible, lo que cambia.


Bailar sabiendo que la precisión es también un tanteo a ciegas.


La desterritorialización y reterritorialización que implican una transformación son claves para el sustento de un absurdo, un soporte de vitalidad que se cuestiona, se sorprende de sí.


Ser dignxs de vivir una experiencia y entregarnos a sus potencias sin esperar una finalidad esencial en ello.


Poner en peligro lo que se acomoda, lo que ya se vuelve natural. Ya nuestra naturaleza no es natural. Abrazamos la instancia humana de la confusión, de la ausencia de inercia como la gran posibilidad que se nos ofrece.


Cómo crear más realidad, cómo producir sentido desde aquello que se deviene. Y arriesgar en el no saber qué quiero decir, sino más bien ser todx cuerpo de la experiencia del devenir y las evoluciones e involuciones que esa materialidad propone. El sentido que se desenvuelve es provisto por el campo de fuerzas materiales y afectivas que sobre todo no saben qué son, pero sí despliegan un cómo que va produciendo realidad. Una realidad singular, falible, pero que insiste sobre sí.


No investigamos, somos cuerpos de la experiencia. Hacer cuerpo en tanto transformarse, nos libera incluso del habito de sentir como siento. Tanto el sentir como la sensación tienen la exigencia, entonces, de aprender a escucharse nuevamente, desde ese cuerpo extrañado que devengo, natural en tanto inercia de ser, hábito del sentir. Desterritorializarse no es natural y eso es justamente lo interesante, el riesgo de estar vivxs para poder ser otra cosa, además de la que creo que soy. Llamo quedarse en el plano de la sensación no sólo en un sentido propioceptivo, sino también en la sobrevalorización de una atención a “lo que siento”, que poco a poco hace desaparecer la presencia, la fisicalidad como paisaje donde la sensación se despliega. Estoy tomando la palabra sensación desde dos lugares completamente opuestos: por un lado la sensación propioceptiva, que la alío estratégicamente con el hábito del sentir, como todo un bloque de alimentación de sentimientos que se reproducen y no dejan de ser yo, de alimentar un yo que no puede transformarse, sigo representando pues no hay un cambio de punto de vista físico, tónico.


Vivir una experiencia y no padecerla. La ausencia de juicio sobre lo que ocurre es parte del soltar la importancia de los sentimientos. Siempre sentimos. Lo interesante es qué cuerpo se compone, cómo vive, qué velocidades y quietudes lo hacen visible y singular.


Intensificar la existencia en sus modos. Devenir sería esa compleja composición de modos de existencia singulares, con su propio punto de vista (D. Lapoujade).


Ahí es donde “lo natural” queda roto. Soy sólo una composición de ciertos modos que buscan amplificarse, acrecentar existencia para comprenderse sin explicaciones, sino a pura fuerza de entrar en un cierto estado de determinación, de componerse con belleza. ¿Componer con belleza será la posibilidad de hacer ver el abismo, la falla? Instituir una arquitectónica que no me define sino que crea un campo formal de posibles, todos ellos en tensión dinámica. Puedo sugerir formas definidas, pero no definitivas. Insisto en el espesor de la sombra, en la visibilidad de la grieta.


Entregarse a la grieta, al lugar donde se pierde la referencia de qué es adentro y qué es afuera, se asemeja al borde donde lo trágico y lo cómico se infectan, se interceptan. El entre es el abismo donde puedo conocerme por puro desconocimiento. Es el lugar donde el tiempo se sedimenta y acumula temporalidades que dan sus frutos. La presencia de un presente que se expone al adentro y afuera como una doble caída al vacío, o una elección de arriesgar a no quedar protegidx por una interioridad que se expresa en un afuera que sólo lo justifica. La materialidad que devengo trae sus propias fuerzas.


¿Qué es el entre, la grieta donde deseo arrojarme? De algún modo podemos llamarla Otredad, el lugar donde mis bordes personales pierden sentido y entro en otras composiciones posibles. Tinieblas, se diría en el butoh, el mundo desconocido y misterioso inmaterial que portamos.


También la posibilidad existencial de bailar la grieta, de volverse ella, ese indiscernible es la propuesta sobre la que gira este escrito. El lugar del sinsentido como campo de exploración. La trayectoria de lo indiscernible como un lugar para bucear, afirmativamente.


Patricio Suárez Rhea Volij. Frontera (2023) Trailer de la obra: Marcelo "Pinqui" Enriquez

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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