En los comienzos del adiós, cuando el día de cada día urge, con el fuego en la nuca, reconocemos sin cacareos el sin sentido de la existencia, esa masa atroz que fue pasado y nos interroga y arrebata; su forma es la agonía, su estética recurre a la ceguera, blanco sobre blanco, en la cúspide de la desesperación…
También va y viene, con sordidez de prostíbulo en la ruta, y persiste y hasta se escurre, del río de lágrimas a la alcantarilla de lluvias y orines, un registro historiado de la infancia que nos desafía, y planta la bandera del horror en medio de nuestra alma…. (el niño que muere en los rituales de la pobreza es el niño que fuimos…)
Todo lo vivido y lo viviente, el ayer soñado y el mañana que nos sueña, cada instante de nuestro espíritu, una tras otra las estaciones de la travesía cobran inaudita prisa a través de las esferas de la percepción emocionada...
Hay una realidad sin máscaras ni atavíos ante nuestros ojos, su apariencia desconcierta pero también estremece: es un gigante con rostro de ángel enfurecido, que avanza a zancadas entre la tormenta… (he visto en un delirio que tragaba y vomitaba las espesas nubes…)
La cuerda nos balancea desde la bóveda iluminada, ese espacio de calma marchita, anterior a los Cantos…
¡Fuimos vida!, gritamos; ¡Fuimos vida!, suplicamos; y en nuestra maltrecha fuga el primer lastre que arrojamos en los bajeles es el amor; aunque pesa poco, también dejamos de lado la esperanza… nadie se asombra…
En el viaje de la mano de la muerte las glorias son ahora un paisaje deshilachado, girones y girones, los recuerdos se desatan, sin pena ni rebato ruedan hasta nuestra boca… en la pared del asilo para los niños de la locura, alguien ha escrito con letra que tiembla: ¡piedad!...
Ningún desgarro en la inocencia de la criatura humana tiene límites; menos aún el despertar de la conciencia en el universo de los dioses: ellos necesitan conocer en carne propia el dolor de la finitud… (aquí la memoria es un papel quemado; en el aire sin respiros crepitan, vibran y gimen, ateridas, despreciadas, las viejas leyes del amor..). Tampoco el vacío esconde una puerta de salida: debajo del espejo, acurrucada en el sótano, la sombra del alma extraviada de su cuerpito sacude como un perro de la calle las lluvias de su inédita agonía…
Todavía la belleza se guarece, trémula, en la desdicha opacada de las cielos… ¿Habrá que ahorrarse las lágrimas…?
Madre mía: ¿escuchas los Cantos?... prometo que nunca dejaré de regar tus plantas…
Fuente: Cantos Oscuros, Días Crueles (2019) Ediciones La Cebra.
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