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Darse al abrigo / Marcelo Percia

Foto del escritor: Revista AdynataRevista Adynata

Actualizado: hace 3 días

1.

En Cómo conocí a Yohji Yamamoto, Wenders relata cosas que vivió durante el rodaje del documental que hizo sobre el diseñador de modas japonés.


La película Apuntes sobre ciudades y vestimentas, estrenada en 1989, puede verse como un cuento de hadas. El diseño de una prenda como un delicado y laborioso acto de magia. La confección de un traje como prodigio destinado a encantar momentos de una vida. El bosquejo de un vestido como maravilla sensible, como tejido de una sensación, como aura de un vuelo deseado.


Sabemos la moda como costumbre pasajera, como gusto efímero de una época, como argumento de venta. Sabemos la moda como distintivo social y frivolidad indiferente al desabrigo del mundo. Pero, con la película de Wenders también sabemos la moda como inspiración del ánimo, como hebra de seguridad, como afirmación en los días.


El director de cine alemán observa que las personas que llevan las confecciones de Yamamoto “las aprecian, les tienen cariño y confían en ellas. Es más: vistiéndolas, estando en ellas y con ellas, se sienten bien”. Deduce que cuando salimos a comprar una camisa no sólo buscamos una camisa, sino que queremos reafirmar una vivencia, conquistar un sentimiento, renovar una ilusión.


Wenders concluye que Yamamoto: “genera una sensación de identidad que se manifiesta en sus prendas y que se trasmite a través de ellas”. Y agrega enseguida: “Puedo confirmarlo por experiencia propia. A veces, cuando tengo un mal día, para romper el maleficio basta con que me escurra en uno de mis trajes Yohji para sentirme apuntalado, o más protegido, o más reconciliado con todo”.


En un momento del documental, el modisto confiesa que, mientras trabaja, tiene la fantasía de coser un vestido para cada piel, para cada contextura, para cada alma.

 

2.

Nos vestimos con fantasías, nos abrigamos con narraciones. Habitamos cuerpos incorporados a una lengua.


Llamamos belleza a la vestidura de un instante.

 

3.

Leopardi (1823) escribe un texto irónico que titula Diálogo entre la Moda y la Muerte, en el que la Moda convence a la Muerte de que ambas hacen el mismo trabajo.


La Moda le dice a la Muerte: “Escucha, soy tu hermana. ¿Mi hermana? ¡Sí, tú hermana! ¿No recuerdas? Ambas hemos nacido de la Caducidad. Cómo habría de acordarme yo que soy enemiga de la Memoria. (…) Colaboro contigo en el trabajo de renovar el mundo. Desde los comienzos tú te has ocupado de arrebatarles la carne y la sangre, mientras yo me ocupo de las barbas, los cabellos, los vestidos, los muebles, los palacios y cosas semejantes. (…) Fastidio a la gente con calzados estrechos o impido la respiración con prendas ajustadas. Obligo a temblar de frío o ahogarse de calor. (…) Envuelvo las vidas de vanidades, a la vez que les enrostro la condición de lo efímero. (…) Aseguro las fronteras sociales hasta que tú las disuelves volviéndolas polvo”.

 

4.

En su Tratado de una vida elegante Balzac (1830) analiza modos de comportarse y vestir en la sociedad parisina de comienzos del siglo diecinueve. Más allá de muchas observaciones e ironías, se lee que para practicar la elegancia se necesita no tener que trabajar o que la elegancia compone un lujo de quienes no viven sólo para comer.


Balzac recuerda que Saint–Simon piensa que “La vida elegante sería la mayor enfermedad que puede afligir a una sociedad, partiendo del principio de que ‘Una gran fortuna es un robo’”. O cita que según Chodruc la vida elegante “Es un tejido de frivolidades y menudencias”.

 

5.

La estrecha e intrincada conversación entre abrigo y erotismo o entre deseo y vestimenta, se narra, en la segunda mitad del siglo diecinueve, en la novela La Venus de las pieles de Sacher-Masoch. La historia de un personaje que pone en escena un sueño: una diosa del amor desciende del Olimpo, envuelta en grandes y pesadas pieles, para esclavizarlo. Una mujer que lo engaña y flagela enloqueciéndolo de placer.


Pocos años después de la publicación de La venus de las pieles, el psiquiatra Krafft-Ebing, en su clasificación de las perversiones sexuales incluye el término masoquismo, junto con el de sadismo, fetichismo, exhibicionismo, homosexualidad, entre otros que todavía se emplean. Un supuesto honor que disgustó a Masoch.

 

6.

Virginia Woolf (1928), refiriéndose a las fijezas de género y a la transformación del personaje en su novela Orlando, escribe: “El cambio de vestimenta tenía, dirían algunos filósofos, mucho que ver con el proceso. Aunque parezca una nimiedad vana, la vestimenta tiene, dicen, una función más importante que la de sólo abrigarnos. Cambia nuestra visión del mundo y la visión del mundo sobre nosotros. (…) Así, hay mucho para sostener la idea de que es la vestimenta la que nos usa y no nosotros a ella; podemos hacer que tome el molde de nuestro brazo o nuestro pecho, pero moldea nuestro corazón, nuestra mente, nuestra lengua, a su gusto”.


Un abrigo no sólo abriga. Afecta la lengua que hablamos, los pensamientos que pensamos, los sentimientos que sentimos. Consiente o resiste arrogancias de miradas clasificatorias.

 

7.

Para la misma época en la que Virginia Woolf escribe Orlando, Freud emplea el vocablo Besetsug para nombrar la asignación de energía libidinal a una representación, a una cosa, a una persona o rasgo de ella. La palabra alemana se tradujo en inglés como catexis y en castellano como carga o investidura. José Luis Etcheverry sugirió también el término población.


Así, investir libidinalmente equivale a poblar una prenda de sensaciones, de afectos, de historias.

 

8.

Walter Benjamin imagina una obra inmensa: El libro de los pasajes. Un proyecto que se interrumpe con su muerte trágica en 1940.


La palabra pasajes se puede leer en el sentido de calles estrechas por las que se pasa desde un lugar a otro y también en el sentido de un libro de recortes y fragmentos de otros libros, acompañados por súbitas inspiraciones y pensamientos. Un cuaderno de ese hermoso plan está dedicado a la moda.


Para Benjamin la moda conjura el tedio de transcurrir como pieza indiferente del mundo moderno. La moda se ofrece como ilusión efímera de un cuerpo único. Recubre, por un momento, la cruda visión de una existencia sin encanto y sin heroicidad. La moda adorna con sus encajes, pieles y volados cadenas de la dominación. La moda, con su supuesta novedad, nos distrae de la percepción de que en el curso de los días no nos pasa nada.


Astucias del capital encuentran en la moda envolturas capaces de dar la impresión de una diferencia en la uniformidad.


No se adquiere un vestido, se paga por un aura. Se compra una experiencia. Se alquila un brillo. Se luce una imagen diseñada. Se pavonea con plumas prestadas. Se ofrece dinero por un manto de autenticidad, prestigio, seguridad.


La vestimenta actúa como un estuche que cobija y protege.


Pero, entre todas las cosas que piensa Benjamin, hay una que conviene citar tal cual: “La moda ha satisfecho desde siempre una extraña necesidad de sensación”.

 

9.

La moda cubre un vacío.

Quizás por eso Wenders llegó a decir que ponerse un Yohji equivale a pasar por el diván de un psicoanalista.

El diván como abrigo. Como tránsito entre la cuna y el sepulcro. Porque la moda, como apunta Leopardi, nace de la misma madre que la muerte.

 

10.

Margaret Little relata actos de cuidado y sostén que Winnicott tuvo para con ella durante su análisis entre 1949 y 1955. Cuenta que, en momentos de angustia y desolación, el psicoanálisis le ofrecía abrigo. Muchas veces, se acurrucaba en el diván de Winnicott cubierta con una manta.

 

11.

A través de la moda hablas del capital implantan la figura de una singularidad propia, íntima, profunda, individual.

Resta pensar en la posibilidad de darse al abrigo de lo común.

En una singularidad de los abrazos, de los gestos, de las conversaciones.

En una singularidad como momento único e incomparable de tener con quienes la intemperie.

 

12.

Hubo una noche en la que se celebró una ceremonia de arropamiento en un aula. En la que se transformó un espacio de estudio en una muestra de prendas que abrigaron la vida.


Una colgada como acción disruptiva para pensar, con otros pensamientos, envolturas de los cuerpos.

 

13.

Un común pensar (si sucede) resplandece pasajero.

Un común pensar (si sucede) sobreviene tras un enredo que sortea equívocos y malicias.

Un común pensar (si sucede) acontece como sucedido.

Sucedido como ocurrencia de lo inesperado en lo esperado. Como irrupción de lo imprevisto en lo previsto. Como trama desentramada. Como expectativa burlada.

Sucedido como hervidero de relatos sobre lo vivido.

Sucedido como intervención, instalación o fantasía pedagógica.

Sucedido como momento de confianza y belleza.

Sucedido como circunstancia de leyendas.

Sucedido no como técnica ni espectáculo, sino como acción de una única vez.

Sucedido como emergencia de una criatura fabulosa en la costumbre de los días.

 

14.

Se invita a traer para la clase una vestimenta vieja, gastada, en desuso. Una ropa a la que le tenemos cariño. Una prenda de la que nos duele desprendernos.

 

15.

Encariñarse con una tela, quererla, sentirla insustituible, equivale a exceptuarla de la lógica del consumo. Plantar una disidencia en las prácticas del capital.

 

16.

Antes de llegar al aula se pasa por un estrecho túnel simulado con un rollo de tela negra, obligando a agacharse doblando las rodillas y comprimiendo el cuerpo.

Se trata de encantar el umbral: transformar la puerta en portal.

Inclinar la cabeza y el tronco para poder pasar, impone la torsión de un hábito.

 

17.

Ricardo Carreira (1993) piensa el arte como deshabituación. Como incomodidad, como desestabilización, como perturbación de la convención. Concibe la deshabituación como condición alumbradora de lo inesperado.


Deshabituar, desaprender, descomponer, destejer: infinitivos inspiradores del darse al pensar.

 

18.

Cada cual llega con una prenda: pasaporte, credencial, contraseña, para entrar a la clase.

 

19.

Se ingresa al aula como se ingresa a una ensoñación. Al traspasar el umbral se entra a un teatro, a una fantasía, a una ficción.


El aula se encuentra descompuesta, fallida, desajustada: las sillas para sentarse a escuchar y escribir están apiladas en el fondo de un largo espacio rectangular, el escritorio docente corrido. La sala está en penumbras.


En la pantalla se proyectan imágenes de ropa colgando en patios, terrazas, balcones, descampados. Imágenes de revistas de modas de diferentes décadas. Imágenes de modelos posando y desfilando. Imágenes de tribus urbanas. Imágenes de los pañuelos de las Madres. Imágenes de ropas raídas y abandonadas.


El salón está atravesado, de punta a punta y en forma diagonal, por sogas de colgar.


Al ingresar se entregan broches y se susurran instrucciones al oído.


Si trajo ropa y se presta a jugar, que disfrute de la ocasión, pero si no, puede mirar y escuchar tomando asiento en los lugares previstos.

 

20.

Se recorre el espacio y, tras una fugaz exploración se decide dónde y cómo colgar. Al rato, setenta prendas flamean en la imaginación de una sola noche.

 

21.

Camisas, camisetas, remeras, vestidos, polleras, pantalones, bufandas, gorros, buzos, camperas, ponchos, guantes, prendas íntimas y secretas.


Telas sensibles, telas memoriosas, telas de compañía, telas con poderes.


Texturas suaves, ásperas, lisas, rugosas. Tejidos de un amor. Tramas de una época.


Mantos que cubren y amparan. Ropas que arropan. Abrigos que abrigan.


Harapos de lo vivido. Siluetas robadas a los espejos. Pieles de muchas noches y muchos días.


Marcas de distinción, de superioridad, de inmunidad. Cicatrices hiladas.


Ropa que nos compraron, nos regalaron, nos prestaron, nos trajeron de un viaje. Ropa que heredamos.


Telas impregnadas de olores.

 

22.

Se recrea el ritual de colgar la ropa recién lavada en una soga para secarla al sol. Promesa purificadora. Dignidad austera de una tela limpia. Siluetas que el viento agita, zarandea, mueve como en una danza.

Colgar mi prenda en la soga. Abrocharla para que no se caiga ni se vuele. Exponerla allí junto a otras.


Estallidos de colores y de formas, de diseños y tamaños. Estampados de momentos vividos pendiendo, ahora, de un hilo.


“Esta es la camiseta que me pongo para dormir cuando me siento triste”.


Una exposición de prendas que conocen secretos de la piel. Sombras que cuelgan livianas. Protagonismo de telas suspendidas. Magias de la representación. Trapos pendientes junto a otros trapos: semejanzas que cubren.


Las prendas fantasmean colgadas de un hilo como significantes alucinados.

 

23.

Se invita a iluminar con linternas las prendas colgadas.


El aula azotea, el aula patio, el aula soleada en plena noche.


En esa intimidad de penumbras, en un momento, se solicita que cada cual se ponga la prenda que trajo.


El acto de vestirse. Calzarse la piel de un personaje.


¿Qué hago si traje una bombacha? Te la ponés arriba del pantalón.


Siempre en penumbras, participantes comienzan a recorrer el espacio con las linternas.


Se propone que las prendas se presenten, como si tuvieran voces y pensaran, hablando en primera persona.

 

24.

El juego incentiva el animismo. Propone escuchar hablar a las ropas que queremos. Solicita un pacto en el que una camiseta siente, cuenta, recuerda, piensa.

 

25.

Se da un tiempo para precipitar encuentros mientras que se camina luciendo las prendas.


“Soy de seda teñida de negro. Tengo más de veinte años. Estoy deshilachándome. Vine de muy lejos. Conmigo se siente bien. Tal vez le hago recordar a su hija. Ella me trajo y me dejó en su custodia. De a poco congeniamos me adapté a su cuerpo y su cuerpo se adaptó al mío. Hacía tiempo que no participaba de una salida”.

 

“En mí se ampara. Se siente inmune frente a los espejos. Estoy vieja. Le cuesta reemplazarme. Todavía soy fuente de seguridad”.

 

“Conmigo se siente en el cuerpo que le gustaría tener”.

 

Así las prendas hablan: cuentan vidas y entremezclan historias.

 

“Me tiene desde que Racing salió campeón. Me quiere más que a su novia”.

 

“Pertenecí a su amiga, pero eso ocurrió hace mucho. Hoy nos pertenecemos”.

 

“Abrigué las manos de su abuela, de su madre, las de ella. Espero poder alojar las manos de la vida que está por venir”.

 

Así las ropas dicen cosas diferentes en cada encuentro con otras ropas.

 

26.

Después de un rato de conversaciones, se interrumpe ese momento del juego.

Las prendas se desprenden de los cuerpos. Retornan a las sogas. Vuelven a colgar entre otras telas colgadas. Se las ilumina con las linternas.

En el silencio todavía resuenan las voces en el aula hipálage.

En el aula eco.

En el aula escuchante de sentimientos de una época, de una cursada, de una noche.

 

27.

Tras ese momento se propone (siempre en penumbras) seguir el impulso de ponerse una prenda ajena. Arrojarse sobre las telas para envolverse, por un momento, con otra piel.

 

28.

Varias intenciones se dirigen hacia una misma camiseta. Discuten quién la vio primero. Otras no saben qué ponerse. Otras ya se están vistiendo. Preguntan cómo les queda. Alguien dice que para la próxima hay que traer un espejo.

 

29.

Tal vez no en la familiaridad, sino en la extrañeza se comience a pensar.


Sentir la infidelidad de las cosas. Las subordinaciones de los cuerpos a las prendas y de las prendas a los cuerpos.


La ropa como disfraz de singularidad. Escamas de una ilusión.


Cada tanto, lugares comunes apaciguan la insidiosa inquietud de lo extraño.


De pronto se enfrentan dos camisetas de equipos rivales. Comienzan a cantar y empujarse. Una dice: “Soy lo más grande que hay”. La otra responde: “Sos una vieja tela apolillada”.


Mientras tanto: otras voces:

“Me visto con este cuerpo por primera vez. Me ajusta. Siento que voy a reventar”.

“Me debe estar odiando. No era mi intención pero le hago notar la pancita y eso no le gusta”.

“Me luce como un trofeo”.

“Su cuerpo me queda chico. Le sobro por todas partes. Le llego hasta las rodillas”.

“Me eligió para probar cómo se siente la vida en amarillo fluorescente”.

 

30.

Las prendas vuelven a las sogas. Cada cual elige un lugar para sentarse. Se encienden las luces. Se conversan las cosas que pasaron. Se invita a hablar a quienes estuvieron en los asientos. Mientras la conversación, se reparten hojas en blanco. Quienes quieran pueden escribir, en forma anónima, lo que les surja en ese momento. Transcurren los minutos necesarios. Se escucha el movimiento de los lápices. Cuando terminan cuelgan las hojas en cualquier broche.

 

31.

El enunciado pensar en común no equivale a un común pensar.


En la frase pensar en común la preposición en indica lo común como lugar, como modo, como circunstancia del pensar.


Mientras que en la expresión un común pensar no hay pensar sin un común. Lo común se concibe como prefijo del pensar.


En un común pensar no importa sólo lo común como lugar, modo, circunstancia. Lo común solicita el pensar tanto como el pensar solicita lo común.


Lo común y el pensar componen una única palabra.

 

32.

Para finalizar, se invita, a quienes tengan ganas, a leer en voz alta una hoja elegida al azar. Con la última página leída nos despedimos.

 

33.

Se transcriben algunos textos de los escritos en aquel momento. No se trata de una colección de ocurrencias, sino de un estado pensante alrededor del abrigo. Por momentos hablan historias personales amplificadas por lenguajes de una época. Por momentos habla una época amplificada por voces personales.

*****

“Para una fiesta me disfracé de libreta de notas. De la cabeza a los pies cubrí mi cuerpo con hojas de colores, salvo la boca, la nariz, la mirada. Me puse una gorra y anteojos oscuros. Andaba con papeles y lápices colgando. Me anotaban cosas. No volví a sentir que algo me quedara tan bien”.


*****

“Se dijo que ‘La vida en común cultiva sus palabras’, una de ellas la voz latina ‘pallium’ que nombra el manto que cubre y envuelve fragilidades que duelen. Se explicó la idea de ‘cuidados paliativos’ así: ‘suavidades que alivian acompañando sufrimientos que no se pueden evitar’.


*****

“La ropa muestra y oculta. Si me dejara llevar por mis impulsos, andaría por la vida con mi viejo impermeable con capucha. Mi escudo protector. Como el manto que utiliza Perseo para sustraerse de la mirada de Medusa que lo hubiera petrificado”.


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“Cuando visité el hospital un muchacho me contó que una noche en la calle le pegaron un bastonazo en la cabeza para robarle su vida. Se despertó desnudo sin saber qué hacer ni a dónde ir. Se puso lo que encontró tirado por ahí. ‘Seguramente ropa de un loco, dijo, si no ¿por qué me iban a traer a un manicomio?’”.


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“Cuando mi mamá salía a tomar alcohol, me escondía con su ropa debajo de la mesa a esperar hasta que volviera”.


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“En mi familia se repetía para explicar diferentes cosas el refrán ‘el hábito no hace al monje’. Algo así como que no hay que juzgar a nadie por la ropa que tiene puesta. Me encanta que Virginia Woolf lo piense distinto”.


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“Tuve el peor cumpleaños de mi vida a los seis. Vinieron las chicas del grado. Hacía sólo dos meses que estaba en la escuela. Muchas se conocían desde el jardín. Mi mamá contrató a dos animadoras para la fiesta. Llegaron con valijas repletas de vestidos, polleras, collares, sombreros, guantes, zapatos. También trajeron maquillajes. Nos propusieron jugar a producirnos para el desfile de ‘la reina de la belleza’. Desplegaron una alfombra azul para enseñarnos a caminar con gracia. Pusieron en mí esmero por tratarse de la cumpleañera. Todo me quedaba mal. Desentonaba. Me refugié en el baño. No salí hasta que estuve segura de que todas se habían ido”.


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“Silvina Ocampo escribió un cuento que se llama ‘Las vestiduras peligrosas’. Un relato sobre la perversidad contra las mujeres. Una pieza increíble, pensada hace más de cincuenta años, en la que implanta sutiles huellas de ambigüedad. La historia de una niña rica, joven, osada, que contrata a una modesta mujer para que le haga los vestidos que ella misma dibuja: modelos extravagantes, escotados, transparentes, con dibujos eróticos. La joven sale por las noches y cada mañana se entera por el diario de muchachas violadas por usar sus mismos diseños en diferentes ciudades del mundo. Hasta que, al final, la noche que sale con un pantalón neutro y una camisa sobria, un grupo de varones la ultraja, la viola y la acuchilla (según la última y enigmática línea del relato) ‘por tramposa’”.


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“En el práctico nos dieron a leer un apunte de Roland Barthes que se llama ‘El sistema de la moda’. Dice que cuando compramos ropa, consumimos signos. Que vivimos ávidos de sentidos. Alguien, ¿me lo puede explicar?”.


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“Nunca sé qué ponerme”.


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“Mi bisabuelo trabajaba de puestero en una estancia cerca de Pehuajó. Murió a los cuarenta de un ataque al corazón. Mi bisabuela se quedó sola con tres criaturas. El dueño del campo le permitió quedarse hasta encontrar a dónde ir. En ese tiempo comenzó a vestirse con la ropa del muerto. De noche y de día se mostraba en el monte con campera, pantalones, sobrero y una escopeta. Quería que los merodeadores supieran que había un hombre cuidándola. Desde entonces, siempre siguió vistiéndose así. En sus últimos días, ya internada, trataba de convencer a una enfermera de que le permitiera dormir con su escopeta”.

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“Ninguna tela puede pensarse sólo como una tela. Cuando cumplí trece años me regalaron un talet. Un manto que cubre la espalda y los brazos y que se emplea en la tradición judía para orar. Una tela rectangular que termina en los extremos con nudos e hilos que cuelgan como memorias de un pacto con dios. Cuando le cuente a mi psicoanalista la prenda que no traje a la clase, me va a interpretar que no quise mostrar la hilacha”.


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“Transcribo algo que anoté en clase: ‘En la infancia nos aferramos a una tela para procurarnos compañía en la soledad. Una tela no cualquiera. Así lo leímos en Winnicott, quien -a mediados del siglo pasado- llamó ‘objeto transicional’ a la mantita, frazada, peluche, que nos sirven de apoyo, calidez, abrazo, cuando comienzan las separaciones”.


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“Me siento a gusto bajo el manto de la noche. Amo habitar la casa mientras mi familia duerme”.


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“La industria de la moda procede como los embaucadores del cuento de Andersen. ‘El traje nuevo del emperador’ o ‘El rey desnudo’ publicado en Dinamarca en el siglo diecinueve. La historia de un personaje embriagado de poder que cree en dos estafadores que se hacen pasar por sastres que dicen que le van hacer el traje más hermoso del mundo. Y que convencen a todo el pueblo de que los hilos que utilizan, tan delgados y finos, resultan intangibles e invisibles para la gente tonta”.


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“A veces, vestirse equivale a dar consentimiento o disentir con una mirada que lastima”.


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“Probadores de ropa sinceran los cuerpos. Desafían autoestimas o, como dirían en la cátedra, ‘ficciones de sí’. En algunas tiendas te mandan al probador como si te mandaran a un cubículo de castigo. Prueban si podés soportar la mirada implacable de sus espejos y la luz cruda de sus focos que resaltan lo peor. Sin contar las vendedoras que te dicen que todo te queda bárbaro”


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“El juego de los ropajes me recuerda la idea de ‘nuda vida’ de Agamben. La feroz desnudez de estos tiempos. Una desnudez que trasciende la de los cuerpos. Una desnudez sin amparos. Sin derechos y sin justicia. Una desnudez privada del don de una común hospitalidad”.


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“‘A dónde crees que vas con ese vestido’”.


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“La heroicidad no pasa de moda. La ilusión de poseer poderes excepcionales no pasa de moda. La fantasía de un traje, una capa, un collar, un anillo o un botón de la fuerza, no pasa de moda. Cansa no poder andar con la fragilidad suelta, sin talles ni medidas, con los colores que pinten cada día”.


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“El año pasado se quemó un taller clandestino que funcionaba a tres cuadras de mi casa en el barrio de Flores. Adentro vivía y trabajaba una familia que había venido desde Bolivia. A las criaturas las sacaron muertas. A la madre y el padre los llevaron inconscientes al hospital. Estaban ahí como esclavos. Tal vez, algunas de las prendas expuestas hoy se cortaron y se cosieron en ese sótano”.


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“De la lectura de ‘Roberto Arlt, yo mismo’, la presentación que Oscar Masotta escribe en 1965, me acordé de una observación que hace, al ver la ropa que lleva puesta en una fotografía: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas que se estrechaba en forma grotesca en su pecho. Un traje perfecto salvo por el detalle de que había sido hecho a medida, por un famoso sastre, para un compañero (hijo de un juez con mucho dinero) al que le rogó que se lo vendiera”.


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“Durante seis meses acompañé a una mujer que se estaba muriendo. Hablábamos poco. Solía dormirse tomada de mi mano. Me hizo prometerle que el día de su sepelio me iba a ocupar de que le envolvieran el cuello con una bufanda de alpaca que se olvidó su amante la última noche que pasaron juntos”.


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“Me ayudó leer en ‘El imperio de lo efímero’ de Lipovetsky, publicado para la misma época en que se estrenó la película de Wenders, que la fabricación industrial de ropa coincidió con los tiempos de las sociedades de masas que atenuaron diferencias entre clases sociales. Y que, por eso, entre otras cosas, para evitar la igualación de la producción en serie, la gente rica necesitó lucir modelos exclusivos de grandes artistas de la ‘Alta Costura’”.


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“La familia de mi madre no se reúne para festejar, sino para librar una lucha de clases. Sus hermanos, después de los abrazos, enseguida despuntan las primeras ironías. Ante las primeras escaramuzas alguien propone tratar de no discutir esa noche. Pero llegando a los postres el enfrentamiento se vuelve encarnizado. No están de acuerdo en nada. Al final uno de mis tíos siempre termina la pelea diciéndole al otro: ‘La mortaja no tiene bolsillos”. Pasaron años hasta que supe que se llama ‘mortaja’ a la vestidura con la que se envuelve un cadáver antes de su entierro”.


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“Millones. Abandonan lugares en los que nacieron. Tierras secas e inundadas. Se van sin nada. Antes y después de las bombas. No tienen a dónde ir. Mueren o sobreviven yéndose. Sobran. Una ropa limpia. Una ropa cualquiera. Algo para seguir perteneciendo a la civilización”.


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“Escuché a José Mujica hacerse esta pregunta: ‘Si Uruguay tiene tres millones y medio de habitantes, ¿por qué importa veintiocho millones de zapatos cada año? ¿Acaso somos un cien pies?’”.


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“Recuerdo ‘Vestida para matar’, una película que Brian De Palma filma en los años ochenta. La historia de una mujer casada, en terapia con un psiquiatra, que se atreve a tener un encuentro casual con un desconocido. Pero que, a los pocos minutos, termina asesinada con saña en un ascensor por una rubia, con anteojos oscuros y un impermeable negro, que lleva una navaja. No se sabe si el título de la película responde a cómo estaba vestida la pobre mujer que tuvo una aventura o a la enigmática figura que la mata”.


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“Un simple pulóver azul puede convertirse en una trampa mortal. Como le sucede al protagonista del cuento ‘No se culpe a nadie’ de Julio Cortázar que termina cayendo de un piso doce enredado en un pulóver con la cabeza metida adentro de una manga y los dos brazos atrapados en las cavidades de esa enmarañada lana azul”.


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“Me gustaría saber sobre uniformes. Sobre los uniformes de la muerte de los ejércitos de todos los tiempos. Sobre la indumentaria de mercenarios y personajes de las películas que imaginan el fin del mundo. Saber sobre indumentarias en las iglesias y en los hospitales, en las bandas de rock, en las tribunas de fútbol o en las gradas de las canchas de tenis. La docente de mi práctico comentó sobre un libro que creo se llama ‘Historia social del arte de la vestimenta’”.


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“Un poema de Alejandra Pizarnik lleva este título: ‘Sombras de los días a venir’. Dice: ‘Mañana / me vestirán con cenizas al alba, / me llenarán la boca de flores. / Aprenderé a dormir / en la memoria de un muro, / en la respiración de un animal que sueña’”.


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“Disculpen que interrumpa este momento emotivo, poético, filosófico, pero hay un lado B de la ropa. Estas inofensivas envolturas -que nos ubican en un lugar social, nos contagian eróticas y nos obsequian la ilusión de lo único- están destruyendo el planeta. La industria de la ropa contamina el mundo. Montañas de prendas se incineran, se entierran, se depositan en vertederos. Uno de los basurales más grandes está en el desierto de Atacama. La fabricación desenfrenada crece todos los años. Obsolescencias programadas aseguran ganancias. La industria de la indumentaria consume enormes cantidades de agua y contribuye al calentamiento. El poliéster tarda doscientos años en descomponerse. El capital acumula basura. Mientras acá nos entretenemos curioseando secretos íntimos, identificaciones, ternuras, el mundo se acaba. No lo tomen a mal, pero en la Facultad venimos muy atrás respecto de las cosas que están pasando”.


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“Recuerdo un poema mapuche (Lalen Kuzé) que piensa lo que llevamos puesto como obra de una sabia araña tejedora. Como demora de hiladoras que acarician con sus manos lanas de ovejas que luego tiñen con colores de plantas y flores. Como poéticas del abrigo que protege la piel del mundo”.


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“Una tía de mi mamá hacía vestidos para sus sobrinas. Ellas le llevaban modelos de revistas. La tía tomaba las medidas de los pechos, de la cintura, de la cadera, del largo. Tenía un centímetro de plástico que se enrollaba y desenrollaba. Dibujaba con un lápiz la forma del vestido sobre un papel extendido sobre una mesa que servía para los cortes. Eso se llamaba hacer el molde. Aseguraba con alfileres cada molde sobre la tela. Uno para el frente y otro para la espalda. Con una tijera de modista cortaba la tela. Después cosía las partes. Muchas veces a mano. Tengo el recuerdo de mi mamá parada frente al espejo y la tía haciendo ajustes con tizas y alfileres sobre su cuerpo”


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“No traje ropa. Estuve mirando desde la silla en la que ahora estoy escribiendo. Observé todo lo que pude. En un momento me surgió esta imagen que comparto: Tanto va el cántaro a la fuente que al final, un segundo antes de que se rompa, la fuente le pide al cántaro que esa vez ponga más cuidado”.


*****


34.

No se propone la escritura como una lluvia de ideas para, al cabo, seleccionar las mejores. Un común pensar acontece como precipitación interminable. Diluvio pensante que sólo se interrumpe cuando ya no se puede con tanto. Tal vez pensar consista en eso: asomarse al no se puede con tanto. Aventurarse a ese vértigo, abismo, intemperie, sintiéndose al abrigo de lo común.

 

35.

Algunas presencias vuelven a sus casas con las prendas que trajeron. Otras las intercambian o las regalan. Alguien cortó su remera para repartir los pedazos.



Verónica Scardamaglia - Napoli - 2025 - Fotografía toma directa
Verónica Scardamaglia - Napoli - 2025 - Fotografía toma directa

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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