“Como ese sutil pellejo del que las cigarras se despojan en verano”.
Lucrecio.
La denominación empleada aquí es aparentemente homónima –sólo eso– a la del “grupo de formación”, tal como ha sido fijada por las distintas variantes del “grupismo”. Sin embargo las nociones de grupo y formación se encuentran absolutamente desligadas de las que guían la “Dinámica grupal” desde sus comienzos (Bethel, 1947) y sus versiones nacionales, sea la función-grupo de la corriente americana (T-Group), la franco-americana de “Grupo de diagnóstico”, o la adaptación francesa de “Grupo de base”.
Las consideraciones de este texto proceden de fuentes y universos diferentes. Su dimensión apenas indicativa responde al sostenido y eficaz desencuentro del M.H. y el psicoanálisis, el surgimiento novedoso de un pensamiento transdisciplinar y las fisuras, cada vez más acentuadas, de las concepciones unificadoras (2).
El sentido de estos trazos es el de esbozar un conjunto de problemas acerca de los grupos-formación:
Uno y otro concepto han sido, en su momento, ocultados o puestos de relieve con idéntico afán o exagerado énfasis. La historia del maridaje de ambos términos no deja de ser atrayente. Se unen con extremo cuidado, disputan sus procedimientos (la formación “en espejo”), pelean sus modalidades (“directiva” o “no directiva”), discuten sus valores finalistas (“mejorar al ser humano” o “adaptarlo a lo existente”), ponen en cuestión sus prácticas (en favor de la “libertad”, sujeto de la acción o de la “sujeción”, objeto de la misma).
De pronto se anudan de manera impensada, con placer confusional. Grupo es todo y “totalidad”, sea grande o pequeño, sólidamente construido o lábilmente agrupado. Se lo puede apresar por la regresión libidinal y la idealización de un sujeto, idea o resto mítico. Se lo puede ver marchar con uniforme o caminar sigilosamente con sotana. La vestimenta simbólica poco importa, pues las invariantes que lo conforman han sido apresadas en su esencia.
Pero también formación es todo. Puede ser económica, activa o reactiva, definida o inespecífica. Como tal atraviesa los comportamientos y actitudes, la adquisición de habilidades, destrezas o la producción de conocimientos.
Claro que varios aspectos han sido elididos y eludidos por el matrimonio. Así el “grupo de formación” semeja una totalidad vacía, a la que se accede inmediatamente y que, por esa misma razón, no necesita justificar ni articular sus determinaciones internas. Surge como una “intuición plena”, y de ese modo pretende desarrollarse todo el campo en el cual transcurren las experiencias ya clásicas de estas formas “grupalistas” es decir de los grupos volcados sobre sí mismos, admirados de su propio ombligo, y de serlos del resto del mundo.
Así, por ejemplo, mediante el “staff abierto” los participantes podían –y pueden– realizar su propio diagnóstico del funcionamiento que los envuelve. Un paso histórico más e importante y estaremos ante la ilusión autogestiva.
No es el propósito del escrito bucear en tales ligazones. Este trabajo pretende, conscientemente, ser una sinopsis incompleta e insuficiente, donde algunos aspectos han sido pensados y otros dejados de lado (por ejemplo el análisis acabado de la formación, su sobre-determinación institucional, el juego grupo-institución, las ideologías inscriptas en lo grupal etc.) (3). Ellos han sido y serán objeto de otros escritos (4).
La idea de una panorámica, a la manera de un efecto cinematográfico, apunta a mostrar los innumerables senderos que “culebrean” hacia un cambio buscado y unificado desde las diferencias, es decir, desde múltiples viajes de descubrimiento e invención. La noción de invención no es algo casual o relacionado externamente con la formación, si no está unida intrínsecamente a ella. En esta orientación resulta imposible mencionar siquiera uno de los vocablos sin especificar el otro. La idea de formación, por ejemplo, tanto conceptual como históricamente queda indefinida, usada como un simple adjetivo, si no se la conecta con la productividad de formas, la generación de multiplicidades imaginadas e imaginarias, invenciones simbólicas y fantásticas, y niveles de materialidad no previstos ni estipulados en ninguno de los registros existentes (5).
Hacia una idea de grupo.
Cuando hablamos de grupo, y específicamente del que demanda formación, parecería que todos sabemos de qué se trata. Pero esto, tan sencillo, a medida que vamos delimitando en qué consiste un grupo de personas, sus reglas de juego, comunicaciones, engarces informativos, tramas identificatorias, soldamientos transferenciales, etc., adquiere una complejidad inusitada. Es más: el término grupo abarca conjuntos tan diferentes que denominamos tal a otros fenómenos. Esto obviamente, ocurre por una razón. Como todos hemos nacido dentro de un grupo familiar, hemos tenido un grupo de amigos, hemos pertenecido a un grupo de trabajo, etc.; en una palabra, como desde pequeños nos movemos en y entre distintos colectivos, creemos saber todo lo relativo a sus pivotes. Con ello enfatizo algo no tan superficial como podría parecer (aunque es en lo resbaladizo de las superficies donde se pierde pie), el supuesto mismo de tal creencia, o sea que desde el siglo XV cualquier sujeto posee una representación y evocación de grupos de remisión, sean cuales fueren éstas. Hasta la época indicada (en el capitalismo planetario actual el funcionamiento grupal interiorizado es automático), eso era imposible, y no precisamente a falta de “realidades grupales”, sino de las mutaciones histórico-productivas, artísticas, institucionales y conceptuales que pudieran convertirlas en campo de investigación.
Todavía una acotación. Si no queremos naturalizar el concepto de grupo, es decir, proyectarlo hacia atrás y dotarlo así de una hueca validez universal, debemos marcar sus condiciones de surgimiento (sin contrabandear lo histórico en las escolares rescensiones etimológicas) y las constelaciones asociadas, opositivas o complementarias a su utilización.
Pliegues.
Haciendo una sucinta indagación, veremos que las opiniones sobre lo que es un grupo son tan distintas como amplias y confusas.
Para unos un grupo será la fila de gente que espera el autobús. Para otros, los obreros que construyen los vehículos que circulan diariamente por el campo y la ciudad. Igualmente alguien dirá que un “gran grupo” dio el grito patriótico en la plaza tal en un día memorable.
Y así constataremos que el mismo término se aplica a diversos “repertorios empíricos”.
Las fusiones e indistinciones que señalo aquí pueden sonar demasiado conocidas para un lector desavisado. Pero no se trata de algo familiar, sino de la noción de ejemplo, a menudo confundida con la mención anecdótica (“éramos 6 personas, de pronto Luis dijo..., lo cual muestra...”). La mención anecdótica, abundante en los escritos sobre grupos, lo único que muestra es una ligera forma de traducción). Por el contrario un ejemplo se constituye a través de complejos quehaceres y formas de transmisión (pensemos en la energía o el dinero cuando juegan como ejemplos), y atraviesan reiteradamente textos de distintas épocas, que acuden a ellos para reconstruirlos de acuerdo a lo que intentan evidenciar.
Observemos el asunto más de cerca.
La gente que espera el autobús no conforma un grupo, sino un agregado, sus elementos comunican poco y nada entre sí, están ansiosos por la llegada del transporte para tomar cada cual su rumbo. Carecen de un fin común, por eso son un agrupamiento serial, no un grupo.
La conjunción de agrupamiento serial proviene de concepciones tradicionales, progresivas (el sujeto como número de una serie), sobre las masas. Ha sido reelaborada en una perspectiva dialéctica por la teoría sartreana de los “colectivos”.
Sin embargo la serialidad introduce algunos dilemas cuando se la usa rápidamente. A veces surge unida a la regresión serial, otras al grupo en sus comienzos (hay que recordar que en el pensador francés comienzo se opone a origen, de igual manera que lo perdido al encuentro). Pero ella queda indeterminada si no se la concibe dentro de la “génesis ideal” que plantea Sartre. De modo que la serialidad no entraña el primer momento cronológico, intermedio o final, de un grupo, sino la noción que posibilita captar ciertos devenires grupales, así como el espectro de sus regresiones a lo “práctico inerte” (estratos cristalizados, burocracia), que pertenecen generalmente a una serie temporal “avanzada”.
En el segundo ejemplo, el de los obreros que arman vehículos, tampoco se trata de un grupo. Ellos trabajan dentro de una fábrica, con máquinas de alta complejidad tecnológica, deben producir en tanto tiempo tal o cual pieza, responder ante férreas exigencias administrativas, etcétera. Aquí estamos ante una institución (fábrica) que contiene en su interior “racimos” grupales y no puede confundirse con un grupo, sea éste grande o pequeño. Tampoco con un microsistema o intergrupos relacionados de diversos modos. Las normas, reglamentos, objetivos de producción u otros son fundamentales, y las distintas tramas personales y sectoriales, siempre serán subordinadas –salvo casos límite– así tengan un carácter instituyente.
El encadenamiento heterogéneo que mencionamos, no permite que una institución se confunda con su “armado visual”, con aquello que se ofrece a nuestra percepción y apreciación como un establecimiento determinado. Tampoco se diluye en los dispositivos (por ejemplo grupo de encuentro, grupo-análisis, socio-análisis, etc.) que alimentan ciertas intervenciones definidas. Ni en aparatos especializados que responderían al esquema reproductor de un estado cuyo fin es la dominación mediante la represión directa y mediata. Ni se las puede captar bajo el repertorio de funciones al que respondería su creación. Ni comprenderlas como meras redes simbólicas o artificios candorosamente idealizados.
Las instituciones serían más bien las resultantes y generadoras simultáneas, de las múltiples relaciones diferenciales entre las dimensiones señaladas y sus puntos de fuga.
En el tercer caso la gente que se da cita en la plaza para expresar su fervor nacional, su consenso frente a una política, o lo contrario, tampoco forma un grupo. La congregación de individuos, los vínculos que se establecen entre ellos, el sentimiento personal hacia su líder, (el presidente), los convierte en una masa restringida, es decir, una multitud que concurre a un lugar para expresar una adhesión o rechazo patriótico. Pero los grupos no pueden localizarse por los rasgos de una masa social-histórica definida, por la “masificación” que los atravesaría, etc. Tanto el número de sujetos que la componen como los móviles que los reúnen son distintos a los de un grupo; además los lazos y relaciones con su líder son cualitativa y cuantitativamente diferentes.
Esta aclaración sería ociosa si el asunto de la masa no se hubiera pegado “indiscerniblemente” al de los grupos.
Antes de Freud, trazando una línea de demarcación arbitraria, se la percibía bajo una serie de procesos (regresión, mínimo nivel intelectual, violencia indiscriminada, etc.) que caracterizarían a un conglomerado en el acto de invadir el espacio público para imponer sus exigencias reivindicativas o revolucionarias. Así la masa surge amalgamando los distintos grupos que la componen, y “uniformando” al individuo, el que según sus “peculiares” conformaciones psíquicas, estaría en franca oposición (mayor raciocinio, menor idealización, etc.) con los fenómenos “indeseables” que impulsan a la muchedumbre.
Con Freud se generan avances insospechados en la problemática de las masas y los grupos “artificiales” o “naturales”. Pero muchos equívocos permanecen sin revisión ni modificación alguna. Mecanismos de unas se endosan a otros y semejan tener el mismo poder constitutivo y explicativo. Lecturas y traducciones sesgadas excluyen todo aquello de los autores tratados que no armonice con lo que se busca probar (por ejemplo, en su interpretación de G. Tarde, desaparecen los aportes contemporáneos de este autor).
Ciertas nociones obsoletas en su tiempo (por ejemplo “alma colectiva de las masas”), siguen formando parte de su vocabulario.
Y así podríamos seguir puntualizando verdaderos “lapsus” de Freud que mostrarían la verdad de sus pasiones, pero también el lapsus de la verdad que manifiesta sostener una masa de seguidores.
Re-pliegues.
Después de Freud, amputado y descontextualizado, se habla trivialmente de los “efectos de grupo”, cuyo núcleo “consiste en agregar obscenidad imaginaria al efecto de discurso”. Todo aparece en el registro de una efectuación siniestra en cuanto favorece la idealización de un supuesto centro, líder o conductor, quienes detentarían un poder omnímodo y obturador de las producciones individuales (6). Eso se generará por el mero hecho de estar en grupo. Además de los problemas que trae aparejado el en... –indica el nivel de creencia imperante en los grupos– nótese el raso empirismo que alimenta la imputación. Así, se ha “nombrado al grupo como el lugar de despliegue de la obscenidad que el imaginario presenta...”.
Pero seamos un poco estrictos. No dejemos que cualquier vocablo se ponga a danzar locamente por un soplido. Condenar al grupo como “el lugar de despliegue de la obscenidad”, significa anular sus diferencias en una sustancia universal llamada grupo. Mediante ella se realiza un doble pasaje ilegítimo. El primero responde a la urgencia de una formación psicoanalítica determinada y, a la vez, movida por una intensa participación. Y ello debe ocurrir sin caer en las manipulaciones, excesos e idealizaciones que son la “esencia” misma de los “agrupamientos de personas”. Así se pasa de los fantasmas, tejidos durante los procesos grupales, a una fantasmagoría opinática y prejuiciosa sobre los mismos.
El segundo, alborotado por la obscenidad, adjetiva el asunto de la ética psicoanalítica (no taponamiento del deseo), reduciéndola a la moral del psicoanalista (reglamentación de sus aspiraciones según la corporación a que pertenezca).
En ambos casos se ejercita una errática lectura de “Psicología de las masas...”, extrapolando conceptos de un ámbito experiencial –todavía regido por aproximaciones balbuceantes– y de análisis a otro donde todo se valida mediante una ignorantia non docta, que recusa lo estipulado con afán sacral.
Lo anterior, como es obvio, hace referencia a la “espinosa invitación al duelo” del Cartel lacaniano, disparado con un espíritu fundamentalista ajeno a la iniciativa del mismo Lacan, quien señala: “Yo estoy en esto para una función muy precisa, que sería esta cosa que escribí y de la cual seguramente nadie se ha dado cuenta porque no es más que un mauvais dessin (mamarracho) “. O sea: algo bocetado de cierta forma para que los miembros de la Escuela freudiana pudieran “representar” su papel en la plaza pública.
El Cartel permitiría explorar una manera de trabajo y realizaciones específicas no teñidas por los tan comunes –y ello es cierto– empastamientos grupales.
Aunque su elaboración –la “esperanza” de Lacan, como diría G. Pommier– estaría alejada del sesgo erróneo, desde cualquier punto de vista, que le han dado ciertos acólitos ignorantes de las resonancias que portan sus oraciones cuando afirman: “Se trata de encontrar las vías que permitan rescatar la marca única (¿Stirner redivivo?) que caracteriza a cada sujeto para que sea posible la creación.” (¿Hablar con tanta frescura en psicoanálisis?).
Crece la glosa y con ella la incomprensión del pensamiento inaugural. Para Lacan la marca única sería lo, inefable. En cambio lo “relativamente cognoscible” es el Uno que marca a cada uno según su diferencia (singularidad irrecusable del “rasgo unario”). Distinción, a su vez, entre teología e intento de formalización, aceptable o no, lógico-matemática.
Por otro lado ninguno de los resultados obtenidos hasta ahora sobre el funcionamiento de los “carteles” garantiza con cierta fiabilidad la des-idealización que postulaban sus formulaciones básicas. Y esto porque ella no se instaura por mandato.
Las enredadas historias de las prácticas grupales e institucionales, narradas unas, aplastadas por las “coartadas transferenciales” otras, sin testimonio escritural la gran mayoría, muestran como, en el transcurso de un funcionamiento específico, un líder eventual asumirá su rol absorbiendo, de modo fugaz o con cierta permanencia, la función “más una” (7) monitor-forma significante, “siempre desconocida”, distribuida mediante un esquema :de rotación (8) a la que irá escalando, desde el “uno en más”. O sea: el sujeto , hablando con los términos de la doctrina analítica.
El cartel es un “modo de producción” –hay quien lo nombra así– que omite determinar cuáles serían las fases concretas de su propio trabajo de constitución-disolución.
De ahí que se auto-proponga como superación normativa –según consta en su “acta” fundante–, de lo que en otras instancias ha sido vivido, sabido, conocido, ignorado, denunciado como “manipulación sicalíptica”, estudiado en sus formaciones imaginarias peculiares e imaginado de múltiples maneras.
Y todo ello ocurre porque el Cartel es realmente una consecuencia elaboradísima, una “producción autogestiva” (Lacan la esboza en el auge de los métodos autogestionarios) de equipo que funciona sólo dentro de un régimen de prescripciones estatuidas, que abarcan una “posición acerca de la transferencia”, sobre la “transmisión”, en relación a la “obediencia de los principios rectores” y la estructura “escuela”.
Sin esa “red” sería un mero agregado improductivo (aunque ella tampoco afianza lo contrario), fundado sobre una trivial y narcisista pasión disgregadora.
A la voluntad funcional del Cartel, tal como la expresan ciertos fieles, le correspondería el grito y la rúbrica: “¡Basta de jefes! El Jefe.”
Trazados.
Valgan los señalamientos globales realizados hasta aquí para que el lector ocasional de estas notas perciba que subyace, histórica y nocionalmente, en los mismos.
Considerando el asunto desde otro ángulo, vemos que los grupos han sido mixturados y confundidos, no sólo con las formas mencionadas, sino también con fenómenos organizacionales o con estructuraciones (por ejemplo, la del trabajo) que responden a distintas leyes, genealogías, determinaciones conceptuales, puntos de abordaje y modos de intervención específicos.
Hasta ahora hemos marcado lo que un grupo no es. El camino negativo nos enseña a diferenciar y reflexionar sobre lo que nos interesa, aunque resulta insuficiente. También debemos decir lo que va siendo un grupo referido al aprendizaje-formación, que poco tiene en común con la pedagogía o la terapia como se las concibe habitualmente.
Un breve excursus.
Los llamados grupos terapéuticos no comportan un universo autónomo, sino un dispositivo particular describible. Una vieja tradición oponía esos “desprendimientos” de las prácticas médicas, a las “acciones” pedagógicas que estaban ligadas a determinados niveles educativos (formales y, más tarde, informales cuando fue necesario contemporizarlos con la rotación laboral).
Generalmente las experiencias terapéuticas en o de grupo requieren formas asistenciales ante pedidos de continencia o apoyo durante un tiempo limitado. La relación contractual, los métodos y técnicas empleados son parte de repertorios normalizados según sea la orientación o elección del terapeuta. Sin embargo, más allá de los beneficios o daños ocasionados, la noción de grupo terapéutico es una descripción de los modelos de salud (“resolución de conflictos”, “adaptación global o parcial”, “bienestar”, etc.) y enfermedad (“anomalía”,“disfunción”, “descontrol”, “imposibilidad de manejo del entorno”, etc.) que guían sus respectivas acciones curativas. Asimismo, permiten medirlas en sus aspectos efectivos, es decir, en términos de efectos. “Descripción de modelos” de salud y enfermedad e intento de “medición en términos de efectos” curativos son los rasgos básicos de los grupos terapéuticos (9), fuera de los procedimientos o modalidades instrumentales adoptados.
Sólo desde instancias que contemplen el mayor número de variables intervinientes y de explicaciones posibles, “montajes” terapéuticos, pedagógicos, operativos, etcétera, podrán superar el recorte empírico sobre el que modelan sus diversos quehaceres y trascender hacia lo grupal como dimensiones constituyentes de lo social-histórico, condición inmanente de existencia y razonabilidad de los grupos mismos.
Grupo –aprendizaje.
Tenemos a la vista dos términos: grupo y aprendizaje.
Por razones expositivas daremos cuenta de ambos por separado. Después los ligaremos para hablar, entonces, de proceso de aprendizaje grupal.
En primer lugar, tratemos de saber qué es un grupo. Este puede referirse como un proceso desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros singulares (10).
Dejamos de lado el cotejo con otras definiciones. Primero, porque no se trata de definiciones (referirse no está usado al azar). Finalmente, porque los manuales están atiborrados de estipulaciones sobre lo que es un grupo, y todas ellas compiten por lograr la “felicidad”. La indicación que ofrezco es decididamente “infeliz” (productivo-deseante), como lo que pone en marcha algo descompuesto, donde al movimiento precede un interrogante y éste genera, por el movimiento mismo, un resultado más valioso –impulso de otros aconteceres–, que el de una simple respuesta. Pues lo “infeliz” es enemigo de la quietud.
Por otro lado una conditio sine qua non de esta problemática es la puntuación estricta del nivel de análisis y lo que incide en él, así como las claves (encuadre, interpretación), instrumentos (elementos gráficos, variaciones temporales, recursos materiales) que se usarán en cada intervención.
Más aún, es necesario hacer un recorrido por esos múltiples senderos teóricos y periciales, que se manejan en las actividades grupales, para deconstruirlos desde su interior (11). Prescindir de esa labor sirve de excusa para adoptar posiciones “superadoras”. Pero una vez realizada, omitirla es una grave irresponsabilidad profesional.
Aquí sólo se afirma que los métodos, técnicas, procedimientos, herramientas, etc., están ligados a las situaciones en que se aplican, ya que sus marcas iniciales son “relaciones de aplicación”, y no algo que ocurre a posteriori.
Asimismo ciertas “esencias” grupales (afinidades, supuestos básicos, fases pautas cronológicamente, etc.) existen sin duda alguna, pero de la misma forma en que existe la televisión como “esencia” del hombre moderno.
De esta manera hemos delineado un grupo en general, sea grande o pequeño el número de sus miembros, se trate de un grupo bio-energético o de diagnóstico. Pero nos falta delinear por qué, además, ese grupo es de aprendizaje-formación.
Pasemos al segundo término.
¿Qué es aprendizaje para nosotros? Lo que se nos ocurre inmediatamente es ligarlo a otro vocablo, enseñanza.
Así tenemos: enseñanza-aprendizaje. Como un coordinador anuda, combina, ayuda a transformar la serie de mensajes discursivos, metalingüísticos, conceptuales, corporales, trans-corporales que el grupo va gestando, entonces cabe preguntarse: ¿Qué es enseñar? (12) ¿Será dar información abundante sobre tal o cual tema? ¿Aportar nuestras ideas y opiniones sobre el asunto tratado? ¿Mostrar, enseñar, sabiduría, erudición, un aparato de interpretación, emblemático, etc., sobre lo que deseamos transmitir, o alguna cosa parecida?
Antes de contestar las cuestiones previas debemos reconocer dos cosas. La primera es que la enseñanza arcaizante se manejó con muchos de los criterios que señalamos. Y todavía los sigue utilizando. Inclusive sus pervivencias golpean en el centro de experiencias formativas que se pretenden absolutamente innovadoras.
Lo segundo es nuestra posición al respecto. Es sencilla y responde de manera amplia a todos los interrogantes: enseñar es, fundamentalmente, dejar aprender.
El epigrama significa en términos genéricos, “dejar ser” lo que se pueda, más allá de cualquier ilusión de “querer ser”.
En este aspecto dejar aprender entraña que cada uno, “aprehenda” como es en el horizonte de sus posibilidades. Como se habrá notado en ambos casos dejo paso al libre juego del infinitivo (enseñar, dejar aprender) y a una posición del inconsciente, como infinitas producciones deseantes, sólo capturadas en las representaciones que nos hacemos de las mismas.
Tal afirmación liga la enseñanza al aprendizaje y nos pone en la situación de contestar ahora la pregunta: ¿qué es aprendizaje?
La respuesta será de tenor tan simple como la anterior: aprender es poder recibir, elaborar y experienciar conocimientos, afecciones, formas de pensamiento, prácticas diferenciales, etc., de acuerdo con nuestros mecanismos personales de captarlas, movilizarlas y potenciarlas transformativamente.
Tanto los modos de conocimiento como de pensamiento son concebidos y ejercidos a la manera de complejos movimientos simbólicos dotados de una eficacia particular. Y ésta depende de la “economía libidinal” que se pone sobre el tapete en cada ocasión. Reducir tales “movimientos” al espacio gnoseológico, las formulaciones categoriales, nocionales, de ámbitos teóricos o disciplinarios, indetermina y deja incomprendida la producción inconsciente que los alimenta. Aunque ella precisa ligarse con dichos ámbitos, dejarse atravesar por las “especificidades” que los caracteriza, para mantener su vigencia explicativa y no caer en la enunciación de generalidades mudas, en cuanto más parecen decir.
Obviamente surge un asunto insoslayable, y es el de, la gran cantidad de mecanismos que se ponen en funcionamiento y actualizan, cuando los abordamos desde el ángulo señalado.
Así tendríamos para pensar la movilización de ansiedades (depresiva, paranoide, confusional), resistencias (positiva, negativa), modalidades transferenciales (recíproca, múltiple, lateral), estudiadas y tipificadas en extensos tratados provistos de ocurrentes, a veces originales, sistemas de clasificación (véase, Rapaport). Todos ellos poseen opiniones más o menos implícitas sobre las emociones. Pero, salvo contadas excepciones (por ejemplo el objeto a de Lacan, cuestión a ser elaborada y que no puede esquivarse adjetivamente), carecen siquiera de una tímida aproximación a una concepción del afecto.
Esto merece una rápida explicación. Cualquier forma de ansiedad puede ser comprendida bajo aquello que desde Aristóteles hasta Sartre sin Spinoza (13), abarcaron las teorías clásicas sobre las emociones. O sea: una estructura intencional (en función persuasiva, significativa, según se tome Aristóteles o Sartre), un objeto o medio concreto que las provoca, y algún tipo de evidencia fisiológico-conductual que siempre las acompaña (rubor, palidez, calma, irritación, etc.).
Y bien, esas notas se tejen con los afectos, pero no dan cuenta de lo que son. Quien trabaja con grupos terapéuticos, de encuentro o psicodramáticos se topa frecuentemente con estados de angustia, donde uno o varios de sus miembros están impedidos de alcanzar cualquier representación. Sufren una dilución de pensamiento (y no dispersión o confusión que comportan asociaciones de elementos lejanos o muy próximos); un fraseo negativo indeterminado a nivel personal o impersonal (“no sé...”, “no se entiende...”, ante enunciados sencillos); un proceso animaginario e ideativo (al sujeto le resulta imposible formar alguna imagen o idea sobre una situación particular), etcétera.
Es notorio, entonces, que en un estado de angustia quedan aniquiladas las posibilidades de representación (sea del mundo o del self) e inscripción, lo cual produce una abertura por la que entrarán, sin mediación, realidades heterogéneas, espesas, contundentes. Las emociones desconocen esta “indefensión” básica que atraviesa y hace estremecer los cuerpos, por eso constituyen, regularmente, “sistemas defensivos”, ”representativos” que pueden ser previstos, controlados. De ahí que existan métodos más sofisticados para ayudar al “control emocional” y, por qué no, a la domesticación social.
La vecindad necesaria.
Resumamos los aspectos que hemos considerado hasta el momento. Son básicamente cuatro: lo que un grupo no es; lo que un grupo es de manera extensa; nuestra idea de enseñanza y de aprendizaje-formación.
Todos ellos son centrales para referirnos a un proceso grupal como el que deseamos apuntar en este trabajo.
Ahora intentaremos ligar lo que veníamos tratando de forma separada. Por eso ya no hablaremos de conjuntos indistintos, aprendizaje o enseñanza, sino de grupo-formación.
Es necesario hacer, a esta altura, una rápida aclaración y diferenciación. Al hablar de grupo-formación lo hacemos con toda la intención de distinguirlo de eventuales recepciones en grupo.
Cuando un núcleo de personas escucha relatar “puntos de vista sobre acontecimientos de la víspera”, exponer “actualizaciones sobre la cuestión ideológica” o “el problema de la subjetividad moderna”, asisten a la dramatización eventual de un “conflicto” o “escena significante”, por ejemplo, están haciendo un aprendizaje en grupo, puesto que se “encuentran (y desencuentran) todos juntos”. Algunos intervienen preguntando, actuando, observando, respondiendo, cotejando en silencio, etcétera.
Pero todavía se sabe poco y nada de las relaciones de los concurrentes entre sí, cómo se perciben, qué se adjudican y asumen, cómo elaboran las complejas informaciones alternativas y simultáneas, coherentes y diseminadas, qué funciones tiene o tendría cada miembro de ese supuesto grupo, cuáles serían las redes que se tejen, los nudos afectivos y los aconteceres que los deshacen constantemente. También se ignora si cada sujeto desea cooperar de modo efímero o en continuidad, etc. Y lo que falta en este chisporroteo no es precisamente una “representación de grupo” –me atrevería a decir que sobra (ver página 36)– o que hay una “pluralidad de individuos”, momentos míticos e ideológicos, que no puede saltear ni ontologizar el coordinador o terapeuta, sino que las ausencias determinantes son las producciones deseantes del grupo como tal.
Cuando lo que esbozamos acontece, podemos augurar que la “grupalidad” comienza a “edificarse” y que un proceso formativo es posible.
Previamente habíamos caracterizado al grupo en general. Retomemos la signatura, añadamos algunos rasgos y situemos el problema de esta forma: un grupo-formación es un proceso desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros singulares reunidos témporo-espacialmente para impulsar ciertas finalidades comunes.
Sin embargo, esta semblanza es parca. Se requiere un espectro más afinado, puesto que los integrantes permanecen, además, conectados por esquemas y estilos ramificados.
Tienden a cerrar el grupo sobre sí mismo, mediante ilusiones y mitos configurativos. Así intentan volcarlo en sus repeticiones de origen, edipizarlo de manera consecuente. Pero esa reiteración lo es también de un fracaso. Los caminos deseantes producen brechas que revelan a los temas tabúes, ilusiones, mitos, identificaciones quebradas por dentro, sin posibilidad de unificarse (grados de transversalización) si un funcionamiento –coordinador, terapeuta– no colabora activa, interpretativa e idealizantemente para que eso suceda.
Por otro lado, comparten determinadas reglas (contractuales, “decirlo todo”, “autonomía de pensamiento”) y pautas (asistencia, participación) esbozadas de manera consensual. Y en relación con una tarea que todos los componentes están de acuerdo en generar, recreándola en constantes invenciones.
Aquí cabe hacer una dilucidación lateral imprescindible.
El concepto de finalidad aplicado a la generación de una tarea se opone, desde el pensamiento más temprano, a los de fin u objetivo. De ahí mi extrañeza cuando los observo tomados como equivalentes, “la tarea, finalidad u objetivo” “la tarea, el objetivo” “el fin o la tarea”, etc.
La tarea en un grupo-formación posee una finalidad (formas peculiares de su ejecución), y ella contempla objetivos o fines (circunscriptos en cada etapa grupal), que siempre deben ser puestos conscientemente.
Mientras la finalidad está dada por el movimiento productivo inconsciente.
Una puntuación diferente de lo mismo.
La noción de tarea está estrechamente ligada, en mi opinión, a las infinitas maquinaciones deseantes.
Sería indeseable asociarla a las ideas de la tecnología educativa, productivista, de la “ingeniería social” terapéutica, o de otro cuño, como son las de objetivos (generales, específicos, de áreas, por sesiones) metas o logros (14).
Es preciso entender que las fusiones y confusiones apuntadas producen estragos durante el trabajo grupal; en la codificación de la demanda, en el ejercicio de las funciones de la asunción-adjudicación de roles, liderazgos, derivaciones, en la modalidad de la información, coordinación y en un retorno pavoroso a las consignas de “organicidad” “sistematicidad” y bloqueos similares.
Ahora es conveniente destacar algunos rudimentos del montaje que venimos con-formando.
1. Si antes dijimos “conectados por esquemas y estilos ramificados” es porque resulta capital, en un grupo-formación, la pertenencia (15) de cada uno de sus miembros a la red de acontecimientos que propicia. De ello depende la calidad “estimativa” de lo generado. Pero esto no se da “por pases mágicos” continuas verónicas que hacen los grupos para autoidealizar y clausurar sus espacios. El coordinador debe actuar intensamente –lo cual no significa de “modo activo”– para orientar sus realizaciones particulares.
2. Acotábamos que los integrantes “comparten determinadas reglas... y pautas (16) esbozadas de manera consensual”. Esto significa que, sin poner ciertas formas de trabajo conjunto, discutidas con los propios hacedores la formación se ve disminuida, habitada por dificultades que, con el tiempo, se tornan insalvables. Del mismo modo que la pertenencia es el resultado del intercambio en el grupo, la solidaridad es su autoproducción real. Invocarla como un valor a priori, desconociendo la agresión, es una ortopedia cargada de mesianismo. Por aquella, las reglas y pautas no sólo se vuelven implícitas y cohesivas para el grupo, sino regulan su funcionamiento. Mientras la tarea, por su vera, constituye el motor de las finalidades grupales, dejando de ser paulatinamente un “punto o meta a alcanzar”, para convertirse en mecanismos que impulsan diferentes “aprendiendo a pensar”.
3. Concluíamos, “en relación con una tarea que todos los componentes están de acuerdo en generar, recreándola en constantes invenciones”.
Ya ofrecimos una idea precisa de la noción de tarea, sus estipulaciones pragmáticas, el desgaste y el olvido que la invadió. Si no se la libera de la respuesta cosificadora a una pregunta mal formulada (¿cuál es la tarea?), su creciente deterioro será inevitable.
Que la tarea se recree en continuas invenciones quiere decir llanamente que se produce. Y dar cuenta de su análisis es hacerlo de los meandros que intervienen para darle nombre. Tarea abochornada cuando se la manipula tratada como un dato, inscripta en circuitos, instancias o cristalizaciones semejantes, donde la tarea es un “lugar” entre otros, al que después se le encabalgarán “registros” productivos y deseantes.
Así demarcada y molarmente superpuesta debería tener un apelativo más cercano a su ser: pizza estructural-funcionalista.
La tarea, como es dibujada en este horizonte conceptual, se va tramando con el consentimiento de todos los miembros, puesto que “no es impuesta” ni finalística y menos cuando la concurrencia a las sesiones es de carácter voluntario. De ahí que posea un rasgo consensual (17) desde el que se van ordenando series de acontecimientos sobre los que incidirá el coordinador o terapeuta.
Secuencia ilustrativa.
Ofreceré algunas ilustraciones imperienciales (18) que permitirán captar mejor las consideraciones efectuadas hasta el momento y el diseño de ciertas “vías” estratégicas posteriores. En esta ocasión deseo apoyar los relatos sobre dos ejes (19). Los titularé: Inconsciente, seriamente inconsciente y el parapeto terapéutico.
1. Inconsciente, seriamente inconsciente (producción de sentido).
En 1980 me solicitaron un curso para un grupo universitario, con la orientación en que venía trabajando, sobre: “El inconsciente. Su importancia para la relación entre los fenómenos institucionales, grupales e individuales.” El rótulo abarcaba un seminario que se dictaba para varias áreas, invitando en cada ocasión a un coordinador diferente, el cual cumplía varias funciones durante los seis meses de duración del curso.
La Universidad (20) requirió un curriculum apropiado es decir, con antecedentes en este tipo de labor y un esbozo del programa a desarrollar. Hasta ahí el encargo. Cómo fuera viabilizado dependía del acuerdo que yo pudiera establecer con los asistentes al curso, quienes fijarían las demandas a medida que fuesen apareciendo (clivaje grupo-institución previsto en las estipulaciones contractuales de esta última).
Mi primera acción fue hacer una rápida encuesta, consistente en una sola pregunta escrita, distribuida entre los participantes. La misma era: ¿Cuál es su noción de inconsciente? La extensión de la respuesta dependía de la voluntad del consultado, puesto que toda contestación abierta puede cerrarse en función de un contenido disciplinario. El resto estructuraría los temas y las series temáticas concretas, surgidas del grupo mismo, generalmente contrarias a los objetivos institucionales, y el perfil de los futuros integrantes.
Unas semanas después volví a repetir la encuesta, en los términos siguientes: “Con las palabras que usted desee especifique una noción de inconsciente. Trate de ser lo más preciso posible.” Al redundar la indagación cambiando su forma (pasaje del “enfoque personal” a uno ampliado, exigencia de la oración final), contrastaba las devoluciones precedentes, hacía un seguimiento y armaba las líneas de tarea conducentes.
El análisis conjunto del material evidenció que un alto número de réplicas –63 %– deslizaba bajo la idea de inconsciente categorías ético-morales “perimidas”. He aquí algunas de ellas: “esfera donde no cuenta la responsabilidad del sujeto”, “flujo, cósmico trascendente a cualquier moral”, “aquello que no reconoce ningún fin ético”, etc. En una palabra, lo que la ética imperativo-formalista llamaba “inclinaciones” (por ejemplo: Kant, “Crítica de la razón práctica”, “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, etc.). Por mi parte, al leer esos verdaderos “documentos” meditaba sobre la época que recupera y habita imaginadamente cada uno cuando escribe, sueña o actúa.
Pero, además, ¿qué posibilitó la información emergente del grupo mismo? Propició considerar aspectos lateralizados en el programa inicial, modos de transmisión restringidos y una redefinición global de las hipótesis básicas. Para ese grupo la corrección y explicación adecuada del concepto de inconsciente, según Freud, no era pertinente, pues ya había señalado el camino desde el cual deseaba entenderlo. El mismo se bifurcaba en tres huellas inconscientemente trazadas. La primera retomaba el arcaísmo del siglo XVIII, para actualizar a su manera la problemática del inconsciente. Otra captaba el error como necesidad de su historización, errar por las distintas e inéditas formas de ser significado. La última arrastraba un verosímil cultural (valor-poder de una ética represiva), depositado en la creencia individual.
Finalmente, estos fueron los componentes claves del curso, de los temas a exponer, de las investigaciones propuestas y de la movilización que caracterizó al grupo, hasta el término del semestre.
¿Cuál fue mi función y funcionamiento en todo ese proceso? Sólo una: escuchar con la oreja del cuerpo y el cuerpo como oreja. Y uno, además: leer desde el corpus escrito al cuerpo que es atravesado por esa lectura (21).
En esta breve narración no puedo indicar todos los pormenores que surgieron, para ser estimados, durante la imperiencia. Sin embargo, llegué a una conclusión provisoria: cualquier tipo de grupo, dadas sus condiciones institucionales y socio-históricas mínimas, ofrece una información tan compleja como pertinente para su desenvolvimiento. Perderla es simultáneamente olvidar su coordinación-fundación (terapéutica o no) para adoctrinarlo en alguna dirección. Y que el adoctrinamiento sea bueno o malo es una cuestión derivada.
Habla del ingrediente teológico que adereza al olvido.
2. El parapeto terapéutico (antiproducción significante).
Se trata de un grupo constituido desde hace tres años. Es conducido por dos terapeutas, La sesión que utilizo como ilustración comienza sin uno de los integrantes, que llega treinta minutos después. El padre del mismo padecía una esclerosis en placa y estaba en el tramo final de su enfermedad.
Al principio todos los presentes preguntan por el faltante. Se interesan –y lamentan– por el estado de su progenitor. Cuando aquel arriba nadie lo saluda. Cae literalmente en un rincón, allí permanece con la mirada perdida y el cuerpo ausente. Los terapeutas observan algunos movimientos de lugar, realizan un señalamiento sobre el “interés desmesurado del grupo por las piruetas sexuales de Gabriela con su marido”, un miembro agrega sus propias “cabriolas sexuales” a las de Gabriela, otro recuerda las que su padre le prohibía, alguien dice “si no, se asocia cierto asunto con esto”, etc. Así va transcurriendo la sesión, mientras los conductores se han sumado al hablado desvío del grupo. Cercano al final un terapeuta demanda: “Si nadie quiere preguntarle algo a Fernanda.” La mayoría comienza a interrogar atropelladamente al sujeto de referencia (“¿Cómo está tu viejo?”, “¿Cuál es el último diagnóstico?”, “¿Vos estás bien o hecha polvo?”, etc.), que mantiene un obstinado silencio, el cuerpo recogido casi en posición fetal, la mirada en un punto del horizonte y una ligera mueca sustituye a la sonrisa forzada.
Un miembro manifiesta en ese instante: “Bueno, en este padris ya hubo mucha muerte, podemos hablar de la vida sin culpa, ¿no? Otro empieza a balbucear: “El pez...” Uno de los terapeutas lo interrumpe bruscamente y dice: “Este grupo siempre está hablando de la muerte. Muerte cuando no puede, muerte cuando puede menos o en la impotencia que los ataca frente a ciertas situaciones o al buscar trabajo como Martín. ¿Qué es la vida sin estar relacionada a la muerte: un significante vacío, una ilusión con autonomía propia, un vitalismo estúpido. La muerte es finitud, lo que da significado y consistencia a todo lo que hacemos cotidianamente. Gabriela anda por todos los restaurantes con su pareja porque le falta lo que encuentra en esos lugares y, desde esa falta, Agustín puede invocar la vida, caminar todos los días hacia su oficina, ir a la facultad, relacionarse con la gente que le gusta, escaparle a los que no 'traga', todo eso que uno hace constantemente... ¡Uh!, ya es la hora. Bueno, hasta la próxima.”
El grupo se queda un rato más, intercambiando nuevos teléfonos con Fernanda –su padre está a punto de morir–, quien durante la larga intervención del terapeuta continuó en su posición inicial, indiferente a cuanto había escuchado.
Después se despiden amablemente, mediante promesas de “encontrarse para tomar café”, “comer”, “hablar a fondo”, etc.
¿Qué hizo el terapeuta durante su extensa alocución? Según pienso, realizó cuatro deslizamientos “sintomáticos”.
Primero. Esquivó poner su cuerpo como “interpretante” de la carencia de padre real que sufriría Fernanda en un tiempo brevísimo. Así repudió el acto de contención que requería la paciente, para poder simbolizar, a través de la cercanía física, una situación desestructurante.
Segundo. Ocluyó la elaboración del grupo respecto del “terrorismo de Estado, estado de ánimo” (así condensado, por quien dice “bueno, en este padris ya hubo mucha muerte...”) inmanente, desestimado como explicación estricta de las fantasías que cargaba, ese colectivo.
Tercero. Convalidó su función a nivel de refrán y metáfora para los fantasmas que alimentaban los participantes. “El pez... por la boca muerte”, lo transforman en “pescado” por el grupo, que jamás recupera el más mínimo elemento de su alocución. Simultáneamente impone a su cuerpo como una inmensa boca que devora al grupo, o sea, lo obliga a callar de manera “impertinente” sobre sus deseos.
Cuarto. Evadió una interpretación situacional, fraguando una sofisticada construcción resistencial hacia una densa afectividad grupal que lastimó su capacidad de devolución.
Las gruesas pinceladas de las ilustraciones anteriores colorearán la mayor parte de las notaciones que haremos más adelante.
Bosquejo de una figura-función múltiple.
Espero haber llamado la atención sobre algunos de los puntos anclados bajo la “sencillez” de ciertos aconteceres grupales. La extrema complejidad que los penetra desde infinitos ángulos institucionales e históricos es, en cada instante y en sí misma, un proceso real indisoluble. El arte de desmenuzarlo exige desarrollos particulares –que trascienden los límites de esta propuesta introductoria–, esquemas inacabados en perpetuo devenir.
Hasta culminar el texto sólo podré contornear un leve dibujo de los problemas que todavía faltaban plantear, junto a otros que apenas quedarán enunciados.
Planos.
Teniendo en cuenta los cruces transitados, surge una pregunta: ¿Cuáles serían los planos sobre los que debería intervenir el coordinador de un grupo-formación? Serían prioritariamente dos. Uno, trazado por la finalidad del grupo, sea por ejemplo: “Conocer las propiedades, argumentaciones y cientificidad de un discurso” o los “determinantes del sufrimiento de un paciente”.
Otro, estaría diseñado por el tratamiento del tema que circula en direcciones imprevistas. Así actúa sobre los formandos, a nivel de contenidos (significado del tema como elemento componente) y de potencialidades temáticas generativas (el tema como figurador de sentido), donde los registros gnoseológicos y vivenciales tienen una eficacia preconciente inapreciable.
Los enlaces de ambos planos y los miles de anillos que giran a su alrededor eslabonan los interminables puntos de fuga del “aprender a pensar”.
Líneas acéntricas.
Recorren el grupo, forcejean en sus distintos “lugares” volviéndolos atópicos, excluyen los centramientos imaginarios, conjugan tensiones, traicionan intenciones, deforman fines cuidadosamente programados, muerden justamente en la mitad de un objetivo fijado con exactitud, haciendo de él un subjetivo deseado con anterioridad. También se esfuman prendidas de una mirada, impulsan una palabra certera, un gesto cortante, retornan en una atmósfera tenue o alimentando climas agobiadores. En esa urdimbre se trata de aprender a escuchar y mirar (la pulsión escópica es una clave de la coordinación), lo que hacen, dicen, anudan, separan, fabrican, desconectan, ilusionan, alucinan, etcétera, los miembros del grupo.
Esto es capital para dosificar las reacciones contra-transferenciales que envuelven al coordinador cuando enfrenta a sujetos y sucesos tan intrincados. Si a ello le agregamos los “cuadros” afectivos que desencadena toda la intervención en los diversos integrantes, comprehenderemos (22) que saber escuchar (con la oreja del cuerpo y el cuerpo como oreja) y mirar (distribuciones espaciales, como alguien “no puede ver” a un distante, mientras “le echa el ojo” a un próximo) son las llaves para que un grupo siga desarrollando su tarea.
Aprender a escuchar y mirar, son acontecimientos sin ningún parentesco con la organología conductal del oír y el ver. Las técnicas que prescribe esta última, mistifica la cantidad, unidireccionalidad, cronología, etc., de las comunicaciones y resultados. Las constelaciones de los primeros tiende a la calidad, polivalencia, multiformidad temporal, etc., de las informaciones en términos de transmisión conceptual, interpretaciones o señalamientos terapéuticos.
Pointes.
Ligeros, estáticos, pesados, fuera de foco, dinámicos, desordenados, así van seriándose los pointes de la información que proviene del grupo y circula hacia él. ¿Pero qué mantenemos con la noción de información?
Recuperamos en ella el cielo multifacético de lo emitido, sus angularidades y direcciones enunciativas, las condiciones “intrínsecas” de recepción, así como todo lo que se elabora y ocurre durante dicha codificación.
Abarca, por lo tanto, mecanismos inéditos de transmisión, comunicaciones no equilibradas e “impertinentes” para los modelos normalizados de intercambio lingüístico (importancia revelada por la crítica al esquema comunicacional de Jacobson), las formas de las acciones que juegan en cualquier información, sea cual fuere su fuente y los actos formantes que ella implica.
Ahora señalemos los rasgos salientes que debería tener para resultar apropiada e incidente en un grupo-formación.
Será necesario organizarla en una cadena relativa con dos pendulaciones básicas: montaje parcial y decodificación lenta.
Entonces se requerirá:
– Que sea reductiva por parte de quien informa y captada en su exacta dispersión cuando viene del grupo.
– Que pueda ser asimilada en su modalidad relacional, no puntual ni positiva, por todos los formantes (incluido como una formación grupal más, el descentramiento del coordinador).
– Que sea precisa y escueta; es decir, que sirva sólo como un disparador de la “verdadera”información que producirán los distintos miembros.
– Que tenga un cierto aspecto de incompletud, puesto que el abrochamiento circunstancial de la misma se dará siempre fuera de su lugar originario.
– Que esté ligada y contrapunteada con las diversas series de sentido que inaugura cada nuevo curso de la tarea.
– Que se oriente por una problemática en la cual adquiera capacidad de existencia e insistencia.
Según entiendo, el tránsito incansable por todos esos senderos posibilitará que el coordinador sea un observador audible y un atento escucha. De tal manera, se transformará en recurrente y “pertinente” la información que brinda y la que va gestando el propio colectivo.
Al equivocarse el momento de las devoluciones, su monto informativo, la función del “copensor”, de imponerse un estilo de aprendizaje o terapéutico, etcétera, es casi inevitable que los grupos se alienen en el “pegoteo de la transferencia” o queden peligrosamente sujetados al ejercicio gimnástico de las interpretaciones.
El abanico de sus consecuencias (23) no puede desplegarse como una totalidad a priori. Pero algunas merecen destacarse con nitidez.
Empastes.
Palabras espesas, miradas grumosas, gestos taponantes y otros gradientes son los riesgos del coordinador. Como captura tejidos de signos, tramado de fuerzas y demás fabricaciones inconscientes mediante sus “expresiones manifiestas” puede caer en un abuso, ausencias y confusiones mantenidas como sacramentos.
El abuso consiste en invadir al grupo con una seguidilla interpretativa que obstaculiza sus ramificaciones y alcances. Esta es la amenaza constante de la plus-interpretación, subordinada a la creencia resistencial del “monitor” de que su misión unilateral es la de interpretar.
Las ausencias vuelan como esquirlas de la plus-interpretación mencionada. Así los señalamientos y correcciones de los impedimentos, carencias o situaciones progresivo-regresivas de lo que opera el grupo se eluden completamente. Por eso, a menudo lo que aparece como defensa del mismo a entrar en tarea, o a caminar sobre un “hilo conductor”, no pertenece tanto al conjunto como a su guía. En esas circunstancias es frecuente observar lo contrario, o sea: las resistencias epistémicas y emotivas del “copensor” desplazadas al grupo.
Las confusiones las delimito fundamentalmente en dos aspectos. El primero se refiere a las extensas intervenciones de ciertos “analistas” con escasa o ninguna práctica grupal, que son, en realidad, construcciones propias de comunicaciones entre colegas y que los integrantes no alcanzan a entender ni a elaborar.
El segundo, apunta a un campo de indiscriminación y se une de manera circular con la “actuación” plus-interpretativa. Su fin es poner en escena una obra cuyo protagonista sea la “inteligencia”, un modo privilegiado de la fascinación significante. En tal escenario las interpretaciones no se manejan en los territorios que el grupo, borronea (elaboración de un concepto, modificación de un punto de vista, troca de un afecto, etc.), sino que se dirigen al universo de lo interpretable, aquello a tener en perspectiva, pero que no autoriza a lanzar una plastra interpretativa sobre el grupo.
Broches.
Después del breve recorrido crítico, nuestra semblanza de lo que sería el acto interpretativo. Podríamos considerarlo como: el momento particular de las devoluciones significativas que reorientan el sentido del proceso grupal y también lo cualifican . Tal restitución puede darse en varias dimensiones (contenidos, unidades temáticas, alivio de montos ansiógenos, etcétera) y asimismo en las superficies del grupo mismo, en un vínculo interpersonal o en una circunstancia sujetal.
Además, el acto interpretativo transcurre en condiciones de implicación, complejas e irradiadas que guardan profundas diferencias con las que se importan de otros dominios.
Las indicaciones sugeridas a lo largo de estas páginas son operables con la inmediatez de un recurso técnico o prescriptas como recetas para “dirigir óptimamente sesiones grupales”. Estas panaceas tienen la existencia y obsolescencia que rigen al mercado.
Mientras escribía se colaron una serie de interrogantes que angulan el trabajo. Aprovecho para volcar algunos de ellos: ¿Mistificar los grupos? ¿Ilusionar que sus canales son más propicios para las creaciones duraderas? ¿Que la salvación está asegurada sólo si se pertenece a un colectivo?
Mi respuesta a las que históricamente surgieron como preguntas incondicionadas y retóricas, no puede dejar de estar teñida de un cauto escepticismo. En ellas hay demasiados sobreentendidos que el tiempo ha convertido en francos malentendidos.
Pero qué “agregar” de los groseros, cuanto más refinados apologetas del “individuo”, de los inquisidores de la “obscenidad grupal”, de la “reificación institucional” y del “aquelarre de masas”.
Devaneo de las imputaciones y esclarecimientos subyacentes en las primeras cuestiones.
Clima de persecución en las ordalías de las segundas y el mismo “efecto de fascinación” que ejercía aquel personaje en cuyos brazos todos deseaban arrojarse, aunque en sus manos nadie quería caer.
Ni. Ni. Quizás el laberinto de la multiplicidad, guiándose por un delgado filamento que ilumine los recodos donde la verdad desespera.
Marzo de 1987.
Notas al pie.
1. En estas reflexiones dispares convergen más de veinte años de labor institucional y privada con la práctica del grupo-formación, la que todavía en 1983 llamaba, por seguir el uso conocido “de formación”. A través del mundo (el cual atrae toda mi atención desde un artículo escrito en 1972), que despliega el término formación, podría repensarse una tradición de lo grupal por-venir.
2. Asimismo, no cabe contemplar las elaboraciones actuales en algunos de los caminos –sin duda útiles y enriquecedores– de la didáctica grupal. Ellos están impregnados históricamente por las nociones de “metodología”, “motivación”, etc., e invadidos por los manejos técnicos, la “transparencia” de los procedimientos y una didascalia fácilmente comunicable.
3. Es preciso tener en cuenta durante la lectura del escrito que las nociones de “aprendizaje” o “aprendizaje-formación”, son parcialmente homólogas. Se habla y demarca el aprendizaje en esta forma grupal, y no el establecido por ciertos mecanismos, sean por “imitación”, “reforzamiento”, “identificación”, “elaboración de conflictos” o mediante una “concientización” genérica.
4. Por ejemplo, “Formación de ideologías en el aprendizaje grupal”, Lo Grupal, Ediciones Búsqueda, “Grupo e Institución” (inédito), etc.
5. La complejidad que reviste dicho croquis va siendo desplegada en diversos textos. Es de una esterilidad proverbial congelarlo en definiciones o clasificaciones exhaustivas. El movimiento de su fundamentación, lo que inaugura, sus condiciones prácticas, etc., son los únicos modos de existencia que reconoce.
6. Aunque como dice Lacan respondiendo una conclusión apresurada de Colette Soler relativa al “más uno” y el líder: “No hay mucha certeza de que (la cosa) sea tan simple.” Si a ésta agregamos la puntualización del mesurado M. Safoan, veremos que la simpleza es la de los apenas iniciados en tales lides: “En este aspecto –aclara Safoan– creo que no existe ninguna organización que pueda eliminar la jefatura de una comunidad.” Y sabía muy bien lo que estaba enfatizando.
7. Así se la conciba como un “conector” del Cartel con el resto de los espacios que componen la escuela freudiana. O como un sostén de la relación que cada uno pueda tener en su trabajo, con lo que tiene que decir. O bajo la paradoja matemática de la “infinitud latente”, la función “más-una” no ha podido siquiera atenuar el jaque-mate de los procesos transferenciales en grupo, o en los “agregados” por afinidad y selección que definen a los carteles.
8. La póliza que representaría el mecanismo de rotación pre-asignado tampoco asegura demasiado, porque como asevera un participante de las Jornadas, “las 'rotaciones', jamás impidieron nada. Los comisarios se convirtieron en el 'pueblo' y los secretarios en ´generales´”.
9. Todavía falta realizar un trabajo que ponga de relieve las similitudes y diferencias de los distintos “conjuntos”. Por ejemplo, el acceso a un grupo terapéutico supone un padecimiento más o menos determinado, un cúmulo de información que porta cada integrante y que será la única manejada en las sesiones, etc. Esto no ocurre ni transcurre de modo idéntico en otras formaciones grupales.
10. Singulares, no individuales. Mientras el individuo marca el acabamiento del self como noción doctrinaria y, por lo tanto, “irrealidad concreta”, una singularidad existe sólo a partir de sus conexiones, vecindades y relaciones. No es significable ni pasible de ser absorbida en el plano categorial. Una singularidad es real cuando se practica y realiza como tal. Esto no entraña que “individuo” sea inoperante, sino que posee la eficacia, en sentido estricto, de una “idea fuerza”.
11. Para una fundamentación de esta aserción pueden consultarse los escritos Crítica y transformación de los fetiches, Ed. Folios, y Elucidaciones sobre el ECRO. Un análisis desde la clínica ampliada, Lo Grupal 4, Ediciones Búsqueda, 1986, Buenos Aires. A nivel teórico y casuístico, subrayo lo que debería comprender el acto de análisis, indagación y supervisión de un material concreto.
12. Enseñar antes de tener cualquier connotación educativa, implicaba situar a un formando en la dirección de su pedido, ponerlo en contacto con su ad-petitio, con su propio deseo. Este es el sentido de enseñar que nos importa.
13. Cuya teoría de los afectos (modos, pasiones y acciones) era el núcleo de la función orientadora de la ética y la antropología política.
14. En la teoría de los grupos operativos la noción de tarea posee un lugar privilegiado y una función constitutiva. Sus etapas, pre-tarea y tarea, sus planos, manifiesto-latente, su ligazón con un proyecto y los conceptos asociados a cada instancia (ansiedades básicas, pertenencia, afiliación, cooperación, saboteo, comunicación, tele, reproyección del conjunto, etc.) son capitales para entender ciertos niveles vinculares de la estructuración grupal, los cuales señalan a su vez los límites actuales de dicha teoría. En ella no se ha despejado todavía el “fantasma cronológico”. Falta esclarecerlo adecuadamente para alejar equívocos. Sus fases parecen deslizarse sobre un eje sucesivo del tiempo. Tampoco se ha impulsado, con investigación alguna, la propuesta fundante de Pichón Rivière sobre el particular; o sea, la articulación entre el concepto de trabajo en Marx y el de elaboración psíquica en Freud, de cuya intersección surge la noción de tarea, cifra de todo su esbozo de psicología social. Esperemos que en el futuro estos problemas despierten el interés de los continuadores de esa teoría.
15. La noción de pertinencia, ligada a ésta por contigüidad y sonoridad, toca a otro nivel de fenómenos. Por lo tanto no puede ser apareada integrando el mismo “registro”.
16. Son básicamente reglas y pautas de juego que posibilitan un “pensamiento en curso” y un “curarse de...”, el ejercicio de una “pasión absorbente” o una “afección descontrolada”. Como reguladoras y continentes se oponen a los rituales burocráticos y a la destrucción por la destrucción, es decir, a todo formalismo.
17 El mismo ya requiere el fortalecimiento constante de la tarea en el ámbito que, natural e históricamente, le es más propicio: el polemos. La alusión polémica, el contrapunto, los debates múltiples, afirmativos de la multiplicidad, garantizan la diferencia interna que la constituye.
18. No se trata de ningún jueguito de palabras. Corresponden a mi experiencia de coordinador, supervisor y analista institucional. En estos raccontos debe caer el prefijo ex y su lugar ser ocupado por el posesivo invertido. Cuando esa imperiencia sea generalizable y compartida en una comunidad determinada, entonces, se podrá hablar de experiencia. Mientras tanto pondremos entre paréntesis su uso común.
19. Podría considerar un número mayor, pero juzgo que como muestras son suficientes.
20. Universidad Nacional Autónoma de México. Su tradición liberal a nivel académico es reconocida internacionalmente.
21. A esta forma de lectura la denomino “parásita”. En sus vericuetos circulan los afectos más potentes y todos sus recursos están dotados de gran analiticidad, paciencia (“dejar venir”) y pasión. Tienen una marca similar a los fenómenos transferenciales, que molestaban a Freud por su “fuerte contenido afectivo” (“Recuerdo, repetición y elaboración”, “Observaciones sobre el amor de transferencia”). En ese tiempo solía designarlos como “modalidades parasitarias de la cura”.
22. La comprehensión actúa sobre lo que ha sido abierto desde la producción deseante grupal. Su significado difiere absolutamente de la comprensión (modo de explicación propio de las “ciencias humanas”), como la estipuló la Lebenphilosophie.
23 Contra muchas de las cuales alerté en el texto Apreciaciones sobre la violencia simbólica, la identidad y el poder, Lo Grupal 3, Ediciones Búsqueda, 1986, Buenos Aires.
Fuente: Lo Grupal 5, Ediciones Búsqueda, 1987, Buenos Aires.
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