Hace poco terminé un libro de poemas que titulé “Te miré fijo”. El libro cuenta la historia de un amor que queda atrapado en un solo sentido. El escrito se diluye en esa dirección donde no se puede correr la vista hacía otro lugar que ahí donde se encuentra la imposibilidad de la reciprocidad amorosa. Obcecado por la belleza inmóvil y solemne de un Amor, se sucumbe una vez más. Estanco se observa algo que no va para ningún lado. En cada poema se disecciona, como si fuese un cadáver, los detalles del cuerpo ya muerto de eso que no fue, ni será. Ante él no se llora desconsolado la muerte de un amor, como se explica en su dedicatoria, sino que se practica la distancia de los hechos, el recorrido de lo pasado, dando cuenta que los cuerpos no se movieron a ningún lugar: el amor romántico construye su morada en un ataúd. Como en la despedida de un muerto, en los poemas se mira fijo para retener “en las pupilas / como intento hacerlo ahora/ un poco desesperado/ frente a estas teclas/ escribiendo lo que recuerdo/antes de empezar/ a olvidar”. Ahí, en esa tentativa, aparece la escritura. Una escritura que, exasperada, vuelca en una noche en vela, como un velatorio a cajón abierto, todos los detalles de un “yo” que no pudo mirar a otro lado.
A punto de cerrar la tapa del cajón los poemas describen y re-editan otros romances donde se despierta a la fallecida institución del amor romántico. Se encuentra en esas horas de guardia ante el féretro un momento donde apuntar todo lo que se puede. Se necesita que esa noche en vela, esas horas de escritura permitan “revelar” antes que la tapa se encaje sobre la materia muerta, que gracias a la tanatopraxia se disfrazará de lozanía en esa última despedida. Pasadas unas horas y consumido el maquillaje que engaña al ojo, luego de que la madera pesada calcé hermética y no puedan olerse los jugos de la descomposición.
Tiempo después de terminar “Te miré fijo” aparece con mi encuentro “Tercer oído: relatos descentrados de una vanguardia” de Ana Longoni, publicado en octubre de 2021 por Caracol Ediciones. El libro, con la suavidad, rigurosidad y delicadeza intelectual con la que escribe Ana, es un ejercicio donde el oído se afina desde una sensibilidad de oráculo, como explica Fernanda Carvajal en la introducción.
En “Tercer oído” se hace el trabajo inverso al de enterrar amores inútiles e idealizados, escritos que parten desde un “yo” dolido. El libro de Ana es guiado por espectros y azares, embutes y místicas, tránsitos y desvíos de una vanguardia argentina de la que ella no fue contemporánea pero pareciera haberlo sido y que despliega en tres partes (Prefigurar, Apariciones y Desatascar). Entre la escucha clínica y el ejercicio de médium, Ana sabe dejar entrar lo que llega, como explica Carvajal en el prólogo. Con un gesto exhumador, Ana, hace el trabajo de antropólogos forenses y arqueólogos, en rastros y restos de lo que fue, revive a Masotta, Greco, Ruano, Carreira, Cerrato donde las cosas pasan sin esperarlo. En “Tercer oído” se intuye un modo de dejarse llevar sin saber a dónde pero con una precisión envidiable. Ana inventa un modo de investigar donde hay que dejar que la cosa pase, dando tiempo a la “reapertura del acontecimiento” (p.8). Abrir agujeros en el tiempo donde los relatos de su autora vivifican lo acontecido, un oído que se apoya sobre las superficies y puede percibir desde el “más allá” el musitar, una mano que escucha las vibraciones del acontecer histórico.
En Prefigurar se recupera la figura de Elda Cerrato quien “aprende y desaprende en cada lugar”, en cada movimiento. Ana escribe sobre esta artista de la vanguardia argentina recobrando experiencias de esoterismo que dan lugar a imágenes que producen más allá de lo que ella misma cree: “para lograr un desplazamiento del punto de vista convencional que permita percibir otros planos de la realidad” (p. 24). Ana relata a una Cerrato que expone la vulnerabilidad de una democracia fijada con alfileres luego del paso de la dictadura cívico militar. La escucha de Ana nos cuenta que “la memoria no es nunca materia cristalina, sino reverberación de un legado atravesado por las sombras y olvidos nos conforman” (p. 31)
En Apariciones, se despliegan las experiencias de Masotta y el grupo de Arte de los Medios. La relación que entabla con Masotta atraviesa cualquier espacio tiempo “Como si un espectro hubiera sido definitivamente invocado, después de décadas de silencio y borramiento, y se multiplicara su capacidad de provocar y conectar escenas distantes” (p. 36). Ana es testigo y, en alguna medida artífice “del descubrimiento de un intenso mapa afectivo” (p. 45). Artífice porque es ella la presencia que “abre camino” cuando repara en Masotta y comienzan las apariciones (la figura de Cloe Masotta, las facturas en Burberrys que evidencian el dandismo de Masotta , las consignas de redacción a alumnos de sexto grado sobre “Dios o Perón”, el “Manifiesto celeste” sobre la historieta, “el debate” sobre pornografía en Barcelona, el testimonio acerca del único encuentro de Lacan con Masotta en 1975, entre otras tantas).
En Canallas, la sensibilidad de Ana se deja interceptar por Greco y Masotta que le permiten explorar otros modos de hacer, de ocupar los espacios, construir pensamiento, practicar el arte y pensar. En este capítulo se detiene en coincidencias entre ambos como: “la posición de mantenido, del que vive de prestado, los coloca en una lógica contra-productiva, en confrontación a la idea de utilidad y reclamando su derecho a la inactividad o a la informalidad” (p. 56). Ana ausculta en ambos “un dandismo desaliñado” (Ibíd.), personajes que se componen como tal, uno como intelectual –sin título académico- el otro artista de VANGUARDIA (con escandalosas mayúsculas) sin legitimación del mundo del arte: “Estrategias de (auto)-invención deseante y desafiante” (p. 57). Cuerpos desplazados, incomodados, perturbados por sus propios derroteros donde su “condición errante no solo refiere a desplazamientos geográficos sino sobre todo a la movilidad en cuanto a roles cambiantes, inciertos” (p. 59). Ana encuentra en Masotta modos de improvisación teórica, señal de su modo de pensar “arriesgando conexiones e ideas a partir de elementos difusos” que le permiten “construir la propia imagen como pose o impostura” (p. 62), mientras que en Greco reconoce una “Parodia del prestigio simbólico” (p.74) que se condensa en una firma y se vuelve “vivo dito”.
En Desatascar, dos apariciones fotográficas develan momentos de la vanguardia argentina. Ana refresca el término “embute”, palabra que forma parte del código secreto de la militancia de los 60/70. El embute es un sinónimo de escondite que engloba “cualquier artilugio tan precario como ingenioso para trasladar una carta o la prensa prohibida, guardar documentos comprometedores, esconder armas, personas, vidas clandestinas” (p. 84.). El texto se centra en dos hallazgos, el primero de ellos la foto del “Charco de sangre” (1966) de Ricardo Carreira y el segundo, el momento justo en que Eduardo Ruano realiza el atentado apedreando la imagen de Kennedy en medio de una inauguración (1968). Acerca del hallazgo sobre Carreira, Ana revive el concepto de “deshabituación” del artista: “incomodidad como condición del arte de vanguardia, la imposibilidad de acostumbrarse al hecho artístico, de salir indiferente” (p.89), que activa en sus piezas y sus poemas. La aparición de la fotografía de Carreira pone en evidencia “la falta de registro” explica Ana, donde “la condición autodestructiva en la vanguardia argentina (…) Producciones efímeras, condenas a desaparecer como parte de su mismo programa” (p. 91). El segundo hallazgo corresponde a un momento del cual no se tenía registro, todavía: en 1969 Eduardo Ruano, con 23 años, “fue invitado a participar en el Premio Ver y Estimar (…) instaló allí en una esquina de la sala del Museo de Arte Moderno una vidriera que replicaba el panel oficial en homenaje a Kennedy, presidente norteamericano asesinado en 1963” (p. 94), como parte de la instalación colocó un ladrillo de plomo en el suelo. Con un grupo de amigos, al grito de “Fuera yanquis de Vietnam”, el día de la inauguración, se hizo del ladrillo, rompió el vidrio y rayó la imagen. Luego Ruano y sus compañerxs se retiraron de la sala, comenta nuestra médium. Para Ana esta escena es el inicio del itinerario del 68 (acciones y tomas de posición estético-políticas de la vanguardia de Buenos Aires y Rosario) y “es el acto, la acción colectiva de apedrear la imagen de Kennedy en medio del museo, producir un acto político en el seno de la institución arte” (p. 94). A través de la aparición de estos dos registros, Ana logra componer un relato conmovedor acerca de cómo pueden las imágenes como materia viva que sigue respirando desde su escondite.
Mientras en “Te miré fijo” los ojos no pueden dejar de mirar allí, en “Tercer oído” el órgano queda desplazado y la capacidad sensible exaltada. Ana “no toca de oído” acerca de lo escrito sino nos toca con lo le/o/ído.
Entre las marcas que quedan al costado de las hojas de Tercer oído me pregunto ¿se puede concebir una metodología académica donde tengan lugar la suavidad y lo contingente? ¿qué pases mágicos hace Ana para que su escritura nos permita vivir acontecimientos donde no estuvo pero a través de ellas logramos llegar? ¿cómo sería un embute digital? ¿cuántas más cosas estarán esperando ser descubiertas? ¿qué otros espectros se le acercarán? ¿el estilo de los relatos de Ana funciona como el happening “El helicóptero” o como escribir sobre Pop Art sin haber visto, como provoca Masotta? ¿puede Ana hacer que los personajes de los que se habla, sean más potentes que los propios personajes?
Mientras que en “Te miré fijo” se busca enterrar para degradar, volver tierra, la idea de amor romántico, en “Tercer oído: relatos descentrados de una vanguardia” parece “resucitarse” una materia viva que llama a un posicionamiento estético urgente que considere lo político desde una suavidad, que serena, puede oír ecos del pasado y percibe indicios de una presencia que aún no podemos nombrar.
Bibliografía:
Longoni, A. (2021) “Tercer Oído”. Ediciones Caracol. Buenos Aires.
Koralsky, N. (2021) “Te miré fijo”. Frágil Ediciones. Buenos Aires.
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