Hoy por la mañana caminaba por una calle del Barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires. Al pasar frente a una escuela privada vi unas aulas que dan a la calle funcionando en el subsuelo, con ventanas que daban al nivel de la vereda. Dos ventanas no muy grandes abiertas y sin iluminación natural en plena mañana. Unos 10 alumnos en total. Encerrados en un subsuelo en un edifico probablemente no pensado para ser una escuela. Tres nenas me miraron cuando me paré en la primera ventana. Perdón seño, pero las distraje… la maestra hablando. Todos sentados como momias. Cuando pasé por la segunda ventana,las mismas tres me seguían mirando… Pensé ¿será este un caso excepcional? ¿Habrá en este contexto de enseñanza presencial bajo protocolo, otras clases presenciales donde la situación de interacción entre pares y con el saber sea diferente?
El retorno a las clases presenciales en nuestro país ha generado un cúmulo de emociones y opiniones encontradas. Incluso yo que planteo ciertos reparos al retorno en este contexto epidemiológico, me sentí emocionada el día que se produjo la reapertura de las escuelas. Sin embargo, esa emoción sustentada en el valor que le asigno a la educación escolar no alcanza a despejar mis dudas sobre los beneficios de volver a la presencialidad ahora.
Sabemos que no hay pruebas concluyentes sobre los efectos de la reapertura de las escuelas en la expansión del contagio. Insisto: no hay pruebas concluyentes. Pero es un hecho constatado, que la apertura de las escuelas aumenta la circulación de gente y tenemos certeza de que el aumento de la circulación de gente propicia la circulación comunitaria del virus. Por ello, las medidas de cuarentena tomadas en la inmensa mayoría de los países y el cierre de establecimientos escolares en ciertos contextos epidemiológicos. Es necesario tener en cuenta que en nuestro país no hay sistemas públicos de traslado escolar. Ir a la escuela y volver de la escuela al hogar es un tema que se resuelve y se sostiene de modo privado. Algunos pueden llevar a sus hijos en sus autos, otros pagan transportes privados, otros emplean el transporte público haciendo uso de los boletos escolares con tarifa reducida. Sabemos que los medios de transporte son un lugar de contagio de riesgo alto sobre todo si hay hacinamiento como ocurre en muchos lugares de nuestro país. Solo basta mirar cómo van cargados los colectivos en este momento…. No obstante, se ha tomado la decisión de abrir las escuelas asumiendo el riesgo de aumentar la circulación comunitaria del virus.
La decisión del retorno cuidado a las clases presenciales se sostuvo en variados argumentos, pero dos preponderan: uno es el efecto psicosocial negativo que la falta de contacto entre pares tiene en niños, adolescentes y jóvenes. El otro es el efecto negativo que la falta de clases presenciales tiene en el acceso a la educación escolar y en el aprendizaje. También, se argumentó que la brecha digital y la falta de conectividad dejaron a muchos fuera de la educación escolar profundizando la desigualdad en el acceso.
Todos estos argumentos son valederos y atendibles. Sin embargo, no creo que la reapertura de las escuelas en este contexto epidemiológico logre subsanar los efectos negativos antes señalados.
No cabe duda de que el regreso cuidado a las clases presenciales requiere del cumplimiento de las pautas de comportamiento descritas en los protocolos de bioseguridad. En el imaginario colectivo esos protocolos se presentan como garantes del no contagio. Sin embargo, solo son herramientas para mitigar el riesgo del contagio dentro de la escuela. El riesgo baja en la medida en que se cumple de modo estricto con las pautas de bioseguridad.
Los protocolos elaborados en nuestro país siguen las orientaciones planteadas por diversos organismos internacionales. De ser aplicable la totalidad de sus pautas, funcionarían como una herramienta útil para el regreso cuidado a las clases presenciales. Pero sabemos que los mejores protocolos de bioseguridad pueden resultar inaplicables en ciertos contextos escolares. Me pregunto, ¿cuán seguras desde el punto de vista infraestructural eran nuestras escuelas antes de la pandemia? ¿Cuántos establecimientos escolares funcionan en edificios no construidos como escuelas? ¿En qué medida podremos garantizar en un sistema educativo como el nuestro segmentado y desigual un regreso cuidado? ¿Seremos estrictos en el cumplimiento de los protocolos o pasaremos por alto algunas de sus pautas?
Y aquí es donde quedamos encerrados en una situación paradojal. Cumplir el protocolo mitiga el riesgo de contagio, pero a la vez, ese cumplimiento supone una modalidad de vínculo en el seno de la comunidad escolar que lesiona las posibilidades de encuentro entre sujetos, cuerpos, voces en vivo y en directo, que la modalidad presencial se supone puede brindar.
Así, la interacción entre pares, una de las pérdidas asociadas a la virtualidad, en la enseñanza bajo protocolo se torna un simulacro: alumnos y alumnas sentados como petrificados, escuchando al docente. Aulas sin bullicio, sin risas, sin susurros a escondidas para que no escuche la seño. Aulas que meten miedo. Docentes astronautas desplegando estrategias de enseñanza protocolizadas que rememoran lo peor de la enseñanza tradicional. Quizás algunos docentes se encuentren felices en este nuevo escenario, pero otros, los más inquietos, seguramente lo estén sufriendo. De ello derivamos qué puede suceder en términos de aprendizaje. ¿Resultarán estas clases presenciales de pedagogía protocolizada más eficaces que las virtuales en términos de apropiación de saberes? No lo sé. Me permito al menos plantearme la duda.
Quedar encerrados en esta situación paradojal es sin dudas el mal menor frente a la posibilidad de expandir el contagio asociada a una no aplicación de los protocolos.
Quizás podría haberse esperado a avanzar en el plan de vacunación para reabrir las escuelas. Los grupos familiares ampliados que conviven con adultos mayores estarían más tranquilos.
No se juega el destino de la Patria en la no asistencia a estas clases presenciales protocolizadas. Tampoco se acrecienta el rezago escolar por esperar unos meses más. ¿Quién puede afirmar con rigor científico que lo que no se aprendió en un año escolar no puede aprenderse luego en menos tiempo?¿Quién puede afirmar sobre la base de evidencia empírica que las clases virtuales fueron un fracaso en términos de aprendizaje?¿O que se aprendió menos en estas clases que concurriendo a la escuela?
Intuyo que cumplir con la rutina de ir a la escuela en este contexto responde más a exigencias de la organización familiar (difíciles de postergar) asociadas a la reactivación de la actividad económica, que a la necesidad de brindar la oportunidad de encuentro entre pares y de aprender saberes relevantes. Ambas necesidades en el contexto actual se encuentras atrapadas en la paradoja de aplicar el protocolo de bioseguridad.
Ir a la escuela hoy puede nutrir la ilusión de retorno a un tiempo pasado. Un pasado que no volverá, para bien o para mal según sea la perspectiva desde donde se lo mire. No olvidemos que la garantizar la presencialidad en muchas regiones de nuestro país es más un deseo que una realidad. Barreras geográficas, ausentismo del alumnado y del plantel docente, falta de escuelas, e incluso falta de docentes en determinadas áreas del saber y en determinadas regiones, impiden el cumplimiento efectivo de los 180 de clases presenciales desde mucho tiempo antes que la pandemia fuera declarada.
Por ello, el diseño de un nuevo sistema de enseñanza escolar que combine de diverso modo la virtualidad con la presencialidad según diversas variables (nivel educativo, modalidad, localización geográfica, tipo de saber a enseñar, entre otras) se presenta hoy como un imperativo para garantizar desde el Estado el ejercicio pleno del derecho a la educación escolar.
En cualquier caso,ese nuevo sistema de enseñanza -que hoy algunos denominan híbrido, mixto, combinado, semipresencial- tendría que tener como horizonte la emergencia de una educación escolar más inclusiva, igualitaria y más justa. Tres objetivos hasta el momento no cumplidos ni en la virtualidad ni en la presencialidad.
*Profesora de nivel inicial y de escuela primaria, Licenciada en educación, Magister en educación y sociedad, Doctora en ciencias sociales. Ex investigadora de área de educación de FLACSO Argentina, ex funcionaria del ministerio de educación de la Nación, Ex miembro staff del IIPE UNESCO Bs As.
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