Está lloviendo y las gotas se estancan en las rejas de la ventana a medio cerrar. La manija que tiene es de plástico y está rota, alguien decidió arreglarla con cinta scotch. Mientras tanto las gotas se juntan unas con otras, quedan colgadas y reflejan la poca luz del día que traspasa esa capa compacta de nubes, algunas se mueven por el viento, otras caen.
Nos sentamos uno de cada lado de este pequeño escritorio. Tiene unos ojos brillantes color gris, oscuros como este día, como las rejas o las paredes de las casas del barrio sin pintar. La mugre le cubre el rostro y unas ojeras enmarcan su mirada profunda, esos espejitos grises se vuelven los protagonistas de la escena.
Hablamos y hablamos durante casi hora y media. Me cuenta lo que fue, lo que es, y que hace mucho tiempo se siente solo. Me habla de algo encarnado ahí adentro en su pecho, cosido tan fuerte que es casi imposible deshilar. Eso está conectado a sus ojos, dice, y a veces, los hace llorar. Hoy hace cinco años murió su abuelo. En días como éste, los espejitos, como gotas, cuelgan de sus pestañas. Su abuelo lo llevaba a pescar, le enseñaba: en la pesca a veces tenés que pensar como un pez, para poder pescarlo. Pensar cómo puede comer, si hay mucha comida en el agua, si el pez está de mal comer, un montón de cosas que vas a ir aprendiendo, nene. Me cuenta también que se quedaban en silencio durante horas, mirando el mar, observaban el movimiento de las olas y cómo salpicaban las piedras. Su abuelo lo pasaba a buscar aunque lloviera, en esos momentos lo odiaba pero iba de todos modos, aún cuando deseaba quedarse durmiendo.
Pasan los minutos y mientras tanto las gotas siguen colgadas, unas al lado de otras, quietas. Me tienen mirándolas toda la tarde, desconcentrándome.
Tercas gotas estancadas que hacen que se siga oxidando la pobre reja de nuestra ventana.
Terca lluvia aparece justo ahora, que los pastos ya están secos, que las camas de los pocos parajes de la ciudad están ocupadas, embarrando las calles de los barrios y los pibes sin poder ir al colegio.
Terco el abuelo que lo hizo levantar de su cama en un día como éste.
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