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Foto del escritorRevista Adynata

Escribir la escucha: territorio de la abstinencia / Lucas Lorenzo

Lo que anima al psicoanalista a escribir no es sin duda

de la misma naturaleza que lo que lo autoriza a decir. Quizá la pasión por escribir resulte a veces de la impotencia para decir, e incluso para pensar.

J.-B. Pontalis


(…) la abstinencia concebida como una suerte de arte marcial,

que no suprime el registro sino la acción inmediata; al hacerlo, logra trascender lo aparente y acceder a otro conocimiento.

Fernando Ulloa


Los comienzos de la práctica analítica confrontan con preguntas que, desde mi perspectiva, exceden a la formación teórica, aunque simultáneamente esta última puede constituirse como un faro en el pantano clínico.


Escribo las siguientes líneas como apuntes para darle forma a una idea sobre la escritura en su relación con la escucha clínica y la abstinencia, apostando también por la necesaria propuesta de Marcelo Percia (2013) de “(…) imaginar una escritura que recree condiciones de una experiencia única” (p. 62).


Sucede que en las supervisiones grupales que presencio, percibo un registro minucioso y literal de los dichos de un paciente, así como del analista, sesión por sesión, más atento a quién dijo qué que al espacio entre analista y analizante. Fantaseo con la posibilidad de que haya quienes graben los encuentros y luego transcriban los diálogos, con el fin de no perder siquiera una palabra, a riesgo de no abandonar la idea del todo, de una completitud a sostener. Quizás se trate de un parapente para amortiguar una caída. O, tal vez, mi fantasía sea un pretexto para perder de vista mi impotencia para escribir mientras escucho.


Lo cierto es que, al disponerme a escuchar a un paciente por primera vez, me asaltó por algunos segundos el pensamiento intrusivo de tener que escribir para registrarlo todo, ya que es lo que parece que hacen los supervisantes. Me resistí. Tomé la lapicera, abrí el cuaderno y decidí escribir sólo unas pocas palabras-clave para luego poder enhebrar los hilos dispersos que manchan la hoja en blanco.


Recordé los consejos de Freud (2017), palabras instituyentes de una ética, para sostener una atención parejamente flotante, como correlato de la regla fundamental: evitar todo recurso auxiliar a la memoria que implique una fijación deliberada en un fragmento particular, en detrimento de una escucha que aspire a atender a la superficie discursiva en su complejidad.


La práctica analítica, en tanto experiencia que precisa de una disponibilidad e inclinación hacia el/lo otro, confirma la aserción de Marcelo Percia (2013): “Hacer un lazo social es habitar un temblor” (p. 94). Desde el instante en que se decide practicar la escucha clínica, vacilan las referencias, trepida el cuerpo y un saber en menos se hace carne. Ahora bien, este no-saber, o quizás poco-saber, deviene productivo para poder alojar las palabras del otro, siempre y cuando no vire hacia la impotencia paralizante. Es esta la tarea que habría que situar en primer plano: dar alojo al/lo otro.


Para Fernando Ulloa (2012), la operación clínica se basa en una unidad mínima que consiste en mirar, pensar y hablar. El primer eslabón, el mirar, podría ser otro nombre de lo que llamo alojar al/lo otro. Se trata de un mirar con demora, un dar tiempo del que nace la escucha como disponibilidad delicada. En cuanto al pensar, Ulloa (2012) entrelaza los verbos sentir, querer y creer, en tanto figuras que designan la afectación del clínico, involucrado emocionalmente, por su inclinación hacia el paciente, con un pilar fundamental para sostener la posición, el lugar, la función del analista, su “estar analista”: la abstinencia.


Escribe:

Si el psicoanalista habla desde su creencia, desde su “creo que”, está sólo opinando. Esta opinión implica, más que una objetivación concerniente al campo, el imperativo de una catarsis emocional. Abstenerse de ella transforma ese “siento”, “quiero”, “creo”, en algo así como un importante nicho ecológico emocional, pronto a albergar una próxima idea, aún impensada (Ulloa, 2012, p. 104).



Al concluir el primer encuentro con un paciente, una peculiar escritura se me impuso. Se trata de trazos depositados en una hoja en blanco, que advienen como ecos de lo acontecido, como resonancias de una afectación. Es una escritura que hace caso omiso a las repeticiones y que no persigue la linealidad de una cronología, sino que se deja tomar por una memoria afectada, infectada del/lo otro. Al “nicho ecológico emocional” del que habla Ulloa (2012) le da cuerpo esta escritura, en pos de configurar una demora necesaria, una espera sensible, así como una cartografía de aconteceres del diálogo clínico que le da forma a lo informe, permanencia a lo cambiante y vida, aunque frágil, a lo inanimado, como recuerda J.-B. Pontalis (1993).


La escritura posterior, con el estilo descripto, se constituye, además, como una terceridad que desbarata toda ilusión de dualidad en el encuentro entre un analista y un (posible) analizante. Es una salida ante la amenaza de la encerrona imaginaria que supone la creencia en la intersubjetividad del diálogo analítico. Es testimonio vivo de lo que Jean-Luc Nancy (2015) denomina estar a la escucha:


Estar a la escucha es, por tanto, ingresar a la tensión y el acecho de una relación consigo mismo: no, es preciso subrayarlo, una relación «conmigo» (sujeto supuestamente dado), ni tampoco con el «sí mismo» del otro (el hablador, el músico, él también supuestamente dado con su subjetividad), sino la relación en sí (…) Por esta razón, la escucha (…) puede y debe aparecérsenos no como una figura del acceso al sí mismo, sino como la realidad de ese acceso, una realidad, por lo tanto, indisociablemente «mía» y «otra», «singular» y «plural», así como «material» y «espiritual» y «significante» y «asignificante» (pp. 29, 30, 31).


La escritura propuesta materializa y performa la figura del estar a la escucha, como espaciamiento de su resonancia, su dilatación y reverberación, que, a su vez, penetra al escuchante que está tanto adentro como afuera de dicha espacialidad.


Percibo este trabajo de escritura como una artesanía, como una invención que torna habitable el lugar de analista, despojado de nombre propio, y que deviene espacio tercero, no solipsista, de cocción a fuego lento, de reflexión y meditación sobre la práctica, para luego leer desde otro lugar y aventurarse a dar un paso en falso. Es esta escritura, territorio de la abstinencia.


El deseo del analista pulsa, trabaja, sueña, escribe, sin importar el día ni la hora, el lugar ni la estación.

Bibliografía

Freud, S. (2017). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912). En J. Strachey (Ed.). Obras completas: Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente, Schreber; Trabajos sobre técnica psicoanalítica y otras obras: 1911-1913 (Vol. XII, pp. 108-119). Buenos Aires: Amorrortu.

Nancy, J.-L. (2015). A la escucha. Buenos Aires: Amorrortu.

Percia, M. (2013). Deliberar las psicosis. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Lugar Editorial.

Pontalis, J.-B. (1993). La fuerza de atracción. México: Siglo XXI Editores.

Ulloa, F. (2012). Novela clínica psicoanalítica: Historial de una práctica. Buenos Aires: Libros del Zorzal.



Manolo Quejido "Máquina sentada en silla” 1978-1979 Instalación (madera, metal y pintura)


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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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