Este artículo constituye un trabajo parcial destinado a la confección de la Tesis de Maestría completa del autor
Filotropía: Una poética dolida de hospitalidad en Juan L. Ortiz
Poética insensatez: ir hacia lo que no es
En las letras, como en el amor, imaginar es ir hacia lo que no es.
Anne Carson
Hans Blumenberg (2003) llama “métaforas absolutas” [1], a las metáforas que definen los horizontes de sentido del pensamiento, siendo ese campo metafórico el terreno delimitado históricamente donde se construyen los conceptos y sus posibles.
¿Bajo qué presupuestos pueden tener legitimidad las metáforas en el lenguaje filosófico? El sólo planteamiento de la pregunta presupone un ideal filosófico, y también, histórico-filosófico, signado por la conciencia metodológica cartesiana, que hace de la precisión terminológico-conceptual un ideal, el ideal epistémico, y que, en consecuencia, niega o rebaja la legitimidad de aquellas formas de lenguaje que, por su carácter impreciso o traslaticio, no alcanzan todavía, o nunca podrán alcanzar, la nitidez intelectual de un contenido mental reducible a una fórmula.
El isomorfismo que equipara lengua con Razón filosófica, inaugura el desprecio de toda forma de la lengua que no apunte a la definición de una verdad unívoca, universal e invariable sobre el Ser de las cosas. A través de la instalación inconfesa de ciertos presupuestos que constituyen la arquitectura de sus movimientos, el Logos occidental opera como el artefacto más eficaz para la construcción, fijación y jerarquización de las ontologías de lo viviente. Occidente constituye una metáfora absoluta donde se clausuran reservas fundacionales de existencias, de lo cual se deriva que podría haber otras formas de la existencia, del mundo, de lo vivo, a la espera de otras modalidades de la lengua que posibiliten su advenimiento sensible, que signifiquen la ampliación de su rango existencial, antes que impedirlo, suprimirlo o sacrificarlo en aras de confirmar y afirmar la soberanía de la Razón sobre lo sensible. El problema es que la amplitud de movimientos que se permiten (y no) a una lengua coincidirá con la amplitud de movimientos que podrá (y no) el pensamiento, y que podrán (y no) las sensibilidades habladas por la gramática del Logos.
Juan L. Ortiz (2015) encuentra una pregunta, suspendida en el aire conmovido de la poesía:
“No es acaso la poesía visión en que esta fiebre de formas que es la vida ilumina de pronto las todavía trémulas y tiernas figuras por nacer?”
El Logos como atributo propio y distintivo del Ser, define la extranjería bajo el rostro de una barbarie cuyo signo de barbarismo es precisamente carecer de Logos. La distinción entre heleno y bárbaro funciona como un par opositivo, disyuntivo y constitutivo, entre ambos el Logos griego traza una frontera especialmente lingüística. ¿Qué es un bárbaro, un otro?: “Bla-bla-bla, balbus, (“tartamudo”), Babel, balbuceo. Se entiende: se trata de una onomatopeya para designar la confusión de una lengua que no se comprende. Un bárbaro es alguien del cual no estamos seguros de que habla.” (Cassin, 2016) Operación que traduce la incomprensión de una lengua otra, diferencial, en una incapacidad de hablar, y por lo mismo ya se extrae de allí el postulado de una vida de valor inferior, susceptible de domino, sometimiento, exterminio en boca de una lengua superior. Pero para suponer una incapacidad de hablar es preciso suponer que la lengua en la que se habla debiera ser la-lengua universal, se la debe suponer como lengua única en la que podría realizarse hablando el Ser. Aquí es donde advierte Cassin la instalación de lo que llama “patología del universal”, un universal siempre supone un punto de partida referencial privilegiado, un paso de analogía que instaura jerarquías a partir de un indiscutible valor superlativo, en este caso un yo helénico: hablar será “hablar como yo hablo”, no se concibe que otra lengua componga otro modo de hablar, y que en ese modo de hablar haya otras formas de existir, otras formas de hacer mundo, otras formas de hospedar lo sensible, otras formas que habría que aprender a escuchar en su diferir irreductible e intraducible. No se concibe otra lengua. Todo lo que hable en otro orden que el del Logos platónico-aristotélico no es. No es más que balbuceo inarticulado e insignificante susceptible de ser conquistado, subordinado, esclavizado, excluido, sometido a sacrificio, sino erradicado.
Captamos en directo en la estela del logos que tiene en Aristóteles su consumación filosófica, la patología del universal, a saber: la exclusión. Si eres un hombre, habla como yo, pues de lo contrario… De lo contrario eres, esta vez no ya un bárbaro, sino una planta que habla. (Cassin, 2016)
Así ingresamos a las lenguas y al pensamiento de Occidente, lo que equivale a decir:
Así ingresamos a la vida hablante
declarando la guerra
trazando fronteras
dibujando rostros extranjeros
deseando someter lo intraducible
excluyendo,
despreciando,
desterrando,
desamparando,
lastimando
lo que difiere
de lo que se ha creído
con derecho de imponerse
forma universal:
Monolingüismo
El Logos se instituye como única y verdadera lengua y política en la que habla el Ser: Habla como yo, sométete a mi lengua, de lo contrario no eres. Cuando una lengua se afirma desde la exclusión, la comunidad fundada por esa lengua, ¿podrá otra cosa que insistir en ese sentido fundante? ¿De qué manera la imposibilidad de una comunidad de percibir los dolores que provoca, se encuentra ya presente en la forma en que habita la lengua? ¿A partir de qué operatorias un Logos deviene indolente? Auscultar la diferencia entre los modos en que filosofía y poesía hablan ¿qué podría decirnos sobre la relación entre razón, crueldad y hostilidad, no como excesos, errores, descuidos, locuras, ignorancias, sino como fundamentos inexorables para la erección del Logos occidental como ontoteología de lo viviente?
Tras la mirada de una extraña criatura que no alcanza a nombrar, Juanele es alcanzado por una interpelación cuyo asilo abre la llegada de un mundo, entonces escribe estremecido por un súbito dolor que se abre paso ante esa descuidada fragilidad que lo interroga en silencio:
He mirado un pequeño animal un poco grotesco.
(…)
No parecía un gatito, no, no parecía.
Y he sentido de pronto que en ese momento era mi vínculo
con un mundo vasto, vasto, de vidas secretas y sutiles,
de vidas calladísimas, a veces duramente cubiertas, pétreamente cubiertas,
y también de las otras cercanas de la suya
manando –sin memoria, dicen- entre las sombras indiferentes y hostiles
-ay, las sombras hostiles y opresoras y sangrientas somos siempre nosotros-
hacia el sueño final ardiente todavía de otras vidas…
Según la relación que establezca con los dolores que pueblan lo común[2], es posible advertir si un pensamiento, una lengua, una política, una comunidad, se dan como hospitalidad a lo vivo dolorido o si se empuñan como hostilidad que destierra lo doliente inscribiéndolo en vidas sin derecho existencial y sin derecho al duelo[3]. En esta tensión oscilatoria entre hospitalidad y hostilidad ubicamos una primera diferencia entre palabra filosófica y palabra poética.
El Logos filosófico como performativo sensible, somete la lengua y lo que nombra, a una teleología de la Razón y el Ser, componentes insustituibles de una cierta economía de la crueldad, cuya historia tal vez no difiera tanto de la historia del pensamiento occidental desde Platón a la Modernidad. Historia que no podría ser narrada sin una primera exclusión fundante del modo de la política de Occidente, del modo en que se instituye una comunidad de vivientes: la expulsión de los poetas de la República del Ser en boca de Platón, uno de los más antiguos y perdurables performativos filosófico-políticos sobre la relación entre lengua y sensibilidad.
¿Qué sensibilidad puede una lengua fundada en la condena y el destierro
de su condición poética?
Bibliografía:
-Blumenberg, H. (2003). Paradigmas para una metaforología. Ed. Trotta. Madrid.
-Butler, J. (2003) “Violencia, duelo, política” en Vidas Precarias, el poder del duelo y la violencia. Paidós. Bs. As.
-Cassin, B. (2016). Elogio de la traducción. Complicar el universal. Ed. El cuenco de plata. Bs. As. 2019. Traducción de Irene Agoff.
-Ortiz, J. L. (2015). Obra Completa. Ediciones Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe.
[1] La operación metafórica que consiste en asociar la verdad a una realización de la luz es una de las metáforas absolutas cuyos efectos Blumenberg rastrea, en búsqueda de “permitirnos pensar de nuevo a fondo la relación entre fantasía y logos, en el sentido de tomar el ámbito de la fantasía no sólo como sustrato para transformaciones en la esfera de lo conceptual, […] sino como una esfera catalizadora en la que el mundo conceptual se enriquece de continuo, pero sin por ello modificar y consumir esa reserva fundacional de existencias.” (Blumenberg, 2003) [2] Nos situamos deliberadamente desde lo común como una noción que todavía permite respirar, que no se propone como catálogo acabado de las formas en las que lo vivo ocurre, sino como obra abierta siempre porvenir que no se agota ni se cierra en el acto de su enunciación. [3] Judith Butler (2003) nos recuerda algo que seguimos olvidando: “si el fin de una vida no produce dolor no se trata de una vida, no califica como vida y no tiene ningún valor. Constituye ya no lo que no merece sepultura, si no lo insepultable mismo”.
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