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Híbridos monumentales de la literatura argentina / Ezequiel Buyatti

Híbridos monumentales de la literatura argentina: diálogos entre el Facundo, Radiografía de la pampa y El río sin orillas


Ricardo Piglia nos recuerda en Respiración artificial que la “literatura argentina se inicia con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada. Sarmiento cita mal”. Cuando Domingo Faustino Sarmiento tiene que demostrar su manejo de la cultura europea en su obra monumental Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas, los cimientos del edificio civilizatorio que intenta construir se tambalean desde el comienzo: “Las ideas no se matan”, pero las ideas que quiere exportar Sarmiento, contaminadas de erudición europeizada, ya transitan por un camino sinuoso que atravesará la historia literaria y política del territorio.


Otra obra fundante de la literatura argentina, el Martín Fierro de José Hernández, también recorre senderos tensionados por la idea de adaptación o rechazo al mundo civilizado. Borges sostiene en El tamaño de mi esperanza que Hernández “… desmintió al mismo Fierro con esa palinodia desdichadísima que hay al final de su obra y en que hay sentencias de esta laya: ‘Debe tener el gaucho casa / Escuela, Iglesia y derechos. Lo cual ya es puro sarmientismo’”. El recorrido tarda siete años (1872-1879): del gaucho matrero que ha matado, huye de la justicia y penetra en la pampa sin destino alguno, al gaucho manso que se adapta a los preceptos morales y a la civilización. Eso es el “puro sarmientismo” que lee Borges en la obra canonizada por Lugones para traer calma y enunciar que Fierro encarna el sentir nacional.


Los siguientes textos intentan reflexionar sobre la rica tradición literaria que conjuga la tarea descomunal de pensar cómo se han ido edificando algunos de los conceptos fundamentales que recorren la literatura y la política de este territorio: civilización y barbarie, extensión y población, síntesis, unidad e identidad nacional. Edificación a la que desde un primer instante, como anticipamos, le podemos cuestionar su homogeneidad y solidez.


Civilización y barbarie en Facundo: una relación necesaria para significar


Suele ocurrir, a veces, en aquellos países en que la fiera y el hombre se disputan el dominio de la naturaleza, que este cae bajo la garra sangrienta de aquella


Domingo Faustino Sarmiento, Facundo


A pesar de que en la famosa presentación que Sarmiento realiza de Facundo Quiroga en el capítulo V de su obra, el hombre sea el mismo Quiroga y la fiera un tigre que está en busca de la caza de hombres, y además de existir en toda esa escena una identificación progresiva entre el hombre y la fiera, en el texto se revertirán los roles: Facundo será la fiera, el hombre será el sujeto civilizado, afín al progreso y a la cultura europea. El dominio de la naturaleza será el dominio de la República Argentina y la disputa se situará en la imposición de una de las dos maneras distintas de ser de un pueblo: en el momento histórico en que se escribe el Facundo, el hombre/civilización cae bajo la garra sangrienta de la fiera/barbarie. La culta Buenos Aires cae en las garras de Juan Manuel de Rosas. Estas dos maneras distintas de ser de un pueblo, situadas en la antinomia civilización y barbarie, van a funcionar como oposiciones, contrarios, pero también como construcciones necesarias para hacer funcionar el desarrollo dialéctico de toda la obra.


La contraposición civilización y barbarie será utilizada por Sarmiento no solo para penetrar en el fondo de los conflictos nacionales luego de la Revolución de Mayo, es decir, las dificultades de constituir una nación, un Estado, una patria, una identidad nacional, sino que, al ser la relación antagónica más importante, también será vehículo de otras contraposiciones mediante las que le permite salir del terreno conceptual para llegar al de los concretos y construir su sistema.


Para entender cómo están contrapuestas diversas realidades nacionales y cómo ello es causa y explicación de la guerra civil, acude a conceptos que encuentran simultáneamente ámbitos y personajes en quienes encarnarse. Facundo es el caudillo, luego es el representante de la campaña, finalmente la imagen misma de la barbarie; del otro lado, el general Paz es el militar europeo por excelencia, en consecuencia es el representante preciso de lo que es la ciudad y, por último, la imagen misma de la civilización. De esta manera, civilización es un término necesario para saber qué es y significa para el país “la ciudad”; barbarie es un término necesario para saber qué es y significa “la campaña”. A su vez, estos dos términos antagónicos se necesitan para dotarse de significado cada uno con respecto al otro. Es decir, se definen en su diferencia. Cada lugar de la dicotomía se constituye en su otro: “Civilización forma parte de esa familia de conceptos a partir de los cuales puede nombrarse uno opuesto, o que nacen con el fin de constituirse en contrarios de otro” (Starobinski, 1999, p. 26).


Raymond Williams en su texto Palabras claves caracteriza a la palabra civilización como “un estado o condición consumados de vida social organizada”. Argumenta que el nuevo sentido de civilización del siglo XVIII es hijo de la Ilustración, con su énfasis en el autodesarrollo humano, secular y progresivo. Modernidad, progreso y orden dialogan de manera recíproca con el término. La civilización consumada, entonces, implica también pensar en las formas de dominio de la tierra toda como objeto disponible.


El empleo de la noción de civilización, a su vez, entraña el descubrimiento de su reverso, su opuesto, aquel estado del cual ella proviene y al que supuestamente ha superado: la barbarie. Por lo tanto, el término civilización implica automáticamente la existencia de una barbarie original: “La civilización se legitimará por la estigmatización de su contrario” (Svampa, 2006. p. 21). Realizar esta observación implica advertir la dinámica del estilo dialéctico sarmientino:


Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y sobre todo de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia. (Sarmiento, 2010, p. 93)


De la lucha entre la civilización y la barbarie, lucha necesaria, contienda dialéctica, surgirá un destello de literatura nacional. No solo la fundación de una literatura con identidad propia, sino también de esa lucha será resultante una nueva sociedad erigida por la mirada puesta hacia la cultura europea.


Otra escena del Facundo en la que se puede ejemplificar claramente el desarrollo dialéctico que inunda toda la obra es en la que Sarmiento anuncia la circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires. El autor sentencia:


Buenos Aires está llamada a ser un día la ciudad más gigantesca de ambas Américas […]. Ella sola, en la vasta extensión argentina, está en contacto con las naciones europeas […]. En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización. […] una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias se vengaron mandándole en Rosas, mucho –y demasiado– de la barbarie que a ellas les sobraba. (Sarmiento, 2010, p. 76)


Luego, para completar el sentido de este fragmento en el que se manifiesta una de las interdependencias derivadas de la antinomia inicial civilización y barbarie, Buenos Aires-interior, Sarmiento expresa que “Buenos Aires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y prosperidad al interior, mándale solo cadenas, hordas exterminadoras y tiranuelos subalternos. ¡También se venga del mal que las provincias le hicieron con prepararle a Rosas!” (Sarmiento, 2010, p. 77). En este subsistema que se condensa en Buenos Aires contra el interior se observa la interdependencia entre las dos partes enunciadas. En una primera instancia, las provincias, o sea el interior, se venga de Buenos Aires mandándole a Rosas, a la barbarie. Y luego, se revierte la sentencia. Buenos Aires se venga del interior por haber preparado a Rosas, y solo manda cadenas y tiranos.


Aunque la estructura de la obra esté sedimentada en la dicotomía inicial, se debe poner en cuestión la complejidad de la misma, en tanto que Sarmiento necesitó matizar y no considerar tan rígidamente la mera oposición ideológica de la contraposición. Es necesario advertir esta tensión del principio dialéctico contenido en la técnica de las oposiciones. La antítesis básica da lugar a contraposiciones derivadas que acomplejan el cuadro de los contrastes y relativizan ciertos valores considerados inicialmente como esencial del sistema de Sarmiento:


Podría decirse que de la primera y confesada contraposición, civilización y barbarie, se desprende, al hacerse la descripción de cada uno de estos términos y como resultado de la tendencia a poner sus cuadros en la realidad, la de ciudad contra campaña; pero, simultáneamente, se recurre en la argumentación a esta otra oposición: Europa contra América […] en realidad el contraste es entre Europa (Francia e Inglaterra) y España; este desvío permite encontrar una primera gran oposición derivada: Buenos Aires contra Córdoba, en la medida que aquella representa lo europeo y esta lo español; pero a esto no queda reducido el sistema: Buenos Aires ha permitido que la campaña la invada de modo que los términos se invierten: Montevideo contra Buenos Aires, es decir los exiliados y los unitarios contra lo que reina en el país, o sea Rosas. Al introducir factores concretos advierte que Buenos Aires ha cambiado en sus designios culturalistas, pero no en sus hábitos económicos y políticos, de modo que debe recurrir a esta otra oposición: Buenos Aires contra el interior, enfrentamiento que, de acuerdo con oposiciones anteriores, engendra a su vez conflictos de elementos internos contenidos en cada término: restos hispánicos contra conceptos progresistas y modernos. (Jitrik, 1983, p. 21)


Además, dentro del marco de la relativización o la matización sarmientina, es válido situar los pasajes en que Sarmiento demuestra cierta admiración o fascinación que no se vincula directamente con lo característico de la civilización, sino que se refiere más a la otra parte de la contraposición: “Existe pues un fondo de poesía que nace de los accidentes naturales del país y de las costumbres excepcionales que engendra” (Sarmiento, 2010, p. 96). Y con respecto al habitante de la República Argentina, expresa:


¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? ¡No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo que ve? La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte. He aquí ya la poesía […] el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. (Sarmiento, 2010, p. 97)

Y para ratificar la sentencia anterior, Sarmiento escribe un pasaje de poesía romántica en el que nuevamente se detecta su estilo dialéctico:


¿Ni cómo ha de dejar de serlo [poeta], cuando en medio de una tarde serena y apacible una nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo y mientras se cruzan dos palabras, y de repente el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el aliento por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo? La oscuridad se sucede después de la luz […] Masas de tinieblas que anublan el día; masas de luz lívida, temblorosa, que ilumina un instante las tinieblas y muestra la pampa a distancias infinitas, cruzándolas vivamente el rayo, en fin, símbolo de poder […] sucesión de luz y tinieblas se continúa en su imaginación. (Sarmiento, 2010, p. 97) [Destacado propio]


Como sostiene Ana María Barrenechea (1961): “Lo violento y lo dramático suele nacer de ese cielo inmenso donde pueden desatarse en un instante la tormenta y el rayo, con sus estallidos, sus contrastes de luz y sombra, su amenaza de muerte” (p. 315). Ahí se encuentra la poesía para Sarmiento: un mundo sublime por el espectáculo de lo bello, pero también, fundamentalmente, por lo terrible que atemoriza, inquieta, atrapa, confunde. La poesía de Sarmiento no quiere elevar a regiones ideales de perfección; quiere sacudir, conmover. El fondo de poesía de la fascinación que brota de las condiciones de la vida pastoril, pero también, y sobre todo, del miedo que provoca en el espectador el poder terrible de lo inmenso.


Cuando Sarmiento escribe el Facundo en el exilio chileno, su posición, de cierta manera, es la de un excluido del sistema; exclusión producida por la tiranía del régimen rosista. La biografía de la barbarie representada en el caudillo riojano cuestiona el sistema del otro –lengua, cultura, costumbres, leyes, formas políticas– y convierte su legalidad, es decir, la legalidad del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, en ilegalidad. Sin embargo, a pesar de esta exclusión ocasionada por el sistema político rosista, se puede observar, por otra parte, que Sarmiento no deja de incluirse una y otra vez en su obra. Su inclusión aparece en lo confesional, en las exclamaciones, en esa segunda persona con que interroga a sus lectores:


De eso se trata, de ser o no ser salvaje. ¿Rosas, según esto, no es un hecho aislado, una aberración, una monstruosidad? Es por el contrario, una manifestación social; es una fórmula de una manera de ser de un pueblo. ¿Para qué os obstinas en combatirlo, pues, si es fatal, forzoso, natural y lógico? ¡Dios mío, para qué lo combatís! (Sarmiento, 2010, p. 61)


Sarmiento aparece claramente en el capítulo XV, “Presente y porvenir”, como ordenador de un porvenir que se opone al presente. Facundo, Rosas y Sarmiento protagonizan simultáneamente el Facundo como sucedió diacrónicamente en los hechos. De esta manera, el autor se incluye e incluye al lector a quien hace copartícipe, testigo o aliado. Tanto él como sus lectores emigrados se incorporan al Facundo como réplica y protesta contra el exilio. Si su visión del problema nacional es un problema de carácter dialéctico, precisamente los que representan la oposición no pueden ser excluidos y menos autoexcluirse. Este planteo e incorporación a la obra va a incidir fundamentalmente en su estilo.


En la obra existe una inmersión en un devenir histórico, que transforma tanto personajes como ciudades. Buenos Aires va de la civilización a la barbarie con la llegada de Rosas. Córdoba va de un pasado retrógrado hacia un presente progresista, bajo el influjo del general Paz. Todo avanza dentro de la historia y la historia marcha hacia el progreso. El presente, de alguna manera, está eclipsado por la figura de Rosas. En el futuro se vislumbra la figura de Paz y la del propio Sarmiento:


Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? […] ¿No queréis que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio […] libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así no más! (Sarmiento, 2010, p. 62)


Este es uno de los pasajes en los cuales se puede apreciar más claramente el devenir histórico-político que se manifiesta en el estilo dialéctico sarmientino. Luego de la cita mencionada anteriormente, el enunciado “no se renuncia” reaparece en siete oportunidades más funcionando anafóricamente para profundizar por qué no hay que renunciar a ese futuro de fortuna, de ideas fecundas, de progreso, de un poder organizado, de civilización. Más allá del presente tiránico de Rosas, de la ignorancia de la tradición colonial, de la inclinación por el mal debido a la ignorancia del pueblo, Sarmiento insiste: “… no se renuncia a un porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada, por ese cúmulo de contradicciones y dificultades” (Sarmiento, 2010, p. 63). Y sellando esta escena que expone, por un lado, las luces de la civilización europea y, por el otro, la oscuridad del presente americano, exposición necesaria para dotar de significado y de contenido cada parte de la dicotomía sarmientina, culmina con esta frase que acentúa la perspectiva dialéctica: “¡Las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas!” (Sarmiento, 2010, p. 63).


La fórmula del Facundo fue una de las temáticas fundadoras del Estado argentino. Más aún, lo que otorga un lugar importante al Facundo es que la fórmula no solo legitima el poder político sino que es a la vez –a partir de 1845– uno de los principios que atraviesa la política. La dicotomía inicial que recorre el libro confirma su importancia: las sucesivas imágenes antinómicas que han sacudido la política y la historia cultural argentina se inspiran, en cierta medida, en esta imagen original que se despliega en el libro. Se pueden ver dos lógicas de lecturas: por un lado, una de oposición férrea y excluyente, que designa la incompatibilidad de dos principios, que por definición, derivan en la restricción de una de las dos partes de la dicotomía: “… queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud” (Sarmiento, 2010, p. 77). Sentencia de Sarmiento que anula la posibilidad de una relación de coexistencia entre una y otra. Por otro lado, una lógica de lectura de conjunción e implicancia que puede encontrarse en ese destello de literatura nacional que nacerá de la descripción de la lucha entre la civilización y la barbarie. Esa literatura nacional surgirá de la totalidad de la antinomia, ni de la civilización ni de la barbarie, sino de esa interdependencia que se da en la disputa descriptiva, de esa conjunción que por más antinómica que sea, constituye la totalidad del sistema.


La riqueza ambivalente de la pareja de opuestos que despliega el libro nos da la posibilidad de no reducir a una mera oposición-exclusión la célebre alternativa, sino profundizar las relaciones diversas que se establecen detrás de la enunciación de una oposición. Reencontrar, entonces, las diferentes dimensiones que permitan unir y separar las dos partes de la dicotomía sarmientina, pero sin perder de vista, más allá de sus autonomías, su mutua necesariedad para construir significado.



Radiografía de la pampa: el espacio vence a la síntesis y a la unidad


No bastó que nuestra República estuviera mal hecha y en el confín del planeta; hubo de poblársela mal para que subsistiera. Mal hecha y mal poblada, sirve maravillosamente al capital extranjero y puede prosperar surtiendo los mercados remotos


Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa


Radiografía de la pampa es un texto que sostiene, priorizando el estilo, una escritura que busca resolver las contradicciones que se dan en la órbita de la política y de la moral. El texto puede ser leído como una novela moderna. Es decir, una lectura que invita a una nueva forma de indagación de lo real que no se ajusta a los parámetros genéricos.


El gran motor del libro resulta ser el resorte paradójico que permite revertir críticamente cualquier intento de ver avances y síntesis históricas o culturales: la distancia y la soledad pesan más que el tiempo; las ilusiones y los engaños pueden más que el trabajo; el interés del individuo puede más que el de la comunidad. En una recurrencia de males endémicos, primero fue la llegada de un conquistador que no venía a quedarse; y luego, los modos en que la tierra y la distancia contribuyen a diluir aún más hasta cegar cualquier posibilidad de proyecto colectivo.


Radiografía de la pampa interpela al lector a partir de las tensiones que se generan al adentrarse en un texto ilegible que opta por la construcción de paradojas en un espacio inmenso, amplio, pero abstracto e ilusorio y, por lo tanto, claustrofóbico:


La amplitud del horizonte, que parece siempre el mismo cuando avanzamos, o el desplazamiento de toda la llanura acompañándonos, dan la impresión de algo ilusorio en esta ruda realidad del campo. Aquí el campo es extensión y la extensión no parece ser otra cosa que el desdoblamiento de un infinito interior, el coloquio con Dios del viajero. Solo la conciencia de que se anda, la fatiga y el deseo de llegar, dan la medida de esta latitud que parece no tenerla. Es la pampa; es la tierra en que el hombre está solo como un ser abstracto que hubiera de recomenzar la historia de la especie –o de concluirla–. (Martínez Estrada, 2016, p. 32)

El título de la obra es una operación retórica: la hipérbole construye un espacio que deja de ser sublime, sino fascinante y metafísico. La tierra aparece como determinante de un espíritu fundacional, que tensiona y discute con las aspiraciones sarmientinas, bajo una impronta metafísica, abstracta, pesimista y permanente: “La extensión no es grandeza; es la idea de la grandeza: no es riqueza; es la posibilidad del crédito hipotecario. No es nada” (Martínez Estrada, 2016, p. 37). La apariencia gramatical de la obra es ordenada, racional y calculada; pero la semántica hiperbólica, desordenada y excesiva:


El afán de ocupar un poco tiempo todo el territorio, de recorrerlo, de galoparlo, diseminó un número pequeño de gente en muchas leguas. De esa población galácticade los pueblos surgió una necesidad intrínseca que daría su norma a la vida argentina; la extensión, la superficie, la cantidad, el crédito. (Martínez Estrada, 2016, p. 90)


La obra está organizada en seis grandes partes: “Trapalanda”, “Soledad”, “Fuerzas primitivas”, “Buenos Aires”, “Miedo” y “Seudoestructuras”. “Trapalanda” constituye el lugar de lo ilusorio mediante el predominio de la existencia de sueño. En esta parte asistimos a la llegada de los conquistadores, a su búsqueda de un sueño nunca cumplido y a su encuentro con una realidad inesperada que los derrota:


El Conquistador que no conquistó nada, avanzando al Sur desde las mesetas norteñas, perdía de vista la veta de las minas; el navegante, atraído por la fábula, que se encontraba con el indio misérrimo, en su abstinencia sexual y en su ocio mental veía en la pampa la última aventura propicia para no declararse vencido. […] Conquistaba extensión y la extensión era poder; […] Pero no contaba onzas, sino sus propios dedos. Ese dominio era el dominio de su orgullo sobre su propia ignorancia. Estaba vencido. (Martínez Estrada, 2016, p. 36)


En “Soledad” se dedica a la culminación de la etapa colonial y al momento de la independencia, se nos muestra cómo la tierra se impone al hombre, de modo tal que el aislamiento, las distancias, los espacios ganan la partida histórica y psicológica al habitante:


América no había evolucionado a causa de su aislamiento; quedó incrustada en su medio; y el aislamiento es aún hoy la fuerza indígena que amenaza con destruir la civilización que se ha cerrado en recintos herméticos, creados así por el temor del conquistador, por la impericia del gobernante y, en fin, por la proclamación de todas las independencias correspondientes a todas las repúblicas en que se dislocó ese imperio formado por el alma taciturna de España. Parecía unida la vastedad del dominio, y estaba separada en porciones insoldables: puso el aislamiento de su conciencia sobre la falaz unidad de la tierra. (Martínez Estrada, 2016, p. 109)


Se problematiza, entonces, la existencia no de un “nuevo” mundo, sino de uno viejo que pertenece a la naturaleza. El campo invade a la ciudad. La naturaleza invade al progreso. Lo indígena invade lo civilizado.


En la tercera parte, “Fuerzas primitivas”, se reitera, ampliada, la cuestión del efecto de lo territorial en la atmósfera narrativa (telurismo):


Tiene el hombre de la pampa una concepción restringida del mundo, y está cautivo en los límites de esa concepción, en la jaula de su horizonte.

Luchando contra el medio ambiente, variable y movedizo, que tenía la forma acabada de lo informe, adquirió esas condiciones de inestabilidad, de inseguridad, que por reflejo transmite hoy al medio demasiado plástico que lo rodea. (Martínez Estrada, 2016, p. 173)


Se erige la presencia de dos figuras características inmortalizadas por Sarmiento: el baqueano y el rastreador, convertidos en cifras de muchos de los valores y disvalores nacionales. Las posibilidades de sedimentación histórica y cultural se ven luego desafiadas por la irrupción de las fuerzas mecánicas, que definen nuevos tipos, como el guapo y el compadre, distantes del modelo abstracto de ciudadanía.


En la cuarta parte, “Buenos Aires”, aparece el gran tema de la ciudad: esa gran aldea que crece y se diversifica a la vez que se reconoce en formas de encuentro y rituales, como la noche, el tango y el carnaval; y en espacio característicos, como Florida, la casa y el barrio, habitados por sus tipos característicos que se dibujan sobre el fondo de una ciudad que se expande de manera despareja siguiendo los ritmos de una urbanización acelerada y de la ampliación de los sectores populares.


La quinta parte del texto, “Miedo”, resume los problemas de precariedad existencial que rodean a una sociedad que no ha terminado de cuajar como tal:


La necesidad de afirmarse en la vida y de resistir las asechanzas torna al hombre hostil y cruel. En tal disposición de ánimo vive quien no ha clasificado las dificultades que le circundan y actúa un poco a ciegas. El peligro existe dondequiera que él está, en un estado difuso y pulverulento porque no sabe y desordena. (Martínez Estrada, 2016, p. 326)


La sexta y última, “Seudoestructuras”, señala e incluso denuncia el fracaso al que están destinadas las construcciones endebles e inauténticas que no se alzan sobre una aceptación honrada de la realidad:


Los creadores de ficciones eran los promotores de la civilización, enfrente de los obreros de la barbarie, más próximos a la realidad repudiada. Al mismo tiempo que se combatía por desalojar lo europeo, se lo infiltraba en grado supremo de apelación contra el caos. El procedimiento con que se quiso extirpar lo híbrido y extranjerizo fue adoptar las formas externas de lo europeo. Y así se añadía lo falso a lo auténtico. Se llegó a hablar francés e inglés; a usar frac; pero el gaucho estaba bajo la camisa de plancha […]. (Martínez Estrada, 2016, p. 406)


En Radiografía de la pampa el determinismo es aun más esencial que en Facundo. A la vez, existe un grado superior de pesimismo producido por el simulacro y los errores de la propia naturaleza que se construye a partir de la profecía del escritor. Existe una idea de la nada que dialoga con la matriz sarmientina, “el problema que aqueja a la República Argentina es la extensión”, pero que, en este caso, esa extensión como nada no da lugar a la escritura poética. Echeverría, Alberdi y Sarmiento se propusieron llenar esa nada. Radiografía de la pampa problematiza la relación entre el vacío, lo despoblado, la llanura, la pampa, la nada y la creación literaria. La preocupación, entonces, es cercana a Sarmiento pero la figura de este sería la culpable del trastorno imaginativo: “El más perjudicial de esos soñadores, el constructor de imágenes, fue Sarmiento. Su ferrocarril conducía a Trapalanda y su telégrafo daba un salto de cien años en el vacío” (Martínez Estrada, 2016, p. 406). La falta de hábitos de una vida armónica impide que se genere una sociedad verdaderamente articulada e integrada. Pero hay también una toma de posición crítica respecto de la postura sarmientina:


Lo que Sarmiento no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa, como fuerzas centrífugas y centrípetas de un sistema de equilibrio. No vio que la ciudad era como el campo y que dentro de los cuerpos nuevos reencarnaban las almas de los muertos. Esa barbarie vencida, todos aquellos vicios y fallas de estructuración y de contenido, habían tomado el aspecto de la verdad, de la prosperidad, de los adelantos mecánicos y culturales […]. Conforme esa obra y esa vida inmensas van cayendo en el olvido, vuelve a nosotros la realidad profunda. Tenemos que aceptarla con valor, para que deje de perturbarnos; traerla a la conciencia, para que se esfume y podamos vivir unidos en la salud. (Martínez Estrada, 2016, p. 412)


Radiografía es un texto que procura mostrar que Argentina carece de una historia sedimentada y de un sentido de comunidad. Martínez Estrada intuye que en Argentina el espacio le ganó la partida a la historia: distancias geográficas y abismos sociales, desencuentros y pobreza llevaron a los argentinos a construir un país con pies de barro que, aunque parezca avanzar, en rigor no hace sino hundirse en las mismas invariantes o fallas estructurales.


Martínez Estrada plantea construir una escritura a partir del diagnóstico. Lo poético se agotó, el cierre se legitima en la medicina. La última palabra de Radiografía de la pampa es “salud”. El texto no busca determinar la esencia del país, sino que se trata de un esfuerzo interpretativo mucho más profundo que una mera descripción o diagnóstico de los “males” de la patria: se trata de la búsqueda de una matriz generadora de ciertos problemas recurrentes que marcan a las personas y a las instituciones, y que impiden superar los encierros que atraviesa el país.



El río sin orillas: donde la identidad nacional se desvanece


Únicamente nuestros mejores pensadores, como Ezequiel Martínez Estrada, igualmente calumniado por nacionalistas emocionales y cientificistas extrajerizantes, comprendieron que un país no es una esencia que se debe venerar sino una serie de problemas a desentrañar


Juan José Saer, El río sin orillas


La Ley de Residencia (1902) permitió al gobierno expulsar a inmigrantes sin juicio previo. Esta fue derogada recién en 1958. La Ley de Defensa Social (1910) contra “anarquistas que profesen o preconicen el ataque a las instituciones” protege al orden civilizatorio y al sentir nacional frente el “aluvión zoológico”. Así como también las pronunciaciones de la Liga Patriótica Argentina: “De casa al trabajo y del trabajo a la casa”, frase que en realidad corresponde al antiguo profesor de Perón, Manuel Carlés, uno de los fundadores de la Liga Patriótica Argentina; agrupación paramilitar fascista utilizada por la democracia de Yrigoyen que declaraba lo siguiente: “Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y los haraganes, contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, ni patria, ni ley, la Liga Patriótica Argentina levanta su lábaro de patria y orden”. En los 70 será la “guerra sucia” contra el “comunista judío”, contra “la delincuencia subversiva” y todo lo que huela a foráneo, todo lo que se oponga a la identidad nacional.


El río sin orillas, como “híbrido sin género definido, del que existe […] una tradición constante en la literatura argentina” (Saer, 2014, p. 17) tensiona la construcción que la política y la literatura han hecho de la identidad nacional:


La disyuntiva de pertenecer o no al Occidente quedó sin resolución, y ya es absurdo volver a plantearla porque ese Occidente que servía de referencia está en plena transformación y, en lo relativo a la famosa cuestión de la identidad nacional (concepto que siempre me ha parecido y me seguirá pareciéndome de lo más sospechoso), es posible afirmar que en los países industrializados de Occidente las ideologías que se profieren ante los problemas que surgen con la inmigración no difieren mucho, ni en la forma ni en el lenguaje en que son proferidas, con las que circulaban en el Río de La Plata cuando la sociedad patriarcal sentía sus privilegios amenazados. (Saer, 2014, p. 17)


Frente a esta pertenencia, tanto externa como interna, frente a la problemática histórica, social, política y literaria de la identidad nacional, Saer propone la nada, lo contingente, lo fugaz:


En vez de querer ser algo a toda costa –pertenecer a una patria, a una tradición, reconocerse en una clase, en un nombre, en una posición social–, tal vez hoy en día no pueda haber más orgullo legítimo que el de reconocerse como nada, fruto misterioso de la contingencia, productos de combinaciones inextricables que igualan a todo lo viviente en la misma presencia fugitiva y azarosa. El primer paso para penetrar en nuestra verdadera identidad consiste justamente en admitir que, a la luz de la reflexión y, por qué no, también de la piedad, ninguna identidad afirmativa ya es posible. (Saer, 2014, p. 206)


Saer decide escribir un ensayo sobre la realidad argentina que dialoga con Sarmiento, Hernández, Quiroga, Borges, Martínez Estrada, entre otros. Escribe a partir de una propuesta que puede considerarse anacrónica: nadie espera un ensayo de esas características. Es decir, escribir en esa misma tradición que el Facundo pero problematizando lo estático, lo que se ha querido cristalizar en tal o cual identidad nacional. Esta sería una época donde los grandes paradigmas establecidos se han desvanecido.


El texto, desde sus comienzos, desborda de ironía y de hipérboles. Las fundaciones míticas de Buenos Aires son rebajadas a actos antropofágicos; el objeto único y bello del arte será un camión abollado que recorre las rutas polvorientas de la llanura y las adulaciones mesológicas proferidas por una geografía escolar serán opacadas por las problemáticas de la política y del capitalismo:


El hermoso suelo argentino, donde se adaptan fácilmente los individuos procedentes de las diversas latitudes terrestres, se califica como justicia como uno de los más salubres del mundo, como la atestiguan claramente las cifras correspondientes a la mortalidad de los adultos y la longevidad media que alcanzan los naturales y los extranjeros. (Saer, 2014, p. 241)


Saer (2014), frente a esta orgullosa proclama, agrega:


Si esas estadísticas son exactas, podría suponerse que sin el hambre, sin la mortalidad infantil, sin la ignorancia de la medicina preventiva, sin el neoliberalismo, sin el asesinato político y sin el terror estatal, el pueblo argentino estaría capacitado para ser uno de los más longevos de mundo. (p. 241)


Dividido en cuatro capítulos, las cuatro estaciones, además de la introducción, El río sin orillas recorre la historia política y literaria desmitificando los estereotipos que estas supieron construir. El “verano” es un tiempo de descubrimiento y conquista. En él se tensiona y problematiza las fundaciones míticas, la figura del negro, la del gaucho (sagrada), el caballo, la pampa, el propietario, la oligarquía, el trabajo, la inmigración y se presenta una dicotomía entre la permanencia y el estar “de paso”, imagen que dialoga con los anti-pioneros de Quiroga:


El lugar del que todos escapaban como de la peste se transformó en el lugar al que todos querían venir; el lugar en el que todos estaban de paso –indios, europeos, ganado–, el río al que ni los caballos querían acercarse, prefiriendo morir de sed en alguna loma alejada del agua, se volvió con el correr del tiempo el lugar de permanencia; más del tercio de los habitantes de la Argentina, por no decir la mitad, viven en la región pampeana. Esa contradicción inicial les ha dado a los habitantes una mentalidad generalizada de desterrados. (Saer, 2014, p. 89)


El “otoño” permite el entrecruzamiento de textos que elaboran los temas de la región. La toponimia, los cambios de nombre de calles por los gobiernos en el poder, el peronismo y la antinomia entre Borges y Gombrowicz son algunas de las temáticas de este capítulo. Esta última, sirve como excusa literaria para abordar la problemática de la identidad:


… cómo resolver las contradicciones principales de una cultura que, reconociendo su tradición en la de Occidente, sabe que no pertenece enteramente a ella por hallarse, tanto en el espacio como en el tiempo, en la periferia de sus corrientes principales. Tanto la obra de Borges como la de Gombrowicz están atravesadas por ese dilema. En lo único que difirieron fue en la manera de resolverlo. Borges lo asumió como un todo para encontrar en correderos secundarios, pasadizos secretos, y cavar su propia madriguera. Gombrowicz, con una insolencia arbitraria y salvaje, practicó el oficio irritante de demoledor de estatuas, la mayoría de las cuales, afortunadamente, han continuado de pie después de su paso, esas mismas estatuas que, a pesar de su ceguera, Borges prefería esquivar discretamente. (Saer, 2014, p. 158)


El “invierno” vehiculiza la violencia y el asesinato. El peronismo como fenómeno político, los sindicatos, los golpes de Estado y la violencia de los 70 serán ejes claves de este capítulo. En los 70 se derrumban las certezas de los paradigmas. Se problematiza la existencia de una identidad única para lo argentino. La solución, entonces, sería tensionar lo particular y lo universal. No se puede encontrar una identidad que nos reúna ya que la explosión sangrienta de los 70 impidió cualquier intento de unidad. Las cualidades idiosincráticas son ilusiones. El lugar común a todos se derrumbó –si es que alguna vez estuvo en pie–. No hay identidad ya que son incertidumbres lo que define a la sociedad.


Se retoma a una de las obras canónicas de la literatura argentina, el Martín Fierro, y se desacraliza, al igual que Borges, Martínez Estrada y los inmigrantes anarquistas, la interpretación de Lugones sobre Fierro como paradigma de virtudes nacionales:


El héroe nacional argentino, Martín Fierro, mata porque sí, excitado por la borrachera, sin ningún atenuante, agravando más bien su caso con una provocación racista, con la misma gratuidad un poco demente con que dos o tres legionarios franceses tiran de un tren en marcha a un árabe que ni siquiera les ha dirigido la palabra. El negro al que mata Martín Fierro no tiene más remedio que captar un duelo para limpiar la afrenta de la provocación, según la ley no escrita de la llanura. (Saer, 2014, p. 174)


Por otra parte, existe una crítica semántica que dialoga con los procedimientos que utiliza Walsh en su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Es decir, interpelar a su interlocutor con sus mismos conceptos:


… inventaron la guerra sucia para disculpar la masacre; la astucia estriba en yuxtaponer el adjetivo sucio para caracterizar el sustantivo guerra mostrando de ese modo que todos sus actos se justifican por el estado de guerra, cuando en rigor de verdad es el término guerra, antepuesto sutilmente, lo que trata de atenuar lo sucio de los procedimientos empleados. (Saer, 2014, p. 190)


Para Walsh, por su parte, no hubo errores, sino crímenes. Efectivamente la dictadura intentó imponer parte de su acción represiva como errores y como excesos:


El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. (Walsh, 2010, p. 225)


La “primavera”, por último, contrasta los diversos temas que se desarrollaron en el “invierno”. La literatura del río sin orillas no particulariza, ni idealiza lugares o sujetos. Construye una circularidad entre el espacio del río y de la pampa que la experiencia sensible pone en tensión. Hay variaciones accidentales de algo sustancial y permanente. El final del ensayo no traiciona a su imperativo moral. No hay especificidades, ni regionalismo, ni lo humano común a todos. Lo permanente es lo humano que penetra en el río:


La mujer que entraba en el río me iba mostrando, a medida que se internaba en el agua, el espejismo tenue de lo individual. Gracias a ella, el fragmento más conocido de Heráclito, “Los que entran en los mismos ríos se bañan en la corriente de un agua siempre nueva”, que vino a mi memoria mientras la contemplaba fumando a la sombra del sauce, dio lugar a una glosa inesperada: es posible que el río cambie continuamente, pero siempre es uno y el mismo el que penetra en él. (Saer, 2014, pp. 218-219)


Se propone como solución, entonces, la ilusión de continuidad a partir de una deriva hacia lo universal que se aleja de lo regional argentino, de la identidad nacional proferida por las ideologías, por la literatura y la política, y se interna en las aguas de un río sin orillas, sustancial pero contingente.



Una identidad imposible


Sarmiento consideraba a la vida de los campos argentinos no como un accidente vulgar, sino como un orden de cosas, un sistema de asociación característico, normal, único en el mundo, “y él solo basta para explicar toda nuestra revolución”:


Había, antes de 1810, en la República Argentina, dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas: la una, española, europea, culta, y la otra, bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades sólo iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo, se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen y, después de largos años de lucha, la una absorbiese a la otra.


Algo similar leemos en una vitrina del museo del terrateniente que posee más hectáreas en el Estado argentino: Benetton. En el museo Leleque del grupo Benetton en Chubut leemos:


Acentuada la dialéctica entre malones y contramalones, entre indígenas en general contra Blancos en los distintos ámbitos de “la Frontera” […] un día el equilibrio inestable habría de romperse definitivamente. La llamada “Conquista del desierto” significó la ocupación armada de los territorios señoreados por el Indígena; pampeanos primero, neuquinos después y por fin los patagónicos, al Sur de la línea del Limay-Negro.

Triste experiencia nos había demostrado esta Ley fatal: la civilización y la barbarie eran dos fuerzas que vivían invadiéndose y no era posible un límite para que ambas se estacionaran la primera frente a la otra. La una se detuvo, la otra debía sobreponerse.


La Ley de Residencia se dicta el 22 de noviembre de 1902 y permitía al Poder Ejecutivo expulsar e impedir el ingreso al país de todo extranjero que perturbara “el orden público y la seguridad nacional”. Los anarquistas se tuvieron que enfrentar a estos discursos que sucedían en el debate parlamentario: “Se trata simplemente de decirle al extranjero que no quiere conformarse con las reglas de nuestra cultura y nuestra civilización que ha cesado su derecho de permanecer en el país” (Joaquín V. González); “Tengo temor de que mi tierra adquiera el renombre de ser el refugio de todos los criminales del mundo” (Miguel Cané); “Los trabajadores son incapaces por sí mismos de moralizarse, instruirse y conocer sus derechos” (Eduardo Wilde).


Unos años después, Leopoldo Lugones dirá que la desaparición del gaucho “es un bien para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena”. La invención de Lugones con el Martín Fierro era doblemente oportuna: no comprometía a nadie en términos sociopolíticos y, al mismo tiempo, el gaucho podía postularse como símbolo de una esencia nacional amenazada por la inmigración que exportaba las peligrosas ideas anarquistas y socialistas para el sentir de la identidad nacional. El poema de Hernández proveía así las bases de una reorganización mítica de la historia decimonónica y un modelo de identidad no menos imaginario. Martín Fierro se transmutaba en texto canónico y su personaje en un paradigma de virtudes nacionales. Para Lugones, la obra es la vida heroica de la raza, sintetizada en una gran empresa de justicia y de libertad.


Jorge Rafael Videla, el 18 de diciembre de 1977 en La Prensa, dirá que el terrorista no solo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana a otras personas. La figura de “criminal” no existe para establecer un criterio de lo que es y no es justo, sino para mantener el poder establecido y castigar a todo aquel que se oponga o resista. Desde el genocidio constituyente perpetrado por el Estado argentino hasta nuestros días, la enunciación de la figura del enemigo público ha ido mutando pero los propósitos de su construcción siguen intactos: defender con toda la violencia posible la representación abstracta del sentir nacional, eso es lo inmutable, lo intocable, lo que perdura en el tiempo de la patria política que intenta una unidad impoluta y civilizada.


Desde un primer instante en el que se comenzó a practicar la especificidad de lo literario en este territorio, la construcción de la identidad nacional, como anticipamos, ha estado atravesada no por la homogeneidad y la solidez, sino por tensiones que vehiculizan batallas en el campo de las letras y de la política. Sarmiento, Martínez Estrada y Saer son algunas de las plumas que han sabido divisar ese destello de literatura nacional; esa impresión de algo ilusorio en esta ruda realidad del campo; ese fruto misterioso de la contingencia, productos de combinaciones inextricables que igualan a todo lo viviente en la misma presencia fugitiva y azarosa donde exigir una identidad férrea y homogénea –por el mismo peso de la historia, de la política y de la literatura– resulta un imposible.


Referencias bibliográficas


Barrenechea, A. M. (1961). “Función estética y significación histórica de las campañas pastoras en el Facundo”. En Nueva Revista de FilologíaHispánica, Año XV, 1-2, Ene-Jun.


Hérnandez, J. (2005). Martín Fierro. Buenos Aires: Losada.


Jitrik, N. (1983). Muerte y resurrección de Facundo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.


Martínez Estrada, E. (2016). Radiografía de la pampa. Buenos Aires: Eudeba.


Rodríguez Pérsico, A. (1993). "Las instituciones y la guerra en las biografías de la barbarie de Sarmiento”. En Un huracán llamado progreso. Utopía y autobiografía en Sarmiento y Alberdi. Washington: Interamer-OEA.


Saer, J. J. (2014). El río sin orillas. Buenos Aires: Seix Barral.


Sarmiento, D. F. (2010). Facundo. Buenos Aires: Losada.


Sarlo, B. (2007). “La invención de Sarmiento", "El voluntarismo biográfico". En Escritos sobre literatura argentina. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.


Starobinski, J. (1999). "La palabra civilización". En Prismas. Revista de Historia intelectual. Buenos Aires.


Svampa, M. (2006). “Aproximación a la historia de una imagen”. El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista. Buenos Aires: Taurus.


Walsh, R. (2010). “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. En Operación masacre. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.


Fernando Almeira. Híbridos.




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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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