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  • Foto del escritorRevista Adynata

Lo peligroso de la cultura filicida / Eduardo Pavlovsky

Elaboración surrealista contratransferencial

por contraidentificación proyectiva de un diagnóstico de psicosis epiléptica

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Lo peligroso de la cultura filicida

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Auras epilépticos de un segundo

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Lo sincrético

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La simbiosis

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Las peleas que “los otros” nos preparan antes de nacer

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La crisis desde el núcleo

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Cariocinesis de la locura

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Lo imaginario

Eduardo Pavlovsky


(en Adolescencia y mito. Ed. Búsqueda, Buenos Aires, 1977)


Es probable que lo supiera. Tal vez que lo hubiera sabido alguna vez. Al­guna vez. Recuerdo vago de algún cuerpo que debió haber estado solo. Pero no era su impresión actual. Intentaba a veces recordar qué lo había llevado a esa situación. Eran años de preguntar sin respuestas. Años de espera. No podía dudar porque tampoco había tiempo para pensar. Un golpe. Eso era común. Un golpe que lo volvía a la lucha. Ese era el motivo de su existencia cotidiana. Existencia cotidiana. Se preguntaba por qué el contacto con alguien. Intentaba zafarse. Sabía que era imposible. Otro golpe. Dudaba si hubo algún momento que hubiera habido reconciliación. Tal vez una hora de reconcilia­ción. No podía recordar. Tampoco sabía cómo se había iniciado todo. Si en algún momento no había sido así. Pero cada vez que intentaba un proceso de reconstrucción otro golpe lo llevaba a golpear con toda su fuerza. Sabía que respondía mecánicamente. Pero también recordaba haber empezado muchas veces la pequeña batalla cotidiana. Lo que sabía era la ausencia del descanso y de toda posibilidad de estrategias conducentes a conductas posteriores.


No había posibilidad de tomar la distancia suficiente para entender algo más que las primitivas sensaciones que lo ocupaban en el día. Sabía que la transpiración venía después. Pero no sabía a veces si era antes o después. Por­que el antes y el después se sucedían a un ritmo tan vertiginoso que le era difícil precisar el tiempo. Sólo sus intestinos le marcaban el ritmo de lo que él creía era un trozo del tiempo. Pero desconfiaba porque a veces no distinguía sus in­testinos o mejor dicho el olor de sus deposiciones con... otro golpe. Furia. Una terrible mordedura en la rodilla. Un movimiento que conocía porque en ese momento él sabía colocar su cuerpo hacia atrás y golpeaba ferozmente sobre la nuca del mordedor. Discriminaba que su boca no mordía y que su rodilla sangraba para saber que era él el mordido y no el mordedor.


No era tan fácil a veces el proceso. Porque tenía antecedentes de haber sentido un fuerte mordiscón en su mano y luego darse cuenta que su boca había sido la atacante. Era en los momentos que dudaba. Pero generalmente esos gestos, pensaba, eran reflejos de luchas anteriores. De modo que no sabía si morderse no era una consecuencia directa de haber sido mordido. Si por lo menos pudiera recordar otro estado anterior. En los sueños le parecía a veces encontrar alguna posibilidad de... Pero ya le era difícil distinguir cuándo soña­ba y cuándo estaba despierto. Sangre coagulada en su boca. Sólo dos dientes en su dentadura. Cosas concretas. “Esta es mi boca sangrante”. “Esta es mi boca sin dientes”. Intentaba aferrarse a lo concreto. Pero lo único concreto era su cuerpo y tampoco podía imaginarse los límites, quiero decir dónde empezaba y dónde terminaba.

Sólo el dolor a veces le servía como pequeñas señales. Pero muchas veces oía quejidos y no sabía si los quejidos eran suyos o eran ecos de otros queji­dos. De otro tiempo. De otros cuerpos. Le parecía a veces recordar la figura humana, vagamente pensaba por algo que creía en su momento un recuerdo, alguna imagen de hombre. Y digo de hombre porque en una época recordaba haber hablado. Había pasado la época de las puteadas. De los gritos infernales. Ya sus sonidos eran pequeños gemidos indescifrables. Dos golpes más. Pensaba en una pausa, en un grito de basta o por qué, pero su cuerpo reflejamente lo llevaba a devolver golpe por golpe. Recibía dos y daba dos. Recibía tres y daba tres. Pensaba también en la simetría de su contestación. Simetría. Alguna vez intentaba romper la paridad. Pero eso que no era él, que estaba fuera de él, parecía también adaptarse a la simetría. Como si se necesitase una paridad para poder detenerse. Digo eso que no era él, porque percibía que si bien podía ser él, había algo que le era “menos familiar”. A esto “menos familiar” él le adjudi­caba en sus momentos lúcidos una posición por “fuera de él”.

Aunque a veces llegaba a pensar que podía corresponder a una parte menos sensible o tal vez deteriorada de él mismo. Otras veces imaginaba que su figura, si así podía llamarse eso que sentía que era él, estaba formada por dos círculos. Un círculo más pequeño y sensible y otro más grande y menos sensible. Otro golpe. Parecía provenir de la parte menos sensible a la más sensible. O de lo “menos familiar” a lo “más familiar”. O de “fuera de él hacia él”. Esta precaria distinción a veces le parecía de fundamental importancia. Pero apenas llegaba a delinear algún boceto de estructura comenzaban sus dudas. Porque se con­fundía al pensar si lo “menos familiar”, lo “menos sensible” o lo “fuera de él”, sería algo parecido o por lo menos algo semejante a lo que creía ser él, o si por el contrario fuesen estructuras diferentes, o más confusamente si él mismo no formaría parte de una estructura más amplia, de la que nunca podría tomar cabal conciencia.

Esta última posibilidad le producía malestar. Prefería ser el centro de algo y tener preferentemente zonas menos sensibles periféricamente, que ser la pe­riferia de algo cuyo centro desconocía. Algo parecido a la vanidad. Se reía, o por lo menos esa mueca que su boca hacía a veces, cuando la sangre coagulada le permitía una buena abertura. Otro golpe. Devuelve otros dos y agrega otro. Recibe otro. Sangre. Y una larga pausa que le parecía lógica. Se pregunta si se... Qui... Aff... Fff... Unkkk... respiración profunda ‘AAA’ ‘AAK’ ‘AAAK’. Evita inspiración, después espiración. La hace corta para evitar puntada. Duele menos, UUU, UUU, uu. Respiración, inspiración breve. Merecido descanso se dice después de haber dolido en zonas sensibles agujas infiltrantes en puntos álgidos desesperados. Pausa con boca entreabierta. Pausa de la desesperanza porque sabe que al descanso le sigue un período de pelea. En realidad es como si temiera descansar y prefiriera pelear, porque después de la pelea viene la pau­sa y después de la pausa la pelea.


Su parte menos sensible le duele... les duele... Afuera de él... No como de él... Periferia... De afuera algo así como un hedor que no corresponde a su... Hedor... Sí... En ese momento es hedor... descomponer de periferia a centro... Le vienen ganas de vomitar, acto que define en este momento pero no recuerda nunca sino cada vez que ocurre y que es la salida de algo de su parte sensible superior entiéndase superior por arriba de... de acuerdo a la estadística de las veces arriba y abajo. Si estar seguro si hay abajo y arriba aunque debe ser im­portante la diferencia dice la salida de algo de su parte sensible superior hacia fuera teniendo en cuenta que afuera es una circunstancia especial que define contornos o si se quiere a veces separar lo duro de lo blando... Si es que esta diferencia le permite... La importancia de la teoría... Sabía que había habido al­gún momento que él intentaba a veces definir como comienzo... porque pensa­ba que debía haber algún gesto iniciador aunque a veces temía no hubiese ningún estado que se pudiese definir como primer momento... Le desesperaba si esta era la palabra que podía sintetizar dolores-humedad-pinchazos y ardores, no saber si había algo así o todo era así... No entender si eso que... eso que... Experimentaba... era todo siempre por siempre o quedaba antes o después algo fuera del todo. Sólo tenía ese gesto que entendía como parte del misterio.

Quería conocer, dudaba si lo “fuera él” experimentaba de la misma mane­ra, es decir con la misma intensidad por llamar intensidad algo más amplio que la simple descripción de lo físico, si es que había otra cosa referente a querer saber si hubo otro tiempo, otro lugar, otro antes u otro después. Había con todo un cierto sentimiento de orgullo de saberse solo aunque dudaba de su soledad o de una presencia inabarcable que lo rodeaba. Odiaba ese medio nivel de conciencia de no saber nada y sin embargo de saber tanto. Se preguntaba qué utilidad tenía el conocimiento de parcialidades, si es que podía llamar a eso parcialidad.


Había con todo una vieja sensación de haber estado antes o después fuera de ese lugar, aunque a veces pensaba que era muy comprometida esa suposi­ción. Pavadas se decía, cosas sin importancia, pasar el tiempo. ¿Tiempo? Había palabras, a veces ideas, con las que jugaba sus horas más felices, tomando la definición de horas más felices la que correspondía a la de sus dolores menos agudos, menos punzantes.


Una cosa que intentaba a veces discriminar no sin esfuerzo era la diferencia entre lo que comúnmente sentía como dolor psíquico y dolor físico. Su estado a veces le hacía confundirlos.

No sabía si su desesperación era anterior a sus dolores o consecuencia de los mismos. Dato importante se decía porque preferentemente hubiera desea­do que su permanente desesperación se debiera a su cuerpo maltratado en su parte menos periférica, que el suponer que esa angustia abismal fuera un estado independiente de sus dolores.


Esta segunda idea le atormentaba tanto que muchas veces se golpeaba a sí mismo para poder relacionar su angustia con el dolor físico. Le atormentaba la angustia sola, sin causa alguna, o por otras causas tan ajenas a él, tan distantes de sí mismo. También en esos pequeños momentos teóricos se preguntaba no sin temor si su angustia no sería todo eso, es decir que la angustia fuese eso todo, o si eso todo fuese la corporeidad de su angustia o si él (sólo) todo junto con sus humores fuese la angustia de Alguien.

La sola idea de que la angustia fuese tan física o como él silenciosamente se decía, ser el espacio físico de la angustia le parecía atractivo, como si quisiese transmitir este nuevo descubrimiento.


Tampoco le era sencillo tener que soportar todas esas incógnitas durante los intervalos de la lucha que a veces le parecía agobiante e injustificada. Pero en vano había tratado muchas veces de filosofar acerca de este punto. La lucha le había terminado de parecer tan suya como su angustia. A veces suponía que la lucha formaba parte de su metabolismo normal digestivo cuando sus deposi­ciones se concretaban en períodos de pelea. La dificultad como en este caso de poder establecer una línea divisoria entre lo exterior y lo interior o si formaba parte de lo de afuera o de lo de adentro le impedía muchas veces filosofar con autoridad.

Había pocas cosas que distinguía con nitidez, pero a fe cierta que algo parecido a lo que creía entender como “inundarlo algunas veces”. Para decirlo de mejor manera, había momentos que tenía la impresión de detener alguna fuerza incontenible que partía desde lo más hondo de sí, al exterior de sí; y que de no contener esa tensión algo podría quebrarse o romperse; la posibilidad de poder controlar a tiempo la tensión que podría en caso de no ser conte­nida, producir la fractura del estallido le restablecía interiormente uno de los placeres más intensos de su cotidianeidad. El hecho de no entender el sentido de la dirección de la fuerza ni el orden de la misma, no le impedía sentir una inmensa sensación de bienestar cuando pensaba que detenía la marcha de los acontecimientos. A veces le parecía un verdadero incentivo para encarar la lu­cha siguiente con más optimismo.

Cosa, cosas simplemente cosas se decía, juegos de palabras infames que no resolvían sus problemas fundamentales. Un juego de preguntas que correspon­dían al mito, y otros juegos de preguntas que correspondían al misterio, al gran misterio de lo inexplicable, de lo inabarcable, de lo...

Se preguntaba acaso si esto que él consideraba el juego de preguntas hacia lo inabarcable eran preguntas que intentaban buscar respuestas o si eran res­puestas por sí mismas; quería decir con esto que le resultaba estúpido buscar respuestas. Uff, le molestaba este trajinar de palabras a que lo llevaban sus momentos de angustia.

Porque le resultaba difícil...

No era esto...

Tal vez una palabra que lo expresara mejor...

Un simple comienzo...

Cárcel de sonidos...

Ya no pronunciaba exteriormente, pero pensaba en palabras, él sugería conceptos.

Angustia sin palabras...

El origen de...

Cuando.

Silencio...

Cosas tan importantes como su angustia y tan menos trascendentes como el hedor de los restos de su boca, o sus gases tóxicos muchas veces.

Todo ese conjunto de cosas estarían ordenadas... Pero no era obligatorio pensar en un orden...

Se podía transcurrir decía, porque vivir era palabra demasiado ambiciosa, sin intentar deducir orígenes y relaciones.

Odiaba ese nivel de... conciencia, si conciencia se podía decir de ese resto de...

Si pudiera al menos dejar...

Ordenación...

Semi ordenación...

Preciso...

Quiere decir...

Si piensa.

Otra vez cautelosamente...

Juntar...

Algo de eso...

Juntar...

Algo de eso... (bis)

Algo así como romper tabiques...

No es ésta la, lo que... lo que... a veces pensaba... le atormentaban las imá­genes porque a veces se le presentaban como simples imágenes visuales, y otras imágenes le remitían ideas... Imagen sin idea. Imagen con idea.

Una simple sensación asco-vergüenza; el miedo le inspiraba una imagen que a su vez le remitía una idea.

“Deduce que y a pesar suyo el asco le lleva a una comprensión de una idea... de algo, seamos cautos de su existencia, experiencia de su transcurrir... que es experiencia...

como incluir la vanidad, o la lucha en este tipo de razonamiento. No le era fácil la pausa, al tener tanta recopilación de datos que a veces le parecían verdaderos torbellinos...

Sucesión...

No se atrevía a las preguntas fundamentales porque temía a un miedo que no soportaba... la caída al abismo le decía a ese tipo de miedos... que paradóji­camente le resultaba más intenso que todos los otros temores.

Muchas veces se reprochaba de cobarde al no intentar formular esas pre­guntas fundamentales... aunque la palabra cobardía le parecía demasiado teóri­ca en relación a su estadía-experiencia... De lo que se deduce que el miedo no era algo a lo que podía tan fácilmente acostumbrarse.

Las circunstancias a veces le hacían pensar que podría haber adquirido con el tiempo una especie de entrenamiento para sus miedos. Miedo voraz.

Miedo voraz.

Miedo sin lí-mites.

Miedo abertura.

Miedo plano.

Si hubiera habido algún antecedente...

Algún momento inicial...

Algo parecido a un comienzo...

Tal vez un nacimiento...

Deducía de su EXPERIENCIA que se podría llegar al acostumbramiento o tal vez para decirlo decía de una manera más precisa a un entrenamiento de...

No era fácil...

Intentaba...

Repetía...

Daba vueltas...

Se enroscaba (a medias)

Giraba (sobre sí)

Volvía sobre sí mismo...

Un intenso tirón acompañado de un dolor punzante le hizo sentir que había llegado la hora de un nuevo enfrentamiento.

Durante los primeros minutos de ese duelo, que nunca comprendió genui­namente, no dejaba o no podía dejar...

Ocurriendo entonces que los primeros momentos de la lucha le sorpren­dían en medio de sus razonamientos filosóficos...

Esto lo colocaba en una situación de aparente desventaja frente a su ad­versario, si ésta podía ser la palabra de aquello que golpeaba desde afuera de él hacia él.

A veces se sorprendía de esa mezcla de placer y dolor que le producía se­guir filosofando y sentir los punzantes golpes en su organismo. Algo parecido a un doble momento sucesivo y simultáneo de intensidades diferentes que confluían en su ser.

Algunos de los golpes parecían haber sido muy arteros porque tenía la im­presión de haber olvidado transitoriamente todo tipo de razonamiento. Sangre de alguna parte central que no podía distinguir.

Se desconcentraba, siempre le ocurría lo mismo cuando los golpes que recibía eran de tanta intensidad...

Y era este tipo de golpes lo que despertaba en él reflejamente el repertorio de movimientos que parecían desencadenar el contrataque o contragolpe.

Su cuerpo parecía estremecerse en una especie de movimiento total, algo parecido a una convulsión, de la que sentía que se liberaba o así lo pensaba, de lo que desde afuera lo golpeaba hacia adentro.

Esta convulsión, que él definía irónicamente como su contraataque más agudo, lo llenaba de orgullo y satisfacción, porque sentía que era un movi­miento liberador, liberador, liberador...

Le parecía recuperar violentamente su identidad.

A veces los golpes cesaban y luego cedían del todo...

Triunfo, se decía, después de un largo silencio...

Triunfo, se repetía, sin entender bien a que se refería, cuando ni siquiera podía saber si todo lo ocurrido no era un simple estremecimiento de todo su ser.

Prefería por supuesto pensar después de esas jornadas brillantes que tenía un rival o que había alguien que era el derrotado. OTRO. Necesitaba de la humillación de ESE OTRO que suponía fuera de él para poder lograr esa felicidad transitoria.

Esta misma situación los colocaba en una encrucijada, o en una serie de pensamientos posteriores.

Si no hubiera OTRO, ¿por qué no podría gozar ese estado de LIBERA­CIÓN?

¿Acaso los movimientos no eran los mismos, existiese o no ESE OTRO? ¿Qué o quién era ese OTRO, de quien tanto dependía para su estado de feli­cidad?

Era sólo el aniquilamiento del OTRO lo que le producía felicidad. Su orgullo correspondía al sentimiento de humillación que lo invadía cuando EL OTRO era el poseedor de un triunfo transitorio. Una inmensa vergüenza o pudor lo invadía cuando se sentía a veces extenuado y vencido frente al OTRO en algún momento de la lucha. A veces pensaba en los significados de sus sen­timientos de orgullo y TODO QUEDABA DENTRO de él.

Esta misma situación lo colocaba en un estado de absurdidad y de perple­jidad que...

Ese maldito, decía, estado o semiestado de conciencia, era el origen de tantas emociones contradictorias.

Porque decía sentirse feliz.

Porque decía sentirse humillado.

Para qué ilusionarse.

Para qué desesperarse.

Adónde lo llevaban todas estas diferentes situaciones...


Soldi, Raúl La hamaca (o Chica sentada o Sillón de hamaca) 1932 óleo sobre tela

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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