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Melancolía activa y conciencia militante. Presentación del libro "Desde esta noche cambiará mi vida" / Alejandro Modarelli

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 4 jun
  • 5 Min. de lectura

Venimos de un tiempo en el que no había derechos que legitimasen nuestra manera de desear y de amar, en el que el amor y la angustia eran un solo dominio, porque teníamos demasiada consciencia de la fatalidad. De perderlo todo, incluso aquello que no teníamos.

Las lesbianas, los gays habitábamos en la infancia mesas familiares ruidosas, llenas de conversaciones razonables sobre lo que era correcto y lo que no, pero escondidos debajo, para no transparentarnos cuando surgían los comentarios injuriosos, involuntarios o no, sobre nuestra identidad en progreso. Y en ocasiones, cuando ya no tolerábamos ese sol negro de la melancolía, sentados sobre un reloj de arena, esperando no sabíamos bien qué, sacábamos el niño, la niña, del refugio a bailar con Raffaella Carrá, como Raffaella Carrá. Bailar como locas era ya empezar a vivir con autenticidad. Soñábamos con una noche en la que cambiasen nuestras vidas con la materia misma de los sueños.

Refugiados y con miedo a ser descubiertos por las patrullas de la heterosexualidad, como Paula Jimenénez España, como yo mismo, y no tanto como la tía Ana y su compañera Margarita, diosas tutelares desde el principio en esta novela que narra la salida del closet en los años noventa (los años noventa en toda su destructiva intensidad y demencial belleza) y el viaje literario que cierra con Victoria abriéndose paso en el canal uterino de Paula, arrojada ya a un mundo que no es muy recomendable: el trauma de nacer en estos tiempos es un trauma al cuadrado, preferimos otro muy diferente, pero bueno, al menos es por ahora ese en el que las parejas homosexuales, como en su momento Clara y Paula pueden decir que anoten a “nuestro hijo, a nuestra hija” en el registro civil y que si a alguien no le gusta, que se registre entonces en la mesa de entradas de los nuevos tiempos.


Ya sé, nuevos tiempos bajo amenaza de regreso -imposible- al pasado. Porque todo pasado es un tiempo de la irrealidad, y cuando Milei habla de una Argentina de principios de siglo XX social y económicamente poderosa, habla de algo que jamás existió. Cuando busca exterminar la libertad de quienes nos hemos emancipado del oprobio, justo en nombre de la libertad, encontrará que la presa que busca ya lleva tiempo no siendo ya más presa, y que para su horror ya dio a luz, sin campos clandestinos, y se llama Victoria y sabe perfectamente de donde viene y quién es.


En fin, el cordón umbilical en esta novela es como el hilo de Adriadna, que si lo tomamos por el final nos conduce a las tías lesbianas encorsetadas del inicio que, digámoslo, no lo pasaban tan mal (las sociedades represivas estimulan el don de la trampa vital), a aquellas décadas de fin del siglo XX en Argentina en las que aprendimos que el sufrimiento por la diferencia también era eso que acabó por ser orgullo.


Qué tiempos; qué memoria de los años noventa que nos devuelve como escenografía Paula y me toca tan de cerca. El texto es un vaivén de memoria evocativa y a veces involuntaria, al estilo Proust, en el que cada recuerdo nos lleva a otro, y ese otro a otro, acontecimientos como la caída del muro de Berlín, canciones, películas y libros, amigos y amigas, sexo con desafuero, personajes mediáticos, artísticos o socialités, ahí nos llenábamos los ojos con Cris Miró (Dios es travesti y está en la zona roja, se lee) y en cada uno puedo decir que me reflejo. Se mezclan vida y literatura. El tiempo de una vida y el tiempo de una narración que creo realmente exquisita.

El tejido de la memoria me produce nostalgia y está muy bien que sea así, porque consigo traer a presencia momentos muy felices por los que me doy cuenta de que nada fue tan horrible. Tan horrible, insisto, a pesar de una amiga como Sylvie, que en el pueblo de los Alpes, no en Almagro, pobre, seguía viviendo dentro del closet. Yo no sé porqué mucha y muchos creen que el closet no se transparenta y los enclosetados son los últimos en enterarse.


Yo en ese entonces militaba en Gays por los Derechos Civiles y la lucha era tan gozosa, que me hacía curar las heridas del barrio de Belgrano R solo por efecto de la intensidad y también de la diversión. Ilse Fuskova, Carlos Jáuregui, nombres se amalgaman en mi memoria y que, en un momento, son el mismo, y dejaban mudos a mis padres: te llama “el Profesor Jáuregui”. Ellos oficiaban de parteros de una nueva conciencia de mí. Paula menciona a Ilse, que cuenta en lo de Lidia Salgado que a las lesbianas se las reconoce por el uso de las trencitas, y por eso a ella, que usaba justo trencitas, la echaron de no recuerdo qué trabajo. Y con Ilse asoma en el teatro de la memoria Los Cuadernos de Existencia Lesbiana, que vi por primera vez sobre la mesa de la sede legendaria de Gays DC en la calle Paraná, y las mesas del bar Tasmania, que creo estaba sobre un pasaje cerca de Córdoba y Rodríguez Peña.

Y también el primer Encuentro Nacional de Mujeres al que Paula asistió, aunque ojo, también en el capítulo La piedad, saca del altar a Mama Antula, la santa salteña, y eso me hizo gracia, porque en la última noche de los museos en Buenos Aires, se me ocurrió visitar su celda de monja jesuita, creo que la única mujer jesuita de la Argentina. Los comentaristas hablaron de ella como una rebelde de familia norteña poderosa que violó todos los mandatos y se lanzó a recorrer a pie el país. Nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, escribe, y no tuve dudas de que, como diría Lemebel, a Mama Antula algo se le hubiese ocurrido hacer con alguna colega en, quien dice, en tal o cual celdita.

Del mismo modo que, en la creencia de que nada se sabía al respecto, la tía Ana y su amiga Margarita, creaban un nido portátil para sus menesteres sexuales. Y Clara y Paula creaban otro, con hija y todo, para elegir algo verdadero, abandonar el papel de cajón en una cómoda y decirnos a maricas, tortas y travas, junto a William Blake, que el deseo que no obra, engendra la peste.


A cada rato me daba cuenta del enorme trabajo literario de Paula Jiménez España. Puro goce, por lo malo y por lo bueno de una vida. Melancolía activa, y también conciencia militante.

La memoria teje el pasado de modo tal que ningún hecho, por mínimo que parezca, sobra. Todo hecho, bien recuperado, tiene la potestad de ser incluido en el Diario de la Vida, y en la historia universal.

La historia de Paula, su minucioso archivo recuperado, es la historia de nuestro colectivo lgtbiq, de nuestro necesario exceso, los cambios culturales y, por lo tanto, de nuestro país.

La novela encanta y habrá de circular como un breve tesoro.


Tammy Rae Carland Sin título n.° 13 (Camas lesbianas) 2002 Impresión C 101,6 × 76,2 cm
Tammy Rae Carland Sin título n.° 13 (Camas lesbianas) 2002 Impresión C 101,6 × 76,2 cm


 
 
 

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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