“El deseo de cuidar o pensar la vida, ¿se potencia o debilita en proximidad de otras abundancias que, también, sufren?”
Marcelo Percia
“Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua”
Roland Barthes
¿Caminaron alguna vez por Plaza Miserere? Plaza Miserere, plaza de las plazas, reina de las plazas. Conocida también como Plaza Once es uno de los espacios urbanos más relevantes de Buenos Aires. Si. Más relevantes. Central de ómnibus en nuestra ciudad, desanuda los enredos que el cuadro diversificado de sus calles, de sus aceras y caminos hace circular ordenando un tránsito como si fuera un geógrafo que dibuja en su mapa ríos anómalos y llanuras exóticas. Once y sus ríos. Cauces sujetados de un cemento asfáltico donde la Avenida Pueyrredón se cruza con la Avenida Rivadavia hasta toparse con las montañas de edificios (como la pizzería Odeón, como el supermercado C, como el Banco x) cuyas laderas (con ojos de vidrio) delimitan el curso de las aguas grises.
¿Hacia dónde nada esa fauna incalculable de autos, motos, camiones y bondis? El Once de los Bondis. Bondis: Dícese del transporte colectivo del que habla Cortázar en su ilustre cuento (también conocido como ómnibus, guagua, etc.). Y bondis: dícese del conflicto subyacente a los colectivos, a los grupos comunitarios en tensión, a las comunidades en pugna barrial. “Alto bondi” suele decirse para hacernos recordar que lo colectivo es conflictivo. Once y sus innumerables conflictividades, espejo no algorítmico de la vida en la ciudad.
La plaza entonces abarca tantos puntos cardinales como historias (no olvidemos Bartolomé Mitre y Catamarca). Parque centralizado en el ombligo del cuerpo portuario, es el eje administrativo de una burocracia del transporte que a través de los números 98, 132, 101 pretende sellar con cifras, su indescifrable función. Y es por ello, el sitio de una babel cultural inasimilable por el diccionario de la real academia argentina (¿Difícil de atrapar por nuestra universidad?). Sus pliegues plebeyos son indómitos para los monárquicos edictos del sentido común apalabrado porque Once parece renacer sus lenguas con cada sol.
¿Y cuántas lenguas se habla en eleven park? ¿Cuántos migrantes balizan su extra territorio? El ruido de la plaza nos permite escuchar diversas lenguas entonces, distintos idiomas, complejas comunicaciones. Son alternas procedencias de extranjeras sensibilidades. Son palabras jugando con sus raíces en múltiples sentidos que recuerdan cómo la inmigración es una pauta social en el siempre candil de nuestro fundacional “crisol”. Recuerdan a su vez que los orígenes de una nación es a la vez un acuerdo ficcional sobre lo colectivo. Recuerdan finalmente que es necesario “no olvidar” y así interrumpir los impulsos segregativos de este nuevo siglo.
Once es la barbarie civilizada de la Argentina forjada por los tanxs, gallegxs, judíxs. También por los bolivianxs, paraguayxs, afrxs, chinxs, peruanxs, dominicanxs, venezolanxs, etc. La argentinidad como síntesis del acervo nacional. Eso es Once. Eso palpita en el corazón de una ciudad diversa y dispersa. Al detener sus palabras escurridizas el sabor y el fervor que se agolpan en los bordes y en centro de la plaza ¿Acaso es la plaza de los aplazados?
Sí es la Plaza de las creencias proverbiales, de los dioses antiguos, de los diositos corrientes y de las comidas paganas al paso. Un pebete de jamón y queso, una bebida refrescante, unas tutucas, 3 alfajores al precio de 2, un pancho con papitas. Evangelistas, pastores y viajeros del mundo se autoayudan en Once como obreros solidarios, como hormiguitas de carne y hueso que caminan (caminamos) por la plaza llevando hojitas y sueños. También frustraciones. Vamos y venimos ¿A dónde? ¿De dónde? Venimos y vamos. De allá para aquí, de aquí para allá.
Y entonces algunas preguntas: ¿Qué relación guarda la Plaza Miserere con nuestra universidad? ¿Qué asociación nos permite pensar respecto de la vida en común? Once es también el número maldito de las “tragedias” 30/12/2004 República de Cromagñon y 22/02/2012 El tren Sarmiento. La vida colectiva tiene dolores que no se pueden nombrar fácilmente. Son demasiado hirientes. No alcanza con numerarlos cronológica y necrológicamente. Porque son puñales que se clavaron en la carne joven de los ruidos devenidos silencios musicales o en las pieles deshilachadas por el metal de los trabajadores y las trabajadoras. El sepulcro inesperado que fue ese lugar lleno de vida llamado Once.
La memoria merece decir que nuestra plaza miserere no tiene que volver a ser parque de las muertes, el insospechado cementerio de la pulsión de vida, la boca avara de la negligencia. No. Once tiene que poder escapar del maldito destino que lastima con sangre las letras de la oración popular. Porque no es una plaza más. Porque no es una plaza más. Porque es la plaza representativa de un barrio donde el comercio (entre otras actividades) teje las telas de una vida común que dice también lo que sucede más allá del válido principio de realidad de origen europeo.
¿Acaso no hay psicoanalistas nacidos en Once, che? ¿Acaso la lengua hispana es una lengua menor respecto del alemán o del francés? Once es por cierto un espacio público y gratuito. Si bien no está atravesada por el Rio Sena, ni es fotografiada por sus Arcos o Torres luminosas. Si bien no porta estatuas de rascacielos, ni venturosas catedrales con Gárgolas barrocas sí es un espacio que tendríamos que aprender a cuidar (permítanme el consejo). Porque Once es un espacio público, repito, que nos interpela a ser cuidado desde la facultad de psicología, apenas a unas cuadras.
Pero ¿cómo cuidar una plaza desde la universidad? ¿Cómo integrar esta pseudo ciudad hecha de pasillos, aulas, pizarrones y saberes dentro a la Gran Ciudad? La facultad de psicología, a unos metros de la plaza “ten compasión” (Miserere) ¿Es su anexo? ¿Su “patio trasero”? ¿Qué lazo une nuestras aulas con la verba de dicha plaza? ¿Qué entramados nos alejan?
Creo que, para eso, entre otras cosas, estamos en la universidad. Para enlazar lo que sucede en las diversas plazas de la comuna, con lo común que sucede en el artificio intelectual que llamamos clases. Para que las fábulas del intelectualismo europeo no nos distraigan malamente y se solidaricen con el esfuerzo de proyectar asilos de conceptos que hospeden la singular manera de vivir acá. En Once, en Balvanera donde la gente es “mitad bonita, mitad fulera” como cantan Pulice y De Vicenso en el precioso tango “con un conventillo en el corazón”.
Porque una facultad también es una gran plaza pública donde caminantes vienen de aquí para allá, de allá para aquí. Con sus lenguas, con sus redes de idiomas, glosarios, conceptos. Detengámonos en la facultad de psicología. Los apuntes de clase dibujan promesas, expectativas, fantasías de intervenciones clínicas porque en cada cuaderno hay una futura intervención, un germen de intervención, un deseo de intervención. En las aulas se fantasean invenciones, tesoros preciosos de la solidaridad con el otro, con la otra. En las aulas, palabras del inicio, caminos infinitos.
Ayudar, calmar, escuchar, alojar, curar, sanar, intervenir son verbos que circulan entre nosotros y nosotras cuando estamos en la Facultad. Terapia, tratamiento, cura, comunidad, psicoanálisis, grupos, instituciones, psicología, estancias, lo común, asambleas también. Es que somos deudores de los que en plaza Once viven su vida diaria, fundamentalmente de aquellos que la viven al compás de la intemperie. De aquellos y aquellas que bañan sus cuerpos debajo de la lluvia enemistada al sol, del amnésico calor del invierno, del viento negro, hostil y cagón de la noche.
Ese refugio que es estudiar, enseñar, leer, pensar la lengua en las aulas nos hace deudores. Pero no es una deuda moral teñida de la gran culpa ancestral, marcada por la purga de la prédica religiosa en nombre de algún padre o prócer. Tampoco es una deuda que carga una masa de frustraciones acumuladas en la historia heredada. Es una deuda que tiene como contracara la gratitud, la posibilidad, el pago no mercantilista.
Es una deuda laica que reconoce la convicción de afirmar que todas las plazas merecen cuidado. Acaso el futuro empieza en las plazas, donde la niñez explora la potencia de los juegos ¿No creen? ¿Qué creen? Quizás, nos debamos imaginar otras plazas, otros lugares, otros asientos. Imaginar y decir que la plaza Once está en la facultad de psicología y que la facultad de psicología está en Plaza Once, en Plaza Miserere. Quizás así paguemos de una vez y para siempre, nuestra deuda. Quizás así podamos escuchar voces, silencios, gritos, bailes, murmullos. Quizás así podamos, cuidar la lengua.
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