La violencia sexual como problema estructural mata. La cofradía entre Estado, justicia y violencias machistas, mata. La invisibilización de las necesidades y derechos de las niñeces, mata. El adultocentrismo como práctica cotidiana que determina los procesos de socialización por los que pasará una existencia, mata.
Que aparezca la pregunta en los medios ¿Por qué una mujer maltrata a sus hijos? Eso mata. Que nadie se pregunte por los entramados de violencia que atraviesan esos cuerpos socializados como mujeres. Esa indiferencia mata. Que nadie pregunte dónde estaba el padre cada vez que una mamá cría sola, o que esté pero profundamente ausente, eso mata. Esa responsabilidad unilateral mata. Que maternar en este mundo sea un asunto personal, meritócrata, profundamente clasista y absolutamente privado de cada cual, mata. El individualismo mata. ¿”tu pibe, tu decisión”?
El silencio cómplice de toda la sociedad frente a los abusos en las infancias, eso desgarra la piel, la carne, corroe los huesos. Que los abusadores se encuentren en un 80 % en el círculo más cercanos padres y abuelos, y aún así resulte casi imposible criticar a la familia como institución violenta. Eso mata.
Que se diga en el imaginario social: que los abusos en la infancia son lo peor que te puede pasar cuando los cuerpos con vulva sabemos que hemos pasado por situaciones de acoso, abuso o violación varias veces en nuestra trayectoria de vida. Esa doble vara mata y duele.
Que esa naturalización de la violencia sea enseñada desde nacidas, mata. No saber si vas a volver viva a casa. No recordar qué pasó anoche, no animarte a hablar con nadie de lo que te hicieron, cuestionarte cómo estabas vestida, qué tomaste y cuanto te expusiste o no cuidaste, eso mata. Pensar que tendrías que haber hecho algo, o que te tendrías que haber dado cuenta; cuando el problema es que eso ocurra, no como reacciones. Que el miedo y el silencio siga siendo nuestro. Nuestra ancestralidad callada, repitiéndose a cada segundo hasta el infinito, eso mata.
Que te atrevas a hablar de mis tetas como timbres que apretarías porque pasó un viento y me dio frío, que consideres que mi cuerpo está ahí a disposición de tus comentarios, apreciaciones o dichos; sólo porque pasaba cerca o no tanto, eso mata. Que me quede mal yo, pensando por qué no dije nada, cuando en realidad sé la respuesta: medí riesgos, eran 7, si respondía no sé si la contaba. Ese no saber cómo preguntarles: ¿muchachos alguna vez les sirvió? ¿consiguieron algún contacto con una piba después de acosarla? Y otra vez saber la respuesta, no es para nosotras aunque así se sienta. Es entre ellos, en ese ellos, tan en diálogo con lo varón como fuerza, crueldad, un pase de confianza que les hace tan parte, los abraza para ser lo suficientemente machos y hacer con todo lo vivo lo que quieran. Que cuando pega uno, otro arenga, otro sonríe, otro avala y otro calla, eso mata. Porque en definitiva, no es el último golpe el que gatilla una vida, son todos los micro odios aplaudidos por una sociedad cómplice.
Que los cuerpos con vulva seamos bienvenidas a este mundo con los estandartes de belleza por sobre nuestro bienestar y cuidado, la dictadura de la belleza, eso mata. Que sea decisión de cada quién si vale violentar a una vida para ponerle aritos y raparle para que se vea mejor. La cosificación de quienes recién nacen, que no les pidamos permiso a la hora de cambiarles, tocar sus cuerpos, eso nos doméstica y somete. Estar enseñadas a saludar, obligadas, desde pequeñas y que se hagan comentarios sobre nuestros cuerpos. Eso mata.
Rescatar a tu papá que está mirando a una piba, de tu edad, incomodando. Resistir no estallar con el tío que quiere que le presentes una amiga porque quiere bajarse una pendeja. Aguantar la cagada a pedos de tus mapadres porque sos piba y los amigos de tu papá se babosean con tus fotos en instagram y le hacen comentarios a él, que lo crispan, eso mata.
Que los feminismos se burocraticen. Que el Estado haga lo que ha hecho históricamente: cooptar luchas, dar cargos, tergiversar las demandas comunes. Cambiar algo para que no cambie nada. Que no te den un cargo, hermana, te están dando un bozal que te vuelve cómplice del circo del como sí. Eso mata.
Que no cambiemos las condiciones materiales de existencia, que lloremos cada cual, cada quién, pensando que te pasa sólo a vos, que estás mal, que necesitas un terapeuta, o una pastilla, o una internación, o todo junto porque vos no podes con la propuesta de vida.
Lo que no va más es esta propuesta de vida. Este nivel de explotación económica, esta inflación que sube silenciosamente licuando nuestros sueldos y haciendo que trabajemos cada vez más para igual no llegar a fin de mes. Que si habitas un cuerpo con vulva o disidente o marrón esto sea aún peor.
atte. la madre que te parió,
la tía que te cuidó
la hermana con la que jugabas,
la hija que tuviste o podrías tener,
y podría ser yo.
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