Tengo serias sospechas,
este invierno no es un invierno,
es un perro del diablo
disfrazado de estación,
no se han secado las plantas,
la helada no asusta a los árboles,
el lago sigue blando,
pero mueren almas,
todos los días,
un alma asesinada
no llega a entender,
es más,
mis amigues y yo
hemos desarrollado casi
un método natural de alternancia,
hoy muero yo
y vienen elles a sostener el duelo,
mañana morirá ella
y ahí sostendré yo
así, nos turnamos para morir,
hay tanto espanto y tanta ternura
en esto que hacemos.
Hay dos cosas
de la que no puede escapar nadie,
de la muerte
y del amor que alguien nos tiene.
No me animo a sentir angustia
por los días que faltan para la primavera,
temo que al llegar septiembre
ya me haya armado una constelación
con las ausencias tangibles,
el péndulo del destino fue tan alto
que rompió el cielo
y ahí por ese hueco
ha entrado el perro del diablo
que juega con nosotres
como los huesos roídos y viejos
que somos aquí dentro.
Afuera la lluvia y los voceríos
y los boletos de avión
nos dicen que dejemos de morir,
pero morimos,
el corazón sigue latiendo,
morimos y late,
late más empecinado
y eso, nos hace revivir
o despertar.
Te da y después te quita, el domingo, el invierno, la fe, el amor ... te dan y después te quitan... pero algo queda, un resto, una borra, un rastro, un carbón... queda. Así que, da.
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