... lo que más aflige es la ofensa que el hombre lleva adentro, cómo está lastimado por ese error que cometieron con él, que es un hombre decente y ni siquiera fue peronista
La clase que esos gobiernos representan se solidariza con aquel asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma
Rodolfo Walsh, Operación masacre
Con el triunfo de la Revolución Libertadora en 1955, Walsh comienza a incursionar en el mundo de la política, escribe notas periodísticas que exaltan el heroísmo de los pilotos que propiciaron el golpe que derrocó a Perón, comienza a discutir con las instituciones. Además, empieza a escribir notas en serie, un sello característico del “nuevo periodismo” que se relaciona íntimamente con la invención del non fiction —mezcla de recursos novelísticos y crónica interpretativa—.
La lectura retrospectiva es la que coloca a Rodolfo Walsh en el lugar del clásico escritor “comprometido”, “revolucionario”, ya que no es sino hasta 1970 que Walsh ingresa a las Fuerzas Armadas Peronistas y luego a Montoneros con el nombre de guerra de “Esteban” y “El Capitán” —ambos remiten a su padre y a su hermano, respectivamente—. Por lo tanto, hay que preguntarse por la legitimidad de identificar a un sujeto de enunciación con un lugar social que ocupó durante apenas siete años de su vida y que probablemente no sirva para leer el conjunto de su obra. Si Walsh fue y sigue siendo un escritor “revolucionario”, quizás habría que buscar también por otros terrenos, más allá de su compromiso político con Montoneros. Uno de esos terrenos es la apuesta estética que realiza Walsh en Operación masacre, una literatura revolucionaria que sobrevive a sí misma como muerto-vivo en la que se funden las voces y caen las certezas.
Aspiración literaria
El encuentro de Walsh con su destino literario y político es en junio de 1956. Le dicen: “Hay un fusilado que vive”. Operación masacre comienza siendo una serie de notas publicadas, primero, en Revolución nacional —entre enero y marzo de 1957—, y luego, en la revista Mayoría —entre mayo y junio del mismo año—: el embrión de un libro monstruoso que se va modificando edición tras edición —1. ° edición: 57; 2. ° edición: 64; 3. ° edición: 69; 4°. edición: 73—. Al convertirse en libro, en ser monumentalizada, la obra pierde en cierta forma su carácter documental. En este punto, el escritor ya es consciente de lo que la obra significa. El texto deja de ser una serie de notas publicadas en revistas y se transforma en libro. El monumento necesita un soporte material adecuado. Walsh escribe el libro sospechando que podrá colocarse en un lugar diferente del que estaba. La distancia que va del documento al monumento aparece textualizada:
Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro […]. Esa es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. (Walsh, 2010, pp. 19-20)
En ese traspaso, entonces, se deja ver la aspiración estética de Walsh. El documento es anónimo, el monumento tiene un nombre. Contra la pequeña forma del documento, la gran forma del monumento. La pequeña forma solo existe en relación con un circuito bien delimitado que funciona para abastecer a la futura obra monumental:
Así que deambulo por suburbios cada vez más remotos del periodismo, hasta que al fin recalo en un sótano de Leandro Alem donde se hace una hojita gremial, y encuentro un hombre que se anima. Temblando y sudando, porque él tampoco es un héroe de película, sino simplemente un hombre que se anima, y eso es más que un héroe de película. Y la historia sale, es un tremolar de hojitas amarillas en los kioscos, sale sin firma, mal diagramada, con los títulos cambiados, pero sale. La miro con cariño mientras se esfuma en diez millares de manos anónimas. (Walsh, 2010, p. 20)
“Anónima, subterránea, Operación masacre es en principio una investigación que asume la ‘pequeña forma’ y sus circuitos de distribución como estrategia de denuncia” (Link, 2017, p. 9) son recónditos suburbios. En la introducción a la primera edición de marzo de 1957, Walsh (2010) va a sostener: “creo en este libro y en sus efectos” (p. 195); y en el epílogo de la segunda edición de 1964 dirá: “Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor. ¿La escribiría? (p. 222). El libro como monumento y el estilo que tensiona literatura y política se imponen ahora como la forma y el lugar de la investigación: “De la forma pequeña a la forma grande, lo que aparece es lo estético, lo que de la novela como género imprime Walsh en su investigación” (Link, 2017, p. 10).
El lugar de Operación masacre es un imposible, ese no lugar de la literatura o, mejor dicho, de lo literario como mera dispersión o como suplemento. Walsh se olvida de la literatura institucionalizada, de las genealogías prestigiosas y la separación entre géneros. Escribe en el vacío, contra el canon y en relación con una literatura de segundo orden. Esto se puede considerar como una pequeña micropolítica contestataria en contra del canon de la literatura:
Si lo novelesco está como un polvillo que pone nervioso al narrador, es porque lo novelesco no puede ser más que eso: un suplemento inquietante, un aroma vago, fuera de lugar y de tiempo, un muerto-vivo. Reclama una posición que desde el canon nadie puede darle: un reconocimiento para el cual no existe ley adecuada en el Estado de las letras argentinas. (Link, 2017, p. 11)
En el capítulo primero de la primera parte, llamado “Las personas”, Walsh escribe:
Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra.
Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones. Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños se habrán prendido a sus rodillas. La mayor, Elena, habrá puesto la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Renée —cuarenta días apenas, dormitaba en su cuna—.
Su compañera, Berta Figueroa, alzó los ojos de la máquina de coser. Le sonrió con mezcla de pena y de alegría. Siempre era igual. Siempre llegaba así su hombre: huido, nocturno, fugaz. A veces se quedaba una noche, después desaparecía las semanas. Por ahí le hacía llegar un mensaje: estaba en casa de tal amigo. Y entonces era ella quien iba a su encuentro, dejando los chicos a alguna vecina, y pasaba con él unas horas transidas de temor, de zozobra, de la amargura de tener que dejarlo y esperar el lento paso del tiempo sin noticias suyas. (Walsh, 2010, pp. 29-30)
Desde el comienzo mismo, Operación masacre se revela reticente como mecanismo novelesco y, no obstante, existe una aspiración literaria:
El narrador se resiste a cosificar a los personajes y los llama “personas”: prescinde del propio capricho novelesco, piensa su existencia respecto de una comunidad de voces. Y, además, la obra se presenta como un excesivo dispositivo de denuncia o como testimonio. Walsh escribe según una lógica de lo novelesco en un texto que marca, precisamente, la imposibilidad de la novela. ¿Cómo puede saber el narrador que Nicolás Carranza no era un hombre feliz? Solo el narrador omnisciente podría considerarse con derecho a un saber semejante. En ese exceso de lo literario, se deja leer ese impulso y, al mismo tiempo, un umbral de transformación de todas las cosas: no habrá novela, pero hay literatura. (Link, 2017, p. 11)
La prosa walsheana juega con fragmentos de oralidad, conjuga el hipérbaton con una sintaxis de la lengua hablada para cortar la homogeneidad de una prosa que se quiere fuera de todas las calificaciones. “Del lirismo alto y tono grave de las sentencias a los restos de un coloquialismo de clase” (Link, 2017, p. 12), “Seis hijos tenía Nicolás Carranza” y “Muchos pensamientos duros se lleva el hombre a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra” son muestras de ello.
La frase “Siempre llegaba así su hombre: huido, nocturno, fugaz” contiene un carácter literario que merece ser puntualizado. La primera parte de la cláusula conjuga la voz del narrador con la del testigo —Berta Figueroa—: si aquel sabe que Carranza llegaba siempre así es porque la otra persona se lo ha dicho, y los predicados que ha agregado esa persona son retóricamente tan inverosímiles en boca de esa testigo —“huido, nocturno, fugaz”—, que se revelan como un operador que vuelve a enganchar dos voces, esta vez en el sentido contrario: del testigo al narrador:
¿No quiere decir Walsh, en esta frase ejemplar, que la literatura es cosa de todos, que la literatura es la colectivización de la voz propia, que es la voz del pueblo aquella con la que debe el narrador mezclar la suya? (Link, 2017, p. 12)
En esta frase se afirma el devenir del escritor, fundido en una voz anónima que frase tras frase hace que su origen se pierda y se confunda: “Operación masacre demuestra que la literatura sobrevive solamente en un instante de peligro, es ese instante de peligro en el que todas las certezas de deshacen” (Link, 2017, p. 12). La literatura se sobrevive a sí misma solo como muerto-vivo y precisamente ese carácter puede ser uno de los costados más revolucionarios de la escritura de Rodolfo Walsh.
Compromiso con la verdad
Por otra parte, con respecto al compromiso con la verdad de Walsh, uno de los grandes monumentos de la inteligencia intelectual donde se observa una retórica comprometida con los momentos que afrontaba el país en el primer año de la última dictadura cívico-eclesiástica-militar es la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Allí Walsh denunciaba tanto los crímenes de secuestro y desaparición de personas como las consecuencias de las políticas económicas aplicadas por José Martínez de Hoz. Interviene a título personal, es decir, una intervención fundada en el prestigio del nombre propio o en su posición en el campo intelectual. Firma la “Carta” con su nombre y con su número de documento:
Estas son las reflexiones que en el primer año de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. - C. I 2845022.
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977. (Walsh, 2010, p. 236)
En este terreno la escritura se pone al servicio de una verdad. La carta tiene un doble destinatario que supone un doble campo de organización conceptual. De un lado tendríamos el punto de vista de la Junta y del otro el del escritor. Estos campos se oponen recíprocamente.
Lo efectivo de la carta es que ya en el 77 define todo aquello que se discutirá a lo largo de la dictadura, la transición democrática y que hoy nos interpela de una manera fantasmal. No hubo errores sino crímenes. No hubo excesos sino un genocidio. Efectivamente la dictadura intentó imponer parte de su acción represiva como errores y como excesos:
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. (Walsh, 2010, p. 225)
Por lo tanto, del lado de la Junta queda: aciertos, errores, omisiones; y del lado del escritor: errores, crímenes, calamidades. Aquí se repite un terreno común:
No podría haber una interlocución sino se planteara en hipótesis al menos la posibilidad de un terreno común. Lo que Walsh afirma en el 77 es que no hubo errores; lo que sucedió fue parte de un plan premeditado minuciosamente. En esta secuencia hay un deslizamiento de la cadena significante, donde lo que en el campo de la Junta Militar aparece en segundo término, en el del escritor aparece primero. El error se desliza a una posición diferente, de donde el contenido de la serie cambia su tonalidad. (Link, 2017, p. 20)
A partir del 57, Walsh desarrolla esa retórica comprometida con la verdad que luego se verá en la “Carta a la Junta”. Operación masacre es un claro ejemplo de esa construcción literaria/política. Existen pasajes del “Obligado apéndice” de la primera edición de marzo del año mencionado que se funden, a la vez, en un ejemplo de literatura como colectivización de la voz propia, voz del pueblo que el narrador mezcla con la suya —devenir del escritor fundido en una voz anónima que frase tras frase hace que su origen se desvanezca—, y en el compromiso del escritor de dar testimonios en tiempos difíciles. En el apartado “Entorno a ‘Marcelo’”, por ejemplo, se lee lo siguiente:
Sé que nada hay más difícil que justificar a un dinamitero, y yo ni siquiera voy a intentarlo. Solo puedo decir que, esencialmente, “Marcelo” no era eso […]. Pero no seré yo quien acumule sobre la cabeza de este hombre destruido los calificativos de criminal, irresponsable y cobarde. Esa tarea la dejo a mis colegas, los periodistas serios, los amantes de la fácil verdad.
El terrorismo en abstracto en por cierto criminal, irresponsable y cobarde. Pero, entre un desesperado como “Marcelo”, corroído por su fantasma y su pasión de venganza; y un frío, gratuito, consciente y metódico torturador y fusilador, no me pregunten con quién me quedo. (Walsh, 2010, pp. 208-209)
Y en el último subtítulo del “Obligado apéndice” que Walsh irónica y pedagógicamente denomina “La conferencia de prensa que nodio el doctor Viglione”, ya está el germen de lo hoy nos interpela de una manera fantasmal. Ya está la discusión que se dará luego en la transición democrática. Ya está el intento de una explicación a la violencia de abajo como respuesta a un Estado genocida que ha intentado sepultar cuerpos y voces de toda una generación:
Lo que más lamento es que el señor juez haya perdido una oportunidad casi única para ilustrar y educar a la gente, lo que también está dentro de sus funciones. El señor juez pudo entonces explicar que el terrorismo no es algo que nace por generación espontánea. Pudo explicar que la actitud del terrorista de abajo que coloca una bomba es la respuesta al terrorismo de arriba que aplica la picana. Pudo explicar que la bomba que mata a un inocente no se diferencia gran cosa de la descarga del pelotón que mata a otro inocente. Y que, si cabe establecer algún matiz diferencial, es a favor del terrorista de abajo, que por lo menos no cuenta con la impunidad asegurada, no cree estar defendiendo la democracia, la libertad y la justicia, y no organiza conferencias de prensa. (Walsh, 2010, p. 210)
Operación masacre es un ejemplo de construcción literaria que produjo un cambio en el modo de interpretación política, un cambio en la clave de lectura de la investigación. En las introducciones, apéndices y epílogos, Walsh pasará de demostrar minuciosa y sistemáticamente que la Revolución Libertadora fusiló antes de que se dictara la Ley marcial —por lo cual actuó por fuera de la ley— a sentenciar que la clase que lo hizo “no está dispuesta a castigarse a sí misma” (Walsh, 2010, p. 174) ya que “Dentro del sistema, no hay justicia” (Walsh, 2010, p. 224); de “creer en un libro […] aunque son tantos más los que creen en las metralletas” (Walsh, 2010, p. 195) a reivindicar el fusilamiento de Aramburu como parte de la justicia revolucionaria; de ver en los fusilamientos de José León Suárez un “delito” o un “error” de la Libertadora a concluir que esos sucesos son un episodio más de la lucha de clases en la cual no puede haber acuerdo entre opresores y oprimidos, como lo deja expresado en el apéndice “Operación en cine” censurado por el gobierno del 73 que, según Walsh, completa el libro y le da su sentido último:
De los políticos solo podíamos esperar el engaño, la única revolución definitiva es la que hace el pueblo y dirigen los trabajadores. […] Lo que nosotros habíamos improvisado en nuestra desesperación, otros aprendieron a organizarlo con rigor, a articularlo con las necesidades de la clase trabajadora, que en el silencio y en el anonimato va forjando su organización independiente de traidores y burócratas. La larga guerra del pueblo, el largo camino, la larga marcha hacia la Patria Socialista. (Walsh, 2010, p. 184)
Estos cambios en la clave de lectura dan cuenta no solo de la transformación de la obra edición tras edición, sino también de la resignificación como escritor al servicio de una literatura revolucionaria en lo estético y en lo político.
Referencias bibliográficas
Link, D. (2017). “Rodolfo Walsh, inteligencia de izquierda”. Conferencia pronunciada en el Centro Cultural San Martín.
Walsh, R. (2010). Operación masacre. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
Walsh, R (1995). “Prólogo”, “La misteriosa desaparición de un creador de misterios”, “2-0-12 No vuelve”, “Aquí cerraron sus ojos”, “Yo también fui fusilado”. El violento oficio de escribir. Buenos Aires: Planeta.
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