¿Podremos redirigir las disputas políticas que nos ocupan hacia sus formas elementales? ¿Hacia las posiciones que palpitan detrás del sibilino y laberíntico aparataje discursivo que las esconde? ¿Alcanzaremos esas pocas palabras en las que caben deseos de mundo?
Hay dos exclamaciones compuestas por las fuerzas en juego: Hay quienes exclaman “No vuelven más”, contra eso se oponen en solidaridad “vamos a volver” y “Nunca más”. En ambas se expresan formas de una política del no-retorno, entonces ¿dónde la diferencia?
“No vuelven más”:
Declaración de muerte que da-la-muerte. Deseo de desaparición, erradicación, expulsión, irretornabilidad de lo arrojado al aniquilamiento. Ya-no-es, Ya-no-será.
Conjuro fronterizo para la abolición de los fantasmas de aquello a lo que se la ha-dado-muerte.
Comun(inmun)idad fundada a partir de la desaparición absoluta de lo otro (insumisiones, insurgencias, monstruosidades, rarezas, indoblegables, indecidibles indecibles…), de su eterno no-retorno.
Comun(inmun)idad que nace a partir del dar-muerte. Deseo de que no retornen los muertos a quienes se les ha dado-la-muerte.
Aberrancia de la memoria por la retornancia de lo finiquitado, de lo que se quiere olvidado y olvidable. Memorar es invocar retornos. Restituir umbrales. De allí el ataque a políticas de la memoria.
“La obsesión que tenemos por analizar el presente en función del pasado no es normal. Está bueno saber que eso es una patología nuestra (risas del auditorio). Lo más lindo que hicimos fue poner animales en los billetes. Es la primera vez en la historia argentina que hay seres vivos en la moneda nacional, que dejamos la muerte en paz. Que la muerte esté tranquila, que descanse en paz y vivamos nuestra vida.” (Jefe de Gabinete, Marcos Peña – 15/10/2017 – Coloquio Idea con Carlos Pagni)
El deseo de irretornabilidad de lo dado-por-muerto es el centro de las guerras modernas. Lo que la guerra materializa es el dualismo vida/muerte (Pinochet1976-Piñera2019: “Estamos en guerra”). Se trata de afirmarlo categórico e inapelable, de acentuar con todo el furor del horror la disyunción vida o muerte, apostando a que la vida sea un bien dominable y la muerte discipline al derrotado al confinarlo tras el límite infranqueable de su desintegración material. La relación vida / muerte se afirma desde la exclusión de los términos, su desacople y su irreversibilidad.
La cifra elemental del fascismo clama: “Darle-muerte acabará con ello. De allí no hay retorno”. Por eso el fascismo se anuncia en nombre de la vida, pero sólo de la vida. La muerte es despreciable por ser el sitio de lo ignominioso. Territorio ominoso porque allí mora –inmortal- lo dado-por-muerto.
Un poema Aymara canta: “¿La muerte puede ser mortal?”
Una escena de la Guerra Civil Española: Un miliciano de una brigada internacional cae fulminado por balas franquistas. Su compañera corre hacia el cuerpo ultimado, lo abraza con fuerza, le implora: “Háblame”. No pide que se detenga la muerte, pide que, en la muerte, hable todavía.
César Vallejo testimonia esto en varios pasajes de “España aparta de mí ese cáliz”. Hacer hablar la vida en la muerte, recuperar la palabra de ese porvenir arrojado al abismo de la desaparición. Vallejo da vida a la paradoja del testimonio al saber que él no es quien puede hablar esa palabra-testimonio, sabe que no puede hablar en nombre de-. Quienes pueden testimoniar son lxs que ya no están, quienes han sido aniquiladxs junto a la República.
Entonces habrá que darle lugar a la forma extraña de una palabra presente-ausente: “vamos a ver hombre / cuéntame lo que me pasa”, “Entró su boca en nuestro aliento” escribe.
Aquél poemario-testimonio desmiente esa afirmación presente en todo fascismo que dice “darle-muerte acabará con ello”. No considera que el final de la palabra coincida con el final de la vida, la muerte no hace de punto final. Vallejo lee lo que escribe la muerte, lo que escribe esa muerte sobre la vida. De allí que al encontrarse el cuerpo fulminado de un campesino devenido defensor improviso de la República, el poema cante “su cadáver estaba lleno de mundo”.
Benjamin escribe en la sexta tesis de filosofía de la historia que “ni siquiera los muertos[1] estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer”. No deja de resultar inquietante que dejara señalada esa frase “ni siquiera los muertos”. Allí queda entreabierta la puerta para pensar que la voluntad política de la crueldad supone, además de un gobierno de lo vivo, un gobierno de lxs muertxs, que se haría necesario por el hecho de que lxs vencidxs, “a quienes su vida ha sido robada”, no cesan de agitarse, de aparecer, de reaparecer y de asediar desde todos los tiempos. Tal vez la crueldad lo sepa: Nunca vence del todo, hay espectros.
“Vamos a volver”:
Promesa de retorno infinita de aquello a lo que se le ha dado-muerte. No lo muerto, sino lo dado-por-muerto.
Pregunta Derrida: “¿Se está seguro de poder distinguir entre la muerte (llamada natural) y el dar muerte, después entre el asesinato sin más (todo crimen contra la vida, aunque sea puramente «animal», como se dice cuando se cree saber dónde comienza y acaba lo viviente) y el homicidio, después entre el homicidio y el genocidio (primero en la persona de cada individuo representante del género, después más allá del individuo: con qué número comienza un genocidio, el genocidio propiamente dicho o su metonimia?, y ¿por qué la cuestión del número tendrá que insistir en el centro de todas estas reflexiones?”[2]
Nunca más:
Declaración de la imposibilidad de abolición de lo otro (insumisiones, insurgencias, monstruosidades, rarezas, indoblegables, indecidibles indecibles…). Grito común que decreta indecretable el dar-muerte. Herida infinita que se abre al retorno de lo desaparecido para recordar la posibilidad de una comunidad fundada en la apertura a lo otro (insumisiones, insurgencias, monstruosidades, rarezas, indoblegables, indecidibles indecibles…).
Comunidad nacida del haber sido declarada muerta (una y otra vez)
Exclamación que impugna la desaparición como principio comunitario.
Deseo de que no retornen quienes quieren dar-la-muerte, quienes afirman la muerte, quienes firman la muerte, quienes se han arrogado dar-la-muerte, quienes pretenden legislar la muerte.
Invocación a los fantasmas, amor a los fantasmas, comunidad con/entre espectros.
Común rasgado por todas las heridas de los tiempos.
Insiste Derrida: “Pero habrá hecho falta hacer la prueba del crimen. Entre estas incriminaciones o recriminaciones, entre estas formas del agravio en las que la acusación se mezcla con el duelo para gritar una herida infinita. Como si nada pudiese pasar ni pensarse sino entre crímenes imputables, entre culpabilidades, responsabilidades, compasiones, testamentos y espectros: procesiones y procesos sin fin”[3]
Nunca más: Pervivencia de lo dislocado, incorrespondencia del hoy consigo mismo. (Re)aparición de todos los tiempos en el tiempo de hoy. Imposibilidad de una muerte-en-paz. Sospecha interminable de que cada muerte, pudo haber sido dada por los modos de vivir. Se trata de una pregunta insomne ¿sobre qué muertes se sostiene lo que llamamos vida?
Derrida: “Lo propio del espectro, si lo hay, es que no se sabe si, (re)apareciendo, da testimonio de un ser vivo pasado o de un ser vivo futuro, pues el (re)aparecido ya puede marcar el retorno del espectro de un ser vivo prometido. Intempestividad, y desajuste de lo contemporáneo.”[4]
Allí la diferencia: ya no la vida contra la muerte, sino todo vivir es vida-muerte. No vuelven más es una política de clausura de ese pasaje, el intento de conjurar lo espectral de la memoria, “dejar la muerte en paz”.
Nunca más es política que abre umbral. Un indeclinable amor a los espectros-de-lo-que-fue-será, disposición a lo que está no estando, respuesta imperecedera a sus llamados sin fin.
Nunca más: política nacida de las heridas infinitas que pueblan las vidas que vivimos desde antes que vivamos. Y también después.
[1] Benjamin, W. (1942) Tesis de la filosofía de la historia. El subrayado es original del texto.
[2] Derrida, J. (1998) Políticas de la amistad. Ed. Trotta. Madrid.
[3] Ibid.
4] Derrida, J. (1995) Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Ed. Trotta. Madrid
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