Una vez más muerdo
anzuelo de lo que me hace estar
vivo.
Muerdo pezones
que me recuerdan algo que no sabía que podía
existir.
Soy un pez
manso
atragantado por el metal.
Observo
como un pescado
sin la opción del parpadeo.
Entre acciones descoordinadas de lo que me gustaría que suceda
me pregunto
si los peces se enamoran.
Entiendo por fin
que la acción de morder
es una pulsión para apagar el hambre.
Morder, una vez más
refleja un mecanismo de subsistencia
alimentarse de algo que llama la atención.
La trampa, el señuelo
es la tracción
hacia Él (deseo).
Eso, que parecería estar al alcance de la boca
al morderlo engancha el cuerpo, y tira
con el movimiento del oleaje, la tensión del hilo.
Me pregunto si los peces se enamoran
puedo asegurar que
sí lo hacen, no lo hacen por placer.
Sé que los peces
caen en las redes del amor
por hambre.
El amor de los peces
es una necesidad
que no distingue si lo que brilla es oro o alimento.
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