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Clínicas que saben la espera (entre La Borde, Esteves y Cabred) / Marcelo Percia

Contrastes

 

Una civilización se compone de contrastes.

 

En tiempos de campos de exterminio también florecen utopías comunales y libertarias.

 

La Borde se recordará como lo otro de los manicomios.

 

Como práctica de una común acogida de rarezas, anomalías, disidencias, aflicciones, soledades. Como estancia sin jerarquías, verticalismos, violencias, imposiciones caprichosas. Como continuo trabajo deliberativo. Como pregunta inagotable sobre qué nos pasa cuando vivimos juntos.

 

Notas

 

Presento notas e impresiones desencadenadas tras ver L’ Imvisible, una entrevista que Nicolas Philibert hace a Jean Oury el 12 de mayo de 2002. El mismo director había filmado, entre julio y agosto de 1995, La moindre des choses, una película en La Borde, mientras todas las sensibilidades que habitaban el lugar ensayaban, para una muestra colectiva de la clínica, Opereta, una obra de teatro de Witold Gombrowicz.

 

Pero estas notas e impresiones se mezclan y contaminan con experiencias marginales del sur.

 

Con intervenciones calladas y discretas, con insurgencias desafiantes y disidentes, con labores de voluntades dispersas que, de pronto, forman equipos.

 

Con continuas derrotas que, sin embargo, devienen insistencias en instituciones manicomiales de la provincia de Buenos Aires, como los hospitales Esteves y Cabred.

 

Opereta

 

Gombrowicz escribe Opereta en los años de una larga y obligada estadía en Buenos Aires.

 

Alguna vez dijo: “Siempre me he sentido fascinado por la forma de la opereta, en mi opinión una de las más felices que ha producido el teatro. Así como la ópera tiene algo de torpe, de irremediablemente abocado a la pretensión; la opereta, en su divina idiotez y en su esclerosis celestial, toma sus alas del canto, de la danza, del gesto, de la máscara y me parece el teatro perfecto, perfectamente teatral”.

 

De pronto cantos y bailes irrumpen entre balbuceos y desgarraduras en tiempos virulentos. Así la obra del escritor polaco y así las clínicas contra los manicomios del sur.

 

Clínicas de los bordes y desbordes, de los límites y de lo ilimitado, de las extrañezas y de las vidas irreductibles.

 

Clínicas desprendidas de las formas diagnósticas.

 

Clínicas del mientras tanto.

 

Clínicas de opereta: no pretensiosas, plebeyas, irrespetuosas de las fronteras, burlescas, a las que se les nota que los vestuarios o disfraces europeos les llegan rotos, gastados, ajenos.

 

Clínicas de hagamos lo que se pueda (pero hagámoslo bien y disfrutando de hacerlo).

 

Civilización

 

Dice Oury que si se quiere saber cómo transcurre una civilización, alcanza con observar cómo trata a las vidas desoladas, a las vidas que acampan en las orillas, a las vidas que sienten dolores y energías planetarias.

 

Tratamientos

 

La palabra tratamiento reúne tentativas de cuidado, de acogida, de donación de tiempo, de una común espera, de un llamado a escuchar lo que no se sabe cómo pensar.

 

Tratar supone consentir lo irreductible, respetar los ritmos de un silencio, custodiar el misterio indescifrable de una vida.

 

El infinitivo tratar interesa como apuesta a potencias sanadoras de un común estar, con sus deseos y azares.

 

Tratar no quiere decir administrar medicamentos, subsidiar discapacidades, apartar lo doliente.

 

Esta civilización necesitó justificar campos de exterminio como un tratamiento racional y planeado de poblaciones malditas, sobrantes, infectadas de extrañezas.

 

Esta civilización necesitó nombrar con la palabra trata la comercialización y el tráfico de pavuras esclavas.

 

Esta civilización necesitó bautizar así la manipulación de mujeres -mediante vejaciones, engaños, dependencias- para la explotación sexual.

 

La Borde

 

Jean Oury (1924-2014) nace en las afueras de la ciudad de París.

 

Se forma con François Tosquelles, discípulo de Emilio Mira y López, titular de la primera cátedra de psiquiatría española.

 

Llega como médico joven, en 1947, al hospital de Saint-Alban, donde se vivían tiempos de transformación impulsados por los entusiasmos de Tosquelles, refugiado en Francia tras la derrota de la república española y la persecución del franquismo.

 

Años después, se forma como psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de París fundada por quien fue su analista durante veinte años.

 

Las primeras noticias de Oury, en Buenos Aires, provienen por estar mencionado en El Antiedipo y por algunas intervenciones en los debates registrados en los seminarios de Lacan.

 

Creador, en 1953, de la clínica de Cour-Cheverny, conocida como La Borde, en las edificaciones gastadas de un pequeño castillo del siglo XVI en medio de un campo, de muchas hectáreas, ubicado a 180 kilómetros de París.

 

La Borde hospeda alrededor de cien pacientes que deciden alojarse allí y otras cien personas que integran el equipo terapéutico.

 

Oury convoca a Félix Guattari, quien muere allí a los sesenta y dos años, en 1992.

 

Amistades

 

Sensibilidades que sienten en demasía no encajan (lo hacen mal o solo por momentos) en las hormas previstas para los sentimientos y emocionalidades. Están en la vida sin protecciones. Expuestas a intensidades que las mesuras no comprenden.

 

Sus presencias insomnes enrarecen y cuestionan el mundo aunque no se lo propongan.

 

Tosquelles y Oury advierten que no se trata de sanar a las llamadas psicosis para volverlas parecidas a las normalidades, sino de practicar terapéuticas de la vida en común que posibiliten escuchar e incorporar mensajes cifrados de dolor que portan rarezas y aflicciones.

 

Guattari conoce a Oury a los quince años, pero cuando lo convoca a colaborar en La Borde ya tiene veintiuno.

 

Recuerda así ese llamado en una presentación: “Trabajo en la clínica de La Borde; fui invitado a colaborar de esta experiencia por mi amigo Jean Oury quien es el fundador y principal impulsor, el castillo de La Borde está situado a 15 km al sur de Blois en la comuna de Cour-Cheverny. Es entonces que tomé conocimiento de la psicosis y el impacto que podía tener sobre ella el trabajo institucional. Estos dos aspectos están profundamente ligados, porque la psicosis, en los sistemas carcelarios actuales, muestra sus trazos esencialmente marcados o desfigurados. Solo cuando se desarrolla alrededor de ella una vida colectiva en el seno de instituciones apropiadas es donde ella puede mostrar su verdadero rostro, rostro que no es el de la extrañeza y la violencia, como se cree a menudo, sino el de una relación diferente con el mundo…”.

 

Castillo

 

Un gran salón de la planta baja del castillo que hace las veces de espacio para reuniones, comedor, bar, sala de juegos, club. En los jardines, que rodean la vieja casona, hay una capilla gótica que funciona como biblioteca y, entre otras construcciones, una que llaman El taller de cristal, un espacio delimitado por hermosos ventanales. Cerca de ahí se puede espiar por una ventana un estudio en el que trabajaba Guattari.

 

Libertad

 

En La Borde no hay espacios cerrados. Su existencia pone en cuestión el hospital como campo de concentración. Se trabaja con la premisa de que cada cual tiene libertad de circulación y decisión. Incluso (dentro de lo posible) se establecen por consenso rutinas compartidas que nadie tiene obligación de cumplir.

 

Deliberaciones

 

Al cabo, se tropieza con la cuestión de la libertad.

 

Asunto que no se puede despachar diciendo las dos o tres cosas que siempre está bien decir.

 

En espacios de convivencias obligadas, ¿se puede decidir a qué hora dormir o cuándo salir de la cama?, ¿qué y en qué momento comer?, ¿cuándo y cómo asearse?, ¿tomar o no los medicamentos?, ¿beber alcohol o embriagarse con sustancias?, ¿gastar todo el dinero en una noche? ¿Se puede decidir en qué momento y con quién hablar o hay que hacerlo en los horarios acordados y con el profesional designado?

 

¿Qué hacer ante acciones que dañan? ¿Se las considera actos de autonomía?

 

Eso que se llama libertad solicita incesantes momentos de una común deliberación. Momentos de acogida de todas las indecisiones que se ponen en juego en una mínima decisión.

 

¡Ah…qué alivio el cumplimiento de las rutinas institucionalizadas! ¡Qué descanso encomendarse a un conjunto de fijezas establecidas!

 

Acatamientos eximen de la vertiginosa incertidumbre de la libertad. Dispensan de tener que cargar con la responsabilidad de las desobediencias.

 

La pregunta por la libertad sobrevive como interrogante enrevesado en todos los naufragios de la vida en común.

 

Entornos

 

Oury considera la institución (quienes dirigen, quienes realizan cuidados clínicos y quienes se hospedan) como un espacio que necesita tratamiento. Eso quiere decir la expresión psicoterapia institucional.

 

Consiste en una práctica analítica de la vida en común.

 

Sostiene Oury que no se trata de curar personas sino de sanar entornos.

 

La palabra entorno alude a lo que nos rodea o al ambiente en el que se vive. Tal vez conviene pensar en hábitat más que en ambiente, en torbellinos de afecciones más que en malicias y bondades que circundan, en inmersiones en común más que alrededores que cercan. Pensar en una respiración planetaria antes que en un sistema individual que intercambia gases con el medio.

 

Conflictividades

 

En La Borde se trata de prevenir tres males de las instituciones totales: el hospital como ambiente nocivo, la inacción como dejadez, la supuesta irresponsabilidad de quienes sufren.

Resulta más fácil el asistencialismo que dar audición a la conflictividad.

 

Dar audición a la conflictividad supone dar lugar a afectaciones que las normalidades consideran inapropiadas, inoportunas, inentendibles, indeseables, incomprensibles.

 

Tal vez en la supresión de la conflictividad resida una de las metas secretas que anida en todas las formas del mal.

 

Nocividades

 

Oury recomienda al equipo clínico tratar de estar lo menos nocivos posible.

 

Pero no se trata solo de un consejo, ni de una precaución entre otras, se sabe que en el terreno de los cuidados clínicos, las buenas intenciones pueden dañar.

 

Como también pueden perjudicar las superposiciones, las burocracias, las sobreactuaciones.

 

En La Borde se intenta escapar a la presión de las estadísticas sanitarias, de los resultados de gestión, de tener que mostrar éxitos ante jueces y autoridades estatales.

 

Se procura no reproducir violencias que exigen a las vidas que sufren avances en dirección de los patrones morales dominantes.

 

21 de noviembre de 1984

 

Cuenta Oury sobre un hombre -que carga con el diagnóstico de esquizofrenia- que durante años se mantiene apartado, sin contactos. Que vaga flaco y alucinado, temeroso de estar en un espacio abierto. Hasta que un día comienza a realizar pequeños trabajos con los que ahorra para comprarse una bicicleta. Desde, entonces, saluda con alegría, desde su vehículo, a quienes cruza en sus recorridos diarios.

 

Al final del relato, ironiza sobre lo difícil que resulta explicar a las mentalidades sanitarias una práctica clínica que sabe esperar más de diez años para que una vida se decida a andar en bicicleta.

 

Iniciativas

 

Clínicas esperan, sin premuras, el momento en el que aflicciones encalladas toman la iniciativa e inventan acciones, muchas veces, inimaginables.

 

Iniciativas se adelantan a lo previsto, desconciertan expectativas e ideales terapéuticos. Tienen, a veces, formas extravagantes y disparatadas.

 

Casi toda la labor consiste en saber aguardar la repentina irrupción de una iniciativa.

Iniciativas no se solicitan ni se demandan. No tienen fechas ni plazos. Arriban, cuando arriban, en una común confianza.

 

A diferencia de una impulsión que daña (y que reincide una y otra vez en lo que lastima), iniciativas provocan desvíos, abren súbitas puertas, inauguran la primicia de un momento no sabido.

 

Así como el psicoanálisis comparte la posición de Mallarmé de dar la iniciativa a las palabras, las prácticas contra los manicomios saben que tienen que dejar la iniciativa a las demasías.

 

Sin demandar que se ajusten a las uniformidades sentimentales del sentido común.

 

Pensionistas

 

Quizás siguiendo una práctica iniciada por Tosquelles, Oury no nombraba en La Borde como pacientes a quienes habían decidido buscar refugio y cobijo allí, sino pensionistas.

Huéspedes pasajeros en una comuna de cuidados.

 

En el hospital Esteves se decía “las chicas”; en el Cabred “los muchachos”. Entonces, ensayamos nombrar de otros modos: inquietudes, furias, ofuscaciones, insistencias, picardías; así, cada vez, pensando las palabras que se iban necesitando.

 

Decisiones

 

Se celebran asambleas con todas las voluntades que realizan cuidados clínicos y todas las sensibilidades alojadas en sus dolencias, para conversar sobre problemas de todos los días y tomar decisiones sobre cómo seguir.

 

A veces solo se trata de dar lugar a la pregunta sobre qué hacer aunque, al final, no se decida nada.

 

Penumbras

 

Una gran sala iluminada solo por la luz de las primeras horas de la tarde. Recién llegado, tomo asiento en una zona protegida por las penumbras. El lugar tiene algo de salón literario de las novelas de las cortes francesas. La reunión se desarrolla tranquila, entre voces pausadas y monocordes. No se distingue quiénes están ahí como hospedados ni quiénes como voluntades que trabajan. Después de un rato, concluyo que el hombre alto de canas que lleva un prolijo pañuelo en el cuello se comporta como el director. Entonces pregunto. Me responden que Oury tuvo que viajar a París.

 

Espacios

 

En La Borde se entiende que las llamadas psicosis requieren pluralidades clínicas y mudanzas transferenciales. Que necesitan contar agrupaciones convencionales y no convencionales, con espacios previsibles y sin posiciones fijas. Constelaciones variables en las que cada cual pueda trabar intimidad con diferentes referentes de cuidado. Así como decidir cuándo y en qué lugar estar o ante quién hablar o callar.

 

21 de noviembre de 1984

 

Oury observa (aunque no con estas palabras) que no importa tanto la relación analítica como las constelaciones clínicas posibilitadas.

 

Señala que una constelación necesita lo que llama “libertad de circulación”. Existencias que sufren -dice- no hacen elecciones administrativas sobre con quienes conversar. No eligen títulos o diplomas. Prefieren una afectividad compañera, una sonrisa que hace la limpieza, un silencio que no demanda nada, una extrañeza que se quedará solo un tiempo, una sensibilidad que canta, una sensualidad que cocina probando sabores.

 

Oury imagina un club clínico como oportunidad de transitar entre sorpresas y azares, entre irrupciones y repliegues de deseo, entre gustos y disgustos, entre contactos e interferencias.

 

Estar ahí

 

El iniciador de La Borde llama transferencia al “encuentro de cada cual con el deseo de estar ahí, presente en lo que está haciendo”.

 

El ahí no interesa como adverbio que indica un lugar. No modifica al verbo para señalar un sitio: el estar ahí notifica una sensibilidad decidida a dar una presencia afectada.

 

Tal vez estar en transferencia quiera decir suponer la sabiduría del momento. Entregarse a la fuerza evocativa de una ocasión que aproxima.

 

Deseos

 

Derivas del deseo de estar ahí interrogan zonas no declaradas, no admitidas, no advertidas.

Según Oury quienes trabajan en La Borde necesitan interrogarse sobre si desean estar ahí y qué sedimentos arrastran esos deseos.

 

Muchos años después, entre cercanías empeñadas en terminar con los manicomios, en una región distante y empobrecida, ensayamos esa pregunta: ¿Por qué estamos aquí?

 

No hay una pureza ética del estar aquí. Multitudes de afectos sobrevuelan como aves que tienen hambre.

 

Una reunión de equipo no se pretende como limpieza moral, sino como audición que da lugar a la conflictividad (siempre incómoda, fea y sucia).

 

Algunas respuestas de ese día:

Estamos aquí, pero podríamos estar mejor en otro lado.

Estamos aquí porque necesitamos trabajar. Y porque el Estado ofrece empleo estable, obra social, vacaciones, beneficios jubilatorios.

Estamos aquí mirando el reloj y especulando con licencias y días feriados.

Estamos aquí porque sentimos atracción por la clínica, interés por las bondades de las terapias, por la acogida de los cuidados, porque aprendimos a acompañar vidas desvalidas.

Estamos aquí porque tenemos la ilusión de curar.

Estamos aquí porque necesitamos sentirnos útiles.

Estamos aquí para desplegar nuestra compasión.

Estamos aquí para reconfortarnos comparándonos con existencias que la pasaron peor en la vida.

Estamos aquí para recibir afectos y gratitudes de existencias tan ultrajadas.

Estamos aquí para sentir que tenemos autoridad y poder de mando.

Estamos aquí por el gusto de conducir vidas desorientadas.

Estamos aquí para cosechar reconocimientos.

 

Ropajes

 

Oury propone que cada equipo clínico se interrogue ¿por qué estar aquí?

 

Piensa que para que algo de la clínica acontezca como apertura, sorpresa, invitación, se necesita (además del generoso azar) que quienes están ahí hayan decidido estar ahí.

 

En ello reside lo que llama condición de la transferencia.

 

No se trata de felicitar y convocar a quienes desean estar aquí por amor genuino a la clínica como sensibilidades santas o heroicas, sino de sacudir la sospecha de que cualquier deseo asume muchos ropajes o tiene diferentes pieles superpuestas.

 

Acciones

 

Un momento clínico acontece cada vez que la decisión de estar ahí se conjuga el deseo de hablar y la disposición a escuchar.

 

No se trata de respuestas individuales fijas, sino de funciones de cuidado asumidas por diferentes protagonismos.

 

Un acto de cuidado se precipita cuando el deseo de estar se encuentra, de pronto, estando justo cuando se solicita una presencia.

 

Se puede dar con la psicóloga, la psiquiatra, con una compañera de taller, con un acompañante en una salida a comprar zapatos, con la profesora de plástica, con el maestro carpintero, con la trabajadora social en el viaje de vuelta después de una entrevista en el juzgado, con otra sensibilidad en una noche de común insomnio.

 

Pasajes

 

Se trata de propiciar momentos de un común estar.

 

Valorar tiempos escurridizos, pasajeros, muchas veces solo insinuados, o incluso invisibles.

 

Sensibilidades felinas que simulan no estar con nadie entrecierran los ojos pero registran y saben todo lo que está pasando.

 

Un común estar no traza formas fijas. Encuentro no significa solo compartir de un modo literal un momento. A veces, se puede estar sin estar en el doble sentido.

 

Participación

 

El hombre internado hace muchos años nunca quiso participar del taller de teatro. Un día encuentra a la profesora en el horario de la actividad en otro lugar del hospital. Por primera vez se acerca para hablarle muy preocupado: “Pero, ¿cómo hoy no hay taller? La profesora sorprendida lo tranquiliza: “Sí hay, pero me demoré con un trámite”. Entonces, el hombre comenta aliviado “Ah… me preocupé”. En eso, la profesora aprovecha la ocasión para insistir con la invitación que se le hizo innumerables veces: “A usted ¿le gustaría participar alguna vez?”. “No, no creo. Gracias. Me alegra saber que siguen ahí”.

 

Pegotes

 

Se conocen cercanías pegoteadas.

 

Adhesiones, sometimientos, subordinaciones, violencias, crueldades, entre proximidades.

 

Aflicciones encienden y apagan deseos. Acarician y lastiman, abrigan y congelan, se agradecen y se maldicen. La proposición de un común estar corre el riesgo de volverse una fórmula autosuficiente.

 

Avatares de la vida en común no se resuelven con frases bonitas.

 

Distancias

 

Lleva muchas noches sin dormir. Teme, que estando desprotegido, su compañero aproveche para matarlo. Cuando la enfermera que visita la casa le pregunta por qué habría de matarlo si son amigos, responde que no se necesitan muchas razones para matar en estos tiempos. Después de un rato en silencio, dice que preferiría algunas noches ir a dormir al hospital.

 

Capturas

 

No se trata de propiciar relaciones con otros, sino proximidades y distancias entre entusiasmos y fatigas, entre tristezas y dolores.

 

La vida no necesita quedar capturada en un conjunto de relaciones entre personas, fluye como cercanías y lejanías entre afectividades.

 

Encierros

 

Se procura no encerrar a nadie en una relación o en un grupo.

 

Se trata de sostener pasajes de lo cerrado a lo abierto, así como repliegues en lo cerrado sin perder la opción de lo abierto.

 

Después de un tiempo, equipos clínicos se dan cuenta que muchas veces no se los llama para esclarecer miedos y malestares en una relación, sino para posibilitar fugas y salidas. Para oficiar como puentes, como habilitaciones de pasaje, como acompañantes de enlaces y desenlaces.

 

Traducciones

 

La labor psicoanalítica se ha pensado como una práctica de la traducción. Traslados o transferencias de afectividades a través de las palabras.

 

Pero, también, serena recepción de lo intraducible de una existencia.

 

Una labor contra el candor o la arrogancia de los descifrados, interpretaciones, explicaciones, conclusiones contundentes.

 

Excusas

 

En La Borde trabajan pasantes extranjeros. Recuerdo algunas voluntades venidas de Uruguay, Brasil, México, Costa de Marfil, Alemania, Italia. En una reunión me excuso por haber coordinado una actividad con dificultad por no entender bien la lengua. Después de un buen rato, con mucho cuidado (y alguna picardía), Oury comenta algo así: “Ah… los psicoanalistas lamentan no entender, olvidan, que estamos ahí no para entender, sino para permanecer próximos de lo que no se entiende”.

 

Agitaciones

 

Terapias, talleres de arte y teatro, actividades de cocina y prácticas de diferentes oficios. Club terapéutico. Se ofrecen e inventan actividades para restaurar agitaciones de la vida cotidiana. Para recuperar el potencial sanador de la vida. Actividades como pretextos para el agrandamiento oblicuo de detalles, matices, insignificancias, conflictividades.

 

Responsabilidades

 

Se trata de incitar (no demandar) responsabilidades, a veces pequeñas, mínimas, imperceptibles.

 

Montones

 

Un equipo clínico actúa como caja de resonancia, amplificación, memoria, derivación de un montón de historias que se mueven y mutan como nubes de una vida.

 

Historias irreductibles, incompatibles con rígidos informes causales, con manuales diagnósticos.

 

Equipos clínicos están ahí para custodiar enigmas u opacidades de cada cual.

 

Inolvidable

 

Lo singular no se reduce a lo particular ni a lo personal. Lo singular, inconquistable y no representable, no semejante a nada, acontece -si acontece- en el momento menos pensado.

 

Lo inolvidable adviene en el umbral de lo olvidable.

 

Colectivos

 

Oury diferencia lo colectivo de la colectividad.

 

Dice que la colectividad fomenta una organización, una institución, que actúa según normativas. Posee jerarquías, funciones, roles, estamentos bien codificados.

 

Colectividades consolidan uniformidades y segregaciones.

 

Tienden a la homogeneización.

 

Realizan rutinas cronometradas, evalúan y controlan las horas de trabajo.

 

Dice que la palabra clave de la psicoterapia institucional para designar lo colectivo se llama heterogeneidad.

 

Su horizonte, la polifonía.

 

Inventivas clínicas de cercanías des-jerarquizadas y descodificadas.

 

Limpieza

 

Al comienzo, en las casas de convivencia de mujeres que habían estado muchos años internadas, se registran consumos exagerados de productos de higiene y limpieza que provee el hospital.

 

El director del psiquiátrico, aconsejado por el administrador, lleno de sospechas, ordena auditar las viviendas y establecer raciones fijas por mes.

 

Sin embargo, el equipo clínico del Centro de Día, que se resiste a acatar la imposición de racionalidad, hace lo que hace siempre: realiza reuniones con todas las mujeres de las casas y con las trabajadoras y trabajadores, para hablar del problema.

 

Enseguida se establece que lo que pasa en cada casa puertas adentro debe respetarse y nadie se va a meter a controlar cuánto papel higiénico usa cada una para limpiarse.

 

Así pasan los días. Se habla del asunto en asambleas de convivencia, en talleres, en grupos terapéuticos, en entrevista individuales, en largas reuniones de equipo.

 

El director, irritado por tanta pérdida de tiempo, amenaza con pedir la renuncia de la enfermera que dirige el Centro de Día.

 

Sin embargo las reuniones siguen. Se expresan y se escuchan muchísimas cosas.

 

Una vez alguien dice que a través del papel higiénico se transmiten enfermedades infecciosas, por eso tiene, entre el corte de su compañera y el suyo, suprimir varios metros como protección.

 

Una mujer cuenta que su compañera antes de acostarse traza una frontera de lavandina en el umbral de cada puerta. Al principio discuten porque teme que el olor le haga mal, pero de a poco comprende que, así, la compañera duerme más tranquila que con las pastillas.

 

Se comparte que entre tres mujeres que viven juntas, cada una lava el mismo baño como si viviera sola aunque ya lo hubiera lavado su compañera.

 

Alguien revela que en una casa regalan productos a vecinas que los necesitan, pero no dice en cuál ni nadie pregunta.

 

Una mujer que vive en una vivienda en la que los productos de limpieza sobran, dice “Prefiero tener la casa sucia y la bombacha limpia. No como otras que no voy a nombrar”.

 

Una joven que nunca habla, cuando se le pregunta qué opina, responde: “No quiero que me controlen la limpieza ni los medicamentos, quiero salir a callejear y cumbiar cuando se me de la gana”.

 

De pronto, alguien dice: “Disculpen, pero me tienen cansada con esta mierda del jabón de lavar. Primero nos meten acá para cuidar una casita, para que seamos buenitas, para que andemos limpitas y arregladitas, y ahora ¿también nos quieren decir cómo nos tenemos que administrar? ¿Están jugando a las muñecas?”.

 

Hay tantas presiones que un día se propone votar un reglamento estricto para el uso de productos de limpieza, pero no hay forma de ponerse de acuerdo sobre cantidades y procedimientos. Como alguien insiste en que se tiene que resolver sí o sí, se decide votar si se vota. Triunfa la decisión de no votar.

 

Recuerdo, en ese largo proceso, dos intervenciones que arrancan aplausos.

 

Una, de Néstor Costa, un poeta comunista, con dos grandes antenas en la frente, que coordina el taller literario, que en un momento explota: “Acá se discute cómo estas mujeres deben limpiar sus casas, pero nadie se pregunta cómo vamos a limpiar todas las suciedades del patriarcado y el capitalismo”.

 

La otra, de Ana María Monzón, la enfermera que coordina el Centro de Día, una morocha alta y grandota, que enojada da miedo pero como amiga responde sin dobleces, quien un día también estalla: “Si quieren que me vaya porque, como dicen, no dirijo nada, que me lo digan de frente. Pero si se meten con la intimidad de las chicas, nos vamos a meter con los secretos y chanchullos de la dirección y de los gremios”.

 

Así, durante meses se habla y se habla de lo que pasa, sin concluir ni decidir nada.

 

Solo asistimos a un común pensar que se resiste a las imposiciones, las presiones y los plazos. Que se deriva y se deriva, sin perder el hilo. Una común demora que da lugar a largas conversaciones sobre las convivencias.

 

Y, aunque el asunto no se resuelve como solicitan las autoridades, se liberan energías que acogen y suavizan conflictividades.

 

Además, de a poco, el consumo se va regulando sin que nadie sepa cómo ni por qué.

 

Sabores

 

Para las políticas sanitarias estas intervenciones tienen sabor a poco.

 

Sin embargo, sonrisas y palabras liberadas, gestos y contactos inesperados, recepción de detalles y movimientos imperceptibles, componen lo más querible de esta labor.

 

Todavía multitudes de actos mínimos y acciones clínicas invisibles no se consideran trabajo.

 

Corrientes

 

El equipo clínico practica el ir contra la corriente.

 

Ir contra la corriente como forma de resistencia y como vitalidad de pensamientos que se oponen.

 

Algunos peces, como el salmón, nadan contra la corriente para dejar sus huevos en lugares más seguros y protegidos de los depredadores.

 

Discreciones

 

Una mujer con acento cordobés, que había ido con una psicóloga argentina a buscarme a la estación de trenes, me toma del brazo desde el principio con mucho cariño, me acompaña a recorrer el lugar y oficia como guía y traductora. Hacía seis meses se había arrojado desde un puente. Ahora se sentía mejor. Estamos, en el comienzo de la primavera, sentados en un jardín. Un pequeño grupo se reúne a escuchar una conversación sobre Lo grupal en la Argentina. Asisten pasantes de diferentes partes del mundo. En un momento, un hombre alto y delgado se acerca silencioso. Tiene setenta y siete años. Se mantiene de pie, escucha unos minutos. Se retira sin hacer ruido.

 

Morisquetas

 

Jean Oury recuerda que en La Borde nunca se habló a las sensibilidades hospedadas como si se tratara de gente con problemas mentales, debilidades en el pensamiento, personas con discapacidad. Imita con fastidio a esos adultos que tratan a los niños con un raro lenguaje lleno de diminutivos, extrañas palabras y ruiditos guturales. Imagina que si a esas criaturas les fuera dado hablar, dirían: “Cierto, tengo menos de un año de vida, pero no me trates como si fuera tonta o corta de entendimiento. Respeta mi porvenir hablante, no me confundas con tus morisquetas”.

 

Tribuna

 

Estuvieron internados en el manicomio durante años.

 

Ahora comparten diferentes casas entre dos, entre tres, entre quienes se eligieron para irse y acompañarse en esa decisión.

 

El equipo clínico propone un encuentro con todas esas inquietudes que se fueron del hospital para hablar de cosas que pasan en la vida.

 

Llegan esa mañana temprano a la Biblioteca de Luján.

 

Están ahí, se saludan, se reconocen, se alegran de verse. Algunos se mantienen apartados.

Laboriosidades del equipo se mezclan entre esas algarabías sorprendidas por tantas presencias.

 

Cuando llega el momento de comenzar, se invita a hablar. Pero todas expectaciones de la reunión permanecen calladas.

 

Al rato, como las mudeces persisten, se insiste “¿A alguien le gustaría decir algo?”.

 

Hasta que una voz emocionada explica a la psicóloga: “Ya lo estuvimos diciendo, así, callando”.

 

A lo que enseguida una complicidad completa con música de tribuna: “¡Un minuto de silencio para Cabred que está muerto!”.

 

Entonces, entre lágrimas y sonrisas, la sala estalla en un inolvidable aplauso.

’Sin título (Perfect Lovers)', de Félix González-Torres (1991)

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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