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De lenguas madres y lenguas moras / Anabel Arias

(entre un otoño y una primavera)

Estas palabras vienen de letras sueltas que anhelan tramas.

Se anudan en tiempos de pandemia, descoagulan en desconciertos.

Mientras se traspapelan otras cuantas en un camino que dura veintinueve kilómetros y tres metros.

Escritas de sueños, confesiones y realidades.

Cuentan al revés desde algunos izquierdos.

En estas lenguas hay voluntades y búsquedas que se saben imposibles.

No retroceden al temor de acabar en proposiciones inoportunas.

Pliegues singulares demorados y afortunados. Idas y vueltas. Ni tuyo ni mío.

Hay señuelos que dejan lenguas sangrando. Un poco braveando, otro poco temerosas.

Hay también las que tropiezan paladares en risas cómplices.

Se preguntan si se cuenta como se mira, si se narra como se sueña, o viceversa. Si nacemos del relato y de qué expansiones está hecho el pulso de una existencia.

Se preguntan por aquellas que se anagraman en sueños.

Prefieren las tortugas y los misterios, aunque las pequeñas certezas colgadas al sol, tienen su destello.

Nunca dejan de hablar del amor. De uno que, al final, no podría ser el mismo del comienzo.

En principio, podría decirse que es uno abierto a la contingencia, dispuesto a cuidar los caprichos del azar.

 

Lenguas madres I

Alguien cuenta una historia de sus pasos por un lugar que lo hace feliz. Dice de ese lugar que es su lengua madre profesional. Cautiva a quienes se saben ávidos de historias y se reconocen en ese pulso de necesidades casi ancestral.

Algunos dicen que se sintieron cómplices de esas palabras. Que asistieron a mismos rituales. Que llegaron, al salir de la universidad, al abrazo de esa lengua que les cobijó sus ojos llenos de incertidumbre.

Esas voces creen en instantes en los que las miradas se deslumbran ante las mismas bellezas. Se reconocen en las ganas pujantes de estar en lugares en los que ya no se puede estar. Al menos no de la misma manera. Dicen que las complicidades quizás sean esos segundos en que no se sabe quién escribe, de quien es el relato, la voz que habla. Ese momento en que la elocuencia toma al que dice y escucha de la misma manera. Ese punto sincrónico en el que se escogen mismidades en el universo de las palabras.

 

Lenguas madres II

Alguien acerca un relato hecho de recuerdos mamuschkas. Cuenta que la abuela contaba que cuando era niña, su madre cuchicheaba con la hermana en piamontés mientras lavaban y secaban los platos. Dice que la abuela decía que las hermanas tenían la intención de que no se las entendiera, pero que más de una vez -mientras fingía no escuchar-, las sorprendió con algún aporte en español como gesto de travesura. Cuenta que nunca habló el piamontés, pero sí se expresó en el sacrificio, en el cuidado, en el corazón obrero y en los tonos efusivos. Cuenta que no conoció a la tatarabuela, pero sabe que cada vez que entristecía extrañando a su tierra natal decidía ponerse a canta. Dice que nunca la escuchó, pero se acuerda cuando su hijo tararea, o cada vez que le acompaña algún temor, angustia o sana sana.

 

Lenguas madres III

Llegan en forma de cuentos. Cuando se expresan, hay un territorio que canturrea. El brete de pronunciarla no arroga su entendimiento. Abraza a conocidos que no se vieron nunca. Su canto anuncia la alegría de un volver, una voz que con ansias esperamos escuchar. Acuna. Llega de lejos. Viene chuequeando lenta. Palpita en ella un mensaje antiguo. Recuerda cosas que a veces no sabemos que están. Se la balbucea, se la trastabilla. Se reinician cadencias una y otra vez. Toma cuerpos, desde su trama técnica, aprendida con recursos que nos son ofrecidos, y desde el revés, ese que no necesita de ninguna academia sino de un estar ahí.Fuerza sentidos. Habla hasta por los codos sobre esos cuerpos. Se expande más allá de los mapas que se ven y se pierde la cuenta de las generaciones que abarca. Amorosa abraza dialectos que a veces desconciertan. Conecta jirones. Transforma. Sacude sueños.Es memoria a veces bien despierta y a veces adormecida. Ficciona un reservorio de historias, de unos y otros, que solidariamente se van dando ¿sin pedir nada a cambio?

 

Lenguas madres IV

A veces se avecinan a finos bordes. Muerden anzuelos cada vez que renuncian a escuchar dialectos. Desatan lo que anudaron. Estragan, exigen fidelidad a los dialectos y autóctonos. Infieren transgresiones que son en realidad un grito que dice “no me olvides”. Se abisman en ecos de historias de extranjeros que llegan con malas intenciones. Piden reciprocidad. El precipicio toma forma de montaje de palabras que tienen una hora límite para marcar su presente.

La carnada de ese señuelo está hecha de verdades que inexorablemente tienen el deber de compartirse. Se manifiesta como pánico, justo antes del destierro de eso que se dice oficial. Pero también, como temor de volverse lengua inerte, monumento de memoria, pieza quietecita en el museo.

 

Lenguas mora I

Alguien responde una epístola cinco años después. Comienza preguntándose por el tiempo. Dice tener la sensación de haber contestado la última carta. También, que no sabe a dónde fueron a parar las palabras. Dice que no pensaba disculparse, aunque acaso ¿que son esas explicaciones? Cuenta, retomando viejas confesiones, que se despojó de algunas presiones, como por ejemplo que las piezas encajen constantemente, o que los números sean siempre pares. Escribe para contar un sueño inaugural. Dice que siente alegría por esos instantes de composición poética, que bien podrían ser un haiku, esos relatos japoneses extremadamente breves y visuales. Dijo despojarse de presiones, ¡pero que manía la de ponerle nombres a las cosas! Escribe sobre un sueño que llega, como las palomas que vienen a dejar algún mensaje encriptado. Soñó que caminaba descalza por un pasillo y que lo sabe porque conserva nítido el gesto con el que se miraba los pies. Que el pasillo que recorre iba de su casa –distinta a la que vive, pero con elementos de todas las que moró- hasta la vereda. Que en el camino fue mirando las plantas de sus vecinos con la intención de tomar algún gajito fecundo con cual hacerse una réplica. Dice que esa es una vieja maña que no distingue lo onírico de la vigilia. Cuando llega a la vereda recoge moras de un árbol grande con la intención de hacer dulce para merendar. Al final del sueño espera a alguien que no llega, pero en esa espera llega otra persona a devolver un pulóver. Dice que lo huele y se despierta.

Quizás sea la alegría de lo porvenir lo que se huela en un pulóver, como ese gesto de infancia buscando el olor del amor.

 

Lenguas mora II

Prepara un desayuno. Sábado cualquiera de una primavera florida y ventolera. Se comentan maravillosas bondades de jazmines y jacarandás. Hay unos árboles amarillos muy lindos que se llaman lapachos también. La primavera estallada de colores suspende miradas, como si fuera la primera vez. Parece importante esto del olvido, así más no sea que para volver a sorprenderse de las estaciones que tienen los años.

Son curiosas las conversaciones acerca del clima. ¿Qué se dice cuando se habla del tiempo? Mientras…hasta que… se habla del calor agobiante o su opuesto, de la humedad que nos pone el pelo así o asá, de la ropa o el piso que lavamos y no se seca más, de los tiempos de sequías, de la lluvia. Se escuchan extremismos meteorológicos de lo más graciosos. “Ahora con este calor, seguro llueve, y de la humedad nos morimos todos”. Tienen un no sé qué las conversaciones sobre el tiempo catalogadas como poco comprometedoras, porque en este mundo, parece que siempre hay que estar hablando de cosas importantes.

 

Lenguas mora III

Mientras bate el café del desayuno, una idea palpita una escritura. Quién sabe si un ensayo, un cuento, otra epístola o un micro relato. En las primeras cuarentenas –las que fueron adentro, bien adentro que da miedo-, resonó curiosamente una receta ancestral que nació como estrategia autosustentable ante el cierre de las panaderías y la escasez de levaduras. La iniciativa tuvo pregnancia. Relatos a borbotones de quienes incursionaron con las bacterias en tiempos de virus mundial. Panes de todos los colores con recetas a base de masa madre. Amasanderías. Frascos de vidrio conteniendo levaduras. De los grandes, como los que tenían las abuelas. En algunas moradas, amasar venía siendo un ritual en crecimiento antes de la pandemia. Consolidando saberes y linajes como un modo de estar ahí también, de hacer lengua en esas historias. En otros hogares fue pura novedad. Pero quizás la masa madre vino como otra cosa. Como una fabricación de pasajes, la de cada quien, la de cada cual, tan necesarios, en éstos y ¿en cuántos tiempos? Se dice que es el tiempo implícito en el proceso de fabricación lo que le da un valor distinto al pan elaborado con masa madre. Es una idea gustosa, si puede sustraerse de la narrativa del capital y leerse en memoria de otras lenguas. Desde relatos en los que sea posible encontrar otros sentidos para costos y tiempos. Algo así como sucede con la palabra leudar, que de entrada no suena muy poética,pero si se imaginan sus expansiones cuando se trama de otros verbos como dar o dejar pasar aire, si se la lee como algo que se multiplica tanto que implica salir a convidar al vecino –porque si no se da es resto, se tira- y si se cierran los ojos y se dibujan las burbujas -una de las imágenes más mágicas que tiene la infancia-, es encantadora. Leudar. A la salida es una hermosa palabra.

Algo de ese tiempo con el que se amasa resuena en aquel con el que se hace dulce.

La idea que palpita escrituras, rumea: de la masa madre a la masa mora.

 

Lenguas mora IV

Dice que en la vereda de la casa que habita hace casi dos años alguien plantó un árbol que no se sabe de qué es y que siempre estuvo deslucido. Cuenta que ese interrogante no alcanzó para iniciar ninguna búsqueda al respecto. Dice que despidiendo a la madre que vino de visitas reparó en el árbol deslucido que ahora está reverdecido, brillante, furioso. Dice también que desde lejos no se alcanza a distinguir qué frutos asoman. Que se acerca. Que son moras, como las que días atrás pudo advertir en las caminatas por el barrio de calles arenosas. Moras. Moras. Moras.

Moras de deudas, de anagramas de amores o de morada habitada.

Una pregunta abandonada da tiempo, para que una masa leude o un dulce se cocine, o como se dice de las necesidades del amor.

Mora señuelo. Que pica y pica. Mora abismo. Vacilación de profundidades.

Poética y trágica. La brújula demora. Todo junto pero que separa.

Cuenta que tiene un pensamiento que le dice que el universo acomoda las cosas y que mandinga existe.Cuenta de una sonrisa hecha de complicidad y de pudor. Dice de conceptos que no tardan en asistir para ordenar exabruptosque se suponenesotéricos. Alguien anuncia, en relación a eventos como éstos, que no es místico, es lógico. Otra cercanía dice que no es mandinga, es la vida.

Quizás el balbuceo de una lengua morada que escapa al reloj llegando puntual, sea lo que se inicia en los sueños que inauguran.

 

Lengua mora V

Se asiste a una reunión de equipo. Se escuchan voces enardecidas. Se habla sin parar y se dicen cosas que duelen.

Una voz cansada dice que la pandemia se nos vino encima.

Otra, desconfiada, pregunta cómo es que se toman las decisiones y propone alternativas que buscan salirse del paso.

Una voz desdeñosa, increpa a otra. Señala supuestas transgresiones. Le pregunta por sus lenguas y los territorios que recorren.

La voz interpelada, duda, pero le responde. Se siente tocada. Comparte lasidas y vueltas que la llevaron de algunas lenguas madres a lenguas moras. Trastabilla temiendo no ver la puertade la encerrona.

Una voz torpe apela a literalidades, a sentidos comunes que nada tienen que ver con comunes sentidos. Sus torpezas tienen forma depregunta que no quiere saber nada.

La voz desdeñosa se sirve de la torpe. Insiste sobre la interpelada: ¿Por qué hablas otras lenguas?

Una voz desmañada dice que no quiere estar más a cargo de ésta lengua.

La voz torpe quiere hacer un paso atrás y dice frases decorosas impostadas. Pero como es lerda, enseguida afirma que hay que ser fiel a “la” lengua por sobre todas las cosas. Y acusa, a la voz interpelada, de que sus otras lenguas son las que traen las confusiones. Le dice que va a tener que decidirse si se va a radicar o no en este territorio.

La voz interpelada, que ya tomó aire para saberse viva, le dice a la torpe que en los momentos en que está a punto de romperse el lazo,es preferible evitarnos eufemismos y preguntas de mentirita.

La voz torpe le responde que no entiende esas lenguas intelectuales.

Una voz gaucha dice que no puede creer semejante desvarío. Agrega que no cree que hablar diversas lenguas sea un problema. Que es una alegría que la voz interpelada se mueva en otros territorios.

La voz interpelada intenta contar sobre los dones que tienen las fronteras. Sin suerte, no es momento para andar convidando ni tomando nada.

La voz desdeñosa termina confesando que sus gestos siempre estuvieron intencionados.

Las voces que ardían, inmediatamente entran al silencio.

La voz cansada propone pasar la reunión a otro día. Insiste en que esto es cosa de la pandemia.

La voz desmañada que se llamó al silencio se acerca en otro tiempo a la voz interpelada preguntándole cómo se siente. Dice que no sabía nada, que esto no estaba preparado.

La voz interpelada sale al patio a perseguir alguna bocanada de aire. Se aparta a lamerse las heridas. Se sienta debajo de la sombra de un árbol y un fruto le cae en la cabeza. Y, es lógico, todos sus caminos conducen a mora.

Fernanda Laguna Dame bola Pintura Técnica mixta Lienzo 42 X 32 cm 2000

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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