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1116 elementos encontrados para ""

  • Post Guardia IX / Débora Chevnik

    Una piba de 15 va a un hospital porque siente ataques de crisis. Profesionales psi lo cuentan con los ojitos achinados, una sonrisa con hoyuelos en las mejillas, con el mentón levemente hacia adelante, los hombros amistosamente encogidos, las cejas inclinadas hacia arriba, solo en su extremo interno. Voces psi dicen: “nosotros le explicamos. Lo que tenés no son ataques de crisis. Pueden ser: ataques de pánico o crisis de angustia”. Al decir ataques de crisis, la gestualidad psi, pone dos deditos de cada mano, juntos, en el aire, imitando unas comillas. El tono del relato y la sonrisa recuerdan esa ternura que provocan lxs chicxs cuando empiezan a hablar y confunden las palabras. Los gestos psi evocan eso bonachón y exigente de las buenas maestras de primer grado en el primer día de clases cuando toman, tiernamente, con sus dos manos, la carita delx niñx recién egresado del jardín para explicarle cómo son las cosas a partir de ahora. En esta ocasión, se trataba de una joven que había perdido mucho peso. Estaba gravemente adelgazada y la pediatra le había indicado dejar de ir a la escuela para reducir el gasto de energía. Una joven que no se había animado a decirle que no tenía un trastorno de la imagen corporal, como ella le había sugerido durante el interrogatorio (1). Una piba que había perdido a su padre y a su mejor amiga, ambxs por enfermedades despiadadas. En la casa, sola, cumpliendo las indicaciones, ahorrando energía, descubría una tristeza infinita; sentía ataques de crisis. Eso, ataques de crisis. Ni “ataques de crisis”, ni ataques de pánico ni crisis de angustia. Comprender el dolor, ordenarlo, acariciarlo con gestos de ternura apócrifos. Hilvanarlo con manuales, formarlo, nombrarlo en U.S. english pero en castellano. Consentir los nombres colonizados que la urgencia acostumbra suscitar. Ausentar una poética, un presentimiento, una experiencia (sensible) que busca jugar. (1) En los hospitales, también, algunas “conversaciones” se llaman así. Carlos Alonso, Manos anónimas XI (1984)

  • Post Guardia VIII / Débora Chevnik

    Hablar en los rincones, hablar a puerta cerrada, hablar entre nos, hablar espiando, hablar sin afuera, hablar redondo. Hablar sin dientes, hablar obediente, hablar sin hablar, hablar a blar, vivir como emoji, hablar desde lo alto, sin vuelo. Hablar sujetado, hablar despoblado, hablar por compromiso, hablar sin el cuerpo, hablar cuadriculado, hablar sin escorchar, ni descorchar. Hablar distante, hablar en la escarcha, hablar sin escrachar, sin temblar. Carlos Alonso. Adán y Eva (1965)

  • Post Guardia VII / Débora Chevnik

    Pibe de la calle → Pibe en situación de calle → Pibx en situación de calle → Pibx en situación de calle que ingresa al hospital con oficio judicial que indica su permanencia para desintoxicación → … ¿algún futuro asombro gramatical podrá revestir de otro modo aquellas vidas a las que el estado y su lengua y sus instituciones*, les debe todo? * sus instituciones: somos nosotrxs. Carlos Alonso, Lección de anatomía (1979)

  • A García con amor / Patricia Mercado

    García consterna mi cotidiano sin disimulo. Pongo el mate, su música hierve. Me quemo, desigual, retornando obsesivamente a una canción incontables veces. Otras, dejo correr el disco al costado de los trastos diurnos. Temblores de esa carnadura, como si su obra brotara de allí, de ciertas tempestades de esa territorialidad. Invento listas, palabras de convivencia en esa materialidad que pego en la heladera, para no olvidar. Escribo: incapturable. Hibridación que no terminará jamás, García, ni aniñado, ni juvenil, ni adulto, parece deformarse más que envejecer. El tiempo lo mueve como un caleidoscopio y las imágenes son incómodas, demasiado cerca de mi el hedor de tanta soledad. Cierta nocturnidad me señala el video del centauro cantando Seminare bajo la lluvia, antes y después de muchas cosas ( https://youtu.be/SskpYGyEDmU). Voy a esa caja digital a escuchar con la retina. Una performance lluviosa. Lo siento liberado por el agua que cae, desamarrado de lo reseco.Mitad vestido, mitad desnudo, tan frágil. Viene a mí cruzando la pantalla, trata de desnudarse completamente. Jamás lo logra. Pienso, y si te desnudaras ¿Qué? ¿Qué habría terminado? Acaso tu mano, tu gesto recurrente, ¿Imagina alguna liberación? ¿Así de fácil es la idea? ¿Así de hippie? Pero no lo logra, entonces el desastre de existir queda intacto, como en toda su obra. García nunca me dará alivio. Por eso amarlo siempre fue natural. Un natural desastre que ya dura décadas. Ahora dice en mis auriculares: porque estamos en la calle de la sensación, muy lejos del sol que quema de amor. García siempre sabe decirlo, decir cómo lo quiero. Los ojos pintados de rojo, muy Blade Runner, pero enfermos de otra enfermedad. García no usa calcos del mundo, no recibirá visitas, engendra la muerte que lo matará. Vive una obra, y nunca alcanza. No hay cómo expresar la vida, por eso tironea, se enfada, se encapricha, y consume lo que lo consume. En un rapto de inspiración se pinta las uñas, muta entre palabras y sonidos, y la visión es dantesca. Pero la lluvia, ay García, la lluvia siempre le hace bien. Acaso la lluvia sea la única que pueda escuchar el gesto de lo que intenta tocar. La lluvia en ese silencio de vivos y muertos, mientras el arroja micrófonos, comentarios ásperos, trapos, mientras busca direcciones en un escenario tan chiquito para el ansia de encontrar a alguien entre miles de personas.

  • Post Guardia VI / Débora Chevnik

    Escuchar no lo que podría llegar a pasar sino lo que pasa. Perder tiempo, darse al tiempo, inventarlo, estar en una pausa. Aceptar un diálogo enlentecido o demorado, incluso uno que no llegue nunca. Quererlo. Sostener otro ritmo, ritmar la imposibilidad del apuro, soportar eso que no es en el tiempo (del) sentido común, desenhebrarse de la demanda de prisa. Habitar un desplazamiento que lleva hacia el tiempo de una infancia dolida, hacer pasar pasados que traccionan desde el miedo y las violencias, un pasado-presente contínuo que fusiona retazos viejos con lagunas actuales. ...la guardia, la madrugada, las corridas. Una silenciosa confianza en que una demora escuchante hace lo que ningún apuro puede...

  • Recuperar la locura / Verónica Scardamaglia

    Hay veces que odio la pedagogía, ¿cómo erradicar de ella la domesticación y la opresión si fue inventada para tal fin? Hay veces que el juego de las aulas, -reales, virtuales- nos entrampa en el monólogo dialógico evangelizador que no contempla que en tantas ocasiones los pensamientos viajan como ráfagas, guiados por la contundencia de lo que se vive cuando se lo vive. Quizás el odio crezca como escudo para evitar la devastación que asoma desde el dolor. Otras veces, quizás funcione para ilusionar cierta fuerza posible que derribe, alguna vez, al monstruo, -aunque sabemos que no lo derribaremos con las mismas herramientas que ha germinado para perpetuarse... Cuando se produce el registro de cómo este dolor se compone con otros y otros y otros. Cuando se advierte la serie interminable de sangre derramada, de muertes evitables, de masacres y genocidios que dejan orfandades entristecidas, difícil que odios no colonicen vidas. Pero hay veces algunas veces aunque sea una vez, que logra mutar a furia trava a digna rabia y encarnarse en perpetuar alocadamente la transmisión expansiva de aquellas experiencias que ensayaron y vivieron de a ratos, por algunos meses, por algunos días, algunos años otras maneras de vivir. Y entonces recordamos que entre sangre y muertes inventaron revueltas, comunas, caracoles, barricadas, emancipaciones, autonomías, periódicos, murales, graffitis, stencils, hackeos, rondas y hasta escuelas… Y así, aún con “gusto a poco” recuperamos la locura de esos gestos que aquellas luchas concebidas nos legaron como pistas de mundos por inventar.

  • Post Guardia V / Débora Chevnick

    Tierra de diagnósticos, de clasificaciones, de criterios, de ordenamientos y protocolos. Incluso en eso que llaman el “campo de la salud mental”. Ay! Los hospitales. Tierra de servicios, divisiones, departamentos, con sus jefes de esto y sus jefes de aquello otro, y lxs de planta y lxs residentes, y lxs concurrentes. Geografías de variadas alturas. Categorizaciones para las enfermedades, para las jerarquías. Parece que clasificando se entiende la gente. Se clasifica lo inclasificable. Y se descalifica a unxs que nunca califican. Esxs, ni clasifican para la final de un torneo ni mucho menos para algún final de análisis. Tierras habitadas por (d)evaluaciones, (d)evaluadorxs y (d)evaluadxs. Tierras habladas por un dialecto de hablas claras y precisas. Poca contradicción y ambigüedad, para ese género literario que son los informes, y ese otro, el de las historias clínicas. Tierras lisas sin polvareda, sin ripio. Y una nube clara, repleta de signos inteligibles. Un cielo transparente donde mirar y encontrar soluciones. Sin planteo de problemas, sin bruma. Cada tanto, eso sí, los días de suerte, aparece algún abrumadx. Traen a N. Que a los 9, y a los 13, y a los 10, y también con 14, y a los 16, supo de las calles; por dormirlas, por inhalarlas. Con sabiduría cimarrona y ya sin edad, llega, una vez más, al hospital. Y con informes, y con oficios judiciales, y con (d)evaluaciones de desarrollo social, y con un plan de medicación psicofarmacológica equivalente a planes para noquear a cuatro. La distribución, como siempre, injusta. Hasta un nombre lo espera en el hospital, “caso social” le dicen. Nos piden una (d)evaluación interdisciplinaria de salud para informar al juez, para que se diga “qué es lo mejor para él y cuál es el mejor lugar para que viva”. Con ternura cruel vamos a conversar pero N. se levanta, camina. Habla caminando. En los informes, “inquietud psicomotriz”. No decimos “nuestro hablar sentado, y quieto es efecto de un disciplinamiento desde nuestra más tierna infancia”. No, eso no. Entre ojos achinados y un boleo notable se asoman pocas palabras. N. recuerda un día que el Duki fue al hospital. “Subí la foto que me saqué con él al feibu. La tengo todavía”. Sigue caminando, se acuesta, se duerme. Hasta que no sepamos mezclar nuestras lenguas: Nico, Joni, Bren, Lu, Marquitos, y tantxs más… perdónennos.

  • Arrebatos, crónicas de clases / V. Nicolás Koralsky

    Ilustraciones ruidosas que ocupan el blanco inmaculado del folio. Como una mancha de tinta en el agua más límpida, una sensibilidad atormentada se va expandiendo entre: rayones gruesos, palabras chillonas, colores feroces, fondos predominantemente negros. Gisela Candas (Buenos Aires, 1991) vive entre hojas donde toma apuntes de clase y hace dibujos de esas clases que apunta. Anotando con sus diseños la quietud de las aulas universitarias, como si fuesen un arma que asalta por sorpresa. Gisela traza, deshidratando la birome sobre la celulosa, paisajes emocionales de clases a las que asiste, que se vuelven: postales de relatos que estremecen, teorías que se comparten, conspiraciones que se traman en aulas que podrían ser fábricas de camisas. Sus trabajos de diseño e ilustración han acompañado las gráficas de la cátedra de grupos dos durante varias oportunidades. Define sus piezas como “la experiencia de volverse un pararrayos ante la tormenta eléctrica que se produce en el aula”. Ojos-bocas-pies-manos-corazones-vulvas-narices- en cuerpos que parecen derretirse entre palabras vociferadas en viñetas. Frases sueltas que retumban como pirotecnia en una noche cerrada llena de monstruos. ¿Apuntes-graffiti? ¿Tapas de disco de clases teóricas? ¿Central “térmica” de emociones excitadas aparecidas en una clase que no pueden contenerse en un solo cuerpo? En algunas de sus composiciones, que podrían ser una reversión de Robert Combas o una versión menos pop de Hervé Di Rosa; a partir de lo que escucha, Candas se apropia de la pregunta por el problema de vivir en estado de fragilidad (“Declararse en estado de pena”, 2019) y la devuelve haciéndola impropia. Imágenes como “Brotes” (2019), o como “Errores útiles” (2019) no son aptas para recepciones adormecidas (como versa su “cartel” de 2014). En un monocroma remarca ¿dónde ir cuando no hay nadie? (“Donde”, 2019); entre volcanes y fluidos invita a asumir la “interioridad como ficción para el dolor” (“A flor de piel”, 2019 ) ; en “Quien” (2014) los cuerpos habitan el dolor de una multitud; en “Desvío” (2014) anota: “que no me olvide el recuerdo que esta captura es provisoria”; mientras que en “Estado de fragilidad” (2019) dice “las sensibilidades dicen basta” en forma de un estallido que muchas veces puede ser social. Si alguien se encontrara con las imágenes de Candas de sopetón, le costaría adivinar el contexto en el que se fueron armando. Dibujos como modos de estar presente, presente en la Universidad Pública, volviéndose receptora del “saber” y I.J. (Illustrator jockey) al mismo tiempo. Gisela se apropia de frases que la hieren, que la parten, que la hacen ir hacia el dibujo y que saben que es “algo” que no sucede solo en ella. Sus ilustraciones nos hacen sentir que lo que pasa en un espacio áulico no le pasa solo a uno, sino que cuando hay disponibilidad, podría ser una de las experiencias de lo común. Algunos de sus registros escritos podrían ser lemas de pancartas en una manifestación de angustiados que nos llama a “interferir el piloto automático” (“La inútil distraída”, 2014). Sus trabajos son mundos alterados que no afirman (ni firma -ninguno de sus dibujos lleva su nombre-), sino cuestionan, sin olvidar nunca que “en cada instante vive el universo” (“Quien”, 2014). (Se puede ver galería con más imágenes en Estéticas)

  • Vidas faenizadas. Sobre Carlos Alonso / V. Nicolás Koralsky

    Las instituciones culturales se preguntan (y se dedican a determinar) qué imágenes deberían tener un disclaimer que explicite: “estas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador”. Las figuras de Alonso, a pesar de no llevar este aviso para sensibles, inquietan nuestras carnes y nos vuelven carne; lesionan sensibilidades amnésicas del origen fundacional de “lo nacional” asentado en matarifes y muertes. Dolores y vísceras, carnes, vidas rotas y excluidas, cuerpos olvidados y lastimados son algunas de las escenas que retrata Carlos Alonso. Nacido en el interior del interior (Tunuyán Mendoza) de Argentina, en un año donde la economía mundial entraba en la Gran depresión, en sus primeras producciones ya retrataba vidas infantes periféricas arropadas de miseria y olvido. Las imágenes de Alonso son indispensables para ilustrar “la cultura argentina”. En ellas flota una raspadura de enigmático proceder que no sana. De su crudo realismo pueden olerse cuerpos que hieden por la herida, figuras atufadas de poder y sensibilidades de carne –animal o no- vueltas mortajas. Sus piezas son heridas abiertas desde donde crece una memoria irreparable, cuerpos que muestran aquello que no se quiere ver o se quiere negar. Reconfigurando el sentido de la carne, la vuelve fragmento, masacre, humanidad hecha del color y el dolor de la carne, cuerpos pasados por la historia, cuerpos manoseados, cuerpos muertos, cadáveres comercializados, vidas faenizadas. Su obra puede hablarnos de “Los malos amores” (1986) que se vuelven carne en mataderos que son hospitales con enfermeros que parecen carniceros o relatarnos, como en la serie “El ganado y lo perdido” (1975), escenas de tangos bailados por carnes jóvenes en frigoríficos (“Gran Tango”), jugadas de “tiro al blanco” con carne muerta o retratar “Descarados” (1975) (todas ellas de la serie “El ganado y lo perdido” de 1975). Entre los ejercicios de memoria y citas a sus maestros, Alonso hace retratos de Lino Enea Spilimbergo (L.E.S. en algunas de sus obras de finales de los 60); crea imágenes salidas del mundo de Arlt (“Juguete rabioso. La muñeca” de 1967); ilustra “El Matadero” de Esteban De Echeverría (1965); pinta el corte de Van Gogh (“La oreja”, 1972); utiliza la fotografía de F. Alborta del cadáver de El Che replanteando las lecciones de anatomía de Rembrandt (“Lección de anatomía”, 1979); queda impregnado de las vísceras de Bacon como en la serie de 1970 sobre las carnes y su negociación (“carne de primera nº1”,”carne de primera nº 2, “carne fresca”, “carne congelada”) y grita, delante de nuestros ojos, el horror como en la serie “manos anónimas” de 1984 o en la instalación homónima de 1976-2019. Algunas de sus obras generan el sabor de comer carne cruda sin condimentos, recién descuartizada. Sus imágenes son duras, y su impresión en nuestra retina dura como una llaga abierta en el centro de la memoria. Se puede ver galería con imágenes de la obra en Estéticas) Carlos Alonso, Juguete rabioso (1967).

  • No entiendo / Verónica Scardamaglia

    “Cuánto de esa pretensión por “entender” nos conmina a la violencia de tener que abandonar una lengua para que se entienda lo que ya se entiende, a hablar una lengua que castiga cualquier excepción o desvío que no consienta el estándar de lo mayoritario, llámese clase, racismo, heteronormatividad, binarismo de género, estándar corporal, etc.” val flores fanzine “Desmontar la lengua del mandato. Criar la lengua del desacato” (2014) Santiago de chile CUDS Colectivo Utópico de Disidencia Sexual ¿Qué significa no entender cuando de lecturas, de pedagogías, de clínicas se trata? Escribir, leer, hacer clínica, trabajar en pedagogía, vivir implica juegos de desacople de tiempos, de invención de encuentros y de recorridos posibles en un mundo que arma condiciones ideales para que se desplieguen enfrentamientos, discusiones, ataques y devastación de lo vivo. Cada tanto, entre estas regularidades, irrumpen saltos que invitan a revueltas, insurgencias en tanto destiempos que cuando llegan, llegan a tiempo. Así también al producir intervenciones, inventar conceptos, confabular mundos posibles conviene desmalezar los automatismos del sentido común, automatismos psi, automatismos de clase, de raza, adultocéntricos, heteronormativos, egoheroicos. Y, quizás, además de preguntarnos cómo nombrar, también nos interpele el movimiento de pensar ¿cómo volver a decir lo ya dicho? Mientras redondeo esto me avisan que se acaba de difundir la confirmación oficial, a partir del trabajo del Equipo de Antropología Forense, de que los restos encontrados hace días corresponden a Facundo. Otra vez. Me detengo. Otra vez. Y pienso: las regularidades producidas por maniobras policiales, institucionales, estatales, mediáticas, judiciales llevan el nombre de estrategias y no de coincidencias ni de casualidades. Repeticiones diseñadas por las maquinarias burocráticas al servicio de los poderes de turno. Una gramática institucional que se reitera. Muchas veces la fuerza de la rabia, la digna, logra torcer modos hasta hacer aparecer lo desaparecido. ¿Cómo volver a decir lo ya dicho? ¿Cómo no dejarse canalizar por la rabia? En el desafío cotidiano de politizar las formas de vivir y de nombrar, la madre de Facundo y muchas madres se encuentran paridas por estos dolores. Renacen y se reinventan desde el dolor y la desesperación. No queda más que crear, dice Deleuze en la R de resistencia. Pienso, la invención no se lleva con las derechas, ahí está el marketing que se comió la palabra creatividad. Dolor, desesperación y lucha, muchas veces logran canalizar intuiciones y desmantelar al YO. Logran inventar enunciados provisorios para seguir viviendo en tanto que criterios y señales que recuerdan una inclinación, y eso enseña a la hora de trabajar en clínica, en pedagogía. Enseña para vivir. Delicadeza con las maneras de nombrar implica delicadeza en el trabajo clínico, en el trabajo pedagógico. En la amistad, en los amores, en el vivir. En las maneras de escribir, de leer. Precauciones ante interpretaciones, atribuciones fijas y clasificaciones, delicadeza para alojar el dolor y acunar con palabras eso que cuesta nombrarse. ¿Cómo nombrar lo que las hablas del capital desprecian? No se trata sólo de cómo nombrar lo vivo, sino de cómo hacer lugar a lo desalojado. Leemos en “Sensibilidades en tiempos de hablas del capital” (M. Percia, 2020): “Insinuaciones Discutir cómo nombrar la vida no alcanza para liberar lo vivo de las celdas en las que se conserva embalsamado; sin embargo, otros modos de vivir reclaman otras formas de nombrar. Intentar nombrar de otra manera no significa solo nombrar otra vez, también quiere decir volver a sentir en los bordes de lo ya nombrado.” Disciplinamientos académicos e ideológicos y sentido común necesitan de definiciones, sentencias e identidades y no se llevan con proliferaciones, mutaciones, vacilaciones, balbuceos. Para soportarlo e intentar pensar de otro modo, algunas teorías han inventado el principio de multiplicidad: entradas posibles portadoras de conexiones diversas que crecen de manera horizontal. Una vida que adolece queda anudada a la anorexia. También puede tocar esa vida la lucha contra la matanza de animales para alimentación humana y la maestría en el dibujo y la sensibilidad con quienes sufren y las vacilaciones en torno a la sexualidad y al amor y a las dificultades de relación con vidas más endurecidas y puede tratarse de uno de los mejores promedios del curso y... evitar que la anorexia se trague todo. Se puede intentar poner a trabajar la Y como función emancipadora. Rizoma, madriguera: refugio, trinchera. Jengibre. Atentan contra interpretaciones teleológicas, causales, enraizadas que encorsetan vidas en un casillero, en un diagnóstico, en una identidad, en un género, en una disciplina. Sólo en una o en partecitas de varias que también componen lo uno. Escribe val flores en un Fanzine: “Demasiado intelectual para el activismo, demasiado activista para la academia, demasiado feminista para la poesía, demasiado radical para la pedagogía, demasiado política para ser maestra, demasiado disidente para la política de identidad, demasiado tortillera para ser maestra, demasiado maestra para la jerarquía del saber, demasiado tímida para la oratoria política, demasiado provinciana para la capital, demasiado prosexo para un feminismo que aún teme hablar de sexo, demasiado teórica para ser trabajadora.” Escrituras que susurran cuidado con los reduccionismos heteronormativos, familiaristas, psicopatologizantes, patriarcales, expulsivos. Leemos otro pasaje de Sensibilidades: “Astillas Asistimos a percepciones abigarradas, mediadas, instruidas, interferidas. Escribe Artaud (1938): ‘¿Y para qué los ojos cuando todavía falta inventar lo que hay que mirar?’. Falta inventar lo que hay que mirar; pero también falta autorizar, valorar, aprender a nombrar lo que permanece desestimado en las miradas disciplinadas por el sentido común. Insurgencias se refriegan los ojos.” ¿Cómo no traicionar lo viviente, lo mutante? ¿Cómo no traicionar lo que vibra? ¿Cómo nombrar sin pisar las arenas movedizas que nos hacen hablar en lenguas del capital? ¿Cómo discutir esas ideas que funcionan como autoridad y lanzan interpretaciones que arrasan vidas? Quizás, aprendiendo de la literatura menor, se pueda ejercer una clínica menor en tanto que variación intensiva capaz de transformar lo mayoritario. Juan Carlos De Brasi advertía que representar implicaba “masticar diferencias”. Afirmaba que “lo que pasa desborda el decir”. Piglia, en referencia a Kafka, planteaba que “la metáfora en tanto imagen representativa, deja lugar a la metamorfosis, intensidad liberada que transforma”. Tal vez, en la insistencia de acercarnos de otro modo a clínicas, pedagogías, lecturas, escrituras podamos ver, aún con los ojos irritados por tanto refregarlos, que se pueden arrojar palabras como piedras ante el ojo del gigante. Esto no es un poema. Susana Thénon Los rostros son los mismos, los cuerpos son los mismos, las palabras huelen a viejo, las ideas a cadáver antiguo. Esto no es un poema: es un grito de rabia, rabia por los ojos huecos, por las palabras torpes que digo y que me dicen, por inclinar la cabeza ante ratones, ante cerebros llenos de orín, ante muertos persistentes que obstruyeron el jardín del aire. Esto no es un poema: es un puntapié universal, un golpe en el estómago del cielo, una enorme náusea roja cómo era la sangre antes de ser agua.

  • Señales de vida / Vicente Zito Lema

    Agosto 2020 Cuando cada criatura humana ese momento íntimo y absoluto de la vida Bajo los cielos de buena voluntad Sobre la tierra de vientos sin malicia (Urbi et Orbi, dicho en lengua antigua de misa) Sea dueña / Tenga amoroso uso en armonía De la riqueza del mundo La material y la simbólica (No se olvide que el pan y el vino son el cuerpo de Dios / su lágrima de oro) Ese día Ninguna peste que lleva la desgracia sin clemencia de aquí para allá… sin ton ni son… como un susurro no, como un chirrido… Sea blanca, sea negra, sea amarilla hasta el hartazgo De barro o de arena / de agua y de sed Del este nevoso o del oeste que quema Casi brasa en los ojos Del ayer o del hoy / con luna de lluvia Con luna llena o con soles marchitos Ese día / Esa peste Que despierta los fantasmas Que agita los miedos Y seca las almas (Tengo presagios / hay señales de vida…) Quedará atrás / caerá por las alcantarillas / Por el abismo del sin fin…

  • Una voz propia en la universidad / Germán Prósperi

    El presente texto se compone de extractos de una charla virtual que Germán Prósperi dio el 20 de agosto de 2020, titulada “El tábano y el parricida. La importancia de matar al Padre en la práctica filosófica”, organizada por estudiantes de la Comisión de Filosofía de la Universidad Nacional de la Plata. Yo diría que hay dos grandes momentos cuando uno hace una carrera universitaria, o al menos eso me pasó a mí. Creo que hay un primer momento que es como un deslumbramiento, un enamoramiento. Entrás a la carrera y te encontrás con un montón de autores y autoras, te deslumbrás, te enamorás. Hay un enamoramiento con la escritura o el pensamiento de ciertos autores y autoras con las cuales conectás, como pasa con las personas. Y esa conexión es fundamentalmente afectiva al inicio. Eso para mí tiene que ser así, está buenísimo que sea así, que nos relacionemos afectivamente con el pensamiento y con la filosofía y con los autores y las autoras. Porque, si no está eso, si no está esa conexión afectiva, no pasa nada. Que haya una conexión afectiva significa que, cada vez que pensamos filosóficamente, la vida misma, nuestra vida, está puesta en juego. Es comprometerse en un sentido visceral con el pensamiento. A muchos y muchas nos habrá ocurrido: empezás una carrera y te deslumbrás, conocés un montón de autores, temas y pensamientos de los cuales te enamorás. Es algo muy extraño, casi misterioso. ¿Por qué conectás con ciertas escrituras y pensamientos y no con otros? ¿Por qué te conmueven de un modo que otros no? Pero sucede eso, es muy curioso. Yo me lo explico apelando a un fenómeno de acústica. Quienes hacen música seguro lo conocen. Te ponés a tocar la guitarra o el piano y de repente tocás una nota –en general las notas más graves– y entonces vibra, por ejemplo, la chapa del calefactor. Eso se llama vibración por simpatía. Tocás una nota y vibra el calefactor, pero tocás la nota de al lado y no vibra, o al menos no lo hace con la misma intensidad. Es decir, vibra en esa frecuencia y no en otra. A mí me parece que con los textos y los autores pasa algo similar. Leés un texto, un poema o lo que fuere, y hay como una frecuencia en el texto, en ese pensamiento, que hace que algo en uno mismo vibre también. Se genera como esa simpatía casi inexplicable. Cuando eso sucede, es que se ha establecido una suerte de nexo, de gancho deseante. Y entonces hay que darle para adelante. Uno se pone a estudiar a ese autor, y es fantástico que así sea. Estamos deslumbrados: son autores que admiramos. Nos dedicamos mucho tiempo a estudiarlos. Es como el momento en que uno firma un pacto. Hay algo fáustico allí: firmás un pacto con el demonio. Le permitís de algún modo a ese autor o a esa autora de la cual te has enamorado que te posea: le das tu alma para que te conduzca y te muestre un mundo posible. Es como un pacto tácito, y está buenísimo. Ahora bien, me parece que llega un punto en donde la misma filosofía nos exige dar otro paso más. Y ese segundo paso es el que nos muestra, creo yo, la figura del extranjero, este personaje del diálogo platónico.[1] ¿Cuál es ese paso? Para seguir con nuestra imagen, digamos que es la ruptura del pacto, el parricidio. Me parece que es necesario, para responder a la exigencia de la filosofía, que el pacto que hemos firmado con ese autor sea roto. Sobre todo con los autores y autoras a quienes más amamos. Es necesario que en determinado momento sea destruido ese pacto, que, si antes le habíamos dado la mano al Padre para que nos acompañe y nos muestre un mundo posible, podamos, llegado el momento, soltar esa mano. Este segundo paso es importante que suceda, me parece a mí. Como si la última cláusula del contrato estableciera, en verdad, su autodestrucción. Si se trata verdaderamente de un pacto amoroso y filosófico, entonces ese pacto contempla que se rompa; contempla que el autor sea traicionado. Pero lo interesante es que esa traición es uno de los mayores gestos de amor hacia el autor. ¿Por qué lo traiciono? Y, lo traiciono porque lo amo. No es que amo tanto los contenidos de su pensamiento, lo que amo fundamentalmente es la relación que el autor tiene con el pensamiento. Por supuesto que se aman siempre los pensamientos, hay autores y autoras cuyas ideas amo profundamente. Lo mejor que nos puede pasar a quienes intentamos pensar alguna cosa es que venga alguien y nos diga “no, no estoy de acuerdo con esto” y nos refute. Eso significa que el pensamiento está siendo tomado en serio. Es muy exigente la filosofía en ese sentido. Nos exige ponernos en juego todo el tiempo en el pensamiento. Matar al Padre, asumir un nombre propio, es correr un riesgo. Es arriesgado, como saltar al vacío, porque no está más esa instancia, esa figura en la cual nos podíamos escudar. “Si yo estoy explicando lo que dice X, el Padre, y surge alguna crítica, bueno, esa crítica habrá que dirigírsela al Padre”. Si, en cambio, uno asume un nombre propio, el error lo cometés vos. Hay un salto, entonces, y me parece muy importante fomentarlo. A mí me interesa mucho potenciar este segundo momento, la ruptura del pacto. Uno podría preguntarse por qué es tan difícil esto, y podría haber muchas explicaciones, de índole psicológica, sociológica… Lo cierto es que hay un temor muy difundido en la institución universitaria –recordemos, pública y gratuita, de la cual yo formo parte y admiro un montón– que es una especie de temor a equivocarse o a cometer un error. Es una locura eso. No se puede pensar con todo eso; asumir un nombre propio implica cometer errores. Creo que se juega algo del orden de lo existencial, cercano a la ética existencialista. Hablar en nombre propio significa asumir la angustia y la incertidumbre de que ya no hay un otro paterno en el que podés escudarte. Me da la sensación de que a veces la propia institución universitaria fomenta este primer momento, el momento del deslumbramiento, del enamoramiento con los autores. Y esto es fundamental que suceda, como dije. Pero, de algún modo, no veo con tanta frecuencia que se fomente el segundo momento, el momento parricida. No sé por qué y tampoco tengo la respuesta para esto. A mí, y estimo que también a todos aquellos que nos dedicamos a la filosofía, me interesaría más formar parricidas que profesionales; me interesaría más formar traidores que especialistas. Porque me parece que le hacen más justicia a la filosofía en cuanto tal, responden a esa exigencia, a ese llamado del pensamiento a ponerse en juego. En la música o en la poesía también pasa eso, una suerte de lucha y de riesgo. En el caso de la literatura, por ejemplo, hay como un cuerpo a cuerpo con el lenguaje. Hay una lucha con el lenguaje, un intento por encontrar lo que sería la propia voz, el modo singular de decir algo. Hay un discurso de Leonard Cohen, cuando recibe un premio de poesía, en el que dice: “la lectura de los poemas de García Lorca me permitió encontrar mi propia voz”. Hay una búsqueda, y no importa tanto si después se encuentra o no esa voz. Lo importante es la búsqueda. Lo mismo en la pintura. El amarillo de Van Gogh: se le ha ido la vida persiguiendo ese amarillo que, al final, lo va a volver loco. Los riesgos son extremos en un punto, pero de eso se trata. Existe esa famosa pregunta de Kant, ¿qué significa orientarse en el pensamiento? A mi juicio, hay como tres momentos. Primero, cuando firmamos ese pacto fáustico y le damos la mano al Padre para que nos lleve y nos muestre un camino posible. Un segundo momento, el momento del parricidio, cuando matamos al Padre y nos desorientamos. Luego habría, creo yo, un tercer momento, cuando volvemos a orientarnos pero ahora hablando en nombre propio. Desde luego que no se piensa en la soledad, el pensamiento es siempre un diálogo, y el nombre propio es siempre un colectivo. Un colectivo y un pueblo: antes de que pueda decir yo, siempre hay un pueblo que ha permitido que el yo exista y que pueda autonombrarse. Siempre es un otro el que dice “yo” en mí. La voz nos muestra que no estamos cerrados, que no somos individuos autónomos. Estamos abiertos en una relación inevitable: la voz es aire que ingresa en nosotros. Cada vez que inspiramos es el mundo el que penetra en nuestras profundidades y, cuando surge, produce a veces un sentido, se transforma en palabras. Es como una escultura del aire, hablar es esculpir el aire. El momento parricida implica un paso de irreverencia que es importante que suceda. Al menos a mí, que doy clases de filosofía, me parece importante fomentar ese espíritu irreverente. Ese riesgo de equivocarse, de decir una estupidez. Considero mucho más valioso y potente el error de un filósofo que la meticulosidad de un especialista. Lejos. Ese riesgo custodia lo que es el espíritu mismo de la filosofía y del pensamiento. [1] Se refiere al personaje del Extranjero en el Sofista, el diálogo de Platón. Allí, para dar lugar al pensamiento, es necesario en un momento dado ir en contra de Parménides, contradecir al gran Padre de la filosofía. Se introduce, entonces, la figura del parricidio.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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