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Arrebatos, crónicas de clases /    V. Nicolás Koralsky

Ilustraciones ruidosas que ocupan el blanco inmaculado del folio. Como una mancha de tinta en el agua más límpida, una sensibilidad atormentada se va expandiendo entre: rayones gruesos, palabras chillonas, colores feroces, fondos predominantemente negros.

Gisela Candas (Buenos Aires, 1991) vive entre hojas donde toma apuntes de clase y hace dibujos de esas clases que apunta. Anotando con sus diseños la quietud de las aulas universitarias, como si fuesen un arma que asalta por sorpresa. Gisela traza, deshidratando la birome sobre la celulosa, paisajes emocionales de clases a las que asiste, que se vuelven: postales de relatos que estremecen, teorías que se comparten, conspiraciones que se traman en aulas que podrían ser fábricas de camisas.

Sus trabajos de diseño e ilustración han acompañado las gráficas de la cátedra de grupos dos durante varias oportunidades. Define sus piezas como “la experiencia de volverse un pararrayos ante la tormenta eléctrica que se produce en el aula”.

Ojos-bocas-pies-manos-corazones-vulvas-narices- en cuerpos que parecen derretirse entre palabras vociferadas en viñetas. Frases sueltas que retumban como pirotecnia en una noche cerrada llena de monstruos.

¿Apuntes-graffiti? ¿Tapas de disco de clases teóricas? ¿Central “térmica” de emociones excitadas aparecidas en una clase que no pueden contenerse en un solo cuerpo?

En algunas de sus composiciones, que podrían ser una reversión de Robert Combas o una versión menos pop de Hervé Di Rosa; a partir de lo que escucha, Candas se apropia de la pregunta por el problema de vivir en estado de fragilidad (“Declararse en estado de pena”, 2019) y la devuelve haciéndola impropia. Imágenes como “Brotes” (2019), o como “Errores útiles” (2019) no son aptas para recepciones adormecidas (como versa su “cartel” de 2014).

En un monocroma remarca ¿dónde ir cuando no hay nadie? (“Donde”, 2019); entre volcanes y fluidos invita a asumir la “interioridad como ficción para el dolor” (“A flor de piel”, 2019 ) ; en “Quien” (2014) los cuerpos habitan el dolor de una multitud; en “Desvío” (2014) anota: “que no me olvide el recuerdo que esta captura es provisoria”; mientras que en “Estado de fragilidad” (2019) dice “las sensibilidades dicen basta” en forma de un estallido que muchas veces puede ser social.

Si alguien se encontrara con las imágenes de Candas de sopetón, le costaría adivinar el contexto en el que se fueron armando. Dibujos como modos de estar presente, presente en la Universidad Pública, volviéndose receptora del “saber” y I.J. (Illustrator jockey) al mismo tiempo. Gisela se apropia de frases que la hieren, que la parten, que la hacen ir hacia el dibujo y que saben que es “algo” que no sucede solo en ella. Sus ilustraciones nos hacen sentir que lo que pasa en un espacio áulico no le pasa solo a uno, sino que cuando hay disponibilidad, podría ser una de las experiencias de lo común.

Algunos de sus registros escritos podrían ser lemas de pancartas en una manifestación de angustiados que nos llama a “interferir el piloto automático” (“La inútil distraída”, 2014). Sus trabajos son mundos alterados que no afirman (ni firma -ninguno de sus dibujos lleva su nombre-), sino cuestionan, sin olvidar nunca que “en cada instante vive el universo” (“Quien”, 2014).

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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