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  • Post Guardia XXXI / Débora Chevnik

    qué le hace el viento a los umbrales? y el pánico? a quién llama? qué le hace el llanto inconsolable de una niña al lorazepam? y a la mamá del nene internado en la cama de enfrente? qué le hace la soledad y el abandono, los gritos y lo imposible, a las caricias nómades? qué le hace un hospital a la noche? qué le hace el chupetín de la mamá del nene de la cama de enfrente al llanto inconsolable? y al lorazepam? qué le hace el temblor a la escritura clínica? y la prisa, qué hace?

  • De la llegada de la escritura (fragmento) / Hélène Cixous

    Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo, para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada hubiera pasado; nada podía pasar. Mi escritura mira. Con los ojos cerrados. ¿Quién puede definir lo que quiere decir «tener»?; ¿dónde sucede el vivir?; ¿dónde se asegura el gozar? Primero escribí en verdad para cerrarle el paso a la muerte. A causa de un muerto. Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la pérdida. Pero está la otra: la que escribe. ¿Escribir? Ni lo pensaba. Soñaba con eso todo el tiempo, pero con el pesar y la humillación, con la resignación, la inocencia de los pobres. La Escritura es Dios. Pero no el tuyo. Yo comía los textos, los chupaba, los mamaba, los besaba. Soy el niño innumerable de su multitud. Pero ¿escribir? ¿Con qué derecho? Después de todo, los leía sin derecho, sin permiso, a sus espaldas. ¿Escribir? Me moría de ganas, de amor, dar a la escritura lo que ella me había dado, ¡qué ambición! Qué imposible felicidad. Alimentar a mi propia madre. ¿Darle a mi vez mi leche? Loca imprudencia. Todo en mí complotaba para vedarme la escritura: la Historia, mi historia, mi origen, mi género. Todo lo que constituía mi yo social, cultural. Empezando por lo necesario, que me faltaba, la materia en la cual la escritura se talla, de la que se arranca: la lengua. Tú puedes desear. Puedes leer, adorar, ser invadida. Pero escribir no te está concedido. Hablar (gritar, aullar, rajar el aire, la rabia me impelía a eso sin descanso) no deja huellas: tú puedes hablar, -eso se evapora, los oídos están hechos para no oír, la voz se pierde. ¡Pero escribir! Sellar un contrato con el tiempo. ¡Anotar! ¡¡¡Hacerse notar!!! – Eso está prohibido. – no tengo lugar donde escribir. Ningún lugar legítimo, ni tierra, ni patria, ni historia que sean mías. Nada me corresponde – O bien todo y no más a mí que a cualquier otro. – No tengo raíces: en qué fuentes podría hallar alimento para un texto. Efecto de diáspora. – No tengo lengua legítima. En alemán canto, en inglés me disfrazo, en francés robo, soy ladrona, ¿dónde iba yo a recostar un texto? – Hasta tal punto soy ya la inscripción de una distancia, que una distancia más es imposible. Me dan esta lección: tú, la extranjera, insértate. Toma la nacionalidad del país que te tolere. Pórtate bien, entra en vereda, en lo común, en lo que imperceptible, en lo doméstico. He aquí tus leyes, no matarás, serás muerta, no robarás, no serás una mala recluta, no estarás loca ni enferma, sería una falta de consideración con quienes te hospedan, no zigzaguearás. No escribirás. Aprenderás las cuentas. No te tocarás. ¿En nombre de quién iba yo a escribir? («Ella sólo se despierta al contacto del amor, antes de ese momento es sólo sueño. Pero en esta existencia de sueño se pueden distinguir dos etapas: primero el amor sueña con ella, luego ella sueña con el amor.») Arriba, vivo en la escritura. Leo para vivir. Leí muy pronto: no comía, leía. Siempre «supe» sin saberlo, que me alimentaba de texto. Sin saberlo. O sin metáfora. Había poco sitio para la metáfora en mi existencia, un espacio muy restringido, que a menudo yo anulaba. Tengo dos hambres: una buena y una mala. O la misma sufrida de modo diferente. Tener hambre de libros era mi alegría y mi tormento. Libros, casi no tenía. No hay dinero, no hay libro. Roí en un año la bilbioteca municipal. Yo mordisqueaba, y al mismo tiempo devoraba. Como con los pasteles de Jánuca: pequeño tesoro anual de diez pasteles de canela y jengibre. ¿Cómo conservarlos consumiéndolos? Suplicio: deseo y cálculo. Economía del tormento. Por la boca aprendí la crueldad de cada decisión, un mordisco, lo irreversible. Guardar no es gozar. Gozar y no gozar más. La escritura es mi padre, mi madre, mi nodriza amenazada.” Fuente: Cixous, Hélène (2006). De La llegada a la escritura. Traducción de Irene Agoff. Editorial Amorrurtu, 2006.

  • Post Guardia XXIX / Débora Chevnik

    Mula, juego, y vida viva Una nena, entre otras cosas que conversamos en plena madrugada de guardia, dice que las personas que no tienen malas palabras no tienen onda. Y las personas que tienen malas palabras son las que tienen onda. Usa esta brújula para elegir youtubers y para compartírselxs a su hermana de 5, cuando su madre no lxs confisca. Una nena cuenta que en el cole la maestra de naturales estaba enseñando los órganos y preguntó cuáles conocían. Dijeron panza y dijeron tripas. Al rato la nena se acercó avergonzada a la maestra para preguntarle muy por lo bajo cómo era que "se" decía tripa. Intestino, pirulita. Se dice intestino. Cuando escribimos en la historia clínica la consulta de la nena amiga de las malas palabras, “se” escribe que la nena “confesó” que había sido abusada por un familiar. Luego de deliberaciones desveladas, y de advertir el impensado, en el equipo intentamos descomponer ecos de otras tierras y acordamos escribir no que “lo confesó”, sino que “lo contó”. La paleta en la que estaba no era la de la confesión. Ni pecado, ni culpa, ni religión, ni secretos, ni calladita calladita la boca. Estaba en una más ligada a algo que ella llamaba denuncia. Ceci n’est pas un hôpital. Se percibe hospital, aunque, muchxs sabemos que, a la vez, funciona de centro cultural. De fábrica de lo que ya es. De marcador indeleble de horizontes ya trazados. De sordina de esas preguntas caudalosas que traen tanto que no cabe. De aduana de palabras: esta se dice, esta no; y algunas que solo las entra la mula. Palabras que llenan de colores, que distorsionan, que permiten ver. Palabras que hacen escuchar hasta lo insonoro. Palabras que borran los límites nítidos que de tan nítidos no bordean nada. No es que se nazca de las palabras o de los gestos todos los días ni todo el tiempo. Pero, como decía la de 8, a veces hay que actuar.

  • Today Libya, tomorrow Wall Street / Comité Invisible

    1. Historia de quince años 2. Arrancarse de la atracción por lo local 3. Construir una fuerza que no sea una organización 4. Cuidar de la potencia 1. Historia de quince años El 3 de julio de 2011, en respuesta a la expulsión de la Maddalena, decenas de miles de personas convergen en diferentes columnas hacia la zona de las obras, ocupada por la policía y el ejército. Ese día en el Valle de Susa tuvo lugar una auténtica batalla. Un policía un poco intrépido fue incluso atrapado y desarmado por los manifestantes en los boschi. Desde el peluquero hasta la abuela, casi todo el mundo se había provisto de una máscara de gas. Los que eran demasiado viejos para salir de casa nos animaban desde el umbral con un «Ammazzateli!» [«¡Mátenlos!»]. Las fuerzas de ocupación no fueron finalmente desalojadas de su reducto. Y a la mañana siguiente, los periódicos de toda Italia repetían al unísono las mentiras de la policía: «Maalox y amoniaco: la guerrilla de los black bloc», etc. En respuesta a esta operación de propaganda por lo falso, se convocó una conferencia de prensa. La respuesta del movimiento se enunció en estos términos: «¡Pues bien, si atacar las obras es ser un black bloc, todos somos black bloc!». Diez años antes, casi el mismo día, la prensa a sueldo había servido la misma explicación de la batalla de Génova: el black bloc, entidad de procedencia indeterminada, habría conseguido infiltrarse en la manifestación y asolar la ciudad a sangre y fuego, él solito. El debate público enfrentó entonces a los organizadores de la manifestación, que defendían la tesis de que el denominado black bloc estaba de hecho compuesto por policía secreta, con aquellos que veían en él a una organización terrorista cuya sede se encontraría en el extranjero. Lo menos que puede decirse es que si la retórica policial ha permanecido idéntica a sí misma, el movimiento real ha recorrido su propio camino. Desde el punto de vista de nuestro partido, una lectura estratégica de los últimos quince años empieza fatalmente con el movimiento antiglobalización, última ofensiva mundial organizada contra el capital. Importa poco que datemos su nacimiento en la manifestación de Ámsterdam contra el tratado de Maastricht en 1997, en los disturbios de Ginebra en mayo de 1998 contra la omc, en el Carnival Against Capital de Londres en junio de 1999 o en Seattle en noviembre del mismo año. Importa igualmente poco que pensemos qué ha sobrevivido al apogeo de Génova, qué estaba vivo todavía en 2007 en Heiligendamm, o en Toronto en junio de 2010. Lo que es seguro es que a finales de los años 90 surgió un movimiento planetario que tomó como blanco multinacionales y órganos mundiales de gobierno (fmi, Banco Mundial, Unión Europea, g8, otan, etc.). La contrarrevolución global que tomó como pretexto el 11 de septiembre se entiende de este modo como respuesta política al movimiento antiglobalización. Después de Génova, la escisión que aparecía en el interior mismo de las «sociedades occidentales» tenía que ser tapada por todos los me- dios. Lógicamente, en el otoño del 2008, es desde el corazón mismo del sistema capitalista, desde el lugar que había sido el blanco privilegiado de la crítica del «movimiento antiglobalización», es decir, el sistema financiero, desde donde partió la «crisis». En realidad la contrarrevolución, por muy masiva que fuera, tuvo solamente el poder de congelar las contradicciones, no el de abolirlas. Lógicamente también, lo que aparece después es eso que, durante siete años, había sido brutalmente reprimido: «Diciembre de 2008 –resumía un camarada griego– fue Génova, a escala de un país entero y durante un mes». Las contradicciones habían madurado mientras tanto bajo el hielo. Históricamente, el movimiento antiglobalización quedará como el primer asalto conmovedor e irrisorio de la pequeña burguesía planetaria contra el capital. Como una intuición de su próxima proletarización. No hay una sola de las funciones históricas de la pequeña burguesía (médico, periodista, abogado, artista o profesor) que no se haya reconvertido en su versión activista: street medics, reportero alternativo de Indymedia, legal team o especialista en economía solidaria. La naturaleza evanescente del movimiento antiglobalización, inconsistente hasta en sus motines de contracumbre donde un palo que se eleva basta para dispersar una muchedumbre como una bandada de gorriones volando, se liga al carácter flotante de la pequeña burguesía misma en cuanto no-clase intermedia, a su indecisión histórica, a su nulidad política. La poca realidad de una explica la poca resistencia de la otra. Ha sido suficiente con que se levantara el viento de invierno de la contrarrevolución para pulverizar el movimiento en pocos años. Si el alma del movimiento antiglobalización ha sido la crítica del aparato mundial de gobierno, se puede decir que la «crisis» ha expropiado a los depositarios de esta crítica: los militantes y los activistas. Lo que caía por su propio peso para círculos reducidos de criaturas politizadas es ahora una flagrante evidencia para todos. Nunca, como desde el otoño del 2008, tuvo tanto sentido, y un sentido tan compartido, el destrozar bancos, pero precisamente por eso, nunca tuvo tan poco sentido el hacerlo como pequeño grupo de profesionales de los disturbios. Desde 2008, todo ocurre como si el movimiento antiglobalización se hubiera disuelto en la realidad. Ha desaparecido, precisamente porque se ha realizado. Todo lo que constituía su léxico elemental ha pasado de alguna manera a dominio público: ¿quién duda todavía de la impúdica «dictadura financiera», de la función política de las reestructuraciones ordenadas por el fmi, del «saqueo del medio ambiente» por parte de la rapacidad capitalista, de la loca arrogancia del lobby nuclear, del reino de la mentira más descarada, de la corrupción sin rubor de los dirigentes? ¿Quién no se queda atónito ante la maldita unilateralidad del neoliberalismo como remedio a su propia quiebra? Hay que acordarse de cómo, hace diez años, las convicciones que tejen hoy el sentido común se reducían a los círculos militantes. No es solo su propio arsenal de prácticas lo que el movimiento antiglobalización se ha hecho arrebatar por «la gente». La Puerta del Sol tenía su equipo legal, su equipo médico, su punto de información, sus hacktivistas y sus tiendas de campaña, como ayer cualquier contra-cumbre, cualquier campo «No Border». Lo que llegó al corazón de la capital española son las formas de la asamblea, la organización en barrios y en comisiones, y hasta los ridículos códigos gestuales, que provienen todos del movimiento antiglobalización. El 15 de junio del 2011, en Barcelona, las acampadas intentaron bloquear a primera hora de la mañana, con miles de personas, el Parlamento de Cataluña para impedir la votación del «plan de austeridad»; exactamente igual que se impedía a los representantes de los diferentes países del fmi llegar al centro de conferencias algunos años antes. Los Book Bloc del movimiento estudiantil inglés del 2011 son la reanudación en el marco de un «movimiento social» de una práctica de los Tute Bianche en las contracumbres. El 22 de febrero de 2014, en Nantes, durante la manifestación contra el proyecto de aeropuerto, la práctica de los disturbios que consiste en actuar encapuchado en pequeños grupos móviles estaba tan difundida, que hablar de black bloc era una manera de reducir lo inédito a lo ya-conocido, cuando no simplemente la repetición del discurso del ministro del Interior. Donde la policía no discierne otra cosa que la acción de «grupos radicales», no es difícil ver que lo que trata de ocultar es una radicalización general. 2. Arrancarse de la atracción por lo local Así, nuestro partido está por todas partes, pero está estancado. Con la desaparición del movimiento antiglobalización, la perspectiva de un movimiento tan planetario como el mismo capital, y por ello capaz de hacerle frente, también se ha perdido. La primera cuestión que se nos plantea es entonces la siguiente: ¿cómo un conjunto de potencias situadas componen una fuerza mundial? ¿Cómo un conjunto de comunas componen un partido histórico? O por decirlo de otro modo: ha hecho falta, en un determinado momento, desertar del ritual de las contracumbres con sus activistas profesionales, sus puppetmasters depresivos, sus motines previsibles, su plenitud de eslóganes y su vacío de sentido, para vincularse a los territorios vividos; ha hecho falta arrancarse de la abstracción de lo global; ¿cómo arrancarse ahora de la atracción por lo local? Tradicionalmente, los revolucionarios esperan la unificación de su partido a partir de la designación del enemigo común. Es su incurable vicio dialéctico. Decía Foucault: «La lógica dialéctica es una lógica que hace jugar términos contradictorios en el elemento de lo homogéneo. Y esta lógica de la dialéctica les pro- pongo sustituirla, en cambio, por una lógica de la estrategia. Una lógica de la estrategia no hace jugar términos contradictorios en un elemento homogéneo que promete su resolución en una unidad. La lógica de la estrategia tiene como función establecer cuáles son las conexiones posibles entre términos disonantes y que permanecen disonantes. La lógica de la estrategia es la lógica de la conexión de lo heterogéneo y no la lógica de la homogeneización de lo contradictorio». Ningún vínculo efectivo entre las comunas, entre las potencias heterogéneas, situadas, vendrá de la designación de un enemigo común. Si los militantes no han conseguido, después de cuarenta años de debatir sobre ello, responder a la pregunta de si el enemigo es la alienación, la explotación, el capitalismo, el sexismo, el racismo, la civilización o directamente lo existente en su totalidad, es porque la cuestión está mal planteada, porque es fundamentalmente ociosa. El enemigo no es simplemente algo que aparece una vez que uno se ha deshecho del conjunto de sus determinaciones, una vez que uno se ha transportado sobre no se sabe qué plano político o filosófico. Desde este desarraigo, todos los gatos son pardos, lo real está aureolado con la misma extrañeza que uno se ha provocado: todo es hostil, frío, indiferente. El militante podrá entonces salir en campaña contra esto o aquello, pero será siempre contra una forma del vacío, una forma de su propio vacío. Impotencia y molinos de viento. Para cualquiera que parte desde ahí donde está, desde el medio que frecuenta, desde el territorio que habita, desde la empresa en la que trabaja, la línea del frente se dibuja por sí misma, se evidencia a partir del contacto. ¿Quién trabaja para los jodidos? ¿Quién no se atreve a mojarse? ¿Quién toma riesgos por aquello en lo que cree? ¿Hasta dónde se permite llegar al partido opositor? ¿Ante qué retrocede? ¿Sobre qué se apoya? No es una decisión unilateral, sino la experiencia misma la que traza la respuesta a estas cuestiones, de situación en situación, de encuentro en encuentro. Aquí, el enemigo ya no es ese ectoplasma que se crea al señalarlo, sino que es lo que se da, lo que se impone a todos aquellos que no han hecho el gesto de abstraerse de lo que son ni del lugar en el que están para proyectarse, desde esa desnudez, sobre el terreno abstracto de la política, ese desierto. Aunque no se dé más que a aquellos que tienen bastante vida en sí mismos como para no huir instintivamente ante el conflicto. Toda comuna declarada suscita a su alrededor, y a veces también a lo lejos, una nueva geografía. Donde no había sino un territorio uniforme, una planicie donde todo se intercambiaba indistintamente en el tedio de la equivalencia generalizada, esta hace surgir de la tierra una cadena de montañas, fronteras naturales, puertos, cimas, senderos inauditos entre lo que es amigo y picos impracticables entre lo que es enemigo. Nada es ya tan simple, o lo es de otra manera. Toda comuna crea un territorio político que se extiende y se ramifica paso a paso a medida que crece. Y solo dentro de ese movimiento puede dibujar los senderos que llevan hacia otras comunas, puede tejer las líneas y los vínculos que forman nuestro partido. Nuestra fuerza no nacerá de la designación del enemigo, sino del esfuerzo hecho por entrar los unos en la geografía de los otros. Somos los huérfanos de un tiempo en el que el mundo se dividía falsamente entre partidarios y enemigos del bloque capitalista. Con el hundimiento del engaño soviético, toda tabla de interpretación geopolítica sencilla se ha perdido. Ninguna ideología permite se- parar desde lejos el amigo del enemigo; sea cual sea la desesperada tentativa de algunos por restaurar de nuevo una tabla de lectura tranquilizadora donde Irán, China, Venezuela o Bashar al-Assad hacen el papel de héroes de la lucha contra el imperialismo. ¿Quién podría decir desde aquí la naturaleza exacta de la insurrección libia? ¿Quién puede desenmarañar, en la ocupación de Taksim, lo que atañe al viejo kemalismo y lo que aspira a un mundo inédito? ¿Y Maidán? ¿Qué hay de Maidán? Hay que ir a ver. Hay que ir al encuentro. Y discernir, en la complejidad de los movimientos, las comunas amigas, las alianzas posibles, los conflictos necesarios. Según una lógica de la estrategia, y no de la dialéctica. Escribía el compañero Deleuze: «Nosotros tenemos que ser más centralistas que los centralistas. Es evidente que una máquina revolucionaria no puede contentarse con luchas locales y puntuales: hiperdeseante e hipercentralizada, tiene que ser todo esto a la vez. El problema concierne pues a la naturaleza de la unificación que debe operar transversalmente, a través de una multiplicidad, no verticalmente y de manera que aplaste a esta multiplicidad propia del deseo». Desde que existen vínculos entre nosotros la dispersión, la cartografía modular de nuestro partido, no es una debilidad, sino al contrario una manera de privar a las fuerzas hostiles de todo golpe decisivo. Tal como dijo un amigo de El Cairo en el verano del 2010: «Creo que lo que salva lo que está pasando en Egipto es que no hay un líder de esta revolución. Es esto tal vez lo más desconcertante para la policía, para el estado, para el gobierno. No hay ninguna cabeza que pueda cortarse para que esto se pare. Hemos conservado esta organización popular como un virus que muta permanentemente para preservar su existencia, sin jerarquía, completamente horizontal, orgánica, difusa». Lo que no se estructura como un estado, como una organización, no puede sino ser finalmente disperso y fragmentario, y encuentra en su carácter de constelación el impulso para su expansión. A nuestro cargo queda el organizar el encuentro, la circulación, la comprensión y la conspiración entre las consistencias locales. La tarea revolucionaria se ha convertido en parte en una tarea de traducción. No hay un esperanto de la revuelta. No se trata de que los rebeldes aprendan a hablar anarquista, sino de que los anarquistas se conviertan en políglotas. 3. Construir una fuerza que no sea una organización La siguiente dificultad que se nos plantea es esta: ¿cómo construir una fuerza que no sea una organización? Ahí también, después de un siglo de debate sobre el tema «espontaneidad u organización», la pregunta tuvo que estar muy mal planteada para que nunca hayamos encontrado una respuesta válida. Este falso problema reside en una ceguera, en una incapacidad para percibir las formas de organización que encubren de manera subyacente todo aquello que llamamos «espontáneo». Toda vida, a fortiori toda vida común, segrega por sí misma maneras de ser, de hablar, de producir, de amarse, de luchar, y por tanto costumbres, hábitos, un lenguaje; formas. Ocurre que hemos aprendido a no ver formas en lo que vive. Una forma, para nosotros, es una estatua, una estructura o un esqueleto, en ningún caso un ser que se mueve, que come, que danza, canta y se amotina. Las verdaderas formas son inmanentes a la vida y no se captan sino en movimiento. Un camarada egipcio nos explicaba: «Nunca El Cairo había estado tan vivo como durante la primera plaza Tahrir. Al no funcionar nada, cada uno cuidaba de lo que tenía alrededor. La gente se encargaba de la basura, barrían ellos mismos las calles y a veces hasta las repintaban, dibujaban frescos en los muros, se preocupaban los unos de los otros. Hasta la circulación se había convertido milagrosamente en algo fluido desde que no había agentes de circulación. De lo que nos hemos dado cuenta de golpe es que habíamos sido expropiados de los gestos más simples, aquellos que hacen que la ciudad sea nuestra y que nosotros le pertenezcamos. La gente llegaba a la plaza Tahrir y espontáneamente se preguntaba en qué podía ayudar, iba a la cocina, transportaba en camilla a los heridos, preparaba pancartas, escudos, tirachinas, discutía, inventaba canciones. Nos dimos cuenta de que de hecho la organización estatal era la desorganización máxima, porque se basaba en la negación de la facultad humana de organizarse. En la plaza Tahrir nadie daba órdenes. Evidentemente, si a alguien se le hubiera metido en la cabeza organizar todo eso inmediatamente se habría convertido en un caos». Esto nos hace recordar la famosa carta de Courbet durante la Comuna: «París es un verdadero paraíso: nada de policía, nada de tonterías, nada de exigencias de ningún tipo, nada de disputas. París marcha por sí solo, como sobre ruedas, haría falta poder quedarse así para siempre. En una palabra, es un verdadero deleite». Desde las colectivizaciones de Aragón en 1936 hasta las ocupaciones de plazas de los últimos años, los testimonios del mismo deleite son una constante en la Historia: la guerra de todos contra todos no es lo que llega cuando ya no está ahí el estado, es lo que organiza sabiamente el estado mientras existe. Sin embargo, reconocer las formas que engendra espontáneamente la vida no significa en ningún caso que podamos contentarnos con la simple espontaneidad para mantener y hacer crecer esas formas, para operar las metamorfosis necesarias. Al contrario, se requieren una atención y una disciplina constantes. No la atención reactiva, cibernética, instantánea, común a los activistas y a la vanguardia del management, que no mira más que por la red, la fluidez, el feed-back y la horizontalidad, que gestiona todo sin comprender nada, desde fuera. Tampoco la disciplina exterior, encubiertamente militar, de las viejas organizaciones surgidas del movimiento obrero, que se han convertido casi por todas partes en apéndices del estado. La atención y la disciplina de las que hablamos se aplican a la potencia, a su estado y a su incremento. Están atentas a los signos de aquello que la disminuye, vislumbran aquello que la hace crecer. No con- funden nunca lo que apunta a un dejarse-ser y lo que apunta a un dejarse-ir, esa verdadera plaga de las comunas. Velan por que no se mezcle todo bajo el pretexto de compartirlo todo. No son algo exclusivo de algunos solamente, sino algo que concierne a todos. Son, a la vez, la condición y el objeto del verdadero compartir, y la prueba de su agudeza. Son nuestro baluarte contra la tiranía de lo informal. Son la textura misma de nuestro partido. En cuarenta años de contrarrevolución neoliberal es este vínculo entre disciplina y alegría lo que ha sido olvidado en primer lugar. Lo volvemos a descubrir en el presente: la verdadera disciplina no tiene por objeto los signos exteriores de la organización, sino el desarrollo interior de la potencia. 4. Cuidar de la potencia La tradición revolucionaria está afectada por el voluntarismo como por una tara congénita. Vivir orientado hacia el mañana, marchar hacia la victoria, es una de las extrañas maneras de aguantar un presente del que no se puede disimular su horror. El cinismo es la otra opción, la peor, la más banal. Una fuerza revolucionaria de este tiempo velará en cambio por el incremento paciente de su potencia. Habiendo sido esta cuestión reprimida durante mucho tiempo bajo el anticuado tema de la toma del poder, nos encontramos relativamente desprovistos cuando tratamos de abordarla. Nunca faltan los burócratas para saber exactamente lo que esperan hacer con la potencia de nuestros movimientos, es decir, cómo pretenden convertirlos en un medio, un medio para sus fines. Pero de la potencia en cuanto tal no tenemos costumbre de ocuparnos. Sentimos confusamente que existe, percibimos sus fluctuaciones, pero la tratamos con la misma desenvoltura que reservamos a todo lo que atañe a lo «existencial». Un cierto analfabetismo en la materia no es extraño a la textura deteriorada de los medios radicales: cada pequeña empresa grupuscular cree neciamente, comprometida como está en una patética lucha por minúsculas partes del mercado político, que saldrá reforzada por haber debilitado a sus rivales, calumniándolos. Es un error: se gana en potencia combatiendo a un enemigo, no rebajándolo. El antropófago mismo vale más que todo esto: si se come a su enemigo es por- que le estima lo bastante como para querer nutrirse con su fuerza. A falta de poder sacar partido de la tradición revolucionaria en este tema, podemos remitirnos a la mitología comparada. Sabemos que Dumézil, en su estudio de las mitologías indoeuropeas, alcanza su famosa tripartición: «Más allá de los sacerdotes, los guerreros y los productores, se articulan las “funciones” jerarquizadas de soberanía mágica y jurídica, de fuerza física y principalmente guerrera, y de abundancia tranquila y fecunda». Dejemos de lado la jerarquía entre las «funciones» y hablemos más bien de dimensiones. Nosotros diremos esto: toda potencia tiene tres dimensiones, el espíritu, la fuerza y la riqueza. Es una condición para el crecimiento de la potencia mantener las tres dimensiones juntas. En cuanto potencia histórica, un movimiento revolucionario es el despliegue de una expresión espiritual (bajo una forma teórica, literaria, artística o metafísica), de una capacidad guerrera (orientada hacia el ataque o la autodefensa) y de una abundancia de medios materiales y de lugares. Estas tres dimensiones se han compuesto de manera diversa en el tiempo y en el espacio, dando nacimiento a formas, sueños, fuerzas e historias siempre singulares. Pero, cada vez que una de estas dimensiones ha perdido el contacto con las otras para autonomizarse, el movimiento ha degenerado. Así, ha de- generado en vanguardia armada, en secta de teóricos o en empresa alternativa. Las Brigadas Rojas, los situacionistas y las discotecas (perdón, los «centros sociales») de los Desobedientes son las fórmulas típicas del fracaso en materia de revolución. Velar por el propio incremento de potencia exige a toda fuerza revolucionaria el progreso simultáneo en cada uno de estos planos. Quedarse trabado en el plano ofensivo significa finalmente carecer de ideas lúcidas y volver insípida la abundancia de medios. Dejar de moverse teóricamente es tener la seguridad de verse tomado por sorpresa por los movimientos del capital y perder la capacidad de pensar la vida en nuestros espacios. Renunciar a construir mundos con nuestras manos es condenarse a una existencia de espectro. «¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que la potencia crece; de que un obstáculo está a punto de ser superado», escribía un amigo. Devenir revolucionario es asignarse una felicidad difícil, pero inmediata. Nos hubiera gustado decirlo en pocas palabras. Prescindir de genealogías, etimologías, citas. Que un poema, una canción fueran suficientes. Nos hubiera gustado que fuera suficiente escribir «revolución» en una pared para que la calle se abrasara. Pero hacía falta desenredar la madeja del presente, y en algunos lugares ajustar las cuentas con falsedades milenarias. Hacía falta intentar digerir siete años de convulsiones históricas. Y descifrar un mundo en el que la confusión ha florecido sobre un tronco de desprecio. Nosotros nos hemos tomado el tiempo de escribir esperando que otros se tomarían el tiempo de leer. Escribir es una vanidad, si no es para el amigo. También para el amigo que no se conoce todavía. Nosotros estaremos, en los años venideros, por todas partes donde esto arda. En los periodos de tregua, no es difícil encontrarnos. Nosotros continuaremos la empresa de comprensión que acá comenzamos. Habrá fechas y lugares donde concentrar nuestras fuerzas contra blancos evidentes. Habrá fechas y lugares para encontrarnos y debatir. No sabemos si la insurrección tendrá la forma del asalto heroico, o si será un ataque de llanto planetario; un brutal acceso de sensibilidad después de décadas de anestesia, de miseria, de necedad. Nada garantiza que la opción fascista no se preferirá a la revolución. Nosotros haremos lo que haya que hacer. Pensar, atacar, construir; esa es la línea fabulosa. Este texto es el inicio de un plan. Hasta muy pronto, comité invisible octubre de 2014 *Publicado en A nuestros amigos - 1a ed. revisada. - Buenos Aires: Hekht Libros, Argentina, 2015.

  • Miedo / Leonardo Domanico.

    La cuarta cita que realizan Deleuze y Guattari a Carlos Castaneda, el antropólogo devenido brujo, en Mil Mesetas se mueve en un contexto del libro donde se trabaja sobre los peligros de perderse en los caminos hacia la articulación de un estar en común que resista la opresión capitalista de nuestro tiempo. Se da en una meseta fundamental titulada Micropolítica y segmentaridad en la que se trabaja la cuestión de la política sobre las líneas que nos componen. Lo personal es político, entonces hay que liberarnos del repliegue sobre nuestras líneas duras, aquellas trabajadas por el ejercicio del poder. El poder, se sabe desde Spinoza, sólo es capaz de producir afectos tristes. Deleuze dice en una entrevista con Claire Parnet que puede trazarse un vector entre la producción de Spinoza, la de Nietzsche e incluso la de Foucault y la de él mismo: más allá de las diferencias conceptuales que pueden encontrarse entre ellas subsiste un proyecto, una intención. Conjuntamente con Guattari escriben reiteradas veces en ambos tomos de Capitalismo y esquizofrenia que no hay lucha contra el poder sin modificación en la producción deseante: la transformación social tiene que ir de la mano con una transformación en nosotros. La tarea es infinita y consiste en afectar nuestros estratos. Un esquizoanálisis que opera por cartografía es el método que proponen los autores para restituir las líneas en su singularidad y efectuar la distinción imprescindible entre ellas de modo de componer la potencia con la impotencia, las velocidades y las lentitudes que pugnan en tanto fuerzas que se dan un cuerpo. Pero aun así hay innumerables peligros en el camino de una vida, de un grupo. Para representárnoslo los autores propician un encuentro particular entre Nietzsche y Castaneda que en principio sorprende puesto que sus universos parecen hallarse alejados el uno del otro. Deleuze y Guattari señalan que: “Nietzsche le hacía decir a Zaratustra, Castaneda le hace decir al indio Don Juan: hay tres e incluso cuatro peligros, primero el Miedo, después la Claridad, después el Poder, por último el gran Hastío, el deseo de matar y de morir, Pasión de abolición. El miedo, no es difícil adivinar en qué consiste. Constantemente tememos perder. La seguridad, la gran organización molar que nos sostiene, las arborescencias a las que nos aferramos, las máquinas binarias que nos proporcionan un estatuto bien definido, las resonancias en las que entramos, el sistema de sobrecodificación que nos domina, todo eso deseamos: ―Los valores, las morales, las patrias, las religiones y las convicciones íntimas que nuestra propia vanidad y nuestra propia complacencia nos conceden generosamente, son otras tantas moradas que el mundo prepara para los que así piensan mantenerse, de pie y en reposo, entre las cosas estables; no pueden imaginar hacia qué terrible fracaso se encaminan... huida ante la huida. Huimos ante la huida, endurecemos nuestros segmentos, nos entregamos a la lógica binaria, seremos tanto más duros en tal segmento cuanto más duros hayan sido con nosotros en tal otro, nos reterritorializamos en cualquier cosa, no conocemos más segmentaridad que la molar, tanto al nivel de los grandes conjuntos a los que pertenecemos como al de los pequeños grupos en los que nos integramos, y hasta en nuestras cosas más íntimas o privadas. Todo está afectado, la manera de percibir, el tipo de acción, la manera de moverse, el modo de vida, el régimen semiótico. El hombre que llega a casa y dice: ―¿Está preparada la sopa?, la mujer que responde: ―¡Vaya cara que traes!, ¿estás de mal humor?: efecto de segmentos duros que se enfrentan de dos en dos. Cuanto más dura es la segmentaridad, más nos tranquiliza. Eso es el miedo, y cómo nos pliega sobre la primera línea”. (Deleuze, Guattari, 2002: 230). Esta referencia que realizan Deleuze y Guattari corresponde al material que recoge el antropólogo entre el 8 de abril de 1962 y el 15 de abril del mismo año y que se publica en Las enseñanzas de don Juan. Es en aquella semana que pasan juntos en el desierto cuando don Juan le narra sobre los peligros de un existente humano que decide hacerse hombre de conocimiento y que, en tanto tal, debe desafiar enemigos poderosos que se despliegan en líneas diferentes, que nos capturan a partir de movimientos singulares, apelando a lógicas dispares. Nos narra los peligros de los modos de ser arrasados por el miedo, por la claridad, por el poder y por el gran hastío. No cualquiera puede ser hombre de conocimiento, sólo aquel que desafía a éstos cuatros enemigos naturales tiene derecho a serlo, sólo por un instante. “Le pregunté si podía usar brujería o adivinación para ver el desenlace de la batalla. Dijo terminantemente que los resultados de la contienda no podían anticiparse por ningún medio, porque volverse hombre de conocimiento era cosa temporal. Cuando le pedí explicar este punto, replicó: -Ser hombre de conocimiento no tiene permanencia. Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por un instante muy corto, después de vencer a las cuatro enemigos naturales” (Castaneda, 2010, 88). De la lectura de sus notas se desprende que Castaneda queda pensativo por este asunto que el maestro le introduce durante la semana, por lo que el domingo 15 de abril, antes de regresar a Los Ángeles, necesita volverle a preguntar sobre aquellos enemigos al viejo chamán. Al comienzo don Juan titubea, no decidiéndose a comenzar a hablar, pero finalmente lo hace y el antropólogo registra lo siguiente: “Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla. Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda. -¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo? -Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias. -¿Y qué puede hacer para superar el miedo? -La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de sí. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora. Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural. -¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco? -Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente”. (Castaneda, 2010: 88, 89). La ficción que le propone don Juan, el vivir como guerrero para intentar ser, al menos por un instante, hombre de conocimiento, se presenta como terriblemente ardua. Don Juan le dice que deberá superar un conjunto de enemigos que no son más que el pliegue del existente sobre diferentes líneas de muerte: la línea dura del miedo molar, la gélida claridad, el poder y su ferocidad, y también la muerte, entendida como el Gran Hastío. ¿Cómo podemos plegar el Afuera, aquel afuera más lejano que toda exterioridad y más próximo que toda interioridad, para no ser devorados por éstas fuerzas? Las anotaciones de Castaneda sobre el asunto de los enemigos son escasas. Como de costumbre don Juan no cree importante explayarse en el asunto, confía más bien en que el cuerpo del antropólogo en algún momento lo sabrá. Pero, ¿qué nos dicen Deleuze y Guattari cuando retoman este pasaje de Las enseñanzas de don Juan y lo relacionan con Nietzsche? ¿Por qué es interesante en su búsqueda conjunta? En primer lugar, sostenemos que el miedo es el gran sistema gestionado de la pérdida. Pérdida que en primera instancia se presenta como pérdida de la seguridad, de aquella seguridad que es la fantasía de la organización molar que envuelve a los que vivimos como sensibilidades que hablan. Pero, ¿quiénes vivimos? No seres, memorias. Ficciones de esas memorias que se precipitan en cada presente. Los mass-media, por ejemplo, son un nudo contemporáneo preponderante en la fabricación global del miedo que han desarrollado formas de habitar donde lo que se subjetiva son flujos de inseguridad que vibran tanto en los sistemas de pensamiento que gobiernan las acciones individuales concretas como en la propia piel de las personas. La inseguridad se prepara colectivamente y se rige por medio de un sistema de pensamiento arborescente (no hace falta recordar más que la disputa que los autores mantienen con Noam Chomsky al oponer a un sistema que describen como arborescente otro que ya no tiene la forma de árbol sino que es rizomático), binario (hombre/mujer, adulto/niño, rico/pobre, bueno/malo, etc), y significante, organizado por el enlace entre nuestro cuerpo con el espacio estriado que forman el Estado y el Mercado. La posverdad es, asimismo, uno de los aspectos más aterradores que ha desarrollado el neoliberalismo de época y que a muchos se les patentiza como miedo a ya no poder hablar o no ser escuchados por nadie. Sin embargo algo huye, se rebela: cuando el sistema de propagación de segmentos molares que conforman los mass media saturan el espacio con un sentido único, estable, monótono, algo franquea el umbral y estalla donde encuentra las condiciones de posibilidad: una canción en un estadio de fútbol, una obra de teatro o tal vez un grafitti en la pared de alguna calle. Todo esto que estalla fuera del cerco mediático son fugas moleculares. Pero aquella máquina de guerra que pulula por debajo de los cimientos y amenaza con arrasarlos al estilo de las hormigas, ¿no conlleva aún demasiadas partículas molares? ¿No está demasiado aferrada a la equiparación del bienestar con el consumo? Aun así las luchas son perseguidas y tal puede ser considerada una medida para pensar el nivel de sustantividad de nuestra democracia. En Argentina, parte de su sociedad, a nivel macropolítico, no sólo no adhiere a derribar el Significante amo del consumo, sino que, paradójicamente, tampoco está dispuesta a que todos los ciudadanos sean satisfechos en él. Escriben Deleuze y Guattari que: “La administración de una gran seguridad molar organizada tiene como correlato toda una microgestión de pequeños miedos, toda una inseguridad molecular permanente, hasta el punto de que la fórmula de los ministerios del interior podría ser: una macropolítica de la sociedad para y por una micropolítica de la inseguridad (…) Nada mejor que el microfascismo para dar una respuesta a la pregunta global: ¿por qué el deseo desea su propia represión, cómo puede desear su represión? Por supuesto, las masas no sufren pasivamente el poder; tampoco ―quieren ser reprimidas en una especie de histeria masoquista; ni tampoco son engañadas, por un señuelo ideológico. Pero, el deseo siempre es inseparable de agenciamientos complejos que pasan necesariamente por niveles moleculares, microformaciones que ya moldean las posturas, las actitudes, las percepciones, las anticipaciones, las semióticas, etc. El deseo nunca es una energía pulsional indiferenciada, sino que es el resultado de un montaje elaborado, de un engineering de altas interacciones: toda una segmentaridad flexible relacionada con energías moleculares y que eventualmente determina al deseo a ser ya fascista. Las organizaciones de izquierda no son las últimas en segregar sus microfascismos. Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver el fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas”. (Deleuze, Guattari, 2002: 220). Si bien Deleuze y Guattari se definen como marxistas, afirmamos que su marxismo es de carácter heterodoxo, pues frente a la concepción marxista hegemónica que afirma que una sociedad se define por sus contradicciones, los autores sostienen la hipótesis de que la contradicción sirve para pensar desde lo macropolítico pero que, desde el punto de vista que ellos llaman “micropolítico”, una sociedad se define más bien por sus líneas de fuga. Hay una asociación entre lo macropolítico y lo molar y lo micropolítico y lo molecular, pero no como ámbitos separados ni mucho menos homogéneos sino como multiplicidades devinientes; se puede afirmar igualmente que los autores entienden que los movimientos moleculares son transformadores en la medida en que vuelven a pasar por lo molar, por lo macropolítico, y modifican sus segmentos. La cuestión del par molar/molecular, al igual que aquel otro que conforman la minoría/mayoría tampoco pueden pensarse en términos de tamaño ni de cantidad. Los autores pretenden desestimar el esquema de referencia por analogía (con el que piensan que se los va a leer), y, a sabiendas de que toda transformación social requiere la resignificación de viejos conceptos o la creación de nuevos conceptos, afirman que incluso cada campo debiese tener sus conceptos específicos. Nos hablan de la diferencia, meramente analítica, entre los segmentos molares y los cuantos de creencia y deseo que son moleculares : “Pues, finalmente, la diferencia no se establece entre lo social y lo individual (o lo interindividual), sino entre el dominio molar de las representaciones, ya sean colectivas o individuales, y el dominio molecular de las creencias y de los deseos, en el que la distinción entre lo social y lo individual carece de sentido, puesto que los flujos ya no son ni atribuibles a individuos ni sobrecodificables por significantes colectivos. Mientras que las representaciones definen ya grandes conjuntos, o segmentos determinados en una línea, las creencias y los deseos son flujos expresados en cuantos, que se crean, se agotan o mutan, y que se suman, se substraen o se combinan”. (Deleuze, Guattari, 2002: 223). Deseamos los valores, la moral, la patria, el dinero, nuestra infelicidad. O al menos, por momentos, son ellos quienes hablan. Hay un secreto, algo que une todas aquellas vidas que se orientan hacia las cosas estables; “no pueden imaginar hacia qué terrible fracaso se encaminan... huida ante la huida”. Huida ante lo que desestabiliza la propia identidad, huida frente a esas cosas huidizas que desestabilizan el código social hegemónico. ¿Pero que tiene para decirnos Nietzsche sobre esto? Para considerarlo, nos interesan dos hipótesis interpretativas que realiza Mónica Cragnolini. En primer lugar, su hipótesis de que la filosofía nietzscheana es una filosofía de la tensión, lo que hace que se enfrente inevitablemente con la filosofía hegeliana en tanto ésta última se erige sobre un modo dialéctico de pensamiento que se sustenta en la confrontación de una afirmación con una negación que se resuelve en la negación de la negación misma (la síntesis). El sistema hegeliano plantea la posibilidad de explicar la absoluta totalidad de todo en un sistema cerrado, perfecto. Es un sistema que, evidentemente, nos brinda seguridad y orden. Por el contrario, la filosofía de Nietzsche es una filosofía en donde el sí y el no permanecen en constante tensión, sin poder arribar a una síntesis. ¿Por qué no hay posibilidad de síntesis? Porque, y esta es la segunda idea fuerza de Cragnolini, la filosofía de Nietzsche se presenta asimismo como una filosofía trágica que nos propone la paradoja de que la existencia no puede ser pensada sino en términos de escisión. La escisión apunta a la idea de que la existencia es conflictiva pero que los conflictos no se resuelven. Se trata entonces de una filosofía que plantea un pensamiento de la incertidumbre pues la existencia tiene un carácter trágico, es decir, un carácter conflictivo, en donde lo propio del conflicto es la no resolución. Entonces si la filosofía de la tensión va contra la idea de síntesis, la filosofía trágica va contra la idea de totalidad. Para Nietzsche las totalidades están quebradas y el pensamiento no se tiene que plantear la posibilidad de reunificar las partes. La existencia es trágica porque hay que vivir en esa incertidumbre de partes sin unificación. ¿Qué mayor peligro que éste? ¿Cómo no sentir miedo al arrimarnos al abismo que nos propone Nietzsche? Para Nietzsche, el problema de la cultura de Occidente es que a lo largo del pensamiento hay algo que se ha instaurado como principio último. Es la idea de lo divino y la idea de lo divino tiene siempre un carácter monótono, es decir, es regular, es siempre el mismo. La pretendida estabilidad, la “huida ante la huida”, la tranquilidad en la seguridad de lo mismo, de lo permanente, encuentra en Nietzsche un crítico implacable. Subsisten las huellas de ésta crítica en Mil mesetas que, al igual que la obra de Nietzsche, no puede leerse por fuera de un interés por lo contemporáneo. Respecto de la concepción nietzscheana de lo contemporáneo, Agamben (2011) considera que puede pensarse al amparo de la noción de lo intempestivo. Es verdaderamente contemporáneo respecto de su tiempo quien no coincide con éste, ni se adecúa a sus pretensiones. Quien coincide plenamente con los valores de su época es incapaz de mantener su mirada fija en ella. El sujeto plenamente reconocido en una época es el sujeto plenamente sujetado a los valores reinantes y “quien piense de otro modo se mete por su gusto en la casa de los locos”. La imagen del sujeto que coincide plenamente con su época Nietzsche nos la presenta en Así habló Zaratustra (2000) bajo la figura del último hombre, es decir, aquel exponente humano decadente que busca apropiarse de la realidad conformando una comunidad de sujetos donde todos hacen lo mismo, donde todos quieren lo mismo. La cultura moderna se transforma allí inevitablemente en un racimo de pasiones gregarias. En un sentido análogo, Klossowski señala (1972) que la forma de Nietzsche de discutir la cultura occidental, cuya metafísica y moral tradicional combate, no es más que un aspecto del modo que tiene de interrogarse sobre sí mismo. En cualquier forma, en su obra, el hombre de mercado es algo que debe ser superado, tan solo un puente hacia el ultrahombre. Al respecto, creemos que Deleuze y Guattari encuentran en Zaratustra quizá la figura emblemática que presenta un movimiento de desterritorialización frente a los códigos hegemónicos del hombre de mercado. Frente al castratismo moral del último hombre, frente a esa ficción transmundana que lleva a desvalorizar la vida y el cuerpo, Zaratustra sólo tiene individuaciones por haecceidades. “Existe un modo de individuación muy diferente del de una persona, un sujeto, una cosa o una sustancia. Nosotros reservamos para él el nombre de haecceidad. Una estación, un invierno, un verano, una hora, una fecha, tienen una individuación perfecta y que no carece de nada, aunque no se confunda con la de una cosa o de un sujeto. Son haeccdeidades, en el sentido de que en ellas todo es relación de movimiento y de reposo entre moléculas o partículas, poder de afectar y ser afectado” (Deleuze, 2002, 264). Y también: “Ecce homo es formidable, es uno de los libros más bellos del mundo. La manera en que Nietzsche habla de las estaciones, de los climas, de la dietética, quiere decirnos todo el tiempo: “no soy una persona, no me traten como persona, no soy un sujeto, no intenten formarme”. Esto es lo que le dice a Wagner. Dice que es la música para Bismarck. No quiere educación sentimental, lo que le interesa son las ecceidades y las composiciones de intensidades. Y él se ve como un conjunto de ecceidades” (Deleuze, 2010 a: 333). La famosa afirmación de Nietzsche respecto de que “Dios ha muerto” a lo que se refiere es al principio último ordenador de la realidad. Sin embargo, en la era moderna el Sujeto toma el lugar de Dios, se realiza como su sombra. ¿Qué es Dios? Dios es el fundamento de la realidad, el principio último de toda realidad, la garantía de verdad y la garantía de que aquello que yo hago en tanto humano responde a un principio último que no lo invente yo sino que lo descubrí. Y ese es el oscuro olvido de la filosofía para Nietzsche, es decir, creer que yo descubro algo que en realidad inventé (toda filosofía es en el fondo una fisiología). Es como si la filosofía cortara la cadena de producción y se necesitara considerar como aislada de aquello que produjo para decir que el pensamiento es verdadero. La existencia tiene finalmente un carácter absurdo, pues no hay nada que se pueda plantear como fondo último; pero entonces, ¿para qué seguir viviendo? La existencia no tiene sentido, pero uno se plantea sentidos provisorios para seguir viviendo, aunque no siempre son los mismos. Nietzsche realiza una constatación patética del sinsentido de la existencia, entendiendo “pathos” como padecer o padecimiento. Es una constatación y no una explicación pues no se puede dar argumentativamente, en términos de decir por que yo puedo demostrar que la existencia es un sinsentido. Más bien afirmamos que para Nietzsche se trata de una constatación profundamente relacionada con el estar en el mundo como una corporalidad. No hay moradas seguras en el tránsito de la existencia. Sin embargo, Nietzsche nos lanza el reto de vivir peligrosamente, lo que significa vivir sabiendo que tengo que crear sentido, pero que no hay un sentido último.

  • Discurso del no método / Julio Cortázar

    Discurso del no método, método del no discurso y así vamos. Lo mejor: no empezar, arrimarse por donde se pueda. Ninguna cronología, baraja tan mezclada que no vale la pena. Cuando haya fechas al pie, las pondré. O no. Lugares, nombres. O no. De todas maneras vos también decidirás lo que te dé la gana. La vida: hacer dedo, auto-stop, hitchhicking: se da o no se da, igual los libros que las carreteras. Ahí viene uno. ¿Nos lleva, nos deja plantados? * publicado en Salvo el crepúsculo. Ed. Alfaguara, Buenos Aires, 1996.

  • Post Guardia XXX / Débora Chevnik

    Desguiones escriben cuentos La ambulancia trae una paciente a la guardia. El profesional que hace el traslado dice que tuvo una excitación psicomotriz en el hogar donde vive. Y que eso se viene repitiendo estos últimos días. Pasan al consultorio... (cómo escribirlo...? la nena?, la paciente?, la pibita?, la excitada psicomotriz, la trasladada por la ambulancia de las emergencias?, la de la repetición hasta que alguien escuche?) ella y la operadora del hogar que la acompaña. La nena acepta sin ningún problema el barbijo que le damos del hospital. Y sin ningún problema se pone el suyo arriba, lleno de lentejuelas, no le faltaba ni una. El sentido común nos guiona el inicio de la (cómo decirlo...? entrevista, evaluación?, valoración psiquiátrica?, evaluación psicosocial?, conversación?, momento de aún no sabemos qué porque aún está en potencia, aún está por ocurrir?) situación. ¿Qué pasó, por qué vinieron al hospital? Pícara, levanta los brazos y hace un gesto como de qué-se-yo con las manos y con la cara. La acompañante, a punto de responder, probablemente con el guion prêt-à-porter de excitación psicomotriz y trastorno de conducta. Algo pasa y nos desguionamos. - Ya que estás acá...tenés ganas que charlemos un ratito? - Si. - Dale! De algo en especial? - Si, quiero un cuento. - Cuál? - El del pirata. - Qué onda, sabemos algo del pirata? - Se iba en barco a francia, con amigos, a buscar un tesoro. Antes era médico. - Edad? - 14. Y tiene una amiga de 12 y cuatro amigos de 14, 16, 19 y 11. - Llevaban música en el barco? - Tenían una guitarra. - En francia tocaban en la plaza? - No. La mamá les mandaba plata. El cuento que (cómo sería...? íbamos contando?, nos iba contando?, iba vertebrando ese rato en el que algo podía advenir?) hilvanaba tierras de por aquí y mares de por allá se interrumpe (momentáneamente). La acompañante cuenta que la pibita va a un baño del hogar que no está habilitado y que con una amiga se meten en la bañadera. Y que no acepta límites y que tiene que entender que no lo puede hacer. Es invierno y hace frío. Eso no tiene nada que ver con lo que importa. Bañadera llena con agua fría, amiga y baño inhabilitado es mar bravío para una institución que gusta más de aguas mansas. La pibita dice que para ella ese lugar es la tranquilidad. Muy terminante le dice a la acompañante que ella no es quién para decirle qué hacer porque no es su mamá. La nena cuenta que descubrió ese lugar hace poquitos días. Recuerda día y hora.

  • Lo peor todavía está por llegar / Leonardo Boff

    Las grandes crecidas que han ocurrido en Alemania y en Bélgica en julio, mes del verano europeo, causando cientos de víctimas, asociadas a una ola de calor abrupto que en algunos lugares ha llegado a más de 50 grados, nos obliga a pensar y a tomar decisiones con vistas al equilibrio de la Tierra. Algunos analistas han llegado a decir: la Tierra no solo se ha calentado; en algunos sitios se ha vuelto un horno. Esto significa que decenas de organismos vivos no consiguen adaptarse y acaban muriendo. Actualmente el calentamiento que tenemos subió en el último siglo más de un grado Celsius. Si llegase, como está previsto, a dos grados, cerca de un millón de especies vivas estarán al borde de su desaparición, después de millones de años viviendo en este planeta. Entendemos la resignación y el escepticismo de muchos meteorólogos y cosmólogos que afirman que estamos llegando demasiado tarde a combatir el calentamiento global. No estamos yendo a su encuentro, estamos ya gravemente dentro de él. Argumentan, desolados, que es poco lo que se puede hacer, pues el dióxido de carbono ya está excesivamente acumulado, ya que permanece en la atmósfera de 100 a 120 años, agravado por el metano, 20 veces más tóxico, aunque permanezca poco tiempo en el aire. Para sorpresa general, este último irrumpió debido al deshielo de los cascos polares y del permafrost que va desde Canadá y atraviesa toda Siberia. Y hace crecer el calentamiento global. La irrupción de la Covid-19, por ser planetaria, nos obliga a pensar y a actuar de modo diferente. Es sabido que la pandemia es consecuencia del antropoceno, es decir, del excesivo avance agresivo del sistema imperante, basado en el lucro ilimitado. Él ha sobrepasado los límites soportables de la Tierra, por la deforestación al estilo de Ricardo Salles/Bolsonaro, por el cultivo de monoculturas y por la contaminación general del medio ambiente que han llegado a destruir el hábitat de los virus. Sin saber adónde ir, saltaron a otros animales, inmunes a sus virus, y de estos pasaron a nosotros, que no tenemos esa inmunidad. Vale la pena pensar lo que significa el hecho de que todo el planeta haya sido afectado, por un lado, igualando a todos y, por otro, aumentando las desigualdades, porque la gran mayoría no consigue mantener el aislamiento social, evitar las aglomeraciones, especialmente en el transporte colectivo y en las tiendas. No ha afectado a los demás seres vivos, nuestros animales domésticos. Debemos reconocer que el objetivo éramos nosotros, los seres humanos. La Madre Tierra, reconocida desde los años 70 del siglo pasado como un organismo vivo, Gaia, y aprobada por la ONU (el día 22 de abril de 2009) como verdaderamente Madre-Tierra nos ha enviado una señal y una advertencia: “paren de agredir a todos los ecosistemas que me componen; ya no me están dando tiempo suficiente para que pueda reponer lo que me quitan durante un año y regenerarme”. Como el paradigma vigente todavía considera a la Tierra como un mero medio de producción, en un sentido utilitarista, no está prestando atención a sus advertencias. Ella, como superorganismo vivo que es, nos da señales inequívocas, como ahora, con las grandes crecidas en Europa, el frío excesivo en el hemisferio sur y la gama de virus ya enviados (zica, ébola, chikungunya y otros). Como somos cabezas duras y predomina una clamorosa ausencia de conciencia ecológica, podemos ir al encuentro de un camino sin retorno. Curiosamente, como ya ha sido comentado por otros, “los profetas del neoliberalismo están transformándose en promotores de la economía social porque, ante la catástrofe actual, piensan que ya no será posible hacer lo mismo que antes y será necesario volver a los imperativos sociales”. Lo peor que nos podría suceder es volver a lo de antes, lleno de contradicciones perversas, enemigo de la vida de la naturaleza, indiferente al destino de las grandes mayorías pobres y armándose hasta los dientes con armas de destrucción masiva, absolutamente inútiles frente a los virus. Tenemos forzosamente que cambiar, superar los viejos soberanismos que volvían a los otros países hostiles o sometidos a una feroz competición. El virus mostró que no cuentan para nada los límites de las naciones. Lo que realmente cuenta es la solidaridad entre todos y el cuidado de unos a otros y hacia la naturaleza, para que, preservada, no nos envíe virus todavía peores. Ahora es la nueva era de la Casa Común, dentro de la cual estarán las naciones. David Quamen, el gran especialista en virus, dejó esta advertencia: o cambiamos nuestra relación con la naturaleza siendo respetuosos, sinergéticos y cuidadosos, o en caso contrario ella nos enviará otros virus, tal vez uno tan letal que nuestras vacunas no puedan atacarlo y se lleve a gran parte de la humanidad. Al no detener el calentamiento global y no cambiar de paradigma hacia la naturaleza, conoceremos días peores. Si no podemos detener ya el aumento del calentamiento global, con la ciencia y la técnica que poseemos, podemos por lo menos mitigar sus efectos deletéreos y salvar el máximo de la inmensa biodiversidad del planeta. Como nunca antes en la historia, el destino común está en nuestras manos: debemos escoger entre seguir la misma ruta que nos lleva a un abismo o cambiar forzosamente y garantizar un futuro para todos, más frugal, más solidario y más cuidadoso con la naturaleza y la Casa Común. Hace 30 años que repito esta lección y me siento un profeta en el desierto. Pero cumplo con mi deber que es el de todos los que despertaron un día. Debemos hablar y ahora gritar. Fuente: Nodal, 29 de julio 2021.

  • Hasta morirla / Oliverio Girondo

    Lo palpable lo mórbido el conco fondo ardido los tanturbios las tensas sondas hondas los reflujos las ondas de la carne y sus pistilos núbiles contráctiles y sus anexos nidos los languiformes férvidos subsobornos innúmeros del tacto su mosto azul desnudo cada veta cada vena del sueño del eco de la sangre las somnilocuas noches del alto croar celeste que nos animabisman el soliloquio vértigo cuanto adhiere sin costas al fluir el pulso al rojo cosmogozo y sus vaciados rostros y sus cauces hasta morder la tierra lo ignoto noto combo el ver del ser lo ososo los impactos del pasmo de más cuerda cualquier estar en llaga los dones dados donde se internieblan las órbitas los sorbos de la euforia cualquier velar velado con atento esqueleto que se piensa la estéril lela estela el microazar del germen del móvil del encuentro los entonces ya prófugos la busca en sí gratuita los mititos hasta ingerir la tierra todo modo poroso el pozo lato solo del foso inmerso adentro la sed de sed sectaria los finitos abrazos toda boca lo tanto el amor terco a todo el amormor pleamante en colmo brote totem de amor de amor la lacra amor gorgóneo médium olavecabracobra deliquio erecto entero que ulululululula y arpeialibaraña el ego soplo centro hasta exhalar la tierra con sus astroides trinos sus especies y multillamas lenguas y excrecreencias sus buzos lazo lares de complejos incestos entre huesos corrientes sin desagües sus convecinos muertos de memoria su luz de mies desnuda sus axilas de siesta y su giro hondo lodo no menos menos que otros afines cogirantes hasta el destete enteco hasta el destente neutro hasta morirla *publicado en En la masmédula (1954) Editorial Losada, Buenos Aires.

  • Grupos de mujeres / Julieta Kirkwood

    Hacia 1980, las organizaciones y ¡qué decir! las publicaciones de mujeres, apenas hubiéramos podido contarnos con los dedos de la mano izquierda. Ya no es así. Y casi sin exagerar podemos hablar de un amplio y complejo movimiento feminista de clase a clase y de norte a sur. En efecto, en la primera mitad de esta década puede constatarse la emergencia de una nueva presencia político-social en la oposición democrática de Chile: Son los "grupos de mujeres". Con historias, recursos, inicios, tiempos, membrecías, acción y finalidades muy variadas, llevan en común la especialísima característica de estar constituidas para, por y desde las mujeres. Estas agrupaciones dan carne y sentido a un nuevo sujeto político-social. Un sujeto político que, los ojos en el futuro y los pies en el presente, sabe, reconoce que todos/todas contribuimos a gestar los procesos histórico-sociales; y que los gestamos por presencia o por ausencia, a conciencia o sin ella; y que, lo reconozcamos o no, las mujeres también estarnos insertas en la historia y somos parte de la inmovilidad de las transformaciones o de su transformación. Hoy sabemos que tanto aquéllas que observamos desde los balcones, como aquéllas o esas que callarnos detrás de las cortinas, estamos todas insoslayablemente, ineludiblemente avalando con nuestro silencio, construyendo desde nuestro mundillo privado, el proceso que arrasa con la anchura pública de la calle vida y que tarde o temprano sus leyes y sus golpes caerán por encima de nuestros espacios cautelados haciendo artificiosa la línea blanca que separaba lo público de lo privado. Hoy sabemos todo eso porque hemos aprendido muchas cosas a punta de experiencia... Nota: Manuscrito inconcluso cuya segunda parte quedó sin redactar. Estaba siendo escrito por Julieta hacia fines de 1984, poco antes de su muerte a los 47 años. Fuente: “Tejiendo rebeldías” escritos feministas de Julieta Kirkwood hilvanados por Patricia Crispi”.

  • Tarzán en Alaska / Mariano Tejo Arroyo

    La carne está triste, ¡ay!, y he leído todos los libros. Brisa Marina, Mallarmé Roland Barthes se pregunta, escribiendo sobre temas de amor, ¿por qué durar es mejor que arder? Esa pregunta tiene resonancia con otra que realiza Julian Barnes, en su hermoso libro Niveles de vida: ¿preferís estrellarte y arder o arder y estrellarte? Dice Barnes que se aspira continuamente al amor, porque es el punto de encuentro entre la verdad y la magia. Podría agregarse que en ese encuentro maravilloso hay misterio y gracia. Vivir un amor es vivir en estado de gracia, incomparable, inefable, intransmisible. Durar y arder son elogiadas y denostadas como posiciones en el amor. Uno de los problemas del durar es terminar, tarde o temprano, en las estereotipias de la organización del amor, durante el proceso de su construcción. El problema del arder, es quedar dependiente de la pura inmanencia, del instante y la contingencia, y es además, por definición, fugaz, de corto alcance. Las ventajas del durar, si en esa persistencia existen compañerismo y complicidad, permiten construir ciertos ritos necesarios para la supervivencia amorosa, en épocas donde nada del campo social parece tener la capacidad de producir espacios-tiempos con un mínimo de estabilidad, previsibilidad, y descanso del común dolor en tiempos difíciles. Lo hermoso del arder, quizás, sea dejarse llevar en el vivir de una experiencia que es lo más parecido a un milagro. Probablemente no haya respuestas concluyentes y lo que valga, otra vez, sea la potencia de las preguntas ante aparentes alternativas. Gabo Ferro, que practicaba con sensibilidad notables composiciones de amor y de desamor, canta en El extrañante: “Quien no para de guardarse es a quien le va a faltar” Vivir un amor, entre muchas otras cosas, quizás sea practicar la capacidad menos mezquina del dar. En un mundo donde el consumo y el intercambio de mercancías, en las que se incluyen el amor y sus “consejeros y especialistas”, imponen versiones individualistas de cómo entrar y salir exitosamente de un amor, el don es visto como “exponerse”, como riesgo e intercambio de afectos que se suscitanen la experiencia amorosa. Es mal visto como ejercicio incauto que no protege lo “suyo”: la mismidad. Durar o arder. Otra vez la fatigada dicotomía. No parecen compatibles en el largo plazo. Tal vez no lo sean. Pero algo puede mejorarse, en el tránsito de un amor que se está viviendo. Hay ardores sobrevalorados, y también hay momentos que duran y extienden la agonía de lo que no merece perdurar. Una astucia del amor y del desamor, en tiempos de ardor o permanencia, sería poder evitar el estrellarse en querellas cruzadas, en estallidos festivos con ilusión de garantías, en despliegues escénicos de emociones exaltadas, en incendios de odio y rencor. Después del incidente en donde Paul Verlaine le dispara con un arma de fuego, Arthur Rimbaud publica Una temporada en el infierno. Ese escrito evita, de forma inteligente, referirse explícitamente al desenlace violento que tuvieron los amantes. Sin embargo, Rimbaud puede escribir sobre los dolores tumultuosos de sus tempestades de amor. Comienza mencionando antiguas y borrosas alegrías, hoy devenidas en tristes y extrañas realidades: “En otro tiempo, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían [...] Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas, y la encontré amarga. Y la injurié […] Arranco estas pocas páginas odiosas de mi carnet de condenado” . Escaramuzas afectivas en donde el ardor amante no podía hacer durar ningún momento feliz. Sin embargo algo podía; de a ratos y al escribir, fijar vértigos. Del ardor que dura contento, casi nadie habla. Se vive como una alegría que no necesita narrarse y el entendimiento de esos instantes es casi irracional. Logos y eros se acompañan caminando, sin molestarse, sin prisa. Amar, arder, durar,soltar, estrellar, no pueden pensarse como secuencias fijas,pero sí como vibraciones afectivas, a veces coexistentes, a veces secuenciales, de una estadía amorosa. De todas maneras,en cuestiones de amor y de desamor,los cuerpos sensibles pasan por la vivencia del mareo, como Tarzán en Alaska.

  • Post Guardia XXVIII / Débora Chevnik

    La mamá quiere bañarse. Recién al preguntarle si podíamos hacer algo, piensa, y tantea si es posible. No es claro si quería bañarse antes de la pregunta o si la pregunta trajo la imaginación de una lluvia dulce a un cuerpo desnudo, apenas un rato antes de perder a su hijo de once años. Un día antes Alejo había aceptado que volviéramos a visitarlo y le lleváramos un libro de la colección elige tu propia aventura. Le gustaba leer, decidiendo. El libro se lo dejamos a Cielo “para esperar a Alejo” que, en ese momento, ya era el chico más grave de toda la sala. Aun sabiendo de lo improbable, pero también de lo “nunca está todo dicho”, dejamos ese soporte de una suave y decidida obcecación. Cielo llora sola en la sala de espera de terapia intensiva; envuelta con la toalla del nene, sin abrigo para tanta intemperie. No es tan escandaloso no contar con un baño para ofrecer, ni siquiera de canuto. O quizá, si. Haber escuchado “tiene una agitación psicomotriz”, o “la madre es muy demandante”, o “es imposible que le duela algo porque ya está cubierto con medicación”, o “no tiene ningún impedimento para respirar”, es de esos escándalos que no llegan a escándalo. Cada frase retumba. Arrogancias profesionales hacen de observaciones clínicas, verdades irrefutables. Arrogancias y verdades irrefutables estrangulan vidas aunque se erijan profesionales, científicas o vaya a saber qué. Alejo había dicho que le faltaba el aire, que no podía respirar bien, y que no quería que lo revisara esa médica porque no le tenía confianza. Sí confiaba en un médico varón, de nombre parecido al suyo. Pedía “dame algo para tranquilizarme”. Además de la tranquilidad (al)química, ¿alguna dimensión escénica podría recomponer la tranquilidad rota? Alejo había salido de quirófano con el cuerpo más invadido de lo previsto. Tal como las explicaciones médicas afirman, tener dos vías es mejor que una, porque podría ayudar de manera decisiva en un muy probable e inminente momento crítico. Mejor, ¿para quién? El enojo por el imprevisto detonó eso que llamaron “agitación psicomotriz”, que no fue sino la fuerza de un escándalo anodino dejando de ser subterráneo. A Alejo le gustaba que su mamá le leyera cuentos de terror. La mama casi sonriendo decía que ya habían leído todos. Desde Post Guardia mandamos un abrazo al cielo.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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