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- El escritorio no era de caoba / Eduardo Magoo Nico
Al fin y al cabo No hace tanto tiempo que el “tiempo” Comenzó a extenderse por todas partes… La vida humana no se ha regido En su ya abundante historia Por la imposición de un meridiano de referencia (Que pasa por la ciudad inglesa de Greenwich) Como por las condiciones atmosféricas Es decir, por una magnitud no cuantificable Que no conoce la regularidad lineal No progresa constantemente Está determinada por estancamientos e irrupciones Se mueve en remolinos helicoidales Que ascienden o descienden Y cambian continuamente de dirección… Estar “fuera del tiempo” Era posible hasta hace poco Y es posible todavía hoy Los moribundos, los enfermos, y los muertos Están fuera del tiempo Un infortunio personal de una cierta gravedad Puede extirparnos (Como una especie de costra o de excrecencia) De cualquier pasado Y de todo atisbo de futuro… Federica como una accidentada gravemente (O un insecto más) Se autoexcluía de la llamada “actualidad” Como si el tiempo no pasara para ella (No hubiese pasado jamás) De manera que podía correr tras él Como se corre con una pequeña red Tras de una serpenteante mariposa O como si todos los momentos del tiempo Pudieran coexistir en ella simultáneamente (Y lo sucedido ayer no hubiese sucedido aún) Una fina llovizna surgía en el aire Aparentemente sin precipitarse Cuando ella vino hacia mí Envuelta en una prenda de lana En cuyo borde finamente rizado Se formaban millones de diminutas gotas de agua Provocando en su rostro Una especie de plateado resplandor Llevaba un gran ramo de hortensias en un brazo Cuando llegó al umbral Levantó su mano libre Y apartó el cabello de mi frente Parecía plenamente consciente de que Con aquel gesto Habría adquirido el Don De ser recordada para siempre Sigo viendo a Federica tan bella como era entonces Inalterada Como cuando alguna vez Entre veloces esbozos De bosques doblegados por el viento Arrecifes, atolones, y humo a la deriva Me preguntara, inclinándose hacia mí: ¿Ves las copas de las palmeras en la casona de Témperley? ¿La gran cama de cedro americano con el respaldar tallado con motivos vegetales? ¿Y tu escritorio de caoba con la carabina Rémington Siempre cargada, y dispuesta a un lado sobre un tapete azul? ¿El gran retrato de Zapata y la biblioteca con listones verdes? ¿Me ves aún desde aquella enorme ventana ornada por vidrios de colores Cuando voy y vengo desde la cocina atravesando el patio (Más de una vez desnuda, para tu escándalo) Intentando arrancarte de la tristeza y del total ensimismamiento? ¿Y haciéndote el amor? ¿O fastidiada e impotente porque nada ni nadie podía con tu sueño? ¿Me ves viéndote llorar, y pensar, y dormir, y escribir… Y luego confesar un amor, al que solo la muerte Podría poner fin? Pero ella nunca estuvo allí El escritorio no era de caoba Y la muerte no pudo remediarlo.
- Una gallina en mi biblioteca / Gabriela Cardaci
Disparado por la lectura de Gallinas de Barrett, tuve un sueño. Surgió entrelíneas, no tanto de un pensamiento claro sino de una molestia difusa, ocasionada por una frase, que había pasado casi inadvertida en la primera lectura. Luego comprobé que se trataba de la frase que da comienzo al relato, que dice: “Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada”. Es probable que haya dejado pasar lo que parecía una pequeña incomodidad frente al enorme placer que la lectura del texto había sabido darme en su conjunto, en el que admiré una combinación perfecta entre concepto, síntesis y tono de comicidad. El recuerdo del sueño, aparecido casi como una visión al rato de despertar de una siesta, en una tarde calurosa de verano y mientras me paseaba por la casa en ese estado del despertar en el que se anda con los pensamientos flotando sin dirección, fue breve y contundente. Una gallina se desliza veloz como patinando por el piso de madera y desaparece escondida entre los libros del estante más bajo de una de las bibliotecas. Recuerdo luego haberme visto doble. Porque se sabe, en los sueños no hay inconveniente en que una no esté tan unificada como parece. Entonces estaba parada en el centro de la habitación mirando hacia el lugar donde a su vez estaba también en el suelo junto a la biblioteca dando manotazos para agarrar a la intrusa. “El sueño puede tener la forma de la ironía”, fue lo primero que pensé. Y también que seguro eso debía estar en Freud y que debería buscarlo. El sueño pone en primer plano la molestia que había pasado inadvertida, exagera la sospecha sobre la nostalgia por la felicidad perdida que se lee en el relato, la de la coincidencia entre la vieja tranquilidad y la posesión de los libros y la transforma –seguramente a través de sus mecanismos, condensación, desplazamiento, pasaje a la representación en imágenes– en ironía. La gallina, representación en el relato de la posesión y del espíritu del mal en el mundo, invadió la biblioteca. O dicho de otro modo, los libros no son tan ajenos a la brutalidad imperialista del propietario. Pero hay algo más. Un detalle nada despreciable que si bien no desestima por completo la comprensión anterior, no deja sin embargo de hacerla tambalear aunque sea un poco y de agregarle una pincelada de inquietud. Y es que a diferencia de las gallinas de Barrett, atadas a un árbol primero para borrarles la memoria, aseguradas luego con un cuidadoso cerco reforzado y en todo momento vigiladas, la gallina de mi biblioteca se mostró huidiza, escurridiza y en definitiva, hasta el momento final del despertar –y no, como ya se dijo, porque haya faltado el intento de encontrarla– no se dejó atrapar. Junio de 2021
- Vapores de una cursada / Luciana del Bruto Ochoa
Una cursada empieza con pocas certezas, algunas. Se sabe que habrá algunas presencias, se sabe sobre los sentires que pueden pasar por esas expectaciones, se sabe ser un espacio, aunque no se sepa del todos sus reveces. Sin embargo, suele ser más lo que se encuentra en su transcurrir a lo que se sabe de antemano. Una cursada que se propone clínica suelta vapores. A veces tanta es la intensidad de estos tiempos que en los encuentros suceden ebulliciones concentradas como en una olla a presión. Si se quita la tapa que los contiene, los vapores arden y hay que alejar el rostro para no quemarse. Intensidades que vociferan sobre estar en crianza y cursada a la vez, estar silentes ante la despedida para siempre de cercanías amadas, estar sensibles sin saber bien por qué, estar pensando que es mucho el optimismo que se necesita para sobrellevar este momento, estar silenciadas porque es mucho caos el del hogar, estar solicitando una disculpa por haberse emocionado. Estar como moléculas de agua pasando a estado gaseoso, liberando las uniones, inventando composiciones eternas y transitorias. Y en un momento el fuego se apaga, quedan las burbujas rebotando, que con los minutos van disminuyendo. Algo ahí se hirvió y espera la próxima ardida.
- Leerte como ensayo de curación / Joaquín Allaria Mena
Sin palabras probablemente sea la sensación -no la idea- compartida que tenemos cada vez que terminamos de leer un texto de Horacio González, único autor de la fórmula justa para combinar ensayo con narración, poesía con ironía. Maestro de la escucha, sin palabras no porque no deje nada sin decir, sino todo por escuchar: Horacio como el amable despertador del monstruo que duerme en cada signo. “Nunca se sabrá bien si conviene escribir por encima de los pilares de un momento histórico, sobre todo cuando el torbellino está más exacerbado, o someterse a la lógica interior de los hechos oscuros y vertiginosos”, escribió en el prólogo a la edición facsimilar de Envido (2011), undécimo título de una colección de reediciones y antologías, generosos gestos de justicia bibliográfica que dirigía. Horacio como el noble curador de una línea editorial que hizo que podamos hacer transferencia con la historia. Desde su gestión al frente de la Biblioteca Nacional salió a buscarnos para cargar de politicidad nuestras lecturas. De la continuidad de la revista fundada por Groussac a la trilogía de cuentos para niñxs “Quelonios”, de las políticas de hospitalidad para estudiantes e investigadorxs a la transformación de una máquina expendedora de cigarrillos a una de literatura en miniatura, miles de actividades maravillosas, muestras inolvidables, presentaciones, proyecciones y recitales. La creación de un Museo vivo e interactivo de la Lengua. Horacio como la imaginación insumisa que nos inventó una forma de estar con común con los libros, lo escrito y las ideas situadas en Argentina. Bibliografía ineludible de Grupos Dos, su “Ensayo como lectura de curación” (1998) nos abrió una clave contra la mecánica triste del entendimiento. Guardábamos en secreto el deseo por que pudiera escribir una nueva teoría del hospital (“El dolor funda la lengua”), como la que formuló en 2013 después de su inolvidable paso por la sala 14-A del Santo Tomás de Panamá. Entonces seguiremos leyéndolo, solo que nuestro archivo ahora tendrá más silencios. 23 de junio de 2021
- Suspensiones / Julia Hadida - Bautista Viera
Entre marañas y nudos un común demorar en aires enredados se arroja a la escucha: ataduras de gestos, ademanes y visajes que alteran el imperativo habitual de la fuerza. Joaquín Allaria Mena. Intervención de nudos Shibari durante el teórico Darse a la clase del lunes 26/4/21 por Julia Hadida y Bautista Viera.
- Un común silencio / Marcelo Percia
Hace años, en ocasión de estar dando clases en la sede de Trelew de la Universidad Nacional de la Patagonia, me invitaron (como conocedor en grupos) a coordinar un encuentro entre integrantes de comunidades mapuches para compartir experiencias y comunicar necesidades. Las sillas estaban dispuestas en un gran círculo. Comencé la actividad con esta consigna: “Buenas tardes, un gusto compartir este espacio con ustedes. Vamos a dialogar las próximas dos horas. Se trata de que cada cual se presente y exprese lo que desee o necesite comunicar”. Observé de inmediato gestos de simpatía y asentimiento. Tras unos minutos, insistí: “Bueno, está abierta la invitación a quienes deseen presentarse…”. Renovadas actitudes de aprobación. Por una de las ventanas todavía entraba luz. Al rato, con insegura porfía, reiteré el pedido. Comenzaba a hacer frío en el salón. De pronto, una persona, acercándose, me ofreció la mano, diciendo su nombre y el de su comunidad. Enseguida se levantó el resto. Alguien dijo que celebraba la iniciativa de escuchar la palabra de los pueblos. Así, estuvieron de pie en diferentes conversaciones. Algunas personas se conocían, otras no. Se escuchaban con atención y respeto. Costaba interrumpir esa ceremonia de intimidades que hablaban a media voz. Al rato, propuse que nos volviéramos a sentar para escucharnos mejor. Alenté a que expresaran qué estaban sintiendo. Percibí recepción y consentimiento. Otra vez transcurrió un largo tiempo. Entonces exclamé: “¡Qué silencio!”. De inmediato, sonrisas amistosas acompañaron la descripción de esa circunstancia. Aunque nadie agregó una palabra. Estaban ahí con sus memorias. Contexturas concentradas, interesadas, desprovistas de impaciencias, ansiedades, nerviosismos. La tarde caía. En eso, alguien dijo: “En la soledad del monte, a veces, el silencio hace doler los oídos”. Tuvo aceptación instantánea. Y, otra vez, una tranquila pausa. Ya nadie habló. Escuché respirar esas historias. Me encontraba, allí, entre esas presencias serenas. Pasé largo rato mirando calzados, manos, posturas, vestidos. Sentí un perfume. Suspiré. Durante un segundo fatal temí ahogarme con mi saliva. Estiré las piernas. No volví a preguntar si alguien quería decir algo. No se me ocurrió finalizar el encuentro antes. Transcurrieron las dos horas o un poco más. En un momento pronuncié las seis palabras del oficio. “Bueno, seguimos con esto la próxima”. No hizo falta más. Siguió todo como estaba, hasta que alguien se acercó para estrecharme la mano. Así ocurrió con todas las generosidades que allí estuvieron. Algunas cosas escuché en esas cercanías finales: “Se disfrutó el día de hoy”. “Pensamientos se mezclan sin que lo sepamos”. “Momentos como este se necesitan”. “A veces, las palabras prefieren esperar en la orilla de una conversación”. “Oscureció mientras nuestro encuentro”. “La próxima tendrá que durar una noche entera, comiendo y bebiendo”. Por último, se despidió la mujer de una de las comunidades que organizó la jornada. Expresó gratitud por el espacio brindado. Dijo: “Lo esperan para llevarlo al aeropuerto, que tenga buen viaje”.
- Liviandades en la peste / Vicente Zito Lema
“Que mueran los que tienen que morir”, dijo, el idiota… Ah, el idiota… aquél que sólo piensa en sus asuntos y cree que lo que pasa en el país no lo afecta… Sólo es evidente lo que ya no sirve… escucho en el sueño… ¿Cuántos pares son tres botas…? sigue resonando el viejo interrogante en la boca oscura y aburrida ¿Cómo se escapa de la melancolía? ¿Aullando a la luna que sangra…? ¿Para qué sirven los muertos de la peste? ¿Todavía rinden buena ganancia? ¿Quién anota sus nombres en el agua? ¿Quién espanta a los pájaros de la carroña? ¿Con ruego o con fuego? ¿Alguien lleva flores a la estatua de la Pietà? ¿Es la madre de Dios / la virgen de la angustia esa muchacha embarazada/que duerme a plena noche / a dura intemperie / sobre el colchón mojado por la lluvia / por los perros…? ¿Será cierto que el odio es apenas el miedo que provoca el amor…? Cada pregunta es un adiós… Los restos de un naufragio… En la ciudad donde alguna vez se comió carne humana al pie de la hoguera… ¿La única eternidad es el olvido…? Buenos Aires, junio de 2021
- La huella de la Comandanta Ramona / Subcomandante Insurgente Marcos
Cuento publicado en el libro Los Otros Cuentos. Volumen 2 La Comandanta Ramona era muy alegre y muy burlona. Decía de broma cuando le tocaba guiarnos a nosotros -porque ella era la única que conocía el camino- que nuestra lucha era buena, porque era lo primero en lo que la mujer iba adelante. Y bromeaba y decía: “cuando ganemos tal vez nos van a alcanzar ustedes, los hombres que todavía van detrás de nosotras y, entonces, en el nuevo mundo que queremos construir ¡vamos a caminar uno al lado de otro!”. Y lo decía con burla porque la costumbre hasta entonces en las comunidades es que el hombre iba adelante y la mujer atrás, siguiéndolo. Yo me iba tropezando a cada rato y ella se adelantó. Aunque era muy chaparrita1 y chiquita pues caminaba como pirinola, o sea como que le daban cuerda y échale los jales, porque no la alcanzaba. Por supuesto, me perdí. Por el peso yo iba mirando abajo y aprendí a seguir su huella. Iba dejando la huella -ella caminaba descalza, yo con botas-, iba dejando su huella... “Bueno, si se adelanta mucho yo voy siguiendo su huella...” Llegó un momento en que el suelo estaba duro, como aquí. Yo no me había dado cuenta y seguía viendo sus huellas y siguiéndola. Entonces, me paré a descansar, porque entre los pulmones y la pipa pues no, tampoco aguanto mucho. Y entonces me di cuenta, por qué era que estaba dejando huella el pie de Ramona si el piso estaba duro. No sé si era un problema geológico, o algo así, pero volteé a ver y no estaban mis huellas a pesar de que yo usaba botas y era del doble de estatura que Ramona. No entendía por qué su paso dejaba huella y el mío no. Más adelante la alcancé por fin y le pregunté: ¿ya viste que tu paso sí deja huella y el mío no? “Así es de por sí”, dijo y se siguió. No entendí entonces. Tiempo después, en la niebla Ramona gustaba jugar que había que caminar la nube, decía, porque llegaba un momento en que la niebla se acostaba completamente sobre las montañas y parecía que estábamos realmente caminando sobre las nubes. Volví otra vez a la parte de la selva y encontré al Viejo Antonio y le conté la anécdota de Ramona -ellos se habían conocido en una de nuestras reuniones-, y se sonrió y me dijo: -Te voy a contar una historia que cuentan nuestros más antiguos. Los nadie sabedores de nuestros pueblos indios, contaban que en los primeros días les habían escogido a hombres y mujeres grandes, y los hicieron grandes porque grande era su tarea; gigantes, dirían ustedes, ellos usaban la palabra grandes. Y que a esos hombres y mujeres les tocaba, por su estatura, ir marcando el camino para que cuando se fueran muy lejos, la gente que iba atrás los viera de lejos, muy por encima de los árboles. Y que al principio así fue, pero llegó un momento en que esto despertó la envidia y el coraje de otros: de los chiquitos o de los pequeños, y se hizo el gran problema. Se reunieron entonces los dioses primeros, los que nacieron el mundo y dijeron: “bueno, aquí ya hicimos un problema -ellos sí reconocían cuando hacían mal las cosas, no como los gobiernos de ahora- y entonces, ahora, cómo le hacemos”. Dijeron: “vamos a tener que esconder la grandeza de estos hombres y mujeres de alguna forma” y decidieron hacerlos chiquitos, pero eran gigantes, nada más que de corta estatura. Pero entre que se estaban peleando y se ponían a bailar con la marimba y todo eso -porque eran dioses muy alegres, muy bailadores- se les olvida un detalle y sí les modifican la estatura, pero no el peso. Entonces resulta que estos hombres y mujeres que eran gigantes, eran chiquitos, pero pesaban como gigantes e iban dejando huella. Decía el Viejo Antonio que para aprender el modo de los indígenas mayas, había que aprender a mirar hacia abajo. Decía que los caxlanes2 , los tzules3 , los conquistadores, que tenían diferentes colores, diferentes nombres y diferentes nacionalidades, incluso mexicanos, que nos iban a ir oprimiendo a lo largo de todos estos años interpretaban que los indígenas bajábamos la cabeza como un signo de humillación y obediencia. Dice el Viejo Antonio: -No, lo que estamos haciendo siempre es buscando la huella que es profunda; aprende a mirar abajo y atrás de que vayas de alguien y sigue la marca, síguelo, no lo pierdas, ¡porque arriba no lo vas a encontrar! -Y entonces, ¿qué pasa después?- le pregunté al Viejo Antonio. -Cuando esos gigantes mueren por fin, los dioses dejaron arreglado el problema que todos están pensando: cuando ya están finados, juntos, no va a haber tumba en la que quepan, porque aunque son pequeños de cuerpo, son grandes de estatura. -Y entonces me dijo- para eso es que está la ceiba, estos hombres y mujeres no pueden yacer tendidos; viven y mueren de pie y tienen que estar descansando después de dejarnos, de pie. Estas personas, estos hombres y mujeres, cuando mueren forman parte de la gran ceiba madre, que es la que los arropa. Años después y todavía, sigo mirando mis pasos y no hay huella, pero sigo recordando el paso de Ramona y de otros compañeros que son los que nos dirigen y sigo viendo que aunque el suelo esté duro, sea árido, aunque haya cemento cuando han salido a la ciudad, siguen dejando una huella muy honda, y siempre me preocupo de ver para abajo para no perderla. Es con esa huella, la de nuestros compañeros, que son los que nos dirigen, como llegamos aquí. Chaparrita: menuda, de baja estatura. Caxlan: extranjero, mestizo. Tzul: perro traído por los conquistadores.
- Una de super héroes / Fernando Ceballos
Uno a uno iban llegando a esa habitación de aislamiento de covid 19. Llegaban de la mano enguantada de esa enfermera, a la cual sólo se le veían los ojos saltones pero cansados que casi hablaban, como único rasgo humano. Era una de las pocas comunicaciones que tenía con el exterior y que esperaba ansiosamente. Empezó el lunes, primero fue Iron Man con su armadura rojiza reluciente y sus músculos de hierro intactos. Irrumpió en el espacio sacando una sorpresa mayúscula en él. Lo miró, lo acarició y lo colocó ahí cerquita de la ventana a la altura de su cabeza para poder mirarlo. En ese momento se dio cuenta de quien se lo había enviado. Una emoción atravesó sus músculos, acelerando su ritmo cardíaco. Enseguida se recompuso, no quería empeorar su situación. El martes el que llegó fue el Capitán América. Dejó el escudo apoyado en los pies de la cama, se acercó despacito no quería hacer mucho ruido porque lo vio dormido. Pero su sola presencia ya había perturbado las sensaciones del ambiente. Cuando se despertó y lo vio quietito al lado de Iron Man, una sonrisa se dibujo debajo del barbijo. El miércoles le tocó el turno a Thor con su melena rubia y su martillo poderoso enfundado en su mano derecha. Él no dejaba de pensar un instante en ese que lo había enviado para estar con él. El viernes llegó, en medio de una revuelta en la sala, Spiderman. Silencioso como siempre se colocó detrás del Capitán América sin decir una palabra. Después vino el Guasón, con la idea de alegrarle algo de la tarde. Lo incomodó un poco esa risa dibujada, pero ahí se dio cuenta de cuánto tiempo hacía que no se reía. Todos ellos cuidando con su mirada de plástico cada movimiento. Es como si ese que los había enviado estuviera allí. Una prolongación de su pequeño cuerpo de ocho años llegaba tiernamente hasta los confines del hospital. Y ahí estaban adornando la ventana que da al norte. El sábado empezó a impacientarse porque no había llegado nadie. Ninguna presencia extra lo había acompañado esta vez al enfermero de turno. Lo miraba como pidiéndole algo, pero nada aparecía. La puntualidad de la visita inesperada le había despertado el deseo de ese encuentro de plástico humanizado. A punto del sollozo, la puerta se abre nuevamente y alguien envuelto en su equipo de protección aparece y le acerca una foto en donde estaban dos personas. Atrás había una nota desprolija que mezclaba renglones y agrandaba las A y las E. Al final un dibujo de un corazón rojo intenso. La nota sólo decía las palabras justas para ese momento. “Yo sé que sos fuerte abuelo, pero siempre hace falta una ayudita. Te quiero mucho, vos sos mi super héroe”. Las lágrimas inundaron sus ojos y un abrazo con Iron Man, Thor, el Capitán América, el Guasón, Spiderman y la foto, le estremeció el alma.
- Post Guardia XXVI / Débora Chevnik
¡Es un peligro, está en riesgo, es urgente sacarla de ahí! ¡Esto es un hospital, alguien que la baje ya mismo! Llamen a psicopato!!! Demandas institucionales piden lo que piden y además más, y otra cosa (perdón AP). Hasta soluciones piden. Qué exceso, cuánta muerte. ¿Qué modos de estar ensayar? Estar funámbulo, bien plantadx, en el aire. El riesgo no es caer, sino, perder el movimiento, que las cosas, siempre tienen. Una piba de 10 años, con un tamaño como de 20, está trepada arriba de un armario. El armario no está amurado. La nena grita y se mueve. Y está furiosa y amenaza. El armario se bambolea, se despega de la pared. Por momentos solo queda el equilibrio de las dos patitas de adelante. Arriba del armario quiere decir estar a una altura más alta que una persona alta, como por ejemplo su mamá o su papá. Demandas institucionales encarnan en cuerpos enloquecidos. Locos de cordura. Deliran normalidad. Cancelan riesgos vitales. Exigen eficacias, resultados, inmediatismos. Formas, cuidar las formas. Caminos rectos, intestinales. Entre indicaciones inaplicables (salvo con rifles de dardos tranquilizantes) y lecturas, entre reproducciones y novedades, la pulseada se arma en cuerpos afectados, vulnerables, sensibilidades vivas. ¿Cómo estar ahí? Estar recién llegadx, recién llagadx. Estar poniéndose en tema. Estar no entendiendo. Estar interrogante de lo obvio. Estar tanteo. Estar bisagra. Estar moebius. Estar comodín. Estar y. Estar canoa. Estar demora. Estar plastilina. La criatura hizo cumbre; plantó bandera, armó territorio. Panóptico de panóptico. Jaque mate. Se hizo notar. No está muteada, ni quiere estarlo. Un estado inmuteable. Un duelo a muerte entre cuerpos enloquecidos. ¿Quién sostiene a quién? La escalada fue trabajosa. Ni dioses ni condenas. A la niña no le copa hacer la de Sísifo. El zoom recae en la niña tanto como en la psiquiatra de guardia, que le toca bucear en aguas profundas. ¿Cómo estar en situación? Estar online. Estar dj. Estar esponja. Estar pausa. Estar paréntesis. Estar entre. Estar buffer. Estar amortiguado. Estar equívoco. Estar ni. Estar paradojal. Estar gambeta. Estar cuento. Estar tiempo. Estar viento. La niña, desde lo alto de su montaña, sigue anunciando una impetuosa, estrepitosa y desparramada caída. Desde su mirador nos ve mirarla con desesperación y pánico. ¿Cómo parar la escalada, teniendo en cuenta la asimetría del lazo que tenemos? Sin caer en los “cuidados por su bien” ni en terrorismos de protección. ¿Cómo estar en la tensión? Usar lo que hay, lo que cuenta. Estar en el espacio, instalar escena. El juego conecta 4 en línea está sobre la cama. Hacerlo aparecer, iluminar ese cuerpo. Ahí en el llano, separar las fichas, disponer el tablero. Obligar a las miradas contrincantes a estar donde no quieren estar. Estar más loca que la locura. Estar en el desvío. Traicionar corduras inútiles. Decepcionar transferencias. Estar jugatorial. Che! Vos que estás ahí, en esa montaña, ni se te ocurra espiar y mucho menos soplarle a tu mamá!
- Diez razones para escribir / Roland Barthes
No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales escribo: 1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico; 2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible; 3) para poner en práctica un «don», satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia; 4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado; 5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos; 6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente; 7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos; 8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad; 9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos; 10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo. Lo “ilegible” o lo “contra-ilegible”, no puede constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a “otra manera de sentir, a otra manera de pensar”. Fuente: Barthes, Roland (1969. En Variaciones sobre la escritura. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2007
- La libertad como reto situacional: el pensamiento de Miguel Benasayag / Tomás Baquero Cano
Texto presentado para el espacio de Hablas emancipatorias en las Jornada Grupos II 2019 “Hablas del Capital, hablas patriarcales, hablas emancipatorias, hablas coloniales.” “El argumento decisivo utilizado por el sentido común contra la libertad consiste en recordarnos nuestra impotencia” JEAN-PAUL SARTRE, El ser y la nada Al menos dos generaciones nos separan ya de las consideraciones cartesianas sobre la libertad, y son ellas, con sus derivas, las que nos llevan al centro del pensamiento de Miguel Benasayag. Se proponen estos pasos intermedios no tanto como fuentes, sino más bien como un modo de reconstruir una pregunta, donde el sentir cada formulación nos deja a las puertas de la siguiente. Antes que una tediosa reposición de ideas, esta pequeña enumeración intenta ser un cuento, una historia que es posible contar: “y entonces sucedió esto, y cuando nadie lo esperaba, aquello”. Para intentar hacer llegar de modo cuidado y con toda su fuerza la idea de que la libertad es un reto situacional. 1. ¿Qué dijo una vez Descartes, en el siglo XVII, sobre la libertad? Para explicar cómo a veces erramos, en las Meditaciones Metafísicas Descartes señalaba que poseemos un entendimiento limitado, que puede llegar a comprender cierta suma de cosas. En cambio, la libertad humana sería en principio infinita. De esta diferencia, nos dice Descartes, surge el error: a veces, actuamos, abrimos juicio acerca de cosas que no comprendemos o no conocemos correctamente. Triste, quizás, la conclusión de Descartes: deberíamos limitar nuestras acciones y juicios a aquellas cosas que comprendemos clara y distintamente, a fin de no cometer errores, y marchar siempre por la senda segura de la ciencia. Esta idea que parece tan lejana y estéril para nosotrxs, fue leída una generación después, con un enorme entusiasmo por Sartre. Esto, gracias a un cambio en la pregunta con la que se lee aquella afirmación: mientras que Descartes estaba sumamente preocupado por no cometer ningún error, por la construcción de lo verdadero, Sartre estaba conmovido por el problema del compromiso. Ante esta diferencia entre una potencia de actuar en principio infinita y un entendimiento finito, que muchas veces no llega a comprender todo, la conclusión no será que habrá que reducir nuestras acciones para asegurarnos de que sean siempre correctas. A la inversa, Sartre encontrará allí el secreto de que siempre nos comprometemos con un grado de no-saber y que, asumirlo, es necesario para actuar. 2. Entre otros escritos sartreanos, encontramos en El existencialismo es un humanismo una afirmación que sostiene radicalmente lo dicho: estamos condenadxs a ser libres. Esta hermosa e incisiva afirmación se encuentra alojada en la asimetría que señalábamos antes: podremos saber qué hacer, comprender o no comprender nada, pero lo cierto es que, para Sartre, estamos ya siempre comprometidxs, pues somos, por esencia, libres. Remitirnos a esto no se trata de volver a afirmar un esencialismo, ni tampoco de volver a confiar en la fuerza de las voluntades individuales, sino de palpar el problema al que se enfrentaban. Para Sartre, por ejemplo, un martillo posee una esencia que es anterior a su existencia. ¿Qué quiere decir esto? Que alguien ideó un martillo como herramienta, lo planificó, decidió para qué sería usado, qué haría y qué no y, luego, lo trajo a la existencia, lo fabricó. El humano en cambio, dirá Sartre, adviene primero a la existencia, sin ninguna esencia que le marque de antemano el camino. Por eso, dirá que el humano es esencialmente libre, que a su ser es imposible negarle la libertad. Primero existimos y, luego, al actuar, decidimos quiénes somos. Esta idea, que no deja de tener demasiada cercanía con la voluntad y la conciencia, para nuestro pensamiento que ya ha visto pasar la posmodernidad, tiene aun así un punto central muy bello. La posibilidad de nuestro compromiso no depende en ningún caso de lo que sabemos y de lo que somos, el compromiso es siempre primero. Es por eso que Sartre ubica a la libertad junto a la noción de subjetividad: cada vez que actuamos nos elegimos, elegimos tomarnos por tal o cual cosa, no somos otra cosa que lo que hacemos con nosotrxs, lo que nos hacemos. Cuando explicamos lo que hacemos o dejamos de hacer a partir de lo que somos, Sartre nos dirá que actuamos de mala fe: no sean canallas –nos dice–, no se justifiquen: ustedes no actúan de tal o cual modo por lo que son, no fue la única opción. No se engañen, ustedes, más bien, son eso que actúan. 3. Miguel Benasayag recuerda siempre con mucho cariño a Sartre, y para pensar el compromiso suele recordar un cuento de Camus: un abogado va por un puente camino al trabajo y pasa al lado de una persona que llora, agarrándose a la baranda, mirando al río. Pasa de largo y, metros adelante, escucha que algo pesado cae al agua. Se detiene un momento, en una pequeña perplejidad, pero luego piensa “alguien debe haber tirado una bolsa de basura”, y sigue camino al trabajo sin mirar atrás. Podríamos intentar formular la pregunta que escribieron sus pies cuando se detuvo: “¿Qué puedo hacer yo, que soy un simple abogado?”. El problema, nos diría Sartre, es que al momento de escuchar esa caída, ya no somos nosotrxs mismxs. Ante el llamado de la situación, nos vemos nuevamente arrojadxs a la mera existencia en esa situación donde ya no podemos decir “lo que pasa es que en verdad soy abogado” o “es que no sé cómo actuar en esta situación”. Lo decíamos antes, siempre nos comprometemos con un grado de no-saber, pero no como deficiencia, sino como único compromiso posible. Si esas ideas encendieron tan hermosamente miles de vidas el siglo pasado fue porque trajeron esta buena nueva contra la más miserable de las trampas de los poderes: la que hace vivir impotencia y la tristeza ante lo que sucede como algo inevitable, cada quien culpable de lo que no sabe, cada quien atrapadx en su nombre propio. Extraña ironía la de la impotencia en la vida, cuando una vida no es otra cosa que cierto modo de la potencia. Los llamados, el compromiso, nunca están dirigidos a quienes somos, a lo que sabemos, sino a esa posibilidad que tenemos, por existir, de desconocernos. Desconocerse quiere decir aquí asumir ese margen de no-saber, donde no podemos pensar ni entender quiénes seremos, pero donde sí sabemos que la acción y el compromiso son el punto de partida, y después ya veremos. 4. Hasta aquí, el pensamiento sartreano es sumamente intenso, incómodo. Pero resta un paso más hasta llegar a la formulación de la libertad en Miguel Benasayag. La libertad en la modernidad estuvo marcada por la idea del libre albedrío: presente en su totalidad en Descartes y en buena medida en Sartre. Esta libertad nos dice básicamente que podemos hacer lo que sea. Y esta amplitud desmedida, infinita para Descartes, es criticada por Benasayag en un aspecto muy preciso: es una libertad abstracta. Es una libertad que piensa que, en el fondo, no pertenecemos a ninguna parte, que nada nos determina, y que podemos llevar adelante cualquier cosa. Y hay un problema con ello: si pensamos que la libertad consiste en poder hacer cualquier cosa, nos dirá Benasayag, seremos sumamente impotentes. Es lo que nombra, burlonamente, como el “supermercado del compromiso”: sujetos que parecerían estar aislados del mundo y que piensan con comodidad qué acción tomarán, si esta o aquella, y luego, dependiendo de si logran o no llevarla a cabo, se sentirán más o menos libres. Se trata, en cierto sentido, de que a pesar del cariño y la potencia que la noción de subjetividad ha tenido, esconde ella misma una segunda trampa de impotencia, aquella que se soporta cuando no se vislumbra que toda subjetividad es, también, una sujeción. El problema, dirá Benasayag, es que estamos ya siempre en situaciones, somos como el abogado que camina por el puente. La libertad, lejos de ser la posibilidad de llevar a cabo cualquier acto caprichoso, de “hacernos” como se nos antoja, se trata en verdad de asumir las situaciones que nos constituyen. Es importante subrayar esto: no son las situaciones en las que “estamos”, sino las que nos “constituyen”. No estamos primero aisladxs y luego, cuando queremos, nos involucramos. Estamos ya siempre en situación, aun si no lo sabemos. ¿Qué entiende entonces Benasayag por libertad? En primer lugar, no se tratará más de preguntarnos “¿somos libres?” o “¿cómo ser libres?”, sino más bien: en estas situaciones que me constituyen, en las que vivo, ¿por dónde está pasando la acción? No será ya “mi” libertad, como pertenencia propia, sino la libertad posible en una situación que puedo o no asumir. Antes que preguntar ¿qué quiero? o ¿qué puedo?, último escondite de la impotencia, se tratará más bien de saber ¿qué pasa, incluso a pesar de mí?, ¿qué es este proceso en el que ya estoy sin saberlo?, ¿a qué llamados desatiendo cuando no dejo de insistir en quien se supone que soy? Referencias Benasayag, M. (2013) “Contrapunto al atardecer” en Benasayag, M. y Mattini, L. La vida es una herida absurda. Buenos Aires: Quadrata. Benasayag, M. (2004) La fragilité. Paris: La Découverte. Benasayag, M. (1998) El mito del individuo. Buenos Aires, Topía, 2013. Descartes, R. (1641) “Meditación cuarta. De lo verdadero y lo falso” en Meditaciones metafísicas. Buenos Aires, Caronte Filosofía, 2011. Sartre, J-P. (1945) El existencialismo es un humanismo. Barcelona, Edhasa, 2017. Sartre, J-P. (1943) “La mala fe” y “Libertad y facticidad: la situación” en El ser y la nada. Barcelona, Altaya, 1993.
Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.