Una cursada empieza con pocas certezas, algunas.
Se sabe que habrá algunas presencias, se sabe sobre los sentires que pueden pasar por esas expectaciones, se sabe ser un espacio, aunque no se sepa del todos sus reveces.
Sin embargo, suele ser más lo que se encuentra en su transcurrir a lo que se sabe de antemano.
Una cursada que se propone clínica suelta vapores.
A veces tanta es la intensidad de estos tiempos que en los encuentros suceden ebulliciones concentradas como en una olla a presión. Si se quita la tapa que los contiene, los vapores arden y hay que alejar el rostro para no quemarse.
Intensidades que vociferan sobre estar en crianza y cursada a la vez, estar silentes ante la despedida para siempre de cercanías amadas, estar sensibles sin saber bien por qué, estar pensando que es mucho el optimismo que se necesita para sobrellevar este momento, estar silenciadas porque es mucho caos el del hogar, estar solicitando una disculpa por haberse emocionado.
Estar como moléculas de agua pasando a estado gaseoso, liberando las uniones, inventando composiciones eternas y transitorias.
Y en un momento el fuego se apaga, quedan las burbujas rebotando, que con los minutos van disminuyendo.
Algo ahí se hirvió y espera la próxima ardida.
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