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1117 elementos encontrados para ""

  • Con E (2019) / Verónica Scardamaglia

    Porque desconfío de la academia y de los partidos porque confío en pensamientos que se cocinan al fuego de los cuerpos de las complicidades de las amistades. Porque la lengua se me atraganta de tan colonizada porque lo binario corre por mis venas por mi piel y me entrampa. Porque hay chorreras de tinta y de vidas gastadas en estas batallas porque sin ternura las arrogancias las imposiciones las clasificaciones las adjetivaciones de las clases de las casas de las plazas de las camas, no van a colapsar. Porque al bicho, como vos, lo tengo adentro. Porque la izquierda sin sujeto porque el derecho a ser un monstruo porque hablo por mi diferencia. Porque vos y yo, nos creemos “impolutes” y se nos filtra por los poros la necesidad insoportable de creer en la ilusión de que podemos pensar lo mismo. Porque así vamos a seguir solos y no soles expandiendo calorcito a quienes sean cómo se nombren Porque no queremos ser más esta humanidad porque necesitamos creer que estamos inventando otros mundos porque así nos están matando porque pelearemos no sólo cada vocal no sólo cada derecho sino sobre todo cada capricho que obligue a vivir a hablar a pensar entre morales y corsets que viajan escondidos aún en las mejores intenciones. Fuente: Mar de Hormigas (2022) Verónica P. Scardamaglia.

  • El círculo maldito / Silvia Fernández

    Una cierta ingenuidad de mi pueblo pensó que ya estaba, que habían quedado atrás, el olor a goma quemada prendida por el hambre, la olla escasa que se junta y se organiza porque para todes rinde más, la desocupación, la estafa, el abuso, Los círculos de la violencia no solo cuentan con la doméstica, la violencia de este sistema es igual y ahora estamos en plena tensión sabemos que viene lo peor el cachetazo, el grito o la muerte. Maltrato puertas adentro o represión puertas afuera. Es el círculo que define el vínculo entre oprimida y opresor Las mujeres lo sabemos bien, luchamos siempre, desde siempre Y conocemos el círculo Por eso ya nos estamos organizando en la resistencia Este círculo es el más bravo, Porque viene con ganas de sangre, Porque viene armado, Porque viene Estado Otra vez.

  • El límite de una pueblo enojado deberá ser el exilio de los traidores / Marianela Saavedra

    Dirá la gente de panza llena que tirar piedras está mal, dirán que no piensan en la salud de la tierra que insultar está mal, dirán los que tranzan por el dinero los que reprimen por una orden los que "no se mueven para no oir sus cadenas" diran que la violencia no es el modo... Cómo si supieran lo que la violencia es, lo que la violencia hace... Bendigo la boca que grita para romper el silencio opresor, celebro la piedra que rompe la norma, justifico el fuego que simboliza el hartazgo, Acepto y honro a un pueblo que no pone la otra mejilla... Que si está bien o mal, no será la moral de la comunidad burguesa La vara con la que midan Estos pecados... "El límite de un pueblo enojado, deberá ser el exilio de sus traidores." Nota: @marianela_poesíagorda Poeta, gorda, porfiada. Vive en el sur de nuestro país.

  • Tambaleando / Florencia Vivone

    Doler en estos tiempos y no poder nombrar nuestros malestares. Cargar con la responsabilidad de callarlos, de aquietarlos, de vivir sin que nada nos moje el paladar. Podríamos decir que la vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo…. ¿Todxs dolemos igual? Dos que se duelen, se dicen cualquier cosa. ¿Dónde doles? ¿Cómo doles? ¿Hace cuánto doles? Acaso no devenimos más animales resonando con nuestras dolencias. ¿No nos descentra de lo humano? Ni el amor, ni la compasión, queridxs, nos acerca a otras especies. Además de tu sonrisa, además de tus dolores... A los malestares hay que sacarlos del clóset. Tirarlos a la cancha. Habilitar la jugada. Desfamiliarizarlos. Desedipizarlos. Politizarlos. Hacerlos carne con otrxs. Pisar la mierda. Mancharse, embarrarse. ¿Ya no sabes sobre qué pierna bailas? Te maquillas la piel para el Túnel del amor.. No hables sobre tu dolor, primero las filas del sacrificio,  después todo lo demás... Estamos todxs en naufragar... ¿Cuánto vale tu dolor? Ponete pillx, no te regales, acá no vengas con esas boludeces, te van a dormir. Pibito, ¡tenes que trabajar tus malestares!... ¡Dejá de molestar! ¡Seguridad! ESTO ESTÁ MUY SHANGAI, seño. Nunca la vi llorar. Los cuerpos siempre los ponemos lxs mismxs. Alguna bendición…. Alguna murga de lxs renegadxs…. Señor, ¿tiene cambio de 100? Toda una época. ¿Quieren volverlos consigna? ¿Deber ser? ¿Cómo politizarlos? ¿Hay resistencia en nuestros malestares? ¿Hasta en esto nos quieren obedientes? ¿Nos van a decir cómo doler? Algún día será esta vida hermosa, y me someto por eso a tu voluntad… ¿Hay potencia en nuestros malestares? ¿Cómo profanarlos? ¿Te comiste la curva, wachin? ¿Fingís que dormís? Pudrila. Dejemos de soñar con pajarracos. Usa su lengua como un sable. ¿Cómo ranchar los malestares? ¿Qué territorios afectivos habitamos? El Zumba ya se tomó el bondi y no volvió. …No. No volvió….. Nunca hubo promesas ¿Le rezas lo suficiente a tu virgencita? Hacemos lo que podemos para vivir.... ¿para vivir? Renegar, renegar, con bendición. Desencantadxs.

  • La Caída / Beatriz Vignoli

    Si te dicen que caí es que caí. Verticalmente. Y con horizontales resultados. Soy, del ángulo recto solamente los lados. Ignoro el arte monumental del sesgo, esa torsión ornamental del héroe que hace que su caer se luzca como un salto. Ese rizo del mártir que, ascendiendo se sale de la víctima y su propio tormento sobrevuela no es mi especialidad. Yo, cuando caigo, caigo. No hay parábola ni aire, ni fuerza de sustentación. Un resbalón: espero. Al suelo llego por la ruta más breve. Un alud, una piedra, una viga a la que han dinamitado. No hay astucias del cuerpo en mi descenso. Se sobrevive: el fondo del abismo es más blando para quien no vuela, sólo cae. Si te dicen que caí, no vengas a enseñarme aerodinámica revisionista. No me cuentes de los que cayeron venciendo. No vengas a decirme que no crees que haya sido un accidente. En lo único que creo es en el accidente. Lo único que sabe hacer el universo es derrumbarse sin ningún motivo, es desmoronarse porque sí. Fuente: Viernes (2001) editorial Bajo la Luna Nueva.

  • Actualidad del huevo y la gallina (Parte I) /Clarice Lispector

    A la mañana en la cocina sobre la mesa está el huevo. Miro el huevo con un sola mirada. Inmediatamente me doy cuenta de que no se puede estar mirando un huevo tan sólo: ver el huevo es siempre hoy: apenas veo el huevo ya se siente haber visto un huevo, el mismo, hace tres milenios. En el mismo instante de ver el huevo él es el recuerdo de un huevo. Sólo ve el huevo quien ya lo haya visto. Como un hombre que, para entender el presente, necesita haber tenido un pasado. Al ver el huevo ya es de inmediato demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido: la visión es un calmo relámpago. Ver el huevo es la promesa de llegar a ver de nuevo un día el huevo. Mirada corta e indivisible; si es que hay pensamiento: no lo hay: hay un huevo. Mirar es el necesario instrumento que después de empleado, tiraré. Me quedaré sin el huevo. El huevo no tiene un sí mismo. Individualmente no existe. Ver realmente el huevo es imposible: el huevo es superinvisible así como hay sonidos supersónicos que el oído ya no oye. Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Sólo las máquinas ven el huevo. La grúa ve el huevo. Cuando yo era antigua un huevo se posó en mi hombro. El amor por el huevo tampoco se siente, el amor por el huevo me es supersensible, no alcanza para llegar a saber qué se siente. Uno no sabe que ama el huevo. Cuando yo era antigua fui depositaria del huevo y caminé leve para no turbar el silencio del huevo. Cuando morí, me sacaron el huevo con cuidado: todavía estaba vivo. Así como no se ve el mundo por ser obvio, no se ve el huevo porque es obvio. ¿El huevo ya no existe? Está existiendo en este instante. Eres perfecto, huevo. Eres blanco, huevo. A ti te dedico el comienzo. A ti te dedico la primera vez. Al huevo dedico la nación china. El huevo es una cosa suspendida. Nunca se posó. Cuando se posa, no fue él que se posó, fue la superficie la que se puso debajo del huevo. Miro el huevo en la cocina con atención superficial para no romperlo. Tengo mucho cuidado para no entenderlo. Pues, siendo imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque me estoy equivocando. Entender es la prueba del error. Jamás pensar en el huevo es un modo de haberlo visto. ¿Será que sé del huevo? Es casi seguro que sé. De esta manera: existo, luego sé. Lo que yo no sé del huevo es lo que realmente importa. Lo que no sé del huevo me lo da el huevo propiamente dicho. La luna está habitada por huevos... El huevo es una exteriorización: tener una cáscara es darse. El huevo desnuda la cocina. Nace de la mesa un plano inclinado. El huevo expone todo. Quien se sumerge en un huevo, quien ve más que la superficie del huevo, está queriendo otra cosa: está con hambre. El huevo es el alma de la gallina. La gallina sin gracia. El huevo acertado: la gallina asustada. El huevo acertado. Como un proyectil parado en el aire. Pues el huevo es huevo en el espacio. Huevo sobre azul. Te amo, huevo. Yo te amo que una cosa que ni siquiera sabe que ama a otra cosa. No lo toco. El aura de mis dedos es la que ve el huevo. No lo toco. Pero dedicarme a la visión del huevo sería morir para la vida mundana, y yo todavía la necesito, yema y clara. ¿El huevo me ve? ¿El huevo me medita? No, el huevo apenas me ve. Está exento de la comprensión que hiere. El huevo nunca luchó para ser un huevo. El huevo es un don. Es invisible al ojo desnudo. Un huevo habrá sido tal vez un triángulo que tanto rodó por el espacio que se fue ovalando. ¿El huevo es básicamente un jarrón cerrado? ¿Habrá sido el primer jarrón moldeado por los etruscos? No. El huevo es originario de Macedonia. Allá lo calcularon, fruto de la más penosa espontaneidad. En las arenas de Macedonia un matemático lo dibujó con una vara en la mano. Y después lo borró con el pie desnudo. El huevo es algo con lo que hay que tener cuidado. Por eso la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos existe la gallina. Las madres son para eso. El huevo vive como un forajido por estar siempre demasiado adelantado para su época: es más que actual: él existe en el futuro. El huevo por ahora será siempre revolucionario. Vive dentro de la gallina para que no le digan blanco. El huevo es blanco por cierto, pero no se le puede decir blanco. No porque eso le haga mal a él, al que nada le hace mal, sino a las personas que proclaman la verdad de que el huevo es blanco, esas personas mueren para la vida. Llamar blanco a aquello que es blanco puede destruir a la humanidad. La verdad siempre destruye la humanidad. Una vez un hombre fue acusado de ser lo que era y lo llamaron aquel hombre. No habían mentido: él era. Pero hasta el día de hoy todavía no nos recuperamos. La ley general para que sigamos vivos: se puede decir «un rostro bonito», pero quien diga «el rostro» muere por haber agotado el tema. Con el tiempo, el huevo se convirtió en un huevo de gallina. No lo es. Pero, adoptado, le usa el apellido. Se debe decir «el huevo de la gallina». Si dicen solamente «huevo», se agota el tema, y el mundo queda de nuevo desnudo. El huevo es la cosa más desnuda que existe. En relación con el huevo, el peligro es que se descubra lo que se podría designar como belleza, es decir, su extrema veracidad. La veracidad del huevo no es verosímil. Si descubren su belleza, pueden querer obligarlo a tornarse rectangular. (Nuestra garantía es que él no puede: no poder es la gran fuerza del huevo: su grandiosidad viene de la grandeza de no poder, que se irradia como un no querer.) Como se estaba diciendo, el huevo no se volvería rectangular, pero quien luchara por volverlo rectangular estaría perdiendo la propia vida. El huevo nos pone, por lo tanto, en peligro. Nuestra ventaja es que el huevo es invisible para la enorme mayoría de las personas. En cuanto a los iniciados, los iniciados ocultan el huevo como en una masonería. En cuanto al cuerpo de la gallina, el cuerpo de la gallina es el mayor intento de probar que el huevo no existe. Pues basta mirar a las gallina para que parezca obvio que es imposible que el huevo exista. ¿Y la gallina? El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño alcanzable por la gallina. La gallina ama el huevo. Ella no sabe que existe realmente el huevo. Si supiera que tiene en sí misma un huevo, ¿se salvaría? Si supiera que tiene en sí misma un huevo, perdería el estado de gallina. Ser una gallina es la posibilidad de supervivencia mental de la gallina. Supervivencia es la salvación. Pues parece que vivir no existe. Vivir lleva a la muerte. En tanto lo que la gallina hace es estar permanentemente sobreviviendo. Sobrevivir se llama mantener la lucha contra la vida que es mortal. Ser una gallina es eso. La gallina tiene un aire atemorizado. Es necesario que la gallina no sepa que tiene un huevo. Sino, ella salvaría como gallina, lo cual tampoco está nada garantizado, y perdería el huevo en parto prematuro para librarse de un ideal tan alto. Entonces ella no sabe. Para que el huevo use a la gallina significa que la gallina existe. Ella estaba sólo para cumplir su misión, pero le gustó. La desorientación de la gallina viene de allí: gustar no es parte del nacer. Gustar de estar vivo duele. En cuanto a quien vino antes, fue el huevo el que encontró a la gallina como un buen disfraz. La gallina ni siquiera fue llamada. La gallina es directamente una elegía. La gallina vive como en sueños. No tiene sentido de la realidad. Todo el susto de la gallina es porque están siempre interrumpiendo sus devaneos. La gallina es un gran sueño. La gallina sufre de un mal desconocido. El mal desconocido de la gallina es el huevo. Ella no sabe explicarse: «sé que el error está en mi misma», ella llama error a su vida, «no sé ya lo que siento», etc. Lo que cacarea el día entero la gallina es etc., etc., etc. La gallina tiene mucha vida interior. Para decir la verdad lo único que tiene es vida interior. Nuestra visión de su vida interior es lo que nosotros llamamos gallina. La vida interior de la gallina consiste en actuar como si entendiera. Cualquier amenaza y ella grita escandalosamente hecha una loca. Todo esto en el fondo para que el huevo no se rompa dentro de ella. Huevo que se rompe dentro de la gallina es como sangre. La gallina mira el horizonte. Fuente: Revelación de un mundo, Argentina: Adriana Hidalgo, 2004. pp 165-175.

  • Julio Cortázar, ese vigía / Vicente Zito Lema

    Se sabe que era un hombre dulce y bien amado, tímido pero también resuelto en las horas necesarias, sereno siempre, podía tocar con las manos los techos de las casas de campo, magro de carnes, al caminar, bamboleante, cobraba las apariencias de un mástil de velero chino, y mientras dialogaba se inclinaba suavemente, como la copa de un gran árbol frente al viento del sur. Se sabe que tenía la voz ronca de fumador mañanero, o mas bien de sierra que chirría contra un nudo, aunque en realidad parecía la voz de alguien que nos lee un cuento que no tiene final en la mitad del sueño. De sus ojos se ha dicho que serían los del diablo por oblicuos y diáfanos si no hubieran sido sometidos al dominio del corazón. La barba, crecida y roja, de pirata errante por las Antillas, el pucho pegado al costado derecho de la boca, como un compadrito de suburbio. Hablaba un francés bien nasal, quizá por amor a la Nadja de Bretón; también su inglés era literario, seguramente por devoción a las historias de Poe; pero nunca dejó de manejar el lunfardo con la secreta esperanza de descubrir cómo carajo Justo Suárez, el Torito, pegaba tan corto, duro y exacto a la vez. Se sabe que navegaba seguro sobre los ríos barrosos del jazz; fanático de Theolonius Monk y apólogo de Charlie Parker, a quien persiguió como un maldito por la calles de París hasta logar cambiarle su viejo saxo tenor por una no menos vieja máquina de escribir. Pero no por eso olvidó un solo tango de los cantados por Gardel ni el sonido de esas dos guitarras y ese bandoneón, igualmente anónimos y misteriosos, que se podían escuchar en un bar del Dock Sud adonde me invitó una noche. Nada le faltaba conocer sobre ser escritor, tanto que le enseñó el A-B-C a más de una generación sin dejar de sentirse un amateur enamorado del juego de las palabras y con conciencia de que este oficio consiste, entre otras muchas cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminando el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una nueva manera, enriquecida, más honda o más hermosa. ¿Y no enseñó también, cuando las aguas se dividían entre obsecuentes y pasatistas, que un escritor debe participar de la revolución, dar lo mejor de sí mismo sin cercenar la dimensión de su arte, para lograr transmitir así como se transmiten las cosas fundamentales; de sangre a sangre, de mano a mano, de hombre a hombre? Sin embargo nadie se animó a llamarlo maestro (imagino su estupor, incluso su carcajada). Puede que ello sea por su eterno rostro de adolescente melancólico que rumia su primer poema o, más cerca de la verdad, porque era un reverendo irreverente que predicaba, sin reverencias, beatífico y malicioso, que burlarse de pompas y uniformes es muy necesario – aunque no tan saludable – en un país donde el autoritarismo crece más rápido que el pasto y el fascismo golpea en la puerta de casa todos los días y muchos lo dejan entrar, sin tapujos, amablemente. No; maestro, no. Aunque supo ser ese vigía que mira al horizonte sin vértigos para marcar el justo camino. Y sí, también, alguien que se sienta confiado a nuestra mesa, nos relata pausadamente una aventura maravillosa, nos incita a seguir buscando el paraíso perdido, nos demanda que no dejemos morir la flor de la poesía y es capaz de hacernos sentir junto a él en compañía de un hermano. Nunca ocultó, frente a los amigos y enemigos, que fue por Cuba y la pasión del Che que pudo ver con nuevos ojos su propio país y la América Latina toda. ¿Y quién no sabe que la Nicaragua sandinista ha sido la niña de sus ojos, a la que marchó clandestinamente en épocas de Somoza y a la que volvió una y otra vez – aun enfermo y con la muerte de su compañera Carol a cuestas – en los momentos de mayor peligro de una invasión norteamericana y siempre guiado por su infinita necesidad de conocerlo todo: la gente, los volcanes, los ríos, la costa oceánica, las cooperativas, los talleres de poesía, la alfabetización, la gran batalla de los lápices como él fantásticamente le decía y bien recordaba su entrañable amigo Tomás Borge, quien además ha sentenciado, como revolucionario serio que es, que mientras haya revolución en la Tierra habrá cronopios? También se sabe que en la literatura latinoamericana de este siglo hay novelas antes y después de Rayuela, y él mismo se tomó la molestia de recalcarlo, sin el menor falso pudor, que ha escrito la serie de cuentos más perfectos de nuestra lengua. Lo que no es poco si se recuerda que simultáneamente, y durante muchos años, dedicó la mayor parte de su tiempo a combatir el odio, la opresión y el desprecio por los valores humanos, de lo que podemos dar mil detalles quienes lo conocimos, han tomado recibo sus enemigos y seguramente constará en los archivos de la CIA, SIE, DINA y demás siglas del crimen organizado. Habrá los que ante todo esto dirán, alzando una ceja o con un leve fruncimiento de nariz, que no comparten sus ideas ni sus actitudes políticas, aunque gustan de su obra literaria. Lo dirán olvidando sin pudor que no se hace arte a espaldas de la vida y que él, menos que nadie, separó en la mesa el vino del pan. Pienso que es preciso ante tanta confusión interesada, cuando los cuervos pretenden picotear su cadáver y los bien pensantes almidonan su nombre para que no huela a nada sospechoso, contar algunas cosas. Merecen ser sabidas, o recordadas si se conocieron; pido que se obvie mi participación secundaria en algunos hechos y confío que ayudará a que los más jóvenes sientan con pleno orgullo que Julio Cortázar nos pertenece, que era y sigue siendo nuestro compañero en la aventura de la vida. Lo hago, mientras el tiempo de su muerte marca con más rigor su lugar vacío y la tristeza abre los postigos de más de un corazón cansado. Supe de él, primero, como muchos, a través de sus libros. Luego, por cartas. En una de ellas, a comienzos de 1972, me cuenta que quiere volver al país para estar presente en el lanzamiento de su novela El libro de Manuel. Memoricemos que en esta obra – tan denostada por los puristas – aborda, sin pelos en la lengua, el tema de las torturas, que ya se habían hecho práctica cotidiana en el país durante la época de Onganía a Lanusse. Me pide ayuda para conseguir un sitio no tradicional; quiere escaparse de las librerías, salones literarios y escritores en la carrera de famas y premios, a los que teme más que a la peste. Piensa que un texto que denuncia el terror tiene que conectarse directamente con quienes lo sufren y lo enfrentan. Presentamos el libro en la Federación Gráfica, desdeña las amenazas parapoliciales y superando su timidez participa de una verdadera asamblea política, donde se discute y se le cuestiona todo, incluso su posición frente al peronismo y su radicación en París, y donde él rinde cuenta de sus actos, a fondo, sin jactancias ni dobleces, con el rigor y la honestidad de un intelectual revolucionario. Algo más: nombra a Rodolfo Ortega Peña y a mí sus apoderados, y nos cede todos los derechos sobre la novela para que con lo recaudado apoyemos la lucha de los presos políticos y sus familiares. Así lo hicimos y, entre otras cosas, afiches, solicitadas y viajes hasta las cárceles distantes para ver al hijo, al esposo o al hermano se concretarán gracias a El libro de Manuel. Cuando cae preso el poeta Paco Urondo, iremos con él a visitarlo en Villa Devoto; también quiere entrar en el Penal de Rawson después de la matanza de la Base Naval, pero no lo dejan. Recorreremos sin embargo las casas de los asesinados el 22 de agosto y aún lo veo, mientras la madre de María Angélica Sabelli, tan pequeña, llora sobre su pecho de gigante flaco. Y él también llorará, mansamente. Los que vivieron durante la última dictadura militar en el país tal vez no conozcan en toda su dimensión su trabajo de denuncia y solidaridad. Tito Paoletti, que fue su amigo y compañero en la Comisión Argentina por los Derechos Humanos, ha señalado con razón dos momentos culminantes. Uno, en el Senado francés, en el Coloquio sobre Desaparecidos, celebrado en París en febrero de 1981, donde trazó un cuadro tan estremecedor y riguroso del drama argentino que nadie que lo escuchó o leyó, de ahí en más pudo negar la realidad. El otro, su discurso con motivo del quinto aniversario del golpe militar en un acto celebrado en el Centro Cultural de la Villa de Madrid. Nunca la palabra conmovió tanto y expresó a todos. Nunca un pueblo cautivo tuvo como en ese momento un artista con tanta calidad y tanta ternura. A principios de diciembre de1983 viajé desde Amsterdam a París para presentar en la Universidad mi libro Rendición de cuentas que él, en uno de sus gestos de amistad había prologado. Fue un viaje duro, por mi falta de visa, por el frío intenso, por mi coche viejo y sin calefacción; llegué sobre la hora casi enfermo. Y al entrar en aquella sala con estudiantes franceses pero también con exiliados venidos de tantas partes y de una sola historia, lo ví, sentado en un rincón, con su abrigo largo, mucho más viejo, intensamente demacrado. Sentí vergüenza de mi cansancio, nos abrazamos largamente y hasta nos besamos, con pudor de porteños y con mucho amor. Hacía años que no nos veíamos. Lo último habían sido cartas y llamadas telefónicas por el nacimiento de mi hija y la muerte de su mujer. –¿Por qué viniste, Julio? –¿Cómo no iba a venir? Sabés que no me pierdo una… (Lo dijo riendo pero había dolor, me miró fijo y con infinita ausencia). –No jodamos, no se te ve bien, estás temblando… (Dicho lo mío en voz demasiado baja, tapando las ganas de maldecir al mundo). –No exagerés, Vicente. Es este clima de mierda de París, nunca me acostumbro. –Te busco un té. (En realidad buscaba aire para mí; Julio parecía envuelto en una gasa de tristeza que lastimaba, aunque quisiera evitarlo). –No, quedate tranquilo. Concentrate en los poemas, mirá que no lees por vos solo, también lo hacés por Paco, Miguel Ángel, Rodolfo… Y pensar que algunos hablan de volver a la normalidad, como si no hubiera pasado nada… (Era su queja, pero también la mía). Cuando terminó el acto se me acercó, nos volvimos a abrazar, nos sentamos en un costado, ya no fumaba. –Mañana me vuelvo al país, Julio. –¿En serio…? Se termina el exilio entonces, cuidate. –No te preocupés. (Debí parecerle una caricatura de Humphrey Bogart). ¿Vamos a comer? –Perdoname, pero me voy a la cama. –Te acompaño hasta tu casa. –No, che, no me hagas más viejo de lo que soy. Me tomo un taxi. La noche todavía me espera. (Me causó gracia, también él se hacía el duro y jugaba a ser un personaje de novela negra, esas que tanto le gustaban; pero ninguno de los dos, y lo sabíamos, daba ya el physique du role). –Te escribo apenas llegue a Buenos Aires. (¿Dónde, cuándo había escrito el primer miedo fue irme de vos / mi último miedo será volver a vos…) –Vicente… (¿Por qué miraba a través de una telaraña, acaso no iba a ser siempre joven y eterno?) –¿Qué, Julio? (Los golpes bajos están prohibidos, lo enseñaste, no te aflojés ahora, pensé y puse mi mano sobre su hombro…) –Sabés que odio las solemnidades, pero no te olvidés que sos uno de los pocos escritores con historia que han quedado; hay que guardar la memoria, el tiempo es una insidiosa lima… No dejó lugar para más palabras, pero nos dimos la mano, la sentí huesuda y húmeda. Lo vi bajar las escaleras, alto como siempre, un poco más encorvado. El cielo de París me pareció áspero y ajeno. Al otro día, tal como lo había dicho, inicié el viaje que me trajo al país. No fue fácil y tampoco da para contarlo aquí, por más que recuerde ese sol que me pegó como un rabioso dios en los ojos a manera de bienvenida. Poco tiempo después le escribí una carta; llegó cuando ya había muerto. Aunque eso de estar muerto y no estar muerto en cuanto a Julio es apenas un decir. Fuente: Publicado en https://planlectura.educ.ar/?p=1104

  • Febrero Adynata / VPS

    Enero nos dejó exhaustas. No hay tiempo más que para hilvanar algunas citas que inviten a lecturas. Una especie de "cadáver exquicitas". Dicen: "El primer proyecto puesto a votación fue aprobado por unanimidad. Muy descontento, el rey lo vetó, informando a los miembros de la Oposición que si volvían a hacer eso, pagarían con la cabeza." "No hay zonas autónomas temporarias que ellos no vayan a clausurar. Es solo una cuestión de tiempo." "Hay una época en que las ratas se montan sobre los gatos, y los aullidos sirven de músicas pasionales…" "Las ambivalencias entre vida/muerte, hombre/naturaleza, los espacios fronterizos e imaginarios y la construcción de personajes como antipioneros que discuten la identidad nacional elaboran en Los desterrados una literatura situada producto de la imagen misionera." "Hacer con los restos, residuos, detritus imprevistos. Escuchar en lo arrasado, escenarios de desigualdades, en esas cosas rotas a las que alguien puede aferrarse que parecen no hacer colección, ni tener historia." "Y a medida que se afirma en sus pareceres y en su andar, pareciera elegir perseverar en esa honestidad brutal de decir lo que piensa, querer lo que quiere, sentir lo que siente y vivir como vive." "cuando publican el AntiEdipo hay un periodista que les pregunta si no están mandando a la gente a drogarse y volverse loca. Ellos le van a responder algo así: no hay que ser policía ni padre de nadie, y que el límite es hacerse mierda. ¿Cómo se sabe ese límite?" "¿qué decir? / Hay almas nuevas / Esto no cesa de formarse /Una madriguera bajo las estrellas" "Quiero la magia del exceso, lo que abunda no daña dice el dicho. Quiero ser visible, que a nadie le quede duda que camino por la calle, molestando al ojo heteropatriarcal acostumbrado al sometimiento y uniformalización." "¿Qué palabras son ésas que todavía no pronunciamos? ¿Qué necesitas decir? ¿A qué tiranías te sometes día tras día, tratando de hacerlas tuyas, hasta que por su culpa enfermas y morís, todavía en silencio?" "Mantener, hacia y contra todas las maniobras de integración, una posición aparentemente perdida en la guerra del tiempo. «¿Quién cambiará el mundo entonces? — Aquellos a los que no les gusta». " "En el fondo de mi casa hay una pileta, con estanque y plantas nativas." "(Me dijiste que un día te diste cuenta que caminabas más despacio.)" "Una biblioteca ha caído sobre mí." Pasen y lean.

  • La amistad ausente / Marcelo Percia

    (No se disuelve con la muerte: crece con la ausencia. Habita el presente como congoja. La súbita pregunta de qué hubieras dicho.) *** Desde que Piglia (1992) publica La ciudad ausente, el uso de la palabra ausencia suele poner en marcha una investigación. Este texto indaga qué hace la vida cuando la muerte interrumpe una conversación. Escribe Piglia: “… el pájaro vuela interminablemente y en círculos, porque le han vaciado el ojo izquierdo y busca ver la otra mitad del mundo”. Confidencias Se añoran confidencias que se tenían con quienes ya no están. Confidencias, antes de una revelación, comienzan como llamado. Como solicitud de escucha y resguardo. Suelen presentarse así: “Necesito hablarte de algo”, “No sabés lo que pasó”, “Lo que te voy a decir no tiene que salir de acá”. Confidencias conservan encantos de las infancias. Así como los cuentos se inician con la fórmula “Había una vez” o los juegos de la imaginación con la contraseña del “Dale qué…”, las confidencias arrancan con un guiño que avisa “Esto no lo conté nunca”. Confidencias buscan desahogos. Procuran alivio para lo que, si no, se carga como crimen o maldición. A veces, intentan expandir felicidades que no caben en el silencio de una soledad. Confidencias también solicitan el relevo de otro corazón que se entristezca con lo que entristece, que se preocupe con lo que preocupa, que se ponga a bailar con lo que da ganas de bailar. Desahogos necesitan la suspensión de consejos, críticas, evaluaciones. Relevos necesitan de una mirada o gesto que ofrezcan descanso. A veces escuchar tiene poco que ver con entender o interpretar. Tal vez eso que se llama escucha se pueda pensar como calma o cobijo que admiten lo que no se sabe, no se quiere o no se puede decir. Confidencias cuentan dolores que se están llevando, decisiones que se tomaron o se están por tomar, arrepentimientos por algo que se hizo o que no. También desorientaciones, vergüenzas, travesuras, proyectos que se necesita animar, miedos a enfermar, amores que no saben si llamarse amor. Una confidencia no importa tanto por lo que confía como por la celebración de una confianza. Una confidencia no equivale a una confesión. Mientras la confesión admite una falta que solicita castigo o perdón, la confidencia mora en una intimidad sin temores ni explicaciones. *** (Cuánto más larga una vida, más llena de ausencias. Pero, esas ausencias no siempre se cargan como pesadumbres de lo ido. A veces, se llevan como dones, tesoros, gratitudes, eternidades.) *** Discreciones Cuánta falta hacen las discreciones de la amistad. Discreciones acunan confidencias. Confidencias no dan una información: dan una fragilidad, una timidez, una intemperie. Discreciones respetan y custodian lo que duele. Tienen la prudencia de no herir lo herido. Infidencias no revelan secretos, incendian confianzas. Mientras infidencias duelen como una falta de amistad, chismes no la traicionan: atestiguan su inexistencia. Una expresión castellana dice, con tres acciones verbales, la excitación del chisme: correveidile. La discreción más lograda se sella con la muerte. Se suele pedir con esta figura: Vos, una tumba. *** (Ausencias queridas no enseñan a morir, avisan posibles finales; y, en todos, la última soledad.) *** Sentir con ¿Qué hacer cuando faltan las cercanías con las que nos gustaba sentir la vida? Amistades dibujan en el aire un común sentir. Un común sentir, no un sentimiento en común. Amistades sienten la marcha callada de los días y los insomnios de las noches. Un sentir con, en el que el sentimiento de cada cual queda expuesto y, a la vez, sustraído como un tácito saber sobre lo intransferible e intraducible. La expresión te acompaño en el sentimiento que declara el deseo de cercanía en el dolor, da el deseo de acompañar algo que se supone, pero no se conoce. Lo único no se conoce, se sabe sin saberlo. Se puede saber el sentir, pero no un sentimiento. En la amistad se da acogida al sentir, sin profanar emociones cifradas. Sentimientos no se pueden traducir, aunque cada comunidad disponga de palabras para nombrarlos. La educación sentimental de cada época se especializa en designar lo que estamos sintiendo. Ninguna relación se sustrae al automatismo o tentación de las designaciones. Se extraña, de esa amistad que nos falta, la apertura en la que importa más alojar el sentir que traducir sentimientos. Se extraña no tener con quien sentir lo que no se puede explicar. Entre los enunciados con sentir y sentir con, el oído prefiere el último. Si un consentimiento declara conformidad o aprobación de algo, el sentir con habilita el solo sentir sin necesidad de conformidad ni aprobación. Sentir con como sostén o soporte de lo que sin un común sentir, no se llega a insinuar. Amistades, cuando hablan, se sienten sintiendo. No sienten lo mismo. Aunque coincidan o disientan en un nombre, lo sentido se les escurre inasible. Una canción de las gestas deportivas termina así: “Es un sentimiento / no puedo parar…”. Expresa el momento de un sentir que desborda fronteras, mientras sentimientos acontecen como cosa única y diferente en cada sensibilidad. Saber el sentir, eso solo: reconforta y aproxima. Si las cercanías queridas no están, hay cosas que no se pueden sentir. Se extraña un sentir con, insustituible. *** (Cada tanto se celebran citas no concertadas con las cercanías queridas que ya no están. Y, de pronto, una soledad se encuentra hablando, riendo, llorando, llamando ausencias que acuden a escuchar, a reír, a abrazar, como breves e instantáneas alucinaciones de la amistad.) *** Tacto Se extraña de la ausencia querida el tacto de esa amistad. El trabajo que se tomaba para decir, con cuidado, cosas que pueden doler o incomodar. Incluso, a veces, la decisión de callar o esperar el momento. Tener tacto consiste en saber que la vida duele y que cada cual hace con ese dolor lo que puede. Muchas veces ese dolor se cubre con la piel de una rareza, una locura, una extrañeza. El tacto consiste en no objetar lo que se hace para suavizar el dolor. El tacto tiene más relación con la prudencia, la precaución, el respeto, que con la posibilidad de sentir empatía poniéndose en una piel ajena. El tacto consiste en saber el sentir. *** (Ausencias, a veces, acompañan con música la soledad.) *** Rarezas Se extrañan las rarezas de la amistad que no está. Sus extravagancias, sus manías, sus caprichos. Una común rareza no describe una misma rareza compartida, sino un común en el que las rarezas se aceptan y se quieren, sin que se entiendan o tengan consonancias entre sí. Deleuze (1988) dice en una entrevista que aceptamos la amistad con sus locuras. No la tratamos de cambiar como, a veces, hacemos con quienes nos trajeron al mundo, con quienes formamos parejas o con las vidas que ahijamos. La idea de una amistad con la rareza, recuerda el pensamiento sobre lo extraño en Nietzsche. Su obra interroga una posible amistad con lo que no resulta asimilable, con lo que difiere de lo previsto. Una amistad con lo que no se presenta como similar o semejante. Una amistad no con lo próximo sino con lo lejano. Una amistad con lo que no se puede reducir a lo conocido. Nietzsche se pregunta por la amistad con la enemistad. Imagina una comunidad de existencias extrañas. Entrevé la amistad como sublimación de la enemistad y, también, la enemistad como condición de la amistad. Paranoias sobrevienen como antenas que detectan bases enemigas en las cercanías. El secreto pacificador de la amistad reside en que la extrañeza no la habite como amenaza, sino como encanto. Blanchot (1971) piensa la amistad como reconocimiento de una extrañeza mutua, como distancia infinita, como separación en la que aquello que separa compone la relación. *** (Estabas, eso solo alcanzaba. Aunque los encuentros se diferían, existía la posibilidad. Eso bastaba. Ahora siento tu ausencia como venganza de lo aplazado.) *** Éticas Amistades no necesitan el labrado moral de un código que indica qué corresponde y qué no. Amistades gestan éticas que se preguntan, cada vez, qué pide y desea la amistad. Amistades se sostienen en la confianza de que no se harán daño. A veces se daña sin querer; otras por mal cálculo o descuido; otras por acosos de la rivalidad. Amistades sufren imponderables de la vida en común. Códigos resuelven de antemano qué se debe hacer, éticas suponen el vértigo de una decisión. Aunque, pensándolo más, la palabra ética quizás no diga lo que una amistad hace: cuidar el momento, disfrutar de él, deseándolo, festejándolo. *** (Una vida no se sabe si no se cuenta. Amistades se necesitan para saber la vida. En cada amistad la vida se cuenta distinta. La recepción calculada también produce un relato. Por eso, con cada ausencia se ausenta un modo de estar en la vida que se componía y actualizaba en ese encuentro, relación o desvarío de una conversación.) *** Complicidades Se siente nostalgia por la inofensiva complicidad de la amistad que falta. La sonrisa o gesto de bienvenida. El silencio oportuno. Amistades tienen la complicidad de los encuentros entre amantes, pero sin la clandestinidad, el secreto, la ocultación. Amistades no se reúnen para asaltar un banco o cambiar la vida o hacer justicia, aunque sientan ganas de esas cosas. Complicidades componen una forma de las confianzas. Dan reposo a la vulnerabilidad. Complicidades añaden a las confianzas el contento de estar con. Esa alegría sencilla, se extraña de la amistad ida. *** (Me dijiste que un día te diste cuenta que caminabas más despacio.) *** Distancias La muerte no sobreviene como distancia, sino como ausencia. En la ausencia no hay distancia, hay imposibilidad. La distancia cuenta con la reparación de la cercanía. La ausencia avisa lo irremediable. Amistades se reconocen, también, por las distancias, las idas y venidas, los silencios, los malos entendidos. Sin eso no hay amistad. Una pregunta: ¿cuánta distancia, cuántas idas y venidas, cuánto silencio, cuántos malos entendidos soporta una amistad? *** (Un tributo de la gratitud nunca dicha lo suficiente, consiste en transformarla en generosidad.) *** Memorias ¡Qué ganas de volver a escuchar aquellas historias! “Contame otra vez el día que te mordió un tiburón. O cuando escapaste por la ventana en el momento en que llegó la pareja de tu amante. O el día en que, en la clase de expresión corporal, tenían que gritar y gritar lo más que se pudiera y que cuando, por fin, abriste los ojos estaba la policía. O decime de memoria todas las calles, de ambos lados, que cortan la Avenida Rivadavia desde que nace en Congreso hasta Lacarra. O recordame (contorneando la cadera y extendiendo una mano y abrazando con la otra) cuando te ganabas la vida bailando en una academia de tango. O repetime cuando te sugestionaste que cada noche podía ser la última y te acostabas con una novela policial abierta en una página con frases marcadas en rojo para cuando llegara el médico forense”. Amistades rememoran momentos sagrados. Las anécdotas componen sus narrativas dichosas. Se trata de episodios compartidos o no. Cuentos breves de situaciones dolorosas, vergonzosas, graciosas, increíbles, que, con el paso del tiempo, admiten omisiones y agregados, exageraciones y fantasías. Las anécdotas que componen el archivo de una amistad se vuelven clásicas por el hecho de reeditarse innumerables veces como si se contaran por primera vez. *** (Sin consentimiento de la fantasía no hay amistad. Sin relato de historias inverosímiles no hay amistad. Sin invenciones desmesuradas no hay amistad. La amistad está en el mundo para atesorar fantasías, historias inverosímiles, invenciones desmesuradas. En esa común imaginación acontece la vida). *** Muertes La muerte deja a la amistad en espera. Aguardando que, lo que ocurrió, no haya ocurrido. Espera como la sola congoja que acompaña. Dice Derrida, en su despedida a Emmanuel Lévinas el 28 de diciembre de 1995, “…espero encontrar la entereza para hablar aquí. Me gustaría hacerlo con las palabras de un niño, llanas, francas, palabras desarmadas como mi pena”. La muerte no dice la última palabra en una amistad. No hay palabra última, sí palabra ultimada o sin vida. Tras la muerte queda la palabra como ceremonia de resucitación. Una palabra que vuelve a suscitar una conversación sin que la otra vida esté. Tal vez se llame duelo a la conversación que se sigue llevando con una ausencia. *** (Acontecida la muerte, sobreviene la ausencia. A veces, ausencias ocupan toda la esfera celeste con sus ternuras y calmas, con sus adioses y nunca mases. Entonces, suspiros exhalan lágrimas secas.) *** Secretos Amistades resguardan secretos. Aunque el secreto mayor que permanece sin revelar, incluso para quienes traman amistad, reside en el secreto de esa inexplicable amistad. *** (Ausencias responden sin responder. Responden con la insidiosa pregunta que les está dirigida. Responden con el habla callada del silencio.) *** Proximidades Amistades componen íntimas costuras. Cicatrices que unen los lados de una herida. Tejidos que se entrelazan alrededor de un corte en común Los motivos de una amistad componen extrañezas. A veces, amistades no tiene motivo, acontecen por azar. Otras se buscan, se desean, se propician. Amistades no se explican, se agradecen. Tal vez se trata de atracciones entre soledades que se encuentran en una común vocación alojadora. En una semejante disponibilidad para dejarse habitar por el miedo, el silencio, el amor, el dinero, el trabajo, la lucha, el porvenir. En una común afectación que potencia sensibilidades que se confían preocupaciones y desvelos. En una común desolación o duelo o estado que no se sabe decir. *** (La obsesión de querer revivir a una ausencia para contarle momentos bellos que le hubieran gustado, no cesa). *** Risas Se atribuye esta ocurrencia a Oscar Wilde “La risa no es un mal comienzo para la amistad. Y está lejos de ser un mal final”. No hay otro reír que se asemeje al de la amistad. Se trata de risas muchas veces inexplicables. De pronto, se desencadenan porque sí. Risas de la amistad no necesitan simpatías ni elocuencias especiales. Cualquier soledad puede tener el don de la gracia o de la inspiración en un momento de cercanía deseada. Amistades festejan chistes que nadie entiende, pero que igual hacen reír porque da risa ver reír a una amistad. Se trata de un común reír que hace nacer una sensación de felicidad del acto de estar riendo. Cuando una amistad ríe sana la vida. *** (Dijiste que te sentías como un gigante doblegado por cientos de enanos que te atacaban a garrotazos.) *** Soledades Amistades no suspenden la soledad. Inventan zonas de soledad entre soledades. No se trata de una nueva o tercer soledad, sino de un entre quienes la soledad. Un entre soledades que suspende ensimismamientos o los ridiculiza. Soledades encantadas, curiosas, atentas a la irrupción de lo inesperado. Amistades saben la soledad, las respetan y las festejan. En una amistad cada soledad encuentra una oportunidad de amnistía, o pausa, o resguardo del asedio de lo común. En una amistad pocas veces se interrumpe un silencio para preguntar: ¿Qué estás pensando? Deleuze (1988) dice que en esas circunstancias nos podemos entender sin tener que explicarnos. Soledades no se conocen. Se las presiente, se las supone, se las imagina como interioridad, como pensamientos vaporosos, como memorias inasibles, como nerviosismos. A veces, se las escucha hablar solas como ecos que llegan desde una montaña. *** (Después de haber intentado todo para no morir, pasabas horas meditando, en silencio y con los ojos cerrados, para que el pensamiento, en el que tanto creías, llegara hasta el corazón de cada célula anómala.) *** Nacimientos Alejandra Pizarnik (1971) en el poema Sala de psicopatología, dice “haber intentado nacerse sola” sacando la cabeza por su útero, pero que no pudo. Se nace muchas veces, hasta que en una de esas tantas, se nace de la soledad. Nacimiento de la soledad y nacimiento de la amistad tienen algo en común. Una amistad se presenta como oportunidad de un nacimiento. Se llega a una amistad teniendo ya una vida, incluso otras amistades, y, sin embargo, en cada amistad nacen otras formas de hablar, de reír, de escuchar. *** (Sumergidos en las ausencias, de lejos se ven formas vivas entre las piedras.) *** Conversaciones Amistades conversan. Se enredan en una conversación infinita para citar la inolvidable fórmula de Blanchot. O se complotan en una oralidad encantadora de la nada para citar a Macedonio Fernández. O se complacen en ruidosos cotorreos y algarabías de un momento en común como el que se escucha desde la calle, al pasar por una escuela, durante un recreo. Amistades tienen lenguas propias. Lenguas que emplean la lengua habitual intervenida por pasadizos excavados en la historia de esa amistad. Se trata de palabras inventadas o cargadas con otras significaciones u otras memorias. Funcionan como alusiones o sobreentendidos que esquivan desacuerdos. Una canción de María Elena Walsh que se llama Serenata para la tierra de uno dice una condición del amor y la amistad: “porque el idioma de la infancia es un secreto entre las dos”. La confianza en un idioma íntimo y compartido compone la excepcionalidad de esa conversación. Conversaciones en la amistad muchas veces no tienen temas ni motivos fijos. Siguen cursos imprecisos. Practican derivas y vagabundeos no como pérdidas de tiempo, sino como deseo de solturas. Se conoce la expresión hablar de bueyes perdidos que describe el discurrir sin plan ni apuro. A veces, amistades hablan de nada. Se trata de un habla confusa, superpuesta, continuamente derivada, interrumpida, en la que se pierde el hilo o se mezclan todas las líneas haciendo un matete. Tal vez en esa palabra resida el sentido de la conversación. Un intricado anudamiento que un común reír disuelve como instantánea magia conversacional. Conversaciones de las amistades admiten medias palabras o trasmisiones sin palabras. *** (La ausencia dice la muerte y dice la nada. Dice, también, una interrupción que reinicia, una y otra vez, un estado de conversación que se sitúa entre el desvarío y el recuerdo, entre la evocación y el llamado, entre la tristeza y la magia). Intimidades Lo contrario de la intimidad reside en la enemistad, la hostilidad, la desconfianza. Fernando Ulloa advierte que la intimidación sume a la intimidad en una pesadilla. Si la fuerza, en su arrogancia, hace alarde de todo lo que puede; debilidades susurran percepciones afligidas, presagios aciagos, la fragilidad de la vida. Una hazaña de la amistad consiste en acoger debilidades en una intimidad sin coacciones. No se trata de mi intimidad, tu intimidad, nuestra intimidad, sino de una común intimidad. Burbuja, nube, sueño velado, reserva respetada. Una intimidad que disfruta de la proximidad olvidándose de la prescripción de tener que hablar. Una intimidad que transcurre como el tiempo que tarda una tela recién lavada en secarse con el viento. *** (Mientras la pena enternece y suaviza las palabras, la amenaza las vuelve ásperas y cortantes.) *** Protagonismos Amistades admiten licencias para que cada cual tenga un momento para darse importancia. Se trata de pequeños alardes permitidos entre cercanías. Pero el abuso de esa oportunidad o su no alternancia, desgasta y lesiona secretas armonías de la complicidad. Ahora, que te extraño, convoco el discreto protagonismo de tu ausencia. *** (Por momentos, te ausentabas estando ahí. Hasta que todas la palabras quedaban cubiertas por el silencio. Entonces, poniéndote de pie, proponías: ¿Dejamos por hoy acá?) *** Amistades sin amistad ¿Se podría hablar de amistades clínicas? ¿Conversaciones de muchos años que transitan amores de transferencia, una y mil veces, pero que no se reducen a eso? ¿Amistades sin fiestas, sin cenas, sin vacaciones compartidas, sin cafés en bares, sin asados, sin visitas inesperadas, sin caminatas conversadas? ¿Amistades sin favores, sin demandas, sin expectativas de amistad? Una amistad que no sabe si llamarse amistad. Una amistad que se ausenta de la amistad para escuchar lo que se sustrae a la amistad. Tal vez se trata de una amistad con el dolor, con lo inexplicable, con lo sustraído. Una amistad con la pregunta sobre si la vida podría darse de otra manera. Una amistad con la promesa de que habrá una próxima vez. *** (Hablamos para saber cuánto nos duele un dolor. Para tener oportunidad de sentir cuánto nos pesa un pesar. Para obtener un desahogo o la gracia del olvido. Para que otra vida nos releve de tanta soledad.) *** Maurice Blanchot, tras la muerte de George Bataille en 1962, advierte que no se habla sobre el amigo, sino que se sigue hablando con él. Que no se escribe acerca de su ausencia, sino que se prolonga la conversación. Que se busca seguir escuchándolo, permanecer junto a él, continuar queriéndolo. *** (Si estuvieras con vida en este momento funesto escribirías, por fin, la página perfecta que le daría a este mundo desquiciado una salvación que no sabemos, porque esa perfección nos está vedada.) Fuente: https://lateclaenerevista.com/la-amistad-ausente-por-marcelo-percia/

  • Presentación de Sesiones en el naufragio / Liliana Lukin

    Dedico a Marcelo Percia estas líneas sobre la Ética, que él mismo glosa en una nota: “Spinoza llama fortaleza a los afectos que concurren en el deseo de obrar. Distingue, en la fortaleza, la firmeza y la generosidad. Considera la firmeza como constancia del deseo que resiste tristezas y desánimos y entiende la generosidad no como dar a otro lo que no tiene o le falta, sino como deseo de darse a lo común: de darse en cercanía y en amistad. Se podría pensar en una secreta fortaleza (que no se llama fortaleza sino insistencia) de las debilidades que practican firmezas modestas y generosidades”. Al estilo Percia, diré que pensamientos ponen en escena la comunidad de lo ya pensado, no sólo en las palabras, por un nosotros de éticas compartidas, de confianzas probadas en el vivir, eso que podemos nombrar como “ hermandad”. Encuentro en mis archivos estas líneas de Elías Canetti que podrían definir el trabajo de Marcelo, la forma de esa “insistencia”, lo que se puede leer en su obra: “A medida que crece, el saber cambia de forma: no hay uniformidad en el verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos del caballo en el ajedrez, y ese es el trabajo del maestro: garantizar que el desarrollo del discípulo no sea en línea recta.” En un diálogo que no cesa, entre mutuas presentaciones de libros, lo que significa una historia de lecturas de nuestras escrituras y en segunda instancia un reconocimiento y circulación de textos y citas, un dar la palabra al otro, a la otra, en cada oportunidad de  compartir espacios y prácticas, en un diálogo que no cesa, decía, esta cita de Osip Mandelstam, en sus Conversaciones sobre Dante, también dice lo que Marcelo Percia busca, hace, propicia: “Queremos describir lo indescriptible…Hemos perdido el arte de describir la única realidad cuya estructura se presta a la representación poética: impulsos, propósitos, oscilaciones” Como dije en la presentación de Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis, ese libro de Marcelo de 2009, también porto una doble incomodidad: la de no haber escrito todo lo que hubiera querido, y la del exceso de equipaje: El exceso: haber leído no sólo Sesiones en el naufragio, sino muchos textos anteriores que atesoro  entre sus libros, en fotocopias y revistas, y haber releído textos impresos de sus publicaciones en Adynata de los últimos años.  Una biblioteca ha caído sobre mí. Así que sin más demora, empezaré este diálogo, esperando recepción. Sesiones en el naufragio / una clínica de las debilidades nos ofrece, como en la cita que leo de Lispector, la posibilidad de “jugar a pensar”, yo diría nos regala “el entredós” de las lecturas que se disponen como en un escenario: Y en estas playas donde se escucha la música del tiempo y su melancolía, podemos jugar a armar el discurso de la lista de posibles nombres para este objeto-que es un libro, pero además más, y otra cosa: Un Diccionario: de palabras y sinónimos, frases, interpretaciones, usos. Enciclopedia: de experiencias situadas. Manual: de diferencias, analogías, oposiciones productivas-generadoras Atlas / Acervo Cartografía Antología Colección: de ideas, propuestas, sugerencias Instrucciones de uso / La vida. Instrucciones de uso. Diario de Sesiones Cuaderno de bitácora Atlas de memorias: cine, literaturas Tratado Mapa: de puentes / túneles /caminos Cuadros de situación: modos de actuar Galería: fabulario Faro: modos de ver Catálogo: modos de estar Correspondencias Protocolos: modos del ser Y como final de juego, me atrevo a decir algo que Marcelo habilita cuando define cada palabra del título: se trata aquí de “una docencia de las emociones”, y tal vez, de una “guía de cómo sentir”. “La atención es la más rara y pura forma de la generosidad,” dice Simone Weil, y pienso en el concepto de ternura que alguna vez escuché en una charla de Fernando Ulloa: la ternura provoca el miramiento. Esta frase aparece porque la mirada de Marcelo Percia sobre el psicoanálisis, sobre la posibilidad de pensar al otro, la otra, están teñidas, veladas, atravesadas por la ternura. Por la conciencia dolorida de saber que en el dolor hay un secreto y que hay un cuidado que se debe a ese secreto. Y alrededor de todo eso él escribe esta serie de problemas sobre el lugar de los que piensan el psicoanálisis y de los que estudian y trabajan con personas que están en estado de sufrimiento. Así como con Spinoza se puede pensar que “no se sabe lo que puede un cuerpo”, con Henri Meschonnic, en su libro La Poética como crítica del sentido, se puede pensar lo siguiente: “se podría decir que un texto, en el sentido de una invención de pensamiento ( y sea lo que sea eso que uno califica como género, poema o novela, texto llamado filosófico) es eso que un cuerpo hace al lenguaje.(…), la poética es ella misma una ética en acto del lenguaje (...) ella es en un mismo movimiento, política. Una política del sujeto. De los sujetos.” De alguna manera entre esas dos frases está trabajando todo el libro: pienso en qué le hace la lectura a un cuerpo, qué le puede hacer la lectura de este libro, o la lectura de poesía, al psicoanálisis, qué le hace a Marcelo Percia la lectura continua de textos literarios, de textos poéticos que lo instalan, como dice él, a hacer una residencia (clínica), en el poema. El libro nos invita a leer sobre algo ya trabajado por él, aunque nunca tan exhaustiva y delicadamente: desde un ahora que se piensa, por fin, como la hora del fin de los encierros, reflexiones sobre la cuestión de la insumisión y de la discrepancia, al hablar de formas de “dar testimonio de un desacuerdo en uno mismo”. “en uno mismo”, no con uno mismo. Relatos, esquirlas de un hacer con otros. No se trata sólo de cuáles son las ideas, que en todo el libro se desgranan y dan a leer como un desafío a la comprensión, como una noticia necesaria, de antemano esperadas en un acuerdo previo de esa confianza en una ética compartida. Como sabemos, se trata del modo en que esas ideas son pensadas para ser escritas: una convicción, el deseo de dar testimonio, un método de transmisión, un estilo entre la ficción narrativa y el ensayo, un cruce de fragmentos de otros autores que crea deseos de lectura, hilvana, borda en punto cruz (el que no se desarma), zurce ejemplos que provienen del cine, la literatura, la filosofía, el psicoanálisis, enhebrando palabras de otros: interpretaciones conocidas y dispersas en las lenguas de la tribu se enlazan para sugerir líneas de acción, compartir eso que llamamos experiencias, tentativas, acercamientos a cierta eficacia de acciones ya probadas por quienes trazaron sus huellas en la piel del tiempo y el cuerpo de los otros. Marcelo Percia sabe lo que falta en el psicoanálisis, se propone él como aprendiz de la palabra poética para mostrar un método de lectura que sea un método de escucha: una creencia en la palabra que se cree a sí misma es necesaria para a-tender. Yo creo que este libro sus-cita, y lo que suscita es una discusión, porque Marcelo plantea que él es llamado a hospedarse en la conflictividad del otro. Leeremos una política de la palabra que se ocupa de casi todos los “pensables”, que ejerce la donación de sus saberes, que actúa en un mundo poco hospitalario, al que conoce y donde eligió mirar con hospitalidad zonas que conocemos poco o des-conocemos, y donde, como escribió Alejandra, “dice lo que dice y además más y otra cosa”. En el final de la Presentación con la que el libro abre a sí mismo, anuncia, como si fuera poco: “Solo se trata de inventar una lengua clínica que nos guste.” Me sumerjo en él, y ya en el primer texto, Vivir entre metáforas, me propone un naufragio: allí se explora minuciosamente esa metáfora, se propone la idea de “darse a un naufragio”, como “darse a un análisis”, por ejemplo, y tal vez por ser  el primer texto, me convoca especialmente para este momento: pienso ¿quiénes entre los seres deseantes naufragaría por su propio deseo? Vivir, para Percia, es, también, como conjetura, navegar en aguas profundas, sin amarre cercano, sin garantías, sin seguridades, y en ese enunciado, se da un lugar: propone saber estar disponible…”en el momento límite, en el borde resbaladizo” en el que una existencia desamparada sólo pide ayuda. ´ Acude, en este libro, a escribir formas de ese pedir, a formas de ese poder darse, dándonos la fuente primera o la confirmación a posteriori de sus ideas: así es como a veces procede el pensamiento generoso: piensa lo ya escrito sin haberlo conocido, y cuando encuentra ese antecedente, lo da a leer. Transcribo las notas (que he tomado incesantemente de todo el libro) de estas primeras partes, y comparto la cita de Pascal de ese capítulo: “Remamos sobre un medio vasto, siempre inciertos y flotantes, empujados de una punta a la otra. Si aparece algún término en el que pensábamos fijarnos y asegurarnos, oscila y nos abandona; si lo seguimos, escapa a nuestras manos (…) para nosotros, nada se detiene. Tal es nuestro estado natural y, sin embargo, es el más contrario a nuestra inclinación; ardemos por el deseo de hallar un asiento firme (…) pero todo nuestro fundamento cruje y la tierra se abre hasta los abismos.” Estamos ante el comienzo de un “manifiesto”, donde Marcelo dirá que Pascal propone una apuesta sin fin: “como el naufragio resulta inevitable, sólo queda tratar de encontrar una y otra vez una salida”. Pienso, claro, en Kafka, otra de nuestras lecturas esenciales. Y sigue: “Casi 400 años después, se podría volver a decir: un común estar no necesita suprimir la inestabilidad del vivir. Pero sí urge poner fin a la desigualdad. Su sin fondo de crueldad”. Ya no señala cómo pensar, dice “basta”, dice “ya”, sumerge a este libro en aguas de indignación. Con el movimiento del texto, me aferro, como a una balsa, a la frase: “Acaso se pueda pensar también en darse a la orilla, a esa húmeda franja de aguas que suben y bajan.” Eso hago: un “Darse a la orilla”: mareas que en su inestable movimiento aseguran la repetición de un mínimo riesgo: leo el texto como marea que viene y va de concepto en concepto, de imagen en imagen, para retroceder a la orilla de su mismo umbral, esta propuesta es la negación de la anterior. Así, desarmar certezas es el ejercicio necesario de un pensar en el que confiamos. El pensamiento sobre el habla, el darse a la soledad ajena, dejar el equipaje, como un pensamiento que sube y baja, marea regida por una luna omnipotente en un mundo de impotencias, o de potencias encapsuladas que no saben o no pueden “actuar”. La escitura del pensamiento, como algo que debe mostrar su movimiento: construir-deconstruir, para dejar una huella en el borde de las aguas que se retiran. Esa huella es la señal para volver a pensar, para abrir otra vez el juego de imágenes: “me siento en un mar de incertidumbres”, después “Nunca se sabe cuánto duele un dolor”, que, aunque pareciera provenir de otro paradigma, se entiende como anuncio de la frase que vendrá: “Alguien dice en estos días: ‘cada noche ilumino con una pequeña luz la oscuridad de las aguas. Busco sobrevivientes, pero no encuentro a nadie. Me despierto llorando a mares’.” Y sabemos qué tragedias pasan ante nosotros en cada playa del planeta. Taxonomías, registros, compilaciones de una escucha en diversos uni-versos con un común decir que ahonda en aguas contenidas o incontenibles, siempre en riesgo de tapar, callar, dejar sin aire. Citar, dice Derrida, es dar el tono: Lucrecio, leído por el ya citado Spinoza, Blumenberg, Defoe, Clínicas como posible suspensión de las catástrofes (deseo optimista del texto!), y en un par de páginas se desmantela la cubierta del barco en el que estamos, y finalmente Nietzsche ofrece un respiro: “tal vez desamarrarse de una moral sin asirse de ninguna otra…”, y su síntesis: “Solo sentir, actuar, pensar, desamarrando, zarpando, partiendo.” Estamos en el comienzo del libro, tiempos de pandemia en los que estos textos se empiezan a escribir. Sigue “El hundimiento del Titanic, en 1912…Como si el indolente mar, más de un siglo atrás, hubiera avisado lo que, desde entonces, la tierra no deja de decir: arrogancias del progreso están destruyendo la vida.” Y seguirá leyéndose, en este manifiesto, a Benjamín, y a Pizarnik. Las olas del deseo golpeando contra los acantilados de la ceguera, de la sordera, de la honda miseria del mundo. Disciplinadamente continúo con el segundo texto, Aprender a naufragar, relato de una experiencia de trabajo grupal donde se proponía un naufragio como juego teatral: nos enfrentamos a “existencias” en situaciones límites. Es aterrador leer la descripción, y es un descanso el enunciado con el que termina el experimento que este texto hace conmigo, dice Marcelo:  “Un común naufragio necesita imaginaciones insumisas ante las crueldades derivadas de todos los pánicos. Necesita debilidades amorosas que agiten dulzuras animosas.” Hay, en este libro un análisis de las ideas de “la fuerza” en la cultura, y hay, como conclusión, una defensa de la idea de “debilidades”,  ejemplos del desplazamiento entre nociones que creíamos conocidas: el movimiento es ir empujando conceptos hacia el borde del sentido común, que es, como es sabido, el peor de todos los sentidos. Como escribe Marcelo: desmontar las “hablas del Capital” que habitan en cómo pensamos, para poder actuar como pensamos: es interesante señalar el uso de la expresión “conviene” usada en lugar de “corresponde”, “hay que”, “se debe”… esa delicada palabra, “conviene”, es en sí dubitativa, pero porta un saber, nunca se pronuncia sin argumentación, y en este libro, se destaca como parte de la enseñanza de cómo hacer una pedagogía sin hacer más que sugerencias. En Ensayo sobre la piel, libro de poemas que Marcelo presentó en 2019, escribo sobre mi amoroso cuidado a una debilidad, una fragilidad, un sufrimiento en la piel de mi hermano, entre otros textos vinculados con el agua, el hundirse, el irse hacia el fondo: Él preguntó, en su tono monocorde: “Y si nos vamos de viaje, vos y yo”, de viaje, de viaje para no volver, a lo abierto, dije que sí, vamos a dónde y ya no supo, porque a dónde no es un destino. Momentos de luminosidad, cuando dijo a su acompañante “mi hermana es un capitán”, y nos embarcamos los tres en el mismo naufragio”. En esas líneas conviviven la idea de embarcarse y la de naufragio: en espejo con la modalidad discursiva de este libro, pienso que se dice “embarcarse” como sinónimo de unirse, apoyar, compartir un proyecto, (pensar en el Arca de Noé ), un lenguaje común, para pensar en común. Pienso que se suele usar “naufragio” como sinónimo de situación irremediable, donde “eso” sería una ilusión que mejoraría el “estar ahí”, sólo porque hay un “juntos”. El viaje como salvación, Rilke y “lo abierto”, puntos de contacto, coincidencias, pregnancias de un discurso en otro. Recordé así la película “Los niños del hombre”, de Alfonso Cuarón, (2006). Considerada de “ciencia ficción”, fue difundida entre nosotros en  2020. Sobre el final, se trata de llegar a un barco nombrado “El mañana”, perteneciente a un movimiento clandestino llamado “Proyecto Humano”. Podemos decir sin más interesantes detalles del argumento: embarcar en el mañana del proyecto humano, llevando una única esperanza, sobrevivir y alcanzar la salvación. Embarcarse en pensar nuevos modos de pensar. El tercer capítulo se titula Un común vivir, y conforta un poco, aunque comience con una advertencia, le seguirán Un común silencio, Desolaciones, Vidas apartadas, y aún no estaríamos más que en la página 50… Cómo escribir para este encuentro sobre el universo poderoso, inacabable, de referencias y citas, relatos y reflexiones sin hacer una lectura/escritura de cómo cada capítulo trabaja, cómo  se relacionan entre sí, como “hablan”, cómo comparten una historia del psicoanálisis y sus problemas,  comunicando admirables experiencias de formación e interacción,  y sobre todo, cómo “nos hablan”. El capítulo nombrado La clínica que hacemos me parece un buen final para esta oportunidad. Allí, en un tono diferente, sin recursos literarios ni filosóficos, Marcelo escribe como diciéndonos, lo veo: “La clínica que hacemos recala en el silencio de los saberes. Habita un no saber qué hacer que, sin embargo, da cuenta de sus decisiones, de sus actos, de sus palabras. (…) La clínica que hacemos practica interrogaciones abiertas a lo común. Si atiende a una insistencia que asusta a una nena, indaga también qué otras fijezas aterrorizan a las infancias en los barrios; pregunta, asimismo, qué otras amenazas acechan en las sombras de las hipocresías comunitarias; recuerda, incluso, pedagogías de la crueldad extendidas en todas las instituciones. (…) La clínica que hacemos transita cruces, mudanzas, migraciones. (…) Parte de las arrogancias de las disciplinas que defienden, cada una por su lado, sus distintivos, a citas gestantes de momentos de un común saber. Se mueve desde un pensar cuidado que acompaña afectividades externadas en pequeñas casas, a disponibilidades que acompañan a un barrio que necesita conversar sobre lo enmudecido. (…) Hay una lengua que ultraja, sin ella no habría crueldad. Tampoco se conocerían las voces clasificatorias ni las capturas diagnósticas. La clínica que hacemos nombra vidas que sufren sin necrosar las designaciones: existencias maltrechas, hervideros de sensibilidad, somnolencias insomnes, emobotamientos excitados, efusividades desreguladas, rarezas que miran fijo, indigencias amorosas, confusiones que asedian, inadvertencias que presionan, vulnerabilidades que persiguen, desamparos que intimidan, impulsividades que asustan. Y, así, cada vez. La clínica que hacemos procura no ahogar potencias disidentes de las demasías.” Leo nuevamente fragmentos del texto que nos mandó Nico Koralsky, tan amado, su saludo al comenzar  este año, que dice así: “en este naufragio conocido como humanidad….en este mar de migraciones forzadas….en este piélago, muchas veces cruel y hostil, espero que puedas celebrar que todavía seguimos siendo la madera después del naufragio…esa madera noble que, a pesar de su humedad, se enciende y da fuego, y se siente celebrada al volverse ceniza…” El libro durmió junto a mí, entre sus páginas leídas se ven los amarillos adhesivos, anotaciones con número de página ocupan dos cuadernos, voy con todo de acá para allá, frente a la computadora, por mi casa, de mi casa al bar, del bar al escritorio, releo, anoto la vida en papelitos, pienso mientras tanto, títulos de libros que leí, que leeré, los que releí para citar y que no entraron en este texto, tanto para dar, acompañada por ideas contagiadas en este tiempo compartido: la lectura me ha vuelto participante conmovida de estas sesiones. *Presentación del libro sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades de Marcelo Percia 2 de setiembre de 2023

  • Cantos Proféticos II / Vicente Zito Lema

    Mientras las estrellas pulen allá lejos los cristales del universo, aquí se yergue el crimen; en esas pupilas y en esos dientes benditos que se rasgan las vísceras vive y se repite como las campanas del domingo la escena del crimen; crimen de respuesta, camino en su camino que es el de la vuelta y se abre como vacío y se cierra igual de vacío ante el amor humano. Amor no amado y aún desconocido; amor fuera del goce y de la alegría del agua que brilla en la palma de la mano; amor sin socorro que escapa a los tumbos de los lechos, deja de ser nube y se vuelve tumba; amor sacrificado por la pasión de muerte, por las humanas pestes, los tráficos, las usuras y traperías; amor que no se usa y si se cambia y se pervierte como único valor, la divina mercancía; perla de mar en un mercado que siempre apesta, suelto de tripas… En tamaña época y semejante desborde de la siniestra señal, aquí nosotros, nuestro ser y nuestras almas, corcoveantes, al galope, corridos del amor para la exhausta vida, presos del azar que temblequea, ¡vaya que confusos!, áridos, balbuceantes más que el viento; ganados por nuevos dioses tan perdidos en su crueldad que parecieran infantes de teta; movidos con escasa buenaventura de un confín al otro, lluvia que pulsa el laúd entre el cielo y la tierra, sin piedad, ni pudor para un suspiro; aquí nosotros, estas almas, míseras más que ahogadas surgen de la antigua derrota nuestras almas, sin distancia, desechada la representación, tirada abajo la cuarta pared, perdido el exilio, en pleno pantano, la escena llegó a su fin tras una misma idea de agonía, sollozante... En tanto y por igual padecer de oscuridad, en la tremenda oscuridad de las vísperas… el crimen de los niños se ha comido el canto... Hay una época en que las ratas se montan sobre los gatos, y los aullidos sirven de músicas pasionales… ¿Alguien imagina a los dioses del amor llorando…? Fuente: Cantos oscuros, días crueles (2019) Ediciones La Cebra.

  • Recuerden quién es el enemigo / Mark Fisher

    Hay algo tan increíblemente oportuno en Los Juegos del Hambre: en llamas que es casi perturbador. Durante las últimas semanas, en el Reino Unido ha habido una palpable sensación de que el sistema de realidad dominante está estremeciéndose, de que las cosas están empezando a colapsar. Hay un despertar del depresivo sueño hedónico, y Los Juegos del Hambre: en llamas no está solamente en sintonía con esa sensación, sino que la amplifica. ¿Una explosión en el corazón de la mercancía? Sí, y el fuego produce más fuego... Yo suelo utilizar demasiado la palabra “delirio”, pero ver En llamas la semana pasada fue una experiencia auténticamente delirante. Más de una vez pensé: ¿Cómo puedo estar mirando esto? ¿Cómo puede esto estar permitido? Uno de los servicios que Suzanne Collins ha brindado es revelar la pobreza, la estrechez y la decadencia de las “libertades” de las que disfrutamos en el capitalismo tardío. El modo de captura es el conservadurismo hedónico. Podemos comentar sobre cualquier cosa (y puede que incluso nuestros tuits sean leídos en la televisión), podemos mirar tanta pornografía como queramos, pero nuestra capacidad para controlar nuestras propias vidas es mínima. El capital se ha introducido en todas partes, tanto en nuestros placeres y sueños como en nuestro trabajo. Primero nos atrapan con circos mediáticos, luego, si eso falla, mandan a las tropas de asalto. La transmisión de la TV se corta justo antes de que los policías comiencen a disparar. La ideología es más un relato que un conjunto de ideas, y Suzanne Collins merece un enorme crédito por producir lo que es nada menos que una narrativa contraria al realismo capitalista. Muchos de los análisis de la captura del capitalismo tardío producidos en el siglo XXI –The Wire, The Thick of It, el propio Realismo capitalista–, corren el peligro de ofrecer una mala inmanencia, un realismo sobre el realismo capitalista que solo puede engendrar una sensación de parálisis ante el cerramiento total del sistema. Collins nos ofrece una salida hacia afuera, y alguien con quien identificarnos: la mujer/guerrera revolucionaria, Katniss. Vendan a los niños por comida. La escala del éxito del mito es intrínseca a su importancia. La Distopía Joven Adulta no es tanto un género literario como un modo de vida para las generaciones arrojadas a la deriva y completamente traicionadas luego de 2008. La única solución que ofrece el capital –que ahora utiliza modos de gobierno “nihiliberales” más que neoliberales–, es cargar a los jóvenes con deudas y precariedad. Las optimistas promesas del neoliberalismo ya no existen, pero el realismo capitalista continúa: no hay alternativa, disculpas. Nosotros tuvimos pero tú no, y así es como son las cosas, ¿ok? El principal público de las novelas de Collins era adolescente y femenino, y Collins, en vez de alimentar a las niñas con más fantasías de internado o romances vampíricos, silenciosamente pero a la vista de todos, las ha entrenado para ser revolucionarias. Quizá lo más notable de Los Juegos del Hambre sea el modo en que simplemente presupone que la revolución es necesaria. Los problemas son logísticos, no éticos, y el asunto es simplemente cómo y cuándo la revolución puede ser llevada a cabo, no si debe ocurrir. Recuerden quién es el enemigo: un mensaje, una demanda ética que nos interpela desde la pantalla... que llama a una colectividad que solo puede ser construida a través de la conciencia de clase... (¿Y qué es lo que Collins ha logrado aquí sino un análisis y una decodificación intereseccional del modo en que la clase, el género, la raza y el poder colonial operan juntos –no en el registro académico moralizador del Castillo de Vampiros1 sino en el núcleo mitográfico de la cultura popular–, funcionando no como una exigencia deslibinizadora de más pensamiento, de más culpa, sino como un llamamiento que incita a construir nuevas colectividades?). Hay una inmanencia punk en En llamas que no he visto en ningún producto cultural desde hace mucho tiempo, una contagiosa autorreflexividad que emana del film y corroe a la cultura mercantil que lo rodea. Los anuncios que promocionan la película parecen salidos de la propia película, y, más que un caso de autorreferencialidad vacía, tienen el efecto de decodificar la realidad social dominante. Repentinamente, el deprimente brillo del ciberbombardeo promocional del capital es desnaturalizado. Si la película realiza un llamamiento que atraviesa la pantalla y llega hasta nosotros, nosotros también la pasamos por encima e ingresamos en el mundo del film, que resulta ser el nuestro, como vemos claramente ahora que algunos escenarios distractivos han sido removidos. Aquí está: un barbarismo cibergótico neorromano, de estridentes maquillajes y vestuarios para los ricos, y de trabajo duro para los pobres. Los pobres tienen acceso solo a la tecnología suficiente para garantizar que estén siempre conectados a las transmisiones propagandísticas del Capitolio. Los realities como una forma de control social, una distracción y un espectáculo subyugador que naturaliza la competencia y obliga a la clase subordinada a pelear hasta la muerte para el deleite de la clase dominante. ¿Les suena familiar? Parte de la sofisticación y de la pertinencia de la visión de Collins, sin embargo, se encuentra en la conciencia que tiene del rol ambivalente de los medios masivos. Katniss es un tótem no porque toma acciones directas contra el Capitolio –¿qué forma tendría esa acción en esas condiciones?–, sino porque su lugar en los medios le permite funcionar como un conector de diferentes poblaciones que de otro modo continuarían atomizadas. Su rol es simbólico, pero –dado que el sistema de captura es en sí mismo simbólico en primera instancia– precisamente eso es lo que la transforma en un catalizador. La chica en llamas... y el fuego produce más fuego... En última instancia, sus flechas deben estar dirigidas al sistema de realidad, no a individuos humanos que son reemplazables. La remoción del ciberespacio capitalista del mundo de Collins despeja la maquinaria distractiva de la Web 2.0 (la participación como una extensión del espectáculo bajo una forma generalizada, total, más que como su antídoto), y muestra cómo la televisión –o, mejor, lo que Alex Williams ha llamado “el Amarillismo Universal”– es todavía productiva para establecer lo que cuenta como realidad. (A pesar de toda la retórica horizontalista sobre la Web 2.0, basta mirar lo que típicamente es tendencia en Twitter: los programas de televisión.) Hay un rol de héroe o villano –o quizás una historia de cómo pasamos de ser héroes a villanos– preparado para cada uno de nosotros en el Amarillismo Universal. Las escenas en las que Plutarch Heavensbee ofrece una descripción casi comercial de la naturaleza del palo y la zanahoria del poder mediático-autoritario del Capitolio tienen una precisión mordaz y fulminante. “Más golpizas, ¿cómo sería su boda? Ejecuciones, pastel de bodas…” Tal como Unemployed Negativity escribió sobre el primer film: No es suficiente con que los participantes se maten unos a otros, sino que al hacerlo deben producir una narración y un personaje convincente. Esto les garantiza una buena posición e implica que serán asistidos por aquellos que apuestan a favor suyo. Antes de entrar a la arena reciben cambios de imagen y se los entrevista como a competidores de American Idol. Obtener el apoyo del público es un asunto de vida o muerte.2 Esto es lo que hace que los Tributos se aferren a su rol de marionetas de carne definidas por el reality. La única alternativa es la muerte. ¿Pero qué ocurriría si eligieran la muerte? Esa es la cruz del primer film, y tuve que recurrir a Bifo cuando intenté escribir sobre él.3 “El suicidio es el acto político decisivo de nuestro tiempo.”4 La amenaza de suicidio de Katniss y Peeta es el único acto posible de insubordinación en Los Juegos del Hambre. Y es insubordinación, NO resistencia. Como han reconocido los dos analistas más agudos de la sociedad de control, Burroughs y Foucault, la resistencia no es un desafío al poder; es, al contrario, lo que el poder necesita. No hay poder sin algo que lo resista. No hay poder sin un ser vivo que sea sometido. Cuando nos matan, ya no pueden vernos subyugados. Un ser reducido al sollozo, ese es el límite del poder. Más allá está la muerte. Así que solo si actúas como si estuvieras muerto puedes ser libre. Este es el paso decisivo de Katniss para transformarse en revolucionaria: al elegir la muerte, ella recupera su vida, o la posibilidad de una vida que ya no vive como una esclava-subordinada, sino como un individuo libre. Las dimensiones emocionales de todo esto de ninguna manera son secundarias, porque Collins –y las películas son fieles a las novelas en casi todos los aspectos– entiende cómo opera la sociedad de control a través del parasitismo afectivo y la esclavitud emocional. Katniss entra a los Juegos del Hambre para salvar a su hermana, y el miedo por su familia la mantiene a raya. Las novelas y las películas son tan poderosas en parte por su capacidad de tocar sentimientos –ira, terror, resoluciones nefastas– que tienen un registro más político que privatizado. Lo personal es político porque no hay nada personal. No hay un ámbito privado al que retirarse. Haymitch les dice a Katniss y Peeta que nunca podrán bajarse del tren, implicando que los roles que se requiere que interpreten continuarán hasta su muerte. Todo es un acto, pero no hay un detrás de escena. No hay bosques a los que correr donde el Capitolio no te perseguirá. Si escapas, siempre podrán atrapar a tu familia. No hay zonas autónomas temporarias que ellos no vayan a clausurar. Es solo una cuestión de tiempo. Todo el mundo quiere ser Katniss, excepto la propia Katniss. Tráiganme mi flecha, de oro ardiente. Lo único que ella puede hacer –cuando llegue el momento– es apuntar al sistema de realidad. Luego observas la caída del cielo artificial. Luego despiertas. Y. Eso es la revolución… 1 Mark Fisher llama “Castillo de Vampiros” a la apropiación burguesa liberal y moralista de la energía originada en las luchas contra el racismo, el sexismo y el heterosexismo, tal como lo especifica en “Exiting the vampire castle” que estará incluido en el volumen 3 de la presente recopilación. [N. del T] 2 Unemployed Negativity, “Primer for the Post-Apocalypse: The Hunger Games Trilogy”, 5 de septiembre de 2011, disponible en www.unemplo-yednegativity.com. 3 Ver Mark Fisher, “Precarious Dystopias: The Hunger Games, In Time, and Never Let Me Go”, Film Quarterly, vol. 65, nº 4, 2012, p. 27-33. 4 Franco “Bifo” Berardi, Generación Post-Alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta Limón, 2007. Fuente: K-punk, “Remember Who the Enemy Is”, 25 de noviembre de 2013, disponible en k-punk.org. Fisher, Mark KPUNK - Volumen 1 Escritos reunidos e inéditos (Libros, películas y televisión) 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra, 2019 Traducción de Fernando Bruno. © Mark Fisher, 2018.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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