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  • Cimarrones de lo procedimental / Fernando Ceballos

    Clínicas cimarronas[i] del cuidado El cimarrón es aquel que entiende la libertad porque sabe de la esclavitud. Ha tenido las cadenas apretándole sus tobillos, y permitiéndole sólo pasos cortitos, diminutos. Pasos previsibles, sabidos, con ritmo de marcha, que no saltan, ni se abren, ni bailan, ni juegan, ni evitan el pozo visible del camino. Pasos que pisan los mismos pasos del mismo camino que conduce a la misma mazmorra repetida. Vida en libertad en rincones apartados (así la pensaban los cimarrones), en la práctica cotidiana las acciones intentan permanentemente esclavizarse a una lógica. Lo cimarrón nos propone una práctica clínica instalada en la experiencia y en el oficio, esa que intenta permanentemente salirse, fugarse de ese cause colonizador que enjaula palabras, acciones, discursos, espacios, tiempos, cuerpos. En la clínica, el cimarrón es ese que hurga, que tantea, que sale del centro y que acecha en las afueras, en las periferias, en los márgenes, en las fronteras en donde se producen resistencias que forjan invenciones que alientan y alimentan la fuga hacia la creatividad. La fuga es primordialmente un deseo de vida, un arrebato de vida en que se combina un saber liberador con el placer que ello significa. Esa fuga es el primer paso, la primera instancia de rebelión sin los grilletes conceptuales que nos adoctrinan y nos envilecen cualquier acto creativo en la cotidianidad. Luego viene la resistencia, ese momento oportuno para la construcción de nuevos conocimientos, nuevos saberes que nos ayuden a sostener y preservar lo que se ha construido a través esa estrategia terapéutica durante ese breve período de emancipación. Resistir significa, la búsqueda de un nuevo saber y un distinto placer.En realidad la historia del cimarronaje es la historia de las rebeliones audaces, creativas y continuas, orientadas por las ansias de libertad. Una guerra de guerrillas permanente, que a través del cuidado, horade las durezas de lo hegemónico generando porosidades que permitan asistir a construcciones más subjetivas que técnicas. El hospital general, lugar de la hegemonía médica por excelencia del sistema de salud clásico, no entiende acciones por fuera de lo procedimental y del consultorio, esa habitación tipo confesionario que termina con prescripciones médicas y moralistas que aseguran un disciplinamiento del que se somete a él. Por lo tanto menos va a entender cada dispositivo sustitutivo al manicomio, que garantiza derechos humanos elementales, y que buscan otras temporalidades y otras espacialidades más acordes al sufrimiento humano. Es por ello, que indefectiblemente cada uno de esos dispositivos comienza como cimarrón. Institucionalizarlos conlleva un trabajo monumental y agobiante de resistencia periférica, que la mayoría de las veces queda atrapado por el absoluto tecnoadministrativo y se va diluyendo lentamente hasta desaparecer; o puede tomar vida propia y ser incorporado como parte del trabajo cotidiano del oficio y sostenerse por la contundencia de sus respuestas clínicas que amplían el horizonte de las creaciones. Escapar de las rutinizaciones que nos imponen las disciplinas que achatan y acotan el pensamiento, es escapar de esas comodidades que nos promete el protocolo y nos acerca la técnica. Comodidades que nos permiten pensar hasta ahí, o no pensar más que hasta ahí. Un hacer en un infinito inacabado de acciones iguales. Un eterno limbo plagado de acciones normalizadoras y disciplinadoras. Un inmortal mandato hegemónico libre de discusiones, luchas y reflexiones. Tal vez por esto mismo, el poder de repensar esta cuestión recuperando la idea de acción a través del oficio, se nos presenta hoy como un ejercicio cada vez más necesario para escapar y liberarnos de esas amarras, buscando nuevas propuestas que nos acerquen a ese desierto, a ese monte, a ese inmenso mar de lo impredecible de lo que puede un cuerpo (a decir de Spinozza), para no caer en lo inevitable que nos proponen las cadenas y las condenas de lo procedimental. [i] En América, se llamó cimarrón a los esclavos rebeldes, algunos de ellos fugitivos, que llevaban una vida de libertad en rincones apartados (de las ciudades o en el campo) denominados palenques o quilombos. Posteriormente, en Cuba se adoptó preferiblemente el vocablo jíbaro para referirse a los cimarrones.https://es.wikipedia.org/wiki/Negro_cimarr%C3%B3n

  • De la (im)potencia / Gisele Luksas

    Al inicio de la pandemia redacté una suerte de manifiesto en defensa del lugar del analista en el ámbito de la salud pública (Luksas, 2020). Un debate que en muchos aspectos y espacios se da por superado. Y me pregunto: ¿Fue o es pertinente retomar estas discusiones que por momentos resultan hasta obsoletas? Reconozco que el plasmar estas ideas me sirvió para correrme de la perplejidad en la que estaba inmersa. Rescatar lo singular de cada paciente internado por covid fue la apuesta del equipo de Interconsulta de este Hospital. Como sostiene Roxana Gaudio: “propiciar allí el encuentro con nuevos modos de simbolización, de recomposición simbólica” (Gaudio, 2020). Hace algunas semanas escuchaba decir: oferta de la presencia pero también de la ausencia. Ofrecer incluso la posibilidad de “decir que no” a pacientes tomados por cuestiones de protocolo, aislados y con poco margen de decisión sobre lo que podían o no hacer. Durante estos meses de trabajo, se dió lugar a una escucha que soportó en algunos casos el temor de los pacientes por no saber el destino de sus familiares también internados, en otros la angustia por estar lejos de sus familias, la incertidumbre sobre su futuro laboral y la estigmatización que implicaría luego de la internación haber sido “portador de” ¿Qué decir allí? Me interrogo al igual que Sebastián Salmún: “¿Acaso el psicoanálisis aporta elementos en tiempos de esta crisis mundial llamada Pandemia?” (Salmún, 2020). Recordé entonces las palabras de Marcelo Percia: “No se trata de ‘hacer propio el dolor de otro’, sino saber estar en el súbito instante que disuelve fronteras” (Percia, 2020). En una de las entrevistas, una paciente me comenta que el fin de semana sería su cumpleaños, y me consulta: “Quisiera pedirte un favor, ¿podrás alcanzarme una torta hasta la puerta de la habitación?” Emerge allí un intento de libidinización en medio de tanto arrasamiento. Pensé en la referencia al gesto que traía Leila Wanzek y en una frase de Leonardo Leibson: “hay que erotizar la pandemia”, ambas escuchadas en un espacio de intercambio. Semanas después, escucho de parte de otra paciente la siguiente frase: “Ya que alguien se interesa por mí, tengo algo para decirte”. Relata muy angustiada que estaba preocupada por no poder pagar la medicación una vez que se externara. Además de covid también debía tratarse por hipertensión, diabetes y trombosis. Los médicos, estaban interesados en ese cuerpo y en mantener ciertos valores estables para poder darle el alta. Pero una vez más nos anoticiamos de que con aprehender sólo lo orgánico no alcanza. Los protocolos, hasta entonces destinados a la preservación del cuerpo biológico, se reconocen como insuficientes. Se necesita allí algo más: que esos cuerpos internados puedan ser visitados por sus familiares. Que no sean sólo cuerpos a la expectativa de un desenlace: el alta o el fin de vida. Para que emerja allí entonces, como propone Leticia Spezzafune, un intento por restituir “aquella marca en el orillo que nos brinda dignidad” (Spezzafune, 2020). A lo largo de este recorrido pandémico también surgieron barreras (sobretodo materiales) que dieron lugar a la impotencia, la cual fue necesario poner a trabajar dentro del equipo. Celebré allí las palabras pronunciadas en un conversatorio: “la salida de la impotencia es a través de la imposibilidad”. Entiendo que aquello que nos formulemos desde el binarismo de la subjetividad heroica o del dogmatismo del dispositivo analítico clásico, nos arrojarán a la impotencia. Comparto entonces una brújula leída hace tiempo: “podemos pasar, a veces, de la impotencia a la imposibilidad sosteniendo una causa que nos compromete con lo de todos, inventando soluciones inacabadas e inacabables. Podemos poder. No hay garantías, es un reto” (Ema, 2014). • Ema, J. Podemos poder: de la impotencia a la imposibilidad https://trazofreudiano.com/2014/01/29/podemos-poder-de-la-impotencia-a-la-imposibilidad/ • Gaudio, R. Sobre las marcas de un encuentro. Condición de investimiento y sostenimiento de la categoría de proyecto https://drive.google.com/file/d/1A_kHykreM9HFO5ymrg41WSUkCWkxjdxD/view?fbclid=IwAR3t9IZgMm2ktMG36kMFBr-90uuBKl1B9z55J7d-dMLE4XqdxAM79hcmgw4 • Luksas, G. Versiones del analista https://drive.google.com/file/d/17CrELGHs_SiEG8_wRSWxzfD53lIa-USa/view?fbclid=IwAR0KLKeq_zKt1SRQYXV6LlnAlg0HGSNfjpoOB-JWfQKrfkNOjX6oqEjawBA • Percia, M. Estas borrascas que nos suceden. Esquirlas del miedo http://lobosuelto.com/estas-borrascas-que-nos-suceden-esquirlas-del-miedo-8-marcelo-percia/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=estas-borrascas-que-nos-suceden-esquirlas-del-miedo-8-marcelo-percia • Salmún, S. Freud 1915 y 1920 https://drive.google.com/file/d/1N-JrtQIAxLK7NhoZK0G4_kksYrEQ3XXt/view?fbclid=IwAR0DmJDK0ZFE8fKrm-BeJJZeZQZsNSNE3B-N6TyTZy30Doz73tgykqrf4PE • Spezzafune, L. Obsolencia del contacto https://drive.google.com/file/d/1wrauYK9Umz2ylk7hkCqCsAqOYYJAQbdU/view?fbclid=IwAR2Fd6urBSejHfLsvJZ00yTFmiseUr3KNTXcIPWG9zMPaNSVl4R8boA6iUQ Idea original: Matilde Marín Dirección y fotografía: Matilde Marín Edición y sonido: Ignacio Laxalde Formato de proyección: mp4 Codec: mpeg Proporción: 1920 x 1080 FPS: 25 Sonido: Estéreo Duración: 4´ Ushuaia, Tierra del Fuego, 2011

  • Adynata Diciembre*

    ¿Dónde nos encuentra el doceavo mes de este año? ¿En qué carnaduras recaen las fatigas planetarias? ¿Cuántas sensibilidades saben que la vida está amenazada? ¿Qué enseñó la privación de los abrazos? ¿Cuántas penurias más podrá soportar la historia? ¿Hasta qué punto se multiplicarán fronteras en las ciudades? ¿Cuántos más campos de existencias condenadas a no tener cómo sobrevivir? ¿Hasta dónde habrá de llegar la obscenidad de la acumulación de capital en una centena de nombres propios? Llena de rabia que la repetida declamación escénica de la llamada humanidad organizada consista en proclamar que se debe cuidar la vida. Desconciertan y ofenden estas declaraciones, mientras laboratorios comercian con vacunas y muchísimas afectividades carecen de agua para lavarse las manos. ¡Qué bien hace el desahogo en una común protesta! Sin embargo, no alcanza con despedir amorosamente a un héroe caído. Urge habitar una vida sin heroicidades, sin excepcionalidades sobresalientes, sin triunfos ni castigos ejemplares. ¿Cómo saber si una premura moral resulta más de lo mismo o incita a discutir las mismidades? Tal vez intentar pensar de otro modo aunque no se pueda. Imaginar una vida sin identidades, sin obsesiones propietarias, sin lenguajes normativos, incluso sin nuestros sentimientos. Practicar el olvido de sí: hacer un llamado, invocar una común espera, un súbito arrebato de lo imprevisto.

  • ¿Qué es leer? Sentidos y narrativas de la pandemia / La Masotta

    *Editorial de apertura de las Décimas Jornadas de Psicoanálisis, Salud y Políticas. Crueldades Naturalizadas. La Peste del Silencio. Clínica y Política ante el porvenir organizadas por La Masotta. Leída por Paulina Díaz. En este año plagado de complejidades, advertimos en principio cierto estupor ante la idea de las décimas. Más allá del registro del inexorable paso del tiempo, parece que el sostenimiento de las Jornadas año a año de manera sistemática e ininterrumpida parece darle ese tinte de incredulidad. Pero crease o no: ¡Ha pasado una década desde la primera vez que se propusieron! Fruto de una apuesta de trabajo colectivo que se ha sostenido a lo largo del tiempo, las Jornadas siempre cuentan con referentes no solo del psicoanálisis y la psicología, sino de salud, educación, historia, cultura, economía, derecho, puesto que consideramos que la salud en general y la salud mental en su especificidad no pueden ser reducidas a los aportes de una sola disciplina. En ocasión de las décimas, no nos proponemos seguir lanzando secuelas de una película taquillera. No se trata de un cumulo o una seriación indefinida que repite formulas. Se trata, más bien, de un trabajo cotidiano que se propone sostener de discusiones grupales y colectivas, que su vez se cristalizan en la formulación de problemáticas que están en sintonía con la coyuntura, ¿Pueden acaso concebirse modos de trabajo, practicas clínicas o políticas por fuera de los procesos históricos y sociales que las atraviesan? Es por eso que a partir de de las octavas decidimos incluir un subtitulo que ponga de manifiesto una temática que oficie de eje transversal para los paneles. "La transferencia y el re-verso de las normalidades" en el año 2018 y "Cuerpos indóciles, clínica y política del inconsciente" en el 2019. Los subtítulos además de invitar a la reflexión, apuntar a hacer hincapié en un abordaje no exento de contradicciones y pluralidad de discursos, ubicando al psicoanálisis como pivote que contribuye tanto a sostener una tensión entre la clínica y la política, como a hacerle frente a los ideales de totalización. El subtitulo que nos convoca este año tampoco esta ajeno al contexto, refiere a las crueldades naturalizadas. La peste del silencio. Clínica y política ante el porvenir. La pandemia es susceptible de ser leída como una gran disrupción de un tiempo, que en su continuo devenir - y de pocas escansiones - coquetea con cierta noción de inmediatez. Estas temporalidades inherentes a lo que Marcelo Percia denomina habla del capital se vieron puestas en jaque y ello no es sin consecuencias. La caída de la ficción de omnipotencia del ser humano ha suscitado múltiples respuestas; un ejemplo de ellas son las posiciones negacionistas que atacan los lazos sociales y producen una operatoria de agresión contra nosotros mismos. Las reacciones ante el vacío de una ficción que se desmorona pueden ser sumamente mortificantes, por ende, nos proponemos abrir interrogantes y apostar a compromisos colectivos como atisbos de respuesta ante tamaña incertidumbre. En definitiva, viejas o nuevas tenemos la obligación y el compromiso ético de interrogar las normalidades. Y si nos referimos a crueldades y al paso tiempo no podemos omitir que se cumplen de 10 años de la sanción de la Ley Nacional de Salud Mental que dicta el cierre de los hospitales monovalentes en este año. ¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados en silencio ante las mortificaciones cronificadas en los confines de los manicomios? Es por ello el motivo de la peste del silencio. Que no se diga nada, que no circule nada, que no se piense nada, que no pase nada… Esa posición cómoda y sosegada que responde a un ideal que recela de las inquietudes también debe ser cuestionada. Pero no se trata de un cuestionamiento pueril como fin en sí mismo, sino que tiene como objetivo poner palabras, proponer, fantasear, y quizás atisbar la narrativa de un porvenir. Dice Freud que pasado presente y futuro son como cuentas de un collar engarzado por el deseo. Y a esta sentencia le sumamos lo que – una vez más - Marcelo Percia nos advierte: pensar es reencontrar la historia en el presente y empujar los límites de lo actual para imaginar otro posible. Es por ello que no nos acomodamos en el silencio. Como decía el General mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Frente al desgano y la resignación que nos propone el enemigo, nosotros en cambio, los y las invitamos a interpelar y ser interpelados e interpeladas por las décimas Jornadas de Psicoanálisis Salud y Políticas Públicas.

  • Un regalo de la carrera de Letras / Ori Seccia

    El cuerpo táctil dispuesto al asombro: un tiro de dados que se volvió destino. La primer imagen que tengo de ese amor compartido es en el cuarto de una Caufi más joven de lo que ella sabía. La luz de la tarde amarilleaba la pieza a través de la ventana y rebotaba en paredes escritas con fibrón donde gritaban un “Kurt not dead” o “Green Day”. El juego, la conversación fácil se ritmaba con convites de textos que nos gustaban: Caufi me hizo conocer el desasosiego de Pessoa, yo compartía lo poco que había leído de la poesía de Vallejo y ahí, en el medio, como primer cimiento inamovible, nuestro amor por El gran Gatsby. Las dos sabíamos de memoria la última frase del libro, imposible de ser olvidada para quien la leyó; a las dos nos conmovía la relación entre Nick y Gatsby, y ese modo tímido y conciso con el que Nick le declara su fidelidad eterna, algo así como: “You are worth the whole rotten bunch”. El gran Gatsby es la primer y única novela que releí en mi vida. La leí por primera vez en el secundario, una segunda el año pasado, tras la vuelta de un viaje que hicimos juntas con Caufi, del cual volví con el corazón roto -Fitzgerald diría esto infinitamente mejor, pero no creo que el tono le desagradaría del todo-. Al volver al texto, azorada reencontré todas esas perlitas que fulguran en su prosa, que ya me habían vuelto a enamorar cuando leí Suave es la noche. Es como si la literatura de Fitzgerald se dedicara a narrar lo imperceptible, pero que sin embargo traza un antes y después que, de todos modos, nadie puede marcar con exactitud, pero que sin embargo ya dispone los acontecimientos por venir de manera irreversible. Como en esta escena: - No sé cómo ocurrió -dijo con voz enronquecida-. No lo sé, no lo sé… Después de morir su madre cuando ella era todavía pequeña, venía todas las mañanas y se metía en mi cama y a veces dormía en mi cama. Me daba mucha pena la pobre niña. Y después, siempre que íbamos a algún sitio en coche o en tren nos teníamos las manos cogidas. Y solíamos decirnos: “Hoy vamos a hacer como si no existiera nadie más en el mundo. Vamos a vivir sólo el uno para el otro. Hoy me perteneces”. Su voz adquirió un tono desesperadamente sarcástico. - La gente decía: qué padre e hija tan perfectos. Hasta con lágrimas en los ojos. En realidad, éramos como amantes. Y un día, sin más, nos convertimos en amantes de verdad. Y diez minutos después de que ocurriera me hubiera pegado un tiro. Sólo que debo de ser tan degenerado que no tuve valor para hacerlo. - ¿Y qué pasó luego? – dijo el doctor Dohmler (…) -. ¿Siguió la cosa? - ¡Oh no! Ella casi…, pareció enfriarse enseguida. Lo único que decía era: “No te preocupes, no te preocupes, papi. No importa. No te preocupes”. Estampada contra la hoja ahuesada, las palabras agolpadas imponen una detención, una mueca involuntaria en el rostro. Imposible seguir leyendo, pero Fitzgerald empuja a seguir, como se empuja un trago más incluso cuando tiembla el pulso. “Of course all life is a process of breaking down”; al borde de romperse, rompiéndose siempre, la vida-escritura prosigue, no puede no proseguir. Deleuze, lector brillante de Fitzgerald, al leer El crack-up junto con Guattari se pregunta porqué el tono desesperado. Recuerdo que ese ensayo de Mil mesetas sonaría en mi dos veces, en dos momentos de mi vida donde los senderos se bifurcaron. La pregunta que allí me esperaba decía: “En el amor puede suceder que la línea creadora de uno sea el encarcelamiento del otro. La composición de las líneas, de una línea con otra, incluso si son del mismo género, plantea un problema. No es seguro que dos líneas de fuga sean compatibles, componibles. No es seguro que los cuerpos sin órganos se compongan fácilmente. No es seguro que un amor, o una política lo resista.” Fitzgerald insiste como diorama de mi vida y sus luces cambiantes. Este año, junto con Caufi, volvimos a El crack-up. La primera vez que lo leí, en aquellos lejanos años de la carrera de letras, fue por su recomendación, e incluso aún tengo una copia impresa que contrabandeó de las facilidades de la oficina donde trabajaba entonces. Esa primera lectura fue un punto de distancia, casi de rechazo. Sin saberlo, me producía la misma distancia que su tono le producía a Deleuze y Guattari: ¿por qué ese tono roto, qué hay en la vida como para doblegarse sin resto a esa figura de perro malidicente? En la segunda lectura, muchos años después, me fue lícito entender lo que aún no se me había revelado. Una grieta vivida me acerco a Fitzgerald. Ojalá este texto haga circular ese don.

  • Un virus demasiado humano / Jean-Luc Nancy

    La pandemia es algo malo; este es un punto sobre el cual no hay mucha discusión. Por cierto, hay algunas voces que declaran que no es tan malo. Observan que las en­fermedades ya existentes y las guerras siempre en acción producen muchas más muertes. Es un argumento extra­ño, porque en nada disminuye el añadido de una morta­lidad suplementaria, y hasta ahora irreprimible, sin una movilización considerable y costosa en todos los aspectos. Otros sostienen que el verdadero mal se encuentra en la servidumbre voluntaria de una sociedad que no quiere más que su bienestar y que desencadena una peligrosa sobreprotección a la vez estatal y médica. Como si hubiera que inventar un heroísmo abstracto, desprovisto tanto de causa como de dimensión trágica. Por supuesto, nadie niega que graves cuestiones de so­ciedad, e incluso de civilización, son suscitadas o más bien subrayadas por este virus. Por el contrario, no dejan de hablar de esto. Pero como diría Descartes, lo importante es hablar con pertinencia. La mayoría de las veces lo que viene al primer plano es la palabra “capitalismo”. De hecho, no se puede negar la responsabilidad de un sistema de producción y de ganan­cia que favorece una expansión continua de las dependen­cias, incluso de las servidumbres económicas, técnicas, culturales y existenciales. El problema es que la mayoría de las veces, como dijimos, parece ser suficiente con pro­nunciar la palabra “capitalismo” para haber exorcizado al diablo, tras lo cual reaparecería el santo Dios que, por su parte, se llama “ecología”. Tenemos que volver a decirlo: muy viejo es ese diablo que suministró el motor de la historia del mundo moder­no, al configurar y modelar el mundo. La producción ili­mitada del valor mercantil se convirtió en el valor en sí, la razón de ser de la sociedad. Los efectos fueron grandiosos, surgió un nuevo mundo. Es posible que ese mundo esté en vías de descomponerse, pero sin suministrarnos nada que lo reemplace. Hasta estaríamos tentados de decir “por el contrario”, cuando vemos prácticas salvajes como el chan­taje de una nación sobre las máscaras de otro, la fuga de un rey que va a confinarse a 9000 kilómetros de su reino, el anuncio de un culto destinado a proveer una inmuni­zación divina contra el virus o simplemente las agarradas histéricas alrededor de una hipótesis de tratamiento. En verdad, lo que está en juego no es solamente tal o cual defecto de funcionamiento. Es algo que va mal de ma­nera constitutiva, inherente al curso que tomó el mundo o que nosotros le hicimos tomar desde hace largo tiempo. Y lo que va mal es lisa y llanamente, si me atrevo a decir, del orden del mal. El virus no es el mal en sí, pero la vi­rulencia de la crisis, sus efectos inmediatos y todavía más previsibles de agravamiento de las condiciones de los más pobres permiten decir que reúne de manera impactante los rasgos del mal. Hay tres formas del mal: la enfermedad, el infortunio y la maldad. La enfermedad forma parte de la vida. El infortunio es lo que hace sufrir la existencia (es decir, la vida que se piensa a sí misma), ya sea por una enferme­dad o por una agresión (natural, social, técnica, moral). La maldad (que también se podría llamar el maleficio) es la producción deliberada de una agresión o de una enfer­medad: apunta al ser o a la persona, como se quiera decir. ¿Hasta qué punto la virulencia actual es deliberada? Hasta el punto en que su poder está ligado o correlacionado al complejo de sus factores y de sus agentes: es inútil repetir lo que fue ampliamente documentado y comentado sobre el desarrollo de for­mas virales, las condiciones de contagio ofrecidas por las comunicaciones actuales, los proyectos de investigación abiertos desde hace ya veinte años por lo menos y todas las interacciones técnicas, económicas y políticas. Son complejos análogos los responsables de las con­taminaciones, las destrucciones de especies, los envene­namientos por pesticidas, las deforestaciones, no menos que una buena parte de las hambrunas, de las migracio­nes forzadas, de las condiciones de vida penosas, de los empobrecimientos, de la desocupación y otras formas de descomposición social y moral. Y es también a favor de los crecimientos tecnoeconómicos como se desarrollaron por un lado los imperios industriales, por el otro los imperios totalitarios, de los más aplastantes hasta los más insidio­sos, es decir, desde los campamentos de todo tipo hasta las explotaciones de toda naturaleza y, para terminar, hasta el agotamiento de todo cuanto se llamaba “político”. La crisis sanitaria de hoy no viene por azar después de más de un siglo de desastres acumulados. Es una figura par­ticularmente expresiva —aunque menos feroz o cruel que muchas otras— del vuelco de nuestra historia. El progreso revela una capacidad de maldad desde hace largo tiempo sospechada pero ahora comprobada. Las advertencias de Freud, Heidegger, Günther Anders, Jacques Ellul y muchos otros quedaron en letra muerta, así como todo cuanto fue trabajado para deconstruir la suficiencia del sujeto, de la voluntad, del humanismo. Pero hoy es forzoso reconocer que el hombre hace daño a lo humano y que no hay que asombrarse si un filósofo puede escribir: “El Mal es el hecho primigenio”, como lo hace Mehdi Belhaj Kacem. Para nuestra tradición, el mal siempre fue una falta reparable o compensable en las manos de Dios o de la Razón. Pasó por una negatividad destinada a suprimirse o a ser superada. Es el Bien de nuestra conquista del mun­do, sin embargo, lo que resulta destructor, y precisamente por esa razón es autodestructor. La abundancia destruye la abundancia, la velocidad mata la velocidad, la salud perjudica la salud, la misma riqueza está quizá en vías de arruinarse (sin que nada de eso les vuelva a los pobres). ¿Cómo llegamos a eso? Probablemente hay un momento a partir del cual lo que había sido una conquis­ta del mundo —de los territorios, de los recursos, de las fuerzas— se transformó en creación de un nuevo mundo. No solo en el sentido en que esta expresión designó antaño a América sino en el sentido en que el mundo se con­vierte literalmente en la creación de nuestra tecnociencia, que por lo tanto sería su dios. Esto se llama omnipotencia. Desde Averroes, la filosofía conoce las paradojas de la omnipotencia, y el psicoanálisis su atolladero alucina­torio. Siempre se trata de la posibilidad de limitar o no semejante potencia. ¿Qué cosa podría indicar un límite? Tal vez justamente la evidencia de la muerte que el virus nos evoca. Una muerte que ninguna causa, ninguna guerra, ninguna po­tencia puede justificar, y que viene a subrayar la inanidad de tantas muertes debidas al hambre, al agotamiento, a las barbaries guerreras, concentracionarias o doctrinarias. Saber que somos mortales no por accidente sino por el juego de la vida y también de la vida del espíritu. Si cada existencia es única es porque nace y muere. Precisamente porque se juega en ese intervalo es única. David Grossman escribió hace muy poco, en ocasión de la pandemia: “Del mismo modo en que el amor incita a distinguir a un individuo en medio de las masas que atra­viesan nuestras existencias, del mismo modo la conciencia de la muerte provoca en nosotros el mismo sentimiento”. Pero si el mal está a todas luces ligado, en sus efectos, a las desigualdades vertiginosas de las condiciones, tal vez nada dé un fundamento más claro a la igualdad que la mortalidad. No somos iguales por un derecho abstracto sino por una condición concreta de existencia. Saber que somos finitos —de manera positiva, absoluta, infinita y singularmente finitos y no indefinidamente poderosos— es el único medio de dar sentido a nuestras existencias. Capítulo “El mal y el poder” del libro Un virus demasiado humano, trad. Víctor Goldstein, Ediciones La Cebra, 2020. www.edicioneslacebra.com.ar

  • ¿Dónde se instala el dolor? / Fernando Ceballos

    Clínicas cimarronas del cuidado La luna enorme de esa noche otoñal inunda las ventanas del Instituto del Quemado del Hospital Córdoba, de la ciudad de Córdoba. Los trabajadores y trabajadoras nocturnas se internan en una dinámica que les va a ir cambiando su ciclo circadiano por algunos días. La noche, amiga de la luna y del silencio, amerita otra atención y otra tensión. La mujer tiene quemado casi el sesenta por ciento de su cuerpo, nadie entiende como todavía está viva. Hace meses que está postrada soportando un dolor insoportable: haber quedado viva después de ese intento de suicidio. Ese dolor la atraviesa entera y no la deja ni un instante. La demanda con el correr de los días se fue incrementando. El dolor dolía en todas partes. Al segundo mes ya era “una paciente problema” para el sistema. Sus demandas eran incomprensibles e insoportables a las temporalidades de la estructura. Y cuando el sistema se harta arremete con más saña con sus dispositivos de colonización. Y así, la medicalización se fue instalando como respuesta más cómoda a los requerimientos persistentes, y como disciplinamiento de una sensibilidad desguarnecida. Iván Illich, nos aclara el panorama, “Cuando la civilización médica cosmopolita coloniza cualquier cultura tradicional, transforma la experiencia del dolor. La civilización médica tiende a convertir al dolor en un problema técnico y, por ese medio, va a privar al sufrimiento de su significado personal intrínseco”[i]. La morfina fue entrando en su cuerpo de a puchitos y éste la fue naturalizado de tal manera, que ahora sólo dura su efecto unas pocas horas. El dolor sigue, siempre sigue ese dolor. “El dolor desborda la lógica, lo racional, el lenguaje”[ii]. El timbre invade el silencio de la noche. El enfermero, cansado por el trajín de la jornada, entra a la habitación y unos ojos desorbitados e insomnes imploran dedicación. Me duele mucho, dice. El enfermero contesta seco e impaciente: pero si hace una hora que te administré el analgésico. Ese matadolor médico[iii] potente. Sí, pero me duele mucho lo mismo. Porque no me lees algo, le dice. Por un momento se detuvo el ritmo como queriendo acceder a una súplica, pero al instante la rutinización hizo que todo volviera a la normalidad. El enfermero piensa en todo el “trabajo técnico” que le queda por resolver y no puede creer que esta paciente le pida que le lea algo. Con un gesto poco alojador, le dice que lo espere “un ratito” que enseguida vuelve. Y se interna nuevamente en su alienante tarea repetitiva y a la vez necesaria para otros: medicación, curaciones, control de signos vitales, higiene, entre otras cosas. Esta solo esta noche, y debe organizarse de otra manera para hacer su trabajo. Ya en la oficina de enfermería, y después de “un ratito”, transcribiendo datos en las historias clínicas, suena el timbre de nuevo. Es ella. Como insiste esta mujer, se dice para adentro. Deja por un momento lo administrativo y se interna nuevamente en ese ambiente cargado de sensaciones humanas que habita cada habitación del Instituto del Quemado. Y va a ver qué sucede. Se acerca con pasos silenciosos, esperando tener la suerte de encontrarla dormida. Mala suerte para él, la encuentra con la misma imagen de hace una hora atrás. Se deja llevar por el alarido suplicante de esos ojos que piden a gritos otros ojos que la miren. Y resignado a ese lamento, toma un libro de esa pila que pasaba la altura de la mesita de luz y él no se había percatado que estaba allí. Acerca la silla al costado de la cama, cerquita de la cabecera, como para leerle al oído. Y lee. Se compenetra tanto en la lectura, que lee un rato largo. El tiempo fue cómplice, lo mismo que la concentración. Tal vez pasaron cinco o diez minutos, o “un ratito”. No sabe que pasó en ese tiempo. Y mientras lee, invade al ambiente de una extraña aura atemporal que cuida. Cuida un cuerpo doliente que disimula un dolor más allá de los filetes nerviosos que quedaron expuestos ante la quemadura. Ella tolera un dolor que la atraviesa entera, en su cuerpo y en su historia. Resiste un dolor que la vulnera hasta la deshonra. No quiere dormirse sola. El miedo a cerrar los ojos y no despertar nunca, la excitan. Y se queda ahí quietita mirando como el lector intenta, ésta vez hospitalariamente seguirle su pedido. Y se queda ahí, así expuesta no en carne viva, sino en alma viva. Y viaja. Y sueña. Y vuela. “El dolor es subjetividad, experiencia común y solidaria irremisiblemente asociada al hombre desde el inicio de los tiempos. Experiencia inconmensurable desde su exterior, intransmisible desde un lenguaje que no sea el que él mismo determina. El dolor iguala, manifiesta la densidad y profundidad del hombre. Es un hecho personal, que hace palpable la condición de finito del hombre: aquél que sufre se reconoce como mortal. El dolor es proximidad a la muerte, conciencia de fin que se nos aparece de forma violenta, imprevista. Es signo de humanidad, está en el ser del hombre el sufrir, así como lo está el morir”[iv]. De pronto un ronquido, sorprende a esa voz bajita y de garganta que imposta el enfermero que intenta una calma para ese dolor. Mira de reojo aquella mirada desorbitada que lo convocó, y con asombro descubre como ha desaparecido para darle paso a un sueño profundo. Con el tiempo ese joven enfermero entenderá que el dolor nada tiene que ver con la sangre de las heridas concretas, ni con moretones o traumatismos, solamente. Entenderá que el dolor es eso que se instala en una vida como errancia y que busca desconsolado durante “un ratito” una palabra, una mirada, una lectura. [i] Illich, Iván. Némesis médica. La expropiación de la salud. breve Biblioteca de respuesta. Barral Editores, 1975. CABA. Pag. 113 [ii] Negri, Antonio. Job, la fuerza del esclavo. Buenos Aires, Paidós. 2003 [iii] Idem 45 [iv] Pérez Marc, G. [2010], “Sujeto y dolor: introducción a una filosofía de la medicina”, en Archivos Argentinos de Pediatría;108(5):434-437.

  • Una crisis planetaria / Leonardo Boff

    Entrevista de Bárbara Schijman Leonardo Boff es teólogo, ex sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista. Nació en Santa Catarina, Brasil, el 14 de diciembre de 1938. Estudió Filosofía en Curitiba y Teología en Petrópolis. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich, Alemania. Fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa, Portugal; Salamanca, España; Harvard, Estados Unidos; Basilea, Suiza; y Heidelberg, Alemania. En 1993 fue aprobado como Profesor de Ética, Filosofía de la Religión y Ecología en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Recibió numerosas distinciones, entre ellas, el título Doctor Honoris Causa en Política por la Universidad de Turín, Italia, y en Teología por la Universidad de Lund, Suiza. En diciembre de 2001 se le otorgó, en Estocolmo, el Right Livelihood Award, más conocido como «Premio Nobel Alternativo». Teórico y referente de la Teología de la Liberación desde fines de los años 60, en 1985 fue condenado a un año de «silencio obsequioso» por el Vaticano, luego de la publicación de su libro Iglesia: carisma y poder, y depuesto de todas sus funciones editoriales y docentes en el ámbito religioso. Dada la presión mundial, la sentencia fue suspendida en 1986. Pero en 1992, frente a la amenaza de una segunda sanción, el teólogo renunció a sus actividades sacerdotales y se autoproclamó laico. Vive en el Brasil de un Bolsonaro «enemigo de la vida y de la naturaleza». En tiempos convulsionados por la pandemia de COVID-19, sostiene que «estamos en una profunda crisis de civilización, que tiene que ver con nuestra relación con la Tierra y los daños que la humanidad le inflige a diario». Subraya, en este contexto, la imperiosa necesidad de «un pacto social que vaya de la mano con un pacto con la naturaleza, la Tierra entera y la naturaleza entera, que ponga al mundo en el camino hacia “una democracia social-ecológica”». –¿Qué ideas ha suscitado en usted el contexto de la pandemia? –Creo que el coronavirus significa un contraataque de la naturaleza contra un tipo de humanidad, específicamente, aquella capitalista e industrialista que durante siglos ha devastado todos los ecosistemas. Muchos hablan de ciencia, técnica, de insumos y de una desenfrenada búsqueda de una vacuna, pero pocos hablan de la naturaleza del COVID-19. Si no cambiamos nuestra relación destructiva con la naturaleza, es decir, con las bases que sustentan la vida, la naturaleza seguirá dándonos señales para que paremos con esta agresión, como advierten grandes biólogos en el mundo. Lo peor que nos puede suceder es volver a lo de antes y seguir explotando los bienes y servicios de la naturaleza. China nos está dando el peor de los ejemplos, porque no ha aprendido nada del virus: sigue con su superproducción sin cambiar su relación con la Tierra y la naturaleza. La crisis planetaria es un llamado urgente para cambiar de paradigma de producción, distribución, consumo, dando centralidad a la vida y no a la ganancia, a la salud colectiva y no al negocio de las enfermedades, a la cooperación y no la competencia, a la interdependencia y no al individualismo, a la corresponsabilidad colectiva. Esta no es la guerra del hombre contra el virus; es la guerra del virus contra el hombre. –¿Qué cuestiones tenemos que aprender de estos tiempos? –La primera lección que debemos aprender es que no somos el «pequeño dios» en la Tierra que con su tecnociencia lo puede todo. Un virus invisible puso de rodillas a las potencias militaristas con todas sus armas de destrucción masivas. Para nada sirven. Debemos aceptarnos como seres vulnerables, expuestos a la imprevisibilidad, ayudarnos mutuamente, y construir un modo de vivir que sea amigo de la vida, una civilización biocentrada. Esto no es mística; es un dato de la ciencia. Hay que abandonar el equívoco mayor de la modernidad, acerca de que en el baúl de la Tierra los recursos son infinitos y que podemos seguir con un desarrollo infinito. La Tierra es pequeña, con recursos limitados, y no tolera un proyecto ilimitado. Respetamos los límites de la Tierra y dej amos tiempo para que se regenere o iremos a engrosar el cortejo de aquellos que van en la dirección de su propia sepultura. Esta crisis paradigmática demanda un pacto social mundial, pluriforme, para enfrentar globalmente los problemas globales. El tiempo de las soberanías nacionales pertenece a otro tiempo. En esta época planetaria hay que construir la Tierra como la casa común dentro de la cual tienen su valor las culturas con sus tradiciones y sabidurías, pero no aisladas o construidas unas contra las otras. –De ahí su idea acerca de una «democracia social-ecológica». –El COVID-19 nos ha demostrado que los países no pueden resolver sus problemas por sí mismos y sin la cooperación de otros y de todos. La democracia que tenemos empieza con el voto y termina con el voto. Esto nos ha llevado al fracaso de las formas actuales de democracia meramente representativa y casi nada participativa. Debemos enriquecer nuestra concepción de democracia. No puede ser más antropocéntrica o sociocéntrica, tiene que ser socioecológica e incorporar y respetar a los pueblos de los bosques, los pueblos de los animales, los pueblos de la aguas. Sin ellos no podríamos garantizar un futuro para nosotros y para las futuras generaciones. La Tierra es mi patria, como dice una canción en Brasil, el alma no tiene frontera y ninguna vida es extranjera. –Justamente, pensando en Brasil, ¿cómo analiza la situación allí? –En Brasil vivimos una tragedia humanitaria, con un presidente que no tiene ningún proyecto oficial para combatir la pandemia y que abandonó a la muerte a su propio pueblo. Ya son casi 160.000 muertos y se calcula que a finales de año serán cerca de 200.000, y más de cinco millones y medio de afectados. El presidente es un criminal y un necrófilo. Al terminar su mandato posiblemente tendrá que enfrentar a la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes contra la humanidad. Más que un problema político, Bolsonaro representa un problema psiquiátrico: sufre una especie de lobotomía que le impide sentir el dolor del otro y que lo vuelve cercano a la muerte y no a la vida. Por eso alaba torturadores, así como las dictaduras de Brasil, Argentina, de Chile, y promueve con sus discursos y fake news el odio a los negros, los indígenas, las mujeres, las poblaciones LGBT, y a tantos otros. Lo que se vive en Brasil es una tragedia humanitaria, social, política y ética. Nunca tuvimos en la historia un presidente tan bruto, imbécil y enemigo de la vida y de la naturaleza. –En julio, Jair Bolsonaro vetó una ley que obligaba al Estado a suministrar agua a los pueblos originarios. ¿Cuál es la realidad de estos pueblos hoy, entre los grupos más vulnerables frente al COVID-19? –El crimen más grande de Bolsonaro fue negar a los indígenas agua, remedios y todo aquello necesario para salvar vidas. Esto equivale a condenarlos a la muerte; muchos están muriendo. Esto es un crimen contra la humanidad, más que un motivo para llevarlo, por genocida, a la CPI. En lugar de enviar médicos mandó centenares de militares para defender las tierras destinadas al gran negocio de la minería, la extracción de oro y la deforestación, para incentivar el agronegocio para la exportación. –Con todo, Bolsonaro mantiene un piso considerable de aprobación y apoyo popular. ¿Por qué? –Las élites que controlan el Estado y la riqueza nacional nunca han aceptado que alguien que viniera de abajo, un obrero como Lula, llegara a la presidencia del país. La burguesía rica y excluyente hizo de todo para impedir sus programas de inclusión social para cerca de 36 millones de personas. Cuando se dieron cuenta de que eso podía perpetuarse lograron satanizarlo hasta llevarlo a prisión en un proceso sin causa clara. Crearon una atmósfera nacional anti Partido de los Trabajadores (PT) como si fuera la gran corrupción del país, lo que no es verdad, porque en el ranking de corrupción de partidos estaba en la décima posición. Al final de un juicio injusto «por un crimen indeterminado», lo encarcelaron hasta que pasaran las elecciones. Bolsonaro se erigió como la antipolítica, el anti-PT, y con un discurso de odio. Hubo una utilización masiva de fake news y calumnias con tal de que Bolsonaro fuera presidente. Es importante señalar que la sociedad brasileña en general es conservadora y moralista. Con su discurso de odio, Bolsonaro despertó la dimensión oscura de la población. Hay sectores de tendencia fascista, apoyados por las élites del atraso, como las llama el sociólogo Jessé Souza, que siempre han ocupado el Estado y que nunca propusieron un proyecto nacional para todos. –En el caso de Brasil, no se puede soslayar la influencia de las iglesias evangélicas. –Hay muchas iglesias neopentecostales con millares de seguidores que predican el evangelio de la prosperidad material. No tienen nada que ver con el evangelio de Jesús, que habla de pobres, de misericordia, de liberación de las opresiones sociales y religiosas, cuestiones que no entran en la predicación de estas iglesias. Son brazos políticos del presidente, que las utiliza como apoyo político, como base de su sustentación. Esto significa un reto para la Iglesia católica y para otras históricas acerca de cómo explicar a estos millares de seguidores que están siendo dirigidos por lobos en piel de oveja. –¿Por qué considera que el coronavirus ha derrotado al neoliberalismo y al capitalismo, siendo que líderes como Donald Trump y Bolsonaro conservan niveles de aceptación importante? –El COVID-19 cayó como un rayo sobre el proyecto capitalista y neoliberal. No son la ganancia, el individualismo, el mercado y la competencia los que nos están salvando. Al contrario. Espero que el capitalismo y el neoliberalismo no vuelvan con esa voracidad que los caracteriza, porque esto puede significar el fin de nuestra civilización. Es un sistema antivida que produce dos perversas injusticias: una social, haciendo que, según el Credit Suisse, el 1% de la humanidad posea el 45% de toda la riqueza de la Tierra. Por otra parte, el 50% más pobre solo posee el 1% de esa riqueza. La otra injusticia es ecológica, con la destrucción de los bienes y servicios de la naturaleza. Creo que no será ni la Escuela de Frankfurt ni la democracia sin fin de Boaventura de Sousa Santos quienes van a derrotar al capitalismo feroz. Será la misma Tierra que no dará más condiciones de autoreproducción. –En paralelo a este sistema que traza, la pandemia también evidenció situaciones de solidaridad entre conciudadanos y países. –Sí, claro. Con Adolfo Pérez Esquivel estamos promoviendo una campaña internacional a favor de conceder a las brigadas médicas cubanas Henry Reeve el premio Nobel de la Paz. Cuba está dando un ejemplo que no ocurre en el campo capitalista: la solidaridad ilimitada con los que sufren y el sentido internacionalista, más allá de las naciones, religiones e ideologías. La potencia más rica del mundo se mostró como la más pobre en solidaridad: no han enviado médicos, ni medicinas, ni respiradores, ni mascarillas. –¿Cómo imagina el futuro inmediato? –Sinceramente, no sé. No hemos acumulado aprendizaje capaz de hacer frente a las crisis, no tenemos sabiduría suficiente para encontrar los mejores caminos, no somos solidarios sino bárbaros sin compasión con el sufrimiento de los demás. La «America first» de Trump significa «solamente la América». El virus está castigando con más violencia esta arrogancia. Tengo una vaga esperanza de que vayamos a aprender del dolor. Espero que el sufrimiento no sea en vano. Pero espero. –En la radiografía del mundo que describe, ¿hay Teología de la Liberación? –El eje esencial de la Teología de la Liberación es la opción por los pobres, contra la pobreza, a favor de la justicia social y la liberación. Sin esto no hay Teología de la Liberación. Hoy en todo el mundo, en América Latina y supongo también en la Argentina, los pobres han aumentado. Ellos no son pobres, son empobrecidos, hechos pobres por un sistema social y económico que privilegia la ganancia a costa de la explotación de los obreros, del saber social y de los bienes y servicios de la naturaleza. Mientras existan pobres, habrá siempre personas que salgan en defensa de la justicia social y de la liberación de estas víctimas. Fuente: https://leonardoboff.org/2020/11/14/una-crisis-planetaria/ Documental: Jirau e Santo Antônio: relatos de uma guerra amazônica del Movimento de Atingidos por Barragens – MAB, dedicado à memória de Nilce de Souza Magalhães.

  • Post Guardia XVII / Débora Chevnik

    En "hospitalés", el dialecto de los hospitales, se llama "pase" a lo que ocurre "entre" un equipo y el siguiente; entre un día y el que viene. Alientos de los tiempos pasan por los cuerpos, por los espacios. Saboreo de narrativas autorizadas. Y desautorizadas. Lo que "pasa" y lo que "no pasa". Fábrica de modos, de acentos, de gestos. Escenario para performateos. Las palabras que (nos) hacen. Entre pavoneos, machetes y huracanadas institucionales se mezclan pedagogías y estrategias de supervivencia. Clínico, también, es lo que se cocina en ese guiso. "Pasará pasará...." es un formula de un viejo juego infantil. "Pase al frente" recuerda uno de los peores momentos de las infancias escolarizadas. Má si…“que pase lo que pase”. "¿Que te pasa?" es una gran pregunta clínica cuando hay oídos para sostener lo que llega y lo que no llega a decirse. "Que te pasa", también, funciona como prepoteada. Sana sana colita de rana, "si no pasa hoy, pasará mañana"... esa infinita caricia de palabras que alivia dolores incluso los que no pasan. En los "pases" se pasan datos. Información, códigos, diagnósticos, fechas, nombres. El teatro de palabras desencantadas funciona a la perfección. Angustias y otros desvíos "no pasan". Como esos permisos de salida (así se llama en los hospitales cuando alguien internadx es “autorizadx” a salir por un rato o unos días) que no se dan; "a ver si le pasa algo". Con las paCes se encaprichan quienes habitan los pases arrullados por las pesadillas de la civilización. Con Goya se te graba bien clarito: El sueño de la razón produce monstruos. Hay "pases" y "pases". Unxs goleadorxs son lxs que manejan el código, hablan con precisión, discurren poco. Cortito y al pie (son lxs goleadorxs tipo panelista de tv). Otrxs son lxs que hablan como si fueran un power point; con la lengua llena de algoritmos, te llevan de paseo en una visita guiada fascinante (son lxs goleadorxs tipo cientificistas). Por último, están lxs que enfocan en navegar sus palabras de acuerdo a los vientos de la casa (lxs goleadores tipo statuquocistas). Lxs goleadorxs son, claro, quienes se llevan los aplausos. Y después están lxs que trastabillan, pierden el hilo, tartamudean y se les hace presente el cuerpo todo el tiempo (por ejemplo si dicen hígado se tocan la panza o si cuentan que unx paciente está abandonadx se les llena la cara de pena). No son goleadorxs ni quieren serlo. Les alcanza saberse defensorxs. Les aterra vivir en modo “uy, no sabía, ¿pasó algo?” Los "pases" se hacen en diferentes lugares del hospital. Eso varía según quiénes participan. Los más importantes se hacen en el aula magna. Que suelen ser los lugares más grandes de los hospitales. Donde se realizan actos públicos, se entregan premios, títulos; se baña con discursos de bienvenida a lxs mas nuevxs y se saluda a lxs recien jubiladxs. Se (re)presentan trabajos de cada sector de los hospitales para la admiración de los demás. Son auditorios con escenario y con butacas. Suelen llevar dos nombres: el de un médicO muy reconocido de la historia de la medicina y el de una figura del arte, por ejemplo, del teatro. ¡Siguieeeente! "¡Pase el siquiente!" Un número más. La lista. Tildar. ¡Siguiente! Números. Gasalla. Siguiente! Estadísticas. Clinc caja. Siguiente! Dinero, reconocimiento. "Pases mágicos" son las destrezas que saben moverse para acá yendo para allá, saben ilusionar ojos expectantes y no los defraudan. Expertxs en apariciones y desapariciones emocionantes. Artimaña frágil para ver el mundo por primera vez. Ensueños de otros mundos en este mundo. Issac Cordal, MUU, Zagreb. Croatia, 2012

  • Como se lleva a un niño / Liliana Lukin

    Como se lleva a un niño es un libro de poemas sobre lo que he dado en llamar “su ausencia en mí”. Escrito entre enero de 2018 y setiembre de 2020, año de la pandemia, no es, como se podía leer en el anterior, Ensayo sobre la piel, un diario del dolor y la compasión de acompañar en la enfermedad al hermano, sino un diario del duelo por el compañero perdido por la enfermedad. La diferencia esencial, siendo ambos libros sobre el amor, es que Ensayo sobre la piel transita, poema a poema, en tiempo presente, los acontecimientos que llevan a un final, en cambio, Como se lleva a un niño es un libro que empieza cuando el final ha sucedido. El primer poema, sin embargo, es una “lieson” entre ambos libros: escrito dos meses antes de que el final de mi compañero sucediera, en marzo de 2018, es un texto que religa ambos mundos, porque ambos mundos son el mismo mundo, donde una “poética de la experiencia” habla de la continuidad de los finales. Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra. El título del libro, enigmático tal vez, proviene de una cita de Derrida, en Aprender por fin a vivir, la última entrevista. Hace referencia al diálogo interrumpido con su amigo Gadamer, donde, sobre un poema de Celan, dicen: “…hay que llevar el duelo como se lleva a un niño”. Escribir, inscribir el duelo, rodearse de ideas sobre la pérdida, abrigarse en lo perdido, escarbar, estar al acecho de imagen y recuerdo, dar testimonio del trabajo con las emociones, inventar modos de decir y pensar la pasión primera: vivir. Presento más abajo una selección de fragmentos del libro como anticipo para Adynata. 8 Lo que no se parte en dos no estaba entero en sus mitades, lo que no aparece como restos, rémoras, rezagos, es porque no estuvo en el mirar invento, ¿invento? Es como si en cualquier momento fuera a llegar, o estuviera por venir, por tener el alta y volver, sin pensar en imagen ni matiz, él vendría. Siento el eco y creo ver, escucho una imagen y creo sentir, ni voz ni luz, nunca su voz, nunca, escenas, escenografías, instantáneas del archivo del amor que se volvió visual, oral y pensativo, nunca su voz, no táctil, no ya oloroso, el perfume terminado, un mensaje en el grabador del teléfono deja oir su te amo, mi te amo. ¿Quién habla ahí, quién escribió, quién dijo lo que leo y repito sin sonido? ardo de lo mismo que me hiela, deambulo entre lo que aturde, fingiendo movimiento y dirección, de acá para allá, sin pies ni cabeza, a pura rememoración sorda, ciega, muda, rodeada de muebles y objetos que me nombran, sin voz, sin vos. 11-2018 9 La felicidad siempre deja huellas en este mundo. Pascal Quignard Manto de la virgen se llama su caída, florcitas liláceas entre hojas pequeñas, claras, que cuelgan sobre el aire, los vidrios, la luz que no veo del atardecer, arriba. Subo a regar de noche, tardísimo, y de día veo el relato del agua. El me traía ramos de devoción: rosas, astromelias, amarilis blancas, lilium, me traía su cuerpo envuelto en papel de seda que yo deshacía con los dientes. Sus flores y mi jardín nocturno eran mundos separados, mundos mundos de música exquisita con la que me rodeaba, protegiéndonos de la lluvia y de la muerte. 10 Cada vez que hablo de la muerte me quedo sin voz, sin palabras me quedo, afónica otra vez y otra vez y otra vez. Así hasta que estoy llena, plena, de vacío. Cada vez que hablo de tu muerte te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil, constructivo de un consuelo inútil como el olvido. “Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces que vuelven de modo aleatorio no hacen menos amable lo que fue su vida. Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto, mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría. Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda me envuelvo con su bata, me siento a trabajar, me quedo quieta, quieta, en él, con él, y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”, ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”. 17 Cada uno en sus pies, dijo ella, y así era como íbamos, las más de las veces enlazados, él caminaba como danzando sobre el agua y yo sobre la tierra trazaba nuestros pasos sin descanso. El fuego era el aire: a veces no respirábamos y a veces sólo respirábamos. Que buen vivir hubo para nosotros sobre este mundo ¿verdad? Entre el humo y los trazos, acosados por el deseo y la obligación. Qué estrecha forma de estar envueltos en el otro, amarrados al viento, como Ulises, oyendo al viento crecer en las criaturas, y en tanto, hacer y hacer trabajos, y tener nuestros cuerpos en estado de gracia. 18 Él no me piensa ya, está dicho, y para siempre, yo seré su pensativa. “Siempre” es Una cuestión de énfasis, la duración no tiene más que espacio: donde una piedra en el camino me haga sentir el camino, recordaré sus pies, y así cada cosa brillará por su ausencia. No hay en esto más que la sombra de Una vida divina apoyada en la mesa de luz: veo una marca de polvo en el vidrio negro de la tapa, y no lo limpio. Abro este cuaderno y escribo la carta que no recibirá. 19 Es así: reconforta escribir sentimientos para nadie que pueda responder, con tinta negra abrir un blanco, provocar al silencio, permanecer ahí, evocar lo que antes habitaba eso que llamamos existencia escuchar El sonido y la furia como en un campo de prueba donde las detonaciones hacían sonar el péndulo de bronce del reloj que no quise conservar: un diapasón como música atonal para el ojo que ya no me ve. 8-19 21 Yo voy, estuve, vi, decidí pensar y mi pensamiento viajó, lejos no supe hablar, materia de mis ojos esparcida en círculos habla de vos: traída por el amor estoy. Amparar, eso me pedía, que fuera la memoria externa del sistema, eso que como una caricia provee el descanso, la orilla de lo recíproco no pronunciado. Pudo haber habido más de cada cosa, siempre puede haber más, y aunque dábamos el cuerpo entero, imposible de medir la intimidad se derramaba insuficiente, simple y cambiante. Intenso como una prueba de verdad, el tiempo, el tiempo da su sonido, y ahora es un sustituto del amor porque es en la marea del pasado que nos pertenece. 23 Releo una carta, encuentros feroces con cartas donde narraba el fin de esos días aún cercanos a alguien lejano. El relato se me revela como si fuera de otra, me devuelve al lugar con detalles escabrosos pero limpios de dramatismo. Y yo releo, absorta entre la letra y los hechos, abierta en dos, cortada justo al medio de lo que fue su vida. 25 El dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. Hay días sin vos, espacios saturados de acciones y palabras atendidas en los que nada pasado reaparece: y de pronto, como una aguja entrando en una piel, aparece el miedo a perder, aún más que la pérdida, su recordación. 26 Vivir en estado de búsqueda, lujosa en medio de las urgencias, gasto palabras en los huecos de la extenuación, dilapido mi lengua, la lengua amada que en mi boca dejó huella: dilapido la huella como una granada, pequeños granos, moradas del jugo, palabras. Los que no se acercan al dolor es porque no tienen curiosidad. 28 Incandescencia entre mis dedos al destello de lo que no puedo soportar, cuando quema un nuevo pensamiento que no esperaba: lo que cubre mis ojos baña el cuerpo de la historia donde estás, siempre. Testigo ausente, convocado y sutil, adoro recordarte, aunque de meteoro en meteoro no podríamos tocarnos ni la punta de los dedos con que escribo. 31 Me dicen que no hay, en mi escritura, redención desplazo la melancolía como si fuera un valor degradado yo hablo en la lengua para la que el futuro está detrás y el pasado delante: en la sintaxis, el concepto, la gramática, esa lengua que no aprendí habla por mí. Las frases en cursiva corresponden a: Poema 8: Poema de Descomposición, libro de la autora Poema de El Libro del Buen Amor, libro de la autora Poema 9: De un libro de Pascal Quignard Poema 17: Poema de Cartas, libro de la autora Poema 18: Título de un libro de Susan Sontag Título de un libro de Philipe Sollers Poema 19: Título de un libro de William Faulkner Poema 25: De Una pena observada, de C.S.Lewis Poema 31: En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de la unidad del instante del ya y el aún. Completamente distinto a la noción temporal de las lenguas indo europeas. El presente no es una dimensión más del tiempo sino el ámbito donde acontece, en el enlace entre pasado y futuro. El futuro en hebreo cobija en sí los otros tiempos. El verbo hebreo indica si la acción está completa o incompleta, utilizando el modo perfecto y el imperfecto. El perfecto es acción completa (el ya) y el imperfecto es acción incompleta (el aún). En la estructura semántica de las lenguas semíticas el acontecer tiene prioridad sobre el ser. Y el decir (no lo dicho) proviene de su acontecer, no de su carácter linguístico. El decir acontece en el instante cuya temporalidad insta hacia la unidad del ya y el aún. En los Salmos y en el Cantar de los Cantares, el tiempo esta absuelto del pasado y del futuro. (Leonardo Senkman dixit)

  • Post Guardia XVI / Débora Chevnik

    ¡Ay pero! ¡Cómo borbotean esas palabras en esas bocas! Tanto era el horror y el calor, y tanto significaban… que se terminaron volviendo… inaudibles. El ambiente se llenó de haches, de vientos, de voces áfonas. Ya sin esa bruma se dejaba ver la coreografía de los gestos. ¡Lo que eran esos rostros…y esos cuerpos! Al unísono, bien afinados, los gestos y el borboteo. Fibras musculares mecían gritos muy finos y crispaciones muy rubias. La moral, tan prolija como de costumbre, acomodaba hasta las fibras más recónditas. Unas bien indignadas mecían las más íntegras pasiones progres por los derechos de niños, niñas y adolescentes. (¿Algún espíritu animador de convicciones modo dama de beneficencia había reencarnado en esas muecas tan vívidas?) El teatro de las palabras sostenía el teatro de los gestos, que sostenía el teatro de los afectos. Los afectos… Las fibras que sostenían coreografías enlatadas cuidaban las inmovilidades incuestionables de siempre. Se estremecían en acatamientos tan entrañables; y tan foráneos. Espasmos de clase acababan con la marronada en cada contracción. Como orgasmo de burócrata al poner el sello en la hoja y despegarlo con la tinta aún mojada. Cuerpos (con)sumidos en pasiones institucionales desplegaban bailes normalizados. Fantasmas indistinguibles de un fondo monocromo. …y los deseos…sin aparecer. Ausentarse en excitaciones mayoritarias, la petite mort del día a día del Excelentísimo/a/e Señor/a/e Empleado/a/e Estatal.

  • Reflex / Eduardo Magoo Nico

    Recuerdo aún la lengua original. Un idioma de pasta. Madera oliente. Hubo margen para una especie de habla interior. Hay el olvido del idioma y el mensaje eterno. Asqueroso. Hubo una sílaba metálica para decir en la sombra y un nuevo olvido de lo que fue la memoria. Una idea repetida. Un asquearse de los otros que se hacen uno y siempre de uno. Un ciclo en la serpentina del venablo. Una búsqueda en cada límite y con cada nueva resistencia. Me gozo en ese muelle de soberanía escasa. Me gozo en ese muelle de soberbia. ¿Hay alguna idea que supere la idea de ortopedizar el alma? ¿Quiero decir el cuerpo de una mujer? (¿Quiero yo decir el cuerpo de la mujer?) ¿Hay un idioma que haga el olvido de mi propia memoria? Sistema de resistencia y de fallo. En ese fallo me gozo como en un muelle... ¿Perdido el perdedor se pierde lo ganado? ¿Hay un habla por fin que haga el olvido del idioma? ¿Un sistema para perseverar en el fallo? ¿Para reconstruir la trampa no siendo por enésima vez el cebo? En esa abertura blanca sobre lo negro me cierro. Al álamo sombreado del páramo, recogido. Parado, sincero. Hay una ausencia más rotunda que el agujero en el lugar de vaciar. Que el yeso en el lugar de quebrarse. Que la máquina imantada en el lugar de pisar. De ser pisado... Pero he aprehendido que negando lo negado aparece un algo parecido a un sí. Que es no. En ese muelle me hamaco. Junto al álamo donde no estoy. Afortunadamente. Sin un sí. Sin siquiera el sueño del sueño de un sí en mi cuerpo. De un sí para afuera y a lo lejos. Un sí como de otro. Meciéndome muellemente. Como una nueva vacación cada vez. No siendo lo que escribo. No escribiendo. Negándome a saber que solo y solo si. Soy ese sí. Ese cuerpo. En la sombra de las palabras. En el lugar del fantasma. Ortopedia del alma. Algo como dinero-mujeres. Caminar. Arrastrarse. Empujarse con los muñones. Sobre un carrito de rulemanes. Con un bastón. Con muletas. Con piernas mecánicas. Con pelvis de goma. Con prótesis dentales. Con hombreras. Con un aro de yeso. Con un garfio. Con audífonos. Con fajas elásticas, bombacha de goma, ano contra natura, dedales metálicos, nariz de platino. Como sea. Hasta la muerte.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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