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- Sesiones y fantasmas / Ray Bradbury
Lo que hace a una buena fotografia es captar lo que está allí, pero parte de su calidad consiste en que también lo haga con lo que no está. Más que delinear, sugiere. Es una sesión de espiritismo dentro del cuarto oscuro, donde lo que no se ve se levanta de la muerte. Observar a estos fantasmas levantarse de las cubetas es un procedimiento a la manera de Lázaro. Se sumerge a las imágenes latentes en progresivos baños para recordar a las cosas que se han ido hace una hora, un día o la mitad de una vida. El ectoplasma responde. Se dice que un metafísico agudo puede espiar esta materia, como una nube de humo saliendo de las bocas y las narices de los muertos y de los moribundos. El alma, liberada, sale como los pañuelos del sombrero de un mago para desvanecerse en el aire claro. Todo esto raya en lo ridículo a no ser que se escudriñe en los misterios de Aldo Sessa. Entonces uno se lo puede imaginar en el cuarto oscuro llamando de la nada a sus imágenes para darles forma. Lo que no era, lentamente cobra vida. Es como mirar en un espejo empañado y, una vez frotado, ver una forma familiar que emerge. Un fantasma implícito pero escondido. Debemos atrevernos a describir cómo un fotógrafo adivina lo que no se ve detrás de lo que se ve y atrapa ambos en un instante, congelando al fantasma. Así, cuando la niebla se levanta de la cubeta y se derrite para convertirse en carne o en paisaje la buena foto combina la sustancia y lo que implica, tan intimamente fusionados, que si no se tiene cuidado se puede pensar que son uno. Una buena fotografia, como los grandes cuadros, muestra no solamente a una mujer sino a todas las mujeres, es una historia de la carne reducida a una sola pose y a una sonrisa solitaria. Así como el sol de Van Gogh es todos los soles que alguna vez brillaron sobre el campo; o la fuente de coloridas frutas de Cézanne es la exhibición trascendental de naranjas, manzanas y peras; o la Virgen de las Rocas de Leonardo de Vinci es el fantasma pintado detrás de la carne. Miramos a la fuente misteriosa que a todos ilumina a través de la piel, la carne, los huesos y la médula. Leonardo pintó la iluminación que no se puede apagar, aunque ya no estemos en el museo; seguimos caminando con ese origen implícito en nuestros ojos, en la química que baña nuestra retina. Todo esto se nos va de las manos a no ser que, como ya he dicho, se den vuelta estas páginas y se deje a los espíritus en la química que baña nuestra retina. Todo esto se nos va de las manos a no ser que, como ya he dicho, se den vuelta estas páginas y se deje a los espíritus de Aldo Sessa levantarse y llenar el cuarto oscuro para asumir su identidad. Si él fuera solamente un fotógrafo de lo obvio (la piel, la cáscara, la sustancia exterior de las cosas) yo no estaría escribiendo este prefacio. Es un hecho que se las ha arreglado para encontrar y mantener la superficie y el espíritu detrás de la superficie, esto es lo que hace de su recopilación una visión y una clarividencia. Cuando la vida abandona el cuerpo y se convierte en nada más que carne, cuanto más miramos menos encontramos, así que enterramos el cadáver y nos vamos hacia la luz. Reanimemos esa criatura fría, aunque sea por un momento, y pongámonos a examinar el misterio dentro de la forma, la revelación dentro de la máscara. El fenecido F. Scott Fitzgerald no está en su tumba; tomemos su libro y su fantasma se levantará. ¡Ya basta, he dicho suficiente! Todas las imágenes en este libro de Sessa ya no están; sus misterios, reencontrados en el cuarto oscuro, se quedan para nutrirnos con su calidez interior. La tarea de Sessa es mucho más difícil que la de un pintor. ¿Por qué? El pintor envuelve el mundo real con sus ojos y allí hace sus propios cambios y reacciones transmitiéndolos a su muñeca, las manos y los dedos. Puede hacer lo que quiera con el mundo, hacerlo irreal o terriblemente real. Los fotógrafos como Sessa no tienen esta opción. Deben trabajar con lo que hay allí, en tres dimensiones, y convertirlo en dos, y aun así encontrar una cuarta detrás de la mirada obvia. Lo que está debe ser descubierto en un instante de genio y encerrado en la cámara antes de que pueda escapar o gritar. El cuarto oscuro es el momento de exaltación o desesperación. Mientras mezcla sus sustancias, el pensamiento del fotógrafo es "Lo atrapé vivo o lo maté". Lo que llega a la superficie luego de aquel baño ácido asegura su futuro, o automatiza su vida en estaciones de subterráneo a seis poses por sesenta centavos. Fuente: Prólogo del libro de Ray Bradbury y el fotógrafo y art ista plástico argentino Aldo Sessa, Sesiones y Fantasmas / Seances & Ghosts Edición bilingüe español - inglés. Sessa editores 2000.
- Apuntes sobre fotomontaje / Grete Stern
Hace unos años la revista Idilio, de Editorial Abril, dedicó una de sus páginas a la interpretación de los sueños. La tituló: «El psicoanálisis le ayudará». Era un momento en que los conceptos de ideas psicoanalíticas penetraban en todas las capas de la sociedad, y dicha página fue recibida con agrado por el público lector, mayormente femenino. Recuerdo que la parte literaria-interpretativa de la nueva sección estaba bajo la dirección del profesor Gino Germani, bien conocido en el ambiente universitario, que firmaba las notas con el seudónimo Richard Rest. Para la ilustración fotográfica de los sueños interpretados, la Editorial Abril solicitó mi colaboración. Yo les propuse utilizar fotomontajes. El trabajo se desarrolló más o menos así: Germani me entregaba el texto del sueño, copia fiel en la mayoría de los casos, de una de las tantas cartas que se habían dirigido a la Editorial Abril con pedido de interpretación. A veces, antes de comenzar mi labor, conversábamos con Germani acerca de la interpretación. Por lo general ocurría que Germani me presentaba solicitudes referidas a la diagramación: que debía ser horizontal o vertical, o con un primer plano más oscuro que el fondo, o representando formas intranquilas. En otras ocasiones me señalaba que tal figura debía aparecer haciendo esto o lo otro; o insistía para que aplicara elementos florales o animales. Ahora bien, ¿qué es un fotomontaje? Una definición aproximada: la unión de diferentes fotografías ya existentes, o a tomarse con ese fin, para crear con ellas una nueva composición fotográfica. De esta manera surgen numerosas posibilidades para la composición, entre ellas la de juntar elementos inverosímiles. Por ejemplo: una mujer en traje de baño, en una sala de fiesta, guiando un elefante. Además, se pueden distorsionar las proporciones de los elementos que se utilizan en el montaje. De ese modo, no es nada difícil que un niño aparezca sentado sobre una mosca que representa un avión, volando sobre un bosque de repollos. Se puede también distorsionar la perspectiva: un hombre fotografiado desde arriba observa unas torres o árboles fotografiados desde abajo. La perspectiva distorsionada siempre dará el efecto de lo inseguro, de lo inverosímil. Conviene agregar que, en contraste, una perspectiva correcta es imprescindible para otros casos, como el del niño montado en la mosca, pues aquí la perspectiva exacta aumenta gráficamente la veracidad. Hay varias técnicas para la realización del fotomontaje. Se pueden proyectar, por ejemplo, los elementos que lo componen directamente sobre el papel fotográfico por medio de la ampliadora; se mueve la ampliadora según el tamaño deseado; se mueve el papel que recibe la proyección según el lugar que debe ocupar la imagen; se tapan partes del negativo o del papel para que no se proyecte el negativo entero, o para dejar en el papel lugares en blanco para recibir otras proyecciones y evitar que una fotografía cubra la otra, siendo esto último a menudo el efecto buscado. Los montajes que expongo están realizados de otra manera. Primero preparo un boceto, un dibujo a lápiz que indica la diagramación y los elementos fotográficos que compondrán el montaje. Veamos: un fondo de nubes, una playa de arena en primer plano, en la que se ve una botella de vidrio con una chica encerrada en ella. Amplío los negativos de acuerdo a este boceto. Las nubes y la playa las obtengo de negativos de mi archivo. Tomo una fotografía de la chica sentada en la posición que indica el boceto. La amplío a un tamaño que permita colocarla detrás de la botella real, de modo que produzca la impresión de que la chica está encerrada en la botella. Fotografío el conjunto y lo recorto. Luego ensayo el tono de los fondos –el cielo con nubes y la playa de arena– para que den relieve a la botella. También ensayo el tamaño de la botella respecto del fondo, probando qué tonalidad y tamaño relativos me convienen. Yo me inclino por este sistema, que me permite decidir visualmente, no intelectualmente, moviendo e intercambiando los elementos fotográficos, hasta que logro la composición que me satisface. A continuación pego las fotografías en el orden elegido. Si lo considero necesario, agrego elementos gráficos, tales como sombras, bordes subrayados, etcétera. También es útil el retoque en el montaje, agregando o suprimiendo lo que uno desea. En este caso, nos hallamos ante una combinación de elementos gráficos y fotográficos. Otra manera de trabajar, más complicada que la que acabo de describir, pero que produce buenos efectos de espacio, de luz y de sombra, de verosimilitud, es la siguiente: se colocan las diferentes fotografías que integran el montaje, sueltas o entre vidrios, o apoyadas en palitos o cartones, en el orden que les corresponde, como si se tratara de un escenario, si lo veo necesario, puedo dejar algunos elementos fuera de foco. Al fondo, las nubes; la playa de arena más cerca de la cámara y, al final de la playa, o entre playa y nubes, la botellita con la chica. Ninguna fotografía toca la otra. Esto da la posibilidad de producir nuevos efectos por medio de la iluminación. Finalmente, fotografío todo este escenario. El fotomontaje se utiliza también para otros fines. Arquitectos, escultores y decoradores –particularmente los de teatro– lo emplean a menudo. Su aplicación exige un gran control de la perspectiva y de la proporción. A propósito de lo dicho, voy a contar un caso que considero interesante. Un escultor proyectó un monumento a levantarse en cierto lugar de la ciudad. Presentó la figura reducida al concurso correspondiente, y agregó un fotomontaje donde se veía la escultura ya instalada en el lugar que tenía destinado. Para realizar el fotomontaje fue necesario fotografiar primero el mencionado lugar. El escultor eligió el punto de vista, y el fotógrafo debió decir: 1) a qué altura del suelo colocar la cámara; 2) cuál debía ser la posición del sol en el momento de la toma. El fotógrafo hizo dos tomas: una donde el fondo o las partes lejanas presentaban la misma nitidez que las partes cercanas, y la segunda dejando las partes lejanas fuera de foco. La fotografía siguiente era la del pequeño monumento. Aquí también el escultor eligió el ángulo a observar. El fotógrafo tuvo que calcular a qué altura del pequeño monumento colocar la lente de la cámara y, además, debió elegir la posición de las lámparas para que el efecto a producir se correspondiera al efecto del sol en la vista fotográfica anterior. Otra vez se hicieron dos fotografías: una con el fondo en foco, la otra con el fondo fuera de foco. Para la toma final no se pegó la fotografía del monumento sobre la foto de la ciudad, sino que se la colocó frente a la misma, obteniendo así un gran efecto de volumen. También se utiliza el fotomontaje para fines de propaganda publicitaria. En la actualidad, con menos intensidad que hace diez o quince años. Pero siempre es interesante para la realización de tapas de libros, avisos y afiches. Fuera del catálogo presento aquí algunos trabajos míos realizados para propaganda publicitaria. En una librería vi, días pasados, un libro que recomienda y explica la aplicación del fotomontaje. Pude observar algunos montajes poco comunes: la combinación de diferentes partes de caras distintas logrando expresiones insólitas. Para el trabajo de montaje es sumamente útil contar con una amplia colección de revistas. Ver muchas fotografías abre campo a las sugerencias y estimula las ideas. Cuando el fotomontaje se destina a una publicación debemos tomar la precaución de no utilizar caras o figuras de personas sin su autorización. Cierta vez, en un montaje para Editorial Abril, mostré la cara de una chica que se observa la mano. Cada dedo de la misma era reemplazado por la figura de un hombre diferente. Para este trabajo utilicé figuras de modelos de mi archivo cuya conformidad tenía asegurada. Pero me faltaba la figura de un hombre para el pulgar: debía ser bajo, gordo, sin sombrero. Me acordé de una fotografía de un grupo de obreros que había tomado años atrás. Allí estaba el que cubría las características buscadas. Pegué su fotografía sobre el pulgar y entregué el trabajo. Días después de aparecer la revista la editorial me informó que una señora viuda, muy ofendida, se había presentado preguntando dónde obtuvieron la fotografía de su difunto esposo –que era el del pulgar– y quién había autorizado su reproducción. Expliqué los pormenores del caso a las autoridades de Abril y éstas dieron mi nombre y número de teléfono a la señora. Yo estaba dispuesta a asumir las responsabilidades de una situación un tanto imprevista, pero la señora nunca se presentó. No fueron los fotógrafos los primeros que hicieron de este juego con las fotografías un medio gráfico mundialmente reconocido, sino los artistas plásticos que integraban los movimientos Dadá y Surrealismo. Ellos descubrieron en la fotografía un elemento nuevo y distinto para la realización de sus composiciones en combinación con el dibujo y con la pintura. El Dadaísmo fue un movimiento artístico que se creó en Zúrich, Suiza, a comienzos de 1919, es decir, apenas finalizada la Primera Guerra Mundial. Artistas jóvenes, plásticos y escritores de varios países europeos se reunían diariamente en un cabaret de nombre Voltaire. Todos se oponían a la guerra y al nacionalismo e invitaban a artistas de todas las corrientes y al público a participar ofreciendo sugerencias y formulando planteamientos. Entre los primeros figuraron Picasso y Marinetti. En verdad, el Dadaísmo se presentó en contra de todos los ismos existentes: cubismo, futurismo, expresionismo, etcétera. Tenía la intención de inquietar al público. Y este propósito se logró ampliamente. En el cabaret se hicieron presentaciones tan extrañas, tan excéntricas, que produjeron en el público reacciones de gran violencia. En Berlín el Dadaísmo tenía un tono más político. Huelsenbeck, conocido líder de Dadá, era comisionado de las Bellas Artes de la Revolución Alemana. Otros colaboradores de renombre internacional eran George Grosz, extraordinario dibujante, o John Heartfield, que utilizó el fotomontaje para las tapas de los libros de su editorial Malik y aplicó una tipografía arbitraria en los afiches que contenían declaraciones políticas. Otro era Kurt Schwitters, pintor, dibujante y poeta, no comprometido políticamente. Escribió largas poesías compuestas sólo de sonidos, que él mismo recitaba cantando, gritando, silbando y bailando alrededor de una estatua en una galería de arte de Hannover, donde vivía. Todo esto se parecía a las presentaciones que se efectuaban en Zúrich y es, a cincuenta años de distancia, el antecedente directo de lo que hoy se da en llamar «happening». Schwitters hizo montajes utilizando fotografías, papelitos, botones o cualquier otro objeto que encontrara en sus paseos. El fotógrafo Man Ray pertenecía a Dadá. Era norteamericano, pero fijó su residencia en París. Presentó los rayogramas, que eran fotografías sin cámara, esto es, juegos de luces y de sombras de objetos sobre material negativo y positivo. En 1924, poetas y artistas plásticos –gente joven, todos ellos, entre los que se contaban algunos adolescentes– fundaron el movimiento Surrealista, que puede entenderse como una continuación de Dadá, con mayor importancia y gravitación en lo que hace a su influencia, a sus exigencias y, en consecuencia, a lo que realizó. Nombraré algunos de los más conocidos artistas plásticos del Surrealismo: Dalí, Tanguy, Magritte. Y otra vez, el fotógrafo Man Ray. Uno de sus montajes más difundidos es aquel que representa los hermosos labios de una mujer en un cielo cubierto de pequeñas nubes, sobre un paisaje oscuro, neutro. Lo llamó À l’heure de l’observatoire les Amoureux (En la hora del observatorio los amantes). Un detalle a subrayar: el título de un fotomontaje juega siempre un papel muy importante. André Breton, jefe del Surrealismo, dijo en una declaración del movimiento: «Para mí la imagen más fuerte es la que presenta el mayor grado de arbitrariedad». Una interpretación de estas palabras sería la que sigue: en Dadá y en el Surrealismo se hacen presente restos del Romanticismo del siglo pasado, junto al rechazo de todo lo conocido y a una enorme valoración de la invención. Hoy estamos viviendo en la era de los inventos, de los platos voladores, de las máquinas que reemplazan al hombre en sus labores habituales, y otras cosas que nadie hubiera creído posible en 1930. Un año antes del nacimiento del Surrealismo, en Alemania surgía otro movimiento, que se llamó Die neue Sacalichkeit (La Nueva Objetividad), que buscó la presentación de la imagen objetiva, contra todo sentimentalismo. En efecto, la fotografía puede ofrecer la representación objetiva de una cosa, especialmente si la muestra sin ambiente. Muchos artistas Dadá hicieron autorretratos combinando la objetividad de una fotografía recortada con el gesto romántico-inventivo personal. En una obra que se llama Máscara para insultar a los estetas, se ve medio cuerpo de mujer, el vestido escotado adornado con una rosa, el óvalo de la cara cubierto con un montaje de fotografías y de recortes de diarios. Para terminar voy a describir los anuncios –fotomontajes– reproducidos en un libro dedicado a Dadá y al Surrealismo. El primer anuncio es del año 1906, de una revista inglesa, realizado con evidente ingenuidad. Se ve una multitud de hombres y mujeres bien vestidos y, en el fondo, una fábrica con sus correspondientes chimeneas. En el cielo gris, planeando sobre todo el conjunto, un corsé con ligas, tal como lo usaban las mujeres de aquel tiempo. Al pie se lee: Party in the garden of the Royal Corset Company (Fiesta en el jardín de la real compañía para corsés). El otro anuncio es del año 1936, de una revista para ropa femenina. Está presentado con habilidad publicitaria. Se ve un óvalo de cara, cortado de tela lisa; hilos de lana de tejer forman el cabello; dos botones en lugar de los ojos; otro hilo simula la nariz, y un pequeño cierre relámpago semiabierto es la boca. La leyenda dice: Most slide fasteners suffer from exposure. La traducción no es fácil, pues da lugar a una doble interpretación. Puede significar que la mayoría de los cierres relámpagos quedan abiertos, o que los muy «vivos» sufren, precisamente, por ser demasiado «vivos». Discutir si la fotografía es un arte o no me parece un malgastar el tiempo, porque el terreno de las definiciones es infinito, trillado y controvertido, y ninguna definición podrá negar la importancia que tiene la fotografía en la vida social, política y expresiva del hombre de hoy. Para mí, en todo caso, la fotografía es un medio con el que me expreso y que requiere, como afirma Julio Cortázar en su cuento Las babas del diablo, que se posea «disciplina, educación estética y dedos seguros». Fuente: Texto leído en el Foto Club Argentino, Buenos Aires, septiembre 1967, y publicado en la revista Fotomundo, número 310, Buenos Aires, febrero 1994 .
- Atrapado / Tomás Benitez
Un chico atrapado en su habitación. No lo dejan salir y ser libre. Entonces el chico decidió escapar de esa prisión, pero su padre no se lo dejaría tan fácil para que escape. Quiere que esté encerrado en su habitación y en esta casa para siempre. El chico no le hará caso e intentará no ser atrapado mientras corre y se esconde pero primero tiene que encontrar a sus hermanos y una reliquia de su madre, que ya no estaba en este mundo. Su padre había escondido la reliquia. El chico había encontrado a uno de sus hermanos que estaba encerrado en una jaula y su hermano le dice que escape él, que después puede venir por nosotros. Antes de irse el hermano le da algo: era la reliquia envuelta en papel. Se fue a encontrar la salida de este lugar. La encuentra pero aparece su padre y empiezan a pelear. El chico agarra un ladrillo y se lo parte por la cabeza. El padre cae al suelo. El chico ve la salida para irse y antes de salir el padre le dice: –Billy ¿por qué quieres escapar? El padre dice el nombre del chico y porqué quiere escapar. Billy agarra un papel del piso, un lápiz roto y escribe: Quiero Ser Libre Se lo lanzó a su padre. Lo escribió porque Billy es mudo, salió de la casa y vio lo que era ser libre: un mundo devastado por las guerras. Y dijo en su mente: todavía no soy libre. Agarró la reliquia envuelta, la desenvolvió y era una máscara. Se pone la máscara y empieza su historia de buscar su libertad. Nota: Texto e imagen producidas en el espacio de audiovisuales de la escuela secundaria del Centro de Formación Profesional N° 6 de Parque Chacabuco coordinado por la profesora Verónica Velasquez Ulloa.
- La oscuridad de la soledad / Thiago Rojo
Cuando estoy en mi casa siento que estoy en un sitio muy oscuro pero a la vez siento una soledad que da mucha felicidad, siento que estoy en un lugar donde puedo ser yo mismo y no estar en el mismo mundo donde la gente te hace mal y te tira abajo. Siento que puedo ser yo y vivir libremente, cuando me voy de mi casa no me siento libre, porque siento que estoy atado en un mundo muy malo y no puedo encajar muy bien con las personas porque da miedo encajar, es mejor estar solo y no resaltar entre las multitudes y no meterte en lugares en donde tener que trabajar con personas. Cuando me siento que ya no puedo mas con todo lo que está pasando en este mundo donde la gente es muy mala y no respeta al otro, me voy a mi lugar en donde puedo tranquilizarme y olvidarme de todo este infierno que paso día a día. Lo que más me gusta es cuando se hace de noche y vuelvo a mi casa y estar solo en mi cama y estar mirando un agujero que esta en mi cama que me lleva a otra galaxia en donde la oscuridad se juntan y siempre se vuelve lo que más disfruto en la vida… Nota: Texto e imagen producidas en el espacio de audiovisuales de la escuela secundaria del Centro de Formación Profesional N° 6 de Parque Chacabuco coordinado por la profesora Verónica Velasquez Ulloa.
- Urdimbre / Vanesa Neila
Lecturas de borde para tiempos feroces Anne Dufourmantelle I Cuando una palabra aparece, un mundo nace con ella. De lo clandestino a lo íntimo, de lo inaccesible a lo revelado, del complot al desvelamiento público, el secreto se ha convertido en una clave individual de identidad. La idea de una verdad sagrada y ocultada cuyo acceso sólo les era permitido a los dioses no permite percibir que es un proceso vivo. Lo que está oculto está sujeto a una atemporalidad congelada, escondido para toda la eternidad. En el secreto en cambio, existe un devenir. Evoluciona como el sujeto que lo guarda. Por eso mismo se lo quiere poseer, captarlo porque es justamente aquello que escapará para siempre. En su etimología latina secreto significa “poner aparte”. Junto con el sermón y la dimensión de lo sagrado están ligados a lo inefable, vinculados en la memoria de la lengua. El secreto suprime las fronteras que separa a los vivos de los muertos, lo divino y lo profano, lo solar de lo nocturno, el silencio de la palabra. Respetando el espacio íntimo del otro, haciendo alianza con la noche sin querer ponerle fin. ¿Qué es lo inconfesable? El origen está en la infancia, ese territorio estriado de cosas escondidas: momentos de vergüenza y placer, miedos, descubrimientos e iluminaciones, fantasmas. Es una intensidad múltiple, iniciación ininterrumpida. El secreto comienza con el cuerpo. Nuestros cuerpos son el archivo de otros cuerpos, otras memorias. Está compuesto por células preexistentes, incluso el secreto del último aliento está allí, la muerte agazapada en la condición tisular bajo la farsa del envoltorio carnal. Cuerpo que va a transmutar en singularidad. Al secreto primero del momento de nuestra muerte le responde otro secreto, el de Eros. Tánatos y Eros conviven sabiendo que somos los hijos de una habitación obscena. ¿Cuál es la parte colectiva de los fantasmas que cobijan a un individuo? Defender el secreto del cuerpo es resistirse a hacer de el un bien perfecto, una producción capital. Es verlo como un templo. Pasar a estar del lado del secreto es convertirse en psicoanalista. Es elegir la penumbra y ciertos silencios, no cesar de ser migrante. Apuesta arriesgada de imaginarse deshaciendo los guiones prefabricados de pasados dolorosos para inventar otros más abiertos y vivos. Siendo como instrumentos que se ponen de acuerdo en la orquesta para descifrar la partitura desconocida. La gracia está en el acontecimiento. El misterio es un horizonte, devenir secreto del mundo. II ¿Cedemos a la dulzura o la provocamos? Puede llevarnos hacia aquello que en tiempos de guerra se llama “el frente”. La dulzura pertenece ante todo al paladar, a la memoria de la succión del recién nacido. El gusto de lo azucarado es su universal metáfora. Lo azucarado y la miel. Es un olor a leche, a higo y a rosas. A todos los olores amados que nos hacen volver a nuestro cuerpo primero, un cuerpo antes del cuerpo, tanto espiritual como sensorial. La dulzura hace pacto con la verdad por eso es una ética temible. No puede traicionarse. La dulzura es política. No se pliega, no otorga ningún plazo. Ninguna excusa. Es un verbo: se hace acto de dulzura. Concuerda con el presente e inquieta a todas las posibilidades de lo humano. De la animalidad guarda el instinto; de la infancia, el enigma; de la plegaria, el sosiego; de la naturaleza, lo imprevisible; de la luz, la luz. III Correr el riesgo de la infancia es no olvidar que fuimos niños. ¿En qué consisten su peligrosidad, su poder de contagio? La infancia es la única experiencia metafísica que todos hemos tenido con la sensación de que hemos visto el revés del mundo. Más tarde vendrá el olvido. La infancia presente en la edad adulta no tiene nada que ver con aquella en pretérito, la que hemos arrullado dentro de nosotros, de la que hemos vuelto a dibujar cuidadosamente el contorno, falsificado el ambiente, reescrito la cronología con álbumes de recuerdos. Hasta hablar de ella es difícil, ya que es a partir de un exilio irremediable que las palabras nos son dadas para hacerles señas. Haber esperado con todas las fuerzas que algo sobrevenga es haber sido un niño maravilloso, inconsciente, cambiante, que se aferra a un sueño con animales de peluche. Su secreto es compartido. El mundo le habla y él dialoga con el mundo familiar, inclusive con los fantasmas. Lo desconocido es domesticable, todo niño lo sabe. Esta íntima seguridad le permite pensar mientras libera sus sueños. Pero luego sobreviene algo, como un rayo. Puede ser un “no” pronunciado casi inadvertidamente que haya generado otro rostro posible para lo real. Podrá ser una caída en bicicleta o una promesa no cumplida. Una falla revelando en ese paisaje desconocido, una línea de horizonte puesta al desnudo. Y es ahí, es ese lugar impensable que el niño será dejado solo con el desvanecimiento del amparo. Tal experiencia que puede durar minutos u horas, si es verdadera, es decir si no es desmentida ni disfrazada, será fundadora. Es otro mundo que aparece en el reverso del mundo, que estaba escondido allí en su espesor mismo como envoltura protectora. La realidad nunca volverá a ser la misma. ¿Quién habría podido creer que el genio saldría de la botella en el lugar donde uno llora? El rayo en este cielo nos hace entrar en un mundo donde el asombro se vuelve posible puesto que algo se posó justo allí, a la orilla de la página, de tus ojos, en la incompletud del mundo y de todo deseo. Que dice que perderse no es definitivo, que el equívoco está en el corazón del lenguaje pero que uno puede hablar de todas formas, puede estar abandonado todo el tiempo y no obstante, respirar. Amar también. Eso de arriesgarse a la infancia no existe, ella es quien se arriesga en nosotros. La pregunta es: ¿se podrá darle la bienvenida?
- Con la carne pegada al hueso / Mara Luft
Me despierta el rocío fresco que cae sobre mi frente, los árboles bisbisan. Hace 4 días no se sabe nada de Maruja, la nena de Irma que se fue a jugar entre los naranjales, allá en el patio de atrás y la pobrecita no volvió. Tenían que ver ustedes la cara de asustados que tenían los parientes cuando fueron a buscar y no la encontraron. Se la engulló la tierra , les dije. Nunca me creen. Es por la psicosis, vi tantos doctores que ya ni me acuerdo. Yo no sé qué es, pero psicosis no es. Es otra cosa, un mal que se me trepó en la nuca a los 16 y ahí se quedó. Yo no más escucho la vocecita de Maruja que debe estar siendo masticada despacito por esta tierra mala, no logro entender qué dice, pero habla. Todavía no grita, pero llegará el día, y ahí nadie va a poder vivir acá porque será insoportable. Ando con cuidado. El aljibe es una cosa fantástica para los que no son de acá, ando cerca con respeto, no sea cosa que también me trague. Es tan oscuro, como si te metiese el alma hacia adentro en una negrura espesa e indecible. Hay tantas cosas tácitas, acá nadie habla. Todas las tardecitas vuelvo a la casa de la tía Elvira, la única que me soporta y trata decentemente. De mis antepasados nada sé, solo las historias que ella de vez en cuando me contaba. Dice que llegué acá solo, ya de grande y muy perdido. Ella me cuida, anda diciendo que soy un oráculo porque mis puertas están abiertas hacia adentro . -Pobrecita la Maruja, se habrá perdido, quizás le agarraron los pumas allá al fondo. Cirilo, si sabés algo deciles, esa pobre familia está desesperada. Y la Maruja muy inteligente no es, vos también sabés que tiene un algo, a mí no me vas a mentir, ese miércoles cuando te conté, vos ya sabías. - Elvira me zamarroneaba para que suelte la lengua que está amarrada hace tanto tiempo. Yo no puedo hablar, balbuceo a veces y sólo Elvira me comprende. No sé qué pasó. Sí sé que la nena algo tiene, porque no se llevan a los comunes allá atrás. Elvira no les advirtió sobre esta tierra del mal. Por eso vinieron tantas familias con los hijitos. La tía hizo mal. Ahora ellos temen, y hacen bien. Hacía tiempo que había percibido que Maruja tenía una enfermedad no diagnosticada, o mal diagnosticada, los padres vinieron de muy lejos creyendo confiados en la palabra de la tía Elvira, les dijo que estas tierras son fértiles para el cultivo . Fértil es, pero buenita no. Elvira se siente sola hace mucho, desde que mi familia se fue, se quedó solo ella acá, pobrecita. Entonces ofertó las tierras -que también estaban más solas que perro malo porque ya nadie las trataba para cosechar-. Y ahí vinieron unos cuantos para trabajar las tierras y prosperar. El Progreso se llama este lugar. De tanto andar, y de la enfermedad mía, sé que esta tierra es fértil porque se alimenta de la carne pegada al hueso, se devoró a tantos que ahora no paran de florecer todo tipo de árboles. Una vez escuché a Elvira hablar y decir que los colonos se quedan contentos con sus cosechas y frutos, deben ofrendar a un ser querido para que la tierra también quede contenta . Yo le creo. En pocos días vinieron de todos lados para buscar a la nenita que se perdió entre los naranjales, allá atrás, pero las ganas se desgastan, en sus ojos se nota la desesperanza, y el temor. Maruja no aparece, varias tardes cayeron y amaneceres brotaron. Nuevas naranjas se hinchan en las ramas puntiagudas, el rocío no alimenta, corroe. La mamá llora y el papá se enoja aferrado a la botella de vidrio, están perdiendo la fe. Pero insisten. Ellos seguirán buscando a Maruja, mientras las naranjas engordan deliciosas, y la tierra sigue engullendo y masticando despacito su carne pegada al hueso.
- ¡Ay...!, la escucha / Marcelo Percia
Se suele distinguir entre oír y escuchar. Una canción para dormir se escucha, no se oye. Se escucha la ternura de una voz que acompaña, que calma, que cobija. Heidegger (1927) dice que el escuchar aloja al oír. Se oyen sonidos o ruidos indistinguibles, pero se escuchan carretas, motores, pájaros. O, como diría Barthes (1976), se oye con el cuerpo, se escucha con el pensamiento. Hay una escucha que ve pasar voces como en una película muda. Una escucha que aprende a leer los labios sellados en un paisaje enmudecido. Para habitar el mundo sin enloquecer, la audición necesita silencio. Oigo un sonido incesante, monocorde, ondulante, extendiéndose a mi costado mientras camino. Escucho el mar porque lo sé. Entonces, siento en mis orejas caricias de sal. Sensaciones de los inicios de la vida acaecen diluidas en los sonidos del mundo. Después una lengua enseña a escuchar. Con el tiempo ese pasaje se olvida. Se escuchan amenazas y peligros, protecciones y pertenencias, llamados y reprimendas, confianzas y gratitudes. Hay una escucha que actúa como vocativo de los comienzos. La oración con la que la tradición judía comienza y termina el día: Shemá Israel, Adonai Elohéinu, Adonai Ejad ( Escucha Israel, Adonai es nuestro, Adonai es Uno ). Recordatorio de que la servidumbre espiritual resulta preferible a la servidumbre de las pulsiones. O la línea con la que comienza a cantarse el himno nacional: ¡Oíd mortales! Una interpelación que recuerda que vamos a morir. Y que, también, anuncia, proclama, exhorta. Reich (1945) escribe Escucha, pequeño hombre . Un texto que denuncia miserias del sentido común que “cuanto menos comprende más dispuesto está a venerar” . Un manifiesto que advierte sobre el peligro de apoltronarse en las comodidades de un sometimiento elegido. En Reich, hay una escucha que clama por el despertar de una época que marcha, con docilidad sonámbula, en dirección de un abismo. Se siente destrozada. Cuenta los hechos, los relata día por día, hasta concluir en este agotamiento en el que vive. ¿Cómo se escucha una desesperación? Dice que necesita afirmarse en lo poco que puede para no perderse en la confusión. En esa voz que tiembla, la palabra poco suena enorme. ¿Cómo escuchar la enormidad de lo poco, eso que la desesperación no puede percibir? Hay una escucha que vuelve a escuchar, que detecta lo inadvertido, que alumbra el nacimiento de un común oír . Se llama escucha a un común oír. Cuando lo común se antepone al oír, acontece el escuchar. Tal vez se llame empatía al hipnotismo del dolor. En la tradición hebrea se conoce una escucha mayúscula: la de los profetas. Una escucha de la palabra de dios que, si no se reduce a una revelación o a una advertencia moral, se podría pensar como súbita percepción de que, en cada palabra interceptada, hay una lengua que delira. Profetas no hablan por su cuenta, prestan sus voces para hacer escuchar un habla que prescinde de la voz tal como la conocemos. Profetas alertan sobre la necedad: una negativa a escuchar, sorda y engreída. Profetas escuchan la palabra de dios, pero los pueblos no escuchan la palabra de los profetas. Jeremías, Ezequiel, Isaías, reiteran esa queja: “Pueblo tonto y necio que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye” . Las palabras deliran cuando se dicen sin que nadie las escuche. Hay una escucha que pretende singularidad. Una singularidad que consiste en un guiño, en un énfasis, en una afectación. En la soberana expresión de una vida que no tiene nada que decir. Cada existencia necesita encantar su nada. Tener derecho a esa magia. Entre el decir y el escuchar se expanden galaxias. Hay una escucha que derrama tiempo en lo escuchado. Que propaga lo dicho sin hacerlo rebotar contra las paredes macizas del entendimiento. Que interroga cada pensamiento como si se tratara de un sueño. Y hay, también, una escucha que no escucha: que acompaña sentimientos como a infancias que no tienen palabras para nombrar lo que les está pasando. Miguel de Unamuno (1931) escribe El poder de la palabra , un ensayo breve que se conserva grabado con su voz serena y envejecida. El texto, que comienza reivindicando la oralidad, podría llamarse también potencia del habla . Dice allí: “Y lo que es menester, es que la gente aprenda a leer con los oídos, no con los ojos. La palabra es lo vivo” . Luego de pensar vocablos como semillas aladas acunadas por la brisa, agrega: “Yo temo por mi parte, que mueran mis palabras en los libros y que no sean palabras vivas, porque he vivido siempre, de hacer, de vivir de la lengua” . Piensa las palabras como juguetes que animan escenas fabulosas, que sirven como armas de odio, que se pueden abrir para averiguar qué tienen dentro. Las preguntas ¿cómo estás, cómo te sentís, qué te está pasando?, invitan a escuchar la vida, a palpar sensaciones, a remover memorias de los días. Preguntar, escuchar, palpar, remover: infinitivos de una escucha tendida para una y mil noches. Hay una escucha que escucha recogiendo tonos, ritmos, timbres, suspiros, acentos, silencios. Una escucha que escucha rememorando. Una escucha que escucha sabiendo lo no escuchado. Recogiendo , rememorando , sabiendo : gerundios que provocan escalofríos en las orejas. Sonidos adormecen, calman, excitan, perturban, inquietan, se amplifican con los ojos cerrados. Hay una escucha que apoya la oreja en la puerta prohibida. Y hay también una escucha de la confesión. Una escucha de la culpa, del pecado, del arrepentimiento, del desahogo, de la penitencia, del perdón, de la fe. Y hay una escucha que detecta y detiene reacciones. Que evita la precaución, la alarma, el fastidio, la impaciencia. Que intenta escuchar a los costados de una moral, sin dejar de preguntar qué significa cuidar. ¿Cómo darse a la escucha de una voz que piensa quitarse la vida o que confiesa que, para estar así, prefiere morir? ¿Cómo darse a la escucha de una existencia herida y desahuciada que se anima a pensar en el fin? ¿Cómo darse a la escucha cuando está en juego un mañana? Hay una escucha que se da a lo que puede, a lo que la excede, a lo que no sabe o no quiere escuchar. Y hay una escucha que piensa lo escuchado esperando que se abra un portal. Un portal puede pensarse como entrada a lo espiritual o a la fantasía, como pasadizo a un mundo paralelo o a otra temporalidad. También como agujero de gusano astrofísico. O sólo como confianza en una senda inesperada. Escribe René Daumal (1944) “La puerta de lo invisible es una puerta visible” . Hay una escucha que no atiende estrictamente lo escuchado. Una escucha que desencadena y solicita resonancias. Resonancias inundan conversaciones. Expanden y ahondan perplejidades. También hay una escucha no sólo sonora. Una escucha que sabe que una vida se dice de muchas maneras. Llamamos vida al deseo de contar lo que nos pasa. Al desborde de los nombres. A los sonidos que envuelven a todos los sentidos y a cada sentido que envuelve a todos los sonidos. Llamamos vida a una falla del entendimiento. A los suspiros que no constan en ninguna memoria. A las huellas que avisan que alguien o algo ya estuvo aquí. A querer hacer muchas cosas al mismo tiempo, porque todas nos atraen y nos gustan. Llamamos vida a lo que “ama esconderse” o “tiene el pudor de no mostrarse” . Como dice una proposición atribuida a Heráclito. Hay una escucha que no sólo señala, marca o subraya algo dicho, sino que lo hace reverberar, sin apagar sus persistencias ni desoír sus insidiosos enlaces. Se podría decir también que hay una escucha que escucha con la mirada. El poema de Wallace Stevens (1955) Trece maneras de mirar un mirlo da a entender que mirar quiere decir volver a mirar lo ya mirado trece veces o más. Sólo un verso: “No sé qué preferir, / La belleza de los acentos / O la belleza de las insinuaciones, / El mirlo silbando / O el instante después” . Hay una escucha que se pregunta: ¿cómo escuchar?, ¿qué escuchar?, ¿qué no estoy escuchando? Y hay una escucha que se afirma en no querer entender. Pero, ¿cómo escuchar sin entender? Hay una escucha que discute ideas que se le anteponen. Que pone en cuestión creencias que deja rodar, en la conversación, con ironías, exageraciones, parodias. Hay una escucha que conoce que para desentenderse de los lugares comunes, se necesita percibir los lugares comunes. Darle audición a las voces acechantes de una época. Y hay, también, una escucha que escucha para atrás, que retrocede los cuadros de una película para vislumbrar cómo llegamos a lo que se está escuchando. Una escucha que se sabe en una conversación siempre ya empezada. Aunque se intente dejar de oír tapándose los oídos no se puede dejar de escuchar. La noche del 23 de diciembre de 1888, Van Gogh se corta la oreja izquierda tras una discusión desesperada con Paul Gauguin. Unos días antes había recibido una carta de su hermano Theo en la que le anunciaba su casamiento. Luego de vendarse la cabeza, entre ga envuelto en un pañuelo el cartílago mutilado a una mujer que trabaja en el café al que concurre todos los días. A la mañana siguiente, lo encuentran en su habitación desvariando por la hemorragia. No recuerda lo que pasó. Lo llevan al hospital de Arlés. Hay una escucha controversial. En disputa con el tener que entender, con las supersticiones del sentido común, con la suposiciones que anticipan, con las expectativas y las misiones correctivas. Una escucha en contra de las versiones establecidas. Pero, ¿cómo poner en cuarentena escuchas que sabemos contaminadas? ¿Cómo ignorar alertas automáticas que se activan ante ciertos enunciados y palabras? Hay una escucha asertiva y terminante. Y hay una escucha que asciende segura y que, de a poco, languidece en preguntas. Como sucede con la escritura de Juan L. Ortiz que comienza con una entonación que cambia en el curso de un mismo verso. En la poética del autor de En el aura del sauce , la omisión del signo de apertura de la interrogación provoca, muchas veces, que nos demos cuenta de que estábamos leyendo una pregunta creyendo que se trataba de una afirmación. Escuchemos: “ No oíste / que los pájaros cantaban, cantaban por el corazón de la lluvia?” . O en otro momento: “ Y eso que, del imposible / casi, de su secreto, se deshace y se deshace, y por el sueño, /aún, de una bruma / de vidrio…?” . También hay una escucha que se da como plan de fuga, como conspiración, como sospecha de sí. Una escucha que propone pensar así y asá o, también, asá y así , sin concluir en así ni en asá . Generosas y urgidas razones hospedan desesperos que quieren entender lo que no entienden. A veces calman culpas, reproches, ensañamientos. Otras no hacen nada. Otras intensifican devaneos interminables sobre cómo o por qué ocurrieron las cosas. Hay una escucha trágica y desdichada. Una escucha asamblearia. Una escucha que, a sabiendas de su infortunio, agita la comicidad de las orejas. Una escucha que intenta flotar a dos metros del suelo (como decía Arthur Bispo do Rosário de las locuras y los picaflores). Y hay aún una escucha descarada. Una escucha procaz, atrevida, indecente y, a la vez, íntima y confidencial. Francesc Tosquelles (1992), que participa del movimiento político, cultural y de salud mental de la Segunda República Española, en tiempo de la Guerra Civil, pensaba que las trabajadoras sexuales podían transformarse en enfermeras del alma, que había en ellas una escucha sin miedo a la locura, a la desolación, a la ruina de los cuerpos. Cuántas cosas se dicen sin que se las escuche. Cuántos llamados se callan por no molestar o por temor a que nadie acuda. Hay una escucha que sabe que reconocer no equivale a escuchar. Una escucha que no se adelanta ni se apresura a identificar algo ya conocido en lo escuchado. Una escucha que trata de prescindir de modas y cánones. Una escucha dada a lo inaudito. Una escucha que no pasa de largo o con indiferencia ante una obra de arte o una idea no consagrada. Hay una escucha que escucha lo desoído. Lo que permanece ausente a pesar de que se lo mencione o se lo registre. Lo desoído acampa indocumentado en una conversación. Octave Mannoni (1973) advierte, en El Quijote de la Mancha de Cervantes, que mientras Quijote suele decir “¡Escucha bien lo que digo, Sancho!” , su acompañante, montado en un asno, repite con frecuencia “Escuche vuestra merced bien lo que dice, mi Señor” . Aunque Sancho hace un llamado al sentido común y al buen juicio, el improvisado escudero nunca afirma “Escuche, Señor, lo que yo digo” . Mannoni sugiere que esa modesta intervención compone el grado cero de la escucha analítica. Hay una escucha que escucha en forma figurada. Y, también, una escucha digresiva que cree distinguir otros hilos en un hilo. Una escucha en común como la del amor. Y, aún una escucha de lo verosímil. Una escucha concesiva con la duda y con la súbita afirmación de lo que se dice sin plan. Una escucha que comenta lo escuchado, una escucha intertextual, una escucha de la expresividad, una escucha que cambia el escenario de lo escuchado. Una escucha que conserva lo dicho para mencionarlo después. Una escucha que escucha más tarde. Una escucha de estereotipos, clisés y frases hechas. Una escucha de la simulación, de la modestia, de la coquetería. Una escucha que se pierde por falta de referencias. Una escucha que acentúa. Una escucha de la alusión y una escucha de la connotación. Una escucha de una lengua extranjera en la lengua materna. Hay tantas escuchas como secretos del habla. También hay una escucha que se resiste a la inmediata consonancia con algo con lo que se acuerda. Hay una escucha que escucha “No soporto vivir en este país de mierda”. Y hay una escucha que dice “ Sí, pero expandamos lo que se está diciendo para separarnos lo suficiente antes de encontrarnos (o no) ahí” . ¿Cómo se escucha la disonancia, lo que violenta o supone discusiones? Hay una escucha que escucha con una memoria y con una sensibilidad. Una memoria que evoca, olvida, asocia, conecta. Y una sensibilidad que se abre, se estremece, tiembla, se endurece, se cierra. En tiempos de crueldad hay una escucha abatida. Una escucha del desánimo, del abandono, del sin sentido. Una escucha de furias y protestas contenidas. Oídos se sellan con cera para protegerse de lo insoportable. Lucideces desfallecen sin un común aliento soplando en los oídos. Hay una escucha que se tiende como una red sobre lo escuchado para desaprenderse de sí. Escribe Lezama Lima: “las palabras son una red que apresa silencios, prendido el silencio, se disuelven las palabras” . Hay una escucha que no sabe qué hacer cuando una voz habla sin parar, ¿se interrumpe para poder escuchar o se escucha la vertiginosidad? Hay una escucha que sabe que quien habla busca consentimiento, aprobación, piedad. Hay una escucha compasiva y una escucha complaciente, una escucha pudorosa y una escucha salvífica, una escucha docta y una escucha sin solemnidad. Y hay, también, una escucha gustosa de levedad. Estar escuchante se puede describir como estar tendido en un diván ubicado en el centro de un estadio repleto de oídos voraces. La atracción y el miedo, la ovación y el silencio. Una soledad poblada. Hay una escucha de lo ausente que se pregunta si lo espera o lo llama. Hay una escucha subyugada por lo que no está, por lo que falta, por lo que no vino a la cita. Una escucha desatenta con lo dicho. Una escucha pendiente de lo sin decir. Y hay una escucha que se propone hacer audible lo audible. Escribe Oscar Wilde (1891): “El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible” . Hay una escucha que se siente discípula de la mirada y una escucha que también aprende a olfatear, tocar, saborear, oír. Hay una escucha que interrumpe no por impaciencia o porque no hay más tiempo, sino para rodear de silencio algo que se acaba de decir. Una escucha que invita a la soledad. Una interrupción que quiere hacer durar lo que se está escuchando. Un pliegue o una arruga a la espera de una próxima vez, o de un sueño, o de un recuerdo que tal vez llegue dentro de algunos años. Hay una escucha que propicia intervalos, llamadas, citas, memorias. Hay una escucha de la reanudación que convive con el olvido, como ese verso de María Elena Walsh que relata “Hice un nudo en el pañuelo. Pero me olvidé después” . Nancy (2002) observa la concurrencia de un registro sensible y un registro inteligible en el acto de escuchar. En una escucha se actualizan memorias en las que lo sensible y lo inteligible se mezclan, historias personales que se confunden con los enunciados posibles de una época. Hay una escucha que se ofrece como lugar en el que una existencia se da a la palabra esperando recepción. Llamamos recepción al momento de un común escuchar. A la acogida de soledades que se saben entre sí. Al relevo de una vida cansada de tener que afirmar su existencia cada vez. Hay una escucha clasificatoria y hay una escucha viviente. Y, en cada escucha, están todas las escuchas. Hay una escucha que expande un decir, lo propaga, lo sacude, lo hace crecer en otros oídos. Una escucha que hace crecer orejas a las palabras, ¿además de las que ya tienen? Hay una escucha que recusa lo tácito, que practica la suposición, que infiere, que se precipita a completar lo no dicho o llenar la frase sin concluir. Tal vez lo tácito en una conversación resida en el amor. Hay una escucha que se vierte, que se da como recepción acuosa, húmeda, espumosa. Una escucha derramada, esparcida como ramas que se separan de un tronco. Hay una escucha que atraviesa la comprensión para liberar resonancias. Se conocen tantas escuchas como verdes en un bosque, como ocurrencias en sus hojas, como perfumes en sus noches. Hay una escucha de la tristeza (¿cómo se escucha el habla apagada?). Hay una escucha de la desesperación (¿cómo se escucha la voz del desasosiego?). También hay una escucha de la amargura y el desánimo (¿cómo se escucha una lucidez desencantada?). Y hay una escucha de los contentos (¿cómo se escucha una alegría que se celebra?). Y hay una escucha del no tener ganas de hablar (¿cómo se escucha esa mudez aturdida y cansada?).Y también hay una escucha de la angustia (¿cómo se escucha una angostura que estrecha la vida dejándola sin aire?). Bion (1970) recomendaba escuchar sin memoria y sin deseo . Pero, hay una escucha poblada de concurrencias, mezclas, confusiones. Entonces, ¿cómo escuchar por primera vez? Hay innumerables escuchas en una escucha, entre todas ellas, tal vez, se abra paso una que se da a la conversación por primera vez. Se llama primera vez al acontecimiento de una escucha única. Puede tratarse de algo oído muchas veces que, de pronto, se aposenta en una vida. Una primera vez que no admite segundas ni terceras veces. Se trata de una sola vez primera. Como la primicia de un brote en una rama que se creyó seca. Hay una escucha que interpreta, pero que las interpretaciones no le interesan por lo que intentan traducir, enlazar, acentuar, le importan por el silencio que introducen. Un silencio en el que, sin embargo, se dicen desvíos, migraciones, acampes. Hay una escucha abierta a la afectación. En medio de discusiones sobre la neutralidad y la abstinencia en un psicoanálisis, Ulloa insistía en que no se podía practicar una escucha indolente. Muchas veces la interrupción o corte tratan de rescatar algo. Intentan que lo dicho no se pierda en la monotonía de la indistinción. Cortes hieren indiferencias. También compaginan escenas, facilitan distracciones y torpezas, muestran los filos de un silencio. Hay una escucha que no se contenta con la puntuación de significantes, que intenta hendiduras en lo enunciado, insurgencias de afectividad. Tal vez llamamos sentido a las afectividades que se desprenden o sueltan amarras de un corazón congelado. El psicoanálisis se recordará como la escena de una escucha íntima, apartada, cuidada. Freud advierte insurgencias involuntarias en los actos de habla: eso que se dice sin querer decirse, eso que se escurre o sortea el control de un enunciado. Eso que se adelanta a las intenciones. Momento de pasmo en el que se dice lo que no se quiso decir o se escucha lo que no se quería escuchar. Momento de un habla que habla sola. Hay una escucha que sabe que siempre queda algo sin decir. Que se habla y se habla hasta llegar a un umbral de silencio. Hay una escucha (o como se llame esa percepción que se piensa interrogada) que recibe un lejano eco desde ese otro lado. Eco, timbre, resonancia, reverberación, dan vida a las palabras que no se poseen. La voz no necesita otro cuerpo para penetrar hasta la íntima cavidad de una palabra. Se conoce el mito de Eco y Narciso. Ambos cumplen condenas eternas. Eco, la de no poder hablar por su cuenta y tener que reverberar, sin un cuerpo, en voces ajenas. Narciso, la de no poder vivir una soledad de a dos, de a tres, de a cientos. “ ¿Hay alguien aquí?” , pregunta Narciso sin ver a nadie. “¡Aquí...aquí…aquí!” , responde una voz lejana. “Ven” , propone Narciso. “¡Ven…ven!” , insiste la joven. “¿Por qué te ocultas de mí?” . “Oculta de mi…de mí oculta” , explica la muchacha. “¡No puedo verte!" . "¡Verte puedo…puedo…puedo!” , clama la dulce Eco. Pero cuando ella se acerca, él se niega “¡No puedo amarte!” , se duele Narciso. A lo que Eco responde “¡Puedo…puedo…puedo amarte!” . Pero, Narciso explica “Quieren los dioses que yo muera antes de que tú goces en mí y mi cuerpo goce en tí” . Y la muchacha le devuelve suave esas palabras “ ¡...que goces en mí!...que goce en ti ”. Narciso huye y Eco persiste en hablar hasta que se apaga su voz. Hay una escucha enamorada impedida del goce de los cuerpos. Un riesgo: que la escucha se vuelva auditoría; que la disponibilidad, juzgamiento; que la afectación, evaluación y dictamen. Hay una escucha que no escucha tanto lo dicho como el escuchar. Hay una escucha que celebra la íntima ceremonia de un estar escuchantes. Hay una escucha que vuelve a decir y que vuelve a escuchar más allá de lo dicho y escuchado. Una escucha más allá de interpretaciones, desciframientos, hermenéuticas. Una escucha del solo escuchar. Otro riesgo: que se reduzca la escucha a juegos o astucias con las palabras. Escandir vocablos, separar sus sílabas, a veces, sacude sentidos. Otras no. Una palabra escandida, en ocasiones, alienta composiciones y descomposiciones. Otras no. A Lewis Carroll le gustaba hacer escuchar en cada vocablo diferentes significados. Husmeaba en cada palabra como en una valija llena de historias. Hay una escucha que se fuga de comprensiones rápidas y protocolizadas. Que sostiene el derecho a lo incomprendido. Hay una escucha hospitalaria con un hablar que habla sin tener nada que decir. Hay una escucha que aloja escuchando. Una escucha que arropa. Escuchar, escuchar, escuchar, hasta vaciar la conversación de la conversación. Hay una escucha que se estremece sin escuchar nada. A la que, de pronto, le sobreviene una tristeza que no sabe. Una tristeza que sobrevuela como una brisa apenada que no encuentra en qué posarse. Una tristeza que aletea como un gemido o llanto replegado. Hay una escucha que forma parte del arte de la adivinación. No la predicción de lo que habrá de suceder, sino de lo ya sucedido en las palabras. Hay una escucha de lo impronunciable, de lo que Lacan concibe como lo inefable, de lo que Nancy llama lo incomunicable, de lo que tantas voces describen como lo inenarrable. Y hay, también, una escucha de la palabra soplada como diría Derrida. Muchas cosas no se saben ni se pueden decir; sin embargo, se hacen oír. Virginia Woolf (1941) en Momentos de vida , un libro póstumo que reúne papeles y notas, dice que en días y noches de dolor prefiere las explicaciones, aún las más fantasiosas, antes que una tapia de silencio. Frente a golpes que duelen como martillazos de un herrero en el alma, busca explicaciones. Cree que las explicaciones, aunque no expliquen nada, ayudan a vivir. Escribe para habitar lo inexplicable. Para entender el extraño arte de pertenecer a un mundo que lastima. Hay una escucha cansada que se pregunta cómo hace para escuchar tanto. Una escucha que sigue escuchando más con el correr de las horas, de los días, de los años. Y, también, hay una escucha ávida que da la bienvenida, que no sabría hacer otra cosa, que vive en estado de curiosidad y pasmo. Hay tantas escuchas en una escucha como secretos en un silencio. Hay una escucha de lo común a la que le crecen alas. Una escucha que va de aquí para allá como una mariposa nocturna atraída por la luz. Una escucha sobresaltada, agitada, extraviada. Una escucha que no termina de saber lo que algunas voces callan. Una escucha que vive extrañada. Y que mendiga comentarios. Una escucha que sabe que hay voces que se resguardan para hablar en otro lugar. Una escucha que piensa que cada cual habla por su cuenta y no. Una escucha que, aunque aprendió a sumar, renunció a confirmar que dos más dos da cuatro. Una escucha de lo común que se emociona, cuando en un recital, todas las voces entonan una misma canción. Aunque cada una lo haga según una íntima ensoñación. Una escucha que asiste al teatro, a la escuela, al barrio, a la feria, a la fiesta. Una escucha que tarda o no puede escuchar todo lo que pasa. En una sola voz habitan muchas e innumerables voces. En un vocerío habitan infinitos que copulan con otros infinitos. A veces escuchar quiere decir habitar un desasosiego, una parálisis, un cansancio. A veces escuchar quiere decir habitar el malestar de una época sumida en el dolor. A veces escuchar quiere decir habitar una desolación. A veces escuchar quiere decir habitar pliegues angustiosos de una vida. ¿Qué oídos para escuchar la lentitud de los días cuando no se sienten ganas de nada? Hay una escucha que escucha sin poder escuchar. Una escucha que escucha lo inefable, lo incomunicable, lo inenarrable, lo intangible, lo inescrutable, lo inasible. Una escucha que de antemano sabe no poder. Y que, aun así, reanuda el acto de escuchar. Como la vida que se celebra cada vez aunque se sepa la muerte. Hay una escucha que se asoma al abismo de la soledad. Soledades encuentran en el silencio la última respuesta a todas las preguntas. Y hay, también, una escucha que guarda voces en una botella.
- Fragmentos sobre la crueldad II / Liliana Lukin
6. El amor del lobo por la sangre del cordero escribe el drama del rebaño: ser el objeto de un deseo que sólo se sacia en el sacrificio. 18. Toda marca al final del pacto, una firma hecha con los dientes, aleja al mordedor de la letra, ni el símil entre piel y papel permitirá engañarse: de lo humano imaginado en el amor de esa marca no hay más que terror. Fuente: Publicado en Ensayo Sobre el Poder, 2015 por Wolkowicz Editores, presentado por Horacio González y Luis O. Tedesco, con lectura de poemas por Ingrid Pelicori.
- Algunos pensamientos que no dejan dormir / Verónica Scardamaglia
Ametralladora de interrogantes ¿Con qué palabras escribir en este momento en el que andamos?. ¿Cómo asomar a pensamientos que movilicen y se distancien de seguir rumiando formas remanidas que ya no funcionaron?. ¿Cómo reconocer, sin dejar de usar, los privilegios que significan poder escribir y disponer de tiempo para analizar?. ¿Cómo descentrarse sin ensimismarse ni aislarse?. ¿Y si esas formas “egodiseicas” del enroscarse funcionan como evitación ante la posibilidad de cuerpos que sepan de lo apremiante del frío y el hambre?. ¿Qué operaciones políticas encubren los desfasajes tiempo – cuerpo que se viven en depresiones y ansiedades?.¿Cómo vencer el desgano para poder estar en las calles?. ¿Cómo encontrar algo que entusiasme?.¿Cómo evitar que la salida por venir quede cargada de ese credo de tics por adherencias a idolatrías y centralidades de partido, de clase, de género, de raza, de capacitismo?. ¿Cómo evitar que las pesadeces urbanas nublen y centralicen los pensamientos que nos piensan?. ¿Cómo hacer para que, en el intento de encontrar salidas, evitemos reinstalar esa separación oxidada que lleva a creernos del otro lado?. ¿Cómo evitar quedar devorada por el asco a toda forma de gobierno, sin quedar en un anti aislacionista, tantas veces soberbio y muchas otras también moralizante?. ¿Cómo pasó que transfeminismos y anarquismos quedaron embichados por morales e imperativos de centralización y propiedad?. ¿Cómo calibrar la queja para evitar desbarrancar en el cacareo del por que yo, por que yo, por que yo, porque yo?. ¿Cómo dormir de corrido?. ¿Cómo soltar enojos en tiempos tanto de violencias extremas como de imperativos que acusan y pacifican?. ¿Cómo oponerse?. ¿Cuándo insubordinarse?. Aulas y consultorio, territorios micropolíticos desde donde pensar el presente Desde hace unos años, con el alud post pandemia, quedamos aplastadas por una “nueva normalidad” devastadora. Ahora, no sólo algo retorna de aquellos “viejos” modos de construir una concentración de supremacías que oprimen sino que advertimos que eso que retorna, no estaba tan descentrado como creíamos. Desde los 90 me inquieta el advenimiento de lo adulto. Pareciera que no ha dejado de situarse como etapa evolutiva de máximo alcance de cierta normalidad civilizatoria. Pareciera también que, si al advenir adulto, no se logran descentrar el repertorio de automatismos civilizatorios, esa concentración de fuerzas impulsa a la producción y reproducción de daños (en estos tiempos, cada vez más radicalizados). Los acoples entre juventudes, escuela, familia, salud y normalidad insisten en una gama de problemas que, para su acompañamiento, requieren de estrategias institucionales de descentramiento y apertura para evitar violentar aún más lo ya violentado y/o evitar realizar una serie de intervenciones que no intervienen. Después de la pandemia las aulas han quedado ocupadas por una mayor proliferación de diagnósticos y medicamentos tanto en docentes como en estudiantes. Después de la pandemia se desatan una serie de talleres en torno a la “gestión de las emociones” y “ludopatías”, como nuevas figuras que se agregan al menú que incluye trastornos de atención, TEA, bullying y ciberbullying, drogas, peleas, violencia familiar, entre otros. Sigue evadiéndose mencionar cortes e intentos de suicidios. Y sigue costando meterse con acosos y abusos.¿Qué se desató con la pandemia?. ¿Cómo nombrar con palabras surgidas de otras urgencias, éstas en las que estamos?. ¿Alcanza?. ¿Cómo producir “una distancia en la sin distancia”?. ¿Cómo conversar sin recurrir a organizar un taller?. Pobres criaturas, ¿nosotrxs? Poor things, película dirigida por Yorgos Lanthimos en 2023, me dejó a la vista cierta textura de época respecto de lo simultáneo. Se me hizo presente como algo funciona en las capas contradictorias y coexistentes que configuran a los personajes y que exceden a los juicios sobre ellxs. Bella Baxter explora el vivir civilizadamente acompasada por una serie de interpelaciones en acto a las llamadas buenas costumbres, así como a los usos de las ciencias, de los cadáveres y de las vidas. Se aventura, con asombro y extrañeza, a ir nombrando aquellos torbellinos emocionales que se desatan en el cuerpo y las exploraciones que posibilita. Bella despliega una capacidad voraz de conocer y aprender todo con todos los sentidos a la vez: “azúcares y violencias”; libros, pobreza y tristeza; la experiencia conmovedora de escuchar un fado y un alarido; un burdel y el socialismo. Bella se afirma desde una honestidad brutal que la impulsa a decir lo que piensa, querer lo que quiere, sentir lo que siente y vivir como vive. Ya no se trata de movimientos que se ven en función de cada situación. Ya no sucede la lucha entre el bien y el mal como en Froddo de El Señor de los anillos, sino que la textura de Bella está tramada por cierta coexistencia de posibles pensables como opuestos. Madre e hija en un mismo cuerpo: cuerpo de madre con el cerebro injertado de su bebé. Victoria suicida y Bella aventurera. Obediente e insubordinada. Del mismo modo que el Dr. Godwin: se condensan en él Dios, padre e investigador. Cuerpo del experimento y experimentador, dios creador y criatura creada, objetividad científica y subjetividad afectada. Pareciera que aquí el devenir quedara subsumido en la actualidad en acto de la vida que viven estos personajes. Algo inquieta y queda a la vista tanto en lo descarnado de las experimentaciones científicas como de los juegos infantiles. Existen diferentes situaciones de crueldad que provocan extrañamientos no del todo horrorosos. Pareciera tratarse de una crueldad no moralizada. La crueldad de un experimento salva e inventa a Bella. La crueldad juzga y a su vez habilita un hacer. La crueldad deja bajo condena a muchos personajes de la película y a su vez les posibilita encontrar modos de vivir más allá de ella. Polaroids En aula de una escuela, una niña de diez años queda expuesta cotidianamente a juegos de descalificaciones opresivas por parte de dos amigas. Jóvenes que habitan aulas de primeros años, año tras año, juegan a “pasala y que no vuelva”. Golpe por medio y se terminan agarrándose a piñas. Jóvenes de trece años corren por los pasillos hasta acorralar a una compañera para robarle un beso. Después de un taller sobre consumos problemáticos, se escucha “Profe, ¿cómo sé cuánto es mucho?”. Al finalizar una clase de Geografía, un alumno se acerca a preguntar, muy preocupado: Profe, ¿cómo sé si soy adicto al celular? Una joven se cambia de carrera a poco de iniciarla. Queda castigada, encerrada en su casa, por desoír los mandatos maternos de seguir la carrera esperada. A jóvenes de primer año se les prohíbe tener novio. Se siguen escuchando familias que amenazan de encierro en un reformatorio de menores. ¿Qué viene sucediendo con las formas de criar y las intervenciones que hacen o no hacen esas vidas llamadas adultas?. ¿Cómo se establece que un juego funciona sólo como un juego?. Preformateo emocional El preformateo emocional de la educación sentimental de estos tiempos queda ofrecido desde tik toks, reels, canciones y series o películas. Aún con amabilidad, la película “Inside out (Intensamente)” unifica, moraliza y condiciona.Invita a jugar a ubicar cuál emoción te gobierna (una, sólo una y con tablero de control); si Tristeza, Furia, Desagrado, Alegría, Temor, Vergüenza, Envidia, Ennoui (la que más gama tiene) o Ansiedad. Deja la moraleja místico-new age de abrazarlas a todas y aceptarlas. Hace ver que vidas con trece años vividos, quedan atacadas por planificaciones, expectativas y exigencias. Quizás, quizás, quizás ¿Quizás estemos en los albores de lograr discutir a fondo la concentración de poderes y capitales que funciona en cada familia, en cada aula, en cada partido, en cada institución, en cada agrupación, en cada periódico, en cada barrio, en cada escuela, en cada casa, en cada situación?. Quizás necesitemos de lo simultáneo de discutir y hacer, de pensar y cuidar. El capitalismo nos viene constituyendo en estas concentraciones. Las relaciones que ejercemos están tejidas por esa piel. Esta maquinaria que regula la economía libidinal funciona expulsando y excluyendo diferencias, las que sea, dónde sea y cómo sea que aparezcan. La supremacía gobierna, ahora, mucho más obscenamente que en otros momentos en los que también gobernaba. Quizás necesitemos desgajarnos, una vez más, de la fuerza de lo uno para preferir matices y delicadezas. Desgajarse de lo uno implica también el desafío de desbinarizarse y desmoralizarse. Tal vez así hagamos lugar a esos torbellinos emocionales impuros que suelen advenir. Preocupación con impotencia, alegría con cautela, tranquilidad con dolor. Tal vez no sepamos bien que nombres ponerles y tartamudeemos. Pesada herencia Ya antes de la pandemia heredamos de los nortes la pregunta por lo común. Y mientras experimentábamos el recorrido por esa pregunta, hemos asistido a la fragmentación y el vaciamiento de muchos espacios de lucha. Allí también las formas del daño se ejercieron (y se ejercen) en nombre de las buenas intenciones. Duele asistir a la repetición de formas, fórmulas y palabras que, de tan apropiadas por gobiernos, marketing y modas académicas, han quedado tan gastadas que ya no calan. Incomoda escuchar como hallazgos el saber vivir con los restos de lo que hay cuando tantas vidas vienen viviendo hace tiempo con la desesperación que provocan hambre y frío. Tenemos, cada vez, más preguntas que recorrer porque mucho de lo que no sabemos y de lo que no pudimos, nos trajo hasta acá. ¿Y si el apocalipsis se tratara de la disolución de la clase media?. Profe, ¿cuánto es el mínimo? Michel Foucault en el maravilloso e inquietante reportaje del 20 de enero de 1984 “La ética del cuidado de uno mismo como práctica de la libertad” (uno de los últimos antes de morir) plantea: “Pienso que no puede existir ninguna sociedad sin relaciones de poder, si se entienden como las estrategias mediante las cuales los individuos tratan de conducir, de determinar. la conducta de los otros. El problema no consiste por lo tanto en intentar disolverlas en la utopía de una comunicación perfectamente transparente, sino de procurarse las reglas de derecho, las técnicas de gestión y también la moral, el ethos, la práctica de sí que permitirían jugar, en estos juegos de poder, con el mínimo posible de dominación.” Inquieta la afirmación “el mínimo de dominación posible” ya que sitúa, a la vez, que no hay ‘sin dominación’ y que hay la decisión de ‘el mínimo posible’. Tal vez, ante situaciones plagadas de daños, aún quedan decisiones que asumir para producir intervenciones que produzcan el menor daño posible. Y no desde la resignación. Consecuencias Paul B. Preciado, en el texto ”The Truth is out of joint” sitúa: “La pregunta no es qué es verdad y qué es ficción. La pregunta es: ¿qué es posible afirmar? ¿Cómo se puede verificar una afirmación? ¿Cuáles son las consecuencias de una afirmación? ¿Quién puede hablar? Y, sobre todo, ¿en quién se convierte aquelle que habla al decir lo que dice?” ¿En quién se convierte aquelle que habla al decir lo que dice?. Cadenas sueltas Creo que vivimos en un tiempo en el que “se soltó la cadena” -como podría traducirse la expresión “out of joint”-. Creo que estamos pegándole una vuelta de tuerca más a las relaciones entre cuerpos, tiempos y espacios. Creo, más fundamentales que antes, los recaudos en el registro de desde qué privilegios vivimos, pensamos y escribimos para ejercer la decisión de qué decir, cómo pensar y cómo vivir Afirmo, aún sin compartir la metodología del optimismo de Preciado, que “La revolución que viene no es una negociación de cuotas de representación o de grados de opresión. La intencionalidad no puede ser simplemente una suma de identidades subalternas. La interseccionalidad es un proyecto de emancipación post identitario. La revolución que viene sitúa la emancipación del cuerpo vivo vulnerable en el centro del proceso de producción y reproducción social y económico.”Y, sobre todo que “solo será posible transversalizar la lucha, cuando hayamos transversalizado también las experiencias de desposesión, opresión y muerte que el capitalismo petrosexoracial genera.” 11. Bifo Berardi afirma en Desertemos (2024) "El nazismo es una evolución de la humillación, es una promesa de resarcimiento agresivo." Letra molotov Pedro Lemebel, con abrigo largo negro y tacones, se agacha para escribir sobre el cemento, una a una las letras del abecedario, en cursiva y con neopren. Lo hace sobre una pasarela frente al Cementerio Metropolitano de Santiago de Chile donde encontraron el cuerpo de Víctor Jara y donde está enterrada su madre. Prende fuego a esas letras cursivas aprendidas en la infancia. “Siempre he usado fuego y neoprén, por toda la carga simbólica que tiene ese pegamento inflamable desde la dictadura; la droga del tolueno para el hambre, los jóvenes cesantes, la barricada, el corazón molotov, hasta ahora que se vuelve a potenciar en la calle incendiada de la marcha estudiantil”. Esta es una de las últimas performance que realiza, ya enfermo. “Mi letra ardiendo primitiva en la pasarela peatonal. Letra molotov”.
- Adynata Julio / MP
Adynata Julio se ofrece como un estado de asamblea, entre cercanías, que piensan semillas de crueldad. Reúne escritos de Jeremías Aisenberg, Daniel Calméls, Mónica Cragnolini, Débora Chevnik, Mariana Enriquez, Lila Feldman, Rocío Feltrez, val flores, Horacio González, Alejandro Kaufman, Nico Koralsky, Osvaldo Lamborghini, Liliana Lukin, María Pia López, Patricia Mercado, Marcelo Percia, Paul B. Preciado, Horacio Quiroga, Verónica Scardamaglia, Susy Shock , Cynthia Szewach , Diego Sztulwark, Diego Tatián, Vicente Zito Lema. Convoca un vocerío que no hace coro. Una simultaneidad solicitada: en algunos casos, sin consentimiento; y, en otros, entregada sólo por confianza. Presenta la alarida de una posible literatura de la crueldad: La gallina degollada de Horacio Quiroga (1917), El niño proletario de Osvaldo Lamborghini (1973), El chico sucio de Mariana Enriquez (2016). Serie arbitraria que rememora bullicios de La Refalosa de Hilario Ascasubi (1843) o El matadero de Echeverría (1871), pasando por el Martín Fierro de Hernández (1872), hasta llegar a La fiesta del monstruo de Borges y Bioy Casares (1947). O ruidos cercanos como La Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara. Así mismo, congrega un alboroto de ensayísticas rescatadas de otras publicaciones y de escritos que llegan a pedido. Adynata Julio, otra vez, un concierto sin orden. Y, en esta oportunidad, una concertación, de ira y fastidio, que recorre escrituras dolidas.
- ¿Verdad o Consecuencia? / Jeremías Aisenberg
freestyle “Cuidado con la diagonal, porque viene el alfil” Wos De acá no me pienso mover Este es mi lugar en el discurso Mi participación social Acá dejo mi As de basta El filo que ya comió suficiente El ancho más falso El primero que no hace Uno Ya no tendrán que espiarme las mangas Mi conejo no es blanco y llegó para quedarse De acá no me voy a mover… Hasta romper la pregunta Están invitados O quedan debidamente traicionados. No seas tan cruel… ¿Tan? Hay juegos con los que no se jode. Una cosa es jugar con las palabras, y otra muy diferente, quedar así de jugados ¿Quién maneja la agenda? ¿Dónde se dibuja el horizonte de la época? ¿A qué oficina deben dirigirse los que deban renunciar? No se puede estar afuera de nada, Ni del capitalismo, ni del lenguaje, ni de tus padres. No hay salida… ¡No existe ningún afuera! Todos estamos en el Mercado, pero no todos estamos a la venta. El problema de la cantidad, esa medida absurda que aun cuenta con la mayoría. La cualidad como alternativa horizontal, el un-desliz igualitario. ¡La Diagonal! Un decir oblicuo, Un colmillo que se sirva de la época, A condición de morder más allá, Tarascón significante, diente que hinque primero, Elección forzada, consenso innegociable; ¡Consecuencia! Lacan insiste, no se resiste. Molesta preguntando por las consecuencias, hasta volverlas moda. Un discurso, una práctica, todo cuento, chino o del Tío, se mide por sus consecuencias. Muerto Foucault, La Verdad se hizo confesión y lo importante cifra, resultado. ¡Si no pasamos de la Memoria a la Metáfora, vamos a terminar creyendo en la Historia! El eterno retorno de lo mismo, una Maldición Mental ¿Quién soy Yo para decir quién es quién? ¿Cómo me atrevo a compararme con Lacan? ¿Quién me creo que soy? No tengo relación de parentesco con Lacan, menos un tal Freud. Apenas soy un vecino preocupado por tu seguridad: Soy tu familia El árbol social que te visita La voz que se fue al pasto El vuelto de tu coima No es una cuestión de Fe Los puntos no tienen vista Solo los segundos piden opiniones Agentes dobles sin mucho riesgo Buena gente que solo quiere confirmarse Sin estar bautizados Dejá de molestar a la gente No es tan difícil estar solo Te lo digo de onda, bro. Con la mejor, fíjate; Si vos sos la verdad… Yo soy Tu Consecuencia
- La crueldad como articuladora de la violencia estructural / Mónica B. Cragnolini
Existe una suerte de “sentido común” que señala que los animales existen, han venido a la vida, han sido traídos a la existencia 2 , solo para satisfacer necesidades humanas. Apenas aprendemos a escribir, nos piden en la escuela una redacción sobre “La vaca”: desde niños nos han enseñado que “es buena y generosa, porque nos da la leche”. “Nos da” la leche: como si existiera alguna decisión por parte de los animales en ofrecerse a nosotros los humanos, para que los encerremos, carneemos, esquilemos, ordeñemos, torturemos, matemos, en definitiva, para que los condenemos a una vida limitada en tiempo y espacio para satisfacer nuestras necesidades. ¿Por qué tratamos del modo en que tratamos a los animales, y por qué muchos existentes humanos son considerados animales por otros humanos, o bien por estados, políticas públicas, fuerzas de seguridad, grupos sectarios? Intentaremos responder a estas preguntas planteando, desde el inicio, la hipótesis de una violencia estructural que “vive de la sangre” del otro. Entiendo por “violencia estructural” la arquitectura de organización del mundo de la cultura (en contraposición al mundo no humano, a veces llamado “naturaleza”), organización que no es violenta por exceso, sino porque “necesita” ser violenta para poder estructurarse y ordenar las distintas formas de vida en una escala jerárquica. Cuando se señala “No importa, son animales”, para neutralizar, de alguna manera, la violencia ínsita en las acciones que tratan al otro viviente (animal o humano), se está “naturalizando” el lugar que supuestamente deberían ocupar en la escala de lo viviente los animales (y también los humanos considerados en condición animal). Para comprender este carácter estructural de la violencia, hay que tener en cuenta que sexismo, racismo y especismo deberían ser entendidos como vinculados en una similar lógica de dominación: discriminar a otro existente humano o no humano por su sexo, por su raza o por su especie, coloca a mujeres, esclavos 3 y animales en el lugar del más débil que puede ser discriminado. Cuando Mary Wollstonecraft publica en el siglo XVIII su Vindicación de los derechos de la mujer, e l profesor de filosofía Thomas Taylor, neoplatónico traductor de textos de Platón, de Aristóteles y del orfismo, le responde en forma anónima con su sátira Vindicación de los derechos de las bestias. En su texto señala que si se les conceden derechos a las mujeres, en el futuro alguien también los exigiría para los animales, los vegetales y las piedras, indicando de esta manera su opinión acerca de la absurdidad de tal pretensión. Al escribir este texto satírico, Taylor confirmó la solidaridad del prejuicio sexista con el especista, mostrando que para quien se ha considerado siempre en posición de superioridad sobre el resto de lo viviente (el existente humano preferentemente europeo o blanco de sexo masculino), resulta tan absurdo pensar que las mujeres puedan tener derechos como que los tengan los animales o los vegetales, ya que solo él se atribuye derechos para utilizar al resto de lo viviente en su propio beneficio. Al tener presente este vínculo entre sexismo, racismo y especismo se hace posible comprender el lugar adjudicado a la mujer, al animal, y a los existentes humanos de una raza o grupo que se desprecia, en función de la posibilidad de dominio sobre formas de vida diferentes a la propia que se arroga un modo de ser del existente humano que se considera superior y, como señalé antes, generalmente blanco y masculino. Y también se hace patente la necesidad de las luchas conjuntas contra las formas de dominación, luchas que descubren esa violencia estructural antes indicada. Se podría objetar que en el panorama del siglo XXI se ha abierto la posibilidad de pensar desde el punto de vista filosófico en otras formas de lo viviente que no entrarían en la consideración de “especies” y que, incluso, cuestionarían la idea misma de “vida” presente en varias políticas de “defensa de la vida”: es cierto, pero también es cierto que las luchas contra el racismo y el sexismo llevan siglos y siguen vigentes, y su persistencia se vincula con el modo en que el existente humano se ha pensado en relación sobre el resto de todo lo que es. Ese es el nudo que considero que evidencia la idea de violencia estructural, y por eso la planteo en los términos ya clásicos de sexismo, racismo y especismo para reafirmar, desde la reiteración, la necesidad de una lucha que no desconoce, sino que abarca también otras formas de vida. ¿Cómo y por qué se constituye el mundo humano desde esta violencia estructural? La cultura se funda sobre la idea de “domesticación” de la animalidad pero también sobre el sacrificio (que es el sacrificio de la sangre y de la carne) tanto del humano como del animal. Jacques Derrida (2015: 294) denomina “hemato-homocentrismo” al vínculo entre el concepto de hombre y el modo en que en ese concepto la sangre es consumada, cumplida, refinada, sublimada, e interiorizada. Este “vivir de la sangre” del otro (humano o animal) implica una “neutralización” de esa sangre (el cruor 4 de la crueldad sacrificial no debe visibilizarse). Considero que esta neutralización es la base desde la cual comprender los tres elementos que postulo como articuladores de la violencia estructural en el tratamiento de humanos y de animales: crueldad, sarcofagia y virilidad carnívora, y el modo en que estos tres elementos se organizan en el biocapitalismo. Antes de explicitar cada uno de estos componentes en su vinculación con la sangre, me voy a referir a una de las forma de acceso a la problemática de esta violencia estructural: la controversial equiparación entre los campos de exterminio del nacionalsocialismo y los mataderos. Campos de exterminio y mataderos Cuando Isaac Bashevis Singer señaló que “Para los animales, Treblinka dura eternamente”( 362), puso el dedo en la llaga del humanismo, que acepta que algunos existentes humanos pueden ser tratados como animales en regímenes discriminatorios, pero no tolera que se diga que los animales son tratados del mismo modo en que son tratados los humanos degradados a animales. ¿Por qué? ¿Por qué no se duda en señalar que los judíos asesinados durante el Tercer Reich fueron cazados, transportados, encerrados y eliminados como animales, pero no se puede aceptar (y hasta se considera blasfemo) el discurso que indica que a los animales utilizados en la producción intensiva se los trata como a los judíos? En Elizabeth Costello , la novela de Coetzee, la protagonista remite a esa cercanía en una de sus conferencias: "Fueron como ovejas al matadero." "Murieron como animales." "Los mataron los carniceros nazis." La denuncia de los campos de concentración está tan impregnada del lenguaje del matadero y los corrales que apenas me hace falta preparar el terreno para la comparación que estoy a punto de llevar a cabo. El crimen del Tercer Reich, dice la voz de la acusación, fue tratar a la gente como si fueran animales. (Coetzee, 2004: 51) Para Costello existe una similar actitud de supuesta ignorancia en quienes vivían cerca de los campos y los existentes humanos que hacen como si no supieran lo que acontece en los mataderos. E incluso llega a señalar que se podría considerar aún más cruel la producción en la industria cárnica que el operar del Tercer Reich, en la medida en que esta industria trae seres a la vida sólo para matarlos. La alocución de Elizabeth genera una reacción del poeta Abraham Stern, quien le envía una misiva en la que le indica: Usted usó para su provecho la conocida comparación entre los judíos asesinados en Europa y el ganado sacrificado. Los judíos murieron como ganado, por tanto el ganado muere como judíos, dice usted. Es un juego de palabras que no voy a aceptar. Usted malinterpreta la naturaleza del parecido. Diría incluso que usted la malinterpreta a propósito, hasta el punto de la blasfemia. El hombre está hecho a imagen de Dios, pero Dios no está hecho a imagen del hombre. El hecho de que a los judíos se los tratara como ganado no quiere decir que al ganado se le trate como a judíos. Esa inversión es un insulto al recuerdo de los muertos. Y además explota de forma barata los horrores de los campos de exterminio. (Coetzee 2004: 74) La objeción del poeta Stern es la que corresponde a la impugnación propia del humanismo, que se funda en la superioridad del hombre sobre el animal, y por lo tanto sólo puede aceptar que es degradante tratar a humanos como animales, pero que es “natural” tratar a animales como animales. Porque la idea del humanismo se basa en la supuesta superioridad y centralidad del existente humano en relación al resto de lo viviente, y en esa consideración de “centralidad” todo lo demás se halla “naturalmente” al servicio del hombre. 5 Charles Patterson (2002) ha retomado la imagen de Singer, del “eterno Treblinka” para los animales, para mostrar el vínculo entre la naciente industria de la carne en Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX, y el nazismo. Relatando su experiencia en relación a la problemática, Patterson indica que se interesó por el tema del Holocausto en su condición de historiador, y que pudo advertir más tarde aquello que señala el activista de los derechos animales Steven Simmons, cuando indica que "Los animales son víctimas inocentes de la forma de ver las cosas en el mundo que asegura que algunas vidas tienen más valor que otras, que los poderosos tienen derecho a explotar a los que no tienen poder y que los débiles deben ser sacrificados por el bien de la mayoría" (Patterson 2002: xiv). Simmons pone en evidencia el núcleo de la violencia estructural: el juicio valorativo acerca de “diferentes formas de vida” (unas consideradas más dignas que otras), la convicción del autoderecho de explotación del resto de los vivientes (considerados débiles) por parte de los más poderosos y la idea sacrificial de la cultura. Mujeres, animales, niños, y aquellos humanos que pueden ser esclavizados o aniquilados de manera masiva se han hallado, en diferentes momentos de la historia, en esa condición. Lo que tienen en común es la situación de vulnerabilidad, de fragilidad que atrae la crueldad del que se considera poderoso, y goza con el dolor del otro. Gozar con ese sufrimiento supone “tener al otro en las propias manos”: el tratamiento de animales y de humanos implica el pasaje del otro por las manos. Como sabemos, todo lo que es tratado para su “tratamiento” es, al mismo tiempo, “manoseado”: todo tratamiento implica un cuidado del otro que puede convertirse en descuido y maltrato (Cragnolini 2016: 171-178). Y hay algo del orden de “poder tener en las manos” que hace patente el modo de dominio del otro, y que muestra las prerrogativas del sujeto, en su idea de apropiación de lo diferente y conversión a la propia mismidad. Patterson (12 ss.) ofrece muchos ejemplos de los modos en que la domesticación de animales permitió utilizar sus propias técnicas en humanos en condición de esclavos: el marcado de la piel con hierro candente, el uso de collares y aros en las narices, el encadenamiento para limitar la movilidad, la castración, la violación, el arrancado de uñas y otras formas de castigo y disciplinamiento. Como señala Williams (31) la esclavitud era una institución básicamente económica (sin dejar de tener en cuenta los prejuicios ideológicos): fue en su momento la base de la economía griega y del imperio romano, y ya en la época moderna fue la base de la producción de algodón, uno de los elementos claves del capitalismo. Y si bien también fueron esclavizados los habitantes originarios de las tierras americanas, se prefirió a los africanos por su mayor resistencia al trabajo, por ello “se robaba a los negros de África para que trabajasen las tierras robadas a los indios en América”. 6 Destaco el aspecto de la economía, ya que fue en nombre de la ganancia y del capital que en otros momentos de la historia se consideró que ciertas razas existían para usufructo de un tipo de hombre, en general, europeo y blanco, así como se sigue considerando que los animales cumplen esa función “naturalmente”, pero también la cumplen humanos en condición animalizada (mujeres y niños en la trata de personas, inmigrantes en los trabajos ilegales, etc.). De hecho, cuando se plantean propuestas provenientes del veganismo y del abolicionismo por un mundo sin utilización de animales, la “refutación del sentido común” es la que indica que ante el problema del hambre mundial, esas propuestas resultan banales o irresponsables. El “sentido común” no tiene en cuenta que las industrias ganadera y lechera no alimentan a la mayoría de la población mundial, y naturaliza, en este sentido, ciertas premisas no cuestionadas acerca de la nutrición humana, sin tener en cuenta lo que significan estas industrias, no ya sólo en términos de sufrimiento animal, sino también de cambio climático, erosión de los suelos, contaminación de la atmósfera, etc. En esta organización del mundo humano en términos de la violencia estructural la sangre derramada de los animales suele ser ocultada: no se “sabe” (y no se quiere saber) qué tipo de vida han vivido y qué tipo de muerte han tenido los animales que se comen bajo el nombre neutralizante y genérico de “carne”. Sin embargo, también se trata de sangre humana: como señala Kressel (1996:1) en el siglo XX el odio alcanzó proporciones genocidas en Turquía, Alemania, Indonesia, Nigeria, Bangladesh, Burundi, Camboya, Bosnia, Ruanda y en otros lugares, generando un derramamiento de sangre constante, a menudo en poblaciones civiles. 7 Ese derramamiento de sangre debe tener en cuenta a las mujeres y niños violados en distintos conflictos bélicos: la virilidad carnívora goza en el ejercicio del avasallamiento del débil cuya sangre puede ser vertida. Pareciera que la sociedad que debe invisibilizar el derramamiento de sangre animal, cada tanto necesita una visión sanguinaria para reactivar el mecanismo que la sustenta. Muchas veces se señala, como parece querer decirlo el poeta Stern en la novela de Coetzee, que “nada” debe ser comparado con lo que aconteció durante el Tercer Reich con los judíos, dado el horror de lo que ello supuso. Sin embargo, más allá del reconocimiento de lo que significa una empresa sumamente racional de aniquilación del que se considera una amenaza para la supuesta “propiedad de lo propio” (la raza aria, la tierra y el espacio propios, etc.), considero que es relevante tener en cuenta que lo que aconteció durante el Tercer Reich fue del orden de lo “humano, demasiado humano”, para comprender la violencia estructural que estoy planteando como anclaje teórico del tema del tratamiento de humanos y de animales. Porque si pensamos lo acontecido como algo del orden de lo “incomparable” lo aislamos de los modos humanos de actuar y de pensar, y creo que lo que debemos patentizar en los campos de exterminio es la “humanidad” de los que allí actuaron. Porque en el concepto de lo humano como superior con respecto al resto de lo viviente se halla implícita la posibilidad de utilización, avasallamiento, tortura, aniquilación, del que se considera por “debajo” de lo humano. Los judíos eran para los nazis “perros”, “ratas”, “alimañas”, pero tengamos en cuenta que también se suele señalar que “son animales” los existentes humanos que se comportan violentamente, que generan sufrimientos en los otros: en estas expresiones se evidencia el lugar en el que el existente humano se ubica, con prerrogativas de “especie”. Por ello puede denominar con términos animales a los otros existentes humanos a los que considera inferiores a sí mismo (a su raza, credo, nación, posición social, partido político), pero también a aquellos humanos que tal vez considere sus “semejantes” pero a los que reprueba desde el punto de vista intelectual o moral. Cuando un grupo de jóvenes agrede a alguien, se suele decir “obraron como animales”, y con respecto a la víctima: “lo mataron como a un perro”, evidenciando en estas expresiones dos prejuicios naturalizados. El primero, es el que señala que la violencia es propia de animales, no de humanos, como si existieran en los animales no humanos ese tipo de conductas que gozan con el sufrimiento del otro. Los que han salido en grupos a arrasar pueblos, violar mujeres y niños, pegar hasta matar a otros, secuestrar personas para utilizarlas como objetos sexuales, siempre han sido, hasta donde sabemos y la etología lo confirma, humanos, demasiado humanos. Mientras se siga considerando, ante cada caso de violencia, que quienes la cometen se hallan degradados en su “condición de humanos” y convertidos, por diversas circunstancias, en “animales”, seguiremos sin comprender por qué razones vivimos, a pesar de nuestra supuesta superioridad intelectual y moral, en un mundo devastado por las expresiones de esa “superioridad”: la tecnociencia que convirtió a toda la tierra en recurso disponible, y los negocios y el comercio que explotan esos “recursos” en sus formas de vida hasta exterminarlas, y contaminan el planeta con desechos que hacen insostenible la vida de diferentes animales. Esa conversión de todo lo vivo en material disponible es lo que hoy en día conocemos como “biocapitalismo”: la idea de un capitalismo industrial en íntima relación con las ciencias de la vida, y que involucra a la naturaleza toda como posibilidad de producción de bienes. Sobre todo, me interesa el sentido de “producción de vida”: en el caso de los animales utilizados en la producción industrial y la experimentación científica, se trata de vidas producidas para ser consumidas. Destaco este aspecto porque patentiza la cuestión de la sangre, que en la figura del vampirismo o de Drácula encuentra la gran imagen del biocapitalismo, en el “vivir de la sangre de otro”. 8 Por el otro lado, cuando se señala que a alguien “lo mataron como a un perro”, se está naturalizando la idea de que los animales deben morir de manera violenta a manos de los hombres: es lo que ha hecho siempre la humanidad carnívora y sarcofágica, sin el menor atisbo de culpa, y por eso es que se puede afirmar que a alguien lo matan como los humanos matan a los animales. La vinculación del tratamiento de humanos y de animales en la equiparación producción intensiva de animales-campos de exterminio en el Tercer Reich fue objeto de la exposición que, en 2003, realizó Matt Prescott: “Holocausto al plato”. 9 La exposición ponía en paralelo imágenes de animales criados para el consumo humano y víctimas de los campos de exterminio. La exposición generó una gran polémica, desde la idea de que el sufrimiento de humanos no puede ser comparado al sufrimiento animal: los judíos, se dijo, fueron asesinados por razones ideológicas, los animales se matan por “necesidades alimenticias”. 10 En lugar de esta cuestión de las supuestas necesidades alimenticias, lo que hay que plantear es el problema de la naturalización del lugar del humano como asesino de animales. Nadie diría que un productor de carne vacuna es un asesino, sin embargo, constantemente se plantea el uso de la expresión para los cazadores furtivos: ¿que haya millones de bóvidos frente a los pocos elefantes que van quedando en el mundo hace la vida de los elefantes más valiosa que la vida de un ternero que nació para morir a los pocos meses y pasar a formar parte del plato de un humano? Cuando se habla de la “preservación de animales” se sigue pensando en términos de “necesidades humanas”: las generaciones futuras de humanos, se piensa, tienen derecho a “disfrutar” de la visión de los elefantes como parte de la naturaleza. Así como los existentes humanos, según se pregona, “se están deconstruyendo” con respecto a las categorías del patriarcado, sería interesante incluir en esa deconstrucción los otros elementos que supone el patriarcado, más allá de la dominación de mujeres y niños: el supuesto derecho al ejercicio soberano sobre la vida y la muerte del resto de lo viviente. Creo que plantear las cuestiones como comunes y solidarias permitirá entender por qué ciertas formas de vida humana que se consideran fungibles son utilizadas como “capital” de trabajo o mano de obra gratuita o barata (en el “uso” de inmigrantes ilegales como propiedades en talleres clandestinos y otros ámbitos) o capital sexual (en la trata de niños y de personas secuestradas para satisfacción sexual), de la misma manera en que se considera que es posible producir animales para satisfacer supuestas necesidades humanas (y digo “supuestas” para poner el acento en la naturalización de ciertas cuestiones). Es necesario recordar lo que relata Patterson: el sacrificio industrializado de humanos y animales tiene su referente en los mataderos de Chicago a principio de los años 20 del siglo XX. Henry Ford tomó la idea de la cadena de montaje para sus fábricas de automóviles de la observación del modo eficiente en que se mataba y se troceaba animales en Chicago. Ford fue una inspiración para Hitler, por ello Patterson sostiene que esa misma cadena de montaje se aplicó en los campos de exterminio, algo que también patentizó Theodor Adorno al indicar que "Auschwitz empieza cuando alguien mira a un matadero y piensa: sólo son animales". 11 En esta cadena mataderos-fordismo-campos de exterminio, es necesario agregar las cadenas de comida rápida. Eric Schlosser ha hecho visible de qué modo las grandes cadenas de fast-food 12 como megacorporaciones alimentarias han transformado la dieta, la fuerza de trabajo, la agricultura de Estados Unidos y de aquellas partes del mundo en las que se instalan, y con ello, el mismísimo capitalismo. Estas cadenas nacen en California a fines de los años cuarenta del siglo XX, a raíz del gran desarrollo de las compañías de automóviles que lograron imponer el uso del auto privado frente a la utilización del transporte público. Como señala Schlosser, Eisenhower, presidente de Estados Unidos entre 1953 y 1961, admirado por las autopistas hitlerianas, comenzó a construir autopistas, y los restaurantes de comida rápida aparecieron en ellas. En 1948, Richard y Maurice McDonald dieron inicio a una cadena de comida basada en la idea fordista de trabajo en serie, que se aplicaba en la cocina. Las transformaciones económicas y sociales que produjeron estas cadenas abarcan la concentración de la propiedad agraria, las adquisiciones masivas de ganado en distintos países, los mataderos, las plantas de empaquetamiento, etc. Como indica Schlosser, con los cambios introducidos por estas empresas, el trabajo en mataderos se considera el más peligroso de los EE.UU., con trabajadores pobres e inmigrantes cuyas lesiones no son indemnizadas, y con una aceleración en la productividad que hace que la Escheriquia coli 0157:h 7 suela aparecer en las hamburguesas. La crueldad Pensar que algunas formas de vida de la comunidad de los vivientes merecen morir porque “sólo son animales” forma parte de los modos en que se articula la crueldad (disimulada, negada) en el mundo biocapitalista ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la crueldad como articuladora de la cultura? En primer lugar, y como ya señalé anteriormente, apunto a la idea de crueldad no como elemento ocasional de la vida cotidiana (un exceso de violencia que no pudo ser sublimada, diría el psicoanálisis), sino a la crueldad como “necesaria” para comprender los procesos de la vida cultural. Esto implica la idea de que la cultura (el mundo humano en general) es sacrificial: sacrifica la carne (humana y no humana) y la sangre, a las que neutraliza o invisibiliza. Pensar el mundo cultural como “sacrificador de la carne” permite comprender por qué se naturaliza ese sacrificio para diversas formas de vida: ser parte del mundo humano implica disciplinamiento del cuerpo, la idea de que “llegar a ser humanos” supone “salir de la animalidad”, y por tanto, someterse a normas que implican que la carne (el cuerpo, las pasiones, los deseos) deben ajustarse a otras “necesidades” que se consideran superiores (el mundo del espíritu). Munro señala el ejercicio de la crueldad propia del especismo en tres prácticas: vivisección, crianza de animales para consumo, y deportes que suponen herir (o matar) animales. Estas prácticas son “socialmente aceptadas” en términos de la necesidad de experimentación científica, alimentación humana y esparcimiento, lo que implica la “naturalización” de la crueldad. En estas prácticas se habla de “sufrimiento necesario” para satisfacer necesidades humanas: después de todo, se dirá, es más relevante salvar una vida humana enferma que preocuparse por el sufrimiento de mil ratones de laboratorio; alimentar con las proteínas de los huevos a la humanidad, que entristecerse por la vida de las gallinas ponedoras que habitan en cubículos en los que no se pueden mover; o mantener el estandarte de la identidad nacional, a pesar de que eso signifique utilizar caballos en una doma (caballos que suelen sufrir heridas e incluso morir). Considero que es posible analizar la crueldad como primer elemento a tener en cuenta en la violencia estructural desde una lectura del tratado III de la Genealogía de la moral de Nietzsche, que está dedicado a la cuestión del ideal ascético, traducible en términos de “necesidad” de la vida (necesidad que parece autocontradictoria) de “volverse contra sí misma”. La expresión “vida contra la vida” es un sinsentido, pero Nietzsche la explica en términos de ese desborde de fuerzas en continuo devenir que caracteriza a lo vital, y que necesita limitarse para seguir existiendo. La vida se autolimita imponiéndose formas, las que son mecanismos de conservación de las fuerzas. Este proceso autolimitativo y conservador (que es la base del mundo humano como mundo de la cultura) se expresa en el ideal ascético, que para Nietzsche se vincula con una necesidad de protección y de salud en una vida que se degrada, y que entonces intenta conservarse. La lucha de instintos, en la que las fuerzas más sanas pelean con las fuerzas extenuadas que desean conservarse, es prácticamente un proceso de inmunización: las fuerzas que necesitan conservarse se defienden de todo lo extraño y diferente que puede poner en crisis dicha conservación. El mundo de las instituciones es entendible a partir de este proceso de conservación e inmunización, por ello el ideal ascético resulta ser así una estrategia que la vida utiliza para conservarse. En esta conservación existe para Nietzsche enfermedad, ya que se trata de fuerzas extenuadas que no pudiendo superarse a sí mismas (ese “ir más allá de sí mismas” es el desborde de las fuerzas vitales antes mencionado), se conservan. Esta conservación de la vida supone que los hombres débiles 13 están siempre deseosos de ser verdugos, de hacer expiar a los demás, de convertirse en tiranos de los sanos: la vida enferma genera mecanismos de dominio que significan sacrificio de lo sano, en esa voluntad de crueldad que la alienta. El ideal ascético es, entonces, tanto un mecanismo de conservación de lo vital como una máquina de resentimiento: funciona regularizando la diversidad y unificando lo diferente en la mismidad (la mismidad es la conservación de lo mismo, de lo que no se alter-a). ¿Qué acontece en este proceso con la animalidad? El sacerdote (uno de los cultores del ideal ascético) sabe domar y utilizar “toda la jauría de perros salvajes que existen en el hombre” (Nietzsche, GM III, § 20, KSA 5 : 388) generando la “mala conciencia”: un proceso de “interiorización” de las fuerzas que constituye la crueldad. Lutero había caracterizado a la mala conciencia como un “animal horrible”, puesto que la culpa permite “sacrificar” la animalidad mediante el tormento, la ascesis, la disciplina, el temor: este sacrificio de lo animal es la conformación del mundo humano. Este mundo humano se constituye entonces desde una conservación que supone dolor, pero además goce en el dolor: este goce en el dolor es propiamente la crueldad (que, como queda claro, para Nietzsche es constitutiva del ideal ascético, es decir, del mundo humano). El ideal ascético le da un sentido al sufrimiento (que es el sufrimiento de la vida que necesita limitarse) al convertirlo en culpa e interpretarlo en virtud de una meta: se sufre “para algo” (para acceder a otra vida sin sufrimiento, para mantener esta vida a pesar del dolor, etc.). En este sentido, la conservación de la vida supone mecanismos tanatológicos, que “matan” lo vital en el hombre, es decir, lo animal, y se justifican en virtud de “necesidades superiores” (lo espiritual frente a lo animal). Estas necesidades implican el sacrificio de la carne (humana y animal) en el disciplinamiento y sometimiento, así como el usufructo de la carne: como fuente de alimentos, como fuerza de trabajo, como “lugar” de experimentación de fármacos. En este “envenenamiento de la vida” se expresa un “odio contra lo animal” (Nietzsche, GM III, § 28, KSA 5 : 412). Los representantes del ideal ascético operan al servicio de los mecanismos tanatológicos que cuidan la vida (que degenera) generando muerte. Buscando la preservación de un tipo de vida (la así llamada vida humana, espiritual, superior, se sacrifican ciertos modos de vida: la carne humana que debe ser sometida para que funcione la cultura, y la carne del animal que es usufructuada para la alimentación, como fuerza de trabajo, como motivo de entretenimiento, etc. Derrida (2001) ha planteado la problemática de la crueldad en su vinculación con el mal radical, y ha hecho un “llamamiento” a los psicoanalistas (preocupados por el sufrimiento) para que se ocupen de este tema, planteando la posibilidad de un “más allá de la crueldad”. NOTA: 1 Este artículo es un fragmento de las primeras páginas de Mónica B. Cragnolini, Vivir de la sangre de otro: la violencia estructural en el tratamiento de humanos y de animales , Vera Editorial Cartonera, Universidad del Litoral, 2021. Accesible en: https://www.fhuc.unl.edu.ar/veracartonera/portfolio/vivir-de-la-sangre-de-otro-la-violencia-estructural-en-el-tratamiento-de-humanos-y-de-animales 2 A los animales utilizados en producción claramente se los “trae a la vida” solo para necesidades humanas. Considerar que nos atribuimos el poder de hacer nacer formas de vida solo para que satisfagan necesidades humanas de consumo debería alcanzar para generarnos una cierta angustia de responsabilidad, algo que en general no acontece, porque el consabido “después de todo, son animales” justifica la supuesta superioridad del existente humano sobre todo lo que es, y su “derecho” a hacer uso de todo hasta la extenuación, consumición y aniquilamiento. 3 Alguien podría objetar que no existe la esclavitud en el siglo XXI: las condiciones laborales a los que son sometidos muchos inmigrantes, el maltrato que sufren mujeres y niños secuestrados en la trata de personas, entre otras situaciones, permiten considerar que la esclavitud sigue vigente. 4 El término “cruor” alude al rojo de la sangre, a su principio colorante, es la forma de denominación, por parte de la medicina antigua, de la hemoglobina. 5 El humanismo es el movimiento de pensamiento que nace en Italia en el siglo XV, y que como forma de crítica a la escolástica medieval, coloca el hombre y sus valores en el centro de la realidad (antropocentrismo). En esa época nacen las “humanidades” que son las disciplinas que se dedican a las cuestiones “humanas” (lenguaje, razonamiento, moral, etc.) que diferencian al hombre del resto de lo viviente. Tomo el término “humanismo” básicamente en su acepción antropocéntrica, para señalar que es necesaria la deconstrucción de ese modelo de lo humano, que sigue vigente en la época actual, y que sustenta la idea de que podemos disponer libremente de todo lo que es. Esta idea se exacerba en el Antropoceno, en el que ya no es posible pensar el mundo sin la actividad humana avasallante y transformadora de la Tierra toda. 6 Ibidem , p. 36. Esto no implica desconocer, y Williams lo aclara, que también existían “ servants ” blancos, aquellos convictos que fueron enviados desde Inglaterra, pero también hombres, mujeres “libres” que fueron atraídos de diversas maneras para embarcarse e ir a trabajar al Nuevo Mundo. Es decir, la “mano de obra” del trabajo se conseguía de aquellas formas de vida que se consideraban inferiores no sólo por cuestiones de raza o color de piel, sino también por condiciones de vida. 7 En p. 190 Kressel discute la versión del genocidio nazi sin sangre, señalando que también hubo derramamiento de sangre y asesinos carniceros en el Tercer Reich. En p. 250 destaca la relación entre el derramamiento de sangre y la alusión a los enemigos en términos animales. 8 Las imágenes del capitalismo como vampiro se encuentran en Marx: se refiere al trabajo de los niños en “instituciones succionadoras de sangre” (2009: 571), a la sangre humana transformada en mercancía ( ibídem: 574), entre tantas otras. El capital en este sentido es el vampiro que necesita de la “sangre fresca” del trabajador para poder acumular ganancias. 9 Imágenes de la exposición “Holocaust on your plate”, realizada por PETA, en julio de 2003, pueden verse en https://www.prijatelji-zivotinja.hr/index.en.php?id=243 . 10 No entraré en este punto a analizar el sentido de dichas necesidades: como sabemos, estos animales alimentan a menos de un 20 % de la población mundial. Para ello se devastan bosques, eliminando las grandes zonas de absorción de carbono del planeta, alterando los suelos, los ecosistemas, y arrasando con el hábitat de poblaciones humanas, animales y vegetales. 11 Filippi (2016) ha retomado la comparación, para indicar que el horror de los mataderos (grado-cero del lugar) supone que no existen archivos ni testimonios, y que los habitan los sin-nombre, y establece de manera muy precisa el vínculo entre el trozado de los cuerpos y el capitalismo (por eso se pregunta, remedando el “Il faut bien manger” -Es necesario comer- de Derrida, si existe un “Il faut bien tuer” -es necesario matar). 12 Kentucky Fried Chicken (KFC), Mac Donalds, Pizza Hut, Taco Bell, entre otras. 13 Llamo la atención sobre el sentido de “débil” en este contexto: en términos del pensamiento de Nietzsche se trata justamente de la paradoja de que los débiles son los “poderosos” de la tierra, los que dominan a los otros, aquellos en los que predomina la fuerza conservadora (por eso, justamente, Nietzsche se pregunta por qué los débiles dominan el mundo). El fuerte, en este sentido, es quien puede romper con el deseo exacerbado de conservación. Referencias Coetzee, John M. (2004) Elizabeth Costello, trad. J. Calvo. Barcelona: Mondadori. Cragnolini, Mónica B. (2016) Extraños animales. Filosofía y animalidad en el pensar contemporáneo. Buenos Aires: Prometeo. Derrida, Jacques (2001) Estados de ánimo del psicoanálisis. Lo imposible más allá de la soberana crueldad . Traducción V. Gallo. Buenos Aires: Paidós. Derrida, Jacques (2015) Séminaire La peine de mort, Volume II (2000-2001 ). Édition établie par G. Bennington et M. Crépon. Paris: Galilée. Filippi, Massimo (2016) L´invenzione della specie. Sovvertire la norma, divenire mostri.Verona: ombre corte. Kressel, Neil J. (1996) Mass Hate. The Global Rise of Genocide and Terror . USA: Springer Science –Bussiness Media. Marx, Karl (2009) El capital. Tomo I. Volumen 2. Libro I. El proceso de producción de capital. Edición a cargo de P. Scaron. México: Siglo XXI. Munro, Lyle (2005) Confronting Cruelty. Moral Orthodoxy and the Challenge of the Animal Rights Movement. Leiden-Boston: Brill. Nietzsche, Friedrich (1980). Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 Bänden Herausgegeben von G. Colli und M. Montinari, Berlin: Walter de Gruyter/Deutsche Taschenbuch Verlag (se cita como KSA, seguido del volumen y página, y antecedido por la sigla de la obra). Patterson, Charles (2002) Eternal Treblinka: Our treatment of Animals and the Holocaust, New York: Lantern Books. Schlosser, Eric (2002) Fast Food Nation What the all-american meal is doing to the world, London: Penguin Books. Singer, Isaac Bashevis (2011) The collected Stories . USA: Penguin Classics. Williams, E. (2011) Capitalismo y esclavitud , trad. de Traficantes de sueños sobre la trad. de M. Gerber, Madrid: Traficantes de Sueños.
Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.