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  • Un poema de El libro de los divanes / Tamara Kamenszain

    Soñé con Arturo Carrera es un amigo de mi generación literaria me susurraba en italiano palabras al oído era excitante. Usted puede viajar a Italia a ver si ahí encuentra el amor interpreta la analista buscando que acabe Kamenszain la novela de mi vida para que por fin empiece su realidad. Arturo no era Arturo porque nunca en los sueños los que vemos son los que vimos y de mi generación literaria el pasado me impone complicidades guiños contraseñas que los que no estuvieron ahí nunca entenderán. Eso me obliga a hacer siempre el mismo recorrido: psicoanálisis, literatura, teoría, política... y aunque muchos jóvenes se fascinen con nuestra época es un hecho que nosotros tenemos la cabeza quemada. Fuente: Kamenszain, Tamara (2014). El libro de los divanes. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2014

  • Saber estar ahí / Marcelo Percia

    Clínicas respetan momentos de aturdimiento. Consternaciones enmudecidas alojan visiones del desastre de la civilización. Decidió engarrafarse: envuelto en una frazada, se ató a la garrafa con un encendedor en la mano. Hacía tiempo que andaba raro. Había dejado de hacer los cucharones de madera que salía a vender en la plaza. Escuchaba a la vecina llorar cuando el marido la golpeaba. Después de días sin dormir, pidió al tipo que no moleste a la mujer. El otro lo amenazó: la próxima vez que se metiera en su casa lo iba a hacer internar. La noche anterior a engarrafarse durmió bien. Cuando llegó el equipo, gritó que no se acerquen, porque iba a hacer estallar la garrafa. La psicóloga se sentó a dos metros. Estuvieron así horas: en un momento, dijo que se había preparado porque lo querían matar. Dos compañeros acompañaron un rato, callados. Cuando el chofer de la ambulancia ofreció cigarrillos, se soltó de la garrafa para fumar. Acordaron volver al hospital. Aceptó viajar, debajo de la camilla, tomado de la mano de la psicóloga. Fuente: Percia, Marcelo (2017). estancias en común. Ediciones La Cebra. Buenos Aires, 2017.

  • La cuenta del dolor / Vicente Zito Lema

    100.000… El número se vuelve crimen El que calla, otorga… Nunca hay piedad en la desmesura Tanta crueldad espanta Tantos días de muerte sin amor… Todo ocurre como si nada ocurre… Alguna estrella titila en lo alto, otra no… El sol sigue allí, reina en la bóveda perfecta, sin la menor sospecha de negrura… La tierra sí que es negra y pura, El humus da para varias cosechas al año… ¡Buena riqueza! ¡Augurios! / ¡Angurria! (la única propiedad pública son las florecillas celestes al borde del camino…) Los perros no paran de llorar a la luna… Temen las tormentas / los crímenes / el soplo en la nuca de los fantasmas… Sea con luna llena o luna menguante… Lunas de frío o lunas con sangre / los perros lloran y hasta gimen con sus ojos cerrados… igual que los muertos cuando los velan… Nada nuevo nace, todavía… Todo es oscuridad / recelo… Las aguas van lentas por el alba… Sin asombro… mansas… quietas como un diamante… Los potros relinchan por las pampas Galopan / hasta vuelan… sudan, como en los sueños… Llega la mañana, sin anuncios… solo la luz que era roja, o mejor: morada, bien de fruta… Ahora es una luz pálida… Los niños toman la leche / de un trago… Pelean como demonios por la calle / y regalan sus promesas, parecen ángeles… En la escuela juegan y cantan… Pronto aprenderán a sumar los muertos de la Peste… como ayer sumaban las peras y las manzanas (los ríos y los mares) Los muertos son muchos / las manos son pocas Suerte que pronto llegarán las campanas del recreo… Para mañana se esperan vientos moderados… con escasas posibilidades de lluvia… Árido está el cielo / también vacío… Habrá que regar el clavel del aire Las flores y el perfume vienen retrasados… La mujer con vestiduras fúnebres Sobre sus aires de inocencia Ríe sin reír / llora sin llorar… Muestra los dientes y afila su guadaña… En la ciudad del corazón dormido Nadie recuerda la eternidad… Apenas se cuentan los muertos… Julio 2021

  • Una vida inapropiada / Marcelo Percia

    Hablar de una muerte supone la invención de una distancia con el morir. A Horacio González se lo recordará con una imagen de Jeremy Taylor (1667): erraba por los caminos con una antorcha en una mano y un cántaro en la otra. El agua, para apagar el infierno; el fuego, para incendiar el paraíso. El infierno se representa como dolencia sin fin. Mientras el paraíso se imagina como tiempo sin dolor. Ni infierno ni paraíso. Ni tormento eterno ni bienestar plano. Horacio González supo habitar el “ni”. Vicente Zito Lema, en una conversación, leyó palabras de despedida a Horacio González. En un pasaje se refirió a "la buena espera”. Tal vez, en eso consiste lo que se puede ante la muerte: obrar una buena espera. Mientras negaciones y desmentidas actúan como defensas solitarias ante lo insoportable. Mientras hipocresías fingen no ver lo que están viendo. Mientras falsías quieren conservar prerrogativas. Mientras privilegios optan por la ceguera voluntaria. En estos días, despedidas se desprenden el amor de la piel. Se suele decir que, para pensar, cada existencia necesita combatir contra sí misma. Pero, no hace falta pelear contra una ficción. Se necesita partir desde allí. Aventurarse más allá del conocido reflejo de los espejos. Su muerte recuerda esa necesaria rajadura. Pasantes, nada más que eso; aunque todo lo que hacemos procure negarlo. Su muerte disemina la responsabilidad de seguir pensando. Volver a leer sus páginas para interrogar cómo hacerlo. Retomar sus zigzagueos para aprender de los desvíos. Entregarse al vértigo de pensar con la amorosa concentración que le supimos. Horacio González puso en escena un pensar que se desplegaba y replegaba pulsado por azares meditados. Practicó la nocturnidad de una lengua que imitaba desvaríos y ocurrencias de los sueños. Se conoce la versión hiriente del refrán que dice: “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Una sentencia que recomienda diferenciarse de la multitud o consolarse en ella para hacer más llevadero un infortunio solitario. Pero no conviene razonar así. Mal de muchas vidas amplifica dolores y entrama tristezas. Mal de muchas vidas detecta privilegios de unos pocos poderes. Mal de muchas vidas moviliza una común revuelta. Horacio González ofició el malditismo pensante. Una obviedad que, sin embargo, necesita volver a decirse: vivir supone convivir. Lo conviviente indica mucho más que una convivencia, desborda la empecinada ficción personal de tener una vida propia. Horacio González practicó una vida inapropiada. Pero, cuánta muerte. Estamos atascados en la tanta muerte. Soledades que sentimos levitan como miniaturas de la historia. Fuente: Revista la Tecl@ Eñe. Buenos Aires, 5 de julio de 2021.

  • Horacio / Alejandro Kaufman

    Duelo. Largos años, ese hábito de cada tanto el compromiso con alguna reunión organizada por Horacio para exponer o presentar, o con alguna publicación donde escribir, o con alguna conferencia, o con alguna entrevista. Siempre una fecha próxima para la que preparar. Ahora la fecha está atrás, pasó, ocurrió lo irrepetible acerca de lo que ya no volverá a suceder. Insondable pena, enojo con el mundo y el lazo social que no lo pudo impedir, resistencia a aceptar lo ineluctable, serenidad perdida frente al recuerdo de un Horacio siempre calmo en el dolor. Después de engendrar océanos el manantial cesó de fluir. Su aura nos interroga sobre qué es lo que cesó de tamaña presencia. Libros, artículos, memorias, afectos, escritos múltiples, hasta videos: todo ello perdurable, destinado como estaba a tal fin. Falta lo que falta con toda ausencia, pero ¿Qué más falta cuando Horacio falta? Hay varios Horacios, el textual, el oral, el performático, el político, el docente, el funcionario, el entrevistador y el entrevistado, y debe haber más. En todos fue hospitalario, afectuoso, escuchador, igualitario, generoso, compañero. En todos se ganó afectos masivos. En ninguno hizo transacciones reprochables y en todos mantuvo una integridad ejemplar. El manantial que cesó de fluir nos interroga con su ausencia. ¿Qué sustrae su ausencia? ¿De qué nos priva? Nos priva de su gravitación como reciprocidad. Se ausentó un sol gnóstico, uno que al atraernos se retrae, se aparta para dejarnos lugar. La exención de toda violencia, jerarquías, barreras, categorías o privilegios que la reciprocidad hace posible es tributaria de su generosidad. Generosidad no es un buen término porque no es concesión ni gracia sino la figuración de un campo gravitacional. Somos acreedores de una instancia conversacional de la que no sabemos qué puede hasta que nos acercamos a su inspiración, a la que nos invita, del modo hospitalario que sabemos. Horacio fue oficiante de lo que llamaba conversación como acontecimiento cultual, como evento del común, no como liturgia recurrente cristalizada. Hablas vivientes, nunca protocolos que seguir. El sistema gravitacional de Horacio -su principio de reunión- no era solar con un centro a cuyo alrededor se circunvalara sino un colectivo de astros recíprocamente girantes respecto de los cuales él era el anfitrión dotado de una intensidad inagotable. El sistema de igualdad que habilitaba no era de simetrías ni de equidades banales sino de fuerzas que se oponían en toda su intensidad sin daño ni sujeciones. Ese era el juego que Horacio era capaz de suscitar, y que esperamos, deseamos que prosiga como el rescoldo estelar que no puede sino acompañarnos en su ausencia. Horacio abogaba por pensar antes que por concluir, por diferir la pena antes que por ejecutarla, por la espera antes que por el juicio sumario. Máquina performática entonces, máquina vanguardista y arqueológica, máquina social, estética y política que no dejó indiferente a nadie que lo leyera o escuchara. En su huella, "intelectual" es una palabra agonística que describe a quien tenga pudor o vergüenza por no saber o por no entender, por lo que entonces lee y escucha para saber y entender. Y después están quienes escriben y hablan sin pudor ni vergüenza: estos viven en el Paraíso. El prodigio cesó, su irradiación es imborrable, aquello que enlazó permanece como suspendido en el aire, un levitar a la espera de su prosecución, de su legado. La muerte sella con su sigilo el tiempo perdido. Suscita cosas tan diferentes: novelas, ensayos, rondas y cavilaciones. También silencios y plegarias. FUENTE: Revista La Tecl@ Eñe - Buenos Aires, 29 de junio de 2021.

  • Guerra y pan / Alejandro Kaufman

    Al pan, pan. La desmaterialización de las condiciones de la existencia conforma el teatro de los conflictos en los tiempos que corren. ¿Qué tiempos corren? ¿Por qué la necesidad creciente de fechar en la actualidad más inmediata los dichos esbozados? Con las palabras sucede como con tantas otras categorías en las que buscamos ya como hábito de reciente configuración los tres puntos, a la derecha y arriba, que permitirán acceder a las posibles variaciones en parámetros, determinaciones y diseños. Así sucede con “guerra” y con “pan”. La primera está siendo frecuentemente sustituida por un término banal: “disputa”. Todo se disputa. Como en las imágenes que nos impregnan la mente de muchedumbres hambrientas que se lanzan sobre unos mendrugos que se les arrojen. La pretensión de otorgar dignidad sociológica banal a las “disputas” es una sublimación del estado de indigencia que nos embarga. Podría verse también como un residuo del laicismo declinante en el que todavía creemos desenvolvernos frente a los giros fideístas que surgen como géiseres desde capas tectónicas que se suponían extinguidas. Hemos agotado las nociones antagonistas sobre conflicto, lucha, polémica; de nuevo: disputa. La existencia social capitalista como constante lanzarse sobre minucias para apropiárselas. No porque solo se nos arrojen minucias sino porque la lucha por el valor todo lo devalúa y nos impele siempre en una dirección de supuesto progreso, una escala continua llamada “crecimiento”. En nuestro país nos mortifican los oídos hasta la consunción, ya que de pan hablamos, con el crecimiento que podría haber existido y no fue posible debido a que las riquezas producidas se distribuyeron antes de seguir acumulándolas. Distribuir riqueza es un crimen. Es robo y corrupción. Justicia social es atentar contra el sacrificio masivo que el progreso demanda como una divinidad depredadora impuesta por el destino. En fin, que la cuestión en los días que corren no es la de una riqueza representable, tangible, susceptible de una conversación realizable. La riqueza consuma su abstracción en una enumeración, un ranking de los más ricos del mundo, medida por la proporción de la mayor posesión en manos del menor número. Distribuir ha alcanzado tal dislocación respecto de lo que los grandes poderes poseen, los llamamos “concentrados”, que en las nociones comunes circulantes se nos hace habitual el odio masivo hacia cualquier achatamiento de las pirámides de bienes poseídos. En las luchas por el prestigio y el reconocimiento ganan quienes más acumulen. Somos seres respiradores. No acumulamos el aire, lo inhalamos y lo exhalamos. En cada ciclo renovamos la noción del límite de la existencia. De nada nos servirían incontables tanques de oxígeno si no los pudiéramos respirar, o capas geológicas de comida que no pudiéramos comer o dosis de vacunas que no necesitáramos para la población de nuestro país. La posesión de riquezas más allá de cierto límite es solo un acto de idolatría cruel hacia el resto del mundo viviente porque no puede ser ejercida sin un performativo desprecio hacia todo lo que no es autopercibido como propio. ¿Por qué semejantes creencias erróneas prevalecen? Desde que se instaló el talante que llamamos moderno, un vórtice transformador irresistible de novedades prometedoras conformó un velo que nos subyuga a la espera del siguiente escalón de la felicidad. El hambre entonces no es hambre sino inseguridad alimentaria o inequidad dietética. La desposesión de competencia letrada no es cultura popular sino primero analfabetismo y luego brecha digital. La calamidad pandémica no es una desgracia sino una curva que espera que la achatemos. La democracia no es teatro de voces libres sino sujeción a leyes basadas en el intangible derecho a la propiedad. El movimientismo comunitarista que sonríe al habitar no es un populismo plausible sino un freno decadente, pretexto de promoción oportunista de la pobreza. Aun no sabemos cómo hacer frente a tal estado de cosas más allá del día a día. FUENTE: Revista Kamchätka, Nro 18, julio-agosto 2021.

  • A los golpes / Verónica Scardamaglia

    Hace un año la muerte me pega en el hígado la vesícula la bilis -como si hubiera un dónde-. Regurguitar los golpes indigeribles. Té de carqueja, cardo mariano, mate con diente de león un limoncito con agua tibia en ayunas tintura madre, yoga, shiatsu, osteopatía a veces sertal. Nada alcanza. Nada funciona contra tanto. Duelar, doler, enojarse duelar con furia duelar sin resignación ni paciencia ni espera duelar duelar sin más -ya sin saber cómo-. Y volver a enojarse con la muerte en el hígado la vesícula la bilis Carqueja con shiatsu y limón. Mate en ayunas de león diente. Tintura de agua madre tibia Té de sertal Osteopatía a veces yoga Lágrimas de asalto y rabia. Mares de puteadas saladas y agrias. Y miedo. Regurguitar miedo. Duelar, doler enojarse duelar sin furia duelar con resignación, con paciencia y espera duelar duelar sin más -ya sin saber cómo-. Hasta aprender a vivir con eso.

  • Sesiones en el naufragio (8) Un común silencio (segunda parte) / Marcelo Percia

    Lo que nos pasa excede lo que podemos decir. Demasías no terminan de expresarse. Se sienten como aturdimiento, confusión, excitación. Ante lo impensado, ante lo inefable, ante lo inasible, ante lo indesignable, ante lo inconcebible, ante lo imponderable, ante lo ininteligible, ante lo impronunciable, revolviendo cenizas: presentimos silencios. Se recuerda la proposición de Wittgenstein (1921) que dice: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Sin embargo, cuando se está sufriendo (y no se puede hablar) no se elige callar, se calla porque no se puede otra cosa. Otras veces, de lo que no se puede hablar, se habla y se habla para aliviar esa imposibilidad, para compartir ese no poder. Entre las ironías y citas apócrifas de Borges se recuerda ésta: “No hables al menos que puedas mejorar el silencio”. Pero el silencio no solicita que se lo mejore, solo necesita que se lo respete. Silencios agradecen elocuencias calladas que planean en el aire. Cuando la vida se resiste a que se la nombre, hacen bien las palabras en abstenerse. Habitamos un mundo hecho de palabras. La vida puede prescindir de los nombres, pero los vocablos necesitan de la vida. Cercanías acontecen entre silencios. A veces, interrumpidos por la pregunta: “¿En qué estás pensando?”. Acciones clínicas se plantan como apuestas decididas sobre un fondo de indecisión. La firmeza de esas decisiones consiste en la vacilación: un temblor que sobreviene tras cada decisión. Cada intervención (decir y no decir, hacer y dejar de hacer) supone un riesgo y una espera. Riesgos conocen experiencias, discusiones, lecturas; esperas olfatean abismos. ¿Cómo calcular riesgos, sabiendo la vida incalculable? En los silenciosos pliegues de una decisión se guarecen las dudas. Las apuestas no se pierden, se inician continuamente. Hay silencios que no merecen llamarse silencio. No lo merecen los ahogos en los interrogatorios. Ni las intimidaciones, presiones, demandas, que exigen confesiones. Expectaciones y preguntas clínicas traman relaciones delicadas con el silencio. Muchas veces el silencio agradece la sola espera. Poderes silencian, urgencias atoran palabras. El psicoanálisis sostiene un necesario pasaje por el silencio: por la vida desnuda, desamparada, cruda. Un común silencio desprendido de las arrogancias de todas las hablas, de sus ruidos y chirridos quejosos. Bion observa que grupos clínicos reaccionan con hostilidad ante la ausencia de conducción. La privación de una palabra salvadora desencadena ansiedades que arrasan. Esa prescindencia desata defensas fanáticas que alucinan amores incondicionales, malicias vengativas, poderes protectores. Fantasías concertadas en común tratan de evitar vértigos de las soledades: en el silencio parpadean enigmas irresolubles de la vida. Siempre habrá otros modos de estar en lo que nos pasa. Otros movimientos que alojen, suavicen, pacifiquen. Sin embargo, por momentos, demasías inundan y no se sabe qué hacer. Terrores que inmovilizan se enquistan en lo pasajero. Se habla, se habla, se habla, hasta que se hace silencio. No porque no se tenga ya nada por decir, sino porque el decir necesita descansar no diciendo nada. El silencio no se hace, se vuelve al silencio. El silencio está antes, durante, después de lo que se está diciendo. Esa silenciosa espera que no espera nada se insinúa en el (indiferente) transcurrir del tiempo. La ansiedad de decirlo todo encalla cuando se da cuenta de que nunca se alcanza a nombrar lo que nos pasa. La ansiedad por decirlo todo siente el silencio como baldío yermo e inhóspito. Como muro contra el que chocan nerviosismos. Hay silencios que sobrevienen como fatiga de las palabras. Silencios que envuelven lo vivo y cobijan existencias que hablan. Entre los muchos silencios se conoce el que se vive como un horror secreto. El de la injuria alucinada. El del odio que delira. El silencio de la hostilidad. El silencio gobernado por voces que humillan. Condenan, ordenan dañar o dañarse. Silencio que sostiene que la vida no tiene sentido e invita a la muerte. Nadie quisiera estar en un silencio así. El sentido común persuade de que la vida no tiene sentido o que no vale vivir si no se consigue tal o cual cosa. La vida no tiene sentido, dirección, meta. No sabe de logros, hazañas, derrotas. Tampoco tiene que hacerse valer. La vida -sin por qué ni para qué- solo persevera en vivir. Desesperanzas que no le encuentran sentido a la vida, padecen la enfermedad de la esperanza o la enfermedad del reconocimiento, el triunfo, el aplauso o como se llame. El sentido, ese pulso secreto de lo vivo, se mece en una calma anterior a las lenguas. Pero, cuando se está sufriendo, eso no se sabe ni importa. El silencio precede a la vida, y solo silencio quedará tras el último estruendo. Emociones no solo se reducen a lo que estamos sintiendo ahora. Emociones acarrean historias, coagulan memorias no personales. Un día nos damos cuenta de que los pensamientos hablan solos. Los discursos siguen órdenes y voluntades no personales. Ejecutan críticas, sentencias, ocurrencias, cautelas, desquicias. A veces, se los escucha decir: "No te preocupes, todo va a estar bien. No temas, te van a seguir queriendo”. Esa secreta amabilidad serena y sosiega. Hablas del poder consignan, seducen, adulan, extorsionan, expulsan. La sola amabilidad que no manda ni persuade, esa, da serenidad y sosiego. Se comienza hablando en sesión con quien obra de analista hasta que de pronto se hace audible un persistente silencio: un horizonte acústico en el que rebotan amplificadas las preguntas sobre aquello que nos pasa. Idea Vilariño (1950) prueba reír y llorar, estar sin llanto y sin risa, saber el tiempo: el paso de la vida. Escribe “Todo es muy simple mucho / más simple y sin embargo / aún así hay momentos / en que es demasiado para mí / en que no entiendo / y no sé si reírme a / carcajadas / o si llorar de miedo / o estarme aquí sin llanto / sin risas / en silencio / asumiendo mi vida / mi tránsito / mi tiempo”. Tal vez se trate solo de estarse en silencio y, así, en la vida, en el tránsito, en el tiempo. Sin posesivos, sumida en un silencio impersonal e impropio. Se conoce el instante orgánico de la angustia: cuando se enhebra en un cuerpo que duele. Transitamos superficies repletas de pisadas superpuestas. Una confusión de marcas. Sobre esos signos enmudecidos, andamos. Emociones estampadas bajo nuestros pies preceden todas las marchas. Tal vez por eso escribe Rodolfo Kusch (1979) “Vivir en suma es poner el pie en la huella del diablo”. Cierto: en el rastro del mal cabe tanto el pie que se subleva como la bota que aplasta. No depende solo de cómo se mire. Pasos que damos tienen consecuencias: algunos dañan la vida, otros la alegran. Ensayamos lecturas verosímiles sobre lo que está pasando que tratan de no ceñir a la vida en estrechas interpretaciones. Se comunican conjeturas clínicas creyendo más en las precauciones: “Disculpe que me meta en cómo está viviendo. Esto que estoy por decir tal vez no corresponda con lo que le está pasando. Incluso tendríamos que pensarlo con más cuidado”. Cautelas clínicas importan más que las imprudencias pronunciadas. Una conjetura, la más lograda de todas, funciona como una flor arrancada de una exuberante planta: al poco tiempo, desfallece en un florero. Qué bien lo dice Horacio González (2019): “Comprender es nuestro ejercicio, nuestro problema y nuestra modesta desesperación diaria”. La labor clínica consiste en aprender a vacilar. En saber estar junto a lo incomprensible. A veces, ante una vida angustiada, se guarda silencio porque no se sabe qué decir. Se quisiera expresar algo que alivie, que acompañe, que esclarezca, que ayude a pensar. Pero no se nos ocurre nada. Entonces, se está ahí, en espera, aunque la impaciencia nos respire en la nuca. La expresión guardar silencio no tiene solo que entenderse como abstenerse de hablar, se trata de cuidar el silencio como secreto mudo de la vida. “Escuchar bien, a eso llamo callarme”, escribe Beckett (1953) en el Innombrable. Borges (1960) recuerda una idea de Coleridge que ayuda a pensar secretos estupores nocturnos “…no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos”. Sentimos, pero no sabemos qué. En tiempos que arrecian, se necesitan nombres e imágenes que rescaten emociones del silencio. Si no: eso que no se sabe estrecha la vida hasta hacerle faltar el aire. Un poema de Alejandra Pizarnik que se llama La palabra que sana dice: “Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”. El lenguaje desentierra mundos imaginándolos. El silencio carece de forma y no tiene lugar. Nos llegan las formas como ángeles caídos. El mar no se muestra furioso, ni siquiera se muestra. El mar solo está. Está sin pretensión de existencia. Ni calmo ni furioso. Constelando con la luz y con el tiempo, con la luna y los vientos. Copulando con gravitaciones invisibles. Hay una palabra que sana, no cualquiera. No se llega a contar ni percibir la intimidad de un dolor, aunque se lo acaricie, se lo escuche, se lo sepa. Ese dolor incomunicable, ese último silencio, se llama soledad. Se podría distinguir soledad de desolación. Desolaciones se presentan como ruinas del ánimo. Como tristezas heridas que se apartan, se retiran, se exilian. Desolaciones no se cobijan en silencios de las soledades, callan porque les estalla en el pecho la opresión de cercanías que duelen. Aunque permanezcamos enmudecidos, en este momento de arrasamiento y común indignación, dan ganas de gritar: "¡Basta...que no se muera nadie más! No se conoce abrazo más duradero que el de un común silencio cuando lentas paladas de tierra cubren un cuerpo sin vida. Tal vez un día transformen todas las palabras en mercancías, pero con los silencios no van a poder.

  • Cartografía del silencio - Cartographies of Silence / Adrienne Rich

    1 Una conversación empieza con una mentira. Y cada interlocutor de ese supuesto lenguaje común siente la partición del témpano, el separarse como con impotencia, como enfrentándose a una fuerza de la naturaleza Un poema puede empezar con una mentira. Y romperse. Una conversación tiene otras leyes se recarga con su propia falsa energía, no se puede romper. Se infiltra en nuestra sangre. Se repite. Talla con su estilete sin retorno la soledad que niega. 2 La emisora de música clásica suena en el departamento hora tras hora levantar, levantar y levantar el teléfono de nuevo Las sílabas que pronuncian una y otra vez el viejo guión La soledad del mentiroso que vive en la red formal de la mentira girando el dial para ahogar el terror debajo de la palabra no dicha. 3 La tecnología del silencio los rituales, la etiqueta la confusión de los términos silencio y no ausencia de palabras o música o hasta sonidos en bruto El silencio puede ser un plan ejecutado con rigor la copia heliográfica de una vida Es una presencia tiene una historia y una forma No lo confundas con cualquier clase de ausencia 4 Qué tranquilas, qué inofensivas empiezan a parecerme estas palabras aunque comenzaron con pena y enojo Puedo atravesar esta película de lo abstracto sin lastimarme, ni a vos acá hay dolor suficiente ¿Por eso transmite la emisora de música clásica o de jazz? ¿Para darle una razón de ser a nuestro dolor? 5 El silencio se desnuda: En la Pasión de Juana de Dreyer la cara de Falconetti, el pelo rapado, una gran geografía escrutada en silencio por la cámara Si hubiese una poesía donde esto pudiese ocurrir no como espacio en blanco ni como palabras ajustadas igual que una piel sobre los significados sino como el silencio que cae al final de una noche que dos personas pasaron hablando hasta el amanecer. 6 El grito de una voz ilegítima Ha dejado de escucharse, por ende se pregunta a sí mismo ¿Cómo es que existo? Éste era el silencio que quería romper en vos Tenía preguntas pero no ibas a responder Tenía respuestas pero no podías usarlas Esto es inútil para vos y quizás para los otros. 7 Era un asunto viejo hasta para mi: El lenguaje no lo puede todo – Anotalo con tiza en las paredes de los mausoleos donde yacen los poetas muertos Si el poema pudiera transformarse a voluntad del poeta en una cosa Un ala de mármol al descubierto, una cabeza en alto radiante de rocío Si simplemente pudiera mirarte a la cara con los ojos desnudos, sin dejarte dar vuelta hasta que vos, y yo que deseo hacer ésto, fuéramos iluminados al fin por su mirada. 8 No. Dejame tener esta tierra, estas nubes pálidas demorándose amargamente, estas palabras moviéndose con precisión feroz como los dedos de un niño ciego o la boca del recién nacido violenta de hambre Nadie puede darme, hace mucho adopté este método Así como el grano se vuelca de la bolsa de red o la llama de bunsen que se volvió baja y azul Si cada tanto envidio las anunciaciones puras a simple vista La visio beatifica Si cada tanto quiero volverme como el hierofante eleusino que sostiene una simple espiga de cereal Para el regreso al mundo concreto e incesante lo que sigo eligiendo, de hecho, son estas palabras, estos susurros, conversaciones de las que una y otra vez despunta verde y húmeda la verdad. 1. A conversation begins with a lie. And each speaker of the so-called common language feels the ice-floe split, the drift apart as if powerless, as if up against a force of nature A poem can begin with a lie. And be torn up. A conversation has other laws recharges itself with its own false energy, Cannot be torn up. Infiltrates our blood. Repeats itself. Inscribes with its unreturning stylus the isolation it denies. 2. The classical music station playing hour upon hour in the apartment the picking upand picking up and again picking up the telephone The syllables uttering the old script over and over The loneliness of the liar living in the formal network of the lie twisting the dials to drown the terror beneath the unsaid word 3. The technology of silence The rituals, etiquette the blurring of terms silence not absence of words or music or even raw sounds Silence can be a plan rigorously executed the blueprint of a life It is a presence it has a history a form Do not confuse it with any kind of absence 4. How calm, how inoffensive these words begin to seem to me though begun in grief and anger Can I break through this film of the abstract without wounding myself or you there is enough pain here This is why the classical or the jazz music station plays? to give a ground of meaning to our pain? 5. The silence strips bare: In Dreyer's Passion of Joan Falconetti's face, hair shorn, a great geography mutely surveyed by the camera If there were a poetry where this could happen not as blank space or as words stretched like skin over meanings of a night through which two people have talked till dawn. 6. The scream of an illegitimate voice It has ceased to hear itself, therefore it asks itself How do I exist? This was the silence I wanted to break in you I had questions but you would not answer I had answers but you could not use them This is useless to you and perhaps to others 7. It was an old theme even for me: Language cannot do everything- chalk it on the walls where the dead poets lie in their mausoleums If at the will of the poet the poem could turn into a thing a granite flank laid bare, a lifted head alight with dew If it could simply look you in the face with naked eyeballs, not letting you turn till you, and I who long to make this thing, were finally clarified together in its stare 8. No. Let me have this dust, these pale clouds dourly lingering, these words moving with ferocious accuracy like the blind child's fingers or the newborn infant’s mouth violent with hunger No one can give me, I have long ago taken this method whether of bran pouring from the loose-woven sack or of the bunsen-flame turned low and blue If from time to time I envy the pure annunciations to the eye the visio beatifica if from time to time I long to turn like the Eleusinian hierophant holding up a simple ear of grain for return to the concrete and everlasting world/what in fact I keep choosing are these words, these whispers, conversations from which time after time the truth breaks moist and green. Traducción Sandra Toro (de "The Dream of a Common Language" Poems 1974-1977)

  • La palabra abrazada al silencio / Karina Androvich

    "Que sea posible sin embargo, pido, apenas eso: no causar más dolor que el que ya existe, ante todo no dañar, como decían los primeros médicos de la tribu." Claudia Masin (Crónicas como restos de una conversación) La invención del lenguaje la pensamos para decir lo que nos pasa, pero lo que nos pasa excede lo que podemos decir. No llegar a decir lo que nos pasa no es una limitación, sino encontrarnos con ese límite que se podría llamar silencio. Entonces, hay un común silencio que no puede ser dicho. Esto no sería una mala noticia. A eso indecible lo llamamos común silencio. Silencio ante lo impensado / inefable / inasible / indesignable / inconcebible / imponderable / ininteligible / impronunciable. Ante esos abismos presentimos silencios. Inasible, que no se puede asir, tomar con la mano, vinculado con la idea de poseer. No son malas noticias estar ante esto. Si hay algo impensado todavía tenemos la posibilidad de la aventura, la alegría, el juego del pensar; sino es dogma, repetición. Vivir sin explicar, sin asir. Lo indesignable, lo que se rehúsa a quedar señalizado en un lugar de captura. La idea de estigma se carga con una marca de desprecio o expulsión. Lo inefable, palabra preciosa, como aquello que no se puede explicar con palabras o razonamientos. Algo indecible. ¿Por qué hoy pensamos el respeto por la vida y lo ponemos del lado de lo indecible? Poner en cuestión la potencia de cada sentido que reproduce el daño de lo vivo implica poder intervenir ante la inadecuación que habitamos entre el lenguaje y la vida. Convivir con lo indescifrable y respetarlo implica objetar el control de lo vivo. Una amabilidad importante. Vivir requiere un común aprender a asomarse a un abismo. La idea de abismo puede vivirse como una mala noticia o como una posibilidad de invención. Vida y dolor como inseparables. El silencio como revés o envoltura de lo vivo que no es sin la posibilidad de dolor. Silencio como misterio que respeta la infinitud de misterios, la irremediable inasibilidad de lo vivo que podría doler por el estado de despedida constante que tiene la vida. ¿Por qué se ha vuelto insoportable el silencio en esta cultura? En la comunidad de invulnerabilidad ilusoria en las que vivimos, las hablas del capital dirían que vida y dolor son separables. La promesa de felicidad se sirve de la elisión del dolor para vender los mil objetos que lo acallen, pero la evitación del dolor lleva al acto cruel. Lo indecible de un común silencio lo presentifica, actúa a modo de alarma letal. Se da lo cruel automatizado antes del darse a lo no sabido. No hay soportabilidad para alojar un misterio. Se responden trinchetas de puntas que clasifican la vida según los modos que circulan. La evitación del dolor como brújula hacia el éxito personal: los aplausos del circo capitalista a quienes entronan sus valores como verdades. Se reinicia el ciclo desde cada boca, a cada momento. El lugar del dolor queda desacoplado de la vida y se vivencia como fracaso personal a revertir o a ocultar. Desde una preocupación por la indolencia, por un espacio que cada vez le reduce más al dolor, tenemos que decir que es importante darle un lugar. Existe el daño. Se parte desde ahí. Tal vez no exista forma de no dañar, pero advertir ciertos daños automatizados en nuestra forma de estar es dar con la pregunta ¿qué participa de los daños de lo vivo, en la forma de vida en lo que vivimos? Una especie de pregunta infinita por el cuidado de lo vivo. Duele negar lo que duele tomando y destomando lo que conviene. Duele hablar con la pretensión de que el lenguaje basta para nombrar la vida. Duele la brutalidad del sí mismo mediatizando sus certezas en formato esloganero. Duelen las palabras que no abrazan misterio alguno. Duelen aquellos malestares entendidos como efectos de una vida tramada por violencias, desigualdades y exclusión. Duelen las clasificaciones, adjetivaciones, predicaciones y demases, que asignan un lugar desde el que se pretende una verdad absoluta acerca de la realidad, que ignoran o excluyen el silencio del que la vida parte. Advertir el dolor de toda sensibilidad atrapada en rótulos y valoraciones arrogantes, afines a la lógica clasificatoria, que el lenguaje alcanza para controlar la vida, pero también advertir que existe otra posibilidad: devolver la palabra a su hambre, al misterio que porta y desde el que parte. El silencio es el nudo de todo lo que se puede leer de la vida. Habría que recuperar distinciones entre el silencio a secas, ese que no se desliza hacia otro lugar, con respecto a lo silenciado, del que se pretendería un acallamiento bajo ciertas formas de amenaza o intimidación. Lo silencioso, tal vez, pueda aludir a cierto común silencio que podría brindarse en cierto decir / mirar que incluyera el deseo de acunarlo. Pensar el común silencio como nudo de lo vivo del que parten las palabras. Palabras que, en tanto transporten algo de ese nudo, podrían sanar. No se trata de que la palabra sane, sino de la intención o el deseo con que esa palabra se aproxima a pensar el dolor. Enunciados que puedan dar lugar a lo silencioso, que se pueda estar diciendo. Comunicar algo con precauciones es introducir el silencio en la palabra, es decir, una palabra que transporte el lugar de lo silencioso, una palabra abrazada al silencio y no a su arrogancia. Bion detecta defensas ante lo insoportable representado en el silencio. Observa en su trabajo con grupos que hay un levantamiento ante un silencio radical, que se demanda la palabra salvadora porque sino hay ansiedades que arrasan. Bion lleva esa situación al extremo y ve que se activan defensas para volver soportable lo insoportable. Defensas son las que alucinan fanatismos e incondicionalidad ante lo indecible: ataque y fuga o malicias vengativas en acecho. El enigma se transforma en eso porque no hay soportabilidad. El silencio cumple en los grupos el lugar de la esfinge. El oráculo enmudecido de esta civilización es la sociedad en la guerra. Pichón Rivière piensa lo silencial como una condición de la enfermedad. Conceptualiza como portavoz a aquella sensibilidad que funciona como cuerpo esponja de lo silenciado - insoportable del grupo familiar, y que, al enfermar, lo hace estallar en el cuerpo en que vive. Todxs somos portavoces de lo silenciado que duele en el cuerpo. Portavoz del silencio es esta conversación que, hablando, brinda ese ratito de silencio. Sin silencio no se puede escuchar. Y aun así no alcanza para escuchar lo tanto que pasa. Toda conversación supone un resguardo -no querer lastimar o salir lastimados-. Un común resguardo sería lo mejor a sostener por una decisión en común. Vehiculizar el común silencio es una forma de respeto por lo indecible de lo vivo, una forma de intentar no lastimar. Introducir la demora, pensada como intento de suspender automatismos que obligan a actuar estereotipadamente frente a lo que no se sabe, también. En la tragedia de Antígona, Creonte no solo prohíbe en su edicto los funerales de Polinices, sino también que lo lloren y lo lamente públicamente. ¿Qué potencias podría despertar un dolor común a la luz de lo público? Ni una menos como configuración de lo común para que algo del dolor pueda tomar palabra. Tramitar el miedo a perder la vida. El duelo público como un modo alternativo de tramitar el común dolor. La potencia de la invención del ‘circular’ de las Madres de Plaza de Mayo ante el “no se puede ‘permanecer’ agrupados” del gobierno militar, nace de cercanías que se entraman alojando un común dolor a la luz de lo público. Esa invención y otras, trascendieron el mundo contribuyendo en gran medida a poner fin a la dictadura cívico militar. Hacia los silencios que amparan, vamos. Condolecerse es político. Nota: Este texto se aventura a un pensar que se con-mueve con las últimas “Conversaciones después de clase” que la cátedra gruposdos de la facultad de psicología de la UBA emite en vivo por Instagram. Gracias por la invitación a escribir!

  • Manifiesto / Comisión 11 - Grupos II

    Frente a tantos contactos estrechos con el desentusiasmo y la indiferencia, proclamamos: Basta de la enseñanza naturalizada y normativizada parte de un sistema educativo industrialista. Planes obsoletos y cuadrados que anestesian y dictaminan. Sentido común que se reproduce, estudiantes como una audiencia cautiva. Basta de que lo valioso sea producir más y más valor se dé a quienes más nos desvalorizan. Pongamos fin a ganancias, productividad, generar, plusvalía. Términos que nos definen y nos venden, promocionan, erotizan. Torzamos los derechos, modifiquemos los modos de estar en común con audacia, demora y risa. Proponemos: - Derecho a no dejarse moldear. - Derecho a la autenticidad como primacía. - Derecho a sensibilidades buceando en la nada. - Drecho a reconocerse débil y mostrarse vulnerable. - Derecho a desarmar lógicas identitarias que anclean. - Derecho a permanecer impermeables a la adultización. - Derecho a experimentar nuevas formas de intercambio. - Derecho a cuestionar y modificar el plan de estudios de las carreras de psicología. - Derecho a que el conocimiento en la universidad sea una construcción activa. - Derecho a desmantelar privilegios de quienes perpetúan hablas que solo excluyen y propician dolor. - Derecho a la des-semejanza, ponerle fin a la repudiable lista de cosas que son normales y aceptadas. ¡Compáses de cercanías y distancias, despierten de esta realidad automatizada, destacamos la importancia de cambiar la lengua para cambiar la vida!

  • Rayos que calan el habla / Luana Pedro

    "La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas." Sigmund Freud Rayos de luz traslucen las investiduras impuestas de un habla estipulada. Ellos calan la piel, calan el lenguaje, calan las formas de expresión, como huesos rotos y quebrados por una misma “forma de sanación”, con ideas impuestas sobre lo que está “bien” y “mal”. Bienes estipulados, recursos y cotización, seres humanos anatómicos y sintientes, pero que de ellos cuelgan etiquetas, como códigos de barras, como inconsciente colectivo, que se manifiesta con el fin de cotizar. Cotizar etiquetas, en el camino a la validación. Cotizar ideas para el sentido de pertenencia, porque desde la óptica de la construcción de la moral, si se carece de etiquetas, se es pobre de pertenencia. Enfermos de singularización circulan, pensando que solo existe una lógica que es bendecida por un “saber común”. Saber que vela de manera paradojalmente pacífica, dando confianza y aceptación. Confianza como máscara, que se cobra ante ruidos o movimientos, cortando libertades hacia la indagación, iluminación y la búsqueda, más allá de los límites. El más allá del principio de imposición, el más allá de la frontera permite funcionar como faro para una toma minuciosa a la hora de seleccionar las palabras, entregándose con el fin de ser elevadas. Canalización de la comunicación, más allá de vocablos y palabras vacías. No se trata de un proceso de sedimentación, sino de permitir sismos en el lenguaje. Cuestionamientos, a la hora de tomar la palabra, dejando a un lado oratorias delimitadoras. Comunicar como herramienta de transformación de bases apestadas. El caos es desorientación, preocupación y soledad... El caos puede ser la vía hacia la formación de algo, transformar lo impuesto para formar nuevas palabras e intenciones, porque no se trata de desterrar lo inculcado sino de reconocer la desideración. Entonces ¿cuál es el propósito de la habituación de este caos? El ruido contribuye a la incomodidad siendo -dicha incomodidad- la visualización hacia muchas problemáticas marginadas en las palabras. Propósito, no como una manifestación sólida o como lo esperable, sino como la oportunidad de experimentar una óptica diferente. El ruido es placentero cuando se desecha el residuo de la repetición sin razón de ser. Razones para el propósito de “unos pocos” pero con consecuencias para “muchos”. En la desorientación o, mejor dicho, en la orientación sobre bases impuestas, el caos puede funcionar como ese rayo de luz que cala los huesos, que cala el habla, porque permite la deriva del cuestionar modos de hablar. Cuestionamientos a la hora de la búsqueda de ¿porqué se dice lo que se dice?, ¿quiénes lo dicen?, ¿cuál es el propósito?, ¿cuál es la intención?. No se trata de un rayo sepultador de palabras, dictador de lo que se debe decir, fronterizo entre “lo correcto” y lo que no, sino dar a luz cuestionamientos, para elevarlos hacia el análisis y la construcción.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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