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1117 elementos encontrados para ""

  • Atlas / Vicente Quintreleo

    Yo soy un Chile desconocido para ti, pero aquí estoy para que conquistes todo su territorio. Recorre mi cuerpo como si recorrieras este país tan extenso y variado. Recorre el desierto de mi boca seca y hazla florecer, como el Atacama tras la tormenta altiplánica. Recorre los valles que forman mi cuello, mi torso desnudo, mis latidos poéticos como tantos frutos de vates que se sembraron en esta fértil zona. Avanza hacia mi púbica zona central, llena de Valparaísos, Islas negras, Canelos y Cartagenas. Toca mis muslos, que son como el Maule y mis piernas frondosas como la selva valdiviana, y mis pies gélidos, en estas noches, como el Coyahique que se instala bajo tus sábanas. Te doy de Chile mis ojos, para que puedas ver aquellos lugares de los que tanto te he contado. Te doy de Chile mis manos, para palpar las alegrías y sufrimientos que vive mi pueblo. Te doy de Chile mis pies, para que recorras desde el desierto a la región más austral, de costa a cordillera. Te doy de Chile sus rincones, sus secretos, su olor a tierra mojada. Te doy de Chile mi alma, que se queda en este espacio que habitamos juntos, Porque nuestro país no lo determinan documentos sino la construcción de nuestros sueños, en la acción de un caminar juntos de la mano.

  • Caute / Fabio García

    Caute¹ Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida. Gen 3:23:24 ² (nota 3) Amsterdam, 27 de julio 1656. Es la tarde. El condenado se ausentó prudentemente. La cara seria del rabino Aboab pronuncia con voz solemne y pesada el herem (maldición, aniquilamiento), una de las tres maldiciones posibles. A partir de ese momento el culpable queda fuera de la comunidad. El herem recuerda dos maldiciones. La primera en la Caída de Jericó “En aquel tiempo hizo Josué un juramento, diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas” Jos 6:26. La segunda es más curiosa sobre todo por muy exagerada y se da en el momento que Eliseo (Elishúa) le sucede al Profeta Elías (Ēliyahū): “Después subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo:!! Calvo, sube!!! calvo, sube! Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos” 2 Reyes 2:23-24.⁴ Prosigue el rabino y resuena en el templo: “Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y su furor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley”.⁵ Estas terribles palabras se deben a que “Los dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch de Spinoza y por diversos medios y advertencias han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún resultado y como, por el contrario, las horribles herejías que practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto de excomunión”.⁶ Se lo sentencia a la soledad, al desierto, al olvidado. Cosa que no ocurrió… (nota 7) Es muy raro si pensamos que Spinoza era uno de los más destacados estudiantes de los textos sagrados y el padre fue muy participe dentro de la comunidad. Al momento del herem tenía solo 24 años. Y para peor…no había publicado Nada. La redacción de su primer texto no es anterior a 1657-8. 1656 fue un año muy raro para Bento, sumado al herem, también sufrió un atentado a su vida de parte de un judío ortodoxo. Se conjetura que ya se conocía algunos de sus pensamientos críticos y se optó por ofrécele dinero para callarlo, al no aceptarlo, tiempo más tarde a la salida del templo sufre el atentado. De parte de su familia hereda una historia de expulsiones, en 1492 los judíos son expulsados de España, en 1497 se realiza la expulsión de los judíos de Portugal. Su abuelo es judío sefaradí y escapa de Portugal hacia Ámsterdam. El escenario que se encontró era el siguiente: “La Unión de las provincias protestantes del norte, por contraposición al Flandes católico, siguió unido a España , significó, por un lado, la proclamación de la libertad religiosa e incluso política y, por otro, el comienzo de una guerra con España, que suele conocerse con el nombre de las guerra de los ochenta años , cuyo término fue celebrado y simbolizado en el nuevo ayuntamiento de Ámsterdam (1654) Al lado del calvinismo, que es la religión oficial, pululan las más diversas sectas: socinianos y menonitas, anabaptistas y quákeros, arminianos o remontrantes y gomaristas o contrarremontrantes, colegiales, etc. En ese país de libertad y tolerancia hallo paz y soledad Descartes para sus meditaciones (1629-49) y también encontrara refugio John Locke, cuando tenga que huir de las intrigas políticas de su patria (1683-8) Es obvio que es un país rico y efervescente, tolerante y pluralista, y enfrentado con España atrajera inmediatamente las miradas de los judíos y marranos hispano-portugueses que, al igual que muchos católicos, eran vigilados y perseguidos, desde hacía un siglo por la Inquisición”.⁸ Bento Spinoza, nace el miércoles 24 de noviembre de 1632, hijo de Michael d'Espinosa y su segunda esposa, Hanna Deborah. Baruch es el nombre religioso, que curiosamente significa bendecido, Benedictus es la forma latina de Baruch, estudia en la escuela Ets Haim - escuela primaria (cheder) - de la comunidad Talmud Torá en el Houtgracht. Podemos intuir su rostro, según sus biógrafos, era de tez morena, ojos negros, cejas negras y pelo negro rizado rizado. Veamos algunas aproximaciones, poco probable pero no imposibles de su apariencia. Rembrandt pinta entre 1651 y 1654 su óleo “Saúl y David”. Se atribuye que el joven David que toca el Arpa es Spinoza. (nota 9) Rembrandt y Spinoza fueron vecinos, se sospecha que se conocían. (nota 10) Otros ven a Bento en El geógrafo (1669) de Johannes Vermeer. No están confirmadas ninguna de las dos hipótesis. Trabaja con su Padre y éste muere en 1654. Hereda un pequeño comercio que quizás se transforma en la firma “Bento y Gabriel Despinoza”. No es impensable que el propio Spinoza haya decidido que le sea aplicado el herem. Algunas fuentes señalan al mal momento financiero como uno de los motivos del conflicto “Para librarse de las deudas heredadas de su padre (que había muerto en 1654), Baruch recurrió al amparo de una ley holandesa que protegía a los menores de edad (según la legislación vigente lo eran todos los menores de 25 años) que habían quedado huérfanos, adjudicándoseles un tutor hasta su mayoría de edad. En 1655 el orfanato de Ámsterdam designa a Louis Crayer (que tras la muerte del pintor sería asimismo tutor de Titus Rembrandt) a cargo de Spinoza, con lo que su hermano Gabriel –quien en 1664 se embarcaría hacia Barbados, como su hermana Rebeca lo había hecho hacia Curaçao, donde murió de fiebre amarilla en 1695– debió afrontar las deudas pendientes del negocio paterno…” ¹¹ El Herem se produce el 27 de Julio, pero en Marzo habría liquidado la herencia de su padre, aceptando lo que vendría más tarde. En esa época era importante la conexión religiosa y comercial, pertenecer a la comunidad era significativo para el negocio. Un antecedente. En 1624 Uriel da Costa escribe un “Examen de las tradiciones fariseas” donde realiza críticas a la tradición y los ritos judíos, duda de la inmortalidad del alma, de la vida eterna. La comunidad quema sus libros y lo persiguen y proponen un castigo para ser perdonado. Debía ser flagelado. Después de pensarlo… acepta el castigo. Lo cuenta él mismo así: “Entré en la Sinagoga, llena de hombres y mujeres que habían venido como para un espectáculo, y, llegado el momento, subí a un estrado que hay en medio de la Sinagoga para los sermones y demás oficios, y allí, con voz clara, leí un escrito, redactado por ellos, en el que se contenía mi confesión: que yo era digno mil veces de la muerte, pues había cometido desde la violación del Sabbat y la no observancia de la ley hasta su misma violación, ya que había disuadido a otros para que no se hicieran judíos, y que, para reparar todo ello, estaba dispuesto a ejecutar sus órdenes y cumplir cuanto me fuere impuesto, prometiendo, por lo demás, no reincidir en semejantes iniquidades y crímenes. Acabada la lectura, bajé del estrado y, acercándoseme el Sumo Sacerdote, susurróme al oído que me apartase hacia un ángulo de la Sinagoga. Así lo hice, y díjome el portero que me desnudara. Hícelo hasta la cintura, me até entonces un lienzo en torno a la cabeza, quitéme los zapatos y extendí los brazos, agarrándome con las manos a una especie de columna. Acercóse el portero aquel y atóme las manos con una cuerda. Acto seguido, llegó un sayón, tomó unas correas y propinóme en la espalda treinta y nueve azotes, según es tradición: pues está en la Ley que no debe excederse el número de cuarenta, y como son hombres muy religiosos y observantes, cuídanse mucho, no vaya a ser que pequen por exceso. Entre azote y azote, cantaban salmos. Cuando hubo acabado, sentéme en el suelo, y llegó el predicador o sabio (cuán ridiculas son las cosas de los mortales) y me absolvió de la excomunión. Y hete aquí que de nuevo se abrían para mí las mismas puertas del Paraíso, de cuyo umbral y acceso me había sido vetado el paso con férreas cerraduras. Luego tomé mis ropas y me postré en el umbral de la Sinagoga, y el custodio aquel sostenía mi cabeza. Todos los que salían pasaban sobre mí, levantando un pie por encima de la parte inferior de mis piernas; y esto hicieron todos, así niños como ancianos (no hay monos que puedan exhibir actos más absurdos ni gestos más grotescos a los ojos de los hombres) y, acabado todo, cuando ya nadie quedaba, salí de aquel lugar y, una vez que el que me asistía húbome quitado el polvo (y que nadie venga a decir ahora que no me trataron honorablemente, ya que, si bien flagrantemente me golpearon, igualmente luego me compadecían y me acariciaban la testuz), volví a casa”. ¹² Cuando está en su casa escribe su autobiografía “Espejo de una vida humana”. Cuando la termina. Se suicida. (nota 13) En 1901 Samuel Hirszenberg pinta “Uriel d'Acosta enseña al joven Spinoza”, la escena históricamente no sucedió pero de manera filosófica tal vez sí. Algunos dicen que se conocieron, que hablaron, pero es muy probable que no haya ocurrido. Bento si conocía su historia y las consecuencias de un pensamiento crítico y libre. El 27 de noviembre de 1674, encuentra a Van den Enden ahorcado frente a la bastilla ¿el motivo? un intento fallido que pretendía independizar a Normandía y asesinar al rey Luis XIV. Van den Enden nació en Amberes en 1602. Ingresa a la orden jesuita en 1619 Estudió filosofía en el colegio filosófica jesuita en Lovaina y filología clásica en Lovaina y en Amberes. Fue docente. En 1629 se acerca a la teología en el Theologicum Jesuita de Lovaina, hasta que en 1633 es expulsado, dicen que fué encontrado en una situación incómoda con la mujer de un oficial de caballería. A partir de 1652 se dedica a la enseñanza, “A la escuela de Van den Enden asistía Spinoza (entre otros jóvenes de familias ilustradas, como tal vez el propio Rembrandt) a estudiar latín. Pero no era sólo latín lo que el inquieto Baruch pudo aprender en casa del maestro libertino; además de los clásicos latinos (Séneca, Salustio, Terencio...), allí habría conocido los grandes textos de la tradición atomista, el epicureísmo romano, las obras de Vanini, Maquiavelo y Hobbes. La frecuentación de Van den Enden –con quien Spinoza había aprendido a considerar a la filosofía por encima de la Torah– habría molestado a los parnasim de la comunidad, los que, tras advertirlo en vano, tomarían la drástica decisión del herem”14 Tenemos que destacar que Bento eran poliglota además del griego y latín que aprendió con Van der Enden, sabía por supuesto, flamenco y hebreo, además del portugués, alemán, italiano y español. En ese círculo había mucha lectura de Descartes. Juan de Prado, aparece nombrado en un informe del monje agustiniano Fray Tomás Solano y Robles, originario de la actual Colombia, quien había vivido en Ámsterdam entre agosto de 1658 y marzo de 1659…ante el inquisidor. En un pasaje de su declaración, afirma Fray Tomás “que conoció al Dr. Prado, médico que se llamaba Juan y no sabe qué nombre tenía de Judío, que había estudiado en Alcalá, y a un fulano de Espinosa que entiende era general de una de las ciudades de Holanda porque había estudiado en Leiden y era buen filósofo; los cuales profesaban la ley de Moisés y la Sinagoga los había expelido y apartado de ella por haber dado en ateístas; y ellos mismos le dijeron a éste que estaban circuncidados y guardaban la ley de los Judíos, y que ellos mismos habían mudado de opinión por parecerles que no era verdadera la dicha Ley y que las almas morían con los cuerpos, no había Dios sino filosofalmente y que por eso los había echado de la Sinagoga; y, aunque sentían las faltas de las limosnas que les daban en la Sinagoga y la comunicación con los demás Judíos contentos con tener el error del ateísmo, porque sentían que no había Dios sino es filosofalmente (como ha declarado) y que las almas morían con el cuerpo y así no había menester fe […]” Según los archivos de la Inquisición española, decía que era “Proveniente precisamente de Alcalá, el médico deísta Juan de Prado (marrano doble, dice Révah: por relación a los cristianos en tanto criptojudío; por relación a los propios marranos en tanto deísta) había llegado a la ciudad de Ámsterdam un año antes de la excomunión de Spinoza, y sería excomulgado él mismo un año después”15 en 1657 ya no se van a registrar más excomuniones en Ámsterdam por motivos religiosos o filosóficos. Prado y Spinoza fueron excomulgados por deístas, decían que las almas mueren con el cuerpo, que Dios no existe más que en sentido filosófico y que la fe es inútil. Se discute si Prado fue corruptor de Spinoza con sus ideas, recordemos que era mayor. Pero otros autores sostiene lo contrario que Spinoza fue el corruptor de Prado. Resultado: Spinoza acepta la excomunión y marcha. Prado se humilla una y otra vez, pero siempre reincide. Luego ruega y negocia no ser excomulgado. El Herem terminó por impactar en la relación con sus hermanos, al ser apartado de la comunidad no pudo continuar con el comercio, además decidió cambiar de lugar para vivir. Se fue a Rijnsburg (una pequeña aldea a orillas del Rihn cercana a Leyden), en donde permaneció desde 1661 a 1663. Vivía modestamente y en soledad. Allí se dedicó al pulido de lentes, algunos sostiene que esta actividad afectó su salud por el inhalado del polvillo. Los lentes lo acercaron al mundo de lo más pequeño y de lo más grande. Lupas, microscopios y telescopios. No era raro que fuera frecuentado por estudiosos. . (nota 16/17) Recibía ayuda de amigos, la mayoría cristianos protestantes, uno de los que lo apoyaban financieramente era Johan de Witt un abogado y matemático que promovía la tolerancia religiosa y además fue jefe de la oposición liberal que combatía a los Orange y que luego será ejecutado junto a su hermano por los partidarios enemigos. En esta estadía conoció a los Colegiantes que eran un grupo de libres pensadores que querían la separación de la iglesia y del estado. Todos fueron de gran influencia en las ideas de Bento, así mismo mantenía correspondencia con varios intelectuales y en su tiempo libre empieza con los bocetos del “Principia philosophiae cartesianae” y que publica en 1663, es su obra sobre Descartes, y en 1670 aparece el “Tratado Teológico Político” que será prohibido en 1670, son las dos obras publicadas en vida del autor. Spinoza muere el 21 de febrero de 1677 a los 44 años. Notas 1 Spinoza sellaba sus cartas con un lacre en el que constaba el emblema de una rosa y el adverbio Caute. Cautela, de precaución o de prudencia expresa una regla de desconfianza. La palabra está escrita en su tumba en Nieuwe Kerk (New Church) on the Spui in The Hague, the Netherlands. https://theculturetrip.com/europe/the-netherlands/articles/8-things-you-should-know-about-baruch-spinoza/ https://jeangaillat.wordpress.com/2018/12/02/caute/ 2 y 4 La Santa Biblia. Sociedades Bíblicas de América Latina. 1960. 3 Samuel Hirszenberg, Spinoza wyklêty (Excommunicated Spinoza)1907. https://arthur.io/art/samuel-hirszenberg/spinoza-wyklety-spinoza-excommunicated?crtr=1 5 y 6 Decreto de excomunión de Baruch de Spinoza. Amsterdam, 27 de julio 1656. “Los dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch de Spinoza y por diversos medios y advertencias han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún resultado y como, por el contrario, las horribles herejías que practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto de excomunión: Por la decisión de los ángeles, y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda esta Santa comunidad, ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones, con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición que Elías profirió contra los niños y con todas las maldiciones escritas en el libro de la Ley. Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y su furor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él.” https://elpulidordecristales.wordpress.com/about/herem/ 7 Sinagoga probablemente alrededor de 1662. Ilustración del interior de la sinagoga de Amsterdam de los Unificados (1639) portugués-israelita comunidad Dehalita Kaelita Ka. https://spinozaweb.org/ 8 Spinoza, Baruch. Tratado teológico-político. Altaya. Barcelona. 1994. 9 https://www.mauritshuis.nl/nl-nl/verdiep/de-collectie/kunstwerken/saul-en-david-621/ 10 https://www.museodelprado.es/actualidad/exposicion/velazquez-rembrandt-vermeer-miradas-afines/7ca4f41d-c9d1-2615-8a81-e2d017ab9757 11, 14, 15 Diego Tatián, Spinoza disidente, Tinta Limón. CABA. 2019. 12 Uriel da Costa, Espejo de una vida humana (Exemplar Humanae Vitae) (E d. G. Albiac, Madrid: Hiperión, 1989) 13 Uriel d'Acosta instructing the young Spinoza, de Samuel Hirszenberg (1901). https://arthur.io/art/samuel-hirszenberg/uriel-acosta-and-spinoza?crtr=1 16 y 17 Spinoza residió en Rijnsburg desde el [29 de julio de 1661] hasta finales de abril / julio de 1663. Alquiló habitaciones en una pequeña vivienda doméstica propiedad de un cirujano llamado Herman Dircksz Homan (Katwijkerlaantje, también conocido como Kwakkellaantje o Paradijslaantje, hoy Spinozalaan 29. https://spinozaweb.org/locations Biblioteca consultada Spinoza, Baruch Epistolario.- 1a ed. - Buenos Aires: Colihue, 2007. Jaquet, Chantal. Spinoza o la prudencia - 1a ed. - Buenos Aires: Tinta Limón, 2008. Van den Enden, Franciscus Libertad política y estado El cuenco de Plata 2010 Bs As. Villacañas, José Luis. Pardo Y Spinoza. Biblioteca Saavedra Fajardo de pensamiento Político Hispánico.

  • Género zapatilla / Rocío Feltrez

    Desempolvo los cuadernos crayones que disienten sin pensarlo ni planearlo de todas las normas. Me asfixian las sentencias de la seño que me dice lo que puedo o no hacer por ser mujer. No soy, no soy, no soy no soy, no soy Hoy solo quiero estar, estar con vos que también jugás al fútbol como yo. No soy, no soy, no soy no soy, no soy Hoy solo quiero estar, estar con vos que en el parque disfrutas de ir de la mano con tu amiga. No soy, no soy, no soy no soy, no soy Hoy solo quiero estar, estar con vos que también bailás Madonna como yo. No soy, no soy, no soy no soy, no soy. Hoy solo quiero estar, estar con vos que en aula disfrutas de darle el lápiz a tu amigo. Una canción que nació cuando escribía esto. Un carnaval de colores Sucedió un domingo de verano del año dos mil veinte en una de esas visitas familiares periódicas. Después de comer, la madre deja sobre la mesa los cuadernos de la primaria de las criaturas que ahijó. Una de ellas, hoy humanx adultx, hurga en esas páginas con entusiasmo, al acecho de alguna afirmación simpática o un dibujo curioso que invite a ser enseñado y comentado con otrxs. Podría decirse que esa criatura que escribe y dibuja en el noventa y cinco y el noventa y seis no es la que roza con las yemas de los dedos esas mismas hojas ya algo amarillentas y levemente ajadas. Lo llamativo es que en ese viaje a otro tiempo encuentra un espejo que refleja cierta chispa que fulgura en estos días; en aquel tiempo, que también es ese, encuentra algo de eso que con el correr de los días se a veces se ahoga en la costumbre, o se apaga por la normalización. En los cuadernos desempolvados la sirenita quiere caminar. Se fabulan mundos posibles; la imaginación se desparrama sin pedir permiso. Un genio que vive fuera de la lámpara monta a caballo con un amigo jinete; Batman es una viejita con canas; un jazmín se casa con un caracol. Romeo y Julieta se enamoran en Cancún, después de escaparse del teatro en el que ya venían actuando desde hace siglos y los tenía bien podridxs; el presidente Men*m se calza una bombacha y sale en tetas y tacos a saludar a todxs desde el balcón de la Casa Rosada, y todo esto antes de casarse con un diputado y vivir felices para siempre. En las historias, Juan juega al fútbol, Juan trepa a un árbol, Juan anda en patineta, Juan rapea en la playa, Juan besa, Juan ama, Juan se divierte. Juan es el nombre que condensa todo eso a lo que tal vez esa criatura asignada con un nombre “de mujer” no puede acceder tan fácilmente. No imagina vestidos ni tacos que entorpezcan la exploración de las alturas a las que los árboles invitan. Jugar a la pelota, estar en cortos, imaginar otros mundos posibles; impugnar, sin proponérselo, las violentas asignaciones de género. Aunque la insolencia de la imaginación no sólo desafíe las rigideces de los géneros, esa disrupción es particularmente preciosa. Esa insolencia es la de una materia pujante que no aprendió aún a hablar el idioma de la Ley. Un nombre es cárcel y abrazo; y es, también, la prescripción de una performance de género que para algunas criaturas resulta insoportablemente incómoda. La escuela garantiza que ese nombre y ese género se incrusten en los cueros, se vuelvan costumbre. En algún momento la criatura bautizada con ese nombre se adaptó a esa asignación. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo fue que la normalización se declaró exitosa? En cada palabra heterocisexisesclavizante que pronunciaron lxs adultxs que fue embebiendo con miedo, exigencias y prohibiciones a esa sensibilidad curiosa. La criatura dibuja zapatillas mágicas para escaparse de uno de los dispositivos de normalización más efectivos de la modernidad: la escuela. Imagina un paracaídas para irse volando cuando hay prueba, luces traseras para que vengan ideas, resortes para escapar del colegio y cordones de lápices para poder escribir. ¿Cómo sería nacer con un nombre provisorio? Que realmente funcione así, que exista ese cuidado al momento de convidar un nombre a una existencia que viene al mundo. Que la criatura que inventa zapatillas con resortes para escapar del colegio pueda decidir cómo nombrarse; inventar palabras provisorias que acompañen el vivir. Que pueda haber lugar para las vidas que nazcan. Porque no es vida tener que servir a la normalidad, a la obediencia, a la resignación. Hojea los cuadernos mientras recuerda la censura a un examen de cuarto grado que adornó con los lápices de colores que llevaba en la mochila. Entregó esa obra de arte con entusiasmo, esperando una felicitación; algunas palabras tiernas que alentaran esa apuesta pomposa. Sin embargo, recibió una cruel sentencia que hace trizas la ilusión: “Esto es una prueba, no un carnaval de colores”. La nota al borde de la hoja no fue suficiente para dar por concretada la tarea de domesticación. La maestra creyó necesario retenerle justo en el momento en el que sonaba el timbre que anunciaba el recreo para dar un sermón extra. Un refuerzo, para asegurarse el éxito. ¡Esto es una prueba, no un carnaval de colores! La tribuna grita que es necesario sentar cabeza; si alguien se pasa demasiado tiempo haciendo nada, sentencia que la vida no es eso. Eso dicen lxs amantes de la servidumbre y la costumbre. Lo que no es vida es esta normalidad. La vida no baila con las normalidades. Esta humanidad es enemiga de la vida. Por eso es que queremos ver qué pasa si desertamos de este acuerdo nefasto; si dejamos de rendirle tributos a los manuales que han sostenido el guión de estas vidas miserables. ¿Cuál es la urgencia? Todas las crueldades que crecen alrededor. Las vidas que resultan invivibles. Hablo de toda la comunidad de lxs vivientes. Urge pensar cómo horadar las certezas que sostienen a esta civilización. Narrar, también, aquellos momentos tal vez parpadeantes en los que se pone en juego la traición a unx mismx. Como escribe la poeta Marie Gouiric: “Dicen que la gente no cambia / Sin embargo yo escuché hacer / a mi padre silencio / y preguntarme podés mostrarme / cómo lo hacés, así aprendo. / Y decir esto que voy a decirte / va a dolerte (…)”. Para Susy Shock, su maestra de primer y segundo grado fue un salvavidas. Dice que la seño era también travesti aunque no se autopercibiera travesti. Era género zapatilla, o género zapatilla mágica. Existir travesti, raritx, cuir –tal como lo piensa Susy– tal vez tenga menos que ver con la afirmación de una identidad inmutable que con una manera de estar en el mundo: invitando a ese otro cuaderno, a esa otra posibilidad de vida que puede abrirse paso aún cuando pareciera que nada más fuera a brotar de aquella tierra yerma, tan dañada, tan sequita. Sobre el final de Crianzas (2014), Susy la recuerda y le agradece, a ella, a su seño de primer y segundo grado: “(…) yo también necesito nombrarte, querida Seño, porque vos que eras abuela y pecosa toda colorada y bien bajita y usabas anteojos como los que a mí me tocó usar en esos mismos años, también nos marcaste de una manera definitiva, como cuando llamaste a nuestrxs padres y madres a una reunión y les dijiste que no nos ibas a enseñar solo lo que la currícula te exigía hacer, porque si lo hacías nos íbamos ‘a secar’, así dijiste. Y entonces nos propusiste que tuviéramos ‘otro cuaderno’ en el que aprender otras cosas. Con total firmeza esxs niñitos y niñitas que éramos lo escondíamos con rapidez y disimulo, y poníamos en su lugar el ‘cuaderno oficial’ cada vez que alguien ajeno al nido de nuestra aula aparecía, porque nadie debía saberlo, nadie debía encontrarlo y entonces nos enseñaste a defendernos también de ese posible censor a nuestra aventura… Muchos años después, les pregunté a ex compañerxs qué era lo que hacíamos en ese ‘otro cuaderno’ y nadie se acordaba con precisión. Solo sé que, gracias a vos, sé, y sabemos muchxs, que existe siempre otro cuaderno en donde escribir… Por eso te quiero agradecer, ‘yo, primer hijo de la madre que después fui…’, te lo agradezco porque también te tuve para poder desplegar las alas…” La seño sabe que una de las condiciones de posibilidad de esa picardía que da aire es la complicidad. Sabe, también, que es preciso custodiar la suavidad de los días; rehusarse a secarse en vida y caer como árbol muerto a los pies de un mundo arrasado. Sabe que es preciso probar vivir de otras maneras; ver qué pasa cuando, también a veces sin proponérnoslo, traicionamos la angosta fórmula de unx mismx. Alguien dijo: ¡no voy a dejar mis convicciones en la puerta de la casa rosada! Digamos: ¡no vamos a dejar los crayones de colores en la puerta de la escuela! Aunque sólo suene a aullido que sabe que no hay modo de cortar de una vez y para siempre la inercia de la domesticada carne que se arrastra sin sentirlo hace milenios. Lo digamos, lo gritemos. Quedémonos un rato a ver si nace, de ese grito, una ilusión. Hay heridas que siguen punzando y no hay vanguardia que pueda salvarnos de los chirridos que lanza lo acontecido desde los pliegues de la piel. Tal vez podamos, sí, hacer bailar la pena y garabatear otros cuadernos. El día que descubrí que el teclado de la computadora podía ser también un instrumento de percusión, empecé a querer el trazo. Te deseo lo mismo: que un abrazo llegue cuando veas que es posible sacarle un sonido al daño. GRAFÍA FELTREZ, Rocío, 1995/1996. Cuadernos de primer y segundo grado. GOUIRIC, Marie, 2020. Fragmento de una poesía compartida en facebook el 18 de octubre de 2020. SHOCK, Susy, 2014. Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad. Editorial Muchas Nueces. Buenos Aires, 2016. Veky Power: "El mago" del tarot "X encima de todx" Instagram: @veky.power

  • Cuidar la vida: salvar la lengua / Marcelo Percia

    La palabra que sana Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa. Alejandra Pizarnik (1971) Paradoja de las lenguas En Vida de Esopo, una novela de la literatura popular griega escrita en los primeros años de la era cristiana, el protagonista (que encarna picardías, ironías, inteligencias insubordinadas) presenta la paradoja de ese músculo blando y suave que se mueve en la boca. Por un lado, posibilita gustar, comer, cantar, besar, lamer heridas, embellecer la vida; pero, por otro, lastima, enferma, ofende, condena, corrompe corazones. Lenguas participan de las paradojas de los gemidos: dicen tanto sufrimientos como delicias que no caben en las palabras. Lalengua Lacan (1971) adopta la expresión “lalengua” valiéndose del artificio de usar una sola palabra, uniendo el artículo con el sustantivo. Aprovecha un lapsus, en uno de sus seminarios, para indicar que el psicoanálisis se interesa por la lengua no como mera convención comunicativa, sino por sus bruscos equívocos, delicados malentendidos, filosas incisiones, resonancias imprevisibles, reverberaciones silentes. Así, señala con la notación lalengua, saberes que no se reducen a las arrogancias de las consciencias. Propone atender a lalengua de los sueños, de los síntomas, de las impulsiones devastadoras, de los actos fallidos, de todos los equívocos y olvidos. Lenguas que cuidan En espacios de la salud no privatizada, agudezas que desean cuidar atienden golpes de la aflicción. Se llaman enfermerías, trabajos sociales, terapias ocupacionales, musicoterapias, psicologías, medicinas, sociologías, antropologías, comunicaciones sociales, acompañamientos. Pero también sensibilidades que sanan haciendo teatro, películas, plástica, cerámica, carpintería, sopas, caminatas, bailes, huertas, respiraciones y otras acciones que propician e inventan formas de estar en la vida. Lenguas enmudecidas Agudezas que cuidan absorben sufrimientos que enmudecen. Agudezas que cuidan encallan en las arenas de dolores que escuchan, huelen, tocan. Agudezas que cuidan vagan aturdidas entre intemperies, abandonos, desamparos. Se necesita dar tiempo y lugar para que esas lenguas enmudecidas hablen. Para que nombren lo que hacen, para que cuenten qué les pasa cuando trabajan. Para que se autoricen a balbucear, a susurrar timideces, a vociferar rabias. Para que digan lo que saben, lo que no saben, lo que no consienten. Se necesita dar tiempo y lugar para que esas lenguas enmudecidas articulen una común protesta y participen de las decisiones sobre cuántas horas trabajar, cómo atender, cuándo improvisar, cómo valorar sus labores. Se necesita dar tiempo y lugar para que esas lenguas enmudecidas abran la boca, afinen cuerdas vocales, suavicen gargantas, comiencen a desenmudecerse. Respiren. Agudezas que cuidan pueden transformarse en suspicacias que descuidan, en desconfianzas blindadas, en prejuicios estigmatizantes, en recelos amurallados. Sin la posibilidad de un común pensar (y aun con esa opción) agudezas que cuidan pueden devenir furias exhaustas, listezas que se retiran, frontones que expulsan. Lenguas subalternas Se necesita practicar el desatado de lenguas inmovilizadas. El destrabado de hablas indómitas. Remover impedimentos que no dejan que cansancios, tristezas, angustias, ansiedades, temores, saberes calificados y no calificados, se pongan a hablar. Se necesita sortear represiones, inhibiciones, desdenes; pero ¿cuándo, dónde, con quiénes, practicar el desatado? Agudezas que cuidan comparten con luchas feministas, entre otras cosas, suplicios de la subalternidad. Acciones de cuidado, muchas veces, se desestiman agradeciéndolas. Lo mismo sucede con trabajos que realizan mujeres en los hogares: se les agradece mientras se les ajusta una soga al cuello (haciendo pasar la cuerda por delicado pañuelo). Agudezas que cuidan -al igual que sucede en las subordinaciones de género y en los sometimientos de clases- suelen estar omitidas o consideradas como lenguas inferiores entre los discursos de la salud. Lenguas trabadas Se trata de lenguas que hablan con dificultad. Fonaciones atenazadas por las emociones. El cartel de la enfermera con el dedo índice sobre los labios pidiendo silencio dice muchas cosas. Protege convalecencias de ruidos que lastiman. Imparte una orden que se quiere no autoritaria. Enseña el gesto que sella los labios de la enfermera para hacerse callar sola. El cartel indica, a la vez, la necesidad de silencio y la coacción que silencia. Lenguas trabadas, pero no por palabras o locuciones difíciles de pronunciar, como en esos juegos que se hacen para que alguien se equivoque y, entonces, reírse de los tropiezos del habla; se trata de lenguas impedidas por el miedo al ridículo y a la humillación. Lenguas trabadas por imperativos domesticadores, los mismos que recaen sobre lenguas travas y otras disidencias. Lenguas trabadas, por el temor y la culpa, ante poderes normalizadores que castigan cada vez que curiosidades entusiasmadas se alejan del redil. Tirar de la lengua Cuidados no tiran de las lenguas llagadas de dolor, acompañan con silencios y esperas. La acción de tirar de la lengua se traduce como sacar por la fuerza, por medio de persuasión, engaños, amenazas, una información retenida. El modelo remite a violencias admitidas en interrogatorios judiciales y policiales, aunque también se extiende a diferentes situaciones de la vida familiar e institucional. Tirar de la lengua remite a vigilancias, controles, confesiones. Alude a sospechas, desconfianzas, reservas, incredulidades. Clérambault (a quien Lacan reconocía como maestro de la psiquiatría francesa) practicaba un habilidoso tirado de lengua: conducía entrevistas diagnósticas, con inadvertidos rodeos que hacían detonar delirios retenidos. Una cosa tirar de la lengua (hacer hablar valiéndose de artimañas), otra saber estar disponibles cuando las lenguas se sueltan a hablar. Morderse la lengua La expresión morderse la lengua significa impedirse decir. Alude al miedo a que se nos escape algo que queremos ocultar por protección, secreto, fidelidad. En las instituciones de salud, agudezas que cuidan practican mordidas: se infligen el dolor del acallamiento. Amordazamientos delatan instituciones enfermas. Pero también morderse la lengua concierne, a veces, a un respetuoso cuidado: impedirse decir algo que presione, que imponga una dirección moral, que avasalle. Morderse la lengua, también, puede pensarse como detención que se pregunta si conviene hacer o resulta preferible no hacer. En ocasiones se cuida absteniéndose de actuar. Gestiones hospitalarias no computan el escuchar, sonreír, acompañar, dar tiempo, llorar, como acciones clínicas. Cuidados, a veces, practican el solo estar. Un estar ahí como secreta sabiduría clínica. Cuidados componen demoras, a veces, no diciendo nada, no pidiendo nada, no haciendo preguntas. Acogiendo tristezas calladas. A la espera de inciertos arribos. Sin prisas ni impaciencias. Unos pocos versos de Audre Lorde (1992) dicen casi todo: “Si vienes, me quedaré callada y / no te diré palabras agresivas; / no te preguntaré por qué, ahora, ni cómo, ni lo que sabías / Sí, nos sentaremos aquí en silencio / a la sombra de distintos años / y la rica tierra entre nosotras / se beberá nuestro llanto”. Metete la lengua… vos sabés dónde Este modismo no importa como grosería, sino como latigazo que anula y acalla. Violencia con la que un poder enseña a guardarse el malestar. También describe jerarquías patriarcales que se ejercen sobre las receptividades silenciadas. No tener pelos en la lengua Arrojos solitarios de lenguas que hablan en forma clara y directa, aún sabiendo que pueden molestar o no gustar. Lenguas descascaradas que se exponen a rechazos, represalias, soledades desabrigadas. Lenguas entrecortadas La expresión lenguas entrecortadas hace referencia a lenguas lastimadas (tajeadas) por las instituciones que callan y hacen callar. Pero también alude a momentos en los que los pensamientos se encuentran desbordados por las emociones. O los saberes rebasados por los no saberes. Lenguas que trastabillan, tropiezan, tartamudean, por el peso de las dudas. Conviene recordar que gestiones burocratizadas actúan como máquinas de seccionar lenguas, como programas que mutilan hablas que consideran subalternas. Gestionar no equivale a cuidar. Gestiones consiguen, resuelven cosas, administran, cumplen indicaciones, racionalizan recursos. Cuidados atienden lo irremediable. Se inclinan ante aflicciones que no saben qué les está pasando, escuchan llamados que interfieren rutinas y alteran el orden. Gestiones se miden por sus adecuaciones y rendimientos. Cuidados no se miden. Sueltos de lengua Locuciones que denotan ansiedades, imprudencias que dicen todo, que hablan de más, que no miden consecuencias. Acciones no meditadas e irreflexivas: irse de lengua, irse de boca, lenguas largas, lenguas flojas. La vida institucional funciona como escuela de adiestramiento: cada cual aprende a censurar, controlar, vigilar, lo que está por decir. Al cabo, intenciones que cuidan se protegen atándose las lenguas. Darle a la lengua Se traduce como hablar mucho, como disfrutar de una conversación, como desahogo que carece de interés, como pérdida de tiempo. Se atribuye despectivamente esa práctica a las cotorras y a las mujeres. Sin embargo, darle a la lengua podría pensarse, si no se descalifica la acción, como oportunidad de las hablas que se liberan. Momento en el que, laboriosidades que cuidan (solo destinadas a acatar) se ponen a decir lo que les pasa. Darle a la lengua se podría pensar como darle tiempo a la palabra. Como ocasión para compartir pesares y astucias. Darle a la lengua se podría pensar como circunstancia no vigilada en la que se relatan gestos de cuidado que el cronómetro institucional no ve, no mide, no estima. Darle a la lengua se podría pensar como deseo y necesidad entre intemperies que saben que cuidar supone también protegerse del aislamiento. Resguardarse de la creencia de que cuidar compromete un trabajo individual. Darle a la lengua se podría pensar como urgencia conversacional, como demora que una gestión (ocupada en fichar entradas y salidas) suele considerar tiempo malogrado. Malas lenguas Se trata de murmuraciones que difunden chimentos, rumores, calumnias, desmerecimientos, noticias falsas. Se trata de lenguas que hacen daño, que envidian, que desacreditan, que hieren con la palabra. Se las llama viperinas para asociarlas a víboras venenosas (también serpentinas o bífidas o de hacha o de escorpión). Malas lenguas desprecian tanto a agudezas que cuidan como a existencias que solicitan atención. Una de las marcas del desprecio y la dejadez: clasificar a existencias denigradas como caños. Malas lenguas condenan vidas que consideran arruinadas, perdidas, sin valor. En un proceso de formación, a fines de los años noventa, con enfermeras jóvenes en el Hospital Esteves, un manicomio para mujeres de la provincia de Buenos Aires, se planearon acciones para sacudir inercias institucionales. Un grupo de díscolas colgó un cartel en la entrada que decía: “Las malas lenguas lastiman, las buenas suscitan orgasmos”. Las autoridades lo hicieron retirar de inmediato. Urge un común afilado para resistir malas lenguas, se necesitan lenguas agudas y rebeldes dispuestas a atender vidas rotas y descosidas. Lenguas almibaradas Se trata de lenguas dulzonas que untan oídos de las autoridades. Se trata de lenguas aclimatadas que se someten complacientes o de lenguas destempladas que fingen someterse para sobrevivir. Lenguas que responden en forma mecánica “todo bien” o “sin novedad”. Que conocen que el ideal institucional consiste en que no haya nada que reportar, en suprimir la conflictividad. Lenguas territoriales Salas y servicios no quieren disidencias, solicitan sumisiones. Recomiendan docilidades dependientes, indiferentes, cada una en su quintita, que no se mezclen ni se metan en problemas. Enseñan a escribir la palabra Jefatura con mayúsculas. La expresión lenguas territoriales también alcanza a parcelas alambradas en las universidades: pertenencias a disciplinas, escuelas, doctrinas, autoridades teóricas. Entusiasmos que cuidan habitan en las fronteras, realizan acciones que bordean los límites de las disciplinas, se asoman al umbral de clínicas venideras. Con la lengua afuera Locución que describe momentos de cansancio y gran esfuerzo. También lenguas voluntaristas, lenguas sacrificiales, lenguas heroicas, lenguas exhaustas, lenguas del yo. Lenguas que suspiran impotentes. Una enfermera de muchos años de sala dice: “Usted sabe cómo me queda la cabeza si las cien camas que me tocan en el turno se ponen a hablar todas en una misma noche”. No se atienden camas, no se atienden casos, no se atienden etiquetas diagnósticas, se atienden lenguas llagadas, partidas, cortadas. También se atienden sueños, olvidos, negaciones, confusiones, temores, torturas morales, desenfrenos que no pueden parar de hacerse daño. Se atienden lenguas extranjeras, lenguas silentes, lenguas desquiciadas, que de pronto, se ponen a hablar en el momento menos calculado por la gestión. Agudezas que cuidan, ¿cuidan por amor? Agudezas que cuidan realizan un trabajo. Una labor que requiere saber, disponibilidad, receptividad, deseo. Agudezas que cuidan atraen y repelen afectividades que reverberan en los hospitales, salas comunitarias, barrios. Reverberaciones que, si no se piensan en un común conversar entre quienes trabajan, terminan provocando reacciones cerradas y violentas. Agudezas que cuidan (muchas veces extenuadas) si no se dan tiempo para hablar de lo que sienten cuando trabajan, se defienden rigidizándose. Comienzan a hablar lenguas que -dañadas y fosilizadas- sueltan palabras como si fueran cosas clasificadas. Sin la invención de un común hablar, de un común pensar, de un común reír, de un común amar, agudezas aisladas quedan a merced de individualismos voluntaristas, sacrificiales, heroicos. O de blindajes que tratan mal porque no pueden más. O de fachadas que solo están pendientes de publicitar lo que hacen. Agudezas que cuidan muchas veces andan asqueadas de tanta desesperación. A veces desean hablar y otras no tienen ganas. También se necesita inventar demoras que respeten períodos de silencios. Lenguas sucias La expresión suele hacer referencia a lenguas groseras y faltas de educación. Pero también puede aludir a lenguas guarangas cercanas del hedor y del dolor. Lenguas sucias que se oponen a pulcritudes académicas, que no repiten jergas del discurso médico. Ni automatismos técnicos ni palabras autorizadas por teorías prestigiosas. Se necesita hacer lugar en los hospitales a las lenguas mal habladas. Fernando Ulloa (1995) advierte que cercanías que trabajamos en las instituciones, cada tanto, necesitamos practicar la “socialización de los carajos”. Se refiere a la expresión de un desasosiego estallado que de pronto dice: “¡No sé qué carajo hacer!”. Arrebato que, aislado, está en el borde de la queja y la impotencia, pero que, si se expresa en un común carajear, deviene protesta enojada que resiste y se rebela ante el malestar. Lenguas sucias, muchas veces, se presentan como lenguas insolentes, atrevidas, descaradas, sin mordazas, alegres y furiosas. Lenguas sucias conciernen, también, a quienes hacen las tareas sucias en la institución. El trabajo denigrado, descalificado, invisible. Tareas que las elites profesionales subestiman y consideran de poco valor. Lenguas cómplices Lenguas tejidas entre confianzas provisorias, entre afinidades eventuales que arman redes o se refugian en las penumbras para protegerse. Complicidades airean ideas en una común intimidad. A veces, lenguas llagadas se anestesian para no sufrir; otras traman complicidades que arden en protestas compartidas. Lenguas del dolor Lenguas que se aprenden viviendo y acogiendo estados de aflicción. La lengua materna de todas las clínicas reside en el dolor. No existe otra lengua para las sensibilidades que cuidan. Media lengua La expresión hablar a media lengua alude a infancias que suprimen palabras en las frases o las dicen incompletas o alteradas. Pero, también, ilustra la manera de hablar de agudezas que cuidan. Agudezas que no encuentran palabras para decir lo que sienten. Agudezas respetuosas que escuchan vidas fragmentadas. Agudezas implicadas que balbucean o tartamudean inseguras. Lo tengo en la punta de la lengua anuncia el momento en que se está por decir algo sin poder terminar de decirlo. Inminencia de un por decir que no llega. Olvido circunstancial y circunstancia de toda comunicación balbuceante. Escribe Pascal Quignard (1993): “Todos los nombres están en la punta de la lengua. El arte consiste en saber convocarlos cuando es necesario y por una causa que revivifique sus cuerpos minúsculos y negros”. Lenguas muertas Se llaman lenguas muertas a las que, como el latín o el griego antiguo, ya casi nadie habla. Pero también hay lenguas clínicas muertas. Lenguas monótonas y seguras de lo que están diciendo, que asumen fachadas de conocimientos plenos, lisos, sin contradicciones y faltos de dudas. Lenguas que aclaran y definen todo, que intercalan frases hechas, que abusan de lugares comunes, que descargan sentencias. Lenguas que repiten fórmulas de manuales, de textos sagrados o prestigiosos. Lenguas lavadas, limpias, prolijas. Lenguas sin pensamientos estremecidos. Sin contactos con el sufrimiento. Lenguas acondicionadas a discursos normalizadores. Lenguas indolentes. Lenguas que expulsan diciendo “¡Eso no corresponde acá, tiene que ir a otra parte! Esto pertenece a otra especialidad, a otro sector. Pregunte en otra ventanilla. Pero, ¿dónde? ¡Ah… no sé, acá no!”. Lenguas vivas Lenguas que erran y que no saben. Lenguas del poco saber. Lenguas que muchas veces trabajan sin entender lo que hacen, pero se hacen responsables de pensar porque lo están haciendo. Lenguas que acompañan y alojan aflicciones de vidas enfermas, incluso sin saber acompañar ni alojar. Lenguas que batallan con las enfermedades de la institución. También lenguas de las astucias, de las tretas, de los ingenios. Lenguas que no se llevan con hablas técnicas y utilitarias. Lenguas que no enlazan, no enredan, no demandan, no imponen curas: lenguas del solo estar ahí, como disponibilidades que se hacen presentes cada vez que se las necesita. Lenguas oportunas que dan una palabra precisa, sin que se la pida. Lenguas que dan la espera. Lenguas de la común vulnerabilidad. La invisibilidad e intangibilidad de las prácticas de cuidado, muchas veces convierte a las lenguas vivas en acciones desaparecidas, en intervenciones sin narrativas clínicas. Sacar la lengua Si el acto de sacar la lengua no se reduce a miserables burlas y desprecios, puede devenir insolencia irreverente, provocación pícara, gesto disidente. Tal vez una acción lúdica y pasional de residencias pasajeras en asentamientos del dolor. Lenguas recién venidas que resisten indolencias de la solemnidad.

  • Clínicas cimarronas del cuidado / Fernando Ceballos

    Salir de la romantización de las demasías Es largo explicar, pero un día me vi literalmente con el ambo puesto nuevamente, la tijera punta roma que me compré en las prácticas cuando estudiaba y está intacta, el termómetro, una birome y unos guantes descartables. Todo eso llenando los bolsillos de la chaquetilla pulcra y necesaria en ese reducto médico. Sin eso, no podés entrar, me dice la jefa de enfermería de ese servicio. El arsenal necesario para arrancar las actividades que hacía mucho tiempo no hacía tan linealmente y que me horrorizaban hasta la desesperación por la extensa falta de práctica de más de 20 años. Al cabo de las semanas, la rutina me había hipnotizado colonizando cada movimiento de mis intervenciones, y me encontraba buscando los horarios de la medicación, organizando las actividades para un número de pacientes, cambiando camas, limpiando cuerpos, cambiando sueros, y todo eso que hace un enfermero “normal”, en una sala de un hospital general. Tenía la tarea de asistir a los pacientes de salud mental que estaban internados en esa sala. Había ingresado hacía dos días, todos ya la conocíamos. Una “figurita repetida”. De esas que han sido iluminadas por el haz de luz de la discriminación y estigmatización social: la que se tira del segundo puente del camino al puerto. Sí, esa adolescente intratable, que no para de producir ¿intentos de suicidios? Una inconforme. Sí, esa misma. Hace dos días está internada. Otra vez. A nuestro grupo de salud mental nos conoce de memoria. Sabe qué provocar en cada uno de nosotros. Tiene esa sabia capacidad de incomodar a algunos que muchas veces caemos bajo sus armados cristalizados en representaciones de actos que construyen una crisis o una excitación psicomotriz o una urgencia o un desmayo. Eso parece. Alertado por ciertos hechos pasados, intenté armarme de una actitud que, al mismo tiempo que era distante, ambicionaba ser cordial. Esa tarde, apenas me vio entrar a la habitación, en ese mismo instante sentí, prejuiciosamente, que ya estaba planeando algo. Saludé, me presenté y me fui a cambiar el suero de la paciente que estaba en la otra cama. Eso lo había hecho muchas veces en otras internaciones y no había pasado nada. Graso error. O tal vez no. Nunca lo voy a saber. Pero bueno, según mi deducción eso bastó para que saliera del sopor de la medicación casi mágicamente. Parecía profundamente dormida. Atinó a mover los párpados que le pesaban como una morsa. No contestó el saludo, y como dando a entender no se que cosa, se acomoda en la cama dándome la espalda. Hago mi trabajo. Hasta que, de repente, sale de su letargo y salta de la cama como escupida. Nada tenía que ver esa reacción con el cuerpo que estaba observando. Vertiginosamente y a paso raudo se mete en el baño. Más allá de lo que vimos, la oleada de ese movimiento capturó a los cuerpos que estábamos ahí. Capaz tenía muchas ganas de ir al baño, pensé sin querer estigmatizar. Espero un momento atrás de la puerta cerrada y juntos con el acompañante de la cama de al lado empezamos a sentir golpes en la pared. Le pregunto al acompañante si estaba escuchando lo mismo que yo. Y asiente con la cabeza, todavía perplejo por aquel salto de canguro. Intento abrir la puerta y estaba trabada. Un seguro de afuera de la cerradura me permite abrirla sin problemas. Estaba pegándose la cabeza contra la pared. No me mira. Intento sacarla de esa escena, pero toda su fuerza se concentra y se me hace difícil poder romper ese instante. Coloco la mano entre su cabeza y la pared. Hace dos o tres golpes más sobre mi mano y se tira al piso. Dejáme, me dice. La dejo. Me siento en el piso apoyándome en el inodoro, para estar a su altura. Me mira así con unos ojos rojos y sin expresión, como no coincidiendo con lo que estaba pasando. Le digo que sería mejor ir a la cama, que ya llega la leche de las cuatro de la tarde. Y con la misma agilidad del salto canguro, se incorpora y sale del baño esquivando mi mano que intenta en vano detenerla. Abre la puerta de la habitación y se perfila para el pasillo, con la misma decisión maradoniana en el segundo gol a los ingleses. Hace una finta y deja atrás al que reparte la comida, se desprende de la enfermera que salía de una habitación e intenta pararla. Un familiar que se anima a intervenir recibe un manotazo en la cara, y sigue cual barrilete cósmico. Va derechito a la puerta. Les hago señas a todos que la dejen. Llega a la puerta y un policía, advertido por el ruido, detiene su recorrido. Ahí se para. La agarra de un brazo, yo del otro y la llevamos a la habitación, mientras calmo el ímpetu del policía que quería seguir con su rutina represiva. La acostamos. Ya tenía preparada la merienda. El policía me pregunta si se queda. Le digo que no que ya estoy yo, que cualquier cosa lo llamo. Apenas sale el policía de la habitación. Nuevamente la escena. Se levanta e intenta salir de la habitación. Me voy a matar, dice. Me interpongo en la puerta. Me empuja. No me pega, podría tranquilamente hacerlo. Pero no me pega. Se tira con sus casi 80 kilos sobre mí. Y ahí empezamos como una lucha de sumo o un pogo. Primero con los hombros que se chocan. Después las manos que se repelen, pero en un movimiento no violento, como cuidando cualquier golpe. Que no haya violencia, parece decir. ¿Será un juego? Estuvimos así durante 45 minutos. Mis músculos ya no daban más. Embate tras embate, arremetida tras arremetida, se hacían sentir en mi cuerpo ya avejentado. Por momentos, nos perdíamos en un abrazo forzado. Un abrazo que uno no da comúnmente. Apretado. A eso le seguía después un paso de baile torpe, para un lado y para el otro. Paraba un momento y encaraba de nuevo, diciendo la frase: Me voy a matar, dejáme. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. ¿Cómo poner un torniquete a esa hemorragia de intensidad? Ella seguía a su ritmo, mientras el mío se iba agotando. En cada embate me decía ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo sigo esto? Por momentos, pensaba en dejarla salir para ver a dónde iba. Pero después me desdecía calculando lo peor. Cuando podía abrazarla y hacerla retroceder caíamos los dos en la cama. Se quedaba un ratito así y acometía de nuevo. De nada me servía a mí ese descanso, necesitaba por lo menos dos días. A ella poco le importaba, la fiereza de cada carga seguía intacta. El acompañante de la usuaria de la cama de al lado, se había puesto a merendar y miraba en un lugar preferencial esa escena casi bizarra de tomas de yudo. En medio de ese trajín desbastador se abre la puerta de la habitación. Creo que los dos pensamos que era el policía. Pero no, era uno de sus hermanos. Ese que siempre la cuida y la defiende. Con la misma rapidez de aquel primer salto, cambia su ropaje de crisis, y entra en otra dimensión de relación. Se deshace de mí como puede. Y saluda a su hermano cálidamente como siempre. ¿Querés que vayamos a tomar unos mates al bar? La invita. Acepta inmediatamente y juntos se van para el bar. Pasan a mi lado como si todo lo sucedido no hubiera pasado. Y recorren ese mismo pasillo, que unos minutos atrás había recorrido casi como una fuga en la Casa de papel, a paso cansino y hablando de la vida. “Las demasías no están todo el tiempo en estado de demasías, muchas veces se envuelven en la normalidad caricaturizándola, la rigidizan con lo cual hacen percibir que las normalidades son ficciones insoportables”[1]. Es difícil trabajar con lo insoportable de lo insoportable, pero ¿por qué no creer que quería matarse hace unos minutos atrás, y ahora no quiere eso? ¿Por qué no creer, al menos provisoriamente, que se ha calmado porque necesitaba ver a su hermano? ¿Por qué no creer que tenía ganas de tomar unos mates con su hermano? ¿Qué necesitaba verlo, y que eso la tranquiliza, por lo menos por ahora? ¿Por qué no creer en ese descanso, en ese parate de esa intensidad abrumada? ¿Y si afuera de todo ese armado no hay nada, y esa nada se vive como una catástrofe? ¿Y si ese armado de crisis es lo único que tiene, lo único suyo, propio? Soportar, demorar, ser paciente, tranquilizarse, son mandatos que, así como nos proponemos nosotros, también se los trasladamos a los usuarios. Obviamente que los umbrales de esas palabras son muy subjetivos en estas situaciones. Está aquel que ante el primer forcejeo ya prepara el triple esquema. Está aquel que espera unos forcejeos más como dándole alguna chance, porque tiene preparado el triple esquema. Está aquel que habla, intenta buscarle otro cause, pero también tiene preparado el triple esquema. Y está ese otro que ni ha pensado en el triple esquema, todavía. La verdad no quiero hablar de cual está bien y cual está mal. Precisamente el umbral de lo insoportable es el que determina cada intervención. La idea es poder pensar esa precisa intervención a veces insoportable, como modeladora de otra práctica que posibilite un cuidado. Un viaje hacia el cuidado Era jubilada, creo que era docente. No me acuerdo bien. De todos modos ella venía de una familia acomodada, además su marido también tenía mucho dinero. Había quedado viuda y se había dedicado a recorrer el mundo. Iba por el tercer pasaporte ya. A mí me encantaba escucharla, porque tenía una manera de narrar sus viajes que te hacía viajar a vos también. Yo estuve en cada uno de esos lugares recorrido por ella. Cuando llega uno de sus hijos al consultorio y me dice que su madre necesita un psiquiatra, y me muestra que había recibido asistencia en diferentes partes del mundo (Estados Unidos, Francia, España, entre otros países), no me salió otra que decirle, porque venían a mí. No sabemos ya que hacer, me dijo. Por favor, doctor atiéndala. Bueno, la verdad me pagaba muy bien. Así que no me hice esperar mucho. Depresión, era su diagnóstico. Ella tenía una relación muy particular con la medicación, pero a mí me parecía que en su situación la medicación, podía influir de otra manera. Yo venía trabajando con unos placebos que me hacían en la farmacia de acá a la vuelta. Los preparaban muy bien. Diferentes colores, tamaños y formas. Eran perfectos. Yo le había agregado a cada color su importancia y a cada forma su duración en el tiempo. Por ejemplo, la redonda amarilla sólo se podía administrar a la noche, la azul alargada media en el almuerzo. Y así con todas. Casi al final de la consulta, le expliqué como iba a ser su tratamiento. Le dije de la importancia de la medicación, de ESTA MEDICACIÓN. Que no podía tomar más de lo que yo le prescribía. Y que si o si necesitaba todo su apoyo y responsabilidad. Sin eso no podíamos empezar, porque una vez que empezáramos, si se vulneraba el tratamiento podría tener consecuencias muy negativas para su salud. Debía tomar medio comprimido amarillo en la cena. Y no más de eso. Un aura[2], al decir de Benjamin, invadió ese encuentro. Sensibilidades estaban tocándose con las palabras. “La expresión sensibilidades que hablan sugiere que las palabras gravitan sobre las afectividades, que las memorias gravitan sobre las percepciones, que las hablas gravitan sobre las morosidades”[3]. Hablé con la familia y le expuse la estrategia, y que era fundamental su acompañamiento en esto. La cosa funcionó de maravillas durante mucho tiempo. Ella venía a la consulta, me contaba de sus últimos viajes y de lo bien que se sentía, y yo viajaba. Y así se fue construyendo una cercanía que nos sostenía a ambos en ese acontecimiento alojador: un cuidado. Su casa quedaba cerca del consultorio, así que además a veces la veía cuando pasaba y nos saludábamos. Un día camino al consultorio veo la ambulancia al frente de su casa. Me acerco preocupado. Justo estaba de médico de emergencia, un amigo. Le pregunto qué pasaba y me dice que parecía un infarto. Le digo que era mi paciente desde hacía bastante tiempo. Y le solicito hablar con ella. El pelado me dijo: gordo, no me metas en quilombos, por favor. No le dí mucha importancia y pasé a verla. Estaba desparramada en la cama. Acerco una silla y me siento al costado y empezamos a hablar. Se sorprendió por mi presencia. Al cabo de un momento de charla, le pregunto concretamente porque estaba dándome rodeos. ¿Qué te pasó? Bueno doctor, a usted no le puedo mentir. Me tomé esta mañana una pastilla de esas amarillas entera. Le remarqué la importancia que tenía el tratamiento como lo habíamos acordado. Puse mi mejor cara de preocupado, pero en realidad el alivio iba por dentro. Al instante inventé una estrategia para poder revertir la situación. Le dije, que estas situaciones podían pasar, pero era importante poder hablarlas conmigo, y que yo para estos momentos había previsto otras cosas. Le digo: “No te hagas problemas, yo tengo el antídoto que va a contrarrestar el efecto de esa medicación”. Hablo con el pelado, que me estaba escuchando atentamente desde la puerta. Y le digo: “Dame una aspirineta o una buscapina algo que sea rosita”. Mientras sacudía la cabeza, para un lado y para el otro, no entendiendo casi nada, me trae una aspirineta. Bueno ahora se toma esta pastillita, el doctor acá le va a realizar un electrocardiograma y después yo la llamo. Cuando salía, me detuve y le expliqué al pelado la situación. A la tarde cuando la llamé estaba haciendo un bizcochuelo para invitar a una amiga con mates. La mismísima materialidad de un quehacer o un saber hacer que funda oficio escapando de las especializaciones y la mercatilización de un tratamiento. Oficio que se hace cuerpo entre la experiencia, la trayectoria, la vida y las historias que produce un encuentro. Un saber hacer que escarba sus memorias e inventa nuevas posibilidades, no las estandariza, las potencia como insurgencia que se hamaca entre lo que se sabe, lo que se hace y lo que se piensa. Después de escuchar atentamente este relato, me propuse escribirlo de la mejor manera que pudiera, además me pareció de una riqueza impresionante. Se me apersonaron un sinfín de interrogantes. Lo primero que me puse a pensar es en lo que significa la palabra de un médico para una persona que sufre. Totalmente desguarnecida, entregada a ese otro que la mira, que la escucha, que la cuida. Palabras que esa persona sufriente hace suyas, ya sea por transferencia, por empatía, por confianza, o por la hospitalidad entregada en ese primer encuentro. Pero también me preguntaba casi cuestionando esa decisión ¿Porqué atar a una persona a medio comprimido? ¿Medicalización? Y pensé en los muchos que quedan atrapados, encerrados, tomados por un tratamiento psicofarmacológico cruel haloperidoniano, que los robotiza, les ensombrece la mirada, les precariza los vínculos, les empobrece las palabras, en fin, les envilece la vida, y encima les dicen que ese tratamiento les va hacer bien. Y pensé en esos muchos que no tuvieron ni tienen la posibilidad de esta señora: ser escuchada y de poder hablar. Porque ahí, en ese acontecimiento donde se cruzan las miradas y se respetan las palabras, está la esencia del trabajo clínico entre este psiquiatra y esta señora. Recuperar experiencias como la del gordo, en donde el oficio se empecina en acercar el trabajo a la vida, es recuperar el arte en el trabajo cotidiano, la alegría en cada intervención, la invención en cada posibilidad y la potencia del cuidado con el otro. Tal vez esa señora había recorrido el mundo buscando ese lugar, que no lo encontró en los supuestos mejores lugares de atención, ni en las mejores clínicas, ni con los supuestos mejores profesionales, y lo encontró ahí, justo ahí en donde el cuidado se hizo presente, a escasa media cuadra de su domicilio. Impregnar desde el cuidado El manicomio sigue intacto más allá de la pandemia. Intervenciones que intentan disciplinar cuerpos exhaustos e inconformes no desaparecen, ni siquiera cuando hay un temor mayor en el mundo. La medicalización hace estragos en esas intervenciones. Pócimas que paralizan pensamientos, movimientos, relaciones, vidas, posibilidades y aparecen como una solución de normalización a demasías que se resisten. Cuerpos avasallados por una supuesta lógica formal que permite la prescripción de fármacos a mansalva. Los rotulados seguirán así más allá de otros designios. Hace casi un mes que ha sido dada de alta. Costó mucho traerla de vuelta a este mundo. La opacidad de su mirada fue dando paso a un tenue brillo alentador. Las palabras ayudaron a relajar los momentos de encuentro. La escucha, más allá de los monosílabos que se podían decir, fue definitoria. La paciencia de la espera por esa palabra y el reconocimiento y agradecimiento por la demora ayudaron a empezar. De nada sirve el apuro cuando la palabra está trabada. Hay que aceitar esa mandíbula, lo mismo que las cuerdas vocales y ese pensamiento atascado químicamente. Y a eso sólo lo da el detenerse y esperar que algo va a salir. Varios encuentros en su domicilio le han devuelto la confianza. La confianza en ella misma. Cree que puede estar mejor. Se preocupa por llevar adelante cada consejo. Sigue al pie de la letra cada recomendación. Pero los efectos de la medicación son demoledores, con eso no puede. Esa internación hizo que, por orden del psiquiatra, se la “impregnara” de haloperidol. Impregnar: adherencia de una sustancia al cuerpo, dice el diccionario. Adherencia que por sus efectos colaterales le ha opacado y petrificado la vida. Adherencia que ha conquistado sus movimientos y enquistado sus pensamientos. Vive en la piecita de atrás. Mugrienta, húmeda, helada y deprimente. Su madre para que “no haga problemas”, a eso de las ocho de la noche le da la cena, la medica y la encierra en esa habitación lúgubre con un candado. Y queda ahí hasta el otro día. No basta con esa impregnación artera, encima hay que encerrarla y no precisamente como aislamiento social preventivo y obligatorio. Como si no tuviera bastante con ese encierro que la ha rotulado con un diagnóstico: esquizofrenia. La lógica manicomial intacta en esa escena. El prejuicio de la peligrosidad merodea cada intervención que se haga con ella. Una madre discapacitada, dice que le tiene miedo. Que así está mejor. Una muralla de prejuicios “impregna” y justifica cada acción que se toma con relación a ella. Pero claro, nadie piensa que esa otra vida envilece con cada miligramo de neuroléptico y en cada vuelta de llave del candado. La imposibilidad para caminar, se contradice con ese temblequeo insistente e incontrolable que “impregna” sus movimientos básicos. Sus manos y sus pies se mueven acompasadamente. Pero cuando se incorpora para caminar, no puede. Se queda ahí, clavada en su andar más allá de que su cerebro ordena marchar. Endurecida por un fármaco que supuestamente cura. Después de ver semejante escenario, se habla con otra psiquiatra para poder plantear los devastadores efectos adversos que produce la medicación en esa vida. La dejamos una semana sin medicación para que se “desimpregne”. Se cambia el esquema de la medicación, se baja a dosis mínimas. Después de varios días, cuando llego a su casa es ella quien me espera en la puerta. Su semblante de máscara ha dado lugar a una mirada vívida, sus movimientos son más descontracturados, sus palabras se acompasan a un ritmo acorde y coherente. Me abre la puertita de rejas con movimientos finos y suaves de sus manos. En una semana ha vuelto a hacer cosas que no podía. Tenderse la cama, prepararse el desayuno, caminar, ayudar a hacer la comida, caminar, peinarse sin lastimarse, cepillarse bien los dientes, caminar, doblar su ropa, cortar la comida, caminar, y también impedir que su madre le cierre la puerta con candado. Me cambió la vida, me dice. Cosas que parecen insignificantes pero cuando una persona no las puede realizar, la libertad empieza a ser vulnerable lo mismo que la independencia. Pero uno de los síntomas producidos por la medicación persiste todavía, eso la pone muy mal. Una enorme cantidad de saliva hace que tenga que usar un babero. Secreta y secreta saliva sin parar. Toda su ropa se moja. Eso la altera, por momentos la hace irritable. Me dice que se ve sucia, asquerosa, es la palabra que utiliza. Tengo que cambiarme este babero cada dos o tres horas, dice. Hablo nuevamente con la psiquiatra para pensar juntos la situación, sabiendo que la medicación es prescripción médica, pero responsabilidad de todo el equipo de salud. Vemos otros esquemas posibles. Trae al debate clínico otras situaciones similares que le ayudan a pensar ésta. Una decisión en equipo interpreta que hay que cambiar nuevamente el esquema de la medicación. Por momentos veo a la psiquiatra más relajada, intentando salirse de los estándares protocolizados. Luchando interiormente contra ese poder que le dice que no debe alejarse de la protección del vademécum, y menos dejarse llevar por las corazonadas y por la experiencia. La ciencia no sabe de intuición, y menos de arrebatos que hilvanan posibilidades. Hegemonías que al pensar, se deshilachan, se sueltan y crean. Modalidades que se flexibilizan para producir un cuidado. Especialidades que se enriquecen en las discusiones desde la experiencia. Normalidades que sucumben ante gestos hospitalarios. Innovación que recorre el espinel de clasificaciones farmacológicas buscando otros posibles. Hace dos semanas que está con esta nueva medicación. Llego a su casa para otra visita domiciliaria. Me atiende la madre. No está, me dice. Un escalofrío controlador me recorrió la espalda. Se fue hasta la verdulería. Tenía ganas de comer mandarinas, dice. Impaciente, la esperé en la vereda. Quería ver cómo camina una persona cuando recupera la libertad. Y venía así espléndida con el barbijo un poco caído que le hizo ver una sonrisa cuando me vio. Y en cada paso que daba iba soltando aquellas amarras que la habían atado a la cronicidad. Tenía ganas de comer esas mandarinas criollitas, las que tienen semillas. Esas tienen más jugo, me dijo mientras me invitaba con una y a pasar a su casa. Uno se imagina la libertad de muchas maneras, y ahí en ese mismo instante me di cuenta que frente a mí estaba una de las muchísimas maneras de ser libre. Se sentó en una silla de plástico, donde le daba de pleno el solcito de junio, metió la mano en una bolsa y sacó un ovillo de lana azul, otro negro y dos agujas enormes. Empecé a tejer de nuevo, me dijo. Y pensé en ese enorme tejido clínico que habíamos podido construir, tejiendo y destejiendo ideas que iban siguiendo un hilo impregnado de cuidado. La importancia de recuperar los detalles Los detalles de un cuidado son esos destellos que comienzan libres, imperceptibles, chiquitos, clandestinos, cimarrones, casi desde la casualidad de una acción decidida en la periferia de una escena, pero cuando la agudeza de una sensibilidad emergente está presta y atenta, los hace aparecer redondamente en el terreno de una situación de salud, en donde dos cuerpos o más se envuelven, se tensan, resistiéndose a los embates de los discursos que los quieren estigmatizar, normalizar, domesticar o medicalizar, cristalizándolos en una técnica y/o en un diagnóstico. Y los detalles aparecen ahí, así produciendo un acontecimiento que pide relatos de historias deseantes, que intentan rescatar y provocar suspiros de artistas del cuidado, para crear nuevas potencias en cada trabajador y en cada trabajadora del cuidado, que buscan salirse por un momento de las verdades únicas para pensar una ampliación en la clínica sin la necesidad de imposiciones clasificatorias. Es el armado de un rompecabezas de piezas que con el aumento de la lupa del oficio, puede rescatar aquellas partes distantes, distintas, alejadas, descartadas, cajoneadas por la inoperancia de las respuestas procedimentales. Visibilizarlas, hasta hacerlas aparecer como posibilidades entre las opciones clínicas para la construcción de una estrategia terapéutica interdisciplinaria, es nuestro norte. ¿Puede una pequeña señal alterar el desenlace de las cosas? Que es posible transformar el curso de cualquier situación de salud con sólo una señal, deja de ser una quimera en el mismo instante en que un suceso compromete al menos dos cuerpos en la inmensidad de un cuidado. Esa pequeña mueca, esa mínima mueca de significación que nos alcanza, que nos toca, que nos conmueve concierne a la conformación de todo lazo humano. Esa coyuntura exacta en donde el encuentro es posible, las miradas se miran, las manos se acarician, las palabras se hablan, los oídos se escuchan. Son la representación concreta de esos instantes precisos fundados por los trabajadores y las trabajadoras del cuidado a través de la producción de acontecimientos contaminados de sutiles detalles, produciendo oficio. Son esos momentos cuando algo pasa atravesando muros de tiempo creando un paisaje nuevo, distinto, diferente, ajeno pero agradable, vivible y que termina distinguiendo un antes y un después, para por un instante suspender el pulso, para permitir un respiro necesario en la vorágine de nuestra experiencia cotidiana. Momentos que detienen aquellos cuerpos que vibran y permiten escuchar esas palabras que habitan sus silencios. Son esos momentos en donde uno los recuerda por lo que nos produjo entender que el otro estaba ahí, esperando esa creación y respondiendo en consecuencia. Alteraciones que permiten las alteridades. Momentos vividos en la vorágine de una guardia de fin de semana, o en la tensión y la precisión de una sala de UTI, o en una charla casual en el pasillo con un familiar desconsolado por información, o en un diálogo ameno en la oficina de enfermería del centro de salud donde ese ambiente creado posibilita que alguien rompa un silencio de años y denuncie un abuso, o en el medio de esa crisis subjetiva que parece desbaratar el día, o en esos descansos compartidos entre trabajadores y trabajadoras con mates y criollos, o en ese instante justo del cambio de suero que se encuentran las miradas y aparece una palabra atestiguando relatos que estremecen, o en ese pasaje de guardia en donde justo brota un relato que resignifica una acción más allá de lo procedimental. Cuando cada palabra es despojada de sus posibles ropajes de prejuicio, hegemonía, cientificidad o normalización, se le da otro lugar, ya no aparece como una queja, ni como una certeza, sino como una necesidad, ya no es una impostura sino una posibilidad de diálogo, ya no asoma un agravio sino un malestar ante el sufrimiento, ya no aparece un cuchicheo sino los susurros de un silenciamiento. Hay un momento para pensarla y un momento para inventarla. Cuando se le ha dado lugar para poder desplegarse libre, esa palabra tiene una historia para narrar, un sometimiento para emancipar, un acto de salud para producir, o una profesión para oficiar. Chiquitita así, así de chiquitita. De sonrisa enorme, grande, así de grande. De mirada negra y brillante como reflejo de luna en el río marrón. Cabellos oscuros que tienen movimiento propio y agigantan su figura diminuta. El volumen del renegrido pelaje se mueve al compás de sus movimientos. Su risa fácil, no se relaciona mucho con la hondura de su tristeza. De voz también chiquita. Que va pidiendo permiso para aparecer en una conversación. Puede pasar de una tremenda carcajada o un llanto desconsolado, en segundos. Cuando era más chiquita, sus padres murieron. Fue criada por una de sus abuelas, que lo único que heredó de ella es su tamaño. Tiene algo con la ropa. Ella pide ropa. A los pocos minutos de estar charlado, al primera vez que nos vimos, ya me estaba mangueando alguna camisa, o remera o pantalón. Es recurrente con eso. A su abuela le hierve la sangre cuando la escucha pedir. Y arremete con un maltrato que no se condice con lo que ha escuchado. La conocimos el año pasado cuando estuvo internada unos días por depresión. Pero antes de esa internación ya venía con un “tratamiento” psiquiátrico. El psiquiatra la medicaba y ella cada mes iba a retirar la medicación. Ese era su tratamiento. Un amigo psiquiatra decía con respecto al tratamiento: “mientras trato, miento”. Cuando tenía suerte lo podía ver esos valiosos cinco minutos que le dedicaba para decirle cosas como: no tenés que abandonar por nada la toma de la medicación, sino vas a seguir alucinando. Pero doctor yo… bueno, decía el galeno, el mes que viene nos vemos. Y salía así con la pregunta atragantaba en la garganta. Eso se daba en el mejor de los casos. Porque si no era así, la que le entregaba la medicación era la administrativa que daba los turnos. Y que al estilo empleada pública de Gassalla, la maltrataba. Por su estatura no podía llegar a escuchar bien lo que le decía la administrativa cuando le entregaba la medicación. Y siempre al final de cada entrega la terminaba retando. Ella le insistía con las mismas preguntas que le había hecho al doctor el mes pasado. [1] Percia, Marcelo. Demasías, normalidades, locuras [2] Benjamin, Walter. Discursos Interrumpidos I, Taurus, Buenos Aires, 1989. Aura: Definiremos esta última como la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar). [3] Percia, Marcelo. Sensibilidades en tiempos de hablas de capital. – 1a ed. – Adrogué: Ediciones La Cebra, 2020.

  • Gestión o cuidado: ¿una conciliación imposible? / Pascale Molinier

    Conferencia dictada el 29 de noviembre del 2014 en el Hospital de Niños Ricardo Gutierrez, Buenos Aires. Actividad organizada por el Programa de Salud y Trabajo de la Universidad Nacional de Lanús y la Asociación de Profesionales del Hospital Gutierrez. "Nadie debería trabajar a tiempo completo en un solo lugar; uno debe verse trabajando desde un otro lugar ", dijo el psiquiatra Jacques Tosquellas hablando de los equipos hospitalarios. Comparto este punto de vista, muy aplicable a mi situación. Mi pensamiento y trabajo están en la intersección de diferentes corpus teóricos: la psicodinámica del trabajo, la psicoterapia institucional y la ética del cuidado. Trabajo no solo en Francia, sino también en Colombia, a veces incluso más allá. Me refiero a distintos equipos en el campo de la psicología o en los estudios de género. Mi trabajo es multidisciplinario y transcultural. Voy a hablar del “care” o del cuidado, sabiendo que este concepto es intraducible en francés (Molinier, Laugier, Paperman, 2009). El inglés tiene dos palabras: “care” que se refiere a la preocupación o la atención y “cure” que se refiere a la dimensión de sanación o de la cura. En francés, hay una sola palabra: “soin”. Y esa palabra ya está muy cargada de contenido. Cuando hablamos de “l’éthique du soin”, es decir, de la “etica del cuidado”, hablamos de la ética médica en una línea cercana a la de Canguilhem (Le Blanc, 2007, Worms, 2006). No obstante, Veremos que el cuidado en el sentido del “care” designa a otras actividades y a otros trabajadores/as diferentes a las o los médicos. Usaré la palabra “cuidado” para decir “care” y “cuidados” para hablar de un conjunto de actos que combinan dimensiones del cuidado y de la sanación. Cualquier acción curativa debe ir acompañada de una atención a la persona. Hablaré de las relaciones entre trabajo de cuidado y gestión a partir de una realidad muy específica: la de Francia. Espero que podamos compartir algunos aspectos de mi reflexión. El sistema de gestión hospitalaria tiene algo de específico en cada país, mientras que el neoliberalismo es el mismo telón de fondo en el mundo entero. Lo que caracteriza a Francia, desde hace por lo menos veinte años, es el uso de los métodos de gestión del mundo industrial y la exportación de los retos de la competencia económica en los sectores públicos donde el Estado es el empleador. Este es el caso de la gestión hospitalaria y también la de la gestión universitaria, y la de los colegios y servicios sociales. Así que, a pesar de que tenemos un servicio público que es uno de los más extendidos del mundo, no existe ningún segmento de la vida laboral francesa que esté por fuera del neoliberalismo y de sus reglas en términos de management. La ética del cuidado nació en los Estados-Unidos, en el ámbito de la psicología moral con la obra de Carol Gilligan y se desarrolló en el campo de los estudios de género (Gilligan, 1982). Permaneció confidencial por un tiempo largo, pero desde hace diez años tiene cierto éxito en Francia y en otros países. O sea, se hizo más visible en un período de la historia de los cuidados que se puede describir como una regresión de las preocupaciones en términos de atención (care) a favor de preocupaciones vinculadas con la “buena gestión”. Es cierto que en un país donde la protección social es extendida como en Francia, la salud es cara para los contribuyentes y para el Estado. Por supuesto, es necesario gestionar adecuadamente el dinero de los impuestos. Pero podemos interrogar los criterios de gestión utilizados para evaluar el trabajo. Estos criterios, en Francia, no toman en cuenta al trabajo real. Para decirlo en pocas palabras: no toman en cuenta la parte humana, de relación, del trabajo hospitalario. Sin embargo, esto es parte central de las expectativas de la gente – pacientes y sus familiares - en términos de cuidado. No es suficiente para la gente que sea bien tratada “técnicamente”. La gente también quiere estar informada, sentirse segura, que se ocupen de sus problemas, sus necesidades, sus preocupaciones. En una palabra: la gente necesita cuidado. El éxito del cuidado se debe entonces a la amenaza de su falta o desaparición, a pesar de que las necesidades de cuidado son cada vez mayores. Especialmente debido a una esperanza de vida más larga y dado al trabajo asalariado de las mujeres, que fueron tradicionalmente las “proveedoras naturales” y mano de obra gratuita de cuidado. La sociedad está atravesada por una tensión entre la necesidad de atención o de cuidado y los requisitos de la gestión pública. El mundo, como dice la filósofa Elizabeth Anscombe (1970), sólo aparece “bajo descripciones”. Una de las tareas de la psicología social, me parece, es analizar el conflicto entre la descripción del trabajo hospitalario a partir de la gestión y del management, de un lado, y la descripción que somos capaces de producir a partir de la experiencia del trabajo de cuidado, del otro lado. No son las mismas descripciones. Analizar el conflicto entre la gestión y el cuidado podría ayudarnos a sentar una base saludable para una confrontación equilibrada, y ayudar a desarrollar compromisos entre lógicas diferentes en una perspectiva progresista. Estas lógicas o, mejor, estas gramáticas distintas podrían escucharse entre sí y eventualmente ponerse de acuerdo o tener la capacidad de generar coincidencias. Pero hay un requisito previo. No se puede traducir el lenguaje del cuidado al lenguaje de la gestión. Estas no son sólo dos descripciones diferentes, sino que no hablan en el mismo idioma. En otras palabras, hay que reconocer la existencia de una poliglosia (o sea varios idiomas legítimos en el mismo territorio), lo que complica la tarea de “reconciliación”. Empiezo con una visión optimista: la conciliación o reconciliación. Veremos que el problema a veces es más agudo. Si la gestión o el management no es una lengua como cualquier otra, sino como lo propone la filosofa Marcela Zangaro, el idioma de un dispositivo de gobierno en el sentido de Michel Foucault, entonces la perspectiva del cuidado se puede entender en términos políticos alternativos, como critica del monolinguismo del management (Zangaro, 2011). En esta perspectiva, el análisis del trabajo hospitalario (o el trabajo en asilos de ancianos o en centros para niños discapacitados) toma un valor central. Permite el análisis de la sociedad, de sus desarrollos actuales y ofrece otro idioma para resistir contra la extensión del dominio de la gestión. Voy a comenzar con una introducción de la perspectiva del cuidado. Después hablaré de la escisión entre gestión y cuidado. Hablaré luego de los sistemas de defensas que operan ocultando el trabajo real. Terminaré hablando del cuidado como alternativa al dispositivo del management neoliberal. LA PERSPECTIVA DEL CUIDADO: UNA VULNERABILIDAD COMPARTIDA, UN TRABAJO ATENTO Las teorías del cuidado contienen un reconocimiento sin precedentes de la vulnerabilidad como una condición común de la humanidad. Lo que define al ser humano es su dependencia con los demás. Esto se opone al valor neoliberal de autonomía. Hay, escribe Joan Tronto (2009), un continuo en el grado de atención que cada uno necesita, no una dicotomía entre los que son atendidos y la gente que los cuida. Pero no es una idea que la mayoría de la gente acepta fácilmente. Se supone que nos consideramos como seres vulnerables. Esto implica que abandonemos nuestro sentido de una autonomía completa. Y requiere que dejemos de pensar que la "autonomía personal" es la solución a todos los problemas de la sociedad. De hecho, el verdadero reconocimiento de nuestra profunda vulnerabilidad y el hecho de estar vinculados a los demás, pueden llegar a cambiar nuestra forma de pensar acerca de la responsabilidad social. El cuidado no es una moral de los buenos sentimientos, es un proyecto social. Joan Tronto insiste, con razón, sobre el riesgo que presenta la reducción del cuidado a una concepción diádica (sobre el modelo madre-hijo). Además madre y niño no viven tampoco en una isla desierta, ello es un mito. Una de mis estudiantes está realizando una tesis sobre la negación de la muerte en asilos para ancianos. Ella muestra que se espera que estas personas tengan un "plan de vida". Ojo: 70% sufren del Alzheimer. Y se supone que los y las cuidadoras deben estimularlas para mantener su “autonomía”. Por suerte las cuidadoras desobedecen y dejan a las personas mayores la posibilidad de una siesta. Los efectos del neoliberalismo están en todas partes. Y si no tenemos cuidado, vamos a exigir de los y las ancianas que sean “eficientes”, “competitivos”, y porqué no “excelentes”, y vamos a evaluar su “plan de vida”, o lo que sea. El cuidado es una crítica política del neoliberalismo a partir de una crítica del valor de la autonomía personal. La autonomía personal, en este sentido, es una mentira: siempre hay alguien apoyando de manera discreta. No solo los más dependientes se benefician de una ayuda, sino también los adultos competentes. Resulta que en la perspectiva del cuidado, pensamos en términos de relaciones, conexiones, redes, co-construcciones, etc. El valor principal no es la autonomía, pero sin duda si lo es el ser capaz de vivir una vida humana. Y hay muchas clases de vida humana. No sólo la vida de un ejecutivo de alto nivel. Otra contribución conceptual importante es considerar que el cuidado de los demás significa hacer algo útil para ellos. En otras palabras, el cuidado es un trabajo. Pero este trabajo no tiene nada de espectacular, es parte de la vida cotidiana. Además, permite a la vida cotidiana mantenerse como una condición de nuestra “forma de vida” (o sea: los seres humanos necesitan una vida cotidiana, una rutina con puntos de referencia familiares). La perspectiva del cuidado propone prestar atención al mundo y a la gente común, a las relaciones ordinarias como centro de “la vida cotidiana del ser humano” (para decirlo en los términos de Veena Daas). Esta dimensión de lo común tiene poca visibilidad. Se ve sobre todo cuando desaparece: en casos de desastre, por ejemplo. El aspecto discreto del cuidado había sido identificado por el psiquiatra y psicoanalista Jean Oury, que fue el jefe del movimiento de psicoterapia institucional hasta su muerte en marzo de 2014. Director de la famosa Clinique de la Borde, Jean Oury no es un teórico del cuidado, es un teórico del tratamiento de la psicosis. Pero sus teorías están convergiendo con las teorías del cuidado y permiten que se vaya más allá. Él cuenta la historia siguiente: Había (en una sesión de formación para los cuidadores) una docena de empleadas de aseo hablando de su trabajo, todas mujeres y un jovencito. Una mujer dice: lleguemos antes de los enfermeros y luego barramos. Hay un pasillo largo y barramos. Otra cuenta que, cuando está barriendo el pasillo, hay una puerta que se abre, se trata de una anciana que está demente, que apenas puede caminar con su andador; una vez estaba al borde del pasillo y me sonrió con una gran alegría y me contó de cuando era pequeña, de cuando tenía tres o cuatro años, de cuando jugaba con sus amiguitas. Y, después de un rato, seguí barriendo el pasillo. En ese momento el chico concluyó: “Nosotros estamos aquí para recoger polvo y recoger palabras”. Este ejemplo es bello porque se entiende bien que la atención no puede ser separada de la tarea física. Barriendo el pasillo, las aseadoras encuentran y escuchan ancianas. La ética del cuidado es en este caso inseparable de la labor de limpieza. Están entrelazadas en la textura de la vida cotidiana. Barrer en un hospital es cuidar. Limpiar un lugar habitado por enfermos es siempre mucho más complicado de lo que uno piensa. La perspectiva del cuidado no sólo rehabilita la vulnerabilidad, sino también el trabajo doméstico y el mundo ordinario. Un mundo en el cual la gente está buscando con quién hablar. En algunos hospitales franceses, las trabajadoras de la limpieza no tienen derecho de hablar con los enfermos mentales, ya que, supuestamente, no tendrían las habilidades necesarias para hacerlo. Afortunadamente, desobedecen. Y por la mañana, nadie las ve. No se sabe. Esta “forma de vida” existe sin reconocimiento social. Sin embargo, es importante destacar también que el cuidado –el de un padre a un hijo, como el de una enfermera a un paciente– aunque no implique necesariamente una tarea física (como limpiar), moviliza siempre un proceso psíquico de reflexión y anticipación, o para elaborar su propia ansiedad o irritación, cuando se trata de no hacer, por ejemplo: dejar que el niño lo haga solo, o respetar el ritmo del paciente, etc. De tal manera que “No hacer nada” o “abstenerse de hacer algo” puede ser cuidadoso. Estamos allí, en el grado cero de la visibilidad del trabajo de cuidado. En otros términos, si los y las cuidadoras permiten dormir la siesta a personas mayores, por ejemplo, no es necesariamente porque las cuidadoras sean perezosas, puede ser una respuesta completamente apropiada al estado de salud de aquellas personas que necesitan sobre todo, después del almuerzo, descansar. Y que no quieren ser “estimuladas” por medio de herramientas artificiales de animación o ergoterapia. Este trabajo atento moviliza saberes y haceres discretos que tienen su eficacia en su invisibilidad. El saber discreto se moviliza sin que alguien tenga que pedir nada. Para dar una imagen: el vaso de agua viene justo antes de la sed. En la película de Robert Altman, Gosford Park, la jefa de los domésticos dice: yo soy la sirvienta perfecta, sé antes de ellos (los amos) que tienen hambre. Otro punto muy relevante: El trabajo del cuidado no es reducible a la actividad -la actitud de una sola persona- sino que está respaldado por el trabajo colectivo. Trabajo de apoyo, de cooperación, de atención compartida, o en otras palabras, atención colectiva a las “pequeñas cosas”. Además, al menos en la psiquiatría, los pacientes no necesariamente participan menos que los cuidadores. Ellos también pueden cuidar a los demás. El cuidado no es un trabajo especializado, toda la gente puede hacerlo. La pregunta es: ¿Por qué algunos no lo hacen? De este modo, liberan tiempo y energía para hacer otras cosas más visibles, más prestigiosas, pero no necesariamente más útiles a la civilización, a lo que Freud llamó Kulturarbeit. Respecto de este trabajo del cuidado, Jean Oury dice que es un trabajo que no tiene precio. Es un trabajo inestimable (Oury, 2008). Inestimable porque no podemos evaluarlo o medirlo debido a su invisibilidad. Y es inestimable porque es de valor incalculable, no se puede estimar bajo las leyes de la economía de mercado. ¿Cuál es el precio de una sonrisa? Ahora bien, esto es, por supuesto, una paradoja en términos de los conceptos convencionales que constituyen la épisteme del trabajo. Aunque no tiene precio y no se puede medir o confundir con una mercancía, el cuidado es un trabajo. Un trabajo no especializado, pero un trabajo. El cuidado debe ser distinguido del don o del amor. El cuidado siempre implica un esfuerzo, un “know-how”, un saber hacer, una cooperación y una deliberación. El cuidado es una obra de la civilización. Esta obra consiste en un conjunto de prácticas cotidianas. ¿Las decisiones son las correctas? ¿A ustedes les va bien dejar dormir a Madame X, en lugar de llevarla a hacer cerámica? Las respuestas a estas preguntas cambian de un día al otro. No hay regla firme, todo es contextual, todo implica deliberaciones, o sea tiempo improductivo. El psiquiatra François Tosquelles distinguió el “establecimiento-hospital” de la “institución” (Tosquelles, 1967). La institución “son los vínculos que se crean en un lugar”. Hay que “cuidar la institución para cuidar los enfermos”. O sea cuidar los vínculos. Crear este lugar requiere condiciones dialógicas o un “espacio público interno” para desarrollar vínculos en conjunto. Estas condiciones -lo sabemos- son fácilmente minadas, debido a las diversas limitaciones de la organización del trabajo. Recapitulemos. Las personas, para vivir de modo humano, necesitan volver a crear un mundo común. Esa es la tarea del cuidado como trabajo ordinario, tejiendo lo ordinario, día tras día, noche tras noche. Nada se parece menos al mundo común que un hospital. Al principio, es un mundo aterrador. Por eso, el cuidado es tan importante. Como se dijo: “para recoger polvo y palabras”. UN HOSPITAL AEROPUERTO El tema del cuidado en las instituciones muestra su contingencia. Un hospital sin cuidado es posible. Nuestros predecesores lo sabían: se llamaba el asilo o el distrito de los agitados. ¿Vamos a conocerlo ahora? En los últimos quince años, se produjo en el hospital público en Francia, un aumento de la demanda de calidad de los cuidados, de forma simultánea con el aumento de la lógica de la gestión. Por supuesto, otra vez, es natural que tratemos de tener buenos cuidados y al mismo tiempo mejorar la gestión del dinero proveniente de los impuestos. El dinero de los ciudadanos. Sin embargo, parece que la idea que los administradores se hacen de la eficiencia o la calidad, fundada sobre la evaluación, a partir de criterios objetivos y reproducibles, es difícilmente compatible con la realidad del trabajo de cuidado. Esta realidad no es ni objetivable ni reproducible. Es así. Nunca la realidad -“el torbellino de la vida”- va entrar en las tablas y células de la gestión. El trabajo de cuidado implica habilidades discretas, ajustes emocionales o “pequeñas cosas” casi inefables. La eficiencia del trabajo de cuidado es difícil de probar o evaluar. A veces, estos gestos o pequeños actos sólo tienen sentido en una larga temporalidad o en un “après coup” (a posteriori) inesperado. El tiempo de la gestión no es el tiempo del cuidado, es un tiempo flexible y discontinuo, como sugiere esta cita de Jean Kervasdoué, ex director de los hospitales del Ministerio de Salud y patrocinador de la gestión hospitalaria en Francia. "El tiempo del paciente -y del personal del hospital que buscamos maximizar- es el sello distintivo de la arquitectura contemporánea. El hospital es menos un lugar para quedarse, es más bien un lugar de paso en salas cada vez más especializadas. El hospital del futuro, en términos de su arquitectura, será más parecido a un aeropuerto que a un hotel, aunque la función de hotel nunca desaparecerá por completo "(Kervasdoué, 2004: pp 37). Fue un discurso que tal vez haya sido deliberadamente provocativo. Los administrativos se quejan mucho de la “inercia” y del “arcaísmo” de los trabajadores hospitalarios. Están, según ellos, en un “proceso de fosilización”, entre la omnipotencia médica y las rigideces de los estatutos profesionales, sin hablar de los sindicatos. Esta psicología peyorativa funciona como una defensa protectora que les impide pensar el daño causado al trabajo por la gestión y sus métodos de evaluación. Un ejemplo para ilustrar “el flujo” de los pacientes. Hoy en día, en Francia, por razones de buena gestión, se práctica cada vez más la cirugía ambulatoria. La atención se subcontrata. ¿A quién? Nadie se puede ir a casa si está solo la primera noche después de la anestesia. Probablemente alguien ha calculado el riesgo estadístico de un problema por la noche y decidió que requeriría solamente la supervisión de una persona no médica, apta para llamar una ambulancia cuando sea necesario. ¡Qué angustia! El cuidado no es sólo una actividad de los cuidadores asalariados, sino también una actividad de familiares, y esto último cada vez más. Hoy en día, tenemos que pensar el sistema de salud como dependiente de la integración de estos ayudantes invisibles y gratuitos. En Francia, se ha demostrado que los y las cuidadoras familiares de personas mayores tienen una alta morbilidad y una mortalidad superior a la media. Algunos mueren antes que sus enfermos. Pero esto no entra en el costo de la gestión hospitalaria. De manera bastante sorprendente, el mismo Kervasdoué (2003), especialista de la gestión, publicó en un gran periódico, Le Monde, un artículo sobre su hospitalización. Incluso los gestores pueden romperse una pierna. Desde su camilla, Kervasdoué descubre el hospital desde el punto de vista del paciente, una verdadera historia de dolor, incertidumbre e incomodidad. Dice: “El equipo se dedica a lo más urgente: primero usted, luego otro. Pero ¿por qué no a la inversa: el más joven, más dañado, la vida más doliente, la más cercana a la puerta? Uno se pregunta cuáles son las prioridades y sobre todo por qué la atención intensa y real de unos momentitos esta seguida de largos períodos de abandono”. La descripción es correcta. Pero, ¿cómo puede un diseñador del management no entender los criterios de la elección realizada por los cuidadores? Cómo puede ignorar que la clasificación y jerarquización de los pacientes es un trabajo diario y la rentabilidad de las enfermedades es uno de los criterios preeminentes de este ordenamiento. “Más tarde, desde mi habitación, oigo por el pasillo una queja, un sonajero que aparece y desaparece con el aliento de esa persona. Ella sufre allí, no muy lejos. La expresión del sufrimiento puro, un cristal de desesperación. Me dijeron al día siguiente que se trataba de un paciente con la enfermedad de Alzheimer y otros daños en algunos órganos. Nadie, ninguna unidad de hospitalización, la aceptó. Así que esperó en este servicio de paso” (lo que llamamos “servicio puerta”, entre las emergencias y la hospitalización). ¿Podría ser que a los “malos” cuidadores no les gusta la gente mayor? O ¿los criterios de gestión que rigen la clasificación de las enfermedades no son tan favorables para las personas mayores? Algunas enfermeras de los servicios de urgencias, a veces, tratan de no decir por teléfono la edad del paciente cuando buscan una cama en un servicio. Kervasdoué no imaginó que las clasificaciones se hacían a partir de criterios de gestión. Es interesante. Él no puede hacer que se comuniquen dos áreas de su propia experiencia: su conocimiento de la gestión y su experiencia como paciente. Estas dos áreas están escindidas. Mi hipótesis es que esta escisión defensiva, es común. ¿Quiénes realizan la selección de pacientes? No son los Kervasdoué, sino los propios cuidadores de primera línea. Esta priorización no está prescrita/escrita, de tal manera que los cuidadores son responsables de hacerla. De este modo, participan activamente para constituir un “remanente”, un “residuo”. Este “desperdicio” -invisible en el marco de las evaluaciones de “calidad”- está formado por pacientes que no producen recursos financieros dignos de reconocimiento. Esta clasificación es un verdadero trabajo sucio (dirty work) en el sentido del sociólogo Everett Hughes, quien describe muy claramente la participación de los cuidadores en el sistema de gestión, lo que debilita la legitimidad de sus críticos. Y no tienen ninguna razón para estar orgullosos de su trabajo. Otro ejemplo: un aborto voluntario vale tres veces menos que un aborto involuntario. Es el mismo acto. Pero se nota un valor normativo en dicho proceso objetivo. En resumen: Por lo tanto, una parte importante del sufrimiento en el trabajo de los cuidadores hospitalarios puede ser descrito en términos de sufrimiento ético: hacer algo a pesar de un desacuerdo moral. El testimonio de Kervasdoué sugiere, por otra parte, que los gestores, incluso cuando experimentan la enfermedad, no entienden el impacto de la lógica de gestión sobre la calidad de los cuidados. ¿QUIÉN ES EL BUENO EN EL TESTIMONIO DEL CUIDADO? Las teorías que han formalizado la dimensión del cuidado permanecieron minoritarias, a pesar de su éxito social. A excepción de Uruguay (Aguirre et al, 2014). Además, el trabajo de cuidado es llevado a cabo en su mayor parte por mujeres poco calificadas, cuyo discurso tiene una legitimidad social bastante débil. No hay ética del cuidado sin una política que le dé valor. Y no una política del cuidado sin tener en cuenta las voces de quienes, en su mayoría mujeres, lo hacen. Sin embargo, la ortodoxia mayoritaria en la medicina (por lo menos francesa) tiene un ajuste mucho mejor con las teorías de la gestión y el “hospital aeropuerto” que prometen. Al centrarse en la reparación de órganos, los médicos evitan enfrentarse a la persona enferma o a la “enfermedad viva”. La devaluación del cuidado está muy profundamente enredada con la práctica de evitar una dimensión de la experiencia humana: el cuidado genera sufrimiento, malestar, asco, miedo, emoción, excitación, tristeza, y a veces odio. Las y los administradores y las y los médicos sentirían esas emociones como todo ser humano. Pero ellos están muy bien protegidos por la división del trabajo. Añadiría que para un cirujano, lo mejor es estar protegido de esta manera: no debe ser conmovido por la persona para operarla bien. La división del trabajo, a veces, tiene una dimensión psicológica que garantiza la eficacia profesional. Los y las cuidadores están allí para estar lo más cerca de los pacientes. Y logran aguantar los sentimientos dolorosos, contradictorios y ambivalentes que genera el trabajo de cuidado, y por eso deben elaborarlos. El logro de esta capacidad no depende de su personalidad o de su fuerza psicológica. El cuidado no es una virtud personal. Esto implica un trabajo colectivo importante: los y las cuidadoras tienen que transformar en relatos la experiencia que comparten con los demás. Estas historias deben tener una forma admisible: se trata de que sean soportables para permitir hablar de una realidad muy ansiógena. Las historias que cuentan los y las cuidadoras se desarrollan mediante el humor y la apelando a la modalidad de reírse de sí mismos (Molinier, 2013). Este modo de narración permite a los y las cuidadoras que se entiendan entre sí y que elaboren los aspectos traumáticos de su experiencia. Pero esta narración hace que sea difícil de transmitir su experiencia fuera de la comunidad de origen, porque tales historias “no son serias”. Además, para llevar a cabo este tipo de trabajo colectivo de elaboración, se necesita tiempo informal, pausa para el café, o para el mate, por ejemplo. Sin embargo, en una descripción del trabajo, desde el punto de vista de la gestión, estos tiempos se consideran improductivos. Por último, el trabajo sucio y el sufrimiento ético llevan la gente a guardar silencio. Para tener ganas de hablar del trabajo con sus colegas, la gente no debe sentirse avergonzada de lo que hace. Los y las cuidadoras pueden también protegerse del sufrimiento a través de la creación de defensas diseñadas para mantenerlos lejos, a distancia de la experiencia de las personas que mal tratan o mal atienden. Estas defensas requieren un sistema de representaciones despectivas en relación con los pacientes y compartidas en el equipo. Estas defensas alterizan a los pacientes (o sea limitan las posibilidades de identificación) o justifican su desprecio. No son dignos de ser bien cuidados. Por ejemplo, son responsables de su desgracia (como los alcohólicos, drogadictos, personas que han hecho un intento de suicidio). O porque son parte de un grupo étnico que supuestamente exageraría el dolor, o porque “ya no tienen nada en la cabeza” o “son vegetales” (Alzheimer). En realidad, estas defensas están funcionando bastante mal porque impiden dar sentido al trabajo en la medida en que el trabajo se haría para “gente que no vale nada”. Otras defensas contra el sufrimiento ético están diseñadas para reducir la percepción de su propia responsabilidad en el maltrato de los pacientes y tratar de proteger el sentido del trabajo. Estas funcionan mucho mejor. Luego, los y las cuidadoras consideran que los administrativos tienen toda la culpa. Si se trata mal a la gente, es por “el aumento de la lógica de gestión”. Pero hemos visto que los que administran no están en condiciones para entender los efectos de sus propias decisiones sobre el proceso de cuidado cotidiano. Ellos necesitan ser informados por los cuidadores. Esto implica que los cuidadores hablen con ellos, y que ellos, por su parte, quieran escucharlos. Y tienen que escucharlos hablar en sus propias lenguas y cultura, es decir, a través de los relatos del cuidado. Los administradores tienen que aprender a tomar en serio otras formas de simbolización diferentes a las curvas y gráficos estadísticos. Creo que es muy posible a nivel micro o local, y así se puede evitar cierto tipo de tonterías. Pero en todos los casos de diálogo habrá un momento incómodo para todos: Cuando nadie esté protegido por sus defensas, o sea cuando deba enfrentarse a sus propias responsabilidades Para sintetizar y concluir: Asistimos desde los últimos veinte años, a la extensión del sistema neoliberal y sus formas específicas de gestión y evaluación en el ámbito de los servicios públicos: educación, servicios de salud, trabajo social. El resultado, son situaciones absurdas, como el “plan de vida” de la gente con enfermedad de Alzheimer. O el de evaluar el trabajo de una cuidadora a domicilio a partir del número de camisas planchadas, mientras que el tiempo dedicado a hablar con las personas mayores no se reconoce. De una manera más general, lo que le importa a la gente no se mide en las tablas y estadísticas de la gestión. Lo importante es la ética. Y la ética del cuidado no se mide. Podríamos imaginar otras formas de gestión. Pero hay que preguntarse por qué este sistema se impone en todas partes. La razón es que el sistema neoliberal tiene precisamente una vocación sistémica. Podríamos decir que se trata de una forma de gobierno de las mentes y los cuerpos que, para ser eficaz, donde debe ser eficaz -o sea en el ámbito de la competencia económica-, debe aplicarse incluso cuando no hay ninguna pertinencia. Este sistema se consolida a través de un conjunto de prácticas cotidianas, como si no hubiera otros horizontes, otras maneras de hablar o de hacer. Como si no hubiera otro mundo posible. Nuestras subjetividades están determinadas por el neoliberalismo y el trabajo juega un papel central en esta conformación. Vivimos en un mundo donde debemos ser capaces de clasificar y comparar los hospitales, universidades, colegios, etc. Nuestros hijos deben ser eficientes, nuestros ancianos autónomos, etc. No sólo debemos hacer nuestro trabajo, sino que tenemos que hacerlo visible, valorizarlo, haciendo su publicidad, su auto-promoción. Y, sobre todo, tenemos que competir para lograr recursos financieros, que nos ponen en constante competencia entre nosotros. Al mirar las crisis que el neoliberalismo ha generado, parece ser un fracaso económico, un fracaso en términos de prosperidad y felicidad. Pero sin duda es un gran éxito en términos del imaginario social. Estoy convencida de que el neoliberalismo no es un enemigo fuera sino un enemigo dentro de nosotros. Como dijo Donna Haraway, no solamente estamos en el vientre de la bestia, no hay posición inocente: somos parte de la bestia (Haraway, 1992). El neoliberalismo, y sus prácticas de management, de gestión, de evaluación, no son solamente un programa económico; son ante todo un programa político. En el trabajo de investigación, por ejemplo, igual que en el hospital público, las evaluaciones sobre bases volumétricas en términos de artículos o investigaciones, están aumentando. Cada vez que una “campaña de evaluación” se termina, nos enteramos de que llega una nueva, por lo general antes de lo esperado. Se estima que en la última convocatoria para la financiación de la investigación, los científicos franceses han perdido 200 años de tiempo para proponer proyectos en la competencia. Al final, sólo el 5-8% de los proyectos fueron financiados. Esto es absurdo en términos de investigación. Pero se puede hacer una observación. Mientras que los investigadores están perdiendo su tiempo en “proyectos”, no piensan y no despiertan políticamente. La sobrecarga en términos de evaluación está al servicio de un proyecto político: se trata de disciplinar a las mentes rebeldes. El desprecio abierto de los profesores de los colegios y de las universidades, y más ampliamente, de todos los funcionarios, por parte de los representantes del Estado francés, es un indicador de este proyecto político. Al gastar mucho tiempo respondiendo a las imposiciones administrativas, existe un gran riesgo de irse fuera de la realidad, lo cual es una experiencia cotidiana en Europa. Esto último se llama “alienación cultural” y con esta, el riesgo de un retorno a la realidad por la violencia, nunca está excluido. Nuestras responsabilidades son parciales en este proceso y no es una fatalidad. Creo que las historias de cuidado -estos relatos que parecen poco serios- ofrecen un camino posible para volver a la realidad, al “suelo áspero de la experiencia”, diría Wittgenstein. Si el trabajo es un organizador central en nuestras sociedades, si el hospital y el dominio del cuidado son los analizadores privilegiados de las evoluciones del mundo neoliberal, entonces estas “pequeñas historias” no tienen precio, son inestimables. Ustedes dirán que es David contra Goliat, y tienen razón. Pero, sin embargo, fue el pequeño quien ganó, así que ¿por qué no? BIBLIOGRAFIA Aguirre Rosario, Batthyány Karina, Genta Natalia y Perrotta Valentina. Los cuidados en la agenda de investigación y en las políticas públicas en Uruguay. Íconos. Revista de Ciencias Sociales, 50, Quito, pp. 43-60, 2014. Anscombe G., Elisabeth (1970). Under description. In The collected philosophical papers, vol. 2 (Metaphysics and Philosophy of Mind), Oxford Basil Blackwell. Dejours Christophe (1993) Travail: usure mentale. De la psychopathologie à la psychodynamique du travail. Nouvelle édition augmentée, Paris, Bayard Éditions. Gilligan, Carol. In a Different Voice. Cambridge: Harvard University Press, 1982. Haraway, Donna. The Promise of Monsters. A régénérative politics for inappropriate/d others in Lawrence Grossberg, Cary Nelson, Paula A. Treichler (éds). Cultural Studies, New York, Routledge, pp. 295-337, 1992. Kervasdoué Jean. L’hôpital vu d’en bas, Le Monde, 28 novembre 2003. Kervasdoué Jean. L’hôpital. Paris, puf, 2004. Le Blanc Guillaume. Vies ordinaires vies précaires. Paris, Seuil, 2007. Molinier, Pascale (2013). Le travail du care. Paris, La Dispute. Molinier Pascale, Laugier Sandra, Paperman Patricia, éds, Qu’est-ce que le care? Payot, 2009. Molinier, Pascale, Gaignard, Lise (2014, in press). Jean Oury, un trajet herméneutique hors de toute illusion. Psychologie Clinique. Oury Jean. Le travail est-il thérapeutique? Entretien avec L. Gaignard et P. Molinier à la Clinique de la Borde, 2 septembre 2007, Travailler, 2008, 19, 15-34. Tosquelles, François (1967). Le travail thérapeutique en psychiatrie. Toulouse, érès, 2009. Tronto, Joan. 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  • Roberto Jacoby, inabarcable / V. Nicolás Koralsky

    “La utopía es un falansterio razonable donde algo puede concretarse solo con el deseo de hacerlo”. Ana Longoni sobre Roberto Jacoby,Museo Reina Sofía 2011 Roberto Jacoby parece no haber parado nunca. Escuché a Ana Longoni decir que Roberto no lleva registro de lo que hace, que no se da tiempo: de una cosa pasa a la otra y a otra y a otra. Muchas de las historias que tenemos de Jacoby se las debemos a las investigaciones de Longoni, quien se dedicó a poner todas las piezas en orden, curando su trayectoria para la exposición “El deseo nace del derrumbe” en el Museo Reina Sofía (2011). Aunque Jacoby crea que quienes llegan a los espacios centrales del arte son los muertos -muertos en vida, muertos reales- él fue el primer argentino en tener una exposición individual allí. Cuando vemos a Roberto mirar a cámara nos encontramos con la cara de alguien que está a punto de hacer una picardía, casi a punto de montar una broma. Otras veces puede parecer un tipo grande, tierno, escurridizo ante los halagos y con una capacidad de relato conmovedora. En una entrevista, en donde se le reconoce esa cara de pícaro, define al arte como la única actividad humana legítima que no persigue ninguna finalidad en sí misma. Jacoby, ganador de la Beca Guggenheim (Fine Arts category, 2002), ha comparado a algunos artistas famosos con agencias de publicidad con cientos de asistentes y una “creatividad” que no produce “actos de creación”. Interesado en el arte que está en los procesos de surgir, Jacoby distingue entre obra pública -la del circuito institucional y del mercado- donde se la presenta ya “digerida” y el artista debe falsificarse a sí mismo, de la obra secreta. Para nosotrxs, la inabarcable. Nacido en Buenos Aires en 1944, sociólogo de profesión, con gran interés por los medios de comunicación y de masas, Jacoby desarrolló el Primer Manifiesto del Arte y Los Medios en 1966 junto a Eduardo Costa y Raúl Escari donde se adelantaron a Debord en pronunciarse y demostrar que los medios construyen acontecimientos. Parte de la “Generación Di Tella”, cercano a los happenings y antihappenings, a desmaterializaciones y performances recibió el abrigo de Oscar Masotta con quién viajó a Nueva York en 1967, al Be in donde a donde llevó su “Mao y Perón, un solo corazón”, foto que ilustra la tapa de su libro ensayo sobre filosofía política “El asalto al cielo” escrito entre 1975 y 1985 y editado en 2014. Formó parte de Tucumán Arde (1968) donde realizó investigaciones de sociología política junto con artistas e intelectuales que, indiferenciados entre sí, expusieron/denunciaron en la sede de la CGT de los argentinos, datos e imágenes de la desastrosa situación social en el Jardín de la República. Documentalismo que se volvería, de cierto modo, un opuesto del conceptualismo que vendría después. En los 70 trabajó como periodista. Escribió sobre teatro en el diario La Opinión donde llegó a tener de jefe a Juan Gelman. A mediados de la misma década, intentó volver a la sociología pero una hepatitis lo dejó varios meses en cama y terminó escribiendo letras de canciones, poesías y cuentos. Allí, apartado, hizo que suceda otra vi(d)a en la misma vida. Poesías que tomaron su curso y mutaron a canciones cuando se encontró, junto a Federico Moura, en un activismo tan radical que tomaba a la alegría como herramienta de transformación social. Explica en una entrevista hablando del cantante de Virus, que encontró en él la expresión de una elegante radicalidad política que tendía a ser banalizada, quizás por incomprendida y por adelantarse a su tiempo. Alegría estratégica en tanto “momento de encuentro de libertad en medio de la quema de libros” como reparó Ana Longoni en la presentación de “El deseo nace del derrumbe” (Libro y Exposición, 2011). Ana explica allí que las intervenciones de Jacoby y sus cómplices operaban como estrategias de la alegría en los circuitos subterráneos, casi invisibles donde se recomponían los lazos que la dictadura asesina buscaba desactivar. La comisaria agrega que operaron como algunos modos de resistir al terror de Estado: vivir en comunidad, inventar formas de resistencia. Para Roberto, estas tácticas alegres, serían experiencias moleculares que buscaron producir redes de afecto y solidaridad. Como el Museo Bailable, donde a fines de los 80 superponía y transformaba a diferentes espacios bailables en espacios donde se producían hechos artísticos. En 1994, junto a su compañera Kiwi Sainz viralizó las calles de Buenos con camisetas y afiches publicitarios que decían “Yo tengo SIDA”, golpeando así las barreras de estigmas y exclusiones. A fines de los 90 investigó sobre comunidades experimentales. Creó la fundación START (fundación sociedad tecnología arte) con sede en su mismísimo dormitorio. Esta plataforma le permitió engendrar monstruos enormes, tecnologías de la amistad: chacra 99, un “laboratorio tecno bucólico de experiencias multi-sensoriales” que funcionó en el último verano de la década del 90, por donde pasaron más de 40 artistas que se instalaron en una casa de campo en las afueras de Buenos Aires para realizar diferentes proyectos creativos. Revista Ramona (2000), publicación mensual que tuvo su versión en papel por más de 10 años (con 101 números) dedicada a las artes visuales con la finalidad de “reflexionar acerca de las condiciones de producción en el mundo del arte”, en ella escribieron Nelly Richard, Claire Bishop, Suely Rolnik, Gianni Vattimo, entre otrxs. Proyecto Venus, también llamado proyecto V (1999), en este buscó llevar al máximo la capacidad del arte de inventar nuevas formas de vida, la invención de una sociedad paralela desde donde sostener trueques económico-profesionales, a través de la formación de redes, mucho antes de que Facebook existiera en la nube. Venus acuñó su propia moneda y llegó a tener más de 500 artistas-participantes-venusinxs. Bola de Nieve (1998) una web aún activa, que produce “reacciones en cadena” donde un artista referencia a otrx y ese otrx a otrx. Funciona enlazando a partir del reconocimiento y la legitimación entre pares para dar lugar a una “constelación de afinidades estéticas y sentido”. Y Vivo Dito (2008), un “archivo sobre performance realizadas en Argentina o por artistas argentinos en el mundo”, web-base de datos que lleva el nombre en homenaje a las intervenciones urbanas que realizaba el artista Alberto Greco. Roberto tuvo su primera muestra individual “No soy un clown” en la mítica Belleza y Felicidad en 2002 y hacia 2010 fue convidado a participar en la 29o Bienal de San Pablo donde también fue invitado a retirar la instalación presentada… Para la bienal, Jacoby presentó con la BRIGADA ARGENTINA POR DILMA la obra "El alma nunca piensa sin imágenes", que simulaba una unidad básica in situ donde se realizaban diferentes actividades. El eje de ese año era “arte y política”, Roberto destinó todo el presupuesto de obra a pasajes de avión y alojamiento de alrededor de 30 artistas e intelectuales que formaban la brigada proselitista. Luego de montada la obra, los comisarios se vieron obligados a pedirle que la retire del pabellón porque incumplía las leyes brasileñas de proselitismo político que prohíben toda propaganda política (que no sea por radio o TV), por lo cual requisaron el material impreso y cubrieron las imágenes de los candidatos. Premio a la Trayectoria Artística Fondo Nacional de las Artes 2013, inaugura en la antigua casa de Victoria Ocampo, hoy Casa de la Cultura FNA, en 2014, la ya icónica Diarios del odio junto a Sid Krochmalny curado por Mariela Scafati, a partir de comentarios de lectores seleccionados de diarios en la web, explicaba en una entrevista "todo este trabajo está hecho con palabras, con una zona de las palabras que tiene que ver con la basura, algo muy frecuente en el arte contemporáneo: muchos artistas trabajan desde elementos de la basura. Esto tiene que ver con el propio contenido de los mensajes: degradación, putrefacción, a la idea de limpiar a la sociedad de las plagas". Así como Duchamp existió como Rrose Sélavy, Roberto devino alguna vez Berta Jacobs, personaje que le sirvió para seguir el manual de instrucciones para una conferencia, creado por Paul B Preciado en 2018. El mismo año en que presentó su álbum “Golosina caníbal”, con Nacho Marciano, al mismo tiempo que Exposición, Poema Rosales, Rara, El castillo inflable y Tadzio, sus poemarios. Roberto expresa en otra entrevista con esa picardía que le adivinamos, que odia el arte político porque piensa que allí ocurre una regulación del arte. Dice que cree nefasta la idea de producir un efecto, decir una verdad y, si el arte es político, reduce su fin. Pero cree que es en la elección de los materiales donde yace el acto político, entiende que en la definición del público yace la ética y concibe que Medios-Públicos-Materiales son un fenómeno político. Cree que en la figura del arte político se esconde una “comodidad curatorial”, que adecenta el rol de curador y lo corre del de comisario. Este “escapista del aburrimiento”, este ensamble admirable de picardía, audacia, frescura, diversión, activismo, intelecto, pop, conceptualismos, humor, erótica, vértigo, canciones y bailes. Este inabarcable e incansable Roberto Jacoby se dibuja y se diluye en algo de esto que, hace días, intenta decirse en estas líneas. “ya no sé si es hoy, ayer o mañana” Líneas arrebatadas, que ya prefieren moverse al ritmo de “Sin disfraz” antes que seguir intentando aprehender todo aquello que Roberto ha creado, todas aquellas anécdotas en las que lo hemos cruzado y todo aquello en lo que Roberto podría devenir en estos años. (Se puede ver galería con imágenes de esta inmensa obra en Estéticas)

  • Historias oficiantes de muros / Alejandro Kaufman

    En mi cuenta de Instagram hay cargadas cuatro fotografías obtenidas con celular, tres de las cuales son imágenes de lugares de la ciudad sin un alma, en los momentos que preceden a la salida del sol, cuando las calles están (estaban) desiertas. Fueron seleccionadas de entre fotografías tomadas durante los últimos tres o cuatro años en horas crepusculares. Tal menester era emprendido en algunas deambulaciones performativas de las fantasías de extinción que nos atraviesan hasta el agotamiento, el sentimiento del fin en las formas que nos han habitado en tiempos contemporáneos, al menos desde que el Soldado Desconocido en la Primera Guerra Mundial dio los relatos por terminados. Se instaló la mudez de las narraciones. Observación célebre, tan citada, que requiere una y otra vez detenerse en que no es una mudez literal, una ausencia de sonidos como los que podría detectar un micrófono, sino un giro, una transformación inadvertida, consistente en el surgimiento de una nueva abundancia encubridora. Algo queda opacado, no por una censura, no por una omisión o una ausencia detectable, sino por sobreabundancia y trivialidad. Destitución del sentido. Soledad pánica de Molly Bloom. De la abundante literatura distópica recordamos menos el tópico de las máquinas que fabrican historias que otros tópicos mucho más reiterados en relación con pérdidas de libertad bajo imperio del control. Que las historias, las experiencias, los afectos se irían a convertir en productos manufacturados de una industria pujante es algo menos recordado porque es una de las anticipaciones más consumadas. Mientras las literalidades totalitarias quedaron en las memorias como alegorías que requieren mediaciones interpretativas para ajustarlas o contrastarlas con lo que acontece, de las fábricas de historias no decimos mucho porque nos limitamos a producir y consumir tales bienes de intercambio. Lo hemos aceptado, y hemos aceptado ser eso, formar parte de ello. Cada gesto, mirada, pensamiento, localización que alcance alguna forma expresiva, por mínima que sea, es objeto de registro y relevamiento: datos. Alguien se detuvo frente a la vidriera de una librería contracultural, miró un libro de escasa difusión comercial y después cayó en profundo estupor ante la aparición de ese libro en sus redes. ¿Cómo le habían adivinado el pensamiento? GPS + historial + catálogo de la librería. Esa triangulación permite producir una suscitación consumista con escaso margen de error. El libro solo es objeto de ostensión publicitaria, es un anzuelo. Si no es advertido o no ocurre nada más, tampoco hay consecuencia alguna. No es como hablarle a alguien desconocido por error y tener que disculparse. No se está ocultando ese mensaje de un Sherlock Holmes en busca del asesino de la calle Morgue, sino que se está solo realizando una actividad legal y correcta: ofrecer productos en el mercado sobre la base de información que se accedió a proporcionar frente a la opción (poco realizable y poco práctica pero del todo legal) de no consentir. Tenemos la libertad de no consentir con el relevamiento de la información que cada vez nos desnuda más hasta convertir la palabra privacidad en un término careciente de significado, pero no lo hacemos, no lo podemos hacer y ya nos hemos resignado a consentir con lo que a cambio de tal pérdida y extravío nos devuelven como goces hedonistas de consumo. Con lo cual diré en qué estuve ocupado estas semanas mientras leía todo lo que podía sobre lo que sucedía e intentaba escribir al respecto. Tal propósito guiado por la discreta oportunidad -a diferencia de otros testimonios que afirman haber estado leyendo o trabajando en sus temas-, de incurrir en asuntos desocupados, dominios no transitados, ya de improbable ocurrencia. De inmediato llovieron escrituras infinitas, afanosas de decir o de narrar. Escrituras, verbalismos que concurrieron a un torrente pretendidamente discontínuo respecto de lo que antecedía pero decepcionante porque se le ven demasiado las costuras, las continuidades, la repetición. No es solo darse el tiempo de que se pueda hablar o pensar de otro modo. Aun sin una espera manifiesta, habría otra posibilidad: prestar atención a lo que sucede sin obedecer a los compromisos de continuidad a que nos someten las expectativas que nos disciplinan. Cuando la simultaneidad se convierte en ley y se cierran las compuertas espaciotemporales sometiéndonos a un estrechamiento de la conciencia, solo con la conciencia es posible vislumbrar una salida, o al menos desearla, adivinarla, intentarlo. O habría que decir en lugar de “solo con la conciencia”: no sin la conciencia. El asunto ahora es fotografiar esos mismos lugares antes del crepúsculo matutino y encontrarnos con la inanidad de publicarlos en la misma cuenta y en serie con las ya mostradas allí. Las fotografías no nos garantizarían verificar diferencia alguna, y nos suscitarían interrogarnos sobre qué cambió entre entonces y ahora. Y nos responderíamos en términos de hipótesis: lugares y apariencias no cambiaron, circulación de personas no cambió, lo físico visible no cambió. Lo que cambió es aquello que la fotografía no registra en forma directa. Cambió el aire. Cambió la intemperie. El exterior se replegó sobre sí mismo, como si implosionara, como si en estado de gravidez o en la profundidad del mar padeciéramos grandes diferencias de presiones, de esas que destruyen los en extremo precarios habitáculos que destinamos a tales lugares (y que a veces de modo aun más inadvertido estructuran las historias del fin). No hay tal encierro si no hay un afuera del que se nos prive, dado que ese exterior se volvió hostil, menos habitable, plagado de incertidumbre letal. En las nóminas temáticas de las distopías tampoco fuera tal vez central esta variante, aunque no estaba ausente, habría que ver. En cambio, la fabricación de historias, en lugar de ocasionar, como lo podría hacer una mirada distanciada, mudez e intemperie, nos parecen jurisdicción habitable, y así nos acompañan en el encierro, en la soledad del silencio gélido que atenaza nuestros cuerpos sometidos. Publicado en Alejandro Cerletti; Filipe Ceppas; Gabriela D’Odorico; Marisa Berttolini, Mauricio Langon, Olga Grau, Pablo Oyarzún, Walter Omar Kohan (Orgs). Narrativas confinadas: voces desde el sur — 1º ed — Rio de Janeiro: NEFI, 2020 — (Coleção coletivos:III). ISBN: 978–65–991017–3–1.

  • Textos del desorden alimenticio dichos en arcada / Emilio García Wehbi

    (fragmentos del texto TIESTES Y ATREO, versión escénica de Emilio García Wehbi de la obra TIESTES, de Séneca; montaje estrenado en el Teatro Nacional Cervantes durante la temporada 2018/19). SOLILOQUIO DE LA ANORÉXICA Padre, en mi boca sólo sombras. ¿Me gustaría tener más agujeros? Sí, juventud es eso. Muchos agujeros para hacer muchas sombras. Sombras, nada más. Te voy a mostrar algo, papá, que no es ni tu sombra por la mañana extendida delante tuyo, ni tu sombra por la tarde saliendo a tu encuentro, te voy a mostrar mi miedo en un puñado de polvo-. ¡Nada entra y todo sale, pa! ¡Todo sale! Lo que se supone que ya estaba en el interior, como pan levando en el horno. Ni la mugre debajo de las uñas aumentarán mi peso específico. Soy un rugido de vómitos derribando personas a mi alcance. Lágrimas, lo único que puedo devorar, y sólo en pequeños trozos. Las ventanas del cuerpo están tapiadas, y por suerte el agua no hace sombra. ¡Aquí vienen, aquí, por favor arcada y vómito, a mí, guardias, a mí! Probá papá, si estás insatisfecho, probá. Total, los rastros de la memoria van a quedar. Agarrame de la cintura con una sola mano, vas a ver que podés, y apretá, apretá como apretás tus latas de cervezas, no duele, total, lo que no se daña ahora se dañará más adelante. Y cuando entre tus dedos índice y pulgar haya sólo dos centímetros y ahí quepa también mi cuerpo, estaré lista para ser etérea. Como una mariposa negra. Ya no me podrás ordeñar, sólo matar. Todo, hasta lo que no tienen lo rompen, lo petrifican; pisoteando, arrancando... Y yo sólo engullo el aire. Pero los rostros blancos de los otros mirando impasibles mi mandíbula deformada, el sudor y la cara manchada de lágrimas, eyaculándolo todo de nariz, boca y ojos, como aguas danzantes, gritando gritando ¡gritando! Sale el agua y entran sombras. Como un animal me tiro sobre mi presa: debo tener eso, ser todo eso, todo sombras. Escucho tu voz. -Ya sé, hija, ya vas a crecer, ya vas a crecer, espiga de maíz. Te voy a hacer una hermosa despedida de tu juventud niña, tu juvenilia y de pronto zas. La fiesta está por terminar. No necesitás romper tu propio cuerpo como un huevo, eso es fácil; yo lo romperé por vos cuando ya seas gallina. Y me beberé tu caldo-. No papá. No puedo dejarte entrar en mi reino sombra de sombras. Nadie dijo que ser una princesa fuera fácil. Todos ustedes me sobrevivirán, todo va a durar más tiempo que yo y con menos ojeras. Entre mordisco y mordisco, sombras, para escupir al colono padre que usurpa un cuerpo que cree pertenecerle. ¡Que no me toque! Toneladas de cuerpos trabajando a mi alrededor para ser cómplices del pasado, ¡que no me toquen! Desde mi sala de la juventud me como las mejillas por dentro. ¿Eso quieren? Ya está, ya comí gracias, no quiero postre. Mis dientes de leche, me los trago y ya tengo de todo para seguir: proteínas, calcio, fósforo, magnesio, potasio. Ya me basto. Pero entre el potasio y el fósforo seré bomba humana, nunca tan bonita, nunca tan peligrosa. Y ahí sí que les voy a decir basta. Mi trabajo es sucio, yo soy la oscuridad, ¿y qué? Velo por ella, la sombra, por ser más liviana que el aire, más delgada que una pluma. Comer, tragar, digerir, cagar, eso no más para mí. Yo puro palo huesudo. Para que no se le haga agua la boca a nadie más. Yo umbría. Mi cuerpo se ha ido, todo se ha ido, soy la que ya se fue, la que se deslizó por entre las rocas, como una cagada de pájaro que chorrea hasta el mar. SOLILOQUIO DE LA BULÍMICA Nada debo temer, nada debo comer. Papis fans hacen que lloran a la niña; asustan, pueden causar verdadero horror a esta niña tetra-pak. ¡Estos terribles enjambres de padres, estas terribles codicias, entusiasmos con rostros inmóviles, miran pétreos a la pequeña boca niña que los enfrenta, y este grito horrible aturde, porque ellos siempre lloran por encima de todo, reclamando propiedad! ¡Todos caen sobre la niña! Todos los moscones, los moscones, los moscones. Pero en boca cerrada no. Ellos sí que pueden conducir sus análisis de sangre de la existencia, sus ADN de pertenencia, propiedad y tradición. No. En traición se transforma la papilla del Nestún dentro de mi boca hinchada porque no estoy siendo Pedrito la papa, la papa para Pedrito, que por ahí quiere entrar papito. No. Como torrente lo expulso, como emanación gástrica, géiser en medio de tu campo de Asfódelos. Se va a enterar papito, ese amigo de las heladeras con candado. Llantos, gritos: -¡llorá, gritá si querés!-, y el rostro inmóvil casi sonriente, apenas un pequeño temblor del labio inferior de la boca que deja entrever los temibles colmillos de su estúpido hocico psicoanalítico-domesticador, desgarrador, con olor a pescado de pasta de dientes. Asco. -Tal vez después, terrible niña, te daré mi corazón para que lo comas, para que hagas un miedo de él; sí, él, latiendo al rito de un torrente pop que grita para hacer brotar de la boca del mundo un manantial de palabras de amor e inundar con mi desagüe tu pequeño estuario, que hay promo 2 x 1, y es happy hour, nena, comen dos y paga uno-, dice el Papá Geno, este vendedor de pájaros. También canta esto: Ein Netz für Mädchen möchte ich,/Ich fing sie dutzendweis für mich;/ Dann sperrte ich sie bei mir ein,/ Und alle Mädchen wären mein./ Wenn alle Mädchen wären mein,/ So tauschte ich brav Zucker ein. /Die, welche mir am liebsten wär. O sea: -¡Me gustaría tener una red / para muchachas, / las cazaría por docenas! / Luego las metería en la jaula / Y todas ellas serían mías. / Si todas las muchachas fueran mías, / las cambiaría por azúcar-. Eso canta Papá Geno. -Pero estas niñas no muestran perspectivas, no dejan de tener aproximación a casi nada, no quieren no ser niñas pop para consumir nuestras sopas Naomi Campbell, y les condimentamos la ensalada con el vértigo del menú de Netflix, que hay para todas las papilas gustativas, y ellas obedecen y se zampan temporadas de madrugadas completas pero luego lanzan al retrete contrachorros espumantes de desayunos, y se dan vuelta como una media y te lo muestran todo, muestran las entrañas y todo lo que no se debe ver, y cuidado con verle los ojos a la Medusa; y entonces aullidos, rugidos-. Entonces correr y gritar, y correr más fuerte y más rápido. De la habitación al baño, con el cinturón lo más apretado posible, con un vaso de agua siempre a mano. Para que en la boca hecha agua se disimule el llanto. Y es hermoso, porque en la habitación soy la vaca asquerosa pero en el baño la princesa hermosa. En el baño son siempre antes de las 12 y la carroza nunca será calabaza. Y si pasan de las 12 me la zampo, a la carroza, junto con los ratones. Para que de mi boca sólo salgan mariposas y libélulas, y salgan cada vez menos centímetros y menos gramos. Stay strong. You'll be beautiful forever.

  • El poliamor y el teorema de Tales / Daniel Rubinsztejn

    El hombre hace el amor El hombre hace el amor con El hombre hace el amor con su El hombre hace al amor con su pene Llegó con un libro en la mano, léalo me dijo. Es mi guía: Ética promiscua Proponen las autoras una vida de placer con la convicción de que el poliamor, en la singularidad de cada quien, es una vía para alcanzar alguna felicidad. “«Putón» es una persona de cualquier género que ensalza la sexualidad de acuerdo con la idea radical de que el sexo es agradable y que el placer es bueno para ti”. Tratos entre las personas, acuerdos a respetar en la pareja con tal y/o con tales. Intentos de encuentros con varios, evitando el maltrato. Se pregunta cómo satisfacer a ambas, a muchas. Cercado por demandas, que se han multiplicado. Límites del trato que trata de sostener. “Los putones comparten su sexualidad al igual que las personas filantrópicas comparten su dinero: porque tienen mucho para compartir, porque les hace felices hacerlo, porque compartir hace del mundo un lugar mejor”. En la cuarentena se ve obligado a la monogamia, se desvanece por semanas el poliamor… ¡Y el contagio! El programa para el amor se suspende. Una promesa que si no es ahora será en otra ocasión. Anagramas de teorema, que incluyen a un dios y al amor. Hay que remarla. Teorema de las proporciones: “Si dos rectas…”. ¿Cómo vivir una vida sin proporción entre un cuerpo y otro cuerpo? Si dos cuerpos… ¿Cómo vivir marcados por la sexualidad que siempre lleva un grano de insatisfacción? ¿Cómo hacer (que) el amor prometa y defraude? Volver a hacer y que vuelva a defraudar. Con, con su… pareja. Su: ¿se apropia? Y si el instrumento responde y se yergue orgulloso, deja de ser -a veces- instrumento para devenir su partenaire. Y ella y él, desaparecen. Sexualidad, amor, dinero. El inconsciente gusta de esas equivalencias.

  • Octubre 17 con pandemia / Vicente Zito Lema

    Más aún en el tiempo de la Peste La memoria da sentido a nuestros actos Ordena los melones en el carro… No se trata de ir o de quedarse en casa La partida en juego es saber por donde pasa La línea de la vida… Seamos honestos: ser o no ser es hoy resistir O bajar los brazos (y el gran sueño / que cargan nuestros brazos…) Se escucha el aviso: sucumbe el que cambia de caballo a mitad del río… (¡vaya qué río, tumultuoso es nuestro viaje!) Las nubes son el alma, cierto… Pero los cuerpos (Ah, nuestros cuerpos…) Juegan la partida aquí en la hosca tierra (así la han vuelto…) En la cancha se ven los pingos, suena en el tango La cuestión de fondo es dar batalla Cada uno en su medida… Mirando a los ojos… Armoniosamente…

  • Letanía de la supervivencia / Audre Lorde

    Para aquellas personas que vivimos en la orilla sobre el filo constante de la decisión, cruciales y solas, para quienes no podemos abandonarnos al sueño de la elección, a quienes amamos en los umbrales, mientras vamos y volvemos, en las horas entre amaneceres, mirando hacia dentro y hacia fuera, al tiempo antes y después, buscando un ahora que pueda alimentar futuros, como el pan en la boca de las personas pequeñas, para que sus sueños no reflejen la muerte de los nuestros: Para aquellas personas de nosotras que fuimos marcadas por la impronta del miedo, esa línea leve del centro de nuestras frentes, de cuando aprendimos a temer mamando de nuestras madres porque con este arma, esta ilusión de que podría existir un lugar seguro, los pies de plomo esperaban silenciarnos. Para todas nosotras personas, este instante y este triunfo supuestamente, no sobreviviríamos. Y cuando el sol amanece tememos que no permanezca en el cielo, cuando el sol se pone tememos que no vuelva a salir al alba, cuando nuestro estómago está lleno tememos el empacho, cuando está vacío tememos no volver a comer jamás, cuando nos aman tememos que el amor desaparezca, cuando estamos en soledad tememos no volver a encontrar el amor, y cuando hablamos tememos que nuestras palabras no sean escuchadas ni bienvenidas, pero cuando callamos seguimos teniendo miedo. Por eso, es mejor hablar recordando que no se esperaba que sobreviviéramos. Fuente: The Black Unicorn, W. W. Norton, 1978. Traducción de Michelle Renyé. A Litany for survival For those of us who live at the shoreline standing upon the constant edges of decision crucial and alone for those of us who cannot indulge the passing dreams of choice who love in doorways coming and going in the hours between dawns looking inward and outward at once before and after seeking a now that can breed futures like bread in our children's mouths so their dreams will not reflect the death of ours: For those of us who were imprinted with fear like a faint line in the center of our foreheads learning to be afraid with our mother's milk for by this weapon this illusion of some safety to be found the heavy-footed hoped to silence us For all of us this instant and this triumph We were never meant to survive. And when the sun rises we are afraid it might not remain when the sun sets we are afraid it might not rise in the morning when our stomachs are full we are afraid of indigestion when our stomachs are empty we are afraid we may never eat again when we are loved we are afraid love will vanish when we are alone we are afraid love will never return and when we speak we are afraid our words will not be heard nor welcomed but when we are silent we are still afraid So it is better to speak remembering we were never meant to survive Jacob Lawrence, The Migration Series, panel 1722 , año 1940–41

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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