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- La palabra / Friedrich Nietzsche (1882)*
Para con la palabra viva soy bueno: Mira cómo salta de contento, Y qué amables reverencias, dulce incluso en su torpeza. Tiene sangre en ella, y sus enérgicos resoplidos hasta a los sordos les llena los oídos Y entonces se enrosca y revolotea, Lo que hace la palabra --- recrea. Mas la palabra sigue siendo cosa delicada, Que tan pronto enferma, como que sana. Si quieres dejarla vivir su pequeña vida, Debes tomarla dulce y de la manera debida, No forzarla ni sacudirla toscamente; Pues suele morir con mirarla malvadamente. Y ahí yace entonces su pequeño cadáver, Tan frío y desvalido, tan exánime, tan informe, horriblemente transformado Por la muerte y por la agonía maltratado. Una palabra muerta es algo muy feo, Es --- un cascabel esquelético. ¡Qué asco los oficios indecentes, allí donde las palabras fallecen! [Aforismos escritos para Lou von Salomé en Tautenburg] *Fuente: [1. N V 9a. N VI 1a. Notas de Tautenburg para Lou Salomé. Julio-Agosto de 1882], 1 [107] “La palabra”. En Fragmentos Póstumos, Volumen III (1882-1885). Traducción de Diego Sánchez Meca y Jesús Conill, Ed. Tecnos, España 2010
- El estrés de los Reyes Magos / Martín Smud
Nunca el estrés acontece por una sola causa y se manifiesta de una sola manera, no se diagnostica stress por “esto” sino por muchos “estos”. Los Reyes Magos tienen muchas causas para estar estresados, tienen que traer regalos en la época de mayor desigualdad social que ha vivido nuestro planeta (es complejo hacer regalos a personas que tienen necesidades básicas insatisfechas), además llegan en una época donde la contagiosidad del Ómicron no tiene comparación con otras cepas y ellos por la cantidad de gente visitada y la cantidad de objetos tocados despiertan desconfianza por ser vectores posibles de contagios. Además traen regalos para bebés y niños/as pequeños, la niñez es la época de la vida más vulnerable y en la que se vuelve más difícil saber qué regalar. Los juegos “recomendados” se han vuelto pocos y cada vez más caros y como uno de cada dos bebés es pobre y como los Reyes Magos no quieren desnudar con sus regalos esa enorme desigualdad humana, entonces es lógico que estén estresados. Lo bueno de toda esta situación es que quienes sienten estrés, perciben con una sensibilidad empática a quienes también lo sienten y los Reyes Magos, por los regalos que están regalando, están preocupados por el estrés que están sintiendo bebés y niños/as que apenas lo pueden expresar con palabras pero que, para “profesionales” de la niñez, despiertan mucha preocupación. Por eso, los Reyes Magos, este año, regalan juguetes antiestrés. Hay voces de apoyo y otras de crítica. Uno de los juegos que traerán, los Pop it, para estallar como burbujas, obsesivamente, con acción repetitiva, sin final, los dedos arriba y abajo; se convierte en tarea inabarcable pero que, paradójicamente, serena a los más peques. El tener algo en las manos que no se les resista, que se transforma en lo que ellos desean, que no haya lugar para la frustración, se considera importante para estos momentos tan estresantes. Otro de los juegos que traerán a montones son los squishy, en diferentes tamaños y figuras, por lo general animales a los que los peques puedan estrujar, destruir, descargar toda la bronca y que luego volverán a su condición primera. Serán los juguetes del eterno retorno nietzscheano, un descarga broncas, que no tenga consecuencias por su condición de “irrompibilidad”. Los dos juegos y sus posibilidades de no tener final, de eterno retorno, de pelota de trapo a la que no le importa su destino son algunas de las características de los juegos que traerán los siempre atentos e incansables Reyes Magos. Los padres agradecidos porque la pandemia ha empobrecido al planeta y no tendrían como fondear a los costosos spinner de hace algunos años, ni volver a comprar los manchosos slines y no tendrán que soportar sus sonidos pedorreicos que tanta algarabía levanta en la población con menor edad. Pero se rumorea que los Reyes Magos están muy sensibilizados y preocupados por lo que observan. ¡Qué mal que la pasaron los pequeños en estos años pandémicos! En momentos donde necesitaban el apoyo de las familias extensas y apoyos por fuera de la familia como amigos, jardines maternales, cuidadores; todo se volvió más complicado. Muchos bebés y pequeños/as, solo al cuidado de sus padres, muchas veces uno porque el otro no está, no existe, no lo dejan estar o no quiere estar. Y así aparecen pequeños/as que se niegan a seguir adelante con los descubrimientos que plantea estar en el mundo, se quejan de que son muy observados, que muchas veces sus movimientos y logros son anotados en una lista de acciones “normativizadas” en concordancia o no con las tablas de la ley de un crecimiento normal. Y así el campo de la temprana infancia se vuelve un campo de incumbencias profesionales, especialidades que prescriben y diagnostican con las mejores intenciones y que tratando de ayudar a la prevención, cada vez encuentran más posibles casos de pequeños/as con diversas dificultades. Notan que algunos se niegan a seguir investigando porque perciben que cuánto más investiguen se les abriría un mundo cada vez más complicado. Otros especialistas critican a esos juegos, sostienen que ayudados por los grandes los dejan enfrascados en acciones solipsistas que no se les resisten, que sus colores y movimientos se abren a sus deseos que, de tanto tenerlos en las manos, pasan a ser parte de sus cuerpos. En este sentido, los juegos antiestrés se vuelven peligrosos porque intentan responder a un potencial diagnóstico que se vuelve anticipatorio y que podría realizarse como profecía autocumplida. Y los bebés y pequeños/as entre una posición y otra, y pueden como protesta detener esa difícil comprensión de las diferentes posiciones, de la brecha, de las diferentes separaciones entre el yo y el no yo, y perder el deseo lúdico y entonces para los que se acercan al pequeño/a notarán un tiempo de dificultades. De repente el pequeño/a comenzará a llorar, y seguirá llorando, parece no terminar nunca o se queda dormido demasiadas horas y comenzamos a notar el deseo de no hacer nada, la falta de ganas, cambios anímicos muy pronunciados. Y ahí es conveniente la derivación a tratamiento psicológico a ellos y a sus familias, lo cual puede ayudar a abrir esas coagulaciones que impiden jugar como apertura necesaria al aprendizaje en el que los juegos son facilitadores. Más allá del diagnóstico y mucho antes de ello, no hay época en la vida más difícil y más relevante que la niñez. En el primer año de vida no sólo se crece y se triplica el tamaño sino que se aprenden un montón de cosas de distinto color y envergadura. ¡Cómo no estar estresado por semejante tarea en estas épocas pandémicas de tantos miedos e incertidumbres varias! Distinguir a los otros de lo que desean de mí, aprender a moverme en un mundo lleno de peligros, comenzar a hablar relacionando lo que me piden con mucha exigencia y lo que tengo ganas de hacer ligado a mis deseos e ir descubriendo mi forma de ser y en todo esto aprender a aguantar los fracasos y las esperas. Difícil tarea para chicos que están en sus momentos inaugurales. Y así con tantas dificultades, este año los Reyes Magos les traen juguetes para desestresarse, que los rompan total son irrompibles, que metan los dedos total en este juego no hay ninguna resistencia ni dificultad. Los Reyes Magos saben lo que hacen, podemos no coincidir en los regalos que traen este año pero no podemos negar que tienen una lectura a reflexionar acerca de las cosas que están viviendo los pequeños/as quizás en los peores momentos para serlo. Un regalo es una demostración de las dificultades del amor, existen tantos diferentes tipos de regalos: puede ser un objeto de marketing, algo para quedar bien, una sorpresa, una obra pero lo que debemos intentar enseñar/nos: el amor no pasa por los objetos sino por la percepción de una necesidad, por la pregunta acerca del deseo del otro, y que los Reyes Magos están preocupados porque no desconocen que lo importante que es mantener la llama eterna del deseo de jugar/aprender. Los juguetes siempre llevan el sello de los tiempos que corren, que no podemos ni debemos negarlo, y este año llevan el sello de los tiempos de los bebés estresados por tantas planillas para llenar y tan poco lugar para jugar.
- Adynata Junio / VPS
A 53 años de la revuelta de Stonewall y cerca de otro Ni una Menos, seguimos alertas sabiendo que queda mucho, muchísimo por disputar minuciosamente en cada espacio y en cada práctica. Aún el chineo sigue prácticamente invisibilizado, aún con políticas de inclusión que enarbolan leyes igualitarias y cupos trans, no logran llegar a transformarse en prácticas efectivas de inclusión. Aún encontramos psicoanálisis rancios y escuelas plagadas de prácticas encubridoras que sólo buscan “evitarse problemas”. Aún recurrir a lo legal nos enfrenta con la lentitud y la desidia de tantísimos jueces patriarcales y de prisiones para pobres abarrotadas de injusticias. Aún la indolencia acalla las prácticas sistemáticas de exterminio del gatillo fácil y la violencia estatal. En Adynata Junio, Emmanuel Theumer nos recuerda que la lengua opera como tecnología de gobierno del género que “arrastra y actualiza al tomar como referente privilegiado a los varones” a pesar de las críticas cuir y trans a los esencialismos. Dice “El uso de la x y la e insiste en la indecibilidad del género, en la imposibilidad de reducirlo a dos categorías estables, en la multiplicidad de experiencias que habitan los cuerpos que han amortiguado los resortes disciplinarios de la diferencia sexual.”. Dos afirmaciones martillan en Sesiones en el naufragio 27 “La clínica que hacemos”: “Lo opuesto a cuidar consiste en dañar.”, “Hay una lengua que ultraja, sin ella no habría crueldad.” y nos interfiere con un interrogante “¿Cómo poner en estado de conversación lo que transcurre silenciado?” María Pía López inicia uno de los quipu de su libro escribiendo: “Vida, qué idea. Rondo a su alrededor. De su desmesura, su ambivalencia, lo que dispara. Nombrarla y abrir sus significados, en el corazón de todas las políticas.” En una Post Guardia un insomnio desbordante logra vencerse en un diálogo entre ternuras que susurran. Y en la última entrega de Filotropías perdemos el aire ante la pregunta “¿cómo darle la palabra al dolor sin hablar en su lugar?” Mientras nos encuentra el frío y otra crisis económica por estos sures y el calorcito y otra guerra por aquellos nortes, nos preguntamos ¿qué fuerzas (nos) impulsan y (nos) hacen escribir? ¿Qué se escabulle en ellas? ¿Qué nos atrae, qué nos incomoda, qué decisiones (nos) acontecen? Quizás, también en ello otra disputa minuciosa pueda ocurrir al elegir qué leer, qué escribir, qué publicar; al elegir cómo escribir, cómo leer, cómo publicar. "Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”." Ojalá, cada tanto, nos salga.
- Adynata Junio / MP
A la hora de la partida no se sabe qué hacer, ¿despedirse o no despedirse? Nada disminuye el dolor, la tristeza, las ansias de volver atrás. Tal vez consolaría sentir llorar a la vida, pero no: ella cumple, concentrada y respetuosa, rotaciones, ciclos, estaciones, giros, mutaciones. La ternura última ante lo irremediable dice Hasta siempre.
- Dos sentidos / V. Nicolás Koralsky
Hace poco terminé un libro de poemas que titulé “Te miré fijo”. El libro cuenta la historia de un amor que queda atrapado en un solo sentido. El escrito se diluye en esa dirección donde no se puede correr la vista hacía otro lugar que ahí donde se encuentra la imposibilidad de la reciprocidad amorosa. Obcecado por la belleza inmóvil y solemne de un Amor, se sucumbe una vez más. Estanco se observa algo que no va para ningún lado. En cada poema se disecciona, como si fuese un cadáver, los detalles del cuerpo ya muerto de eso que no fue, ni será. Ante él no se llora desconsolado la muerte de un amor, como se explica en su dedicatoria, sino que se practica la distancia de los hechos, el recorrido de lo pasado, dando cuenta que los cuerpos no se movieron a ningún lugar: el amor romántico construye su morada en un ataúd. Como en la despedida de un muerto, en los poemas se mira fijo para retener “en las pupilas / como intento hacerlo ahora/ un poco desesperado/ frente a estas teclas/ escribiendo lo que recuerdo/antes de empezar/ a olvidar”. Ahí, en esa tentativa, aparece la escritura. Una escritura que, exasperada, vuelca en una noche en vela, como un velatorio a cajón abierto, todos los detalles de un “yo” que no pudo mirar a otro lado. A punto de cerrar la tapa del cajón los poemas describen y re-editan otros romances donde se despierta a la fallecida institución del amor romántico. Se encuentra en esas horas de guardia ante el féretro un momento donde apuntar todo lo que se puede. Se necesita que esa noche en vela, esas horas de escritura permitan “revelar” antes que la tapa se encaje sobre la materia muerta, que gracias a la tanatopraxia se disfrazará de lozanía en esa última despedida. Pasadas unas horas y consumido el maquillaje que engaña al ojo, luego de que la madera pesada calcé hermética y no puedan olerse los jugos de la descomposición. Tiempo después de terminar “Te miré fijo” aparece con mi encuentro “Tercer oído: relatos descentrados de una vanguardia” de Ana Longoni, publicado en octubre de 2021 por Caracol Ediciones. El libro, con la suavidad, rigurosidad y delicadeza intelectual con la que escribe Ana, es un ejercicio donde el oído se afina desde una sensibilidad de oráculo, como explica Fernanda Carvajal en la introducción. En “Tercer oído” se hace el trabajo inverso al de enterrar amores inútiles e idealizados, escritos que parten desde un “yo” dolido. El libro de Ana es guiado por espectros y azares, embutes y místicas, tránsitos y desvíos de una vanguardia argentina de la que ella no fue contemporánea pero pareciera haberlo sido y que despliega en tres partes (Prefigurar, Apariciones y Desatascar). Entre la escucha clínica y el ejercicio de médium, Ana sabe dejar entrar lo que llega, como explica Carvajal en el prólogo. Con un gesto exhumador, Ana, hace el trabajo de antropólogos forenses y arqueólogos, en rastros y restos de lo que fue, revive a Masotta, Greco, Ruano, Carreira, Cerrato donde las cosas pasan sin esperarlo. En “Tercer oído” se intuye un modo de dejarse llevar sin saber a dónde pero con una precisión envidiable. Ana inventa un modo de investigar donde hay que dejar que la cosa pase, dando tiempo a la “reapertura del acontecimiento” (p.8). Abrir agujeros en el tiempo donde los relatos de su autora vivifican lo acontecido, un oído que se apoya sobre las superficies y puede percibir desde el “más allá” el musitar, una mano que escucha las vibraciones del acontecer histórico. En Prefigurar se recupera la figura de Elda Cerrato quien “aprende y desaprende en cada lugar”, en cada movimiento. Ana escribe sobre esta artista de la vanguardia argentina recobrando experiencias de esoterismo que dan lugar a imágenes que producen más allá de lo que ella misma cree: “para lograr un desplazamiento del punto de vista convencional que permita percibir otros planos de la realidad” (p. 24). Ana relata a una Cerrato que expone la vulnerabilidad de una democracia fijada con alfileres luego del paso de la dictadura cívico militar. La escucha de Ana nos cuenta que “la memoria no es nunca materia cristalina, sino reverberación de un legado atravesado por las sombras y olvidos nos conforman” (p. 31) En Apariciones, se despliegan las experiencias de Masotta y el grupo de Arte de los Medios. La relación que entabla con Masotta atraviesa cualquier espacio tiempo “Como si un espectro hubiera sido definitivamente invocado, después de décadas de silencio y borramiento, y se multiplicara su capacidad de provocar y conectar escenas distantes” (p. 36). Ana es testigo y, en alguna medida artífice “del descubrimiento de un intenso mapa afectivo” (p. 45). Artífice porque es ella la presencia que “abre camino” cuando repara en Masotta y comienzan las apariciones (la figura de Cloe Masotta, las facturas en Burberrys que evidencian el dandismo de Masotta , las consignas de redacción a alumnos de sexto grado sobre “Dios o Perón”, el “Manifiesto celeste” sobre la historieta, “el debate” sobre pornografía en Barcelona, el testimonio acerca del único encuentro de Lacan con Masotta en 1975, entre otras tantas). En Canallas, la sensibilidad de Ana se deja interceptar por Greco y Masotta que le permiten explorar otros modos de hacer, de ocupar los espacios, construir pensamiento, practicar el arte y pensar. En este capítulo se detiene en coincidencias entre ambos como: “la posición de mantenido, del que vive de prestado, los coloca en una lógica contra-productiva, en confrontación a la idea de utilidad y reclamando su derecho a la inactividad o a la informalidad” (p. 56). Ana ausculta en ambos “un dandismo desaliñado” (Ibíd.), personajes que se componen como tal, uno como intelectual –sin título académico- el otro artista de VANGUARDIA (con escandalosas mayúsculas) sin legitimación del mundo del arte: “Estrategias de (auto)-invención deseante y desafiante” (p. 57). Cuerpos desplazados, incomodados, perturbados por sus propios derroteros donde su “condición errante no solo refiere a desplazamientos geográficos sino sobre todo a la movilidad en cuanto a roles cambiantes, inciertos” (p. 59). Ana encuentra en Masotta modos de improvisación teórica, señal de su modo de pensar “arriesgando conexiones e ideas a partir de elementos difusos” que le permiten “construir la propia imagen como pose o impostura” (p. 62), mientras que en Greco reconoce una “Parodia del prestigio simbólico” (p.74) que se condensa en una firma y se vuelve “vivo dito”. En Desatascar, dos apariciones fotográficas develan momentos de la vanguardia argentina. Ana refresca el término “embute”, palabra que forma parte del código secreto de la militancia de los 60/70. El embute es un sinónimo de escondite que engloba “cualquier artilugio tan precario como ingenioso para trasladar una carta o la prensa prohibida, guardar documentos comprometedores, esconder armas, personas, vidas clandestinas” (p. 84.). El texto se centra en dos hallazgos, el primero de ellos la foto del “Charco de sangre” (1966) de Ricardo Carreira y el segundo, el momento justo en que Eduardo Ruano realiza el atentado apedreando la imagen de Kennedy en medio de una inauguración (1968). Acerca del hallazgo sobre Carreira, Ana revive el concepto de “deshabituación” del artista: “incomodidad como condición del arte de vanguardia, la imposibilidad de acostumbrarse al hecho artístico, de salir indiferente” (p.89), que activa en sus piezas y sus poemas. La aparición de la fotografía de Carreira pone en evidencia “la falta de registro” explica Ana, donde “la condición autodestructiva en la vanguardia argentina (…) Producciones efímeras, condenas a desaparecer como parte de su mismo programa” (p. 91). El segundo hallazgo corresponde a un momento del cual no se tenía registro, todavía: en 1969 Eduardo Ruano, con 23 años, “fue invitado a participar en el Premio Ver y Estimar (…) instaló allí en una esquina de la sala del Museo de Arte Moderno una vidriera que replicaba el panel oficial en homenaje a Kennedy, presidente norteamericano asesinado en 1963” (p. 94), como parte de la instalación colocó un ladrillo de plomo en el suelo. Con un grupo de amigos, al grito de “Fuera yanquis de Vietnam”, el día de la inauguración, se hizo del ladrillo, rompió el vidrio y rayó la imagen. Luego Ruano y sus compañerxs se retiraron de la sala, comenta nuestra médium. Para Ana esta escena es el inicio del itinerario del 68 (acciones y tomas de posición estético-políticas de la vanguardia de Buenos Aires y Rosario) y “es el acto, la acción colectiva de apedrear la imagen de Kennedy en medio del museo, producir un acto político en el seno de la institución arte” (p. 94). A través de la aparición de estos dos registros, Ana logra componer un relato conmovedor acerca de cómo pueden las imágenes como materia viva que sigue respirando desde su escondite. Mientras en “Te miré fijo” los ojos no pueden dejar de mirar allí, en “Tercer oído” el órgano queda desplazado y la capacidad sensible exaltada. Ana “no toca de oído” acerca de lo escrito sino nos toca con lo le/o/ído. Entre las marcas que quedan al costado de las hojas de Tercer oído me pregunto ¿se puede concebir una metodología académica donde tengan lugar la suavidad y lo contingente? ¿qué pases mágicos hace Ana para que su escritura nos permita vivir acontecimientos donde no estuvo pero a través de ellas logramos llegar? ¿cómo sería un embute digital? ¿cuántas más cosas estarán esperando ser descubiertas? ¿qué otros espectros se le acercarán? ¿el estilo de los relatos de Ana funciona como el happening “El helicóptero” o como escribir sobre Pop Art sin haber visto, como provoca Masotta? ¿puede Ana hacer que los personajes de los que se habla, sean más potentes que los propios personajes? Mientras que en “Te miré fijo” se busca enterrar para degradar, volver tierra, la idea de amor romántico, en “Tercer oído: relatos descentrados de una vanguardia” parece “resucitarse” una materia viva que llama a un posicionamiento estético urgente que considere lo político desde una suavidad, que serena, puede oír ecos del pasado y percibe indicios de una presencia que aún no podemos nombrar. Bibliografía: Longoni, A. (2021) “Tercer Oído”. Ediciones Caracol. Buenos Aires. Koralsky, N. (2021) “Te miré fijo”. Frágil Ediciones. Buenos Aires.
- Sesiones en el naufragio (26) El temple de perderse / Marcelo Percia
Nos encontramos en el jardín del hospital. Hola, ¿cómo anda, tanto tiempo? Bien, vengo a este árbol a recordar cosas. Un lugar tranquilo. Acá no me molesta nadie. Como me excuso por interrumpir, aclara: Está todo bien, pero estaría mejor si me convida un cigarrillo. Mientras lo enciende, cuenta que estaba pensando en su primo Miguel. Ni idea de su vida. De chico era distraído, soñador, decidido. Me acuerdo la vez que estuvo perdido más de tres horas. Tenía cuatro años, yo diez. Estábamos en una playa en Mar del Plata. Nosotros éramos un montón. Miguel se quiso apartar del ruido familiar. Cuando mi tía se dio cuenta de que no estaba, comenzaron a buscarlo. Al principio, con calma, pero al rato con desesperación. Con una prima más grande, que me llevaba de la mano, buscábamos entre las olas el cuerpo flotando en el mar. El tiempo pasaba. Miguel, después de un rato en el que anduvo curioseando, ya en la rambla, entró en el Hotel Provincial. Le dijo al conserje que tenía frío y que no encontraba a su mamá. El tipo lo abrigó con una toalla mullida y suavecita del hotel, lo subió sobre sus hombros y volvió sobre los pasos de mi primo. No fue difícil encontrar a la familia. El conserje se dejó orientar por la gente. Desde lejos divisó una gran reunión. Cuando pudo acercarse, Miguel gritó llamando a su mamá. De pronto, lo vimos como el vigía de un barco. A contraluz de la puesta de sol, el conserje parecía un gigante. Los recibimos como héroes. Desde entonces, me pregunto sin tendría el temple de mi primo para perderme. Y, aquí me ve, todavía, pensando en eso.
- Quipu. Nudos para una narración feminista (fragmento) / María Pía López
Vida, qué idea. Rondo a su alrededor. De su desmesura, su ambivalencia, lo que dispara. Nombrarla y abrir sus significados, en el corazón de todas las políticas. Difícil que alguien declare forjar políticas a favor de la muerte, aunque su hacer sea necropolítico. A lxs hacedores de la muerte no se les cae de la boca la palabra vida. Acuñan moneda falsa con su efigie. Y hasta la duplican: las dos vidas, todas las vidas, mientras tallan las puertas pesadas tras las cuales no se escuchan los pedidos de auxilio de las infancias abusadas. Vida, todo-terreno esa palabra: para vender productos, orientar conductas, generar cuidados, criticar instituciones o legitimar su hacer, discutir leyes o promulgarlas. Vida es lo tacha de la discusión pero se vuelve omnipresente. Cada vez se enlaza con otros que significados y acepta alianzas de lo más disímiles: desde la idea de calidad y sus ribetes clasistas, hasta la rebelión del grito feminista; desde la publicidad de comidas hasta la apología fascista. Principio irreductible. Se la entiende en contrapunto -como a todo signo lingüístico-, vida es no-muerte. Con mohínes, se desliza a sobrevivencia y a nuestro ser recortadito de personas humanas. Vida, la propia. La de otres humanes. Retazo nietzscheano para agrietar las imágenes que habitan el sentido común y exige la pragmática misma de la vida social: el filósofo puntuaba el vaivén entre lo que se individualiza y lo que desborda la forma individual, el desparramo en lo que vive, el pliegue entre fuerza y forma. Es difícil pensar así si esto que se escribe es porque hay un punto de organización de lo múltiple y lo que deriva, alguien -"yo"- que tira del hilo y va tejiendo, una memoria que se activa y se objetiva en discurso. Escribo "vida" y lo primero que aparece es la propia y la de las personas amadas o conocidas, humanas y no humanas. La muerte de millones es lo impensable: casi ensoñada estadística. No es aprehensible hasta que alguien afirma "murió mi padre o mi amiga", de allí el valor del testimonio y de la narración. La vida se escribe en singular, su pérdida también. Grandes incendios producen su imagen más impactante en un pequeño animal que trata de salvarse antes que en la grandiosidad de las llamaradas que todo toman. El rostro del animalito, su azoramiento, su desvelo, su huida, dan cuenta de la desmesura de la quemazón -convertida en fondo. En el contrapunto se revela la magnitud del daño. Pocas veces se escucha un grito como el de Erdosain: "Pero yo te amo, Vida. Te amo a pesar de todo lo que te afearon los hombres". Un loco. La locura como la oscilación más amplia entre el yo que enuncia y la vida que desborda. Imposibilidad de organizar la murmuración o de olvidar la multiplicidad. Perderse en ese bosque sin nombres propios o donde los nombres van y vienen, no siempre asignados a las mismas cosas o personas. Vida, te amo, a pesar de todo lo que te afeo. Fuente: María Pía López, Quipu – Nudos para una narración feminista (2021) Editorial: EME Ediciones.
- La voluntad de inclusión. Preguntas, más preguntas / Emmanuel Theumer
A finales de octubre de 2020 asistimos a un episodio que tan solo unos meses atrás hubiese resultado impensable: la Real Academia Española (RAE) introdujo “elles” en su Observatorio de Palabras. Según el organismo, elles se refiere a “un recurso creado y promovido en determinados ámbitos para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno de los dos géneros tradicionalmente existentes. Su uso no está generalizado ni asentado”. La incorporación en el Observatorio se viralizó como un visto bueno hacia el avance del uso del lenguaje inclusivo en nuestra comunidad. Pero la celebración duró muy poco y las reacciones no tardaron en aparecer. La RAE acabó retirando el término para “evitar confusiones” dejando abierta la posibilidad a “futuras valoraciones”i. Pero, ¿qué tipo de operación es esta que introduce un término observable y vertiginosamente lo borra del campo semántico?, ¿cómo es que la RAE dejó de observar aquello que había identificado como una unidad observable? ¿Qué “confusiones” son las que habría que evitar? Si, como afirma Donna Haraway, importa qué historias crean mundos, qué mundos crean historias, podríamos preguntarnos ¿qué mundos estamos construyendo quienes alzamos la voluntad de inclusión a través de la lengua? ¿Quiénes nos inter-constituimos a través de las prácticas de lenguaje inclusivo? ¿Qué cuerpos traemos a escena cuando abrazamos la exigencia de la inclusión a través del lenguaje?, mejor aún, ¿quién entra y quién sale en esta operación contenciosa de la lengua? ¿Qué es lo que estamos haciendo cuando damos la bienvenida a todes? ¿Podríamos pensar el lenguaje inclusivo como una política democrática radical? Para incursionar en estas preguntas quizás resulte conveniente introducir al menos dos cuestiones: En primer lugar, los actuales debates en torno al “lenguaje inclusivo” tienen lugar en un escenario de creciente movilización feminista internacional. En tal escenario, el sujeto político “mujer” ha demostrado su extraordinaria capacidad aglutinadora y movilizante. Al mismo tiempo, en algunas regiones su desontologización/desustancialización ha permitido expandir las fronteras corporales del feminismo haciéndolo expresivo para travestis, transgéneros, no binaries, maricas, lesbianas y un amplio etcétera que muestra la radicalidad democrática del movimiento. En este escenario el “lenguaje inclusivo” tiende a promoverse como una narrativa civilizatoria que anuncia la retirada de convenciones lingüísticas hetero-cis-patriarcales y ofrece una versión redentora, cuando no superadora, de la comunicación necesaria para una sociedad de avanzada. Sin embargo, los diferentes usos de “todos/as”, la x o la e (a veces para incluir feminidades, a veces como tercer género, a veces como un nuevo universal pangenérico inclusivo…) nos indican que el “lenguaje inclusivo” es una superficie de conflictos en el interior de los feminismos y los movimientos de disidencia sexual y de género. ¿Es el lenguaje no-sexista tan solo un modo de visibilizar a las mujeres cis-género? O ¿podría el lenguaje no-sexista volverse un mecanismo incisivo que ya no tome la diferencia sexual como referente de sus enunciados? En segundo lugar, es obligatorio co-textualizar el desarrollo de un contra-movimiento autodenominado “contra la ideología de género”. Esta contraofensiva insiste en el retorno a un estado societal heterocispatriarcal que se opone a derechos sexuales y (no) reproductivos, la educación sexual, la despenalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el reconocimiento de la identidad de género. Su oposición a una comprensión fluida del género es paralela a una rancia defensa de la diferencia sexual como evidencia natural inevitable. Bajo este contexto, el “lenguaje inclusivo” es denunciado como aberración ideológica y síntoma de la decadencia nacional-civilizatoria. Si consideramos la lengua como un acuerdo social, aquí las políticas del lenguaje inclusivo disputan la firme reproducción de la estructuración del género a través de prácticas lingüísticas. Esa disputa, en tanto posibilidad, es la de abrir un nuevo código sexo-semiótico capaz de alojar las entidades vivientes de comienzos siglo. Un presunto universal no-marcado Un primer capítulo de esta historia política lo encontramos en la crítica feminista que emerge en los años setenta para denunciar las marcas masculinas de nuestra lengua castellana. Esta objeción apunta a un conjunto de operaciones mediante las cuales nuestra lengua se presenta como “neutral” pero reuniendo sucesivas referencias hacia los varones y negando a las mujeres. Cuando las feministas abrieron el “todos” para interrogarse dónde estaban las mujeres, cientos de relatos, incluidos algunos revolucionarios, volaron por los aires. Al hacerlo, avanzaron hacia una comprensión de la lengua como una tecnología de gobierno del género. Esto permitió disputar tanto la exclusión como la subordinación moral, biológica y jurídica de las mujeres. Jerarquizaciones que la propia lengua arrastra y actualiza al tomar como referente privilegiado a los varones. Aunque este análisis crítico ha sido ampliamente difundido, menos conocido es que fue una argentina, Delia Suardíaz, una pionera en problematizarlo en 1973. Suardíaz analizó el modo en que las mujeres estaban ausentes en diversos usos sexistas de la lengua castellana y apostó a la necesidad de un cambio lingüístico. Qué historias crean mundos Un segundo momento, precipitado en los últimos años, es el que se desprende como crítica cuir y trans a los esencialismos. Aquí ni un sexo, ni dos sexos —ni todos, ni todos y todas— pueden ser la condición fundante de un “lenguaje inclusivo”. Tales usos advierten que el lenguaje es finito y reduccionista en sus marcaciones masculinas o en su dosis de visibilidad femenina. Pero también advierten que es la propia lengua la que permite interferir en algunas certezas con las que nos manejamos, en esa suerte de “seguridad ontológica” mediante la cual tendemos a percibirnos como varones o mujeres. El cuestionamiento se dirige hacia la limitación de la bicategorización del género tratando de traer a escena variaciones que son irreductibles a la comprensión hetero-centrada. El uso de la x y la e insiste en la indecibilidad del género, en la imposibilidad de reducirlo a dos categorías estables, en la multiplicidad de experiencias que habitan los cuerpos que han amortiguado los resortes disciplinarios de la diferencia sexual. El uso de la e también es favorable a una comunicación contra-capacitista puesto que puede interferir tanto en la escritura como en la dicción, incluida la de softwares lecto-parlantes de pantallas. La nuestra es, fundamentalmente, una disputa por las convenciones lingüísticas con las que vamos a pensarnos en comunidad. De carácter efímero, al menos durante unas horas, para la RAE pareció ser posible, vivible y deseable habitar modos disidentes ante la diferencia sexual. Una bi-anatomía que María Lugones comprendió como propia del sistema moderno-colonial del género. ¿Acaso la sucesiva interferencia del lenguaje inclusivo no podría pensarse como una práctica descolonizante de dicha diferencia sexual al trastocar su sedimentación en las normas gramaticales? ¿No es eso lo que está en juego al profanar las normas generizadas de la lengua colonial? Una lengua que históricamente desestructuró complejas redes de sentipensares indígenas al tiempo que desplegó, tomando como eje el dimorfismo sexual, una grilla de ubicación para los cuerpos visibles y no visibles de la modernidad colonial. Querámoslo o no, la apuesta por un “lenguaje inclusivo” nos obliga a posicionarnos políticamente en el uso de una lengua que ideológicamente se presenta como pre-política y neutral pero cuyas raíces son coloniales y biopolíticas. Cuando damos la bienvenida a todes tomamos distancia de una presunción normativa del género que ofrece una bipartición del público en “varones” y “mujeres”. Esta apuesta política quizás ha sido la menos comprendida por quienes ven en los usos de “todes” una nueva invisibilización de las mujeres cis, operación que según algunos marcos jurídicos podría ser imputada de inconstitucional. Pero no se trata de anteponer la visibilidad trans a la de las mujeres cis, sino más bien de asumir la imposibilidad de contener a través del lenguaje las múltiples experiencias para con el género y la sexualidad. No se trata tanto de lograr una nueva versión acabada de la lengua castellana como de introducir fisuras en las convenciones lingüísticas mediantes las cuales versiones normativas del género perviven y se actualizan. El “lenguaje inclusivo”, en tanto inclusión total, es sencillamente una imposibilidad. Antes que inclusivo, este es un lenguaje incisivo. Como tal, incita a la sucesiva expansión de los límites con los que vamos a comprender la inclusión. Una micropolítica de la lengua está en juego y labor. Referencias bibliográficas Haraway, D., Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Buenos Aires, Consonni, 2019. Lugones, M., “Colonialidad y género”, Tabula Rasa, nro. 9, julio-diciembre de 2008, pp. 73-101. Suardíaz, D., El sexismo en la lengua española, edición y notas de J. L. Aliaga y E. Burgos, Zaragoza, Pórtico, 2002. i https://www.pagina12.com.ar/303082-la-rae-saca-elles-de-su-observatorio-de-palabras. Nota 1: Dice Emmanuel Theumer: Comencé a trabajar este texto en “¿Cómo empezó tode?”, suplemento Soy, Página/12, Buenos Aires, 21 de septiembre de 2018 https://www.pagina12.com.ar/133908-como-empezo-tode). Desde entonces lo he sometido a sucesivas reescrituras al calor de debates y acuerdos en variados paneles, disertaciones y posibilidades de publicación. Si me interesa realizarle borraduras, tacharlo, expandirlo o recortarlo es porque encuentro allí la condición lúdica del aprendizaje y también la propia inestabilidad de lo que contará como un “lenguaje inclusivo”. Nota 2: Activista marica-feminista. Docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral. Mis líneas de trabajo están centradas en el estudio de los movimientos de disidencia sexual y de género. Fuente: Antología degenerada, Una cartografía del lenguaje "inclusivo". Compilación de Sofía De Mauro. Biblioteca Nacional. CABA. 2021.
- Post Guardia XXXVIII / Débora Chevnik
Un día nos va a llegar la fe de erratas. Y vamos a leer que donde dice "criterio" debería decir otra cosa. Y que donde dice "admisión", la mitad de las veces deberían sonar los ecos de la "exclusión". Y la otra mitad de las veces, también. Y que cada vez que se lee "orientación" debería preferirse la niebla. Y que cuando se deletrea "evaluación" debería recordarse cuántas veces nos anuló el dispositivo pedagógico. Y que en cada página que se escribe "no es para esta institución" debería probarse con palabras más mullidas. O mullidas, directamente. La fe de erratas tendrá una nota al pie que dirá que no se trata de un problema de fe o religioso sino, quizá, de un problema político. Y que las palabras no son hipnóticos porque para hipnótico están los hipnóticos. Y dirá que las palabras, las veces que estamos en la vida viva, son despertadores. La fe de erratas dirá que en cada boca que se dice "esto no depende de mí" debería decir (en letra temblorosa) "¿y yo, de qué la juego?". La fe en los errores dirá que cada vez que se escribe "no" debería probarse un "y si...?". Y que las veces que dice "seguimiento" o "control" sentiremos un pellizco en el culo que nos hará recordar que gesto clínico y dispositivo policial eran cosas diferentes. Y que donde dice "ahh no me di cuenta", sobrevendrá la memoria colectiva y dirá que la indiferencia mata. Leeremos en la fe de erratas que cuando dice "paciente colaborador" sentiremos un escozor y querremos escribir todo de nuevo. Todo. Aunque no sepamos cómo. La fe de erratas será una nota que acompañe un hermoso ramo de flores. La nota dirá que nos ha crecido un cementerio en la lengua. Y que ahí nos hemos extraviado.
- Dejarse ir / Gloria Anzaldúa
No basta con decidir abrirse. Debes hundir los dedos en el ombligo, con las dos manos bien abiertas, desparramar lagartos e iguanas cornudas, las orquídeas y girasoles, volver el laberinto del revés. Agitarlo. Aun así, no te acabas de vaciar. Quizá una flema verde se oculte en tu tos. Quizá ni sepas que está ahí hasta que crece un nudo en tu garganta y se vuelve rana. Un cosquilleo produce una sonrisa secreta en tu paladar lleno de orgasmos diminutos. Pero antes o después se revela. La rana verde croa indiscreta. Todos alzan la vista. No basta con abrirse una vez. De nuevo tienes que hundir los dedos en tu ombligo, con las dos manos abiertas del todo, soltar ratas y cucarachas muertas, lluvia de primavera, elote joven. Volver el laberinto del revés. Agitarlo. Esta vez debes dejarte llevar. Enfrentar el dragón cara a cara y dejar que te trague el horror. —Te disuelves en su saliva —nadie te reconoce como charco —nadie te extraña —ni siquiera te recuerdan y el laberinto ni siquiera lo creaste tú. Has pasado al otro lado. A tu alrededor todo espacio. A solas. Con la nada. Nadie va a salvarte. Nadie va a cortar lo que te ata, cortar las espinas abundantes en torno a ti. Nadie va a asaltar los muros del castillo ni despertarte con un beso, descender por tu cabello ni subirte en el corcel blanco. No hay nadie que vaya a alimentar el anhelo. Acéptalo. Tendrá que bastar contigo, hazlo tú misma. Y todo alrededor un terreno vasto. A solas. Con la noche. De la oscuridad debes hacerte amiga si quieres dormir en la noche. No basta con dejarse ir dos, tres veces, cien. Pronto todo se vuelve aburrido, inadecuado. La cara abierta de la noche ya no te interesa. Y pronto, una vez más, regresas a tu elemento y como pez en el aire te manifiestas tal cual solo entre inspiraciones. Pero ya te crecen branquias en los pechos. Nota: Gracias Sandra Daria por asomarnos a este bello poema. Fuente: Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, Aunt Lute Press, San Francisco, 1987 Reeditado en España por Capitán Swing Traducción de Carmen Valle.
- Oreja / Monique Wittig - Sande Zeig
Este órgano antiguamente descuidado fue objeto de mucha atención durante la edad de gloria, habiéndose otorgado entonces el papel que juega en la reproducción de las amantes. Fue por completo azar que una en una de las antiguas grandes asambleas, una amante, perteneciente al grupo llamado de las reinas rojas, por pura modestia, lanzó la célebre frase “por la oreja”, respondiendo a la pregunta: “¿cómo van a reproducirse los pueblos de amantes?” Así pues, las pequeñas amantes nacen hoy de oreja en oreja. La mayoría de las amantes admiten que estos nuevos nacimientos no son peores que los antiguos. Este método tiene la ventaja de proporcionar placer y dicha inmediata a la vez a las recién nacidas y a aquellas que las hacen. Por otra parte, se evitan de este modo las atroces mutilaciones que sufrían antiguamente las recién nacidas, cuando los repollos eran cortados por accidente. Fuente: Wittig, M. & Zeig, S. (1976) Borrador para un diccionario de las amantes. Traducción de Cristina Peri Rossi. Editorial Lumen. Barcelona 1981.
- Caligrafía Nómade IV / Patricia Mercado
Atardecía, lo sabía por cierta displicencia del color que se hacía oscuridad en sus ojos. Por el irse alargado de férreas contigüidades, por la abrupta orfandad del tacto. Como se derrama el vino sobre el mantel limpio, acérrima estela de lo ido. Desfallecer de los cromatismos, otrora nítido contorno, desarraigo en que se mestizan especies lejanas. En esa rendija un copular de planetas, con sus astronautas, sellan un amor definitivo. Irremediable atardecer. Se hacía noche a fuerza de batallar hora tras hora la sucesión de instantes que el reloj enhebra mientras la sangre arremete, una vez, otra. Silenciosa, la sangre que va. Al cruce del tiempo que, insoslayable, punza como un dolor pequeño al que nos acostumbramos. Ese hostigamiento duele entre la piel y los órganos. Afanes atemperan su filo con intangibles capas de enunciación. Entonces nos acostumbramos. Longevo ya, aquel día había amanecido a tiempo. O por lo menos eso creyó cuando apagó el despertador y fue hasta el baño. Sacar el cuerpo, astilla por astilla, de la maraña del sueño. El gusto a menta entre los dientes, el agua brotando en la canilla. Su rostro en el espejo repasó las arrugas como quien reza el rosario del debe y el haber. Lamió esa pequeña herida al costado del labio inferior, la cándida aspereza. Saberse en pie, la mañana. Saberse de este lado del mundo. Donde la dentellada de la sucesión desgarra palabra tras palabra lo incierto, y ya sin piel, con aire de suficiencia digiere el enigma. Discurrir la curvatura de las horas mientras el cuerpo sigue los pasos de las referencias, su voz afinada. Aquí, dicen: ser y estar. Parecer. Eximido de lo extraordinario. Bajo la bendición solar erguirse presente. Aunque nadie sepa a ciencia cierta si ha llegado. O qué. O qué respira, irrefrenable, apenas un instante de vacilación. Uno, irrepetible día, se despojaba de su aliento lumínico. Sabía hacerse sombra de a poco, a cuenta gotas. Como si un deleite secreto hubiera en irse, lento, entre las cosas. Esa voluptuosidad, ora suave, ora aterradora, vivir efímero de la otra vida. Una donde un pez mira con un solo ojo. Una cargada de placeres raros, de sin sentidos, de gente que conoce pero no. Pero no. Porque caído ya del otro lado del umbral donde la gravedad gobierna, donde la tierra gira alrededor del sol, se deja flotar entre signos equívocos con la naturalidad con que los árboles se desnudan en los días fríos. Esa caída en el reverso del pequeño dolor punzante, rítmico, entre la piel y los órganos. Entonces yacer en una orilla larga de horrores y deleites, de pausas y vértigos. Sentires a campo traviesa. La legendaria vaca mastica un mantra después de la lluvia. Apenas olvido ese irse la luz, somnolencia el afán de existir. Desidia de una voluntad mayor que abandona el esforzado gesto. Y se quita los zapatos. Atardeciéndose.
Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.











