top of page

Búsquedas

Se encontraron 1416 resultados sin ingresar un término de búsqueda

  • Ordalía / Eduardo Magoo Nico

    Quien adolece de alguna enfermedad O anomalía Ve la entera humanidad Como un sólo cuerpo doliente Y siente cada célula de su cuerpo Tendiendo hacia una inopinada felicidad Cree que a aquella humanidad Y a ésta felicidad Lo empuja Un destino particular No conocerá en verdad jamás Su verdadera identidad Sino una interpretación Cómica Histriónica Satírica De sus desventuras Y rechazará siempre toda evidencia De la profunda tragedia Que se cela en ella Dentro suyo una idea exaltada De rebelión Lo lleva al centro del ciclón Al corazón lacerado de la existencia En el que la luz del día Entra poco y mal Unas pocas ranuras Que se abren hacia el exterior Portan junto al poco oxígeno Ciertos olores cáusticos Tremendamente penetrantes Que se pegan a las mucosas Impregnan la saliva Contaminan continuamente el gusto E invaden con cada respiro sus pulmones Ve relámpagos Oye agudos silbidos Y es recorrido A lo largo de todos los canales de su voluntad De resueltas intenciones Contrarias a la Idea En la que se ha formado ¡Escapemos de una vez de aquí! ¡Incendiemos las fábricas, los autos, los bancos! ¡Destruyamos las máquinas! ¡Al paredón los milicos! ¡Muerte a los patrones y a los capataces! Una certeza física Casi un grito de sus vísceras Lo advierte De que ninguna voluntad moral Le habría servido Para frenar ese estímulo imperioso ¡Vomitar! Aquel maldito vómito de cada tarde Cuando regresa del trabajo Se manifestaba tempranamente En el umbral de su puerta Toda vez que intentaba subir a su habitación Y no lograba avanzar un paso ¡Hasta las constelaciones se detendrían Ante semejante marasmo! Yo evitaba mirarlo En esos momentos Por la piedad que me producía... -No hagas caso a lo que digo Me repetía ante cada exabrupto -Vos sos demasiado inocente para entenderlo ¡La felicidad no pertenece a nuestro mundo! ¡Es un invento de los ricos! A pesar de todo Desde muy chico yo siempre he deseado ser feliz Algunos días, en mi primera juventud Me sentía invadido a tal punto Por este sentimiento Que me ponía a correr a brazos abiertos, gritando: ¡Es demasiado! ¡Es demasiado! ¡No puedo tenerlo todo para mí! Ahora en el barrio Me llaman Marzo (Vaya uno a saber por qué...) Y vos, como las flores que se abren Al primer sol de primavera Te presentaste a mí En un Domingo de Gala Que vuelve a mí cada tanto Como una sombra luminosa Entre torpes pinceladas de color Un signo de reconocimiento Irradiaba tu cuerpo ¿Pero cómo explicarlo? No existe un código que explique El deseo que convoca a los eternos enamorados En torno a una muchacha Distinguiéndola de las otras Algo así como el favor tribal Que consagra a los nacidos “raros” Por vivir apartados en su propio sueño Y acosados por visiones De las que nunca, o rara vez Despertarán Ella siempre aceptó con humildad Esa marca (Hay quien la espera Hay quien la presiente Hay quien la precede Hay quien la rechaza) Un signo Un punto de luz entre las sombras Que la distingue de todos los demás Quien ha muerto Yace y reposa Y el que a pesar suyo sigue viviendo Trata de darse algo de paz Hay un Marzo en mí que busca la guerra Y un Marzo obediente De ojos contenidos y sanguinolientos En ocasiones una verdadera espada incandescente A veces una feroz parodia Otras Un simple amante de la historia y de la humanidad Y siempre un orden metódico Para predisponer el campo A la batalla Se han inventado en estos años Nuevos nombres Para la vieja industria del exterminio Denominaciones sofisticadas Para las más brutales erupciones de ignominia Demencia E imbecilidad Propias de nuestro tiempo (El de la degeneración burguesa) Un retroceso conciente y perfectamente planificado A la barbarie... Esta masa Esta pobre materia de fatiga Y de servicios Ha de volverse inerte (Pasta para hacer fideos) O simplemente será desintegrada Como harina (casi impalpable) Que bien puede ser lanzada al viento Con un gesto divertidamente perverso Sin que a nadie le incomode... ¡Como en un patético y cada vez más miserable Carnaval! ¿Campos de concentración? ¿Bombardeos masivos y/o telecomandados? ¿Guerra bactereológica? Ese es el concepto Llámelo como quiera Si no quiere llamar a este estado de cosas: Barbarie “¿Acaso Usted piensa que será harina de otro costal?” ¡Habría que poner estos carteles En los portones de las fábricas De las iglesias De los ministerios De las oficinas Y de los bancos! En su soliloquio La voz se le hacía a Marzo más rauca Mientras en él retornaba Menos frecuente Y discontinua La necesidad de gritar Gritar como en una asamblea O un comicio Tal vez viendo por la ventana de su cuarto (En este marzo de cuarentena) Una bella mañana de primavera Pensó en escaparse una vez más con su Lady (La perrita que fuera su segunda madre Y su novia de la infancia) Al “bosque encantado” Pasaron frente a él A una velocidad increíble Muchas escenas de su vida Y muchos fragmentos De la historia humana... La sonrisa que asomaba en el rostro No era demasiado diversa De esa sonrisa de quietud Y de ingeniosa inocencia Que le sobrevenía Después de cada ataque epiléptico “Si fuera posible: morir temprano y sin dejar olor” Fue lo último que dejó escrito (Pulcramente) en su cuaderno Ahora sucio, borroneado y maltrecho.

  • Significante 2001 / Alejandro Kaufman

    2001 es significante de una marca decisiva sobre el colectivo social en todas sus dimensiones y heterogeneidades. En modo alguno podría tener adjudicado un sentido unívoco. Lo diverso que surge de múltiples intervenciones a veinte años no hace más que constatar la plurivocidad que designa el número, sugerente además porque suma un dígito al milenio, o define al milenio mismo, según cómo se compute. Fue nuestro milenio. Marcó el fin del atributo autopercibido por el talante neoliberal: lo inexorable de sus propósitos acumuladores de riqueza en pocas manos bajo el amparo de alegadas leyes macroeconómicas. Si algo define la politicidad de lo que llamamos 2001 es haberse politizado aquello que se imponía como norma en cuanto ley y política son antagonistas. La política instaura la ley, y la ley clausura a la política. La apelación a la ley, tanto si es como juridicidad o como cientificidad, es apelación a lo no-político de la vida en común, a aquello que ahora debe ser así y no de otra manera. Lo discrepante político acerca de la ley, ya sea jurídica o científica, es que no hay ley que no pueda ser puesta en discusión política. Momentos decisivos de ese drama son cuando las multitudes devienen acontecimiento y derraman su potencia en las calles. Ese 2001 que en 2021 concebimos efeméride ¿cuánto duró? ¿Diez, quince años? Antes y después de las fechas conmemoradas del 19 y el 21. 2001 sentenció el fin de la inmunidad política que pretendió tener lo que llamamos neoliberalismo (la palabra vuelve siempre y siempre incomoda por su insuficiencia, por no ceder a la dificultad concomitante de decir capitalismo más algún adjetivo). Inmunidad política que quedó suspendida entonces porque la crisis reveló que lo que se manifestaba como ley, como inexorable, no lo era, y fue así que decretar el estado de excepción, el estado de sitio, culmen de la politicidad, como sabemos, produjo el efecto contrario al pretendido. Fue como si el propio rey revelara su desnudez. Lo inexorable se demostró contingente, el estado de excepción pura decisión, y la insurrección su par antagónico trágico necesario. 2001 es significante de un entusiasmo, pero no todos los entusiasmos entusiasman. Entusiasman el Cordobazo, o la Niunamenos, o el 17 de octubre, siempre como si ahora sucedieran cada vez de nuevo y entonces las efemérides contuvieran su potencia destituyente fundadora de justos derechos demandados. No es ajeno a la dificultad que el significante 2001 nos opone, el hecho de que a veinte años intuyamos paralelismos debidos a los actuales sinsabores, y no a que en estos días el horizonte se nos augure venturoso y liberador. Es la actual desdicha aquello que nos hace vibrar con las memorias a dos décadas de distancia, con el riesgo de que una conmemoración tentada por la épica nos resulte ahora opaca en vez de reveladora. 2001 manifestó el conflicto inherente a la vida social que los noventa habían sepultado bajo sus admoniciones y facticias performances economicistas. La profusión atosigante, abrumadora, nauseabunda de discursos economicistas llegó a su fin, aun cuando contó con la astucia necesaria para desplazar sus culpas a otras instancias. En el que se vayan todos prevaleció un repudio a la politicidad misma que renacía con el gesto insurreccional y resistente. Resbalamos en estos suelos magmáticos en que la potencia destituyente se revela plural, proteica. Por eso no es en el género polémico tal vez adonde prospere la lucidez crítica, sino en alguna suerte de mosaico cartográfico que nos permita habitar las contradicciones. Viene esbozándose tal propósito en el presente dossier y en muchas otras intervenciones del diciembre que termina. 2001 confundió damnificados y oprimidos, pretendió una lucha en común que no pudo ser tal en el modo en que se formuló. No son desdeñables las alianzas interseccionales, o de clases, o entre colectivos sociales heterogéneos. No solo no son desdeñables, son deseables y necesarias. Y claro que hay que contradicciones y diferencias que en ciertas circunstancias se pueden allanar. Bajo la sombra de ese modelo clásico se dijo piquete y cacerola, la lucha es una sola. El aserto pudo ser plausible contra el estado de sitio y lo fue, de hecho. El problema es que ya entonces, antes del advenimiento de las redes sociales, cuando la TV estructuraba un lazo social narrativo concomitante o hasta adelantado a la ocurrencia, sucesos y narraciones se estructuraban como entrevero. La historia moderna de la lengua es la saga de la aceleración narrativa como correlato de la destrucción de la experiencia. La experiencia se destituye primero, porque las viejas palabras no dan cuenta de lo que sucede, eventos desastrados, vicarios, desligados de la inteligibilidad corpórea de la que nos da testimonio la historia cultural. Y además se destituye porque no se instituye sin determinación de lo que designamos como redes. Cada gesto, signo, tacto o mirada flotan en un océano de signos recíprocos e instantáneos. Lo nuevo no es la gramática ni la semántica, o no solo, sino las velocidades en que tienen lugar incontables interacciones en detrimento y a costas de la agencia subjetiva y por lo tanto política. 2001 adelantó las lógicas de las redes sociales cuando la TV de 24 horas ya operaba como Big Brother, no porque las pantallas nos miraran literalmente sino porque el sistema operaba en respuesta y adelantándose a los sucesos. Trayectos urbanos, situaciones y pantallas de TV armaban una trama interesada, interesada en la destitución de la política, favorecida por la demolición de la sede gubernamental, porque todo sucede de modo que ya puede la llamada política desaparecer sin que los capitales concentrados se vean afectados. Eso está sucediendo y no deja de ocurrir, y no tenemos disposición conceptual ni afectiva para lidiar con ello. Arrojar piedras en las calles contra la represión, con todo lo heroico y solidario que se pueda considerar, hace rato que ha sido asimilado a las lógicas narrativas del capital. Cuando las masas en las calles nos entusiasman, no les entusiasman a ellos. Y cuando ellos exhiben tanto su escopofilia nos inquietan con la advertencia de lo redituable que les resulta. En contraste, podríamos recordar también hoy cómo la inmensa movilización que impidió la reforma laboral en el macrismo no les resultó iconográficamente redituable… 2001 podría ser una advertencia para que no nos distraigamos con autocomplacencias desprovistas de críticas y nos consolemos con el propio arrullo alentador. El régimen de visibilización existente en teoría se puede poner al servicio de las causas populares siempre que no se deje articular de manera incauta con los propósitos opresores, exhibidores de una humillación y estigmatización implícitas que funcionan como premisas. El odio no comienza como vómito flamígero: cuando se llega a naturalizar es demasiado tarde. El odio comienza como descripciones pedagógicas, escolares. Mucho antes de las represiones y desprecios, las narraciones hegemónicas mostraban la indumentaria piquetera en infografías, como en las ilustraciones escolares que describen del mismo modo a un gladiador romano que a una esclava de la época, como una combinación de indumentaria y “equipamiento”, un “kit”. No hay emancipación en la actualidad sin crítica radical de las imágenes. Sin semejante tarea incisiva cultural es como girar en círculos. 2001 confundió daños reparables con opresiones irreparables en tanto piquete comía en las calles por las noches los residuos de lo que cacerola había lastrado durante el día. Y esto ocurrió demasiado tiempo, y contó con demasiada naturalización y complacencia culposa. No obstan los inmensos esfuerzos solidarios de multitudes que prodigaron cuidados. Claro que eso sucedió de manera superlativa, pletórica de creación, deseo emancipatorio y catadura épica, desde luego. Reconocimiento de lo logrado no es complacencia frente a lo faltante ni advertencia sobre lo faltante es denegación de reconocimiento de lo logrado. No hay crítica político social que se complazca con lo logrado cuando subsisten condiciones abyectas como las de esos tiempos, no solo por su naturaleza inherente sino porque la década o década y media del “2001 largo” terminó de naturalizar eso que llamamos pobreza e indigencia como parte de un paisaje urbano desgraciado que cambió a nuestro país, lo empujó hacia un abismo del que no hemos logrado salir, salvo en el lapso virtuoso 2003-2015, y frente al cual se ha consolidado un frente político, electoral y de sentido común que sustituyó a los golpes de estado por vías presuntamente democráticas para imponer iguales propósitos. Buena parte de lo logrado en el lapso virtuoso lo hemos perdido y desesperamos por recuperarlo. 2001 consolidó modalidades biopolíticas. El daño resultante de lógicas gestionarias que producen consecuencias nocivas colaterales forma parte de lo calculado, de la propia gestión. Se instala de modo contractual. Lo que se debate entre neoliberalismo y democracia popular es quién y cómo se tramitan los contratos, pero sobre todo sobre qué fondo de derechos adquiridos se sustentan. En otras palabras, qué límites impone el estado de derecho a la explotación y a la acumulación de riqueza. Por eso, un propósito prioritario de esos gobiernos, antes militares, ahora democráticos, es suprimir el sindicalismo, los derechos laborales, los fueros laborales del poder judicial. Lo mismo con el control a favor de la acumulación de renta respecto de otros daños civiles por accidentes de tránsito, eventos conflictivos en el orden medicalizador, discrepancias en la convivencia urbana, sistemas actuariales… El repertorio es tan extenso como la vida moderna, e incluye el aparato bancario y financiero que colapsó en 2001, y frente al cual se demandaron derechos de propiedad, de modo inequívocamente legítimo. No es lo que está en discusión: si hay daños, como sucedió con la salida de la convertibilidad, esos daños suceden a previsiones contractuales susceptibles de demandas reconocibles. 2001 naturalizó la abyección de multitudes. Consolidó el uso de expresiones como indigencia y pobreza vaciadas de cuerpos y vidas concretas, tramitadas como nociones estadísticas que en la actualidad no se consideran éticas ni para el recuento de insectos en un hábitat cualquiera. Se entra y se sale de la indigencia y de la pobreza como de un caldo de ácido sulfúrico sin ninguna sensibilidad ni empatía hacia las corporeidades implicadas. El menemismo había seducido a las clases medias (significante clases medias: supone un conglomerado hermenéutico aspiracional, además de un conjunto de datos mensurables) a costa de la exclusión de millones. El colapso socio económico acelerado por el gobierno de la Alianza y la concurrencia masiva contra el estado de sitio hizo demasiado fácil suponer una confluencia interseccional careciente de sustento por su autoconciencia denegatoria, no porque no fuera plausible. 2001 comprende una escena configurada por el significante piquete. Como sabemos, el piquete procede de las huelgas obreras, como práctica destinada a impedir el comportamiento esquirol. El piquete no se dirige contra la patronal. Contra la patronal solo se ejerce la huelga, se detiene la producción. No hay otra acción práctica, en general, dirigida hacia la patronal. La eficacia y consistencia de la huelga requiere disuadir, impedir, obstaculizar la concurrencia esquirol rompehuelgas y ello enfrenta a huelguistas con sus pares de clase. Piquete significa confrontación ante pares. La multitud subyugada a la desocupación en un contexto capitalista neoliberal implica expropiar a los trabajadores la única herramienta decisiva que les permite defender derechos, que es la huelga. Una multitud desocupada, sin sostenimiento de la subsistencia, librada a su suerte, es una multitud cancelada, borrada del mapa, sometida a una condición del todo inconcebible e incompatible con cualquier forma de vida social, ya no democrática, sino cualquiera en un mundo urbano interdependiente como el actual. La adopción de la palabra piquete por la multitud desocupada contiene una dimensión confrontativa con pares que han dejado de serlo, con esquiroles urbanos con empleo que transitan la urbe, mientras la multitud cancelada es empujada a un limbo imposible. Interrumpir el flujo urbano mayoritariamente de las clases medias fue y es considerado el único recurso, el último recurso posible compatible con formas no violentas de protesta. El discurso de odio promovido contra tales condiciones de supervivencia, no solo se mantuvo de modo creciente durante años, sino que últimamente se sinceró bajo la forma de plataformas y propagandas electorales y cifró la recolección de votos en esa falacia que remite al impedimento a “ir a trabajar” por culpa de quienes no tienen trabajo. Si hubiera que optar por una sola razón suficiente para explicar el odio irreductible hacia Milagro Sala y la Tupac Amaru en su localía, no sería desencaminado referirlo al rechazo furibundo contra el método piquetero de los “cortes”. Alrededor del significante piquete se ha organizado de modo prevaleciente el abismo social y cultural que nos agobia, y que promete grandes dificultades, presentes y futuras, a las causas de la justicia social en nuestro país. No desechemos rápida y fácilmente el carácter sintomático y denegatorio que tuvo la consigna “piquete y cacerola…” en la época de la abyección generalizada, experimentada en las calles todos los días, y de la cual resulta tan inquietante recordar cómo cada madrugada, en Capital Federal, el Gobierno de la Ciudad borraba todas las huellas y restos de las improvisadas comidas ingeridas sobre veredas y aceras masivamente, para que a la mañana siguiente los trayectos escolares, por ejemplo, no se vieran perturbados en su camino a las escuelas. Preguntémonos qué imágenes, qué recuerdos tienen las personas adultas que entonces estaban en edad escolar y que presumiblemente no asistían a las escenas crepusculares de cada día, durante meses. Preguntémonos que consecuencias traumáticas ha tenido para nuestra sociedad esa experiencia colectiva. Preguntémonos. Fuente: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/significante-2001/ 14/2/2022

  • Zaratustreanas II De las transformaciones / Fernando Stivala

    Diferencia y repetición Les menciono tres transformaciones del espíritu…* Transformación como devenir, cambiar las pieles, cambiar una forma, ser distintos. Devenir no desde el punto de vista de lo igual, ni de la repetición, ni de la identidad. Sino desde el punto de vista de lo heterogéneo, de la diferencia. Deleuze Depende de las lentes que nos pongamos. Si nos ponemos lentes de generalidad o repetición vemos la diferencia como un elemento secundario que hace distinto a un alguien estable que en su construcción general no varía. Nos reconocemos y podemos hablar acerca de lo cambiada que está la otra, pero con lentes de repetición. Repetición: reiteración de lo mismo, redundancia. En vez de crear se representa. Se hace un tipo de subsunción de lo que hay de diferencia real a un tipo de identidad humana. El pensamiento ahí funciona por sus puntos de identificación. Aunque vea diferencias va a seguir ubicando esas diferencias con sus puntos de conexión, con sus puntos conocidos. Cada presentación diferenciante que aparezca va a estar sometida a una representación. No es cada presentación sino una representación. Constitución de una identidad. Eliminación de la diferencia. Con los lentes de la diferencia, de lo heterogéneo, del devenir, de lo diferenciante se puede leer de otro modo. Todo disfraz que venga con el ropaje de lo repetido no es más que la vestimenta de una diferencia. Le repetición es el modo en que una diferencia se despliega. El diferir es lo que guía la repetición cada vez. Es el camino por el cual se va llegando a algo. No se tiene un objetivo. Se piensa y se hace al a vez. No hay problemática entre el pasaje de ese pensamiento a un hacer. En ese a la vez es donde nos vamos a encontrar con aumentos y disminuciones de la potencia, con alegrías y frustraciones. Es el camino de la experimentación. La diferencia o la novedad no aparecen desnudas ni desenmascaradas, no aparecen nuevas desde el inicio. Van apareciendo enmascaradas en ropajes repetitivos. Lo nuevo solamente se va a mostrar como novedad cuando esté muy maduro y tenga la suficiente fuerza para imponerse en un cierto medio. Entonces, esa supuesta repetición es el proceso por el cual la diferencia se diferencia a ella misma creando espacio y tiempo. La repetición no es de lo mismo, es repetición de lo que difiere. Lo propio de una repetición es lo propio de una diferencia que no se puede dar desnuda de una sola vez. Hay una especie de intimidad entre diferencia y creación. La diferencia no es lo que diferencia una cosa de la otra, no es un accidente secundario que le ocurre a dos elementos idénticos. Es el sujeto de todo proceso. Sujeto es aquel que es capaz de producir un diferenciante. El sujeto es diferenciante y no diferenciado de. La repetición misma ya es diferencia. Ver transformación con los lentes de la diferencia. Sino, todo será elemento accesorio de lo que ya somos. Eterno retorno no es eterno retorno de lo mismo, sino eterno retorno de lo que difiere. Lo que siempre vuelve es la pulsión o chispa o sensación. *Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (Primera parte ´De las tres transformaciones´)

  • Post Guardia XXXVI / Débora Chevnik

    ...que pirulita que menganito que la falta de límites y que qué barbaridad. Nada de hola tanto tiempo ni qué tal las vacaciones La jornada laboral amanece con el índice levantado Los colores de la noche se desvelan sin desperezarse La guardia no empieza. La guardia, (casi) siempre, ya empezó (Casi) siempre, están siendo las seis de la tarde en la estación más concurrida del subte (Casi) siempre está siendo una gran ciudad Alguien dice que dormían cucharita; que ella no parecía ni ahí de 13 y que él ya tiene 17 que la otra vez que vino al hospital tenía tipo 14, y que está re alto También se escucha el clásico "esto no es un hotel" y el infaltable "estos pibes usan el hospital como parador" Una voz imperecedera intenta un "qué suerte haber podido procurarse un lugar donde parar". No se informa que dos pibxs habitués de la calle encontraron un lugar donde caer vivxs. Se informa: "se fugaron de madrugada". La voz perenne dice que no se fugaron porque un hospital no es una cárcel; que tal vez decidieron desertar del mundo del control de los signos vitales y de la dieta general. Mientras dormíamos, lxs insoñadxs de siempre se fueron rápido, antes del alba. Nos desayunamos con la ausencia de lo que nunca quisimos tener. En la cornisa de una responsabilidad indeseada dimos por concluido lo que nunca comenzó. No sabemos qué hacer con las bolsas de residuos llenas de sus pertenencias, que ni son llenas ni son suyas, porque no sabemos quiénes somos cuando ustedes están acá. Tampoco sabemos qué palabras-sin-madrugar atesorar para esperar con nuevos innombres a lxs pibxs que andan creciendo solxs entre madrugadas y cucharitas

  • El niño de la bicicleta / Cynthia Eva Szewach

    “Podés agarrarte, pero no tan fuerte” Samantha a Cyril Se quedaron solos: aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas Federico García Lorca Cyril es el protagonista de “El niño de la bicicleta”. Vive en un una Institución estatal para niñez sin familia. Tiene alrededor de diez años.1 El asunto se juega en ese cruce necesario entre un contexto político-social, los márgenes urbanos y la infancia atravesada por un escenario desafiante. Como siempre, en las producciones ficcionales de Dardenne, hay una transmisión cercana a nuestra práctica analítica, en especial de la atención pública institucional. 2 El Hogar, se vislumbra en la película como un sitio que aloja el desamparo, pero por su sistema de organización le propone a Cyril formas difíciles de espera. El niño actúa, reacciona con su lucha. Lo que se sabe del niño, es que busca sin cesar. Lo que busca es reencontrar lo que cree desencontrado: su padre, un padre. Pero, algo doliente y crucial: éste no lo busca a él. Cyril se encuentra deprivado 3. Parece que tuvo alguna vez un padre y esa ligazón se interrumpió sin tratarse de una pérdida, sino de un desgarrón. En uno de los intentos de búsqueda desesperada y frenética, escapándose de la escuela hacia el barrio del padre, se suscita un acontecimiento: de manera contingente, logra aferrarse a una mujer. Ella está como otras personas, en una sala de espera médica donde el niño trató de esconderse. Cuando los coordinadores del Hogar logran verlo, él se abraza a ella, tomándola casi como reverso de rehén - “Podés agarrarte, pero no tan fuerte” le dice la mujer llamada Samantha. Allí, se inicia algo entre dos, una forma novedosa de encuentro. Se queda por un rato agarrado a alguien ya no tan desconocido. Al poco tiempo, la mujer irá a visitarlo para llevarle su bicicleta, que pudo recuperar (el padre de Cyrilla había vendido). - “Sí, es la mía” confirma el niño al revisarla. Podemos decir: “de la bicicleta” como nombre propio, lleva su marca aún borrada. La bicicleta, su bicicleta, un objeto fundamental, es en ese momento lo que posee y lo que lo liga a una historicidad. Lucha por no perderla, ya que se instituye como habiendo sido perdida, al volver a obtenerla. El acto de restitución de la bicicleta, también le posibilita a Cyril recuperar un sitio de niño, jugar, mostrar habilidades. 4 Samantha, cortajea en diagonal lo administrado, lo administrado que amordaza el deseo, diría M. Mannoni, y produce una forma de adopción. Una adopción que advendrá, se irá construyendo, como en el mejor de los casos. En la película sucede sin trabas burocráticas, las que habitualmente conocemos. Samantha acompaña a Cyril hasta el “extremo” dispuesta a atajar y asumir las consecuencias que esto trae. Se adoptan a su manera. Se inaugura una forma de amor, de don, de diálogo que lee entre líneas sin saber hacia dónde se está yendo. Finalmente dan con el padre, con su nuevo domicilio. El hombre, que lo “tenía al niño en la vana espera” pronuncia que no puede hacerse cargo, que no puede con la paternidad, que no lo llamará ni lo buscará. No tiene con qué amarlo. No hay más puerta abierta: “No. Te dije que no.” Así, algo cruel, libera al niño de una expectativa. La vida sigue siendo no tan bella. Samantha le atestigua, como acto de palabra, que el padre no estará para él. Y algo esencial: no le inventa en ese terreno una ilusión. El niño no puede seguir creyendo ni aguardándolo. ¿Una decisión ética? Nos podemos preguntar: ¿Hasta dónde una desmentida que abona una ilusión, parte necesaria de la infancia, protege y hasta donde no deja continuar un camino? 5 El niño, se golpea. Ella está ahí, lo detiene, se deja no solamente agarrar, también con valentía marcar el cuerpo, lastimar e incluso se deja abandonar. Al mismo tiempo instala límites. De a poco Cyril lo sabrá: tendrá que arreglárselas con lo que tiene y con lo que falta. El trayecto será largo, casi arltiano, hasta llegar a establecer, pedir y aceptar una y otra vez, un lugar con quien estar, donde estar, donde quedarse... 1 Película de Jean-Luc y Pierre Dardenne, Bélgica (2011) 2 C. Szewach “Hojas Encontradas, (fragmento de una práctica psicoanalítica con púberes y jóvenes)” Ed. del Dock. Ley Rosetta. Rosetta otro de los personajes de una de las películas de los Dardenne. (2000). Muestra frente a la desocupación laboral, una traición y un pasaje al acto de una joven, como intentos de hacerse escuchar. A partir de esa película, se revisa y establece una ley de protección laboral para adolescentes en este caso en Bélgica. 3 Término trabajado por Winnicott en “Deprivación y delincuencia”. Ed. Lugar 4 Reescritura de un texto producido en conversación con Moira Iglesias 5 “Pichon (Riviere) advierte cómo la negación, la desmentida, la naturalización, detonan perplejidades que reavivan angustias de los comienzos” Sesiones en el naufragio 18 Perplejidades. M. Percia.

  • A pesar de / Constanza Banus

    Estamos en la plaza, en el marco del Detectar 2022, se acercan personas para buscar información, para hisoparse, para orientarse en relación al Covid-19. Llega Marco, presenta síntomas: tos, dolor de garganta, dolor corporal, rinitis. Marco está con su mamá, preguntamos por les convivientes, los síntomas son el hilo conductor hacia esas vidas. “La imagen de una vida alambrada estremece el presente. Se la constata en cárceles y fronteras, en campos de exterminio y campamentos para refugiados, en territorios militarizados y exclusivos, en perímetros de plazas y barrios privados, en fábricas y escuelas. En todas las violencias que laceran los cuerpos.” (Marcelo Percia) [1]. Viven en un departamento cercano al Riachuelo, la madre con sus hijes: el más grande con discapacidad (consecuencia de un disparo y la meningitis) lo que le dificulta la comprensión de las indicaciones de cuidado, su otro hermano está en silla de ruedas porque, cuenta Marco, no quería que la transa se instalara en el barrio "porque es mala, trata mal a los pibes, los hace golpear o matar. Mi hermano era transa también, la mina le hizo pegar un tiro por uno que andaba antes con él”. El tiro le atravesó la medula espinal y le dañó una cantidad de órganos tal, que los médicos debieron hacer injertos y otras cuestiones para que ese organismo siga viviendo, su salud se deteriora cada día, la ambulancia no lo quiere llevar cuando levanta fiebre porque dicen que no es de vida o muerte, la madre dice que cada síntoma en él, lo es. Su otra hija, dice, anda perdida “por las drogas” entra y sale de la casa como quiere, no limpia ni ayuda, “anda en el barrio drogándose y visitando al novio que está preso”, está preso, me cuenta “por unas escuchas de la policía”, “ese ahogó a un pibito” agrega Marco, y no está preso por eso, no está pagando por eso, repregunto, la madre cuenta que “en una entradera, para asustar a la familia y que les diga dónde estaba la plata, le metían al pibe la cabeza en un tacho de pintura, y lo mató”. “Es un maldito” agrega, supongo, y lo expreso, que es muy difícil acompañar a su hermana, Marco dice que la hermana también es una maldita porque no le importa nada de nadie, solo drogarse, que él tiene todo el cráneo roto, “todo por la droga”: salió con la moto “así re loco” y chocó contra un auto, no se acuerda de nada, ahora lo tienen que operar porque una parte no soldó y se le hizo una capa de grasa. “Por la droga” también mataron a su otro hermano, estaba por viajar para hacer plata para el 15 de la hija, quería laburar con el padre que está bien en otra provincia, perdió el micro y “se re cascó” se fue a comprar a lo de la transa de otro barrio, “el fue allá y no tenía que ir, la mina lo agitó porque otro transa le había bardeado al hijo, no se que había pasado, y fueron a buscar al tipo, le dieron un par de puntazos pero a él le pegaron un tiro, yo se quien fue”. La madre agrega datos, mira hacia abajo, le digo que debe ser muy doloroso todo esto, llora, “yo estoy a cargo de mis nietitas porque mi hija no las cuida, lo único que quiere es drogarse y yo no puedo sola con todo”. Marco baja la cabeza y dice “yo la ayudo, laburo ahora todo el día, dejé las drogas, llego limpio, pero los otros nada, además pasó lo de mi hermano y lo de mi primo hace un par de meses”, pregunto qué pasó, me cuenta que lo mató la policía, que estaban aburridos, que no tenían necesidad, que lo agitó como un juego para ir a arrebatar un celular, que lo hacía siempre, pasaba con la moto te lo sacaba de la mano, se reía y te lo daba, “él trabajaba, ya no robaba más, no tenía necesidad, me lo mataron, era uno de los hijos de mi hija, mi nietito”, Marco dice que se siente culpable, que él lo podría haber frenado, decirle que no, que le arrebataron el celular a una mina y la mina llamó a la cana y que la cana les dijo que no se muevan o algo así, y que él arrancó, ahí le pegaron un tiro y lo mataron. Su madre, a cargo de 2 hijos discapacitados, una hija tomada por las sustancias, la herida de su hijo y su nieto asesinados recientemente y a cargo de sus otras 2 nietitas, cuenta de esas vidas y muertes y apenas puede lagrimear. Marco tiene que testearse porque en su trabajo si no justifica las faltas lo pueden rajar, le decimos que si podemos ayudarlo en algo estaremos allí al día siguiente y algunos más. A los 3 días regresa para que le demos “algún papel que le sirva para el trabajo”, recordaba mi nombre y me contó que ya estaba bien, que a su hermano finalmente lo habían trasladado al hospital y él fue a llevarle cosas. Junto a la coordinación articulamos un lazo con el municipio para que asistan a la madre con algo de alimento, con algo de escucha con algo. A Marco le damos el volante con el 0800 de salud mental, por si querés vos o tu mamá o alguien… “Perplejidades se distinguen de asombros. Distinciones, si no inspeccionan dominios ya establecidos, pueden pensarse como rescates de cosas poco perceptibles y como invenciones de un matiz. Practicamos clínicas que rescatan lo inaudible y que inventan matices: instantáneas de burbujas únicas que dibujan trayectos y formas irrepetibles en el aire.” [2] Desde fines de enero las consultas han bajado mucho, los meses dedicados al territorio en condiciones, muchas veces precarias, han impactado sobre la salud de quienes trabajamos en varios aspectos, dice la hematóloga que me he comido el hierro de la sangre y el hierro de reserva, hago chistes de ser vampira, la infusión de hierro inyectable aún no ha podido concretarse ya que hace días y días que nadie atiende la solicitud de turno, cansancios cansados de estar ocupando tanto espacio, hartazgos y esperas se suceden. Asoma por entre los caminitos de la plaza una joven, tiene tos, mucha tos, "la sacaron cagando del hospital" a ella y al marido, nos cuenta que viven en la calle, son 4 ahora, antes eran un montón, el marido es alcohólico dice, “a la mañana se levanta como con párkinson”, imita el movimiento de manos temblando, le cuento que eso puede ser el síndrome de abstinencia, me cuenta que se levanta y se toma un “Fernandito” que ella le dice que no, que ella “es paquera” que vivía de chiquita en la estación constitución, que siempre estaba drogada, tiene 4 hijos, están con el papá, no los ve hace 3 años o más, no sabe porque siempre estaba muy drogada, ahora por la enfermedad paró, le duele mucho, se siente muy mal, paró, dice que puede ver el día y la noche, que está viviendo acá en un galpón con un amigo, porque como está enferma le dijo el amigo que vaya a ver si la atendían por acá, le cuento que hay lugares donde la pueden ayudar, que hay un hospital nacional, se lo nombro, que puede ayudarla con lo del paco, pero que primero tiene que pedir una radiografía para ver “lo de la tos”, el hisopado da negativo, la vemos ir hacia el lado contrario al hospital, al rato pasa, ella y su amigo en silla de ruedas, que la acompaña. Junto a la trabajadora social y la coordinación se articula con el municipio una intervención. Al día siguiente el dolor de garganta me aísla, escribe la compañera que acompañó la conversación: “Hoy nos visitó Susi, la chica de ayer que entrevistaste, fue al hospital y la atendieron súper, le hicieron una tomografía; alta neumonía compa, pasó la buscar medicación que el hospi no tenía. Además de eso quiere la dirección del lugar que le comentaste para iniciar su rehabilitación.” Dice Vincent Van Gogh a su hermano Theo en una carta: “Bueno ¿sabes lo que espero cada vez que me pongo a tener esperanzas? Que la familia sea para ti lo que es para mí la naturaleza, los montones de tierra, la hierba, el trigo amarillo, el aldeano, es decir, que encuentres en tu amor por la gente no solamente lo que dé de trabajar sino de qué consolarte y rehacerte cuando haya necesidad.” Y escucho el eco de esas deseanzas entre quienes nos afectamos: que encuentre en el amor por el oficio de la clínica, no solamente lo que dé de trabajar sino en qué rehacer consuelos y necesidades. [1] y [2] Percia, Marcelo: (2022) Sesiones en el naufragio (18) Perplejidades. Revista Adynata https://www.revistaadynata.com/post/sesiones-en-el-naufragio-18-perplejidades---marcelo-percia

  • Aquí Manifiesto / Selva Casal

    Cuando se siente que ya nada es posible y nuestros pasos se hunden con una dureza tal, cuando el tiempo es un asesino oculto en la sangre, y muertos y vivos se confunden en una misma soledad, en donde la locura tiene un íntimo equilibrio y nos lanza hacia las horas con sus manteles claros, a veces dulces, acaso desde una brizna, el poema comienza. Trataríamos de explicarle a la madre que no es así, que tampoco las casas tienen culpa. Pero ella no nos comprendería. ¿Cómo decirle que hemos llegado a una hora de silencio y que por nuestros ojos descendían las imágenes de los veleros lejanos ansiosos de hacerse a un mar ahora definitivamente perdido? ¿Cómo decirle todo esto, si su sangre se enraíza de misterio y se nutre de extrañas oraciones? La luz está tan firme como una herida definitiva y de las grietas de la tierra nace el silencio. Amábamos aquel callado retornar a casa con sus cuadernos de lluvia; hoy volveríamos aun sabiendo que nadie nos aguarda, para recorrerla como a una ruina amada, recogiendo sus viejas caracolas, los dorados atardeceres, la húmeda soledad. ¿Cómo comienza un poema? A veces, de un modo extraño se incorpora a nuestra experiencia todo lo que de nosotros mismos hemos dado, en una honda conjunción del tú y del yo, en infinitas y repetidas voces, porque, a veces, aún antes de morir se ama. Un poema puede escribirse sin lápiz y sin papel. Lo supe desde el día en que encontrándome yo en lugar inseguro, desconocido, pregunté ¿dónde estaba? Advertí que había muerto. ¿Qué haré aquí? Y escuché una voz: Cuando vivías, ¿qué hacías? Escribía, dije. Seguirás escribiendo, me respondió; ¿cómo? ¿sin lápiz y sin papel? Sí, me dijo, sin lápiz y sin papel. Y comprendí. Fuente: Casal, Selva (1988) El mundo es simplemente un alarido. Editorial Llantén. Bs. As. 2021.

  • Diario de a bordo / Albert Camus

    Crecí en el mar y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Aguardo desde entonces. Espero los navíos que regresan, la casa de las aguas, el día límpido. Aguardo pacientemente pues soy civilizado con todas mis fuerzas. La gente me ve pasar por las hermosas calles; admiro los paisajes, aplaudo como todo el mundo, estrecho la mano de los conocidos, más no soy yo quien habla. Se me alaba, yo, mientras tanto, sueño un poco; se me ofende, y apenas me asombro. Luego lo olvido y sonrío a quien me ha ultrajado o saludo con demasiada cortesía a quien amo. ¿Qué hacer si no tengo memoria para una sola imagen? Por último se me exige que diga quién soy. “Nada todavía, nada todavía…” Es en los entierros donde yo me supero a mí mismo. Allí verdaderamente sobresalgo. Voy andando con paso lento por las afueras de la ciudad florecida de hierro viejo. Tomo amplias avenidas bordeadas con árboles de cemento que llevan a agujeros de tierra fría. Allí, bajo el cielo apenas enrojecido, contemplo cómo compañeros audaces inhuman a mis amigos a tres metros de profundidad. La flor que una mano gredosa me tiende entonces no deja nunca de ir a parar a la fosa si la arrojo. Alimento la piedad precisa, la emoción exacta, mantengo la nuca convenientemente inclinada. La gente admira el que mis palabras sean tan justas. Más no tengo mérito alguno: espero. Espero mucho tiempo. A veces tropiezo, pierdo el pie y el éxito se me escapa. Ello no importa, pues entonces me quedo solo. Me despierto así por la noche y a medias dormido me parece que oigo un ruido de olas, la respiración de las aguas. Ya despierto por completo, reconozco el viento en el follaje y el rumor desdichado de la ciudad desierta. En ese momento, no es suficiente todo mi arte para ocultar mi zozobra o vestirla a la moda. Otras veces, en cambio, recibo ayuda. En Nueva York ciertos días, perdido en el fondo de esos pozos de piedra y acero donde erran millones de hombres corría de uno a otro agotado, sin lograr ver su fin. Ahogaba entonces el grito que el pánico quería lanzar, pero cada vez que esto me ocurría, a lo lejos el llamado de un remolcador me hacía recordar que esa ciudad, cisterna seca, era una isla y que más allá de la punta de la Battery, el agua de mi bautismo me esperaba, negra y podrida, cubierta de corchos huecos. Y así, yo que no poseo nada, que he dado mi fortuna, que me detengo en cualquier lugar poco tiempo, estoy sin embargo satisfecho cuando lo quiero, me acomodo a cualquier hora y me ignora la desesperación. El desesperado y yo no tenemos patria. Sé que el mar me precede y me sigue. Aquellos que se aman y tienen que separarse pueden vivir en medio del dolor, mas este sentimiento no es desesperación, pues saben que el amor existe. Y he ahí por qué yo sufro, con los ojos secos, a causa del destierro. Espero aún. Un día vendrá, en fin… Los pies desnudos de los marineros golpean suavemente sobre el puente. Partimos al romper el día. Desde que salimos del puerto un viento breve y espeso golpea vigorosamente el mar que se revuelve en olillas de espuma. Algo más tarde el viento refresca y siembra el mar de camelias, que pronto desaparecen. Y así, durante toda la mañana nuestras velas chasquean por encima de un alegre vivero. Las aguas son pesadas, escamosas, cubiertas de babas frescas. De vez en cuando las olas alborotan contra la roda del barco; una espuma amarga y untuosa, saliva de los dioses, corre a lo largo de la madrea hasta el agua donde se esparce formando dibujos moribundo que vuelven a renacer, pelaje de alguna vaca azul y blanca, animal extenuado, que deriva aún largo tiempo detrás de nuestra estela. Desde que partimos las gaviotas siguen nuestro navío aparentemente sin esfuerzos, casi sin mover las alas. Su hermosa navegación rectilínea se apoya apenas sobre la brisa. De pronto un plus brutal por el lado de las cocinas despierta una alarma golosa entre las aves, desordena su hermoso vuelo y pone llamas a un brasero de blancas alas. Las gaviotas giran locamente en círculo y en todos sentidos, luego sin perder nada de su velocidad se separan una a una del lugar de confusión para lanzarse hacia el mar. Unos segundos después, ya están de nuevo reunidas sobre las aguas, corral lleno de disputas que dejamos detrás de nosotros encerrado en el hueco del oleaje que deshoja lentamente el maná de los desperdicios. A mediodía, bajo un sol agobiador, el mar, extenuado, apenas se levanta. Cuando vuelve a caer en sí mismo hace silbar el silencio. Basta una hora de tal cocción para que el agua pálida, gran chapa de hierro puesta al blanco, se achicharre; se achicharra, humea, por fin arde. Dentro de un momento va a volverse para ofrecer al sol su faz húmeda, húmeda ahora en las olas y en las tinieblas. Atravesamos las puertas de Hércules, la punta donde murió Anteo. Más allá el océano se extiende infinito; doblamos el cabo de Buena Esperanza, los meridianos se casan con las latitudes, el Pacífico bebe del Atlántico. Entonces, con la proa puesta hacia Vancouver nos dirigimos lentamente hacia los mares del sur. A algunos cables de distancia, desfilan ante nosotros Pascua, Desolación y las Hébridas. Una mañana, de pronto, desaparecen las gaviotas. Estamos lejos de toda tierra y solos con nuestras velas y nuestras máquinas. Solos también con el horizonte. Las olas llegan una a una pacientemente del este invisible; llegan hasta nosotros y pacientemente vuelven a partir hacia el oeste desconocido, también una a una. Largo camino, nunca comenzado, nunca acabado… El arroyo y el río pasan. El mar pasa y permanece. Así sería menester amar, siendo fiel y fugitivo. Me caso con la mar. Aguas plenas el sol desciende; queda absorbido por la bruma mucho antes de la línea del horizonte. Por un breve instante el mar se presenta rosado a un lado, azul al otro. Luego las aguas se oscurecen. La goleta se desliza minúscula por la superficie de un círculo perfecto de un metal espeso y empañado. Y a la hora de la mayor calma, en el anochecer que se aproxima, centenares de marsopas surgen desde las aguas, caracolean un momento alrededor de nosotros para huir luego hacia el horizonte sin hombres. Una vez que han partido sólo queda el silencio y la angustia de las aguas primitivas. Un poco más tarde aun, encontramos un iceberg en el trópico. Invisible por cierto después de su largo viaje en esas aguas tibias, aún es eficaz: Recorre nuestro navío a estribor donde las cuerdas se cubren brevemente de un rocío de escarcha mientras que a babor muere una jornada seca. La noche no cae sobre el mar, sino que desde el fondo de las aguas que un sol ya ahogado ennegrece poco a poco con sus cenizas espesas, sube la noche hacia el cielo aún pálido. Por un breve instante Venus permanece solitaria por encima de las olas negras. En el tiempo que lleva cerrar y abrir de nuevo los ojos, ya las estrellas pululan en la noche líquida. Ya la luna está en lo alto. Ilumina primero débilmente la superficie del mar; todavía sigue subiendo mientras escribe suavemente sobre las aguas. Al llegar al cenit ilumina todo un corredor de mar, rico río de leche que con el movimiento del navío, desciende hacia nosotros, inextinguiblemente, en el océano oscuro. Allí está la noche fiel, la noche fresca, que yo invocaba en las luces llenas de ruido, en el alcohol, en el tumulto del deseo. Navegamos sobre espacios tan vastos que nos parece que nunca llegaremos a término. El sol y la luna suben y bajan alternativamente al mismo hilo de luz y de noche. Las jornadas sobre el mar son todas semejantes como las de la felicidad. Ésta es la vida rebelde al olvido, rebelde al recuerdo de que habla Stevenson. El alba. Cortamos perpendicularmente el Cáncer. Las aguas gimen convulsas. Rompe el día sobre un mar revuelto lleno de lentejuelas de acero. El cielo se presenta blanco de brumas y de calor, de un destello muerto pero insostenible, como si el sol se hubiera licuado en la espesura de las nubes sobre toda la extensión de la bóveda celeste. Cielo enfermo sobre un mar descompuesto. A medida que avanza la hora crece también el calor en el aire lívido. Durante todo el día la roda descubre nubes de peces voladores, pajarillos de hierro, a quienes hace salir fuera de sus montones de olas. Por la tarde nos cruzamos con un paquebote que vuelve a las ciudades. El saludo que cambian nuestras sirenas que con sus tres gritos de animales prehistóricos, las señales de los pasajeros perdidos en el mar y vueltos atentos por la presencia de otros hombres, la distancia que poco a poco crece entre los dos navíos, la separación por último sobre las aguas malévolas, todo eso hace que el corazón se contraiga. ¿Quién, amando la soledad y el mar, dejará de amar a esos dementes obstinados, aferrados a plancha de hierro, lanzados sobre la cabellera de los océanos inmensos en busca de islas a la deriva? Exactamente en el centro del Atlántico doblamos bajo vientos salvajes que soplan interminablemente de un polo a otro. Cada grito que lanzamos se pierde en el aire, vuela a los espacios sin límites. Pero ese grito, llevado día tras día por los vientos, llegará por último a uno de los extremos chatos de la tierra y resonará largamente contra las paredes heladas hasta que un hombre, en alguna parte, perdido en su concha de nieve, lo oiga y contento, sonría. Dormía a medias bajo el sol de las dos cuando un ruido terrible me despertó. Vi el sol en el fondo del mar; comenzó a arder. El sol corría a grandes pasos helados en mi garganta. A mi alrededor los marinos reían y lloraban. Se amaban los unos a los otros pero no podían perdonarse. Ese día hube de reconocer el mundo por lo que era; decidí que su bien fuera el propio tiempo pernicioso y que sus crímenes fueran saludables. Ese día comprendí que había dos verdades del las cuales una no debía decirse nunca. La curiosa luna austral, un poco recortada, nos acompaña desde hace muchas noches, se desliza rápidamente del cielo hasta el agua que la traga. Allí quedan la Cruz del Sur, las estrellas raras, el aire poroso. El cielo rueda y cabecea por encima de nuestros mástiles inmóviles; con el motor parado y el velamen al pairo, silbamos en la noche caliente mientras el agua golpea amigablemente nuestros flancos. No hay ninguna orden que dar. Las máquinas están calladas y en efecto, ¿por qué proseguir y por qué volver? Estamos satisfechos; una muda locura nos adormece invenciblemente. Al fin llega un día en que todo se cumple; entonces hay que dejarse ir, como aquellos que nadaron hasta el agotamiento. ¿Cumplir qué? Desde siempre, me lo callo a mí mismo. ¡Oh, cama amarga, lecho principesco, la corona está en el fondo de las aguas! Por la mañana nuestra hélice hace que el agua tibia levante espuma. Volvemos a cobrar nuestra velocidad habitual. Alrededor del mediodía, llegados de lejanos continentes, nos cruza una manada de ciervos que pasando por delante de nosotros, nadan regularmente hacia el norte seguidos por aves multicolores que de cuando en cuando, reposan en sus bosques. Esta selva ruidosa desaparece poco a poco en el horizonte. Poco después el mar se cubre de extrañas flores amarillas. Al atardecer nos precede un canto invisible durante largas horas. Me adormezco con sensación de familiaridad. Con todas las velas abiertas a una brisa definida, nos deslizamos rápidos sobre un mar claro y musculoso. Alcanzamos la mayor velocidad llevando la barra a babor. Y al terminar el día, aumentando aún nuestra carrera, y en posición tal que nuestro velamen casi toca el agua, recorremos raudos un continente austral que reconozco por haber volado en otro tiempo sobre él ciegamente en el bárbaro féretro de un avión. En aquella ocasión, rey holgazán, esperaba ver el mar sin nunca alcanzarlo. El monstruo aullaba, despegaba de los guanos del Perú, se precipitaba por encima de las playas del pacífico, volaba sobre las blancas vértebras rotas de los Andes y luego por la inmensa planicie de la Argentina cubierta de insectos, unía con un solo aletazo los prados uruguayos inundados de leche con los negros ríos de Venezuela, aterrizaba, aullaba aún, temblaba de codicia frente a nuevos espacios vacíos que pudiera devorar y con todo eso no dejaba nunca de avanzar o por lo menos de hacerlo con una lentitud convulsa, obstinada, con una energía huraña y fija, intoxicada. Yo entonces me sentía morir en mi celda metálica y soñaba con carnicerías, y con orgías. Sin espacio no hay inocencia ni libertad… La prisión para quien no puede respirar es muerte o locura. ¿Qué hacer, pues, sino matar y poseer? Hoy, en cambio, me satisfago con los soplos de aire, todas nuestras alas chasquean en el aire azul. Voy a gritar por la velocidad; arrojamos al agua nuestros sextantes y nuestras brújulas. Bajo el viento imperioso nuestras velas son de hierro. La costa desfila veloz delante de nuestros ojos. Selvas de cocoteros regios donde los pies se mojan en lagunas esmeraldinas, bahía tranquila, llena de velas rojas, arenas de lunas. Surgen edificios ya agrietados bajo el impulso de la selva virgen que comienza en el patio de servicio; aquí y allá un árbol de ramas violetas forma una ventana y Río se hunde por fin detrás de nosotros y la vegetación vuelve a cubrir sus ruinas nuevas donde los monos de la Tijuca estallarán de risa. Aun más rápido, a lo largo de las grandes playas donde las olas se difunden y se resuelven en gavillas de arena, aun más rápido los corderos del Uruguay entran en el mar y lo hacen de pronto amarillo. Luego, sobre la costa argentina, grandes y groseros maderos, dispuestos a intervalos regulares, elevan hacia el cielo medias reses que hacen asar lentamente. Por la noche los hielos de la Tierra de fuego golpean nuestro casco durante horas, el navío apenas disminuye su velocidad y vira de bordo. Por la mañana la ola única del Pacífico, cuya fría lejía verde y blanca hierve en millares de kilómetros de costa chilena, nos levanta lentamente y amenaza hacernos naufragar. La barra lo evita y doblamos las Kerguelen. En la tarde dulzona las primeras barcas malayas avanzan hacia nosotros. “Al mar, al mar!”, gritaban los maravillosos muchachos de un libro de mi infancia. He olvidado todo el contenido de ese libro menos este grito: “¡Al mar!”. Y por el Océano Índico hasta la avenida del mar Rojo donde se oyen estallar, una a una en las noches silenciosas, las piedras del desierto que se hielan después de haber ardido, volvemos al antiguo mar donde se callan los gritos. Por fin una mañana hacemos escala en una bahía colmada de un extraño silencio, abalizada de velas fijas. Únicamente algunas aves marinas se disputan en el cielo trozos de carne. A nado llegamos a una playa desierta. Durante todo el día nos introducimos en el agua y luego nos secamos en la arena. Al llegar la noche, bajo el cielo que verdea y retrocede, el mar ya tan calmo, se apacigua aún. Breves olas exhalan un vaho de espuma, sobre el arenal tibio. Desaparecieron ya las aves del mar. No queda sino un espacio ofrecido al viaje inmóvil. Se dan algunas noches cuya dulzura se prolonga, sí, ayuda a morir el saber que tales noches volverán a darse después de nosotros sobre la tierra y el mar. ¡Gran mar siempre trabajado, siempre virgen, mi religión con la noche!. El mar nos lava y nos colma en sus surcos estériles. Nos librea y nos mantiene erguidos. A cada ola nos hace una promesa, siempre la misma. ¿Qué dice la ola? Si tuviera que morir, rodeado de frías montañas, ignorado del mundo, renegado por los míos, en fin, al cabo de mis fuerzas, el mar vendría a último momento a llenar mi celda, vendría a sostenerme por encima de mí mismo y a ayudarme a morir sin odio. Es medianoche, estoy solo en la ribera. Espero aún, luego partiré. El mismo cielo está al pairo, contadas sus estrellas, como esos paquebotes cubiertos de fuegos que a esta misma hora, en el mundo entero, iluminan las aguas sombrías de los puertos. El espacio y el silencio pesan con un solo peso sobre el corazón. Un amor repentino, una gran obra, un acto decisivo, un pensamiento que transfigura, en ciertos momentos nos producen la misma intolerable ansiedad reforzada por un atractivo irresistible. Deliciosa angustia de ser, exquisita proximidad a un peligro del que no conocemos el nombre; ¿quiere entonces decir que vivir es correr a la perdición de uno mismo? De nuevo, sin espera, corramos a nuestra perdición. Siempre tuve la impresión de vivir en altamar, amenazado, en el corazón de una magnífica felicidad. Fuente: Camus, A. (1953) "Diario de abordo" en El Verano.

  • Elogio del pensamiento (fragmento) / Juan Carlos De Brasi

    VIII Llegados al plano indiscernible e indecidible del devenir del lenguaje y el lenguaje del devenir (qué otra cosa son los lapsus, fallidos, olvidos y demás “formaciones inconcientes”) se pueden tender algunas vías, que situaremos rápidamente, en función de redondear la problemática de estos plegamientos que generan sus propias dimensiones al desplegarlas. Sintéticamente: Primero. La preteridad de los conceptos nos descubre que ellos no están sujetos a una sucesión progresiva, acotados a una época –en la cual tienen su emergencia–, presos de ciertas influencias o definidos por determinadas condiciones. No entrañan soluciones a problemas asentados como tales por una ciencia o saber específico. Tampoco se superan o restan atrapados de un progreso que los tornaría obsoletos. Sólo responden inventivamente a las leyes de su construcción y a las temporalidades que desencadenan. Los conceptos siempre nos preceden, arriban antes, aunque este “antes” no sea localizable de manera cronológica o mítica. Y al igual que ellos no se resuelve en ningún lado ni en ningún tiempo medible. No participan del feudo de un autor que autorizaría su uso o desecho. Por el contrario es un autor el que sería autorizado a obrarlos en tal o cuál dirección, rumbo que siempre es el de un pensamiento en el cual toman su posición y sentido. Los conceptos son criaturas delicadas, refulgen o lanzan algún destello cuando se los considera pacientemente. Es decir, cuando son interrogados en una lectura que los impulsa hacia nuevas preguntas. Se cierran o se abren según el régimen de lectura con que se los aborde, o sea: acorde con la labor realizada. Desde este punto de vista podríamos decir que si tienen un “ser”, sería un ser trabajándose, una forma gerundiada vuelta interminablemente sobre sí misma. Un alto pertinente ya que mencioné en repetidas ocasiones la noción de “ser”. Es sabido que Heidegger buceó como nadie en la misma, sea a través de los presocráticos, de Aristóteles o de la misma historia de la metafísica. A menudo la hizo montado en la “ciencia etimológica”, como él la denominó. Obviamente ésta es indicial, un derrotero para una construcción conceptual, pues a través de sus estipulaciones no se prueba nada. Los decursos etimológicos son abstracciones útiles en ese campo de la lingüística, pero no responden a las del lenguaje y sus usos que siguen rumbos más variados e insospechados. Más allá de ese recurso que Heidegger movilizó a su gusto y a disgusto de otros, la señal que siempre recibió es que el “ser” era establecido como “presencia”, como lo “estante”, “presente”, “inmóvil”, etc. Es decir, operó sustancialmente como tapón de la diferencia ontológica entre ser y ente. Esa exploración y sus hallazgos son inobjetables, a la vez que el pensador alemán los objetó de diversas maneras (escribirlo bajo tachadura, tratar de escribir una teología sin el verbo ser, etc. En el ensayo sobre Derrida, que sigue a continuación de éste, amplío algunos aspectos del tópico). Sin embargo, un agregado puede ayudar a esclarecer ciertos aspectos desconocidos o sencillamente marginados. Sólo uno los había puesto de relieve. El joven Marx –en coincidencia con investigaciones actuales–, había ligado en su momento la idea del ser griego con un “régimen específico de propiedad”. Hoy para captar mejor el concepto griego de ousia (que no traduciré para asimilarla tal cual a nuestra lengua) sabemos que esa palabra significó en primer lugar “propiedad rural” y que de ahí deriva el sentido conceptual del “ser como presencia” (Anwesen). Esta derivación muestra, para mí, cómo un concepto ofrece algo de sí cuando uno se deja trabajar –como lo hace la mano del orfebre por un diamante– por él, y no lo origina, causa o corta a voluntad. Sólo un diamante cliva a otro. Sólo un concepto trabaja a otro, desde el punto en que copertenecen al mismo horizonte productivo. Esto nos lleva al tramo siguiente. Segundo. Que hayamos hablado en el sentido indicado de una “preteridad de los conceptos” señala que ellos circulan y modalizan su curso en una tradición de pensamiento. Olvidemos la tradición como iconografía popular. Ella a menudo se la hunde ilegítimamente en el pasado, pero “en términos más exactos –como dice Hegel– en lo que cae dentro de la historia del pensamiento, no es más que uno de los aspectos de la cosa. Por eso en lo que somos nosotros, lo común e imperecedero, se halla indisolublemente unido a los que somos históricamente”. Entonces, más que una inmersión plena en el pasado, la tradición avanza, adviene, desde el porvenir en los asuntos del saber y del pensamiento. Así, “cada generación crea en el campo de la ciencia y de la producción… una herencia acumulada por los esfuerzos de todo el mundo anterior”. En la medida que es trabajado por un colectivo innominado el mundo del pensamiento es una herencia que nunca se cobra de manera definitiva. En realidad es un sistema complejo de distribución de los seres y los conceptos en ámbitos inéditos de recepción. O sea: una tradición pensamental es tal en cuanto uno se la apropia, la elabora y le introduce un futuro. De modo que la crítica y la destrucción de sus partes esclerosadas es un requisito metódico del agenciamiento de dicha tradición. Nos precede, pero existe sólo cuando la tomamos por las astas para reconocer, en ese forcejeo, su vigencia como un tiempo singular de nosotros mismos. Y que el tiempo sea “singular”, quiere decir aquí que se entiende como devenir. Tercero, para simular un falso final. Afirma Heidegger en Identidad y diferencia que Hegel dio un paso atrás hacia “lo pensado”, mientras él lo ejercerá hacia “lo impensado” de lo ya pensado, es decir, hacia la diferencia abisal entre ser y ente. Por mi parte traté de avanzar, retrocediendo lo necesario, en este campo, oscilando, pendulando entre –según el logos de la lógica mencionada–, lo pensado y lo impensado, en los textos y fuera de ellos, donde esas distribuciones ocurren. Pero, simultáneamente, no permaneciendo en ninguno de esos regímenes, sino en el “pensamiento a secas” y sus plegados, que lo repliegan y despliegan con plena libertad. Desearía ubicar el corazón de los sinuosos dédalos recorridos hasta aquí en la exploración de los intersticios, signos y llamadas que un pensamiento nos lanza desde un tiempo simultáneamente historizable, inmemorial y creativo. Quizás, dicho a secas y mojadas, el que mejor le cabe a una producción siempre por pensarse. Fuente: Algunas condiciones básicas para interpelar la problemática del pensamiento –Coda lunga–. En Elogio del pensamiento. EPBCN, Barcelona, 2015. La Cebra, Adrogué, 2015. Trabajo de selección a cargo de Gabriela Cardaci

  • Un poema de Adrienne Rich (1976)

    I Mientras en esta ciudad las pantallas parpadean con pornografía, vampiros de ciencia ficción, y asalariados doblándose bajo el látigo, también hay que caminar… nada más caminar entre la basura mojada, con las crueldades de nuestros barrios en primer plano. Tenemos que entender que nuestras vidas son inseparables de esos sueños rancios, del borboteo del metal, de esas desgracias, y de la begonia roja que destella peligrosamente en la cornisa de un edificio de seis pisos o de las chicas de piernas largas que juegan a la pelota en el patio de la escuela. Nadie nos imaginó. Queremos vivir como árboles, sicomoros llameantes en el aire sulfúrico, moteados de cicatrices, pero floreciendo con exuberancia, con nuestra pasión animal enraizada en la ciudad. I Whenever in this city, screens flicker with pornography, with science-fiction vampires, victimized hirelings bending to the lash, we also have to walk . . . if simply as we walk through the rainsoaked garbage, the tabloid cruelties of our own neighborhoods. We need to grasp our lives inseparable from those rancid dreams, that blurt of metal, those disgraces, and the red begonia perilously flashing from a tenement sill six stories high, or the long-legged young girls playing ball in the junior highschool playground. No one has imagined us. We want to live like trees, sycamores blazing through the sulfuric air, dappled with scars, still exuberantly budding, our animal passion rooted in the city. Fuente: Twenty One Love Poems, Elfie's Press, 1976. Adrienne Rich. En La ley de los volcanes. Elefante poesía Buenos Aires, 2021. Traducción de Sandra Toro

  • Polvo / Lafcadio Hearn (1897)

    He llegado deambulando hasta los límites del pueblo, hasta que las calles que seguía se convirtieron en un camino rústico de campo que se aleja curvándose entre los campos de arroz hacia la aldea al pie de las montañas. Entre el pueblo y los arrozales, una indefinida extensión de tierra desocupada sirve como lugar de juego favorito para los niños. Hay árboles, espacios con pasto para rodar, muchas mariposas y gran cantidad de piedras pequeñas. Me detengo para mirar a los chicos. Algunos se entretienen con arcilla mojada junto al camino, construyen modelos diminutos de montañas, ríos y arrozales, pequeñas aldeas de barro, también chozas de campesinos, pequeños templos de barro, jardines con estanques y puentes arqueados, linternas de piedra (tōrō) y cementerios en miniatura, con pedazos de piedra rota como monumentos. Juegan a los funerales, enterrando los cuerpos de mariposas y semi (cigarras), y hacen de cuenta que repiten los sutras budistas frente a las tumbas. Mañana no osarán hacerlo, porque mañana es el primer día del festival de los muertos. Durante el festival, está prohibido molestar a los insectos, en especial a las cigarras. Se cree que los caracteres rojos que llevan algunas en la cabeza son los nombres de almas. Niños de todos los países juegan a la muerte. Antes de que aparezca la idea de identidad personal, no es posible tomar en serio a la muerte; y el pensamiento de los chicos en este sentido es más correcto, quizás, que el que se tiene durante la madurez consciente. Por supuesto, si un buen día se les dice a estos pequeños que un amigo de juegos se ha ido para siempre para reencarnar en algún otro lugar, experimentarán una sensación vaga de pérdida, habrá mucho refregarse los ojos con mangas de todos los colores, pero luego olvidarán la pérdida y retomarán el juego. La idea de dejar de existir no puede entrar en la mente de un niño: las mariposas y los pájaros, las flores, el follaje, y el mismo verano dulce solo juegan a morir; parece que se van, pero vuelven cuando se retira la nieve. El verdadero pesar y el miedo a la muerte aparecen recién a partir de una lenta acumulación de experiencias de duda y dolor; y estos niños y niñas pequeños, siendo japoneses y budistas, nunca sentirán la muerte como la sentiríamos nosotros. Encontrarán motivo para temerla por el bien de otras personas, pero no por el propio, porque sabrá que ya han muerto millones de veces y que han olvidado la desgracia de hacerlo, como uno olvida un dolor de muela tras otro. A la luz penetrante de esta creencia, que enseña la fantasmagoría de toda sustancia, ya sea granito o telaraña -tal como esos rayos X recientemente descubiertos hacen visible la sustancia de la carne- este, su mundo presente, con sus grandes montañas, ríos y arrozales, no les parecerán más reales que los paisajes de barro de la infancia. Y quizás no sean mucho más reales. Ante este pensamiento me vuelvo consciente de un repentino golpe suave, un golpe familiar, y me sé invadido por la idea de la sustancia como no realidad. Esta sensación de la vacuidad de las cosas solo aparece cuando la temperatura del aire es tan equivalente a la temperatura de la vida que puedo olvidar que tengo un cuerpo. El frío obliga a la noción dolorosa de la solidez, el frío agudiza la ilusión de la personalidad, el frío estimula el egotismo, el frío nubla el pensamiento y marchita las pequeñas alas de los sueños. Hoy es uno de esos días cálidos y silenciosos en que se pude pensar en las cosas tal como son, cuando océano, montañas y llanura no parecen más reales que el arco de vacío azul sobre ellos. Todo se hace espejismo, mi ser físico, la ruta soleada, la lenta ondulación de los granos en el viento remolón, los techos de paja más allá de la bruma de los arrozales y el azul que se deshace en las montañas desnudas detrás. Tengo la doble sensación de ser yo mismo un fantasma y de estar siendo embrujado, embrujado por el prodigioso espectro luminoso del mundo. Hombres y mujeres trabajan en esos arrozales. Son sombras coloreadas en movimiento, y la tierra debajo -de la que ascendieron y a la que volverán- es también sombra. Solo las fuerzas detrás de la sombra, que hacen y deshacen, son reales y, por consiguiente, invisibles. Igual que la noche devora toda sombra menor, nos tragará por fin la tierra fantasmal a nosotros, y desaparecerá ella después. Pero las pequeñas sombras y del devorador de sombras deben, con toda seguridad, reaparecer; materializarse de algún modo en algún lugar. Este suelo debajo de mí es tan antiguo como la Vía Láctea. Llámenlo como quieran, arcilla, tierra, polvo: sus nombres no son más que símbolos de sensaciones humanas que no tienen nada en común con él. En realidad, no tiene nombre ni puede dársele uno, porque es una masa de energías, tendencias, posibilidades infinitas; porque ha sido creado por el batir de ese Mar de Nacimiento y Muerte sin orillas cuyas oleadas se elevan invisibles desde la Noche para estallar en espuma de estrellas. Vida no le falta: se alimenta de la vida y de ella surge vida visible. Es polvo de karma, esperando entrar en combinaciones novedosas, polvo de un ser anterior en ese estado entre nacimiento y nacimiento que los budistas llaman Chū-U. Está hecho de fuerzas, y de nada más, y esas fuerzas no pertenecen solo a este planeta sino a innumerables planetas que se han desvanecido. ¿Existe algo visible, tangible, mensurable, que no se haya mezclado nunca con la sensibilidad? ¿Átomo que no haya vibrado nunca ante el placer o el dolor? ¿Aire que no haya sido alguna vez llanto o habla? ¿Gota que no haya sido lágrima? Con toda seguridad, este polvo ha sentido. Ha sido todo lo que conocemos y también mucho de lo que no podemos conocer. Ha sido nebulosa y estrella, planeta y luna, tiempos indecibles. (…) Fuente: Hearn, Lafcadio (1897) Polvo. En Juntando espigas en los campos de Buda. Estudios sobre las manos y el alma en el lejano Oriente. Traducción de Mariana Alonso. Estudio preliminar de Miguel Sardegna. Ed. También el caracol. Bs. As. 2021

  • Sesiones en el naufragio (19) Fantasmas / Marcelo Percia

    Al día siguiente de despedir a una proximidad muy querida, me dijo: “Siempre se muere con una pregunta guardada en el corazón”. Pregunté si conocía la suya, respondió que tal vez eso se sabía al final. Recordé que las conversaciones que teníamos simulaban una muerte anticipada, que en cada sesión celebrábamos diálogos entre fantasmas. Entonces, después de un rato dijo “Creo que me voy a morir con esta pregunta en el corazón: ¿Cómo hubiera acontecido mi vida si el sexo no se hubiera instalado como enigma y desvelo en mis días?”. Nos quedamos en silencio. Cuando se iba, agregó en el umbral: “Me quedé pensando… que en cada corazón hay lugar para más de una pregunta”.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

bottom of page