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  • Foto del escritorRevista Adynata

Elogio del pensamiento (fragmento) / Juan Carlos De Brasi

VIII


Llegados al plano indiscernible e indecidible del devenir del lenguaje y el lenguaje del devenir (qué otra cosa son los lapsus, fallidos, olvidos y demás “formaciones inconcientes”) se pueden tender algunas vías, que situaremos rápidamente, en función de redondear la problemática de estos plegamientos que generan sus propias dimensiones al desplegarlas.


Sintéticamente:


Primero. La preteridad de los conceptos nos descubre que ellos no están sujetos a una sucesión progresiva, acotados a una época –en la cual tienen su emergencia–, presos de ciertas influencias o definidos por determinadas condiciones. No entrañan soluciones a problemas asentados como tales por una ciencia o saber específico. Tampoco se superan o restan atrapados de un progreso que los tornaría obsoletos. Sólo responden inventivamente a las leyes de su construcción y a las temporalidades que desencadenan.


Los conceptos siempre nos preceden, arriban antes, aunque este “antes” no sea localizable de manera cronológica o mítica. Y al igual que ellos no se resuelve en ningún lado ni en ningún tiempo medible. No participan del feudo de un autor que autorizaría su uso o desecho. Por el contrario es un autor el que sería autorizado a obrarlos en tal o cuál dirección, rumbo que siempre es el de un pensamiento en el cual toman su posición y sentido.


Los conceptos son criaturas delicadas, refulgen o lanzan algún destello cuando se los considera pacientemente. Es decir, cuando son interrogados en una lectura que los impulsa hacia nuevas preguntas. Se cierran o se abren según el régimen de lectura con que se los aborde, o sea: acorde con la labor realizada. Desde este punto de vista podríamos decir que si tienen un “ser”, sería un ser trabajándose, una forma gerundiada vuelta interminablemente sobre sí misma.


Un alto pertinente ya que mencioné en repetidas ocasiones la noción de “ser”. Es sabido que Heidegger buceó como nadie en la misma, sea a través de los presocráticos, de Aristóteles o de la misma historia de la metafísica. A menudo la hizo montado en la “ciencia etimológica”, como él la denominó.


Obviamente ésta es indicial, un derrotero para una construcción conceptual, pues a través de sus estipulaciones no se prueba nada. Los decursos etimológicos son abstracciones útiles en ese campo de la lingüística, pero no responden a las del lenguaje y sus usos que siguen rumbos más variados e insospechados.


Más allá de ese recurso que Heidegger movilizó a su gusto y a disgusto de otros, la señal que siempre recibió es que el “ser” era establecido como “presencia”, como lo “estante”, “presente”, “inmóvil”, etc. Es decir, operó sustancialmente como tapón de la diferencia ontológica entre ser y ente. Esa exploración y sus hallazgos son inobjetables, a la vez que el pensador alemán los objetó de diversas maneras (escribirlo bajo tachadura, tratar de escribir una teología sin el verbo ser, etc. En el ensayo sobre Derrida, que sigue a continuación de éste, amplío algunos aspectos del tópico).


Sin embargo, un agregado puede ayudar a esclarecer ciertos aspectos desconocidos o sencillamente marginados. Sólo uno los había puesto de relieve. El joven Marx –en coincidencia con investigaciones actuales–, había ligado en su momento la idea del ser griego con un “régimen específico de propiedad”. Hoy para captar mejor el concepto griego de ousia (que no traduciré para asimilarla tal cual a nuestra lengua) sabemos que esa palabra significó en primer lugar “propiedad rural” y que de ahí deriva el sentido conceptual del “ser como presencia” (Anwesen).


Esta derivación muestra, para mí, cómo un concepto ofrece algo de sí cuando uno se deja trabajar –como lo hace la mano del orfebre por un diamante– por él, y no lo origina, causa o corta a voluntad. Sólo un diamante cliva a otro. Sólo un concepto trabaja a otro, desde el punto en que copertenecen al mismo horizonte productivo. Esto nos lleva al tramo siguiente.


Segundo. Que hayamos hablado en el sentido indicado de una “preteridad de los conceptos” señala que ellos circulan y modalizan su curso en una tradición de pensamiento. Olvidemos la tradición como iconografía popular. Ella a menudo se la hunde ilegítimamente en el pasado, pero “en términos más exactos –como dice Hegel– en lo que cae dentro de la historia del pensamiento, no es más que uno de los aspectos de la cosa. Por eso en lo que somos nosotros, lo común e imperecedero, se halla indisolublemente unido a los que somos históricamente”.


Entonces, más que una inmersión plena en el pasado, la tradición avanza, adviene, desde el porvenir en los asuntos del saber y del pensamiento. Así, “cada generación crea en el campo de la ciencia y de la producción… una herencia acumulada por los esfuerzos de todo el mundo anterior”.


En la medida que es trabajado por un colectivo innominado el mundo del pensamiento es una herencia que nunca se cobra de manera definitiva. En realidad es un sistema complejo de distribución de los seres y los conceptos en ámbitos inéditos de recepción. O sea: una tradición pensamental es tal en cuanto uno se la apropia, la elabora y le introduce un futuro. De modo que la crítica y la destrucción de sus partes esclerosadas es un requisito metódico del agenciamiento de dicha tradición. Nos precede, pero existe sólo cuando la tomamos por las astas para reconocer, en ese forcejeo, su vigencia como un tiempo singular de nosotros mismos. Y que el tiempo sea “singular”, quiere decir aquí que se entiende como devenir.


Tercero, para simular un falso final. Afirma Heidegger en Identidad y diferencia que Hegel dio un paso atrás hacia “lo pensado”, mientras él lo ejercerá hacia “lo impensado” de lo ya pensado, es decir, hacia la diferencia abisal entre ser y ente.


Por mi parte traté de avanzar, retrocediendo lo necesario, en este campo, oscilando, pendulando entre –según el logos de la lógica mencionada–, lo pensado y lo impensado, en los textos y fuera de ellos, donde esas distribuciones ocurren. Pero, simultáneamente, no permaneciendo en ninguno de esos regímenes, sino en el “pensamiento a secas” y sus plegados, que lo repliegan y despliegan con plena libertad.


Desearía ubicar el corazón de los sinuosos dédalos recorridos hasta aquí en la exploración de los intersticios, signos y llamadas que un pensamiento nos lanza desde un tiempo simultáneamente historizable, inmemorial y creativo.

Quizás, dicho a secas y mojadas, el que mejor le cabe a una producción siempre por pensarse.


Fuente: Algunas condiciones básicas para interpelar la problemática del pensamiento –Coda lunga–. En Elogio del pensamiento. EPBCN, Barcelona, 2015. La Cebra, Adrogué, 2015.

Trabajo de selección a cargo de Gabriela Cardaci


Gabriel Messil Sin título 1980 oleo sobre tela 152 x 152 cm


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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