Al día siguiente de despedir a una proximidad muy querida, me dijo: “Siempre se muere con una pregunta guardada en el corazón”.
Pregunté si conocía la suya, respondió que tal vez eso se sabía al final.
Recordé que las conversaciones que teníamos simulaban una muerte anticipada, que en cada sesión celebrábamos diálogos entre fantasmas.
Entonces, después de un rato dijo “Creo que me voy a morir con esta pregunta en el corazón: ¿Cómo hubiera acontecido mi vida si el sexo no se hubiera instalado como enigma y desvelo en mis días?”.
Nos quedamos en silencio.
Cuando se iba, agregó en el umbral: “Me quedé pensando… que en cada corazón hay lugar para más de una pregunta”.
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