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  • Foto del escritorRevista Adynata

Caligrafía Nómade V / Patricia Mercado

La osamenta de un intelectual como Juan Carlos De Brasi escapa a la cifra.

No puede rastrearse en las reseñas de google: su doctorado en filosofía, la práctica del psicoanálisis, los libros y artículos, el cargo en la administración pública, las cátedras que lo tuvieron de profesor, los institutos que creó o de los que fue supervisor institucional.

Sería tan absurdo como suponer que el misterio del mar puede comprenderse midiendo su salinidad.


Para buscar en esa singular potencia tendremos que acercarnos a la pasión con que husmeó libros en varios idiomas, al cine, a la música, al deporte, a la poesía.

Al misterio de la sexualidad y de la amistad.

Cuando miro a Juan veo una escritura. Un modo de errancia la hendidura de esa grafía arando de cabo a rabo los días.

Una vida que se escribió a mano con viejos utensilios: birome, papel, libros.

Escribió en cuadernos, en los márgenes de lo que leía, en las servilletas de los bares.


Desconfiaba de los claustros académicos. De sus jerarquías y sus dogmas, de sus clubes prestigiosos y sus pactos de silencio. Cultivó una feroz disidencia con lo hegemónico de la época tomando nutrientes de las tradiciones y las vanguardias. Anhelaba pensar.


Impregnado en viejas tradiciones de Buenos Aires reconocía cotidianamente en el bar un vórtice fecundo para ese anhelo. Porque pensar no fue, para las convicciones que Juan supo cultivar, un acto de repliegue en percepciones e ideas vividas como voz de mando, como opinión propia, como feudo de un sentir soberano, como capricho infantil.


El bar fue un lugar de la calle al abrigo de las intemperies de la historia. Un lugar donde encontrarse alrededor de una mesa a celebrar la palabra con amigos y amigos de amigos. Pensar juntos, pensar en el roce de experiencias de lectura y de acción política que se hilvanaban en provisorios argumentos, como si se tratara de fabricar caleidoscopios con los que soñar porvenires.


En compañía de su maestro Carlos Astrada cultivó la osadía de practicar la lectura y la conversación como puertas de una revolución soñada. Habitó el verbo estudiar toda su vida, lejos de las mezquindades de la lógica profesional. Porque creía en la palabra con el vigor de los que escuchan las pulsaciones vivas del lenguaje.

Quizás por eso se enamoró del Psicoanálisis, ese árbol inusitado nacido con el siglo XX.


Escribió dando batallas: como la de la Noche de los Bastones Largos en julio de 1966 que lo encontró en el hall de la Facultad de Filosofía y Letras, en el viejo edificio de la calle Independencia, tirando bancos contra los caballos de la policía montada que garroteaba a estudiantes y profesores. Que dejaba claro, aquella nefasta noche, que pensamiento es lucha.


Porque creía que escribir se escribe de cuerpo entero.

Porque hay pasiones tan hondas del pensar que se escribe enhebrando una respiración, un aliento ígneo de temporalidad en curso.

Travesía ese aire del pensamiento que sabe inflamar la mano.

Escribir escuchando dolores macerados a fuerza de humillación en las calles, en las casas, en las aulas, en las fábricas, en los trenes, en los hospitales.


No, no era un ratón de biblioteca. Aunque las bibliotecas fueron íntimas a su amor.


Cuando digo escritura, la de Juan, quiero decir la ardiente paciencia de una grafía en lo acallado, en lo oprimido de una época.

Pensamientos puestos en diálogo en San Pablo, en Italia, en México, en Barcelona. Alguna vez dijo que el único exilio que no había habitado era el de la lengua.


¿Cómo escuchar el corazón de esta letra? que sigue aquí a orillas de deseos inesperados que la abracen, una vez, otra, para seguir soñando.


Inter omnes imperfectiones maximum est non esse.

La mayor de todas las imperfecciones es la no existencia decía Baruch Spinoza.


Abrasados al anhelo de pensamiento que esta escritura sabe donarnos, le ahorramos el disgusto de llamarlo maestro, y decimos:

A tu salud! querido compañero.


Cy Twombly Arcadia 1958 Tinta al óleo para pared, crayón de cera, lápiz de color y lápiz sobre lienzo 182 × 200 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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