En movimiento, 10 de marzo de 2023
Atravesé el deseo nómade como a las formas del amor
y me quedaron palabras dibujadas en la piel
cuerpo mapa
flor de loto en un estanque
ahora mandala
miles de ríos trabajando la montaña
párpados y ráfagas
dioses enloquecidos con besos de ceniza
destrucción fértil
y el abrigo del agua
páginas enredadas en la lengua con versos duros
de un libro hecho de tierra
de bordes difusos como el bosque
Tuve que matar varias veces los propios pasos para poder traicionar al rostro
del amor como ausencia
de recuperación de lo robado
de la entrega y de la cruz
Sucede que también puede decírsele amor a una trampa. A una captura. A la jaula que los personajes míticos hacen con sus propios huesos. A la relación cerrada y blanca que los define y los empuja con hambre a morderse un poco más. A roer hasta encontrarse en las pupilas ajenas con la sonrisa forzada de obedecer lo que nos parasita. Una caricatura del amor que el deseo nómade desnuda entre susurros (aunque el murmullo incipiente está anunciado) con la sutileza y la elegancia propias de quien esquiva el juicio. Ondulación y contundencia del agua. Precisión y velocidad del fuego. Todos los opuestos caen.
Hay un pliegue Adriana Zambrini - Nick Cave en el que siempre el decir está implicado. Hasta las manos. Sin el asco inducido hacia la diferencia. Sin nostalgia ni impostura de lo normal. Qué difícil y qué necesario poder escuchar sin miedo. Sin tener que defender nada. Mirar a los ojos a la tristeza, al dolor, a lo terrible o a lo patético y ver también ahí, justamente ahí, al amor enredado y torpe, coagulado, cansado de dar vueltas sobre sí mismo.
Sabiduría nómade: construir un refugio ligero para un hacer náufrago. Ser a la vez mapa, refugio y desierto. Moverse hasta que nos encuentre un lugar. Saber que el lugar siempre es un adentro, un interior impropio al que se llega desarmado. Y que en lo más adentro del adentro, siempre está el afuera. Se escucha con cada partícula sensible y en tierra de nadie, se dice en complicidad y en un lenguaje inventado para no avivar al poder.
¿Puede un libro clínico apostar al amor?
¿Puede no hacerlo?
Un miedo aterrador a vivir, al dolor de romperse viviendo, a que lo desconocido nos toque, es parte de hacer del amor una plegaria. Y dios siempre está escuchando. Entonces cae seductoramente del cielo un molde piadoso que nos invita a pasar de a dos y sólo de a dos para salvarnos. Primer sello. Luego nos imprime un rostro ciego en ambas caras: ya no sé dónde estás / ya no sé dónde estoy. Segundo sello, ya de rodillas. Luego nos abre bien grande la boca y nos ata con espinas la lengua. Tercer sello: silencio eternizado en el ser dicho constante.
El pensamiento afilado y preciso que corta el teatro como quien tajea un lienzo está hecho de una mirada capaz de ver que cada pliegue necesario en ese movimiento es una soldadura en el amar. Que al final un acto clínico es soltar un amarre. Como Marisa [1], cuando nos dijo, sin romantizar y como si fuese obvio, que la tarea es transformar la basura en belleza. El deseo nómade abre caminos borrando constelaciones con el codo para mostrarnos que fugarse es un juego. Un juego posible con la muerte. Un juego donde somos finitos. Un juego donde amar es riesgo. Un juego indocumentado, flojito de papeles, desviado y mutante.
Una mirada de origami invertido que en despliegue va de lo patético a lo digno. De la memoria y el presagio a la erupción de lo sensible. Dicen Deleuze y Guattari: “El devenir sensible es el acto a través del cual algo o alguien se convierte en otro (sin dejar de ser lo que es)...” [2]
Entonces:
Meterse en el barro y desarmarse hasta poder escuchar más acá de la escritura de la propia historia
Mirar sin creer en nada hasta encontrar la ternura que separa al otro aquí del otro ahí
Interrumpir la novela, desordenar el drama, desenmascarar al conflicto
Acercarse hasta el límite del encuentro y fugarse en la sensación
Fabular
Aprender a querer los finales. Ver lo vivo en los afectos tristes. Recordar que no hay nada malo en amar las cosas que ni siquiera pueden quedarse. [3]
Atravesé el deseo nómade haciéndole cruces en los ojos a mis voces del pasado
y me quedó su perfume
sonidos rotos de un paisaje que se hizo primero horizonte
después caída
después mar
Dejo una parte de mí
Me llevo una parte de vos
Y nos vamos otra vez lejos
Allá, en la distancia
el encuentro se celebra
en el amanecer de nuevos mundos.
* “El deseo nómade”, escrito por Adriana Zambrini, es uno de los pocos libros que se arriesgan a pensar una posible clínica del acontecimiento. Una relectura del esquizoanálisis en clave local que excede, desborda y esquiva toda trampa en el “hacer escuela” y en la que Deleuze y Guattari dialogan siempre desde las fronteras. Luego de 23 años de circular por el under, la editorial Vagantes Fabulae publica el libro en una edición revisada y urgente. Corran y lean.
[1] Marisa Wagner, poeta, muerta por el manicomio.
[2] Deleuze, G. y Guattari, F. (2002). ¿Qué es la filosofía?. Editora Nacional, Madrid, pág.194.
[3] Nick Cave & The Bad Seeds. Ghosteen [Canción]. En Ghosteen. 2019: “Well there's nothing wrong with loving things / that cannot even stand”.
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