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  • Foto del escritorRevista Adynata

Consternación, malditismo, delirio / Marcelo Percia


Presento "Amor crueldad locura (monólogos y diálogos)" de Vicente Zito Lema (2022) con tres palabras: consternación, malditismo, delirio.



Consternación


La consternación se presenta como súbita confusión ante lo irremediable. Momento de estupor que no puede creer lo acontecido. Indecisión que interroga: ¿Qué se hace ante lo aciago, lo funesto, lo que lastima? ¿Se lo acepta como derrota de la vida? ¿Se lo niega suprimiéndolo como si no hubiera pasado? ¿Se lo sobrelleva como aflicción sin consuelo? ¿Se procura hacer algo para que no vuelva a ocurrir?


VZL escribe contra el olvido, sin olvidar que el olvido hace la vida soportable. Practica la rememoración como una común memoria de lo vivido. No se trata del recordar como evocación personal. Lo acontecido no cabe en la sola memoria de un cuerpo. Una rememoración en común: en eso consisten las fiestas escénicas y las recitaciones de VZL.


En las ceremonias que oficia no se reúnen públicos, sino afectividades conmovidas que concurren a una cita con las dolencias encalladas en los días. En sus juntadas rememorativas, soledades dolidas se acoplan en la voz triste y prolongada de un aullido. Un aullido que llama e invoca el secreto de la vida.

Un solo verso alcanza para mostrar la consternación, el abrazo, la furia, en su obra. En Monólogos del gran amor (Mater), dedicado a las Madres de Plaza de Mayo, se lee “una mujer tan sola que parecía una muchedumbre”.



Malditismo


Desde que John William Cooke (1967) en La revolución y el peronismo, escribe: “el peronismo es el hecho maldito de la política del país burgués”, el malditismo se vuelve el género de las disidencias argentinas.


VZL encarna la palabra que maldice al poder y la palabra maldecida por el poder.


El malditismo francés del siglo diecinueve expresa una bohemia desencantada con la cultura burguesa. Al malditismo europeo fundador se le conoce una sola mujer (Marceline Desbordes-Valmore) y un único disparo (el tiro enamorado de Verlaine que por suerte no mata a Rimbaud).


Nuestro malditismo, que pronto cumplirá doscientos años, también irrumpe en el siglo diecinueve, pero con otras sangres, otras humillaciones, otras crudezas.


Nuestro malditismo se narra en El matadero de Esteban Echeverría (1840). Un elegante joven unitario que, extraviado, entra en el matadero, se encuentra con la chusma que lo carnea como a un animal. Una escena de tortura en la que la víctima, antes de sufrir más ofensa y vejación, revienta de rabia e impotencia dejando un río de sangre.


Nuestro malditismo se narra en Operación Masacre, la novela en la que Rodolfo Walsh (1957) reconstruye los fusilamientos de José León Suarez.


Nuestro malditismo se narra en una pintura de Carlos Alonso (1976) en la que se ve una res vacuna colgada de un riel con la pezuña calzada con un zapato con taco alto.


Nuestro malditismo se narra en El niño proletario de Osvaldo Lamborghini (1973). Ese relato en el que tres chicos burgueses insultan, someten, suplician, a un hijo de la clase obrera.


Pero nuestro malditismo presenta casi todas las formas en la obra de VZL. Las fusilaciones como justicia maldita, Fijman como poesía maldita, Evita como mujer maldita, Pichon-Rivière como psicoanálisis maldito, las militancias desaparecidas como vidas malditas, los soldados de Malvinas como carnes malditas, Darío Santillán como piquete maldito, todas las sensibilidades apartadas en los manicomios como demasías malditas. Incluso la maldita policía como amenaza, muerte, vejación cotidiana.


El malditismo en VZL expresa, creo, como ninguna otra de nuestras literaturas políticas, una lucha entre la bendición y la blasfemia, entre la dulzura y la crueldad de la lengua. VZL explora como nadie las retóricas de la injuria y el odio.


Estas líneas de Monólogos de un gran amor (Máter) pueden leerse como maldición contra toda cuchilla asesina.


“¡Que caiga sobre vos el estigma de la palabra! / Conviértete en la tierra más seca / en la ceniza más sucia y solitaria / Cierro mi útero con sangre / destrozo mi útero con piedras / y yo mujer / yo madre / te ahogo dentro de mí / ¡que se pudra tu semilla!”.


A su vez, Monólogos de la lengua sucia (servidumbres) pueden leerse como voces del ensañamiento y del martirio de la insoportable debilidad.


Basta un verso con solo tres palabras para entrever cómo la ternura de Vicente refunda la lengua sucia: “¡Callate, estiragarchas grasienta!”.


Ahora, recortemos un fragmento para advertir hasta qué punto el autor siente el malditismo de la lengua poética. Un peligro que las policías detectan siempre.


“¡Te voy a cortar la lengua!

¡Te voy a cortar bien cortada esa vaginosa lengua y después te la vas a tragar porque, si no, te mato…! ¡Yo no jodo! ¡Yo no hablo al pedo!

¡Te la vas a morfar pedacito a pedacito, bien masticada! ¡Como si fuera en escabeche!

(El hombre corta le lengua al cuerpo del niño)”.


A diferencia de Echeverría, Walsh, Alonso, Lamborghini, VZL termina Monólogos de la lengua sucia con un recurso brechtiano. Tras una breve oscuridad y mientras todavía se escucha la música de un violonchelo, aparece un cartel que dice: “No se trata de tener compasión por el que sufre. Se trata de destruir la sociedad que lo hace sufrir”.


Admito que hace unos años hubiera objetado el final pedagógico o la moraleja moral de esa pancarta. Conviene todavía pensar en el asunto. Pero adelanto el motivo de esta vacilación. Vivimos tiempos necesitados de posiciones explícitas e inequívocas. Aunque no sepamos ni podamos imaginar un mundo sin sufrimiento, urge proclamar el inmediato final de este.


El malditismo se ha vuelto, como se dijo, lengua de las disidencias.


Así ocurre en la literatura maldita de mujeres, lesbianas y otras discrepancias, en los últimos veinte años. Nombro un solo título para ayudar a vislumbrar la potencia de estas blasfemias: Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara (2017). La historia de la niña de catorce años que engendra a los hijos del gaucho trabajador reclutado por la fuerza. La novela que profana el gran poema del patriarcado nacional: el Martín Fierro.


VZL no permaneció todos estos años, como el personaje de Kafka, esperando ante la puerta cerrada de la ley custodiada por un corpulento guardián: maldijo, profanó, encendió las antorchas del infierno. Cada vez que veo a Vicente en un escenario, lo imagino actuando y vociferando en los tribunales de la envejecida razón burguesa. Lo veo dando testimonio de su creencia loca en la justicia como última belleza. Escribe: “La Antropología teatral poética se sostiene en la loca creencia de que el bien siempre será bello, aunque la belleza more hoy en los desiertos espinosos de la pobreza y el bien apenas pueda ser escuchado desde el silencio que impone la lengua del mal”.


Resta mencionar la malicia jocosa y juguetona que Vicente practica en la intimidad con algunas de sus cercanías. Supe por uno de sus amigos que afrenta y menoscaba el delicioso humus que aquel le prepara con dedicado y sincero amor.



Delirio


El vocablo delirio comienza a usarse en la agricultura para aludir a lo que se sale de surco cuando se labra la tierra. Salidas de surco, tal vez, por la estrechez del recorrido, la irregularidad del terreno, la distracción. Así se llaman, luego, desvaríos que se salen de lo esperado o admitido. Escribe Nicolás Rosa a propósito de la obra de VZL: “El género de la tragedia es la paranoia; su efectuación de estilo, el delirio”.


Menciono para contrastarlas dos de las grandes obras sobre la tragedia de Malvinas. Una, Los pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea de Rodolfo Fogwill (1982), otra Gurka. Un frío como el agua seco de VZL.


Fogwil escribe su novela en menos de una semana durante junio de 1982, días antes de la rendición argentina. Veinticinco desertores del ejército se esconden en un túnel de las islas para sobrevivir. Pelean, cuentan historias, hacen chistes para defenderse del miedo. Un día, mientras fuman escuchando las explosiones, el Santiagueño dice “¡Con qué ganas me comería un pichiciego!”.


VZL conoce a Miguel, que estuvo en Malvinas reclutado como soldado, en uno de sus talleres de poesía en el Borda. Tras escucharlo y pensar juntos, escribe algo que roza su historia. Se lee: “…los gurkas juraron matarme. Esperan el momento, me vigilan. De noche se esconden en los sótanos del hospital. De día se disfrazan de cualquier cosa, hasta de médicos, o enfermeros…Yo los distingo, tienen olor a muertos en vida, a trapos con gallos. ¡Yo no les tengo miedo! ¡Estoy en alerta roja! ¡Los estoy esperando! ¿Vieron ese enfermero? ¿Vieron que primero escupió y después dibujó con el pie una cruz? ¿Vieron el olor que tenía? ¿Vieron mi reloj pulsera? Ahí tengo un radar para detectar a mis enemigos…”.


VZL titula su obra Gurka, con el nombre los soldados nepaleses que forman parte del ejército inglés desde hace más de doscientos años al servicio de la Corona Británica.


El paralelismo entre ambas obras ayuda a distinguir entre la elegancia, la inteligencia, la ironía, de una narrativa lograda y la ternura desgarrada de una ficción que delira. VZL practica una poética territorial en dialogo con el dolor. Una escritura que, como le hubiera gustado decir a su abuelo anarquista, tiene los pies en la tierra y la cabeza en las nubes.


Hay un delirio del que huye la soledad como si se tratara de un edificio en llamas. Y hay un común delirar que se llama amor, poesía, teatro, enseñanza, justicia, acción política. A ese común delirar se da la generosa obra de VZL.


Y aquí está Vicente: lleva -como Van Gogh- un hermoso sombrero de paja lleno de velas para ver en la oscuridad.





Fuente: Texto leído en la presentación del libro Amor crueldad locura (monólogos y diálogos) de Vicente Zito Lema. Sábado 28 de mayo, 2022.



Frieda Medín - "Rumbos III (Paths III)” - fotografía blanco y negro con intervención - 49.5 × 39.4 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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