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Foto del escritorRevista Adynata

Jugar/ Cynthia Eva Szewach

“Los niños siempre quieren vivir en lugares inconcebibles”

Marina Tsvietáieva


Enmascarado, amortiguado, encapuchado, son palabras que suelen usarse para nombrar cómo está el riesgo durante el jugar infantil.

Ese riesgo, debe quedar “por fuera” del momento del juego. En caso de ingresar en la escena lúdica, puede interrumpirla.

En la experiencia de cierta libertad que ofrece el juego, la infancia queda protegida de una exigencia[1]. Es una exigencia del Otro, que muchas veces contiene un soborno inconsciente, entonces esa exigencia puede acechar pero disimulada.

Épocas en las que los espacios lúdicos se transforman, se metamorfosean. Surgen inventos, algún oxímoron se hace posible en el jugar, lejanías cercanas para poder seguir.

Se alumbran rincones desconocidos y zonas inusitadas para esconderse, pero el espacio también sufre de agotamiento.

Muerte, sexo, dolor, son palabras que suelen usarse para nombrar aquello que debe quedar exterior al jugar.[2]

Aun así, hay piedra que golpea, papel que sentencia, tijera que lastima.

Cuando hay situaciones peligrosas, partículas hirientes[3] pueden aguijonear la barrera protectora de la pantalla del sueño o de la fantasía. En su revés, esos mismos acontecimientos suelen impulsar el soñar, que imagina distantes o transformadas a las adversidades.

Cuando es la pesadilla lo que irrumpe por las noches, es que alguna presencia excesiva, traumatizante, no deja habitar el reposo.

El esfuerzo, con los niños, es que siga el juego como guardián de la sorpresa.

¿Qué huellas tendrán con lo que ocurre en la infancia?, ¿Qué impronta quedará? Pero, ¿cómo saberlo?

¿Acaso no dependerá del relato, de los actos de cuidado, del sostén que se les ofrezca? ¿Acaso no dependerá de la forma de transmitir el mundo en que se vive, y donar cierta ilusión, necesaria en la infancia para suponer un porvenir? No sin restos que retornan, no sin contingencias de actualidad que requieren nuevas formas de ser pensadas también en lo común.

Al igual que el soñar infantil, el jugar puede ampararse si hay un NO a ciertos peligros, un No que no es el de la negación, pero incluye su existencia, y es opositor al no querer saber nada. Un No como cuidado al contagio, un No a un enchufe, o a las aguas turbulentas, a algunas alturas, a un vidrio roto. Como comunidad, decir No a que en la niñez se pase hambre, decir No a las cosas que puedan arrasar con la destitución de la infancia.

Diferenciemos sin riesgo de sin consecuencias. Si el juego, en tanto tal, torna inofensivo un peligro, el territorio lúdico queda habilitado para asumir algunas consecuencias. Por ejemplo, la experiencia de lo incierto al tirar los dados.

Es factible en algunos juegos disponerse a correr ciertas osadías. El jugar está plagado de paradojas, bordes, contradicciones, pliegues.

Son tiempos donde las infancias se inquietan un poco más con lo que perece. ¿Me puedo morir? ¿Soy yo quien puedo trasladar algo mortal o riesgoso de un lugar a otro?

Hay juegos que suceden durante una guerra, juegos durante una enfermedad grave, juegos durante el confinamiento[4].

El juego es un modo de resistir.

Complejidades. La pequeña niña de la excelente película “El premio” de Paula Markovitch, tenía que vivir en la dictadura de nuestro país, en forma clandestina, escondida con su madre, y portaba, conociendo lo que ocurría, otro nombre y una historia de identidad inventada como forma de protección. En una ocasión la infancia ganó terreno. Para obtener un premio escolar literario de escritura narró en su redacción genuina y deseosa hechos de la vida de militancia de su familia, por lo cual incluso en un campo lúdico, había un riesgo posible de vida.

El niño en el juego se conduce como poeta dice Freud. Emplea grandes magnitudes de afecto. Está ligado a un placer, a la dignidad de la ficción.

El juego en análisis es otro estado del jugar. Es una zona que no sabotea la intimidad, aunque practique su presencia en el terreno de lo público. Su hacer tiene contornos, vestiduras, límites, una función acordada. En un análisis si se escucha un sufrimiento, se buscará para ayudar a tramitarlo, como ficción real, hacerse tomar como objeto de uso, pulsional, de demanda. También será deshecho, olvidable quizá.

Y el niño poeta se conduce como poeta.

Uno de los juegos que ha marcado especialmente la lectura de psicoanálisis está en “Más allá del principio de placer” (1920). En el ¡se fue- acá está! se crea un mundo, se es ese carrete un instante, se venga una ausencia, se anota esa ausencia, se siente placer, se transita el dolor, se inventa una escena nueva, se trata de no romper el hilo, se cuida el hilo. Puede sentirse el aparecer y desaparecer, se vibra lo que desaparece (verschwand) y regresa cerca y también lejos de la vista, mientras la mirada lo relampaguea y certifica que el espacio es finito, que dura un tiempo, que se puede esperar, incluso reír. Se repite la diferencia cada vez que se inventan palabras.

Otro juego, relatado por Freud (1917) es a partir de “Poesía y Verdad” de Goethe. Allí el pequeño arroja juguetes, los tira por la ventana, (herauswefen). Ese arrojar hacia afuera, es aplaudido por un público. La satisfacción y el placer son el cauce hacia anhelados intereses.

El pequeño no quiere que regresen esos objetos, quiere destruirlos, hacerlos añicos, que no reaparezcan ni hacerlos volver. Es otro escenario que el llamado fort-da.

En la historia del niño Goethe ha muerto un hermanito. Es su manera de odiar a quien se llora, o de desembellecer el lugar de aquél que sobrevive y sobrevive tan amado, tan favorito.

Los juguetes se terminan, y los festejantes gritan ¡Más, Más! entonces el pequeño da otro paso, tira la vajilla apreciada de la casa, el júbilo continúa, pero la materialidad y el valor para el adulto es otro. Los padres en ausencia, al retornar no reirán.

Si un adulto le pide a un niño que le sostenga sus pesares, la infancia estará afectada de una responsabilidad extra, de un imperativo a destiempo, y se acelera un soporte que cercena un universo irrecuperable. Una plaga de escombros. La niñez quedará pendiente, colgada en el desván, apelmazada, contracturada, hachada, no experimentada, apurada para irse. Ferenczi en la “Confusión de lenguas…” lo supo percibir.

Pero cuan distintas son las figuras conmovedoras, desgarradoras durante épocas de guerra, o en situaciones de segregación y exclusión donde hay una “clandestinización de la infancia”[5], a veces puesta en suspenso con creaciones artísticas entre niños, o juegos en escondites.

En “Fiestas”, fiestas de los patios, dice Walter Benjamín en el recorrido que relata de su niñez, que ya veía divididas infancias pudientes, de infancias pobres que vendían adentro de los puestos unos muñequitos. Los vendían para criaturas de su misma edad. Benjamín a esa injusticia, la llama “Lo inconcluso”. Cuestiones que persisten.

Me encuentro con un hallazgo: Selma Meerbaum. Una poeta Rumana de dieciséis años, prima de Paul Celan. Ella busca y busca la voz de su madre, que han matado en la guerra, e inventa, susurra, crea una canción; una autocanción de cuna: “me canto me canto y me vuelvo a cantar…me acuno…melodías de noches que no volverán”. Máxima sensibilidad para inocularse amor de madre, en la voz, que atenúa lo irrecuperable del trauma. Lo transforma y amortigua su aturdimiento doliente.

Cuando el juego no basta. Es el caso de Edmund, el niño de “Alemania año cero” la película de Rosellini de 1948. El muchacho atosigado camina entre escombros de su ciudad derrumbada en la posguerra. Con unas piedras del suelo construye un revolver como juguete, imita dispararse como un jugar de guerra, pero la ficción no alcanza, persiste la tragedia y Edmund se suicida arrojándose al vacío.

Aun así, podemos afirmar, sostener, que la creación y el jugar protegen, hacen fuerza y alegran muchas ocasiones difíciles. Acompasan la vida dándole, a lo que Tsvietaieva llama “lugares inconcebibles”, forma de hecho.


[1] Winnicott dice que el juego protege de la exigencia de la madre. Si bien es una referencia posible, creo que pueden ser diversos los lugares de donde esa exigencia proviene, impidiendo la escena lúdica. [2] J. Lacan, en el Seminario XII, “Problemas Cruciales” alude al juego protegido de Sexo, Muerte y Verdad (Real) [3] La palabra más justa sería esquirlas, término que está desplegado en los escritos de Marcelo Percia titulados “Esquirlas del miedo”. [4] Muchos de los textos de Débora Chevnik, en Adynata sobre post guardia aluden a las transformaciones posibles por ejemplo “del grito en súper-poderes” en tiempos donde la enfermedad atraviesa los niñitos en el hospital. [5]Término que tomo de Perla Sneh (2012), Investigación sobre Infancia y aniquilación. (Untreff)




Juguetes, Rafael Barradas (Rafael Pérez Giménez) 1919. Óleo sobre cartón 51 x 36 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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