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  • Foto del escritorRevista Adynata

La conversación infinita (fragmentos) / Maurice Blanchot

± ± Cada vez que entra y cuando toma contacto con el hombre ya viejo, robusto y cortés, que le dice que pase, incorporándose y abriéndole la puerta, tiene el sentimiento de que la conversación ha comenzado desde hace tiempo.


Un poco más tarde, se da cuenta de que esta conversación será la última. De ahí la especie de benevolencia que se desprende de sus palabras. «¿Acaso no hemos sido siempre benévolos?» - «Siempre. Sin embargo, se nos debe pedir que aportemos pruebas de una benevolencia más perfecta, todavía desconocida por nosotros: una benevolencia que no podría estar limitada a nuestras personas.» - «Que tampoco se contentara con abarcar a todos, sino que se mantuviera frente al acontecimiento con el que no convendría ser benévolos.» - «Ese acontecimiento que hoy nos hemos propuesto evocar.»


Como siempre, uno de ellos espera del otro una confirmación que, en verdad, no llega, no porque faltara el acuerdo, sino porque dicho acuerdo ha sido dado de antemano: es la condición de su conversación.


± ± Le dice que pase, él se queda cerca de la puerta, está cansado, y también es un hombre cansado quien le recibe, el común cansancio no los aproxima.


«Como si el cansancio tuviese que proponernos la forma de verdad por excelencia, la que hemos perseguido sin descanso durante toda nuestra vida, pero que necesariamente nos falta el día en que él se ofrece, precisamente porque estamos demasiado cansados.»


± ± Toman asiento, separados por una mesa, y no girados uno hacia otro, sino dejando, alrededor de la mesa que los separa, un intervalo bastante amplio, de manera que otra persona pueda considerarse como su verdadero interlocutor, como aquél para quien estuvieran hablando, si se dirigiesen a él: «Discúlpeme por haberle pedido que viniera a verme. Tenía algo que decirle, pero ahora me siento tan cansado que temo no poder expresarme.» - ¿Se siente usted muy cansado?» - «Sí, cansado.» - «¿Le ha sucedido bruscamente?» - «A decir verdad, no, e incluso si me he permitido llamarle es por este cansancio, porque me parecía que facilitaría la conversación. Estaba muy seguro de ello y ahora todavía casi lo estoy. Sólo que no me había dado cuenta de que todo lo que el cansancio hace posible, el cansancio lo hace difícil.»


La persona con quien tiene tratos se expresa con tanto esfuerzo que no podría, por el momento, llevarle la contraría; además, no tiene ganas de hacerlo.


Le pregunta, quisiera preguntarle: «Si usted no estuviese tan cansado como dice estarlo, ¿qué me diría? - «Sí, ¿qué le diría?» repite de repente, casi con alegría; alegría que él a su vez no puede dejar de fingir que comparte. Luego, a lo que le parecía alegría y que tal vez no fuese más que entusiasmo, le sucede un silencio que él tiene que romper. Él querría disculparse de la presión que ejerce sobre él cuando le interroga a su pesar, pero piensa que la ejercería de todos modos, le interrogue o no, desde el momento en que él está allí. «Sí, repite, ¿qué diríamos?» Su interlocutor inclina la cabeza, como si se amodorrara y se preparase para dormir - es verdad que debido a su poderosa envergadura no da la impresión de estar cansado, sino más bien la de estar dándole al cansancio el tamaño de su potencia. Un poco más tarde y sin levantar la cabeza: «¿Qué decíamos?» pregunta. Esta vez, parece estar despierto del todo.


«Volveré. Creo que ahora usted debería descansar.» - «Sí, necesito descansar, pero antes tendríamos que concertar una cita.» Luego añade: «Usted no está menos cansado que yo, quizá lo esté más.» Y concluye sonriendo: «El cansancio es generoso.» - «Ah sí, lo es; me pregunto cómo saldríamos de ello de otro modo; pero ¿salimos de ello?» - «Cabe preguntárselo y quizá responder que, por lo general salimos de ello bastante bien.» Ambos se ríen. «Sí, salimos bastante bien.» Uno de ellos se levanta, como fortalecido por esa seguridad; se da vuelta casi bruscamente de una manera que provoca una perturbación en la pequeña habitación; se acerca a las estanterías donde -nos percatamos de ello ahora- están colocados muchos libros, según un orden quizás más aparente que riguroso, pero que explica sin duda por qué ni siquiera un familiar podría descubrirlos a primera vista. No toca ningún volumen, se queda allí, vuelto de espaldas, y pronuncia en voz baja, pero distinta: ¿Cómo haremos para desaparecer?»


(…)


«Usted sabe, estoy muy cansado desde hace algún tiempo. No hay que prestarle demasiada atención a lo que puedo decir. El cansancio es quien me hace hablar; a lo sumo, la verdad del cansancio. La verdad del cansancio, una verdad cansada.» Se detiene, mirándole con una sonrisa perspicaz. «Pero el cansancio no debe impedirle tener confianza en aquél con quien comparte esta verdad.» - «Tengo confianza en usted, lo sabe muy bien, es lo único que me queda.» - «Usted quiere decir que el cansancio quizá desgasta también el poder de confiarse.»


Hablar le cansa, es evidente. Sin embargo, si él no estuviese cansado, no (me) hablaría.


«Parece que, por cansado que esté, no deja usted de cumplir con su deber, exactamente como hay que hacerlo. Diríase que no solamente el cansancio no estorba el trabajo, sino que el trabajo exige eso: estar cansado sin medida.» - «Esto no es verdad solamente hablando de mí, ¿lo es también del cansancio o la incansable indiferencia al cansancio?» - «Estar cansado, ser indiferente, sin duda es lo mismo.» - «La indiferencia por tanto sería algo así como el sentido del cansancio.» - «Su verdad.» - «Su verdad cansada.» De nuevo uno y otro se ríen de ello, liberado por un instante el espacio en donde él escucha, en medio del silencio, un poco después, y como si hubiera tenido que callarse para decirlo: «Prométame no alejarse prematuramente.»


(…)


± ± «Si usted no estuviera ahí, creo que no soportaría el cansancio.» - «Y, no obstante, también contribuyo a él.» - «Es verdad, usted me cansa mucho, pero precisamente mucho dentro de los límites humanos. El peligro, sin embargo, no está eliminado: cuando usted está aquí, todavía me mantengo, tengo el deseo de cuidarle, no pierdo del todo la compostura. Esto no durará mucho tiempo. Por tanto, le pido que se retire. Por respeto hacia mi cansancio.» - «Voy, entonces, a retirarme.» - «No, no se vaya todavía.»


¿Por qué da el nombre de cansancio a lo que es su propia vida? Hay aquí cierta impostura, cierta discreción. Asimismo, él ya no puede distinguir entre pensamiento y cansancio, dado que, en el cansancio, experimenta el mismo vacío y tal vez el mismo infinito. Y cuando pensamiento y habla se confunden, idénticos y no idénticos, es como si el cansancio pasara a un cansancio distinto (aunque sea el mismo) y al que irónicamente le da el nombre de descanso.


Pensando cansado.


El cansancio asciende insensiblemente; es insensible; ninguna prueba, ningún síntoma enteramente seguro; a cada instante, el cansancio parece haber alcanzado su punto más elevado - pero, desde luego, es una ilusión, una promesa que no se mantiene. Como si el cansancio le mantuviese con vida. ¿Cuánto tiempo todavía? Eso no tiene fin.


Habiéndose convertido el cansancio en su único medio de vida, con la diferencia de que cuanto más cansado está, menos vive, y, no obstante, viviendo sólo merced al cansancio.


Cuando descansa es porque el cansancio ha tomado posesión de antemano del descanso.


Parece que a cada instante comparezca ante su cansancio: No estás tan cansado como para que eso, el verdadero cansancio, te espere; ahora, sí, empiezas a estar cansado, empiezas a olvidar tu cansancio; ¿es posible que se pueda estar cansado hasta ese extremo, sin crimen? Y nunca oye la palabra liberadora: está bien, eres un hombre cansado, nada más que cansado.


± ± «Me ha venido el pensamiento de que no hay otro motivo de su amistad -tan asidua, tan desinteresada, nunca podría decirlo bastante- que lo que tengo de más particular, que es mi parte privilegiada. Pero ¿puede uno unirse a un hombre cansado y sólo a causa de su cansancio?»


«No pido que se suprima el cansancio. Pido que me devuelvan a una región en la que sea posible estar cansado.»


± ± «La amistad sólo se da a la propia vida.» - «Pero se trata de mi vida que no distingo del cansancio, con la diferencia de que el cansancio sobrepasa constantemente los límites de la vida.» El cansancio, así lo llama, pero el cansancio no le deja los recursos que le permitirían llamarlo así legítimamente.


± ± Cuando él habla de cansancio, es difícil saber de qué habla.


Admitamos que el cansancio haga la palabra menos exacta, el pensamiento menos hablante y la comunicación más difícil, ¿es que, por medio de todos estos signos, la inexactitud propia de ese estado no alcanza una especie de precisión que finalmente proporcionaría también la palabra exacta, proponiendo algo para incomunicar? Pero de inmediato este uso del cansancio parece de nuevo contradecirlo, y lo hace más que falso, sospechoso, algo que igualmente va en la dirección de su verdad.


El cansancio es la más modesta de las desgracias, lo más neutro entre lo neutro, una experiencia que, si se pudiera escoger, nadie escogería por vanidad. Oh, neutro, libérame de mi cansancio, condúceme hacia eso que, aunque me preocupa hasta el extremo de ocupar todo el espacio, no me concierne. - Pero el cansancio es esto, un estado que no es posesivo, que absorbe sin poner en cuestión.


(…)


± ± ¿Crees verdaderamente que puedes acercarte al neutro mediante el cansancio y, mediante lo neutro del cansancio, oír mejor lo que ocurre, cuando hablar no es ver? No lo creo, en efecto; tampoco lo afirmo; estoy demasiado cansado como para eso; sólo alguien, que no conozco, lo dice cerca de mí; le dejo que lo diga, es un murmullo sin importancia.


± ± El neutro, lo neutro, qué extrañamente suena eso para mí.


± ± La situación es ésta: él ha perdido el poder de expresarse de una manera continua como se debe, ya sea que se quiera dar satisfacción a la coherencia de un discurso lógico por el encadenamiento de este tiempo intemporal que es el de una razón que trabaja, que busca la identidad y la unidad, ya sea que se obedezca al movimiento ininterrumpido de la escritura. Esto no le hace feliz. A veces, sin embargo, en compensación, cree haber ganado el poder de expresarse por intermitencias, e incluso el poder de darle la palabra a la intermitencia. Esto tampoco le hace feliz.


No le hace ni feliz ni infeliz, sino que parece arrancarle de toda relación con un sujeto capaz de felicidad, pasible de infelicidad.


Cuando habla, habla como todo el mundo, al menos eso es lo que le parece; cuando escribe, lo hace siguiendo los caminos que él se abrió y sin encontrar más obstáculos que el pasado. Entonces, ¿qué ha ocurrido? Se lo pregunta y de vez en cuando oye la respuesta: algo que no le concierne.


(…)


± ± Vivir con algo que no le concierne.


Es una frase fácil de recibir, pero a la larga le pesa. Él trata de examinarla. «Vivir» - ¿Es la vida la que está puesta en tela de juicio? ¿Y «con»? ¿No introduciría el «con» una articulación que precisamente aquí se excluye? ¿Y «algo»? Ni algo, ni alguien. Por último, «eso no le concierne» todavía le distingue demasiado como si se concediera como algo propio el poder de ser discernido por eso mismo que no le concierne. Después de esto, ¿qué queda de la frase? La misma, inmóvil.


Vivir (con) eso que no concierne.


Hay diversas maneras de responder a esta situación. Unos dicen: hay que vivir como si vivir no nos concerniese. Otros dicen: puesto que eso no concierne, hay que vivir sin cambiar nada a la vida. Pero entonces otros: usted cambia, usted vive el no cambio igual que la huella y la marca de eso que, al no concernirle, no podría cambiarle.


± ± Es una frase con un giro un poco enigmático. Él la considera poco coherente, poco segura y con una insistencia que detesta. Ella no pide ni aquiescencia ni refutación. En verdad, ahí está su moda de persistencia, no afirmando ni retirando nada, a pesar del giro negativo que le pone en aprietos consigo mismo. Toda la vida ha cambiado, la vida no obstante intacta.


Acaba de comprender que la frase - ¿de qué frase se trata? - está ahí sólo para provocar la intermitencia o para hacerse significar por ésta o para darle algún contenido, de manera que la frase - ¿es una frase? -, fuera de su sentido propio, pues debe tener uno, tendría como otro sentido esta interrupción intermitente a la cual ella le invita.


Interrupción: un dolor, un cansancio.


Hablándole a alguien, a veces siente afirmarse la fuerza fría de la interrupción. Y, cosa rara, el diálogo no se detiene, sino que, por el contrario, se vuelve más resuelto, más decisivo, aunque tan arriesgado que entre ellos dos desaparece para siempre la pertenencia al espacio común.


Fuente: “La conversación infinita”. Arena Libros. Trad. de Isidro Herrera. Madrid. 2008.



Zadok Ben-David Gente que vi pero nunca me crucé (People I Saw But Never Met ) 2017 3000 miniaturas grabadas químicamente

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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