"Sólo tiene un desierto y tribus que lo habitan, un cuerpo lleno y multiplicidades que se aferran a él.”
Felix Guattari – Gilles Deleuze
Allá por los 90 [1], leí un texto de Piera Aulagnier que trabajaba el concepto de zonas siniestradas. Recuerdo que aquello me permitió entender algunas demasías que estallaron cuando adolescente. Recuerdo también que traduje esas ideas para usarlas en el trabajo con jóvenes desde la función de psicóloga en el Departamento de Orientación Escolar (DOE). Ideas que siguen siendo de gran compañía.
Encuentro un chiste entre las páginas amarillas del libro de Piera Castoriadis-Aulagnier “La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado”. Supongo que Quino ha dibujado esa escena de un médico, estetoscopio en mano, revisando a un paciente. Se lee:
- ¿Es una enfermedad terminal?
- No dramatice, hombre. Es un simple enfriamiento.
- Sí, pero me lo pesqué bajando de un micro en Retiro.
Cuando una vida vive situaciones que duelen demasiado y que no se sabe qué hacer con ellas – les decía a lxs pibis- algo de lo vivido hace que se transformen en ladrillos triangulares y pinchudos sobre los que se construye, con dificultad y como se puede. Cuando algo del presente vivido toca algo aquellos ladrillos triangulares, lo construido sobre eso, muchas veces, tambalea y, otras tantas, se desmorona. Elaborar, repasar y repensar aquellos ladrillos pinchudos - les decía- permite construir vida de otras maneras.
En “Como una zona siniestrada” [2] Piera Aulagnier se refiere a zonas en las que varios factores complejos operan como responsables de estos “siniestros”, dice, se trata de “zonas siniestradas en las cuales se prohíbe el acercamiento rodeándolas de sólidas barreras y de carteles de señalización”.
Al referirse a las reflexiones sobre un relato clínico escribe que “pedazos de su ruta guardaron huellas que hicieron de éstos “zonas siniestradas” encima de las cuales ya no se puede construir”.
Dice también que “a pesar de todo, pudo limitar los estragos gracias a sus amistades, sus éxitos escolares, su apego a un profesor que tuvo un rol muy importante en su vida. Así pudo retomar, a los tropezones, su recorrido identificatorio y aferrándose a sus soportes externos para balizar los aspectos no peligrosos de su espacio identificatorio, para señalizar las vías que deben ser evitadas y aquellas que pueden reconocerse sin mayores riesgos.”
Seguramente, la idea de ladrillos pinchudos me vino porque esta metáfora está en lo que ella escribe: “Pienso que una relación analítica, puede en ciertos casos, despejar el terreno para que allí se pueda reconstruir y a veces construir esa parte del edificio identificatorio que se había instalado o que debía haberse instalado.”
Hoy se me ocurre que aquellas zonas siniestradas se pueden pensar con algunas relaciones con respecto a ese verbo muy usado en filosofía: subsumir.
Recuerdo las primeras veces que lo registré [3], aunque no recuerdo precisamente cómo. Estábamos trabajando Aristóteles y la profesora nos transmitía algunos enunciados (que sí recuerdo) que acortan las distancias para llegar a aquellas ideas: “La sustancia se dice de muchas maneras”, “Los atributos son aquello que se predica de la sustancia”.
(Recuerdo también una de las tantas arrogancias que recorren las aulas de Puán diciendo, cigarrillo en pose y tras sólo haber leído algunos capítulos de una obra inmensa: “Yo que Aristóteles diría…”. Y no recuerdo más porque se trata de una de las tantas escenas en que quedo nublada, y casi tormentosa, por las arrogancias académicas).
Creo que podemos pensar esas zonas relacionadas con el riesgo de aquello a lo que puede quedar subsumida una potencia.
Creo que, muchas veces, las interpretaciones psicoanalíticas, hábiles en dirigir la autopista que lleva al armado de la serie de lo traumático (con carísimos peajes vitales), abonan a que la interpretación sobre una situación que desbordó fagocite todo lo otro que se pudo hacer para seguir viviendo. Esas interpretaciones atribuidas que, en esa clave, arman tal teleología, que barren con todo y muchas veces patologizan e inmovilizan.
Suelo hacer chistes en el trabajo clínico y proponer que juguemos a pensar qué diría de tal situación un psicoanalista ortodoxo, un conductista, un autoayudador para dejar a la vista que, parafraseando a Marcelo Percia, una interpretación clínica es siempre una opción discutible. [4]
Escriben Guattari y Deleuze en “¿Uno solo o varios lobos?” (1980):
“Aquel día, el Hombre de los lobos se levantó del diván más cansado que de costumbre. Sabía que Freud tenía la genialidad de rozar la verdad, pasar de largo, y suplir luego el vacío con asociaciones. Sabía que Freud no entendía nada de lobos, de anos tampoco, por cierto. Freud sólo entendía de perros, de colas de perro. Y eso no bastaba, no bastaría. También sabía que muy pronto Freud le consideraría curado, pero que no era cierto, que continuaría siendo eternamente tratado por Ruth, por Lacan, por Leclaire. Por último, sabía que estaba a punto de adquirir un verdadero nombre propio, Hombre de los lobos, mucho más propio que el suyo, puesto que con él accedía a la más alta singularidad en la aprehensión instantánea de una multiplicidad genérica, los lobos, pero que ese nuevo, ese verdadero nombre propio iba a ser desfigurado, mal ortografiado, retranscrito en patronímico.“
Ella temblaba, se ahogaba con el llanto y no podía respirar.
- Ataque de pánico, sentenció la jefa de preceptorxs.
- Otra vez debe tener problemas en la casa, seguro se volvió a ir y no estudió.
- Llévenla al DOE, ordenó a regañadientes.
Y ella temblaba aún más.
Las discusiones en la escuela seguían en aumento. No recuerdo si las de aquel momento estaban centradas en la secundaria del futuro o se trataban de diferencias entre lxs delegadxs de UTE y Ademys o porque una envidia se chocó contra otra y tal. Sí recuerdo que se estaba desmoronando aquel acuerdo sostenido por muchos años respecto de que si algunx estudiante se sentía muy mal como para soportar el encierro del aula, podía pedir salir.
Durante muchos años, entraba a los primeros años para informar a lxs estudiantes, performateando la autoridad que el cargo de psicóloga otorgaba, que si alguna vez pasaban por situaciones complicadas, peleas en casa y esas cosas por las cuales no se logra dormir y te llenás de furia o llorás tanto que la cabeza queda dando vueltas y no soportaban estar en el aula, que avisaran y se acercaran al DOE. No para hablar si no tenían fuerzas ni ganas, aclaraba, sino para estar tranquilxs. Durante muchos años, esto se implementó y podían salir no sólo al DOE sino a preceptoría o biblioteca o sala de profesorxs y se quedaban ahí, acompañadxs por algún adulto que seguía con su trabajo o charlaban o les ofrecían un té (siempre me llamó la atención en las escuelas la función del té en relación con el dolor).
Habíamos trabajado mucho institucionalmente como para hacer visible que, tantas veces, la vida estalla y, de mínima, temblás. Lo habíamos pensado también como una práctica de cuidado hacia lxs profesorxs, que muchas veces bajo el imperativo de trabajar el tema que planificaron no logran detenerse y ver cómo está esa simultaneidad de cosas que pasan en un aula y, sin alertarlo, meten el dedo en la llaga.
Con ella pasó eso varias veces. Pero muchas de esas veces, los temblores coincidían con choques institucionales, políticos, pedagógicos encarnados en discusiones y peleas entre adultos de la escuela.
La antena sensible de la escuela, la llamaba.
Recuerdo que tuvimos varias.
Escriben Guattari y Deleuze en “¿Qué es una literatura menor?” en el libro Kafka. Para una literatura menor (1975): “Ya no hay sentido propio, ni sentido figurado, sino distribución de estados en el abanico de la palabra. La cosa y las otras cosas ya no son sino intensidades recorridas por los sonidos o las palabras desterritorializadas que siguen su línea de fuga.”
Escriben también “Hacer vibrar secuencias, abrir la palabra hacia intensidades interiores inaudibles, en pocas palabras: un uso intensivo asignificante de la lengua.”.
Podemos pensar que lo subsumido no se sitúa en las mismas coordenadas que lo traumático, ya que anuncia que quedaron atrapadas en aquel acontecimiento nombrado como traumático, muchísimas otras cosas más que quizás tengamos que hacer visibles, para así despejar el paso para que otros sentidos se hagan lugar. Quizás podamos tomar en esta clave la idea de captura que nos acercan Guattari y Deleuze para, desde allí, pensar cómo trabajar para liberarlas. Lo subsumido en tanto que aquello capturado. Fuerzas vitales inmovilizadas.
“A punto de descubrir el gran arte del inconsciente, el arte de las multiplicidades moleculares, Freud no cesa de volver a las unidades molares, y de reencontrar sus temas familiares, el padre, el pene, la vagina, la castración..., etc. (A punto de descubrir un rizoma, siempre vuelve a las simples raíces.)” nos alertan Deleuze y Guattari. Continúan “Freud intentó abordar los fenómenos de multitud desde el punto de vista del inconsciente, pero no vio claro, no veía que el propio inconsciente era fundamentalmente una multitud. Miope y sordo, Freud confundía las multitudes con una persona. Los esquizofrénicos, por el contrario, tienen una mirada y un oído muy finos. Jamás confunden los rumores y las oleadas de la multitud con la voz de papá. “ continúan en “¿Uno solo o varios lobos?” (1980).
Otro recuerdo universitario de tiempos de rendir finales de Psicopatología cátedra Grunfeld: el recitado de la definición de trauma como regresión a un punto de fijación.
Fijación no implica la misma idea que captura. Ni implica las mismas acciones en el trabajo clínico. No podemos equiparar interpretar un trauma centrado en la escena familiar que liberar fuerzas, sentidos, posibilidades paridas también de aquello que tantas interpretaciones reducen a lo traumático.
"Casi ninguna de las palabras que escribo armoniza con la otra, oigo restregarse entre sí las consonantes con un ruido de hojalata, y las vocales unen a ellas su canto como negros de barraca de feria" Kafka, Diario.
(Los plurales implican una decisión clínico epistemológica).
[1] Al cursar en la facultad de Psicología (UBA) Psicopatología infanto juvenil cátedra Ricardo Rodulfo.
[2] AEAPG Nº 15 (1988) Actualización en psicoanálisis de niños y publicado en Trabajo del psicoanálisis.
[3] Al cursar en la facultad de Filosofía y Letras (UBA) Filosofía Antigua cátedra Santa Cruz
[4] Se lee en Deliberar las psicosis en el apartado 2.5 sobre el maquillaje justo, cuatro opciones del capítulo fábulas de una clínica de las instituciones “La historia sirve para ilustrar sobre cómo una intervención clínica es siempre una opción discutible”.
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