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  • Foto del escritorRevista Adynata

Sublevaciones y gestiones del odio / Leandro Andrada

Tiempos en que las desigualdades del capital arrasan; en que el empobrecimiento se vuelve sistemático y cada vez más vidas son arrojadas a la precariedad. Tiempos en que los dueños de la tierra tranzan con gobiernos de turno para no perder ni un pequeño ápice de sus privilegios obscenos mientras los umbrales de la precariedad se expanden. Tiempos en que Elon Musk y Jeff Bezos triplican sus fortunas mientras que, en un país sudamericano como Argentina, “la pobreza” se ha vuelto “dato” numérico indolente que marca cerca de un 50 por ciento. En esos tiempos de malestar bullente; hambre que se vuelve rabia; desesperación que se vuelve deseo de sublevación, en esos tiempos, aparecen los gestores del odio.


Se ponen muchos nombres diferentes. Se presentan en medios masivos y redes sociales montando el show de la indignación. “¿Hasta cuándo van a soportar los abusos de las castas políticas? ¿Hasta cuándo vivir siendo esclavos del Estado?”, claman. “Libertarios” se dicen algunos, vocablo que en alguna época podía evocar al anarquismo de comienzos del S.XX. “Anarco-capitalista”, se dice otro, que proclama el final del Estado como promesa de libertad; pero la diferencia con el anarquismo, es que la libertad que defienden es la del mercado. Destrucción de toda restricción para dar riendas sueltas a un capitalismo financiero desbocado mediante la privatización de todo espacio.


Hartazgo con la casta política que sólo vive para reafirmar sus privilegios de clase. Desesperación ante el fracaso de los sistemas republicanos de dar solución a las comunes necesidades. Agobio que produce no saber cómo se llegará al mes siguiente, esto para quienes tienen aún el privilegio de abrazarse a algún tipo de temporalidad. ¿Quién no podría empatizar con esas consignas? Los gestores del odio encarnan el discurso del ciudadano de bien. “Gente como vos y yo”. Gente “común”. La-Gente.


Quizás la figura “gestores del odio” implique el riesgo de personalizar esos enunciados. Tal vez, convenga hablar de “hablas del odio”. Cuando se diga los gestores del odio, más que pensar en nombres propios, conviene imaginárselo como figura de época; hablas o enunciados que emergen en determinado tiempo, bajo ciertas formas, y operan gestionando afectos.


La última dictadura genocida cívico-militar en Argentina, en el año 1977 publica un cortometraje llamado “Ganamos la paz”. Diseñada en estilo documental, la publicidad que dura 30 minutos va mostrando imágenes de escenas cotidianas: “gente común” yendo al trabajo; a una plaza, interrumpida por otras escenas violentas asociadas al “mal” que llamaban “marxismo”, todo esto, acompañado por una voz en off que explicaba la necesidad de volver “al orden”. Desde esa retórica, se proclamaba necesario volver a ciertos “principios y valores” que el régimen gobernante consideraba corrompidos: la familia; dios; el trabajo. Restituir los valores del ciudadano de bien, artefacto político mejor logrado del capitalismo.


Los gestores del odio hablan de “ideología de género”. Producen libros y estudios en los que culpabilizan a las teorías queer y a movimientos feministas de distorsionar Los-Valores. Promocionan el amor por La-Vida; llevan banderas celestes; claman por recuperar La-Familia.


Los estudios televisivos y las redes sociales son su vidriera. Desde pantallas montan el espectáculo del odio. Miran fijo a cámara, dirigiéndose al espectador, mientras vomitan consignas de rabia. Insultan, maldicen, muestran la violencia más cruda sin filtros. Luego se disculpan por los exabruptos alegando no poder contener tanta rabia por lo injusto de los tiempos. Se vuelven espejo en el que los espectadores pueden ver sus dolores, sus rabias, sus desesperaciones. Agitan salir a las calles. Llaman a insurgencias. Pero insurgencias despolitizadas, organizadas en adhesiones conducidas por líderes del odio.


Una cosa: una común rabia que llama a sublevaciones. Otra: odio conducido que produce adhesiones.


Sublevaciones se alimentan de la potencia de una común rabia liberada de “ideales” y “conductores”. Común rabia que se entrega al acontecimiento, en tiempo presente. Común rabia que no queda reducida a “odio” que busca destruir, ni a “insatisfacción” que busca consumir para aliviarse, sino que se impulsa en la fuerza infitiva del deseo y se materializa como común acción en el presente. Sublevaciones como derrames de las formas en las que se encuentra capturada la vida.


Los gestores del odio no llaman a sublevaciones. Gestionan el malestar común transformándola en odio que produce adhesiones fanáticas. Las hablas del odio no llaman a sublevaciones, sino que administran violencias. Última finalidad, preservar al capitalismo.


Sublevaciones pueden ser violentas, pero no toda violencia es sublevación. Los gestores del odio llaman a “salir y romper todo”, pero la “revolución” que persiguen es la destrucción del Estado para la libertad del Mercado.


¿Upgrade del capitalismo? ¿Actualización de software para un capitalismo 2.0? ¿Será que el capitalismo ya no precisa del Estado para reproducirse como sí lo requería antaño? ¿Será que a los flujos de un capitalismo financiero, hoy el aparato de estado le resulta un traste pesado, incómodo, difícil de cargar y necesita “actualizarse”?


Estado y Mercado mantienen estrechas proximidades. El Estado, “monopolio legítimo de la violencia” (Max Weber, 1919) es aparato que el capitalismo precisó para funcionar. Pues, los tiempos cambiaron: se vive un capitalismo financiero deslocalizado. Ni defender al Estado como si se tratara de “la libertad”, ni destruirlo para “defender” una libertad de Mercado. A una común rabia no le conviene quedar gestionada en función de discusiones sobre cómo pasar de un capitalismo “perimido” a uno “actualizado”. Quizás, sublevaciones precisan de esa fuerza en común liberada de tales capturas.


Sociedades modernas occidentales rechazan cualquier afecto que haga temblar las fábulas en las que se reproduce. Angustia es afecto “sin objeto”, pensaba Freud. Libre de representaciones, circula en los cuerpos. Se siente como una obstrucción en el pecho; manos sudadas; una presión en la garganta; un fantasmeo impronunciable del que nada puede decirse. Sólo queda la sensación incómoda de disonancia con las formas que se habitan. No se sabe qué, ni cómo nombrarlo, pero algo no cuaja y persiste como diferir de lo que “ya está”. Marcelo Percia (2009) señala que en la angustia anida potencia de inconformidad.


El capitalismo opera (bio)políticamente sobre los afectos. Confunde angustia con otros sentires desdichados. Angustia, queda capturada como insatisfacción. Hablas del capital persuaden de que el malestar puede conjurarse consumiendo (objetos, sustancias, fármacos, viajes, sexos, amores, morales, fanatismos partidarios, opios varios). La angustia, confundida con insatisfacción queda expropiada de su potencia. Insatisfacción es angustia atrapada en la trampa del ideal; certeza de que esa tensión se dirige a algo que “falta”; que hay un estado de “bienestar” por alcanzar, aunque siempre transitorio, eternamente “perdido”.


Una tesis freudiana: el malestar en la vida en común es irreductible. No hay vida (en común) sin conflictividad. Conjurar la conflictividad, el malestar, la angustia, es pretender gestar una vida disecada. Puro automatismo zombie.


Marcelo Percia (2009) señala: “La angustia, cuando no queda capturada por la insatisfacción, estalla como potencia indignada. La indignación aloja angustia en estado de lucha y revuelta”.


Sublevaciones no son diseñadas por un cogito; no son producciones conscientes de un “yo que piensa”: antes que eso: una opresión en el estómago; una naúsea que sube hasta transformarse en grito.


Sublevaciones sobrevienen del cuerpo. Estallan subrepticias cuando el malestar se suelta de formas consolidadas y sentidos establecidos. Se alimentan de la fuerza infinitiva del deseo y de la angustia en tanto potencia de inconformidad.


El agobio; el tedio; el rechazo por las capturas cotidianas en las que se encuentra aprisionada la vida, se sienten como opresión en las materialidades sensibles que llamamos “cuerpo”. Rabia que se materializa en gesto y empuja a una acción.


Preguntas: ¿Cómo prevenir que una común intención de sublevación quede reconducida a reacomodamiento “útil” de “lo que ya está”? ¿Cómo conjurar que una común rabia quede gestionada por morales partidarias o liderazgos del odio? ¿Cómo evitar que una común potencia de sublevación sea utilizada como fuerza motora de la reorganización del capital?


Ante una gestión del odio como tecnología sensible que utiliza violencias contenidas y las “pone a trabajar” para la construcción del capitalismo del Siglo XXI conviene persistir en una común inconformidad desaferrada de toda “forma”, “ideal”, “meta”, “dogma” o fanatismo partidario. Sólo a partir de esa común potencia liberada, sublevaciones pueden emerger como sacudidas que arrancan los tiempos de sus goznes y abren surcos hacia lo por venir.



Referencias bibliográficas:

DIDI-HUBERMAN, G. (2017) “Sublevaciones”. Editorial de la Universidad Tres de Febrero. Buenos Aires, 2017.

PERCIA, M. (2011) “Inconformidad: arte, política, psicoanálisis”. Ediciones La Cebra. Buenos Aires, 2011.

WEBER, M. (1919) “La política como vocación”. Edición online: https://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/6Revolucion/IM/Weber-Politica-Vocacion.pdf



Antonio Berni, Manifestación

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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