La vida no puede decirse sino entre metáforas; interesa más el entre, ese espacio en medio de, que lo que lo circunscribe y delimita. En simultáneo, podría pensarse, las palabras quedan desasidas de su capacidad poética si no se encuentran cercanas a lo que es. Cercanas a lo que es no llama, necesariamente, a la idea de verdad, objetividad o sentido común. Metáforas y ficciones resguardan una íntima amistad. La idea de resguardo implica, necesariamente, la percepción de una amenaza y el reconocimiento de la propiedad, pero también responsabilidades, cuidados, sutilezas del saber a medias una fragilidad.
Para “hacer la plancha” se necesita, al menos, saber el flotar o sino la astucia para localizar rápidamente alguna cosa que haga las veces de ayuda de flotación. “Hacer la plancha” es una locución que refiere, o intenta nombrar, un momento de descanso, de no obligación, de relajo. También podría aludir a un estado de liviandad de un cuerpo para ofrecer la mínima resistencia posible al fluir del agua; para posibilitar, de alguna manera, una suerte de composición.
Naufragar es un verbo. Y como todo verbo porta en su decirse lo moviente. Naufragar es un verbo. Pero no es cualquier verbo: toma una modalidad que lo vuelve de particular interés: la intransitividad. La misma modalidad que Derrida pudo encontrar en la palabra “temblar”. Él dice que anteponerle un “yo” al verbo (temblar) sería de una gran estupidez, además de colaborar a sobremanera con el mundo de las trascendencias. La intransitividad refiere a que, en una oración cualquiera donde se presente un verbo que pueda tomar esta modalidad —porque no todos pueden—, se podría (incluso en muchos casos se debería por obligación dela lengua) suprimir el objeto de la oración sobre el que recaería la acción. Yo, nosotras, ustedes, ellos, seguido de “naufragar” en su correspondiente conjugación sería una soberbia que, por imposición de supremacías ejecutoras, provocaría el ahogamiento del verbo. Del mismo modo sucede en caso de contestar a la pregunta -siempre tramposa- por aquello a lo ¿qué se naufragaría?; esa respuesta devolvería al sujeto —de la oración, y no— a su lugar soberano de estabilidad y poderío, y volvería a instalar la dualidad conceptual de que si existe algo así como un sujeto, debe existir algo así como un objeto, que mutuamente se definirían por comparaciones opositivas y excluyentes.
El verbo intransitivo naufragar se presenta, quizá, por ahora, como una belleza en medio de la lengua. Una belleza no refiere, solamente, a cuestiones de tonalidades, dicciones, seguidillas de letras, sino a posibilidades efectivamente vitales que se corresponden con la liberación de una o más potencias; por aquello en donde insiste, por lo que no busca decir, por lo que contempla la modalidad que toma, por las torsiones que insta a hacer, por la polisemia a la que invita por metáfora y ficción.
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