top of page

Al principio fue el caos / José López Cózar

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 2 oct
  • 3 Min. de lectura

«Al principio fue el caos»

susurraban los caballos mientras dormían las manzanas

y anidaban las palomas en altamar.

Luego viniste tú, tu corazón, tus labios.

Vinieron las manos de cristal

y el romero que reparten los gitanos.

Vinieron las mujeres sin zapatos

que sostienen el peso del mundo

esparciendo semillas entre las baldosas

del caparazón de una tortuga.

Anhélame como el vino anhela el cristal.

Ven a mí como un perro mojado.

¿Quieres pan?

¿Quieres trigo?

¿Quieres que juguemos como niños?

Mírame y dime que todo esto es verdad

que nada de esto es mentira

que solo existe tu cuerpo

y una maraña de segundos en la suela de mis zapatos.

Que te quiero, que me quieres,

que quieres reírte y morderme

en mitad de los semáforos

en mitad de esta llaga oscura de mi pecho

en mitad de estos árboles deshojados.

Me trajiste las formas

me trajiste mis dientes

me trajiste esta espalda alta de bruma

y estos amaneceres de rosa en mi vientre.

Ven, acércate, huele.

Huele mis manos mi cuello mi boca

mi dolor mojado de serpiente

mi pubis acomplejado

mis tobillos desollados por las montañas

mi melena de jinete.

Susurraban los caballos.

Susurraban.

Para no despertar a las manzanas ni hundir los nidos en altamar:

«Al principio fue el caos».

Y luego.


El corazón y el demonio


Había una vez un demonio que vivía en la cueva de una montaña.

La montaña era verde, el cielo azul, el demonio oscuro y su corazón rojo.

Un día el demonio decidió salir de allí.

Con el corazón en la mano y las piernas temblorosas

bajó entre las peñas hasta el valle.


Quería encontrar a alguien

pero no había nadie.

Se adentró en el bosque,

pero no había nadie.

Recorrió el valle entero,

pero no había nadie.

Cruzó al otro lado del río,

pero no había nadie.


Caminó tanto el demonio

que se le olvidó que llevaba el corazón en la mano

y que le temblaban las piernas.

Caminó hasta que, de repente,

vió una choza en mitad de un prado.

Y otra y otra y otra.

Y en cada choza un demonio.

Y otro y otro y otro.

Y en cada mano un corazón.

Y otro y otro y otro.


El demonio los miró.

Los demonios lo miraron.

(...)

Mientras seguían a lo suyo, el demonio se tumbó en el prado y miró al cielo.

Se quedó dormido con el corazón la mano.


Ni árbol ni cielo ni río


Si no veo árbol ni cielo ni río

me pierdo entre números y letras

me convenzo de que valen más los papeles que tus besos

de que solo existen las sirenas, las alarmas, las alertas

de que se apagaron tus gemidos

de que vale más su oro que mi tiempo

de que la luz solo alumbra bajo facturas

de que el sol ya no calienta

que entre carne y carne solo hay aire

que no hay nadie que me toque

que bebo para huir de mi corazón mojado

para huir de este corazón tierno

para huir de este corazón heredado de mis ancestros.


Que si ellos volvieran

que si vuelven

(al mundo, a su cuerpo)

volverían las luces sin facturas

volvería el sol que calienta

volverían las manos que al palparme

suaves

me hacen olvidar el mundo de competencias

me hacen olvidar que este año murieron 30.000 niños asesinados en la franja de Gaza

me hacen olvidar que esta noche dormiré solo

me hacen olvidar las sirenas, las alarmas, las alertas.


Que yo solo quiero volver al árbol, al cielo, al río.

Que yo solo quiero volver a mi corazón mojado de niño.


Sergio Castellanos Zapato rojo, 2020 Acrílico, pasteles y lápices de colores sobre papel 30 × 22 cm
Sergio Castellanos Zapato rojo, 2020 Acrílico, pasteles y lápices de colores sobre papel 30 × 22 cm




Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

bottom of page