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Blanchot nos ha legado lo desconocido como objeto de trabajo / Marie Depussé

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

Blanchot me enseñó a leer, como a los de mi generación. Autorizado a escribir, quizás, más tarde. “El lenguaje de la literatura es la búsqueda de ese momento que la precede. Generalmente, ella lo nombra existencia”. Con esas frases, magníficas, Blanchot ha limpiado ese lugar (sería más lindo decir que lo ha lavado) donde se juega la dificultad de escribir. Ahora y siempre.


El adverbio “generalmente” es feroz. Blanchot tiene por momentos, cuando habla de literatura, una ferocidad reposada. El gesto de volverse hacia lo que está perdido, doloroso para el cuerpo, es un poco irrisorio. Pero al menos él se da el tiempo de la desesperación, o más bien, de la inquietud. La literatura, dice, está hecha de inquietud, a diferencia del asesinato tranquilo que él llama lenguaje común y que Flaubert llamaba estupidez. Es en esa brecha, en esa diferencia feroz, donde Blanchot sitúa, funda, El espacio literario. Un lugar donde un día, sin demasiada vergüenza, una puede considerar pararse.

 

“Digo esta mujer”… Que el sustantivo común, como se dice en gramática, funcione, supone, nos dice él, “una inmensa hecatombe”; una fosa común donde se mezclan la carne y los perfumes de millones de mujeres singulares cuya singularidad se desdibuja, aniquilada, para autorizar la generalidad de la palabra mujer. Blanchot bosquejó las diferentes formas del rechazo de la literatura a participar en esta supresión de lo viviente.


Algunas expresiones me rondan, me persiguen. Ponge velando por la inocencia de las cosas “en los lindes del mundo”, Mallarmé resistiendo al borramiento por la idea, creando en las palabras un “macizo de existencia”. Pero pienso en Baudelaire también, incluso si Bonnefoy habla de esto con más precisión que Blanchot, Baudelaire escribiendo “A una paseante”, sustituyendo a la violencia de “esta mujer” la fragilidad de una dedicatoria que no está segura de alcanzar la otra orilla y que le da a una mujer mortal el tiempo de pasar. Es ese tiempo el que vigilo, que intento preservar, cuando escribo; el paso de una mujer, de una hoja.

 

A la inquietud se asocia lo desconocido. Blanchot nos ha legado lo desconocido como objeto de trabajo. No aquel del que se burlaba tan bien Proust: una mañana de primavera para quien sólo conoce tardes de invierno. No ese desconocido entonces, construcción imaginaria del punto opuesto, un pobre sueño de lo que sería deseable fabricado a partir de lo conocido, porque no demasiado conocido.


“No me basta con escribir: soy desdichado. Mientras que no escriba nada más, estoy demasiado cerca de mí mismo, demasiado cerca de mi desdicha, para que esa desdicha se vuelva la mía … Sólo a partir del momento en que llego a esta extraña sustitución: él es desdichado, el lenguaje comienza a ... esbozar y a proyectar lentamente el mundo de la desdicha tal como se realiza en él. Entonces, tal vez, me sentiré implicado, y mi dolor se hará sentir en este mundo del que está ausente...” Para Blanchot, lo desconocido es algo material. Un movimiento lento y ciego: proyectar algo hasta ahora ausente en un mundo que no lo quiere. Me gusta que estos dos términos, bosquejo, proyecto, pertenezcan a la pintura y a la arquitectura; un lento esbozo por venir, como escribió Baudelaire.


Sin embargo, escribí tarde, muy tarde. Antes hablaba. Me había parecido comprender que se podía resistir al lenguaje común hablando, también, a condición de estar orientada hacia lo desconocido, como se dice de una casa que está orientada hacia el sur; y por ello dudar, no tener miedo del silencio, esperar las palabras. Blanchot ama la modestia de la palabra que se sabe infinita, salvo la de los imbéciles. Con él, se pasa de hablar a escribir en los dos sentidos.


Hablar no es ver, escribe. Hablar no es conocer, salvo por un abuso. Lacan también nos lo dice. Toda creencia en la transparencia de un conocer autoriza una presunción y un orden, fundados sobre un saber. (El ateísmo, por ejemplo, supone cierta relación, sin resto, con el saber. “¿Cómo es posible el ateísmo?” A esos de mi generación que enterraron a sus padres como perros, por respeto a su ateísmo loco, Blanchot les legó esa pregunta).


Durante mucho tiempo hablé de literatura sin escribir, porque es mi trabajo. Los que me escuchaban me decían: hablas como otros escriben. Y ahora me dicen: escribes como otros hablan. Me parece que Blanchot se habría sonreído. Él fue en parte responsable, además, de mi felicidad al hablar de literatura, al haberme ofrecido esa verdad de que el trabajo de comentario podía ser un trabajo de rapsodia.

Y demostrarlo.

 

Cuando comencé a escribir él ya me había legado la libertad de los fragmentos y el gusto por los relatos. Sin saber exactamente lo que ponía, para mi uso, en la palabra “relato”. Cierta desconfianza hacia la novela, es decir, hacia los libros que se publican actualmente bajo esa etiqueta. Cuando nos habían enseñado, y no solamente Blanchot, que desde que uno abría la boca estaba haciendo ficción. Así que desconfío. No sería capaz de decir “mis personajes”. Ahí, otra vez, he leído demasiado a Blanchot. Y, además, sólo escribo sobre el paso de los mortales en el momento en que pasan. Lo que se llama, sin duda, un límite. Así que encuentro un refugio en la palabra de Blanchot: relato. Me gusta la brevedad que supone, la tensión. Sin creer que esa tensión pueda ser, en mi caso, tensión hacia el encuentro con un acontecimiento único. Sólo los marineros que mueren por ello pueden decir que navegaron en dirección a las sirenas. Y Blanchot, quizás. Y algunos otros.


No escribo en dirección a las sirenas, o no todavía. Pero escribo a causa de ellas, a causa de lo que Blanchot dice de ellas: que hacen escuchar “la inhumanidad de todo canto humano”.




Pasaje de lengua: Maria Marta Boccanera

Fuente: Cortesía de Editorial Té de Boldo. Córdoba (@ediciones.tdb)



Arno Rafael Minkkinen - "Autorretrato" - Fosters Pond, Andover, Massachusetts -2000 - Impresión en gelatina de plata - 61 × 50,8 cm
Arno Rafael Minkkinen - "Autorretrato" - Fosters Pond, Andover, Massachusetts -2000 - Impresión en gelatina de plata - 61 × 50,8 cm

 
 
 

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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