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Cartas de la prisión / Rosa Luxemburgo

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 2 nov
  • 5 Min. de lectura

Wronke, 20-7-1917.


Soniuska querida:


Puesto que mi agonía aquí en la cárcel se prolonga más de lo que y al principio había supuesto, va a recibir usted mi último saludo desde Wronke. ¿Cómo puede usted creer que ya no voy a escribirle más? Nada ha alterado, ni nada puede alterar mis sentimientos hacia usted. Si no le escribía, era porque sabía que desde su marcha de Ebenhausen estaba usted metida en mil afanes, y también porque de momento no me sentía con ganas de escribirle. Ya sabrá probablemente que han dispuesto trasladarme a Breslau.


Esta mañana he dicho adiós a mi jardincito. El tiempo está gris, hace frío y llueve, nubarrones desgarrados se persiguen por el cielo, y, no obstante, he gozado plenamente de mi paseo de primavera. Me he despedido del sendero empedrado que bordea la pared y por el que, durante casi nueve meses, he paseado diariamente. Conozco sus piedras casi una por una, y hasta la menor brizna de hierba que crece entre ellas. Lo que me interesa de las piedras es su variedad de colores: unas rojas, otras azules, otras grises. Durante el largo invierno, desnudo de verdor, mis ojos, ávidos de colorido, intentaban buscar refugio en los minerales. Ahora que ya tenemos aquí el verano, encuentro en las piedras tantas cosas interesantes y curiosas en que posar la mirada... Un enjambre de abejas silvestres y de avispas anidan bajo ellas. Entre las piedras abren agujeros redondos, grandes como nueces y unidos entre sí por profundos corredores. Al sacar la tierra a la superficie, los insectos forman una larga serie de pequeños montículos. En estos montículos ponen sus huevos y fabrican cera y miel silvestres. Sin cesar se les ve entrar y salir, y durante mis paseos me he visto obligada a adoptar mil precauciones para no destruir sus albergues subterráneos. Hay también las hormigas, que en varios sitios atraviesan y vuelven a atravesar el camino, siguiendo tan rigurosamente la línea recta, que se las creería penetradas del axioma matemático que define la línea recta como la más corta entre dos puntos (cosa que, dicho sea de paso, los pueblos primitivos ignoran por completo).

Por otra parte, a lo largo de las paredes puede verse toda una floración de malas hierbas; mientras unas se marchitan y se propagan por semillas voladoras, otras siguen infatigables echando nuevos retoños.

Existe también una verdadera generación de tiernos arbolillos que han crecido delante de mis ojos, en medio del camino o al pie del muro, durante esta primavera: una joven acacia, nacida seguramente de un retoño del viejo árbol próximo; varios pequeños álamos blancos, que han venido al mundo desde el mes de mayo para acá, pero que muestran ya una frondosa exuberancia de hojas verdes y blancas que mecen graciosamente al viento, al igual que hace el árbol corpulento. ¡Cuántas veces he recorrido este camino y cuántas sensaciones he experimentado en él, y qué de pensamientos se me han venido en él a las mientes! En invierno, cuando terminaba de nevar, a menudo abría en él una senda; entonces me acompañaba mi pequeño pájaro carbonero, tan querido, que soñaba con volver a ver en el otoño; pero cuando vuelva como de costumbre a buscar su alimento junto a mi ventana, ya no me encontrará. En marzo, después de un frío cruel, tuvimos algunos días de deshielo, y el caminito se convirtió en arroyo.


Aún recuerdo los pequeños rizos que el viento tibio dibujaba sobre el agua, en la que se reflejaban las piedras del muro. Llegó por fin mayo, y brotó junto al muro la primera violeta. ¿No se acuerda que se la mandé metida en una carta?

Hoy, mientras paseaba, observando y meditando sobre todo esto, un verso de Goethe danzaba, obstinado, en mi memoria:


El anciano Merlín en su tumba luminosa,

Donde le hablé cuando era joven...


Ya conoce usted los versos que siguen. Huelga decir que el poema no tiene relación alguna con lo que yo sentía y pensaba en aquel momento; eran la cadencia de las palabras y el encanto misterioso del poema lo que me seducía, envolviendo en calma mi espíritu. No sabría explicar por qué una bella poesía, de Goethe sobre todo, obra tan poderosamente sobre mí cuando me siento agitada o estremecida. La sensación que experimento en tales ocasiones es casi fisiológica, algo así como si, teniendo los labios resecos, bebiera un delicioso licor que refrescara todo mi ser, devolviendo la salud a mi alma y a mi cuerpo. El poema del "Diván Oriental", del que me habla usted en su última, me es desconocido. Le ruego me mande una copia de él. También hay otra poesía breve que echo de menos en el librito de Goethe que tengo aquí, y hace tiempo que me gustaría tenerla. Se titula "Blumengruss" (1), y es una poesía de cuatro o seis versos; la conozco por una melodía de Wolff, que es de una belleza perfecta, sobre todo el final, que sobre poco más o menos dice así:


Las he cortado

Pensando en ti.

Las estreché mil veces

Contra mí.


En música, estas palabras tienen una sublimidad tal, tal delicadeza, tal castidad, que se diría que alguien está arrodillado en ellas en muda adoración. No conozco exactamente el texto, y me gustaría tenerlo.


Anoche, a eso de las nueve, gocé también de un espectáculo verdaderamente hermoso. Desde mi canapé, en el que me hallaba tendida, vi un resplandor sonrosado en los cristales, cosa que me sorprendió, pues el cielo estaba completamente encapotado. Corrí a la ventana, y quedé como fascinada. Sobre el gris uniforme del cielo, hacia naciente, se extendía una gran nube de un color rosa tan maravilloso, y que de tal modo se destacaba sobre el fondo del cielo, que se la hubiera creído una sonrisa, un saludo de lo desconocido. Me sentía como libertada, e involuntariamente tendí las manos hacia la luz milagrosa. ¿Verdad que la vida será bella y valdrá la pena de ser vivida mientras existan colores tan hermosos y formas tan bellas? No acertaba a apartar la mirada de aquella aparición, y sentía bañado, por decirlo así, mi ser en sus rosados reflejos, cuando, de repente, me eché a reír de mí misma. ¡Válgame Dios! El cielo, las nubes y toda la belleza de la vida, no son patrimonio de Wronke únicamente, y no hay razón para que me despida de ellos. No, todas esas bellas cosas irán conmigo adondequiera que yo vaya, y no me abandonarán mientras viva.


Pronto le escribiré desde Breslau. Venga usted a verme tan pronto pueda. Recuerdos cariñosos a Carlos. La abrazo una y mil veces. Hasta la vista, en mi novena cárcel.

Su fiel

Rosa.


(1) "El saludo de las flores”.


Fuente: Cartas de la prisión, Rosa Luxemburgo, Editorial Calomino, La Plata, 1946


Manu vb Tintoré - "Senderos en el jardín nº 26" - 2025 - Esmalte y lápiz de color sobre papel - 30×30cm
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Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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