1.
La palabra cita se usa para nombrar un encuentro planeado. A veces deseado, otras ineludible. También se emplea para evocar, llamar, traer al presente otra voz, otra imagen, otro texto, otra música, otro tiempo.
2.
El infinitivo citar alude a poner en movimiento, impulsar, hacer venir, convocar. Compone las acciones de concitar, excitar, incitar, solicitar, suscitar, recitar, resucitar.
3.
Hay citas con el azar, pero no se saben hasta que la gracia o desgracia de lo insospechado nos golpea. El azar: una conspiración de actos involuntarios que tejen celadas secretas.
4.
Citas participan del género de los encuentros amorosos. La primera cita de quienes se gustan. La renovada cita de quienes se aman a escondidas. La cita, muchos años después, de un amor que esperó en el olvido.
En un amor se consuman citas con otros amores. No hay originalidad en el amor. Y, sin embargo, a cada cita se llega por primera y única vez.
5.
En una cita se conjuga un encuentro con las memorias de otros encuentros. Una cita sobreviene como circunstancia poblada de fantasmas. Fantasías sabidas y no sabidas.
El psicoanálisis hizo saber que en un amor se dan cita o fantasmean otros amores.
6.
En esta presentación prevalece la cita como ejercicio de un común pensar. La cita como un estado de conversación.
7.
Estudios sobre citas suelen concentrarse en plagios y autorías. En normativas, protocolos, corchetes, comillas, cursivas y asuntos afines. No consideran el pasaje de la cita de amor al amor a la cita. Tampoco indagan qué decisiones políticas se ponen en juego en el acto de citar. Casi no atienden a la cita como puesta en escena del deseo de pensar. Como posición de afinidad y rechazo. La cita como reparación y rescate del olvido. La cita como collar del amo. Y menos tiempo aún dedican a concebir el trabajo de la cita como caldero de un común pensar, sin lógicas propietarias.
8.
Una conferencia, la primera clase, una conversación en público, el primer encuentro clínico, tienen algo de cita a ciegas.
Julio Cortázar (1977), en Cambio de luces, narra encantos y equívocos que se activan antes del primer encuentro entre dos que no se conocen.
Como ocurre en un contacto a través de las aplicaciones de citas, no se puede asegurar qué va a pasar. Excitaciones y nerviosismos. Seducciones y evaluaciones. Espectáculos y omisiones.
El a ciegas de la cita pone a la vista lo incontrolable e imprevisible, la apuesta y el riesgo.
El sueño de que las ganas se junten, a veces, se vuelve una pesadilla.
9.
Sensibilidades que concurren a un primer encuentro se dan o no a la cita.
A una cita se llega puntual, antes de tiempo, después de hora o nunca. Incluso se llega sin llegar.
Citas despiertan expectativas y plantan incógnitas. Expectativas que anhelan y suponen. Incógnitas que no se sospechan ni se imaginan. Incluso, en una cita, pasan cosas sin que en el momento nos demos cuenta.
Darse a una cita equivale a darse a lo por venir: caminar de espaldas a lo venidero, viendo lo que comienza a quedar atrás y afirmándose tras cada paso sin tropiezos, golpes o caídas. Reaccionando, de pronto, con pavor ante ruidos, roces, suelos que desconocemos.
10.
Citas enamoran y decepcionan. Prometen y desilusionan. A veces, indiferencias y sopores sobrevienen como citas malogradas. Quizás en todo desinterés hay historias de desengaños.
Imposiciones no enamoran. Citas obligadas merecen llamarse citaciones.
11.
Se asiste a una clase como se va a una cita, pero también se llega para recibir el relato de otras citas. Historias de otros flechazos. Narrativas emocionadas con ideas que se evocan con nostalgia y, a la vez, con deseo de que algo vuelva a suceder.
12.
Uno de los usos del vocablo cita (ya se dijo) alude al acto de mencionar un texto o un párrafo impropio. La dicha de participar de algo que no nos pertenece. Ni apropiación, ni robo, ni traición, ni olvido involuntario. Tampoco lealtad o acatamiento: alegría de habitar lo impropio.
La cita como residencia en un pensamiento ajeno. Como entusiasmo, curiosidad, desconcierto, deshabituación.
La cita, también, como deseo de compartir un hallazgo. De volver a nacer lo ya nacido. Hallazgo que no reside en la cita recortada de otro texto, sino en el súbito saber que se está pensando con otras escrituras y con otras vidas. Con sensibilidades de muchas épocas.
13.
Citas están pobladas de soledades que se reúnen a pensar en ellas.
Como ocurre con esta de Adrienne Rich (1998) que dice: “…entender que la poesía no es una revolución sino un modo de saber por qué la revolución es necesaria”.
En Adrienne Rich la cita no se reduce a la sola mención o referencia de una escritura extraña, para ella la cita necesita sentir la urgencia de crear una relación: una lengua en común. Escribe en otro texto: “El impulso de conectar / El sueño de una lengua común”.
14.
Citar una voz ajena, sentirse presente en esa voz, enciende el deseo de pensar. El instante en el que una cita invita a ir más allá, a vislumbrar lo venidero.
15.
Citas de ideas transportan memorias eróticas.
Una erótica de la cita que reside en la oralidad y en la escritura. La erótica de elegir palabras no sólo para repetirlas, parafrasearlas, glosarlas, traducirlas, reescribirlas, sino para amarlas.
16.
En ocasiones se emplean para ejemplificar, para redondear una idea, para confirmar un enunciado, para autorizarse en otro nombre, para postularse formando parte de un linaje selecto.
Así, la cita puede indicar un mero ejercicio de vanidad, reducirse a un adorno pedante, o servir como viñeta de color. En esos casos asistimos a la cita parasitada. La cita comida, succionada, disecada.
17.
Se suelen emplear citas literarias en clases teóricas o escritos disciplinarios para ilustrar ideas preconcebidas. Para forzarlas a decir algo que no dicen, sin escuchar lo que sí dicen.
Referencias fanáticas estampan sentencias.
Las citas pueden ofrecer otra cosa: la posibilidad de asomarnos a lo que no sabemos o la oportunidad de traspasar el umbral de lo ya pensado.
18.
Conocemos páginas que exhiben colecciones de citas. Manuales de citas. Citas saqueadas de libros que no se leyeron. Citas que se intercambian en el mercado de nombres prestigiosos. Se insiste: interesan las citas como hallazgos de lectura, no como consumos de frases cultas, inteligentes, útiles. Un hallazgo no de lo perdido ni de lo buscado, sino de lo no imaginado. Un encuentro con lo que se necesitaba sin saber que se lo necesitaba. El hallazgo como asalto, como detención, como demora, como interrupción. El hallazgo como amistad. Como sondeo de un abismo que abisma a pensar.
19.
Notas imperativas para un manifiesto: Hacer una lectura inmersiva de la cita. Suponerle saber. Escucharla una y otra vez. Darse tiempo para estar en ella. No usarla, no emplearla, no utilizarla, no interpretarla. Aprender a hablar su lengua. Pasar por sus palabras. Anidar en sus silencios.
20.
A veces, las citas acompañan la vida. Se las sabe de memoria o se las anota como talismanes que protegen y reconfortan.
Sylvia Molloy cuenta que solía apelar a una cita del cuento de Borges, Emma Zunz, como conjuro que la auxiliaba cuando le sobrevenían pensamientos inconvenientes e involuntarios: “Pensó (no pudo no pensar)”.
Se aferraba a esas palabras de Emma, tal vez, como a un abrazo en la intemperie, como a una baranda, como a un arnés.
21.
Cynthia Szewach, pensando la soledad, se detiene a leer, en una entrevista que le hacen a Olga Orozco, en 2004, su respuesta a la pregunta “¿Qué puede decirnos de Alejandra Pizarnik?”. Cuenta que la conoció cuando Alejandra tenía diecisiete años y ella el doble de esa edad. Dice: “A mí me pedía certificados; cuando se sentía muy mal, me llamaba por teléfono a cualquier hora. Entonces, yo le daba certificados que decían, por ejemplo: ‘Yo, gran Sibila del Reino, certifico que a Alejandra Pizarnik no se le cruzará ninguna mala sombra, ningún pájaro negro se posará sobre su hombro y, a su paso, se abrirán todos los caminos luminosos’. Le duraban días, después me pedía: “Haceme otro”.
Pizarnik solicita una voz sanadora. Una cita poética dedicada. Una constancia escrita que la salve.
Tal vez, en todo amor a la cita perviva un anhelo de certificación. La palabra entregada como efímera promesa de inmunidad en medio de un gran peligro.
22.
Pensando las citas, se piensa el pensar.
Citas auxilian en la perplejidad. Pensar supone admitir que no se sabe pensar. Que no se tiene idea de qué decir. Que apelamos a algo ya dicho para salir de un estado de pasmo.
Heidegger, en las lecciones invernales de Friburgo, transcurridas entre 1951 y 1952, interroga ¿Qué significa pensar? Comienza diciendo que la disposición a pensar necesita reconocer nuestra incapacidad de pensar.
Muchas décadas después la pregunta no cesa. Ninguna respuesta puede clausurarla.
Quizás pensar consista en respirar, en dejar que las ideas se mezclen con el aire, en sentir crecer vacíos; y, entonces, seguir pensando sin olvidar que lo que pensamos se podría pensar de otras maneras.
23.
Una cita de Edmond Jabès (1991) que, aún ya citada, dan ganas de volver a citar. Una cita que acompaña la pregunta infinita: “No haber tenido nada para decir/ Y haber querido expresarlo”.
24.
Hay citas que habilitan formas de vivir.
Más que nombrar coagulando las cosas que nos pasan, a veces, se necesita aprender a desnombrar. Suspender las atribuciones. Estar en la vida sin acallarla con fórmulas apresuradas. Ejercitar demoras. Soberanos silencios. Hacer lugar para expresar: “No sé cómo decir lo que estoy sintiendo”.
25.
A veces, sólo se habla o se escribe para comentar una cita que conmueve, que se agradece, que da ganas de contar.
Se da una cita pensando una y otra vez en ella. Hasta llegar a dudar si se la comprende. Darse a una cita forma parte del deseo de pensar con quienes nos gusta pensar. Con quienes buscaron palabras, con quienes las eligieron, con quienes las tacharon y volvieron a elegir, con quienes las pronunciaron en voz alta para hacerlas sonar.
26.
Las citas obtenidas a través de la inteligencia artificial transforman el amor a la cita en recolección de datos precisos y sin vida.
Sin embargo, la frágil memoria que nos habita, de pronto sorprende: trae citas que llegan recorriendo rutas absurdas y abandonadas.
La rapidez, la instantaneidad, el barrido totalizador de la inteligencia artificial contrasta con el recuerdo de la lentitud manual de El cerebro mágico. Un juego de preguntas y respuestas, conocido en la década del sesenta, compuesto por un grupo de láminas temáticas y un sistema eléctrico con pilas, provisto de dos cables terminados en un conector y una lamparita pequeña. Si la pregunta se conectaba al mismo tiempo con la respuesta correcta, se encendía una lucecita que anunciaba el acierto.
Comparar la inteligencia artificial con el cerebro mágico hace gracia. Como la risa que provoca recordar cuando la censura de la dictadura militar de los años setenta secuestró de las librerías los ejemplares subversivos de Una revolución silenciosa. Los servicios de inteligencia del terror de estado nunca supieron que se trataba de las memorias de Ladislao Biro, un inventor húngaro radicado en la Argentina que había creado el bolígrafo que revolucionó la escritura a mano. Lapicera que todavía se conoce con el nombre de birome.
Nuestras memorias, a veces más caprichosas que sistemáticas, no citan sólo los datos solicitados, sino también afectaciones inesperadas. Recuerdos sobrevienen llamados, como diría Proust, involuntariamente. Irrumpen como memorias dormidas evocadas por el perfume amargo de una época.
Citas que dan risa, citan infancias olvidadas y terrores que retornan.
27.
A los treinta y cinco años, en 1879, Nietzsche, que teme por su salud, trata de curarse en una comuna suiza. Respirar en sus altas montañas. Caminar pensando en los senderos de esos bosques apartados.
En uno de los fragmentos que se publicaron con el título de El paseante y su sombra, exhorta a tener cuidado con las citas. Explica que no se sienten a gusto en cualquier escritura. Advierte que textos ansiosos, apresurados, oportunistas, afean y malentienden ideas sinceras. Afirma que las citas sólo se desenvuelven con comodidad entre estilos y pensamientos que tienen cercanías. Algunas citas se sienten abatidas en páginas ajenas. Las imagina gritando ante posibles lecturas incautas: “Acaso pudo haber en mí una inesperada piedra preciosa, pero ahora mi intención yace aquí rodeada de frases ingratas y plomizas”.
28.
Se podría considerar el epígrafe como cita primera.
El epígrafe está antes del texto, casi fuera del texto. Anuncia una extranjería y una familiaridad. Se suele llamar exergo a la cita que encabeza un libro o un artículo.
Esa intrusión que de entrada se hace ver, no disimula otra autoría, la destaca.
Epígrafe indica una íntima relación de quien escribe con la idea citada.
A veces, sólo una arrogancia que dice: “Mirá a quien traigo conmigo”.
Otras el epígrafe se presenta como firma ajena que funciona como propia, respaldándola, autorizándola.
En ocasiones, el epígrafe se elige por inseguridad o miedo a la exposición.
29.
Manuel Puig (1969) presenta Boquitas pintadas como una novela de folletín. Así, cada entrega va acompañada por un epígrafe de Alfredo Le Pera. Salvo uno de Luis Rubistein que dice: “Charlemos, la tarde es triste”.
Entre los versos de Le Pera, que muere en el mismo accidente que Gardel, Puig elige éste para comenzar la tercera entrega: “Deliciosas criaturas perfumadas, / quiero el beso de sus boquitas pintadas...”.
30.
Se puede citar, también, una entonación o una manera de hablar, un énfasis o una melancolía.
La imitación se podría pensar como una cita escondida, no declarada, no sabida.
31.
En la intimidad de una conversación entre psicoanalistas, en un momento de confianza, alguien, que nació en la Argentina y que siempre vivió en Buenos Aires, confiesa que cuando expone ideas suele imitar el fraseo y la música de intelectuales franceses porque eso le hace sentir seguridad y elocuencia.
32.
Recitar alude a decir con encanto. A poner en escena la gracia de un texto. También describe el acto monótono de repetir una lección sin magia.
El recitado, como advierte Nancy (2002), convoca a la familia del clamor: exclamación, proclamación, declamación, aclamación, reclamación.
Algunas citas tocan el alma. Eso pasa con la citas del clamor. Las que se escriben con vehemencia y aflicción. Las que gritan furiosas.
33.
Se suele discutir sobre la pertinencia o no de la autocitación (cita de quien cita textos de su autoría) y sobre el fraude del autoplagio (cuando alguien publica algo ya publicado como nuevo). A veces, la autocitación forma parte de un requerimiento académico o una necesidad de visibilizar una trayectoria. Otras podría considerarse expresión del fanatismo del yo. Por su parte, el autoplagio consuma una pereza, una fatiga, un abandono del pensar: la tragedia ensimismada de que no se nos ocurra nada. La imposibilidad de diferir. La condena a reanudar otra vez lo mismo. Cada tanto se escucha a un alma apesadumbrada decir: “Odio repetirme”.
34.
En momentos de desesperación, desconcierto, apagón, en los que no sabemos qué pensar, apelamos al sentido común. El sentido común funciona como chaleco salvavidas. Sobreviene en forma de conclusiones certeras que sentimos como propias. El sentido común actúa como cita que no sabe que cita. O cree que cita la verdad.
El habla del sentido común, a veces, se confunde con el acto de pensar.
El sentido común dice lo que se supone que la mayoría piensa o quiere escuchar. El sentido común busca aprobación repitiendo lo que ya se considera aprobado. El sentido común apacigua desesperaciones e incertidumbres. El sentido común garantiza la pertenencia al sentido común.
El pensar transcurre de otra manera aunque no se sepa decir cuál. Transcurre de la soledad a la complicidad y de la complicidad a la soledad. Transcurre íntimo y apartado aunque se exponga y publique. El pensar ama el pensar aun sabiéndose no correspondido. En la no correspondencia reside su deseo.
35.
Se conoce la relación que la ensayística establece con la citas. Incluso se ha dicho que el ensayo supone una escritura interpelada por los espacios en blanco que quedan entre dos citas o que ensayar es encadenarse hasta desencadenar o dejarse sorprender por una idea que acontece entre citas ajenas.
La relación entre ensayo y citas recuerda que Benjamin (1940) copiaba, con extremo cuidado, párrafos ajenos en sus cuadernos y que, a veces, los encadenaba o cortaba como si fueran una escritura personal.
36.
Dos citas con un espacio en blanco entre ellas. Con este procedimiento se podría proponer una acción para avivar pruebas universitarias y talleres de escrituras creativas: "Lea una cita de A, y otra de B. Proponga un encuentro: ponga una en proximidad con la otra, intente una breve y escueta presentación. Apenas un gesto, luego espere. Espere hasta escuchar algo que se dice entre ellas, quizá sólo le llegue una respiración que no tiene palabras”.
Sin embargo no existen técnicas de lecturas afectadas o escrituras sensibles. Afectaciones no se alcanzan con procedimientos. Afectaciones acontecen o no como fatalidades de la emoción. Se lee y se escribe por muchas razones. Entre ellas, a veces se lee para curarse de algo que no se sabe y se escribe también para eso.
Las expresiones lecturas afectadas o escrituras afectadas se prestan a un equívoco. La palabra afectada puede usarse tanto para decir lo artificial como lo doliente, lo fingido como lo estremecido, lo actuado como lo desgarrado.
Interesa pensar la afectación nacida de la aflicción, del miedo, del sentimiento de caer sin red. O de la afectación nacida de lo que Néstor Perlongher llamó “una náusea imprecisa”.
Hace falta diferenciar entre admiración y afectación. La admiración seduce, cautiva, propicia réplicas devotas. La afectación duele el dolor, afirma la soledad y, en ocasiones, conecta con la secreta alegría de la afinidad.
37.
Al escuchar una clase, una conferencia, ver un video, leer un texto, asistimos a innumerables conversaciones con otras presentaciones y otros textos.
Ese enjambre de voces, declaradas o no dichas, nos llega como el habla plural de una clase o un texto.
En una voz hablan muchas voces: se trata de cosas leídas y de cosas escuchadas, de discusiones encendidas y tediosas, de preferencias y rechazos, de pensamientos que fascinan y pensamientos que lastiman. Se trata también de voces que hacen rodeos alrededor de lo que no saben cómo nombrar.
Julia Kristeva (1967) atribuye a Bajtín haber concebido la escritura como un mosaico de citas y una voz como una pluralidad de voces.
En lugar de la idea de intersubjetividad, se inclina por la de intertextualidad.
En una sensibilidad hablante no habla el propio pensar, sino un pensar con otros pensamientos.
Una polifonía de voces que piensan en cada voz.
En las que no se distingue lo ajeno de lo propio.
Singularidades no se piensan como emergencias personales, sino como constelaciones, como momentos únicos de un estado en común. Se lo sepa o no.
Todo hablar y todo pensar, se presentan como un hablar y un pensar plural. Todo hablar y todo pensar se conciben, desde entonces, como un común hablar y común pensar.
38.
A veces se glosa una cita no porque necesite explicación, sino por el gusto de comentarla.
También se cita alterando o modificando con sutileza lo citado de modo que la idea nos guste más.
La glosa narra la cita, la lee en los márgenes y en entrelíneas. Pone en marcha un trabajo que puede o no desencadenar imprevistos que exceden al texto mencionado. La glosa, a veces, reinventa la cita, otras no.
39.
Juan José Saer (1986), en su novela Glosa, narra la conversación entre dos personajes, Leto y el Matemático, mientras caminan a lo largo de veintiuna cuadras por el centro de la ciudad de Santa Fe. El tema de la conversación (habitada por infinitos pensamientos y digresiones que no llegan a decirse) consiste en contar el cumpleaños de un poeta. Homenaje al que Leto no estuvo invitado y al que el Matemático no pudo concurrir porque se encontraba en Fráncfort. Ambos cuentan lo que escucharon de la fiesta en la que no estuvieron. Lo mismo que hace Platón en uno de sus diálogos. Tal vez en eso consista pensar: contar una cita en la que no se estuvo. Sabernos sólo presentes en nuestra irremediable soledad. Y, a veces, ni eso.
40.
La parodia expresa la cita criticada, intervenida, ridiculizada, venerada, a través de la exageración o la amplificación. La cita paródica se expresa para amar y para odiar.
41.
Marcel Duchamp (1968) concibe sus ready-mades como reacción ante la indiferencia visual, la anestesia del gusto, el consumo desangelado del arte. Cita algo ya hecho (una obra célebre o un objeto manufacturado) para detonar un temblor, para provocar una vacilación, para interrumpir un automatismo.
Una de sus irreverencias se llama LHOOQ. Se trata de una reproducción de La Gioconda de Leonardo Da Vinci con barba y bigotes. Al leer deprisa las iniciales del título en francés, se escucha la frase “Elle a chaud au cul” (Su culo está caliente).
42.
Picasso ama Las meninas de Velázquez. Pinta y vuelve a pintar muchas veces esa obra. No la copia, la pinta. No la interpreta, la pinta. No la deforma, la pinta. La pinta de otras maneras. Se llama manera a una secreta intimidad de las manos con el tiempo. Modifica la luz, cambia de lugar personajes, privilegia otras cosas, amplía detalles. Intenta que Velázquez vuelva a pintar el mismo cuadro, pero pintado y pensado como pinta y piensa Picasso.
43.
Ángel Della Valle pinta La vuelta del malón en 1892. Un óleo de casi tres metros de largo por dos de ancho.
Unos indios huyen a caballo con sus trofeos: la cautiva blanca y la iglesia saqueada. Mataron, robaron, profanaron. Se fugan victoriosos hacia sus oscuros dominios pampeanos. Una pintura de la civilización asediada por la barbarie.
Daniel Santoro pinta Victoria Ocampo observa la vuelta del malón en 2001. Un óleo de dos metros por uno cincuenta.
Cita, cien años después, la obra de Della Valle. En la pintura de Santoro se ve a Victoria Ocampo observando la escena desde la ventana de su casa racionalista diseñada en 1928 por Alejandro Bustillo. La cautiva de Santoro, indefensa, llevada casi con ternura por el indio que la rapta.
44.
Caricaturas citan fijezas de una época. Citan exagerando, ridiculizando, deformando. Citan con humor, con ternura, con violencia.
En la serie Los Simpson creada por Matt Groening se citan, en versión de comedia, escenas de películas de culto como Psicosis de Hitchcock (1960), La naranja mecánica de Kubrick (1971), El padrino de Coppola (1972), ET, el extraterrestre de Spielberg (1982), Cabo de miedo de Scorsese (1991).
45.
En ocasiones Borges emplea la cita como broma, como desestabilización de la solemnidad, como impertinencia, como perturbación de un texto sagrado. Practica el pasaje de la devoción a la risa.
Frente al acatamiento de la cita como palabra autorizada, o como confirmación canónica, o como precepto superior, o como exhibición erudita, Borges inaugura la cita como chiste. La cita falsa, apócrifa o de dudosa autenticidad. Ante las citas beatas y protectoras, las citas maliciosas e irrespetuosas. Ante las citas como primeras, segundas o terceras marcas, la citas como ficciones raras e incomparables.
46.
Tal vez en Pierre Menard, autor del Quijote, Borges (1939) lleva hasta el extremo el pensamiento sobre la cita. Pierre Menard no cita, no parafrasea, no glosa, no copia, no imita, no revisita, no reinventa, El Quijote de Cervantes: lo escribe. Escribe palabra por palabra fragmentos del libro de Cervantes.
Borges dice que el Quijote de Menard, aun repitiendo cada vocablo, cada línea, cada coma, cada punto, resulta todavía más conmovedor que el original. Tal vez Foucault sonrió con la ocurrencia. Borges anticipa la teoría de la muerte del autor. Inventa la escena en la que la repetición no supone repetición. Ni la redundancia, redundancia. Postula la posibilidad de una escritura perfecta que no se mida por la originalidad ni por el resultado, sino por su vocación metafísica.
47.
Citas en los exámenes o tesis que se presentan para las evaluaciones suelen ofrecerse como adulaciones, como compromisos para aprobar, como gestos complacientes.
Contar con una pequeña colección de citas puede servir para fingir lecturas y erudición.
Citas enamoradas no respetan normativas de citaciones protocolizadas. Hacen menciones agitadas, acaloradas, excitadas, que olvidan reglas o que emplean comillas y contextualizan sólo por amor.
48.
Alejandra Pizarnik deja entre sus papeles, antes de morir, a los treinta y seis años, un texto breve escrito en papel de avión y corregido a mano, con el título Casa de citas. Nombre dado a prostíbulos, burdeles, puticlubs clandestinos. El texto lleva un epígrafe, escrito en francés, de George Bataille que se podría traducir así: “Hablo para transmitir un estado de terror”.
Tal vez se cita para suavizar un estado de terror, para sentir una complicidad, para iniciar la fuga desde un pensar que ya no piensa.
49.
Molière pone en escena El atolondrado (L'Étourdi) en 1653. Una comedia de enredos que narra torpezas y distracciones de un protagonista que malogra ingeniosos planes para consumar una conquista amorosa.
Quizás en alusión a esa obra, Lacan (1973) elige como título para su texto L’étourdit agregando una letra t al final. Esa invención se tradujo al castellano como El atolondradicho. Una rareza que se podría glosar así: Cuando la vuelta de lo dicho aturde y desconcierta o cuando lo dicho sin precaución causa sorpresa.
En ese escrito, Lacan (1973) piensa la cita como “intervención interpretativa mínima”. Destaca el momento en el que se escoge algo de lo dicho para que se vuelva cita. Hallazgo que se anuncia con la frase: “Usted lo ha dicho”.
Desde entonces, se piensa la cita en un análisis como recorte de algo de lo que se dice o como eco que repite palabras pronunciadas. Se enfrenta a quien habla ante lo que dijo sin querer o sin darse cuenta o queriendo decir otra cosa.
Pero no conviene escuchar la cita como confesión o como verdad, sino como el comienzo de otro curso para una conversación.
Citas en el diálogo clínico se escuchan inconclusas. Y se ofrecen a posibles reescrituras. Volver a escribir lo ya escrito en una vida: una manera de trasformar el destino en porvenir.
50.
Suele pensase la vida como una obra sin terminar.
A Héctor Libertella le gustaba contar que Pierre Bonnard, cuando ya algunas de sus obras estaban en el Museo de Louvre, se infiltraba entre aprendices o copistas los días en los que se podían hacer ejercicios frente a cuadros célebres. Y, cuando nadie lo notaba, se acercaba con un pincel para retocar detalles en sus pinturas. O relataba otra versión según la cual una vez detienen en el museo a un anciano pintando un desnudo de Bonnard, pero, tras interrogar al infractor, descubren que se trataba de Bonnard que había ido a continuar con su trabajo.
51.
Hay citas de voces que nunca se supieron citadas. Citas de voces de una época.
“Estoy aturdido” escribe Rodolfo Walsh en 1976, en la Carta a Vicki, al enterarse por la radio de la muerte de su hija asesinada por la violencia estatal de la dictadura, unos días antes de que también lo mataran a él. Se lee al final de esa despedida: “Hoy en el tren un hombre decía ‘Sufro mucho, quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año’. Hablaba por él pero también por mí”.
52.
Izquierdas de los años setenta empleaban la palabra cita para nombrar encuentros que necesitaban escapar a vigilancias, controles, detecciones policiales.
Citas como acciones de clandestinidad política. Citas como circunstancias secretas de una conspiración. Citas que corrían el riesgo de la delación y de la detención. Citas que evitaban levantar sospechas. Citas que fingían tratarse de otra cita. Citas que poseían guiones que, en caso de necesidad, servían para argumentar razones inofensivas para el encuentro prohibido. Se decía que se trataba de un encuentro de dos que se conocieron en un viaje en tren y que ni siquiera se presentaron. O se explicaba que coincidieron en una esquina o en un bar porque habían respondido, cada cual por su parte, a un aviso que solicitaba encuestadores para una empresa de medición televisiva.
53.
El diálogo clínico admite también otras prácticas de las citas.
Citas que sobrevienen evocadas en la conversación. Citas que se dicen y que se callan. Concurrencias de voces familiares, de versos, de canciones, de refranes, de frases guardadas. Alusiones que vienen al momento para auxiliar, para apoyar, para acompañar, para obsequiar imágenes, para musicalizar silencios. También, a veces, llegan para lastimar.
Una voz dice: “Me siento viviendo en la primer casa del cuento de los tres chanchitos”. Otra cuenta: “Me propongo retirarme antes de que la carroza se transforme en calabaza, pero no lo consigo”. Otra comenta: “Mis amigas me dicen que no me deje forrear”. Otra admite: “Voy a cambiar de lema ´Vivir es preciso, navegar ya fue´”. Otra recuerda. “Mi abuelo solía decir, cuando algo le salía mal, ‘Hasta al mejor cazador se le escapa una liebre’”.
Para escuchar citas que advienen en las conversaciones clínicas conviene tomar las mismas precauciones que se toman con los sueños.
54.
Una atadura de citas, de aserciones, de leyendas, de circunstancias tocadas por la emoción. No mucho más que eso, una vida.
55.
De pronto, se puede citar algo que no se entiende. Algo que, sin embargo, piensa sin que lo sepamos pensar. Citar la cita de lo que abisma. Una cita que nos deja en el umbral de algo sin que sepamos dar un paso para atravesar el límite. Una cita de la bailarina Rhea Volij que dice: “Que el cerebro sea devorado con fruición por un insecto. Y bailar sin cerebro; bailar la devoración”.
56.
Citar la cita de la cita. Citar a Héctor Libertella citando a Macedonio Fernández: “Derrotar la estabilidad de cada cual en su yo”. Citas que citan a quienes ya han pensado lo citado.
El robo de una cita se admite con más indulgencia que el plagio. Se dice cualquiera pudo haberla encontrado. O se razona que tal vez ya había sido robada. O se pone la excusa de que hacer la aclaración afeaba o quitaba ritmo al texto.
Robar citas está mal. Pero lo peor reside en otra cosa. Con esa rivalidad, angurria o hurto se gana una cita, pero se pierde una amistad del pensamiento. La posibilidad de una conversación.
57.
Qué acierto el título del libro de Alberto Laiseca Por favor, ¡plágiame! Invocación, ruego, pedido. Exhortación desesperada a que nos lean. Desquicia del deseo de reconocimiento. Que nos roben, aun borrándonos, como prueba irrefutable de que lo que escribimos acaso tuvo algún valor.
58.
Uno de los temas del robo reside en el sentimiento de la originalidad derrotada que lleva a la desdicha de exhibir una idea ajena admirada como propia. También ocurren envidias hurtadoras o inocentes amnesias delictivas.
Harold Bloom (1973) conjetura diferentes acciones posibles ante lo que llama angustia de las influencias.
Borges (1951) un tiempo antes en Kafka y sus precursores había discutido la idea de precursores. Inauguraba una visión menos angustiosa de la fatalidad de las influencias. La alegría de leer, de jugar con el pensamiento, de inventar. Una dilución de las fronteras entre lo ajeno y lo propio, disfrutando, a la vez, de mencionar con quienes la conversación.
59.
Hay citas que sirven para habitar una época, para poder pensarla, para poder interrogarla, para poder cuestionarla. Para tener un plan de huida, para acompañar tanta soledad.
Menciono una que leí por primera vez en 1969 cuando todavía cursaba la escuela secundaria.
Pertenece a Paul Nizan, un escritor francés que muere a los treinta y cinco años en 1940. Una sensibilidad que rechaza la hipocresía confortable y satisfecha del mundo europeo. Una sensibilidad hastiada de la civilización de la guerra que presiente.
Sartre, amigo de Nizan, escribe sobre su compañero: “Mi indignación no era más que una pompa de jabón; la suya era verdadera; sus palabras de odio eran oro puro; las mías, moneda falsa”.
La cita de Paul Nizan que recuerdo pertenece a su libro Aden Arabia publicado en 1931 que comienza así:
“Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida. Todo amenaza con la ruina: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada al mundo de los adultos. A quien es joven le cuesta aprender cuál es su lugar en el mundo”.
Algunas citas funcionan como agarraderas en el aire, como amarres en tiempos inclementes.
60.
Al final, entonces, la cita última. La que sin estar fechada tiene día, hora, instante. La cita definitiva: la de una vida concluida.
Roman Signer. Dos paraguas, 2016. Video: Tomasz Rogowiec and Barbara Signer / HD duración: 2' 53''
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